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MYLES
MUNROE
LA GRAN
DE DIOS
EN BUSCA DE ALGO
DIFERENTE Y SUBLIME
DIOS TIENE UNA GRAN IDEA
Y... ¡TÚ ERES PARTE DE ELLA!
¡Este es el mejor momento para estar aquí, en la Tierra! El plan eterno de Dios, a
nivel mundial, está a punto de revelarse. Establecerá su gobierno a través de
personas como tú. Al derramarse en su pueblo, cubrirá la Tierra con toda su gloria.
Este libro es otra apasionante contribución de la serie sobre el reino de
Dios escrita por el Dr. Myles Munroe. La gran idea de Dios nos enseña cómo el
Señor desea hacer de la Tierra un lugar donde reinen la paz y la armonía del
reino, ¡comenzando por ti!
Aprenderás aspectos importantes del amor y del plan de Dios, ya que:
• Tu destino se cumplirá sin lugar a dudas.
Podrás disfrutar de una comunión continua con el Señor.
Entenderás que has sido creado para transformar el mundo donde te
encuentras.
Tus decisiones impactarán notoriamente en lo que acontece en laTierra.
El Dr. Munroe nos enseña la manera de convertirnos en una parte esencial
de La gran ¡dea de Dios, al ayudar a plantar y a multiplicar su reino, en donde
todos sus hijos vivan vidas fructíferas y abundantes.
Descubre La gran idea de Dios y ¡hallarás tu propio destino!
“Podemos comparar a La gran idea de Dios con un mapa de tesoro, el cual nos
conduce hacia las promesas de La Biblia".
-Mathew Crouch, CEO, Gener8Xion Entertainment
El DR. MYLES MUNROE es respetado internacionalmente como autor, conferencista,
maestro, instructor y consejero de líderes. Ha publicado numerosos libros que son
éxitos de venta, entre los cuales se encuentran: Libera tu potencial, Redescubriendo el
reino y Triunfar en época de crisis, publicados por esta editorial.
Destiny
Peniel Imagewww.destinyimage.com
w w w .p en iel.com
MYLES
MUNROE
LA GRAN
IDEA
DE DIOS
EN BUSCA DE ALGO
DIFERENTE Y SUBLIME
PENIEL
B u e n o s A ir e s - M iam i - S a n J o s é - S a n t i a g o
www. p e n i e l . c o m
© 2010 Editorial Peniel
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede
ser reproducida en ninguna forma sin el
permiso escrito de Editorial Peniel.
Las citas bíblicas fueron tom adas de la
Santa Biblia, Nueva Versión Internacional,
a menos que se indique lo contrario.
© Sociedad Bíblica Internacional.
Diseño de cubierta e interior:
A rte Peniel • arte@ peniel.com
Publicado originalmente en inglés con el título:
God’s Big Idea
by Destiny Image, Shippensburg, PA, USA
and Diplomat Press, Nassau, Bahamas
Copyright © 2008 - Myles Munroe
All rights reserved.
Munroe, Myles
La gran idea de Dios. - 1a ed. - Buenos Aires : Peniel, 2010.
208 p. ; 23x15 cm.
Traducido por: Mónica Ruiz
iSBN 10: 987-557-277-2
ISBN 13: 978-987-557-277-5
1. Vida Cristiana. I. Ruiz, Monica, trad. II. Título
CDD 248.5
E d it o r ia l P e n ie l
Boedo 25
Buenos Aires, C1206AAA
Argentina
Tel. 54-11 4981-6178 / 6034
e-mail: info@peniel.com
www.peniel.com
Impreso en Colombia / Printed in Colombia
Indice
Dedicatoria 5
Agradecimientos 7
Respaldo al autor 9
Prefacio 11
Introducción 17
C a p í t u l o 1
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra 21
C a p í t u l o 2
El poder detrás del “Principio del Jardín” 41
C a p í t u l o 3
El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas 61
C a p í t u l o 4
El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero 79
C a p í t u l o 5
¿Quién cuida de tu jardín? 95
C a p í t u l o 6
Comprende la influencia del jardín 115
C a p í t u l o 7
Creación de la cultura del reino 131
Ca p í t u l o 8
Creación de una comunidad del reino 157
Capítulo 9
Cautivemos la atención del mundo 175
Ca p í t u l o 10
Vivir en dos mundos, dentro de la misma Tierra 193
Dedicatoria
A
los siete mil millones de habitantes de la Tierra, quienes transitan
por la vida erráticamente, agobiados en su búsqueda infructuosa
de motivo y propósito para sus vidas.
A cada familia perdida en medio de la confusión colectiva, ya que
desconocen la causa por la cual a nosotros, como criaturas creadas, se
nos ha dado un lugar en este planeta, dentro del universo.
A los niños y a los jóvenes de cada país, quienes se sienten des­
ilusionados con la religión, decepcionados respecto de la política, y
quienes, además, no confían en las promesas vacías de la ciencia. Este
libro tiene como objetivo ayudarte a encontrar la gran respuesta, para
satisfacer tu corazón anhelante.
A los líderes políticos y religiosos con la responsabilidad de brin­
dar guía y soluciones reales a las personas del mundo entero. Que este
libro los inspire a buscar la alternativa más noble y admirable, para
alcanzar la restauración nacional y mundial.
5
Agradecimientos
Un libro jamás saldría a la luz, a menos que primero se hayan
inscripto en la mente y en el corazón del autor, miles de contri­
buciones y de influencias en su vida, para luego plasmarse mediante
el esfuerzo en conjunto de un grupo de trabajo, el cual, a través de un
proceso compartido, presenta un producto del cual millones de per­
sonas podrán beneficiarse. Por lo tanto, es imposible que solamente el
autor merezca todo el reconocimiento por un libro finalizado.
Quienes han contribuido con esta obra son personas que, algunas
de ellas, ya han partido de la Tierra; mientras que otras pertenecen a
esta generación y me brindan a diario nuevas ideas.
En primer lugar, deseo agradecer a mi amigo Don Milam, por
exhortarme constantemente a que desarrolle el potencial aún no apro­
vechado en mi interior, y por creer en mi capacidad, al extremo de
afirmar que soy “una biblioteca ambulante de libros aún por escribir”.
Steve, mi editor fiel y valioso, tu habilidad de capturar y plasmar
la profundidad de mis pensamientos es nada menos que un milagro,
y sin tu capacidad y talento, este libro no podría haber salido de la
cámara de incubación de mi corazón.
Asimismo, agradezco a Ruth, mi amada esposa, y a nuestros hijos
maravillosos, Charisa y Chairo (Myles Junior), por permitirme el tiem­
po necesario para liberar el potencial de cada libro, y por estimularme
para cumplir con el propósito de dar a conocer mi vida a los demás.
7
Respaldo al autor
Myles Munroe es, no solo un entrañable amigo, sino también el
autor cristiano que nos ha ayudado a entender en profundidad
el reino de Dios. El Señor nos anima a que abandonemos toda lucha
o contienda y que, simplemente, aceptemos la verdad de que el reino
de los cielos ya gobierna la Tierra con autoridad. Podemos comparar
al nuevo libro del pastor Myles, La gran idea de Dios, con un mapa de
tesoro que nos conduce hacia las promesas de La Biblia, el cual nos
enseña lo que realmente significa “buscar primeramente el reino de Dios
y su justicia”, de manera que todo lo demás comienza a acomodarse
perfectamente.
Matthew Crouch
CEO, Gene8Xion Entertainment
9
Prefacio
E
l mundo está gobernado por hombres y mujeres muertos. Esta afir­
mación puede sorprenderte, pero luego de meditar sobre ella, es
muy probable que estés de acuerdo, cuando comiences a considerar
el hecho de que todas las ideologías utilizadas como fundamento de
los gobiernos, religiones e instituciones, ya sean civiles o sociales, se
construyen sobre la base de ideas de personas que ya no se encuen­
tran en este mundo. El imperialismo, la monarquía, el socialismo, el
comunismo, la democracia y la dictadura han nacido a partir de ideas
cultivadas, gestadas y desarrolladas por hombres quienes, aunque hace
tiempo que han muerto, están presentes mediante la aplicación de
estas ideas en nuestras sociedades modernas.
Este libro analiza el poder irrefrenable de las ideas. Nuestro plane­
ta gira a partir del poder de las ideas, las cuales crean las condiciones
existentes en la Tierra. Considera lo siguiente: cada gobierno, en cada
nación, se guía, se ajusta y se amolda a partir de ideas diversas. La legis­
lación de cada país es el resultado de ideas concebidas en el seno de esa
sociedad, y las pautas sociales y culturales son, además, el producto de
ideas que las sociedades han considerado como aceptables, de manera
que se manifiestan, más tarde, en una conducta social determinada.
Este libro describe una idea que fue introducida en el Tierra por
su Creador, aunque poco después del comienzo de la travesía de los
seres humanos en la Tierra, esta idea no pudo ponerse en práctica,
la cual, sin embargo, ha sido el objeto de búsqueda del hombre. Esta
idea se originó en la mente y en el corazón de Dios, y fue la motiva­
ción y el propósito de la creación del universo y de la raza humana.
En este libro nos referimos a esta idea como “La gran idea”, e in­
tentamos demostrar que es superior a toda la sabiduría colectiva y a
todas las ideas que han nacido del intelecto humano en su conjunto.
Asimismo, supera ampliamente todos los conceptos filosóficos de la
11
L A G R A N I D E A D E D I O S
historia y, además, reemplaza a las instituciones que gobiernan a la
humanidad, desde la primera comunidad.
Pero esta “gran idea” no es nueva. Ha sido imitada, ocultada,
desaprovechada e interpretada erróneamente por la humanidad a lo
largo de la historia; y, sin embargo, parece evadir a los más sabios y
entendidos.
La búsqueda de esta “gran idea”, es la que, a lo largo de la histo­
ria, ha producido la totalidad de las ideologías que hemos aceptado;
también ha producido las condiciones para el nacimiento de todas las
religiones en la faz de la Tierra, a las cuales los seres humanos aceptan
y siguen. Esta gran idea es la única respuesta al anhelo profundo en el
corazón de cada persona, la cual satisface el vacío eterno en el espíritu
de la humanidad.
¿En qué consiste esta “gran idea”? Esta ideología ha servido como
la base para el primer gobierno en la Tierra. Es la aspiración divina, la
visión celestial, el propósito eterno del Creador para su creación, en
su conjunto, y para la humanidad en este planeta. La gran idea es el
programa de gobierno supremo para seres humanos, el cual satisfa­
ce todas las necesidades fundamentales de las personas y genera una
cultura tan perfecta que cubre y satisface todas las aspiraciones nobles
de cada comunidad, entre las que podemos encontrar la igualdad, la
justicia, la paz, el amor, la unidad y el respeto hacia la dignidad hu­
mana; además, incluye la valoración de la vida y la integración, tanto
personal como comunitaria.
Por otra parte, esta idea es superior a todas las aspiraciones hu­
manas conocidas, dentro de las cuales podemos encontrar el sistema
democrático, el régimen socialista, el sistema comunista, las prácticas
imperialistas; y las distintas clases de dictadura; así como también, a
la totalidad de las religiones del planeta. Anhelo fervientemente que
este libro revele la belleza de esta gran idea, la cual puede brindar las
soluciones para los conflictos y problemas que padecemos aquí, en
la Tierra, entre los que podemos mencionar la guerra, el terrorismo,
el delito, el sida, el abuso sexual infantil, la destrucción ambiental,
los conflictos culturales, la pobreza, la opresión, la limpieza étnica, la
1 2
Prefacio
crisis económica, la desintegración familiar, la corrupción política y
religiosa, la violencia social y la cultura del miedo.
