Autobiografía de Napoleón Bonaparte; en este trabajo se pueden leer cuatro cartas escritas desde Santa Elena en las que el protagonista se convierte en narrador.
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Álvaro Miranda Guerra
NAPOLEÓN
BONAPARTE
Álvaro Miranda Guerra
Profesora: Pilar Relaño Fernández
Asignatura: Las ciencias sociales en educación primaria
Curso: 2º Magisterio Primaria
Fecha: 12 Enero 2013
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Álvaro Miranda Guerra
Traducción de las cartas escritas por Napoleón Bonaparte en entre 1820 y 1821 en
la isla de Santa Elena, donde permaneció cautivo los últimos años de su vida, y
donde finalmente falleció el 5 de mayo de 1821. Se cree que estas cartas son
anotaciones que hacia Napoleón para acordarse y poder escribir el libro de
“memorias en Santa Elena”.
Santa Elena, Marzo 1820
No sé el tiempo que me quedará de vida, ni si podré salir de este infierno antes de
fallecer, mis días trascurren en un antiguo establo, vigilado las 24 horas del día
desde un campamento militar inglés. Veo patrullar continuamente a los soldados
desde los agujeros que he hecho a las contraventanas, ¿Por qué me tratan así? Soy
un emperador y no un prisionero de guerra.
Después de este tiempo aquí apresado la pregunta que me da vueltas a la cabeza
es ¿Cómo un héroe, visionario, conquistador y amado por el pueblo está aquí?
¿Cuál fue el error que cometí?
Antes de morir deseo averiguarlo…
Mi historia realmente comenzó en París en 1785. Recuerdo que era un frio
septiembre, y después de un año en la escuela militar de Paris, recibí el ascenso a
subteniente de artillería. Me quedé unos 7 años aprendiendo de los mejores:
Fréiron, Saliceti y de mi maestro más importante, Auguftin Robefperre.
Si no recuerdo mal la fecha a mediados de Agosto del 92, hubo unas revueltas en
las calles de Paris, durante las cuales tomamos el palacio del Rey Luis XVI e
hicimos presos a la familia real. El rey y su esposa María Antonieta fueron
guillotinados en el 93. En ese momento me di cuenta del respeto que había que
tener a la multitud de personas enfurecidas que, incluso, podían derrocar un
poder tan grande como era el del rey.
Aprovechando que Paris estaba con revueltas, barcos ingleses amarraron muy
cerca de nuestras costas, y en el séptimo mes del mismo año en el que el rey fue
guillotinado, mis hombres y yo conseguimos hundir esos barcos ingleses a golpe
de cañonazos. En ese momento solo tenía 23 años y me ascendieron a general de
brigada.
No recuerdo una fecha importante en la que tuviera el sentimiento de que mi
nación me necesitaba hasta octubre del 95, cuando la monarquía junto a la
nobleza cometieron un intento fallido de golpe de estado. Es cuando pusimos a
prueba los cañones llenos de metralla, los que nos ayudaron a acabar
rápidamente con la revolución.
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Hay una anécdota que marcó mi vida. Poco después de esa revolución, vino un
niño a pedirme la espada de su padre fallecido en combate en las revueltas de
octubre de 95, ya que su padre era uno de los nobles que allí murieron y yo era en
ese momento el alcalde de Paris. Con él venía su madre, Josefina de Beauharnais.
Esta mujer de cabello oscuro como la noche, labios finos como la hoja de un sable
y ojos grandes con brillo propio como las estrellas del firmamento, me enamoró
nada más verla y me propuse que ella debía ser mi esposa y que no pararía hasta
conseguirlo.
Recuerdo también el día de mi boda, en marzo del 96. Asuntos de gobierno me
entretuvieron y tuve que llegar un poco tarde, creo que fueron unas tres horas,
pero esa misma noche se encargó el perro de Josefina de dejarme claro que no lo
había hecho bien mordiéndome en la pierna, o al menos eso es lo que yo
interpreté.
Por desgracia no disfrute mucho tiempo de mis primeros días de matrimonio con
Josefina, ya que dos días después me requerían en Italia y tuve que partir hacia
allí. Cuando llegué, nuestro ejército era muy inferior al ejercito austriaco y
piamontes, y tuve que emplearme a fondo para hacer de ellos los mejores
soldados.
Sin embargo yo no podía soportar la idea de que Josefina estuviera con otros
hombres en mi ausencia. Yo no sabía a quién creer, a mi dulce Josefina que negaba
cualquier relación o al resto de las personas que me decían lo contrario. Eso me
atormentaba, ¿Quién se cree esa mujer que es para hacerme esto? Era mi mujer,
era mía y debía estar conmigo, por tanto, para evitar cualquier habladuría, ordené
inmediatamente que la trajeran a mi lado, aunque estuviéramos en el campo de
batalla. Mejor allí que sola en Paris.
