Cuento que tiene como protagonista a Daniel H. un muchacho que con tres amigos van al encuentro con un condenado. El cuento está adaptado a la localidad de Apongo en el departamento de Ayacucho, Perú.
Manejo del Dengue, generalidades, actualización marzo 2024 minsa
DANIEL H. Y EL CONDENADO de Guillermo Huyhua Quispe y Rosa Luz Arroyo Guadalupe
1.
2. DANIEL HUYHUA Y EL CONDENADO
Por: Guillermo Huyhua Q. y Rosa Luz Arroyo G.
¡Qué miedo!, ¡Achachaullaa…¡, -dijo, Carlitos angustiado, temblaba
nerviosamente. Sentía cómo una gota de sudor frío caía por su espalda y
aumentaba su miedo.
¡Eres un miedoso, le dijo José, pareces un ratoncillo, un juk’ucha, ja, ja,
ja! Así se burlaba del más pequeño del grupo que tenía el rostro pálido y
asustado.
¿Ya pues, van o no van? - Insistió Daniel.
¡Ya pues, vamos!.. Respondió Carlitos, a pesar de que en su interior su
almita asustada decía que no debía ir.
Los tres amiguitos habían pactado ir hacia la quebrada de Aywaja, lugar
donde “las almas lloran”, para encontrarse con el condenado.
Daniel H., un muchachito de 11 años, alto, robusto, con cara redonda,
brazos fuertes y piernas gruesas había escuchado las historias de los
condenados en las reuniones familiares que se realizaban muy de noche
en su casa. Él, muy asustado, escuchaba atento cada horripilante relato,
cada historia espantosa que sus padres y tíos se contaban.
Por los relatos que escuchaba, sabía muy bien qué debía hacer para ver al
condenado sin ser visto y eso precisamente contó a sus amiguitos y les
pidió ir ese domingo a la medianoche, cuando todo el pueblo esté
durmiendo.
Era cerca de la medianoche, el círculo de plata aún no salía de entre los
cerros, porque en Apongo la Luna sale muy tarde, hacía frío, mucho frío.
Daniel no había dormido, escuchaba los ronquidos de su padre, todos
estaban quietos.
Se levantó despacito, sin hacer ruido, se cubrió con su poncho, se puso el
chullo y la chalina. Se ajustó los pantalones y se colocó las ojotas en sus
3. rudos pies. Salió despacio y en la puerta se encontró con Cholo, su perro
fiel.
-Shuuuu, Cholocha, silencio….. Susurró Daniel, llevándose el dedo
índice a la boca. El can lo miró con mirada dulce, movió la cola y se
levantó presto a acompañarlo.
Apurado y asustado, Daniel se dirigió al punto de encuentro con sus
amigos: Oqerumi, la inmensa piedra ploma, que se encuentra a la salida
del pueblo. Desde este lugar sale el camino hacia la tenebrosa quebrada
de Aywaja, lugar donde lloran las almas. Para llegar allí antes hay que
pasar por el cementerio general, un lugar tétrico, oscuro y silencioso. De
este lugar salen las almas de los muertos, se dirigen por el camino y llegan
a la quebrada de Aywaja donde las almas se ponen a llorar de pena por
dejar para siempre a este mundo.
Poco después de que Daniel llegara al punto de reunión, llegaron casi
juntos Carlitos, un niño de 10 años y José de 11, contemporáneo de
Daniel.
-Ahora sí, ¡vámonos!, dijo Daniel al encontrarse con sus amigos.
Prestos y ansiosos se fueron juntos, no sin antes persignarse al pasar por
el cementerio, no vaya a ser que se encuentren con un alma o fantasma
rondando por allí. Los amigos iban apurados y se asustaban con las tenues
sombras de los eucaliptos que se movían con el viento de la noche.
Mirando a todos lados, los amigos subieron por el camino hacia Aywaja.
Adelante iba, acompañándolos, Cholo, el fiel chucho de Danielito.
-¿Trajeron las espinas…?, preguntó Daniel.
-Sí, respondió José. –Yo también, dijo Carlitos.
-Pero, ¿para qué traemos las espinas? Preguntó Carlitos fastidiado.
-Es necesario, dijo Daniel. Tienes que ponértelo entre las piernas, por si
acaso, no vaya a ser que la cabeza voladora pase por tus piernas y te
mueres.
4. -Ya me puse las espinas, dijo Carlitos, caminando como un vaquero para
que las espinas no le hinquen. José también se había puesto las espinas,
no sin antes quejarse del dolor por un hincón. – Ayyy.