Este libro es el resultado de mi búsqueda personal de significado,
de razón, de esperanza y de comprensión profunda de la vida. He
intentado proveer una solución a las inconsistencias, fracasos y decep­
ciones del intento, por parte del ser humano, de gobernarse a sí mismo
y de prometer doctrinas o sistemas optimistas, aunque irrealizables.
He sentido la misma angustia y desilusión ante las promesas de las
religiones, cuyos defectos han quedado plasmados en la historia mun­
dial. Además, las consecuencias nefastas de la religión son innegables,
cuando observamos la extorsión de recursos económicos y naturales,
el tráfico de armas en tiempos de guerra, las cruzadas devastadoras,
la inquisición, la opresión, la prescripción del tráfico de esclavos, la
corrupción y, más recientemente, la religión como motivadora del te­
rrorismo y de la destrucción de vidas inocentes.
Mi esperanza en la ciencia y en la educación se destruyó por com­
pleto, cuando comprobé que quienes abusan del poder, sin conciencia
alguna, utilizan el avance del conocimiento y de la tecnología con fi­
nes inmorales.
Como millones de personas, busqué en mi interior las respues­
tas que no se hallan disponibles dentro de las estructuras o de las
instituciones creadas por nuestras sociedades. Como resultado, esta
búsqueda me condujo hacia un Hombre que ha sido interpretado erró­
neamente, un joven filósofo judío que anunciaba una nueva idea, la
cual era muy poco ortodoxa, desconocida, y aún no probada; y quien,
además, desafió todas las ideas que la humanidad alguna vez ha con­
cebido. Esta idea única, estaba destinada a suplir todas las necesidades,
aspiraciones, preguntas y anhelos de la experiencia humana, mientras
que ponía, al mismo tiempo, al descubierto, no solo todos los defectos
y debilidades; sino también, la irracionalidad e inferioridad de nues­
tros conceptos. Su idea inigualable era tan perfecta, que abarcaba el
conjunto de experiencias de la vida personal y nacional, y posibilitaba
la plenitud de la raza humana en su conjunto, así como también la
regeneración de la creación.
1 3
L A G R A N I D E A D E D I O S
Esta idea no es una filosofía metafísica, confusa, impráctica o cós­
mica, cuya efectividad podría demostrarse solamente en otro mundo,
reservada para la vida en el “más allá”. En lugar de ello, es una ideo­
logía práctica, sensata y accesible para todos los habitantes de nuestro
planeta, aunque se haya gestado en otro reino. Puede funcionar per­
fectamente dentro de los gobiernos nacionales, las empresas, la vida
cívica, las comunidades y las familias. Está destinada a los niños, a los
adultos, a los ricos y a los pobres, así como también, a todas las escalas
sociales y generacionales.
Creo profundamente en esta “gran idea”, y puedo confirmar su
existencia en mi propia experiencia, ya que he dedicado mi vida entera
a transmitirla, enseñarla y darla a conocer a todas las personas a las
que tengo la oportunidad de conocer.
Por otra parte, esta idea no consiste en un dogma o posición de
naturaleza religiosa limitada, la cual nos aísla del resto de la humani­
dad. Por el contrario, esta idea perfecta y única invalida toda posición
religiosa institucional y se opone abiertamente a todo límite ideológi­
co del resto de las filosofías e ideologías que los seres humanos hemos
creado. Esta gran idea es tan eficaz, que confronta a todos los argu­
mentos conocidos; además, nos conduce hacia la búsqueda de una
mejor calidad de vida para la humanidad.
¿Qué es esta gran idea? Es el anhelo de la colonización de la Tie­
rra, por parte del reino celestial, el cual impacta notoriamente en el
territorio de este planeta con la cultura del amor de Dios hacia la
Tierra, y genera, además, una colonia de ciudadanos que reflejan la
naturaleza, los valores, la moral y el estilo de vida del cielo en la Tierra.
No es una idea religiosa, sino una invasión, a nivel global, de amor,
gozo, paz, bondad, afabilidad, paciencia y justicia, bajo la influencia
del gobernador celestial, el Espíritu de Dios.
Esta idea sostiene que la humanidad puede restaurarse para recu­
perar la pasión original, el propósito y el plan del Creador, que consiste
en extender su reino celestial, el país divino en la Tierra como colonia
del cielo y, mediante la humanidad, llenarla con su naturaleza divina
puesta de manifiesto en la conducta de los seres humanos. Esta idea
1 4
Prefacio
no tiene relación alguna con la religión, sino que es la manifestación
del gobierno de un reino superior.
¡Qué idea tan maravillosa! Es la gran idea de Dios. Únete a mí, a
medida que descubrimos esta idea suprema, la cual no pudo realizar­
se completamente en la Tierra, y entérate de la razón por la cual no
podía surgir desde aquí, sino que debía introducirse en este planeta a
través del Rey y Soberano más bondadoso, cuya nación pertenece a
otro mundo.
1 5
Introducción
L a muerte nunca puede acabar con una idea. Las ideas son más pode-
rosas que la muerte, y como lo ha demostrado la historia, las ideas
no pueden ser destruidas. Las ideas viven por más tiempo que los seres
humanos y no existe ser humano capaz de destruirlas. Efectivamente,
las ideas producen el todo, porque el “todo” comienza por una idea y
es el producto final de la concepción de esta idea específica. Este libro
es el resultado de una idea, y el papel con el que está impreso fue,
en algún momento, una idea. Los zapatos que usas, las prendas que
vistes, la taza de la cual bebes y la cuchara que utilizas eran ideas que
fueron plasmadas, más tarde, mediante el esfuerzo humano.
En efecto, cualquier intento por acabar con una idea, solo contri­
buye a que se afiance y multiplique. Todas aquellas ideas, que han sido
reprimidas o que parecen haber desaparecido en el lapso de una gene­
ración, se abrirán paso en la siguiente y dejarán su profundo impacto
en futuras generaciones.
¡La batalla más difícil consiste en luchar en contra de una idea! En
términos filosóficos, las ideas nunca pueden ser destruidas por armas
tangibles, ya sean, espadas, tanques, armas nucleares, biológicas o quí­
micas. ¿Por qué? Porque se gestan en un lugar a donde ninguna arma
forjada puede llegar: la mente. Si acabas con la vida de un hombre, no
destruyes sus ideas, ya que pueden transmitirse y vivir generación tras
generación.
Esta es la razón por la cual todas las ideologías perduran, no im­
porta tu opinión acerca de ellas. El imperialismo, el comunismo, el so­
cialismo, la democracia, la dictadura y la monarquía representan ideas
que ningún arma puede destruir, aunque las personas que las concibie­
ron hayan muerto hace mucho tiempo. Por este motivo, es tan difícil
reaccionar ante el fantasma del terrorismo, ya que es una idea que ha
sido transmitida en persona, por terroristas hacia la comunidad de la
L A G R A N I D E A D E D I O S
cual forman parte; luego esta idea se vende, se trafica y se transmite a
las mentes de otras personas para convertirse, finalmente, en la base y
doctrina filosófica de la conducta destructiva, la cual se ha convertido
en el desafío más importante para el siglo XXI. ¿Cómo combatir al
terrorismo? ¿Acaso puede una bala destruir una idea? ¿Se extingue
el terrorismo cuando un terrorista muere? ¿Cómo ganar una guerra
contra una idea? Creo profundamente que la única manera de derrotar
a una idea perversa consiste en concebir una idea mejor, porque las
ideas solo se destruyen con otras ideas.
Creo firmemente que la batalla en la Tierra es una batalla de ideas,
y siempre ha sido de este modo. A lo largo de la historia la humanidad
siempre ha estado en conflicto a causa de las ideas. La guerra fría fue
el resultado del enfrentamiento de ideas opuestas. La Segunda Guerra
Mundial también lo fue. Asimismo, la Guerra de Corea tuvo, como
causa principal, el conflicto de ideas antagónicas. El fenómeno del
apartheid tiene, como fundamento, la idea de exclusión a los otros, y
es, básicamente, un conflicto de ideas acerca de los conceptos de raza,
origen étnico y valorización del ser humano. Las tensiones entre China
y las culturas occidentales se debieron al choque de ideas opuestas.
Estos eventos y cuestiones históricos fueron, en su totalidad, guerras
de naturaleza ideológica.
Tal vez en este momento, y ya que hemos explicado los efectos de
las ideas, sería útil definir el concepto de “idea”. A fin de comprender
lo que significa una idea, es necesario comenzar con lo que llamamos
“precepto”. El término “precepto” lleva, en sí mismo una construcción
morfológica que incorpora el prefijo “pre”, el cual significa “antes”,
y la palabra raíz, “cepto”, que implica “pensamiento”. Por lo tanto,
este término tiene el significado de “pensamiento anterior”, en otras
palabras, un pensamiento “que ocurrió con anterioridad”. En esencia,
un precepto es un “pensamiento original” que da origen a una idea.
Cuando se concibe un precepto, se lo llama “idea”. Por consiguiente,
una idea es un “pensamiento concebido", el cual se convierte en el ori­
gen de un concepto y luego evoluciona, hasta convertirse en una ima­
gen mental, la cual da por resultado final un producto concreto. De
1 8
Introducción
esta manera, una idea puede ser, y así sucede generalmente, la fuente
para el acto creativo. La creación es la manifestación física de esta idea.
Un pensamiento-idea puede evolucionar en una teoría y luego
convertirse en una filosofía. En esta etapa final, cuando la idea se con­
vierte en una doctrina filosófica determinada, se forma un sistema de
creencias, la cual se transforma en el motivador de toda conducta y
de toda respuesta hacia la vida y el entorno. Las creencias son, pues,
el matiz mediante el cual concebimos e interpretamos la vida. Básica­
mente, las ideas son el origen de la filosofía que se convierte en nues­
tro modo de pensar, en nuestra concepción de la verdad y en nuestro
sistema de creencias, ya que reflejan, posteriormente, nuestro estilo de
vida y nuestro condicionamiento mental.
Nada es tan poderoso como un sistema filosófico, cuya base son
los preceptos; a su vez, los preceptos consisten en las ideas que conce­
bimos y aceptamos. Los pensamientos controlan el mundo, y nosotros
nos convertimos en aquello que nuestros pensamientos nos imponen.
Esta es la premisa sobre la cual el rey Salomón, hace más de tres mil
años, afirmó esta verdad: “Porque cual es su pensamiento en su corazón,
tal es él” (Proverbios 23:7, RVR60). No puedes vivir ajeno a tu filoso­
fía y a tu sistema de creencias. Solamente podrás cambiar tu forma
de vivir cuando tu filosofía cambie, y esta no cambiará, hasta que no
transformes tus ideas.
19
C A P Í T U L O I
El jardín del Edén: el reino
de Dios en la Tierra
Adonde quiera que vaya, descubro que un creciente número de
personas, alrededor del mundo, están hastiadas de la religión.
Hace poco tiempo fui invitado como disertante en una confe­
rencia “espiritual”, realizada en la ciudad de México. Realmente, era
un encuentro ecuménico de gran magnitud, al cual estaban invitados
conferencistas destacados, entre los que se hallaban un líder pertene­
ciente a la religión Sikh, de la India, uno de los principales imanes1 del
Islam, y el Dalai Lama, en persona, quien hablaba antes de mí en el
cronograma. Además, el arzobispo católico de México se encontraba
presente; así como también el arzobispo anglicano de Canterbury de
Inglaterra. Yo era el único “evangélico” dentro de la lista de oradores.