Allá por Julio del 98, marchamos a Egipto pero decidí que Josefina no debía seguir
mis pasos, podía ser peligroso, por lo que volvió a Paris. Yo había encontrado la
solución para acabar con los ingleses, atacarles en la tierra de los faraones.
Recuerdo una frase muy importante que yo dije a mis hombres y que ellos
repitieron constantemente durante nuestra etapa en la tierra de los faraones
“recordad que cuarenta siglos de historia nos contemplan”.
Sin embargo, esa campaña no acabó bien, pues la batalla del Nilo nos hizo
quedarnos un año en el desierto, algo duro incluso para un ejército preparado
como el nuestro. Echaba mucho de menos a mi esposa, y continuamente la
enviaba cartas.
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Santa Elena, Agosto 1820
Retomo la carta que empecé en Marzo.
Llegó un buen año, 1802, año que nunca olvidaré, el pueblo aclamándome como
cónsul vitalicio. Cada día que pasaba quedaba menos para conseguir mi imperio, y
yo sabía que para ello lo primero que tenía que hacer era acabar con la república.
Dos años después, el 2 de diciembre de 1804, se celebró mi ceremonia de
coronación en la catedral de Notre Damm. Aunque el Papa Pio VII fue llamado
para coronarme, no fue él quien me coronó, pues debía hacerlo yo mismo ya que
el imperio era mío y no del Vaticano. En este mismo momento, a Josefina la
declaré emperatriz.
Hubo dos ausencias notables que yo recuerdo ese día; Beethoven, que no solo no
asistió, sino que tachó mi nombre de la dedicatoria de la tercera sinfonía. Un
hombre al que yo tanto apreciaba al igual que él a mí. Pero lo peor fue la otra
ausencia, la de mi madre. Pero las cosas se hicieron a mi modo, y me
autoproclamé al estilo romano. Por fin era amo y señor de toda Francia.
Después de esto, idee un plan para conquistar Inglaterra, pues ya éramos mucho
más poderosos que ellos. Mi plan se llevaría a cabo cavando un túnel entre
Francia e Inglaterra que haría llegar a los soldados hasta Inglaterra y, a la vez, con
globos estáticos que les distraerían y llevarían más soldados. Sin embargo, mi
plan no pudo llevarse a cabo ya que los austro-rusos me estaban atacando por el
otro flanco, con lo cual esa era mi prioridad proteger Paris. En ese momento ya
estaba en marcha La Gran Armada que tantas victorias me ha hecho saborear a lo
largo de mi vida.
De camino a la batalla frente a los austrohúngaros, sitiamos la ciudad de Ulm a
orillas del rio Danubio. Esta batalla no la puedo olvidar, ya que apresamos a
57.000 hombres sin un solo disparo.
Recuerdo la batalla posterior frente a los austrorusos, ya que esta batalla fue
estudiada en los libros militares como una gran estrategia, claramente quedó
demostrado que soy el mejor.
Aprecio mucho el gesto que realizaron mis hombres la noche anterior a la batalla.
Hacía un año de mi coronación y encendieron todos antorchas cuando pasaba a
saludarles, a hablar con ellos y a compartir anécdotas por sus tiendas. Cuando
volvía a mi tienda después de estar con mis hombres, vi todo el campo iluminado
con las antorchas que ellos habían encendido y gritando todos al mismo tiempo
“Vive la France”.
Quiero detallar como fue esa batalla, y porque siempre se recordará. A la mañana
siguiente, mandé la retirada de todos mis hombres menos de un par de grupos
escondidos en las colinas cercanas. Al ver este gesto los enemigos creyeron que
me daba por vencido,¡¡ pequeños inútiles!!. Cuando lanzaron toda su caballería
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hacia mí, corté con los dos batallones la retaguardia para impedir la posible huida
y atacamos por los dos flancos.
Tras la batalla de Austerlitz, escribí a Josefina, tampoco quería ser prepotente en
esta carta y las palabras correctas, si no se han borrado de mi mente, fueron estas:
“he derrotado al ejercito austroruso, controlado por dos emperadores y me siento
un poco cansado”.
Poco después de esta batalla, en el cabo de Trafalgar, el almirante Nelson
consiguió fastidiarme los planes de conquistar Inglaterra ya que acabó con mi
flota, pero lo pagó con su vida, ¡Maldito Nelson, Inglaterra hubiera sido mia!.
Santa Elena, Diciembre 1820
Aún no sabéis porque estoy aquí. Continúo con la carta de Agosto que deje tan
enfadado, por culpa del almirante Nelson.
Este pequeño imperio lo dividí entre mis hermanos para que me ayudaran a su
gobernación. Este gesto ellos me lo agradecieron adoptando el nombre de
Napoleón como apellido. A José le nombré Rey de Nápoles y más tarde lo sería
también de España. Luis lo fue de Holanda y al pequeño Jerónimo, rey de
Westfalia y Alemania.