-Silencio… dijo Daniel. El condenado nos puede oír…. Todos se
quedaron mudos.
Los tres amigos empezaron a caminar como vaqueros con las espinas
entre las piernas, lentos, asustados, pero con la convicción de que tenían
que ver al condenado.
-¿Trajeron las cruces?, preguntó otra vez Daniel en voz baja.
-Sí.., dijo José y le mostró un crucifico de madera.
Daniel giró la cabeza para preguntar a Carlitos y éste le mostraba un
crucifico pequeñito que había agarrado sin permiso de su mamá.
– No tenía más grande, dijo el pequeño.
-No importa, dijo Daniel, y sacó un gran crucifico y lo colocó entre sus
dos manos.
Los tres niños, como caballeros cruzados, caminaban como vaqueros del
oeste por el silente camino rodeado de espinas. Ya iban acercándose a
Aywaja, lugar donde lloran las almas de los muertos, y con cada paso que
daban, crecía más el miedo, su caminar se hacía más pesado y sentían más
terror. La noche se hacía más oscura.
El ruido de las hojas secas que pisaban, las sombras de los árboles que se
movían, el viento frío que golpeaba sus rostros y la noche tenebrosa
acrecentaban el temblor de sus cuerpos y el castañear de sus mandíbulas.
Pero, los tres amiguitos, sacando la valentía de no sé dónde, iban adelante
a cumplir su propósito.
Por el camino, de forma sorpresiva, una sombra negra pasó por encima de
ellos, asustando a los muchachos, cantando prolongada y tristemente
¡chushiiiiiq!, ¡chushiiiiiq!, ¡chushiiiiiq!, Ese canto parecía un desgarrador
gemido de ahogo y dolor. Todos, estremecidos, saltaron de susto y se
5. tiraron al suelo llenos de pavor. Pero se dieron cuenta que no había pasado
nada malo.
-¡Es el Chushiq, un pajarito que avisa que ya viene el condenado!, dijo
Daniel, aún con su rostro pálido del susto.
- ¡Vamos por encima del camino, pronto…! dijo con voz de mando
Daniel.
Los amigos empezaron a buscar desesperadamente un lugar para
esconderse y salirse del camino por donde pasaría el condenado. Por un
lado del camino había un gran barranco y por el otro había una pared de
piedra protegida por grandes magueyes llenas de espinas que separaba el
camino de las chacras. Tenían que ir hacia la parte de arriba. Buscando,
buscando encontraron un pequeño boquete en la pared por donde la
atravesaron para protegerse.
-¡Ya viene el condenado, rápido por aquí!, dijo Daniel, señalando el
boquete por donde podían salir del camino. Subieron a duras penas con
las espinas entre las piernas, resbalando por ser el lugar una pendiente
arcillosa casi vertical del cerro Apu Picchu.
De pronto, escucharon un ruido escalofriante que venía por el camino
frente a ellos que repetía Uuuuuuuuuuu…… Uuuuuuuuuuuu.
El Cholo, que se había quedado rezagado y se encontraba todavía en el
camino, pegó un aullido apenas audible y, asustado, con la cola entre las
piernas, corrió más rápido que apurado con dirección al pueblo. Los tres
cruzados se quedaron petrificados con los pelos en punta.
Desde su lugar vieron pasar una sombra humana, blanca y transparente,
que no tocaba el suelo, era un alma buena sufriente que avisaba a los
mortales que se retiren del camino que ya viene el condenado.
-¡Ay mamita!, ¡mamallaymama!… dijo temblando Carlitos con
entrecortada y débil voz, y con el rostro lleno de espanto.
-¡Mi papá dice que esa alma no hace nada!, dijo Daniel para tranquilizar
al más pequeñín del grupo.
6. -Es un alma buena que avisa a la gente. Y antes de él viene el pajarito para
que las personas suban encima del camino. Continuó Daniel.
-¿Por qué vamos encima del camino? Preguntó José.
-Mi papá dice que el condenado no mira hacia arriba por temor a Diosito,
contestó Daniel. –Por eso nos hemos subido aquí para que el condenado
no nos mire.
Pero el comentario tranquilizante de Daniel había llegado tarde: Carlitos
se había mojado los pantalones y lloraba en silencio temblando mucho.
-Buuuu, buuuu…, lloraba despacito Carlitos. –Quiero irme…
-¡Cállate!, le decía José. –El condenado te va a escuchar, le decía Daniel.