Cuando llegamos a la ciudad de México, tanto mi esposa como
yo teníamos dudas en cuanto a la manera en que nos recibirían. No
debimos habernos preocupado. Aquellas personas, todas de diferentes
credos, nos dieron una calurosa bienvenida, con un fuerte abrazo y
con palabras alentadoras. En efecto, la coordinadora general me alentó
de la siguiente manera:
-Hemos oído hablar muy bien de usted. Siéntase libre de decir
todo lo que desee. Exprésese sin limitaciones.
Yo era el último orador de todo el cronograma, y debía comen­
zar cerca de las 15:00. Todos los demás oradores ya habían disertado,
1. N d. T: El imán es la persona encargada de presidir la oración canónica
musulmana, quien se ubica adelante de los fieles para que estos sigan en sus rezos y
movimientos.
2 1
L A G R A N I D E A D E D I O S
ante una audiencia de muy pocas personas. No conozco qué se dijo
acerca de mí, pero cuando llegó mi turno de hablar, la conferencia se
llenó de oyentes. Delante de mí, en la primera fila con mi esposa, se
encontraban los líderes budistas, hindúes y musulmanes, todos ellos
engalanados con sus finos atuendos.
Mientras observaba la multitud, le pedí en silencio a Dios: “Se­
ñor, ¡ten misericordia!”; luego sentí un gran fervor. Me despojé del
miedo, me paré en medio de la plataforma en el poder del Espíritu
Santo, y dije:
-Pónganse todos de pie, vamos a orar. Tomémonos de las manos y
permanezcamos unánimes por el poder del Espíritu Santo.
Todos los participantes, en aquel estadio, hicieron exactamente lo
que les pedí. La unción descendió sobre mí con autoridad, y comencé
a orar. Algo impactó profundamente aquel estadio. De repente, todos
los participantes comenzaron a llorar. Excepto por el sonido de los
suaves sollozos, en ese lugar reinaba un profundo silencio.
Finalmente, pedí a la audiencia que tomaran sus asientos. El silen­
cio era tal, que podía escucharse la caída de un alfiler.
-Hoy -comencé- deseo hablarles sobre el propósito original de
Dios y la razón por la cual el Señor creó al ser humano.
Sabía que era la única oportunidad de transmitir el mensaje que
todos necesitaban oír. Cuando concluí con mi predicación, treinta y
cinco minutos después, los participantes comenzaron a aplaudir de
pie. Podía oír el clamor de
-¡Más, más, más!
Y lo decía la audiencia. La directora subió a la plataforma, aplau­
diendo y asintiendo con su cabeza.
-Dales más -me pidió con vehemencia.
-¿Más? -le pregunté.
-Sí, desean oír más, por favor, continúa -me rogó.
De manera que durante los veinticinco minutos siguientes, de­
claré, ante aquella audiencia, por qué Jesucristo es diferente de Buda,
de Mahoma, de Confucio y de todos los demás “fundadores” de las
religiones mundiales.
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
-En primer lugar -les dije- permítanme dejar en claro que no soy
un hombre religioso. En segundo lugar, estoy convencido de que el
problema más importante del mundo es la religión.
Aquel estadio permanecía en completo silencio.
-En tercer lugar, estoy aquí en representación de un Hombre que
jamás fue religioso, y cuya teología, psicología e ideología superaron
ampliamente el concepto de “religión”. Creo que su plan y su parecer
sobre el comportamiento y el futuro de la humanidad es la única solu­
ción que tenemos como raza. Luego de analizar todas las otras diser­
taciones, y todas las otras ideologías que se han presentado, proclamo
que la suya es más digna y superior a todas.
Aunque parezca difícil de creer, en aquel lugar comenzó a reinar
un silencio aún más profundo.
-Por ejemplo -continué-, la mayoría de las religiones proclaman:
“ojo por ojo y diente por diente”, pero este gran filósofo dice: “amen
a sus enemigos.
Podía ver cómo el imán musulmán se retorcía en su silla.
-He venido a hablar de nuestra profunda necesidad espiritual. Ya
no necesitamos de las religiones para el mundo, porque todos sabemos
que nosotros mismos somos el problema. Lo que realmente necesita­
mos es alguien que gobierne al mundo con autoridad, y he venido a
contarles sobre este gobierno alternativo. El único gobierno posible es
el reino de Dios. Cada persona en este lugar ha comprendido errónea­
mente a la persona y a la obra de Jesucristo.
Continué con esta línea de pensamiento durante, al menos, me­
dia hora más, y cuando finalicé, la gente volvió a aplaudir de pie.
¿Por qué mi mensaje fue recibido de manera tan calurosa? Porque
no hablé de religión. Si me hubiera referido al “cristianismo”, nun­
ca hubiera impactado en la audiencia. En lugar de ello, prediqué
acerca de Dios, de su Hijo, y de su “gran idea”, de modo que las
personas, en aquel lugar creyeron en el mensaje. ¿Por qué? Porque
los seres humanos sienten gran hastío respecto de la religión, ya que
han comprobado que no funciona y que no puede dar respuesta a las
cuestiones más profundas, como tampoco satisface los anhelos del
2 3
L A G R A N I D E A D E D I O S
alma. Las personas de todo el mundo se hallan en la búsqueda de
algo diferente y sublime.
Nuestro mundo actual está destruido a causa del desasosiego y
de la violencia. La guerra, el genocidio, la “limpieza étnica”, y el te­
rrorismo son la prueba del enfrentamiento violento, sin precedentes,
entre diferentes culturas. Este conflicto cultural tiene su verdadero ori­
gen en las diversas ideologías con fundamento religioso, las cuales se
hallan profundamente arraigadas en el mundo. Es extremadamente
difícil cambiar una cultura, especialmente cuando una religión se ha
convertido en su piedra fundamental, ya que esta cultura se basa en
un sistema determinado de creencias. Históricamente, las diferencias
religiosas han sido y son hoy, la principal causa de la mayoría de los
conflictos violentos en el mundo entero. Claramente, la religión ha
causado gran pesar a la humanidad.
Una idea excepcionalmente bella
La religión es la idea concebida por el ser humano; por lo tanto,
no proviene de parte de Dios.
La idea original del Señor es más grande y más sublime que todo
aquello que podamos imaginar. Pero, ¿en qué consiste esta gran idea
de Dios? El Señor decidió extender su reino celestial en el plano te­
rrenal, expandir su esfera sobrenatural en la esfera natural. Por con­
siguiente, podemos afirmar que Dios decidió llenar la Tierra de la
cultura del cielo.
¿De qué manera el Señor puso esta idea en práctica? Dios ac­
tuó de manera impredecible, y siempre lo ha hecho de este modo.
Habitualmente los reinos humanos y los imperios surgen, así como
también caen, mediante la guerra y la conquista. No es el caso del
Señor, porque sus pensamientos no son nuestros pensamientos, ni
sus métodos son los nuestros (vea Isaías 55:8). Por lo tanto, Dios hizo
algo completamente diferente, porque cuando decidió establecer la
cultura del cielo en la Tierra, no utilizó la guerra ni el conflicto para
lograrlo. Tampoco instituyó un código legislativo. En lugar de ello,
24
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
cuando el Señor se dispuso a establecer el cielo en la Tierra, hizo algo
mucho más simple, algo excepcionalmente bello y maravilloso.
Dios plantó un jardín
Aunque invisible, el cielo es un lugar concreto, en el sentido
literal de la palabra, pues es un reino con un territorio y con un
gobierno, es decir, el gobierno de Dios. Desde el comienzo el Señor
tenía un propósito muy simple, el cual consistía en extender su reino
celestial e invisible en la Tierra visible. Esta intención original es el
eje de Las Escrituras. Históricamente, cuando un reino o imperio
ha deseado expandir su influencia o territorio, lo ha conseguido,
básicamente, mediante dos métodos: la conquista directa o la co­
lonización. Como el exclusivo e incuestionable Creador y Soberano
de todo lo que existe, Dios decidió expandir su dominio e influencia
desde el plano espiritual hacia el natural y, desde lo invisible hacia
lo visible, al establecer una base o “colonia” del cielo. Su plan era
poblar esta colonia con sus hijos, los seres humanos creados a su
imagen, los cuales vivirían y administrarían el gobierno del reino
celestial en la esfera terrestre.
A diferencia del método que cualquier rey de la Tierra habría
adoptado, la colonia del cielo en la Tierra no consistía en la insta­
lación de fortalezas de gruesas paredes, almenajes y empalizadas,
a fin de intimidar a la población atemorizada. Por el contrario, el
Padre celestial inició su reino en la Tierra mediante la creación de
un jardín en el Edén, un lugar especialmente preparado para que
habiten los primeros representantes de su gobierno en este planeta.
Desde ese centro de abundancia y belleza, ellos obedecerían al man­
damiento de ser fructíferos y de multiplicarse (vea Génesis 1:28),
por medio del cual, llenarían la Tierra con su especie y plantarían
los “jardines” del reino, a donde quiera que se encontraran. De esta
manera, como la levadura en el pan, ocuparían el territorio terrestre
con la nación del cielo.
2 5
L A G R A N I D E A D E D I O S
Comprensión cabal del propósito original divino
La clave para entender la presencia y el propósito de los seres hu­
manos en la Tierra, radica en comprender profundamente el propósito
original divino. Si conocemos lo que el Señor se propuso concretar en
el principio, podremos obtener un mejor conocimiento sobre dónde
nos encontramos ahora y hacia dónde deberíamos dirigirnos.
El término “propósito” puede definirse como “meta original”. Para
nosotros, conocer lo que una persona intentó hacer es más importan­
te que lo que él o ella hizo o dijo efectivamente. Si no discernimos
con eficacia la intención o propósito original, no podremos interpretar
acertadamente el objetivo de Dios. Esta es una razón por la cual existen
tantas personas confundidas en el mundo: hemos mal interpretado el
propósito original del Todopoderoso; además, no solo hemos entendi­
do erróneamente nuestra naturaleza, sino que, hemos malinterpretado
el propósito del Señor para nosotros, aquí en la Tierra.
Comprender la intención original del Señor nos brinda la posibi­
lidad de ver “la situación en su conjunto”. Si solo vemos u oímos una
pequeña porción del todo, comprenderemos mal y obtendremos las
conclusiones equivocadas. El Padre tiene un propósito para todo lo que
realiza. Por lo tanto, nosotros, los ciudadanos del reino, somos parte
de su plan global, aunque, generalmente, solo podemos ver una parte
bastante pequeña de nuestra situación en el reino, en un momento
determinado. La Biblia, el manual de instrucciones del Señor para la
vida en su reino, nos informará sobre su propósito, el cual, a su debido
tiempo, nos ayudará a mantener el cuadro completo ante nuestros ojos.
Asimismo, el propósito es, además, el componente más importan­
te de la motivación, ya que es la fuente y la razón por la cual alguien
crea o realiza algo. Sin embargo, a menos que se enuncie específica­
mente, la intención se encuentra generalmente oculta. Un buen ejem­
plo de este fenómeno es la obra de un pintor. En muy pocas ocasiones
los artistas enuncian explícitamente su propósito; en lugar de ello, de­
jan que la obra hable por sí misma. Para aquellos que se esfuerzan por
descubrirlo, el propósito detrás de la obra del artista puede discernirse
a partir de la pintura. No se necesita de otra explicación.
26
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
Como me he referido anteriormente, si se desconoce el propósito,
es inevitable que surja la mala interpretación, y es muy probable que
se desperdicie una gran pérdida de tiempo, de talento, de energía, de
dones y de recursos. A menos que conozcamos la intención de Dios,
todo lo que hagamos será una pérdida de tiempo. Este es el problema
con la religión, ya que, en el mejor de los casos, es la conjetura mejor
lograda de la humanidad, con respecto a la intención original del Pa­
dre. No obstante, la clave para la vida y para el propósito, es alcanzar
el propósito del Señor.