Harto ya estaba de las batallas, e hice una alianza con Rusia para conseguir la paz
durante un tiempo, ¡pequeños ignorantes, pensaban que iba a dejar de intentar su
conquista!, pero necesitaba paz ya que mi vida personal no era la correcta, ni
siquiera tenía herederos ya que Josefina, debido a un accidente, no podía tener
hijos. En este momento decidí dejar a Josefina y empezar a pensar en mi
descendencia. La hija del emperador de Austria, María Luisa de 18 años, podría
darme a mi heredero. Y así fue, en Abril de 1810 me case con ella, y a la primavera
siguiente nació mi primogénito y automáticamente a este niño se le fue concedido
el título de Rey de Roma. Quería dejar claro el poder que tenía mi hijo.
Era el momento de convertir Paris en una gran ciudad, más incluso de lo que era
en ese momento. Mandé construir tres puentes que cruzaran el Sena y dos obras
que demostraran mi poder. En honor a mi armada, construí el arco de triunfo de
Napoleón, y además mande hacer el museo Napoleón en el Louvre. Esta
construcción fue realizada para guardar todos los tesoros artísticos que había ido
consiguiendo durante mis batallas, grandes obras de arte de artistas europeos, no
solo de mi época. Pero que Paris resplandeciera, me di cuenta que no era lo que
me hacía feliz.
Después de esto comienza en Francia a haber descontento de la gente. No estaban
felices con que yo fuera emperador, y yo estaba ya cansado. En varias ocasiones
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intentaron asesinarme, pero lo más importante en ese momento era conquistar
Rusia, sin importarme en absoluto lo que pensara al pueblo.
Por ello, en Junio de 1812 marché con el ejército más grande que el mundo en su
historia jamás ha conocido, para acabar con los rusos. Conseguí que se retiraran, o
al menos eso es lo que pensé. Sin embargo, a la vuelta con un ejército cansado, con
frio y sin apenas comida, sufrí una derrota, la cual no quiero contar.
Después de esta batalla, en octubre de 1813 marchan sobre Paris una coalición de
varias naciones con el fin de derrocarme. No quiero recordar esa época ni que
países eran, lo único que pensaba es en acabar con mi vida, y como escribí ese día:
la vida era insoportable para mí. Mi médico personal me preparó un veneno con
el cual, según él, morirían dos hombres pero, no sé porque, mi cuerpo lo rechaza y
no consigo morir. Me arrepentí de haberlo tomado, aunque si llego a saber dónde
voy a estar ahora mismo, hubiese preferido su efecto.
En Abril de 1814, me obligaron a abdicar, y me mandaron a la isla de Elba, cerca
de mi pequeña Córcega natal. A ella fui con mis 600 hombres leales y cuatro
cañones. En la época en la que estuve exiliado, encerrado en esa isla, volvió la
Monarquía a Francia durante 10 meses, pero escuché habladurías de que el
pueblo quería que yo volviese. Eso me dio fuerzas para esconderme en un barco
mercante acompañado de un puñado de hombres y regresar a Paris, con el fin de
derrocar a la monarquía y restablecer la idea de Igualdad, Libertad y Fraternidad.
Mientras, en Viena, mis enemigos se dedicaban a repartirse mi imperio, un gran
error por su parte porque fui a acabar con ellos.
Santa Elena, Marzo 1821
Siento que esta va a ser mi última carta.
Estas siguientes líneas son difíciles de escribir para mí, porque por ellas me
encuentro encerrado en un establo, en una isla vigilado constantemente a casi
950 millas náuticas de cualquier cosa, y lo único que puedo ver son soldados
vigilándome, esta pluma y este papel.
Todo esto fue por culpa de la batalla de Waterloo, cuando me enfrenté al general
Wellington. Yo era inferior a ellos, dos a uno, pero ya había ganado más batallas
así, el tema no me asustaba y sabía que podría con él. No se me olvidara nunca la
fecha un 18 de Junio de 1815. Alrededor del mediodía comenzaron a sonar los
potentes cañones, el acero de los sables, el relinche de los caballos, y el sonido de
las bayonetas. Ataqué una y otra vez, pero el resultado nunca era el que esperaba,
no aguante más y me caí vencido. Me dijeron que Wellington perdió unos 20.000
hombres para ganar la batalla, pero lo más triste es que yo perdí el doble, y fue
para perderla.
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Durante toda mi vida, me he dado cuenta que he librado 60 batallas y no he
aprendido nada que no supiera al principio. Llevo 6 años aquí, y sé que no me
queda mucho más tiempo de vida, lo único que desearía es que me enterraran a
las orillas de Sena, para estar junto a mi amada Francia.
Webgrafia
Videos you tube
Documental Napoleon Bonaparte ( 1 – 6 )
http://www.youtube.com/watch?v=hn-ecfUYWuk
http://www.youtube.com/watch?v=hw8PXjBpaB4
http://www.youtube.com/watch?v=CgvuwKaNAsk
http://www.youtube.com/watch?v=UD2NE2z__Mc
http://www.youtube.com/watch?v=loOm_PXBhFo
http://www.youtube.com/watch?v=gbpQQiUi-d8
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