2. La mamá siempre le decía:
—Cuidado, Mauro, no tragues las semillas de la
naranja porque te va a crecer un árbol en la guata.
O también:
—Ojo con las semillas de la mandarina, hijo. Si te
tragas una, te crece un árbol adentro y te salen las
hojas por las orejas.
Típico chiste, de esos que hacen las madres y
que a los niños no les hacen ninguna gracia.
3. Lo gracioso fue que Mauro estaba en el
patio comiendo una mandarina mientras
miraba los caminos de las hormigas, de
pronto se distrajo y se tragó una semilla.
Abrió los ojos como una lechuza. Además
del susto, empezó a sentir algo raro. Sintió
que sus pies se estiraban hacia abajo,
sintió la tierra fresca entre los dedos, las
lombrices le hacían cosquillas en la planta
del pie. Tuvo unas ganas locas de
estirarse, de pararse derechito y mirar
hacia arriba. Entonces vio el cielo, más
celeste que nunca, las nubes pasaban
lentas por encima de su cabeza, tenían
formas raras. El viento le cantaba al oído,
le enredaba los pelos, traía olores de otros
lugares.
4. Mauro estiró los brazos hacia arriba
y abrió los dedos. Un pájaro que buscaba
un buen lugar para hacer su nido se posó
en su mano abierta.
La mamá apareció en el patio y se
paró a mirar a Mauro sin poder disimular
la risa.
—¿Qué haces ahí parado, Mau?
Pareces una estatua.
—No soy una estatua —le contestó
Mauro sin moverse—, soy un árbol de
mandarinas.
—¿Ah, sí? —se burló la mamá—. Y
so soy el ratón Mickey.
—Mamá, tú no entiendes nada. ¡No
ves que me tragué una semilla de
mandarina y me creció un árbol adentro!
Ya no tengo más esqueleto, tengo tronco
y ramas. Y en los pies, raíces.
5. —Pero que árbol más raro —dijo
la mamá tapándose la boca para
no reírse—. No tiene hojas, ni
flores, ni frutos.
—Porque es invierno, mamá,
y en invierno los árboles están
pelados: PE-LA-DOS.
—Bueno, señor árbol de
mandarinas —dijo la mamá con
tono serio—, lo venía a llamar
porque la leche está servida,
pero no va a poder venir a la
mesa porque los árboles no
caminan, ¿no?
6. —Vas a tener que traérmela hasta
aquí.
—Pero los árboles no tienen boca
para tomar ni manos para agarrar el
vaso.
—Tú tráela que yo me arreglo. La
agarro por una de mis ramas y tomo
por este agujero que es la cueva de
una ardilla —dijo Mauro señalándose
la boca.
La mamá entró en la cocina y
volvió con una taza de leche en la
mano.
—Mau, afuera están los niños. Te
vinieron a buscar para jugar a la
escondida.
7. Mauro tomó un trago de leche y
preguntó:
—Mamá, ¿con qué se hace la
leche?
—La leche sale de la vaca.
—Entonces me va a crecer una
vaca adentro, y las vacas pueden
caminar, correr y jugar a a la
escondida. ¡Muuuuuuu! ¡Muuuuuu!
Mauro fue hasta la puerta
corriendo en cuatro patas mientras la
mamá le gritaba:
—Déjate de hacer monerías,
parece que te hubieras tragado un
payaso.