Felizmente para nosotros, Dios no ha ocultado su propósito, del
modo que lo haría un artista con su pintura. Por el contrario, se ha
revelado a sí mismo y su intención mediante la creación, algunas veces
referida como “revelación general”, de la cual el Salmo 19:1 se refiere
de la siguiente manera: “Los cielos cuentan la obra de Dios; el firmamento
proclama la obra de sus manos”. La “revelación general” se refiere a todo
cuanto podemos aprender del Señor, mediante la observación de su or­
den creado. Por otro lado, el concepto de “revelación especial” está re­
lacionado con lo que Él revela explícitamente acerca de sí mismo, ya sea
a través de su declaración directa o a través de manifestación, para las
cuales nosotros carecemos de discernimiento natural. En La Biblia en­
contramos una gran cantidad de afirmaciones de la revelación de Dios.
Efectivamente, el Padre declara expresamente su intención, en el
primer capítulo del Libro sagrado:
Y dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza.
Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del
cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes,
y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios
creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hom­
bre y mujer los creó, y los bendijo con estas palabras: “Sean fruc­
tíferos y multipliqúense; llenen la tierra y sométanla; dominen a
los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que
se arrastran por el suelo”.
- G é n e s i s 1 : 2 6 - 2 8
L A G R A N I D E A D E D I O S
La frase: “Y dijo" indica que la fase siguiente es la expresión del
propósito que Dios tenía en mente antes de la creación. De modo
que, cada vez que el Señor habla, debemos escuchar cuidadosamente,
ya que estamos a punto de recibir su propósito revelado. En este caso
conocemos cuál fue su intención y propósito, cuando creó el universo,
el planeta Tierra, junto con todas sus criaturas, y en especial, la raza
humana. En primer lugar, El Señor nos revela explícitamente lo que Él
deseaba realizar, lo cual consistía en crear una especie a su imagen y
semejanza. Luego, nos explica que los seres humanos debían dominar
y gobernar a toda criatura del planeta.
A fin de llevar a cabo este propósito, el Padre preparó un lugar
especial para sus representantes humanos, una “base de operaciones”,
desde la cual pudieran cumplir con su obra y llenar la Tierra con la
cultura del cielo:
Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al
hombre que había formado. (...) Dios el Señor tomó al hombre
y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara.
- G é n e s i s 2 : 8 , 1 5
Su propósito original consistía, pues, en poblar la Tierra con la
humanidad, la cual, a su debido tiempo gobernaría y dominaría el
planeta para Él y en su nombre. Podemos observar que su propósito
era, en realidad, muy sencillo.
Morada para la humanidad
A este respecto, existe una gran cantidad de referencias, a lo largo
de La Biblia, que expresan el propósito original de Dios. Por ejemplo,
el profeta judío Isaías, declara que Dios creó la Tierra como morada
para la humanidad:
Porque así dice el Señor, el que creó los cielos: el Dios que formó
la tierra, que la hizo y la estableció; que no la creó para dejarla
2 8
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
vacía, sino que la formó para ser habitada: “Yo soy el Señor, y no
hay ningún otro”.
- I s a í a s 4 5 : 1 8
En el plan divino la Tierra siempre ha tenido un propósito espe­
cífico. El Señor nunca ideó la Tierra para luego dejarla vacía. Desde
el comienzo, aun antes de crearla, Dios la imaginó con abundancia
de vida animal y vegetal, supervisada y gobernada por seres humanos
creados a su imagen, quienes ejecutarían la autoridad delegada por
el Señor.
Uno de los salmos más antiguos afirma: “Los cielos le pertenecen
a Señor, pero a la humanidad le ha dado la tierra” (Salmo 115:16). Su
deseo era extender su dominio real desde el cielo a la Tierra, aunque
no deseaba realizarlo en persona. En lugar de ello, decidió crear al gé­
nero humano a su imagen, es decir, a seres espirituales que habitaran
en cuerpos físicos, perfectamente adaptados para habitar en la esfera
natural. La Tierra ha sido dada a los seres humanos. Por lo tanto, cual­
quier religión que enseñe o enfatice el hecho de dejar la Tierra para
vivir eternamente en otro lugar, “en la vida por venir”, no comprende
el punto central de la idea del Señor. Si anhelamos dejar la Tierra, con
el objeto de vivir en otro lugar, no hemos comprendido la intención
de Dios. Mientras que La Biblia afirma expresamente que el mundo
pasará (vea 1 Corintios 7:31; 1 Juan 2:17), también promete que una
Tierra nueva tomará su lugar:
Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra
nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán
a la memoria.
- I s a í a s 65: 1 7
Porque así como perdurarán en mi presencia el cielo nuevo y la
tierra nueva que yo haré, así también perdurarán el nombre y los
descendientes de ustedes -declara el Señor.
- I s a í a s 6 6 : 2 2
2 9
L A G R A N I D E A D E D I O S
Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra
nueva, en los que habite la justicia.
- 2 P e d r o 3 : 1 3
Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer
cielo y la primera tierra habían dejado de existir.
- A p o c a l i p s i s 2 1 : 1
Si la intención original del Padre, la cual consistía en habitar la
Tierra, habría de cambiar luego del fin del sistema actual, ¿por qué
crearía una Tierra nueva? La razón es muy simple: el futuro de la hu­
manidad, en el reino de los cielos, siempre ha estado relacionado con
la Tierra, aunque con una Tierra nueva.
Su propósito original y permanente consistía en extender su reino
celestial e invisible a la Tierra, además de ejercer su predominio desde
el cielo, mediante el gobierno de sus hijos terrenales creados según
su imagen.
Se llama “colonización” a la expansión del gobierno de un reino
en particular, desde un lugar hasta otro, mediante el establecimiento
de una base en un territorio desconocido; mientras que a la base es­
tablecida se la denomina “colonia”. En pocas palabras, el propósito
original de Dios era hacer de la Tierra una colonia del cielo.
Sé que la mayoría de las personas, cuando piensan en el proceso
de colonización, lo hacen en términos muy negativos, en particular,
aquellas que han vivido sujetas a un régimen colonial, como es mi
caso personal. Y tienen buenas razones para hacerlo de este modo: a
lo largo de la historia, la mayoría de las colonizaciones se han carac­
terizado por la coerción, la brutalidad, la avaricia, la explotación, la
persecución y la opresión. Efectivamente, estas características reflejan
la naturaleza y las tácticas del diablo, el enemigo inicial de la humani­
dad, quien se apoderó ilegalmente del jardín o “colonia”, y destronó a
los gobernadores legítimos: Adán y Eva.
La colonización era la idea inicial del Señor, aunque a diferencia
del modo de colonizar humano, su colonia en la Tierra consistió en
on
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
la creación de un jardín. Si trazamos una analogía con la colonia, el
jardín tiene todas las características positivas generales, pero carece
de toda connotación negativa. En contraste absoluto con la mane­
ra violenta y compulsiva que los imperios humanos se expanden, el
método divino era mucho más sutil. Así como el jardín transforma
de manera gradual, bella y completa el terreno donde fue plantado,
del mismo modo la influencia del reino del Señor en la Tierra, crece
gradualmente y, a menudo, de manera invisible, hasta que finalmente
cubre la Tierra con su cultura celestial. Jesús comparó este proceso con
la levadura dentro del pan:
El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y
mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda
la masa.
- M a t e o 1 3 : 3 3
Además, trazó una analogía con la semilla de mostaza:
¿A qué se parece el reino de Dios? -continuó Jesús-. ¿Con qué voy
a compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre
sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las
aves anidaron en sus ramas.
- L u c a s 1 3 : 1 8 - 1 9
El propósito final del Creador, al plantar en su jardín la “colonia”,
consistía en llenar la Tierra con su gloria, la cual representa uno de
los temas más importantes de La Biblia. En efecto, el Señor le dijo
a Moisés: “Mas tan ciertamente como vivo yo, y mi gloria llena toda la
tierra” (Números 14:21, RVR60). El rey Salomón, hijo de David, oró
diciendo: “Bendito sea por siempre su glorioso nombre; ¡que toda la tierra
se llene de su gloria!” (Salmo 72:19). Dios reitera este tema al profeta
hebreo Habacuc, cuando dice: “Porque así como las aguas cubren los
mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del
Señor” (Habacuc 2:14).
3 1
L A G R A N I D E A D E D I O S
En hebreo, el término “gloria” es kabod, mientras que el equiva­
lente griego es doxa. Ambos términos transmiten el concepto de algo
“pesado” o de “gran peso”. Más específicamente, la palabra “gloria”
se refiere a la naturaleza, en plenitud, de alguna cosa o circunstancia.
Dios desea llenar la Tierra con su peso completo, con su naturaleza
real y total, con la plenitud de lo que Él es y de su esencia divina.
Desea habitar en la Tierra, del mismo modo que lo hace en el cielo.
El Salmo 19 afirma que los cielos están llenos de la gloria del Señor.
Por lo tanto, Él anhela que en la Tierra ocurra el mismo proceso, y lo
desea llevar a cabo mediante personas que estén llenas de su natura­
leza y de su Espíritu.
El ascenso... la caída... y el ascenso de un reino
Entender el propósito divino original nos ayuda a comprender La
Biblia, su Palabra escrita. Muchas personas interpretan erróneamente
Las Escrituras y su mensaje, ya que no pueden comprender la inten­
ción inicial del Señor.
Podemos afirmar, en pocas palabras, que La Biblia describe el as­
censo, la caída y el nuevo ascenso del reino de Dios en la Tierra. Nos
cuenta la historia de un reino establecido, un reino perdido y un reino
recuperado. Los dos primeros capítulos del libro de Génesis describen
el establecimiento del reino terrenal del Creador, bajo el gobierno de
Adán y Eva, a quienes el Señor creó a su imagen y a quienes les otorgó
el dominio sobre la creación. El capítulo 3, del mismo libro, describe
cómo Adán y Eva perdieron el reino terrenal, mientras que el resto de
Las Escrituras muestra la obra del plan del Padre, para recobrar ese
reino y restaurarlo a su situación original.
La Biblia comienza con el relato de la creación de la esfera na­
tural, los cielos y la Tierra, aunque antes de ello, Él había creado y
establecido la esfera sobrenatural, a la que conocemos como “cielo”,
el centro invisible de su poder. El cielo es el reino inicial del Señor.
El cielo, con Dios como rey, es una nación como lo es cualquier na­
ción o patria sobre la faz de la Tierra, aunque invisible. La epístola a
32
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
los Hebreos, en el Nuevo Testamento, describe a Abraham y a otras
personas de fe de la antigüedad como “extranjeros y peregrinos en la
tierra” quienes “andaban en busca de una patria” (Hebreos 11:13-14).
Estos versículos no se refieren a sus países terrenales de origen, a los
cuales podrían haber regresado si así lo hubieran deseado; sino a otra
patria, en otro lugar:
Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por
lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les pre­
paró una ciudad.
- H e b r e o s 1 1 : 1 6
Por lo tanto, el cielo es una nación, un reino gobernado por un rey,
Dios en persona. El único título apropiado para describir al Señor en el
cielo es “Rey”, ya que nadie lo hizo llegar al poder por medio del voto.
El Rey gobierna debido a su derecho por ser el Creador de todas las
cosas. Porque Él creó todas las cosas existentes, todo le pertenece. Él es
el único soberano legítimo del universo. Al respecto, el Salmo 103:19
afirma que “El Señor ha establecido su trono en el cielo; su reinado domina
sobre todos”. Jamás existirá otro soberano, ya que el reino de Dios es
eterno, lo cual queda afirmado en el Salmo 45:6a: “Tu trono, oh Dios,
permanece para siempre”.