De pronto, la noche se hace más negra, hace más frio y se escucha a lo
lejos un leve rumor de piedras…
Daniel, rápidamente saca de su bolsa una soga, se dirige hacia José y le
dice.
-Joseycha rápido, amárrame a ese palo que está plantado allá.
-¿Estás loco Daniel?, nadie ha visto al condenado…
-Yo lo voy a ver… dijo Daniel.
Tal fue la determinación de Daniel que José no le quedó más remedio que
amarrarlo.
-Te va llevar al infierno el condenado, dijo José.
-No me va llevar, dijo Danielito, aquí tengo la cruz de Cristo. Él me va a
proteger… diciendo eso agarró fuertemente la cruz delante suyo.
La tierra empezó a temblar un poco más fuerte. El ruido de las piedras era
mayor. José había desaparecido. Daniel empezó a sudar y temblar como
7. una gelatina. Empezó a rezar la oración del Padre Nuestro con mucho
fervor.
Shuaaassssss, Shuaaasssss, decía el alma negra que pasó delante de
Daniel. Sintió el frío gélido que arrastraba la sombra oscura, aquella que
se lleva el espíritu de los mortales que encuentra en el camino y, al mismo
tiempo, que anuncia la presencia del condenado.
-Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre… oraba
Daniel acurrucándose, temblando como una gelatina, tratando de no
cerrar los ojos ni desmayarse por la impresión. Alrededor de Daniel, todo
era oscuro solo se escuchaba los ruidos extraños y horribles que bajaban
por el camino.
-Ayyyyyyyyy – ayyyyyyyy – ayyyyyyyy…, el muchacho escuchó los
ayes de varias almas perdidas que se mezclaban con los ruidos de cadenas
que se arrastraban y chocaban con las piedras del camino y con el temblor
de la tierra.
Divisó entonces luces de fuego que venían de la vuelta del camino, al
mismo tiempo, que el ruido tétrico de las almas y las cadenas aumentaba
al acercarse por el lugar donde Daniel se encontraba amarrado con fuertes
sogas. Orando con una cruz en el pecho, tembloroso, con el corazón
palpitante y los pelos de punta, Daniel estaba a punto de desmayarse por
el horror que le invadía.
Entonces, ¡lo pudo ver! Vio al maldito condenado. Iba sentado en un trono
de plata, su cuerpo estaba lleno de largas y gruesas cadenas de hierro que
rodeaban su cuello, pecho, manos y piernas. Éstas eran tan largas que
caían al suelo y eran arrastradas provocando un ruido característico. Su
aspecto era huesudo, horripilante y cadavérico.
Dos diablos que iban atrás del condenado, sin misericordia, azotaban su
desnudez hasta hacerlo sangrar. Cada latigazo con púas arrancaba gritos
sordos de dolor y alaridos que estremecían a las almas más duras que no
se pueden describir.
Delante del trono del condenado había un ataúd negro, más oscuro que la
noche, más tétrico que un cementerio abandonado y que apenas se podía
8. ver por los fogonazos de fuego que se encendían de cuando en cuando por
las cuatro esquinas del anda que sostenía al ataúd y al trono.
El anda de madera vieja y firme, con mil dibujos alrededor que describían
las malas acciones del condenado, lo alzaban varias almas negras con sus
espaldas encorvadas y sufrientes, dando ayes tétricos que en conjunto se
escuchaba como una melodía salida del infierno.
Es que el condenado iba al castigo eterno por mandato de Dios, por sus
malas acciones, por un camino interminable hacia el reino de Satanás.
Había violado las leyes sagradas y por eso tenía que pagar con suplicio
eterno en el infierno, vagando antes por los caminos que recorrió en vida.
Daniel no pudo ver más y se desmayó.
Cuando despertó vio a su madre que lloraba y preocupada le ponía sobre
la frente un trapo mojado con agua fría.
-Has dormido tres días Daniel, le dijo su madre.
-¿Cómo te has enfermado? Nos asustaste muchacho, le regañó
amorosamente.
-Has tenido mucha fiebre y delirabas…. El condenado, el condenado
repetías dormido.
Su presencia allí era extraña, él no se acordaba cómo había llegado a su
casa.
-¿Habrá sido real todo lo que sucedió? Pensó.
Sintió curiosidad por sus amigos, ¿cómo estarán?, se dijo.
Entonces, volvió a escuchar la voz de su madre:
-Ah, qué raro, parece que tus amiguitos también se han enfermado porque
no van a la escuela hace tres días.
FIN