Ya que en la naturaleza de los reinos se encuentra el deseo de
expandir sus territorios, Dios decidió extender su reino invisible y so­
brenatural hacia la esfera visible y natural. Creó los cielos y la Tierra, y
luego plantó un hermoso jardín en el Edén, como núcleo y punto de
partida para la expansión. Llenó la Tierra con toda variedad de plantas
y animales. Finalmente, creó al hombre y a la mujer, seres a su imagen
y semejanza, y los colocó en este jardín, como sus representantes del
reino para gobernar la Tierra bajo la autoridad divina.
El Señor les concedió dominio sobre la esfera terrenal, aunque
Él continúa siendo el Rey, puesto que todo le pertenece. El salmista
declaró:
33
L A G R A N I D E A D E D I O S
Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuan­
tos lo habitan; porque él la afirmó sobre los mares, la estableció
sobre los ríos.
- S a l m o 2 4 : 1 - 2
¡Cuán imponente es el Señor Altísimo, el gran rey de toda la tierra!.
- S a l m o 4 7 : 2
Cuando Dios creó la humanidad delegó su autoridad a los seres
humanos sobre la Tierra, aunque jamás nos cedió la pertenencia de
este lugar. Él es el Rey de la Tierra, y Adán y Eva era sus administrado­
res, con autoridad casi ilimitada para gobernar en su nombre.
Como la base inicial del reino celestial invisible de Dios, inmersa
en la esfera visible, el Edén era un destello del reino sobre el pla­
neta. Todo lo que allí se encontraba reflejaba la cultura, gobierno y
métodos del reino. Verdaderamente, era un paraíso. Por desgracia,
este estado idílico no duró mucho tiempo. En el capítulo 3 del libro
de Génesis encontramos la trágica historia de cómo un usurpador
demoníaco y pretendiente al trono, mediante una combinación de
sutileza y engaño, ganó el control de la base del reino de Dios en
la Tierra. Los administradores terrenales, Adán y Eva, fueron indu­
cidos a desobedecer la orden del Rey y, de este modo, renunciaron
a su dominio y autoridad sobre el planeta. Satanás, un querubín
desempleado con ilusiones de grandeza, quien además es el enemigo
principal del Señor, se apoderó del control de un dominio que no le
pertenecía legítimamente, y lo contaminó rápidamente con el vene­
no de su propia naturaleza maligna. El paraíso se había perdido, y
desde aquel momento, nosotros, los seres humanos, hemos anhelado
la restauración de este reino perdido.
Los próximos ocho capítulos del libro de Génesis describen la co­
rrupción intensificada de la cultura, la moral, los pensamientos, la
imaginación y la conducta humana, debido a la naturaleza pecadora
heredada de Adán y Eva; así como también, la influencia continua y
devastadora del diablo y de su gobierno ilegal.
34
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
El capítulo 12 de Génesis, comienza con la historia del plan de
Dios para recobrar y restaurar el reinado terrenal que la humanidad
perdió. Dios llamó a Abraham quien, a través de su descendencia,
levantaría una nación constituida por seres humanos que Él llamaría,
más tarde, “su pueblo”, y mediante quienes el Señor enviaría a su pro­
pio Hijo a la Tierra, para restablecer su reino, a fin de arrebatarlo de
las manos del gran usurpador.
Luego de cientos de años de preparación, y cuando era el tiempo
perfecto en los planes de Dios, Jesucristo, su Hijo, nació de una virgen
y creció en una familia de origen humilde. Porque su misión consistía
en restablecer el reino del cielo en la Tierra. No es de sorprender que
su mensaje estuviera basado en el reino, el cual era un mensaje de co­
lonización divina. Por lo tanto, las primeras palabras públicas de Jesús
fueron: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo
4:17b). Su vida, su ministerio, su muerte y su resurrección rompieron
el poder del impostor y usurpador, restauró el reino terrenal de su Pa­
dre y abrió la puerta para que la humanidad recupere su lugar legítimo
dentro de ese reino.
“En la tierra como en el cielo”
Jesús enseñó a sus seguidores a orar de la siguiente manera: “Padre
nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:9-10). Con
estas palabras, Jesucristo acudía a su Padre para restaurar su gobierno
y cultura en la Tierra, como lo había sido en el cielo, y como había
sucedido en el Edén, al principio de la creación.
¿Cómo era el reino de Dios en la Tierra? ¿Cómo era la vida en la
colonia del reino, en este planeta y su jardín?
Básicamente, el Edén era un reflejo directo de la esfera sobrena­
tural en la esfera natural. Por un lado, consistía en tierra, en un terri­
torio. Cada reino debe poseer territorio, ya que sin tierra no queda
nada sobre lo cual un rey pueda gobernar. Aunque invisible, la esfera
sobrenatural del cielo es vasta e infinita, mucho más extensa que el
3 5
L A G R A N I D E A D E D I O S
plano natural y visible. El Edén era el ámbito físico con un territorio
tangible. Esta es la razón por la cual Dios no creó en primer lugar al ser
humano. Fundó la Tierra de manera que el hombre tuviera territorio
para gobernar. Adán y Eva gobernaron el Edén y el orden creado por
el Señor, del mismo modo que el Rey lo hacía en el cielo.
En segundo lugar, el Edén compartía un lenguaje común con el cielo.
Cualquier nación necesita una lengua en común, de otro modo co­
menzaría a perder cohesión social y nacional. Adán y Eva hablaban
con su Creador. Conversaban abierta y fácilmente con Él, gracias a una
relación completamente transparente; además, siempre sabían lo que
el Señor esperaba de ellos. Todo aquello cambió cuando el usurpador
tomó el control. Aunque todos los seres humanos tuvieron, durante
varios siglos, la misma lengua, el Señor confundió su lenguaje en el
momento en que se construía la Torre de Babel (vea Génesis 11:1-9).
En ese momento, perdieron su capacidad para entender y hablar el
lenguaje del Señor, el cual es el lenguaje del cielo.
Esta es la causa por la cual, cuando nos encontramos fuera del
reino, no comprendemos lo que Él dice, como tampoco conocemos lo
que Él espera de nosotros. Una de las características de la vida dentro
del Reino es que tenemos la posibilidad de hablar y de entender el
lenguaje divino, de un modo que no pueden hacerlo aquellas personas
ajenas al Señor.
Además, el Edén tenía las mismas leyes y la constitución del cielo. Es­
tas leyes no se encontraban escritas, porque Dios las había grabado
en los corazones y en las mentes de la pareja creada. Conocían lo que
su Creador esperaba y exigía. Entendían la manera en que Él deseaba
que vivieran y qué quería que hicieran. Las instrucciones del Señor
eran simples: que fueran fructíferos, que se multiplicaran, que llena­
ran la Tierra y que la dominaran. Impuso una sola restricción en sus
actividades, la cual tenía como propósito la protección de los seres
humanos: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del
conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas,
ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Excepto por esta prohibición
explícita, eran completamente libres.
36
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
En el comienzo el Edén funcionaba regido por el código moral del
cielo. Cada nación ha de tener un código moral por el cual regirse,
de otro modo, cada habitante establecería sus propias reglas, y haría
como mejor le parece, produciendo, de esta manera, caos, desorden y
anarquía. Al principio Adán y Eva no poseían sentido de moral, pues­
to que vivían en perfecta armonía con Dios. No existía la mentira, el
robo, el asesinato, la inmoralidad sexual o cualquier otra conducta
corrupta que caracteriza al mundo derrotado por el pecado. Cuando
el artificio y engaño del usurpador los llevó a desobedecer la única res­
tricción impuesta por el Señor, descubrieron, inmediatamente, el peso
del código moral del reino, a medida que recaía sobre ellos, en quienes
se produjo un sentido profundo de culpa y de vergüenza.
El Edén y el cielo tenían los mismos valores. Una de las obligaciones,
como ciudadano de cualquier nación, consiste en aceptar los valores
enunciados explícitos de ese país. En el reino de los cielos el valor más
importante es la obediencia a la voluntad del Rey. A causa de su des­
obediencia, Adán y Eva demostraron que ya no tenían los valores del
Rey, razón por la cual debieron abandonar el jardín.
La desobediencia de Adán y Eva violó no solamente el código mo­
ral del reino, sino también las costumbres y las normas sociales. Todas
las naciones y reinos tienen “usanzas”, las cuales consisten en códigos
de conductas no escritas, tan profundamente arraigados en la concien­
cia de los habitantes, que ha tomado fuerza de ley. Por otro lado, posee
normas sociales, dentro de las cuales se hallan las buenas costumbres,
urbanismos y estándares de comportamiento que la sociedad las con­
sidera normativas. Cualquier persona que viole estas normas será con­
siderada como “antisocial” y, en casos extremos “delincuente”.
En el reino de los cielos la palabra del Rey tiene fuerza de ley, e
incluye tanto las usanzas como las normas sociales, y es absolutamente
inviolable. No se admite la rebeldía contra el Rey. Lucifer -o Satanás-,
así como también un tercio de los ángeles del cielo descubrieron este
hecho aquel día nefasto, cuando se rebelaron ante el Rey y fueron ex­
pulsados del cielo. Adán y Eva también experimentaron esta realidad
cuando se encontraron fuera del paraíso terrenal.
3 7
L A G R A N I D E A D E D I O S
En conclusión, como colonia del cielo en la Tierra, el jardín del
Edén reflejaba la cultura del cielo. De esta noción se desprende el con­
cepto de “cultura”, la cual es la culminación de todos los elementos
antes mencionados, entre los cuales se halla el territorio, las leyes, la
constitución, los códigos morales, los valores compartidos, las usan­
zas y las normas sociales. La cultura define al pueblo y es inherente a
él; además, se desarrolla de forma natural, lo cual es exactamente el
anhelo de Dios para los ciudadanos de su reino. El Señor no desea que
nos afanemos por obedecer leyes talladas en tablas de piedra o escritas
en libros; por el contrario, desea imprimirlas en nuestras mentes y en
nuestros corazones, de modo que se conviertan en nuestra segunda
naturaleza. De este modo, no debemos pensar en vivir la cultura del
reino; simplemente, la vivimos y la experimentamos naturalmente,
Al crear una base del cielo en la Tierra, el Padre celestial desea­
ba establecer un modelo de la nación celestial en otro territorio. El
jardín constituía el reflejo de un método muy adecuado para llevar
a cabo su plan. En primer lugar, la belleza natural, la vida y la fe­
cundidad del jardín son destellos visibles de la naturaleza del reino
invisible del Señor. El cielo es una nación invisible de belleza indes­
criptible, de vivacidad y de abundancia, ya que constituye el centro
del poder del Rey del universo, de Aquel que es todo eso y mucho
más... infinitamente más.
En segundo lugar, cualquier jardín transforma el territorio en don­
de se encuentre, al convertir el suelo árido en un lugar de belleza, pro­
visión y propósito. Del mismo modo, el reino de los cielos transforma
el plano natural, donde sea que se encuentre, a fin de que la esfera
natural se convierta en un verdadero reflejo del cielo.
La gran idea de Dios era reproducir el reino del cielo en el plano
visible, al establecer su base en la Tierra y al poblarla con ciudadanos
del reino, quienes gobernarían de acuerdo con el gobierno del reino y
con cultura del reino, con el propósito de extender su influencia, has­
ta que toda la Tierra fuera llena de su gloria y transformada comple­
tamente. Como ya lo hemos mencionado, y desde el punto de vista
político, el término correcto que describe este proceso de expansión
38
El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra
es “colonización”. Como una base del reino en la Tierra, el Edén era
una “colonia” celestial, establecida por un Rey bondadoso y justo
quien es, además, clemente, compasivo, lento para la ira y grande en
amor (vea Salmo 103:8).
Además, el Edén también era un jardín. Y, así como los reinos se
extienden al establecer sus gobiernos y cultura en otros lugares me­
diante la colonización, los jardines se expanden mediante el trasplantes
de pequeños árboles, tallos e injertos, en el nuevo suelo. El propósito
divino consistía en que los ciudadanos del reino, sus administradores y
jardineros, expandieran este jardín, además del gobierno y su cultura,
al “trasplantarlos” a donde quiera que se dirigieran.
Esta era la gran idea de Dios, y se mantiene hasta el día de hoy.
El Señor todavía se dedica a la jardinería. Todos los ciudadanos del
reino reciben un mismo llamamiento y una misma comisión, dada por
el Rey, para comportarse como jardineros fieles, a fin de sembrar las
semillas y de plantar “jardines” de la cultura y del gobierno del reino
a lo largo y a lo ancho del mundo hasta que, “como las aguas cubren
los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del
Señor” (Habacuc 2:14).
39
C A P Í T U L O 2
El poder detrás del
“Principio del Jardín”
E
l lapso que transcurrió entre la pérdida de la base terrestre del reino ce­
lestial, de la cual Adán y Eva eran los administradores, y la posterior
usurpación por parte de Satanás, hasta el momento en que Jesucris­
to apareció en escena anunciando la restauración, duró, aproxima­
damente, dos mil años. ¿Por qué Dios esperó tanto tiempo antes de
restablecer su reino en la Tierra? ¿Cuál fue la causa por la cual Dios
permitió que transcurriera un lapso tan prolongado? ¿Cuál es el moti­
vo por el que Cristo naciera en un momento particular de la historia?
¿Por qué su nacimiento no sucedió antes o después?
En primer lugar, para responder estas preguntas es necesario que
entendamos que la concepción de Dios respecto al tiempo y a la
historia, es diferente a la de los seres humanos. Ni el tiempo ni la his­
toria lo limitan; y, desde la perspectiva de la eternidad, Dios dispone
de todo el “tiempo” que necesita para realizar sus propósitos. Simón
Pedro, uno de los apóstoles de Cristo, lo explica de esta manera:
“Pero no olviden, queridos hermanos, que para el Señor un día es como
mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su prome­
sa, según entienden algunos la tardanza” (2 Pedro 3:8-9a).
En segundo lugar, Dios esperó hasta crear las condiciones histó­
ricas y el lugar adecuado para el advenimiento de su Hijo y para el
anuncio del regreso del reino a la Tierra, a lo cual La Biblia llama la
“plenitud de los tiempos”: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió
a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que
2 . N d, T: En La Biblia Nueva Versión Internacional (NVI)encontramos que
L A G R A N I D E A D E D I O S
estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gálatas
4:4-5). Dicho de otro modo, Jesucristo vino a la Tierra en el momento
perfecto. ¿Por qué afirmamos este hecho? Porque cuando Jesús apare­
ció y anunció que el reino de los cielos estaba cerca, esto es, la segunda
etapa, mediante la que Dios expandía su gobierno celestial en el plano
terrenal, aquellos que oyeron sus palabras, solo debían mirar a su al­
rededor para ver el ejemplo tangible de la clase de reino y el tipo de
expansión que Dios tenía en mente.
Cuando en Roma...
A donde quiera que fueran, los habitantes de Palestina, en los días
de Jesús, podían comprobar la mano poderosa y dominante de Roma,
la cual controlaba la vida cotidiana y todos los aspectos de su existen­
cia. El imperio romano fue el reino más poderoso de la historia, ya
que superaba en extensión, fuerza y esplendor a todos los reinos que
lo habían precedido. Además, el reino de Roma era el primer reino
humano que podía parecerse, aunque de manera imperfecta, al plan
de Dios para la extensión del reino.
Los imperios anteriores, como el asirio, el babilónico y el medo-per-
sa, se extendieron mediante la invasión, la conquista, la esclavitud y la
destrucción. Sus ejércitos invasores entraban rápidamente a una región,
destruían al ejército existente, asolaban las ciudades, derribaban por
completo su infraestructura y masacraban a la población. La mayoría
de las personas que no eran asesinadas, eran esclavizadas y conducidas
desde su país al territorio del poder conquistador. Esto es exactamente
lo que sucedió con el reino del norte de Israel, cuando cayó en manos
de los asirios en el año 772 a. C., y al reino del sur de Judá en el año 587
a.C., en el momento en que el imperio babilónico invadió aquel lugar.
Sin embargo, Roma aplicó una estrategia diferente para la ex­
pansión de su imperio. En lugar de infringir destrucción y muerte
para la frase “cuando se cumplió el plazo”, existe otra traducción literal posible: “cuando
vino la plenitud del tiempo”.
42
El poder detrás del Principio del Jardín”
en el territorio conquistado, los romanos reconocían la sabiduría y
el valor de preservar a las poblaciones y de dejar intacta la infraes­
tructura de los pueblos conquistados. Mientras que la ocupación del
ejército romano mantenía el orden, los ciudadanos romanos y los
funcionarios gubernamentales eran enviados al territorio ocupado,
a fin de establecer el gobierno romano en el nuevo lugar. Su tarea
consistía en reproducir la cultura y la sociedad de Roma, enseñar a
los habitantes del territorio ocupado a pensar, a comportarse y a vivir
como romanos. De esta manera, el imperio romano fue el primer im­
perio humano en poner en práctica el proceso de “colonización”, en
una escala bastante significativa. Asimismo, al hacerlo, se convirtió
en el primer reino humano en ilustrar, con su ejemplo, el proceso
por el cual Dios deseaba reproducir el reino y la cultura del cielo en
el plano terrenal.
Ciertamente, el mismo Jesucristo reconoció la legitimidad de la
autoridad romana con respecto al gobierno humano. En una ocasión,
cuando los enemigos de Jesús intentaron tenderle una trampa median­
te una pregunta motivada religiosa y políticamente, la cual consistía en
preguntarle si era correcto pagar los impuestos al césar, su respuesta
los sorprendió en gran manera:
-Muéstrenme la moneda para el impuesto.
Y se la enseñaron.
-¿De quién son esta imagen y esta inscripción? -les preguntó.
-Del césar -respondieron.
-Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.
Al oír esto, se quedaron asombrados. Así que lo dejaron y se fueron.
- M a t e o 2 2 : 1 9 - 2 2
Más tarde, luego de su arresto, Jesús compareció ante Poncio Pi-
lato, el gobernador romano en Judea, quien le preguntó al Señor si
El era rey. Durante todo su ministerio público, Jesús nunca se refirió
a sí mismo como Rey, ya que sabía que las personas podían inter­
pretar erróneamente sus palabras, aunque en cada ocasión, cuando
43
L A G R A N I D E A D E D I O S
se le preguntaba sobre su autoridad legítima, Jesús nunca negaba su
condición de soberano. Cuando Pilato formuló esta misma pregunta,
el Señor sí respondió, porque sabía que estaba hablando de autoridad
a autoridad:
Pilato volvió a entrar en el palacio y llamó a Jesús.
-¿Eres tú el rey de los judíos? -le preguntó.
-¿Eso lo dices tú -le respondió Jesús-, o es que otros te han habla­
do de mí?
-¿Acaso soy judío? -replicó Pilato-. Han sido tu propio pueblo y los
jefes de los sacerdotes los que te entregaron a mí. ¿Qué has hecho?
-Mi reino no es de este mundo -contestó Jesús-. Si lo fuera, mis
propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arresta­
ran. Pero mi reino no es de este mundo.
-¡Así que eres rey! -le dijo Pilato.
-Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine
al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de
parte de la verdad escucha mi voz.
-¿Yqué es la verdad? -preguntó Pilato.
-Juan 18:3 3 -3 8 a
Dios envió a su Hijo a la Tierra, solamente cuando apareció un
reino terrenal que se asemejaba al suyo, aunque de una manera muy
imperfecta, de modo que, cuando Jesús predicaba sobre el reino, todos
entendían a qué se refería. Cristo vino en el momento apropiado, en
el lugar apropiado, en la cultura apropiada, en el reino apropiado y
en el entorno apropiado, ya que predicaba el mismo principio que se
manifestaba en el mundo bajo el imperio romano.
Compórtate como lo hacen los romanos
Asimismo, Jesús reconoció la legitimidad de la forma romana de
gobierno al haber utilizado el modelo romano para establecer su go­
bierno en la Tierra: me refiero a la Iglesia.
El poder detrás del “Principio del Jardín”
En cada lugar que los romanos instituyeran su gobierno en un
territorio nuevo, enviaban un “procurador” o gobernador, a fin de
gobernar la provincia en nombre y con la autoridad delegada por el
emperador. Poncio Pilato era el procurador de Judea en el momento
del ministerio público de Jesús. Además, los romanos tomaron mu­
chas nociones de gobierno de los griegos, a las que modificaron y
adoptaron a su propia forma de gobernar. Una de las más importan­
tes era el concepto de “convocatoria”, que consistía en la asamblea
de ciudadanos que se reunían democráticamente para discutir sobre
temas de interés común. Esta era, básicamente, la estructura del se­
nado romano.
El término griego para esta asamblea de ciudadanos era ekklesia,
la cual, en su significado literal, significa “los convocados”. Tanto la
palabra como el concepto eran conocidos entre las personas en los
tiempos de Cristo, ya que, por un lado, el concepto era puesto en
práctica mediante el gobierno; y la palabra, por otro lado, se utilizaba
en su frecuente aparición en la Septuaginta, la traducción griega del
Antiguo Testamento, común en la época de Jesús, la cual se refería
específicamente a los hijos de Dios.
La ekklesia era un brazo ejecutivo del gobierno que ayudaba al
gobernador a aplicar las políticas de Roma. La tarea de este organismo
consistía en asegurar que las políticas y decretos que Roma transmitía,
a través del gobernador, fueran establecidos y ejecutados.
En inglés3, y en especial en las versiones de La Biblia traducidas
a este idioma, ekklesia se traduce como “iglesia”. Este es un organis­
mo gubernamental y no una organización religiosa, y fue el que Jesús
eligió como modelo para su ekklesia de seguidores “convocados”, es
decir, su gobierno en la Tierra:
Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a
sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
3 . N d. T: Recordemos que inglés es el idioma original de este libro.
4 5
L A G R A N I D E A D E D I O S
Le respondieron:
-Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elias, y otros que
Jeremías o uno de los profetas.
-Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
-Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente -afirmó Simón Pedro.
-Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás -le dijo Jesús-, porque esto no
te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo
te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y
las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te
daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo.
- M a t e o 1 6 : 1 3 - 1 9
Por consiguiente, el cuerpo de Cristo en la Tierra, su Iglesia, no
es un organismo religioso, sino que es de naturaleza gubernamental.
La comisión que Jesús había recibido, por parte de su Padre, consistía
en anunciar y en restablecer el reino del cielo en la Tierra; como así
también, abrir una puerta, mediante su muerte y resurrección. Como
consecuencia, Él ha delegado a su ekklesia la tarea de extender la in­
fluencia, la cultura y el gobierno del reino alrededor del mundo o,
basados en el simbolismo del capítulo 1, la Iglesia ha de plantar “jar­
dines” a lo largo y a lo ancho de la Tierra para transformar el mundo
a semejanza del cielo.
Jesús no vino a la Tierra para fundar una religión, y la ekklesia que
Él estableció nunca tuvo por objeto ser un organismo religioso. Sin
embargo, Satanás, el impostor, ante la realidad concreta de perder
su gobierno ilegítimo sobre el plano terrenal, ha trabajado incesan­
temente, durante siglos, para reducir a Jesús, en las mentes de las
personas, hasta convertirlo en un mero líder religioso, y a su Iglesia,
en una institución religiosa fraccionada y, en gran medida, ineficaz.
Ambos conceptos están verdaderamente distorsionados. Jesús jamás
fue un líder religioso; Él era el funcionario gubernamental con una
tarea diplomática asignada. La Iglesia que El estableció no es una
46
El poder detrás del “Principio del Jardín”
institución religiosa, sino una agencia gubernamental, encargada de
publicar e implementar los principios y las políticas del reino en el
territorio terrestre.
Jesús dejó muy en claro su tarea cuando declaró a sus seguidores
lo siguiente:
...se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tan­
to, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándo­
les a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro
que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.
- M a t e o 2 8 : 1 8 - 2 0
Contrario a la creencia popular, este mandamiento de Jesús, cono­
cido históricamente como “la Gran Comisión”, no es una declaración
religiosa, sino la declaración de una política específica de gobierno. Y
todos nosotros, que formamos parte de su ekklesia, su congregación
en la Tierra, estamos encargados de ponerla en práctica. La nuestra no
es una cruzada religiosa. Somos los elegidos, los embajadores del Rey
en una misión diplomática. Como jardineros expertos, nuestra tarea
es repoblar la Tierra con la vida del reino; además, debemos recuperar,
fertilizar y cultivar nuevamente el terreno que ha sido devastado y
convertido en desierto por el gobierno brutal, perverso y mortal del
usurpador; como así también, llenarla con el perfume nuevo y abun­
dante de la plenitud del reino de los cielos.
Una presencia diferente
Donde sea que el reino de los cielos se establece, trae consigo
su hermosura, vitalidad, plenitud y vida abundante que solo el Señor
puede brindar. De esta manera, podemos observar el contraste absolu­
to con el reino falso del usurpador, el cual deja a su paso solo muerte y
desolación. Como embajadores del Rey, hemos sido “plantados” para
cambiar el mundo, para marcar la diferencia con nuestra presencia. La
4 7
L A G R A N I D E A D E D I O S
mayoría de las religiones del mundo, entre las cuales se encuentra el
cristianismo religioso, centran su atención en preparar a las personas
para abandonar esta vida. Sin embargo, este énfasis es completamente
inapropiado. Nuestra misión no consiste en preparar a las personas
para su partida, sino en plantar jardines del reino, los cuales deben
arraigarse y permanecer allí durante algún tiempo.
¿Por qué nuestro Rey nos coloca aquí con una tarea a realizar, si
se supone que todo lo que debemos hacer es prepararnos para dejar
este mundo? Porque su plan es cambiar el mundo mediante nuestra
influencia o, dicho de otro modo, su influencia a través de nosotros y,
de esta manera, cambiar la Tierra, cuyo estado actual refleja la devasta­
ción provocada por el dominio del diablo; a fin de que se convierta en
un “jardín” abundante y exuberante de vida y de belleza, el cual refleja
plenamente la cultura y el entorno del cielo. Debemos estar presentes,
para que nuestra influencia dé frutos agradables al Rey.
Muchos de nosotros dedicamos mucho tiempo de nuestras vidas
rogando por el día de nuestra partida, y nos olvidamos, mientras tan­
to, que la oración de Jesús no consistió en ello. Jesús nunca oró por
nuestra partida. En lugar de ello, pidió a su Padre, en oración, que nos
preparara y que nos protegiera, para la tarea que habíamos de realizar
en la Tierra:
Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que
los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no
son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad;
tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los
envío también al mundo.
-Ju a n 1 7 : 1 4 - 1 8
El plan de Dios consiste en llenar la Tierra con su gloria, y para
que este hecho ocurra, debe llenarse, en primer lugar, con sus hijos,
los herederos y ciudadanos del reino de los cielos que han sembrado
su influencia en la Tierra y que han dado a conocer la cultura celestial.
48
El poder detrás del “Principio del Jardín”
La Tierra le pertenece al Señor y, en su poder, sus hijos la recuperarán.
Jesús no pide por el rescate de sus hijos, sino que ruega a su Padre
para que los proteja de la influencia y de los ataques del “malvado”; es
decir, de Satanás, el usurpador, quien no claudicará pasivamente ante
la incursión del cielo en “su” esfera de poder.
Como ciudadanos del reino, estamos en el mundo, aunque no
pertenecemos a él.
Nuestra tierra de origen se encuentra en otro lugar. Vivimos den­
tro de una cultura específica, pero nos identificamos con otra cultura
que debería hacer, de nuestras vidas, una presencia distintiva en el
mundo. Una razón por la cual la ekklesia de Cristo no ha impactado
profundamente en el mundo, se debe a que demasiados ciudadanos
del reino se han acomodado y se han adaptado a la cultura de este
mundo, en lugar de vivir y de mantener viva la cultura de nuestra
patria celestial. Hemos abandonado nuestros “jardines” y hemos per­
mitido que crezca la mala hierba en ellos.
Existen dos clases de personas en el mundo: aquellos que son los
hijos del reino de los cielos, y aquellos que no lo son. Jesucristo ilustró
esta distinción en su parábola del labrador que plantó buena semilla
en su campo. Por la noche, un enemigo entró y plantó mala hierba en
medio del trigo. Nadie pudo distinguir la diferencia hasta que brotó
el trigo y la cizaña. El dueño del campo pidió a los obreros que no
arrancaran la cizaña, ya que corrían el riesgo de arrancar juntamente
el trigo. En lugar de ello, permitió que crecieran juntas hasta el tiempo
de la cosecha, cuando la mala hierba sería recogida y quemada, mien­
tras que el trigo sería almacenado en el granero (vea Mateo 13:24-30).
Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que explicara el signifi­
cado de esta historia, Él lo hizo de la siguiente manera:
El que sembró la buena semilla es el Hijo del hombre -les respon­
dió jesús-. El campo es el mundo, y la buena semilla representa a
los hijos del reino. La mala hierba son los hijos del maligno, y el
enemigo que la siembra es el diablo. La cosecha es el fin del mun­
do, y los segadores son los ángeles.
49
L A G R A N I D E A D E D I O S
Así como se recoge la mala hierba y se quema en el fuego, ocurrirá
también al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ánge­
les, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar.
Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar
de dientes. Entonces los justos brillarán en el reino de su Padre
como el sol.
- M a t e o 1 3 : 3 7 - 4 3 a
Como muchas otras de sus historias, Jesús eligió la analogía del
jardín para explicar e ilustrar el reino de los cielos. Y, mientras que el
significado general de esta historia está centrado en el fin de la presen­
te era, lo que se destaca claramente es la coexistencia de dos culturas
en el mundo: la cultura del reino y la del “malvado”. Así como es fácil
reconocer al trigo de la cizaña, del mismo modo sucede con la cultura
del reino y con la mundana.
Nuestras vidas deberían manifestar, de manera inconfundible, a
qué cultura pertenecemos. Como ciudadanos del reino, la cultura del
mundo no nos pertenece. Si permitimos que diferentes “malas hier­
bas” del mundo invadan nuestro “jardín”, no pasará mucho tiempo
antes de que ya nadie note la diferencia.
Los jardines del reino producen frutos duraderos
El objetivo de todo jardinero es cultivar plantas que produzcan
abundante fruto. La buena semilla, el terreno fértil, los nutrientes
adecuados, la suficiente cantidad de agua y abundancia de sol, son
los elementos necesarios para un jardín fecundo. Los jardines del
reino, los cuales deberían ser un ejemplo de la cultura del cielo, se
distinguen debido a la presencia misma del Rey en las vidas de sus
ciudadanos. Moisés, el gran líder hebreo, quien sacó a los israelitas
antiguos de la esclavitud de Egipto, para luego convertirlos en el
pueblo elegido de Dios, entendió la importancia de la presencia mis­
ma del Rey Todopoderoso:
50
El poder detrás del “Principio del Jardín”
... ten presente que los israelitas son tu pueblo.
-Yo mismo iré contigo y te daré descanso -respondió el Señor.
-O vas con todos nosotros -replicó Moisés-, o mejor no nos hagas
salir de aquí. Si no vienes con nosotros, ¿cómo vamos a saber, tu
pueblo y yo, que contamos con tu favor? ¿En qué seríamos diferen­
tes de los demás pueblos de la tierra?
- É x o d o 3 3 : 1 2 B - 1 6
El poder, detrás del “Principio del Jardín” surge de la presencia
misma del Jardinero. En el “jardín” de la vida de sus hijos, la presencia
del Jardinero se revela en, al menos, dos maneras: por un lado, en una
vida vigorosa y abundante, y por otro, en frutos abundantes, de los
cuales, el más importante es el amor. Jesús lo explicó a sus discípulos
de la siguiente manera:
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que
en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda
para que dé más fruto todavía. (...) Permanezcan en mí, y yo
permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto
por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco
ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí.
Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí,
como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden us­
tedes hacer nada. (...)Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan
mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.
Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he ama­
do a ustedes. Permanezcan en mi amor. (...)No me escogieron
ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para
que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará
todo lo que le pidan en mi nombre. Este es mi mandamiento: que
se amen los unos a los otros.
- J u a n 1 5 : 1 - 2 , 4 - 5 . 8 - 9 , 1 6 - 1 7
5 1
L A G R A N I D E A D E D I O S
Los ciudadanos verdaderos del reino se diferencian del resto del
mundo, porque sus vidas llevan la marca inconfundible del Rey autén­
tico, quien ha venido a exigir la devolución de su gobierno terrestre,
hasta ahora en manos del usurpador. El diablo se ha apoderado del
control hace miles de años. La vida, dentro de su gobierno de maldad
se ha caracterizado por la avaricia, el egoísmo, el odio, la violencia, la
guerra, el homicidio, la envidia, la discordia, la lascivia, la inmoralidad,
la crueldad, la brutalidad, la religión vacía y la opresión. El poder de­
trás del Principio del Jardín, plasmado en las vidas de los ciudadanos
del reino, establece un entorno absolutamente diferente. A medida
que nos abramos paso en el mundo y plantemos “jardines” en nuestro
diario andar, nuestras vidas sembrarán la Tierra con semillas de justi­
cia y santidad, las cuales crecerán hasta producir fruto verdadero, que
cambia la vida de las personas y del mundo, cuya manifestación es el
“amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio” (Gálatas 5:22b-23a).
Cada persona, en este mundo, busca el reino de los cielos, aunque
la mayoría de ellas no toma conciencia de su búsqueda. Los seres hu­
manos no buscan una religión. El budismo no satisface. El hinduismo
no satisface. El islamismo no satisface. El judaismo no satisface. El
cristianismo “religioso” no satisface. El dinero y las riquezas no satis­
facen. Por el contrario, hemos sido creados para gobernar un jardín,
y nunca nos sentiremos satisfechos fuera de un ambiente con estas
características. El programa para la expansión del jardín del Rey con­
templa la inclusión de muchas personas, de todo el mundo, dentro de
su reino, así como su preparación para la vida y el liderazgo del reino
en “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1) que El se en­
cuentra, en este momento, en etapa de preparación.
En palabra y en poder
Como ya lo he mencionado, cuando Jesucristo inició su minis­
terio público predicó un mensaje simple y sin ambigüedad alguna:
“Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17b).
5 2
El poder detrás del “Principio del Jardín”
Esta era la afirmación de su misión y el único mensaje que el Señor
predicó. En una ocasión, cuando los habitantes de una aldea intenta­
ron retenerlo allí, el Señor les declaró: “Es preciso que anuncie también
a los demás pueblos las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto
fui enviado” (Lucas 4:43).
Anunciar el advenimiento del reino es una cosa; pero proveer de la
legitimidad necesaria es algo muy distinto. Sin poder ni autoridad para
respaldar ambos conceptos, las palabras, aunque provengan de la boca
de un rey, son irrelevantes. Un rey sin poder es solo un hombre con un
título decorativo. Sin embargo, el reino de los cielos es mucho más que
simples palabras; el eterno poder del Dios Todopoderoso les concede
autoridad incuestionable, ya que el reino no es cuestión de palabras,
sino de poder. Pablo, el gran embajador del Rey del primer siglo, escri­
bió al respecto: “Porque el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de
poder" (1 Corintios 4:20). En consecuencia, Jesús no solo vino a este
mundo con la palabra del reino, sino también con su poder. Sanó a los
enfermos. Resucitó a los muertos. Dio vista a los ciegos. Expulsó y ahu­
yentó demonios, los agentes del gobierno ilegal del usurpador. Además,
afirmó que “...si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios,
eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mateo 12:28). A
dondequiera que se dirigiera, en palabra y en poder, Jesús demostraba
la autoridad, la legitimidad y la invencibilidad del reino de su Padre.
En una ocasión Jesús subió a una montaña con Pedro, Jacobo y
Juan, sus tres amigos y discípulos más íntimos. Durante la noche, es­
tos hombres oyeron la voz de Dios y contemplaron a Jesús en toda la
gloria de su verdadera naturaleza, como Hijo del Todopoderoso. Este
hecho preparó el camino para una manifestación impresionante del
poder del reino de su Padre, como luego quedó demostrado:
Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, le salió al en­
cuentro mucha gente. Y un hombre de entre la multitud exclamó:
-Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que ten­
go. Resulta que un espíritu se posesiona de él, y de repente el mu­
chacho se pone a gritar; también lo sacude con violencia y hace que
5 3
L A G R A N I D E A D E D I O S
eche espumarajos. Cuando lo atormenta, a duras penas lo suelta.
Ya les rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron.
-¡Ah, generación incrédula y perversa! -respondió Jesús-. ¿Hasta
cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.
Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con
una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al
muchacho y se lo devolvió al padre. Y todos se quedaron asombra­
dos de la grandeza de Dios.
-Lu c a s 9:37-43a
Al sanar al muchacho poseído por un demonio, jesús demostró
el poder indiscutible del reino, un poder tan irresistible que aun el
agente de Satanás, profundamente arraigado y quien, además, se había
opuesto con éxito a los esfuerzos de los discípulos, debió huir de aquel
joven. Otro reino, un reino ilegal, se había apoderado de la vida de
este muchacho, pero el reino justo y legítimo llegó y lo rescató. En la
presencia del verdadero Rey, los representantes del falso rey no tienen
otra opción, sino la de renunciar y huir. Este es el poder del reino de
los cielos. Este es el poder detrás del “Principio del Jardín”.
El poder del reino para la extensión del jardín
Otro elemento significativo de la historia del muchacho poseído
por un demonio es la incapacidad de los discípulos de expulsar al es­
píritu maligno. ¿Por qué fracasaron? Los discípulos querían conocer la
causa de su falla. El relato de Marcos, sobre el mismo episodio, incluye
este diálogo:
Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron en
privado:
-¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?
-Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de ora­
ción -respondió Jesús.
-Ma r c o s 9:28-29
54
El poder detrás del “Principio del Jardín”
El evangelio de Mateo agrega a este diálogo, la falta de fe como
parte de la razón por la cual los discípulos fallaron ya que, aunque
conocían al Rey, carecían del poder del reino. Todavía eran incapaces
de operar mediante la autoridad del reino de la manera que lo hacía
Jesús... y el usurpador y sus agentes solo respondían a la autoridad del
Rey legítimo.
A fin de que el plan del reino de Dios triunfe, mediante la difusión
de “jardines” del reino, era necesario que sus ciudadanos poseyeran la
autoridad para actuar en su nombre. Además, era crucial que ellos no
recibieran tal autoridad, hasta que estuvieran maduros para hacerlo.
En el caso del muchacho poseído, es claro que no estaban aún prepa­
rados, aunque esta situación cambió rápidamente.
No transcurrió un lapso muy prolongado, cuando Jesús decidió
enviar a sus discípulos en su tarea “independiente” hacia el mundo:
Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos para en­
viarlos de dos en dos delante de él a todo pueblo y lugar adonde
él pensaba ir. ”Es abundante la cosecha -les dijo-, pero son pocos
los obreros. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande
obreros a su campo. ¡Vayan ustedes!Miren que los envío como cor­
deros en medio de lobos. No lleven monedero ni bolsa ni sandalias;
ni se detengan a saludar a nadie por el camino.
(...) Cuando entren en un pueblo y los reciban, coman lo que les
sirvan. Sanen a los enfermos que encuentren allí y díganles: “El
reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Pero cuando entren en un
pueblo donde no los reciban, salgan a las plazas y digan: “Aun el
polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudi­
mos en protesta contra ustedes. Pero tengan por seguro que ya está
cerca el reino de Dios”.
(...) El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los
rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí,
rechaza al que me envió.
Cuando los setenta y dos regresaron, dijeron contentos:
L A G R A N I D E A D E D I O S
-Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
-Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo -respondió él-. Sí,
les he dado autoridad a ustedes para pisotear serpientes y escorpio­
nes y vencer todo el poder del enemigo; nada les podrá hacer daño.
Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus,
sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo.
- L u c a s 1 0 : 1 - 4 , 8 - 1 1 , 1 6 - 2 0
Cuando fue el tiempo perfecto, Jesús impartió su poder y autori­
dad en sus discípulos; luego los envió al mundo a realizar las mismas
obras que Él hacía. El Señor predicaba sobre el acercamiento del reino
de Dios. Sanó a los enfermos; y así lo hicieron sus discípulos. Jesús
expulsaba demonios; también sus discípulos. Muy poco tiempo antes
los seguidores de Jesús habían experimentado un fracaso público y
bochornoso, al intentar expulsar a un espíritu maligno; ahora descu­
brieron que ios espíritus del mal se sometían a ellos, del mismo modo
que ocurría con Jesús. Verdaderamente, Cristo les había delegado su
autoridad para “derrotar todo el poder del enemigo”.
Es necesario, para el correcto funcionamiento del “Principio del
Jardín”, la presencia del Jardinero, aunque también se necesita de su
autoridad. Ambas funcionan en conjunto; son inseparables. Donde
sea que el Jardinero esté presente, su poder también lo está, lo cual
significa que su influencia impacta notoriamente en aquel lugar. Sin la
presencia y el poder de Cristo, sus discípulos no eran capaces de rea­
lizar milagro alguno por sus propios medios. Sin embargo, si estaban
acompañados por su presencia y por su poder, podían realizar todas las
maravillas que el mismo Señor hacía.
Esta es la manera en que funciona el “Principio del Jardín”. Dios
desea multiplicar sus bases o jardines en todas partes del mundo, me­
diante la multiplicación de su poder y de su presencia en las vidas de
los colonos, los ciudadanos del reino que el Señor ha elegido para ex­
tender su influencia y su cultura donde quiera que se dirijan. A través
de la autoridad delegada, la ekklesia tiene la facultad para realizar la
obra para el Rey.
56
El poder detrás del “Principio del Jardín”
El jardín en el desierto
Como sucedería con un jardín en medio de un desierto, la cultura
y el estilo de vida de los ciudadanos del reino, deberían destacarse del
resto de los habitantes del mundo. Para los caminantes del desierto de
todas las edades, nada parecía más hermoso, o más bienvenido, que
un oasis. A pesar de su apariencia externa, existe vida en el desierto, la
cual se revela mediante una vegetación prolífera y vital, especialmente
cuando un manantial subterráneo brota hacia la superficie.
En contraste con la hermosura, riqueza y abundancia exuberante
del reino de los cielos, el reino de este mundo, regido de acuerdo con
los parámetros de Satanás, el usurpador por antonomasia, es un vasto
desierto, árido, estéril, adusto y brutal. Las religiones y las diferentes
culturas, surgidas a lo largo de la historia, ofrecen muy poco para ali­
mentar el espíritu del ser humano. El diablo, el engañador más astuto,
atrae a las personas con falsas promesas de felicidad y de esperanza
que jamás podrá brindar. Los seres humanos, en su búsqueda por en­
contrar claridad, prosperidad y libertad, solo hallan confusión, pobre­
za y esclavitud. Todo aquello que buscan no pueden encontrarlo en el
reino que pertenece a este mundo, sino solamente en el reino legítimo,
el “jardín” originario de Dios en la Tierra, así como sucede en el cielo.
Jesucristo vino a la Tierra para recuperar el desierto y transformar­
lo, una vez más, en un gran jardín, lleno de vida abundante y vigorosa
que refleje el carácter, la naturaleza y el entorno del reino celestial de
su Padre. Él era, en sí mismo, un oasis, un jardín en el desierto, de
modo que el Señor plantó semillas de vida, la justicia y la santidad
que surgieron en otros oasis. Estos son su ekklesia, la Iglesia, llamada
a plantar otros jardines en lugares diferentes, del mismo modo que el
Señor lo había realizado en su primer jardín. Estos, a su vez, plantarán
otros, de modo que este proceso continuará hasta que el desierto des­
aparezca y solo permanezcan los jardines.
Este es el plan de Dios, y es tan real como si ya se hubiera mate­
rializado. El reino de los cielos ha regresado a la Tierra. El programa de
extensión del jardín del Rey está en vías de ejecución, el cual se prepara
para el cumplimiento de las palabras dichas por el profeta hebreo, Isaías:
57
L A G R A N I D E A D E D I O S
Se alegrarán el desierto y el sequedal; se regocijará el desierto y
florecerá como el azafrán. Florecerá y se regocijará: ¡gritará de
alegría! Se le dará la gloría del Líbano, y el esplendor del Car­
melo y de Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de
nuestro Dios. Fortalezcan las manos débiles, afirmen las rodillas
temblorosas; digan a los de corazón temeroso: “Sean fuertes, no
tengan miedo. Su Dios vendrá, vendrá con venganza; con retri­
bución divina vendrá a salvarlos”. Se abrirán entonces los ojos
de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; saltará el cojo
como un ciervo, y gritará de alegría la lengua del mudo. Porque
aguas brotarán en el desierto, y torrentes en el sequedal. La arena
ardiente se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manan­
tiales burbujeantes. Las guaridas donde se tendían los chacales,
serán morada de juncos y papiros. Habrá allí una calzada que será
llamada Camino de santidad. No viajarán por ella los impuros,
ni transitarán por ella los necios; será sólo para los que siguen el
camino. No habrá allí ningún león, ni bestia feroz que por él pase;
¡Allí no se les encontrará! ¡Por allí pasarán solamente los redimi­
dos! Y volverán los rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con
cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanza­
rán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido.
- I s a í a s 3 5 : 1 - 1 0
El poder detrás del “Principio del jardín” es un poder irresistible,
ya que es el poder del Rey, del jardinero Principal. Este mismo poder
y la facultad residen en los corazones y en las vidas de cada ciudadano
del reino, con la tarea de plantar jardines del reino y de extender la
cultura de nuestro Rey y la influencia de su gobierno a donde quiera
que nos dirijamos. Como en la historia del trigo y de la cizaña, vivi­
mos en un mundo dividido por dos culturas rivales e incompatibles.
Una de ellas pertenece al diablo, la cual es una cultura corrompida
por un usurpador astuto, pero arrogante, quien ha ocupado de ma­
nera ilegal el trono en el plano terrestre. Por consiguiente, la cultura
opuesta es la cultura justa, dinámica y rica del Amo y Propietario, el
El poder detrás del “Principio del Jardín”
Rey del universo, quien ha invadido el terreno del enemigo, a fin de
recuperarlo para sí mismo.
Muchos ciudadanos del reino corren el riesgo de permitir que el
“trigo” de su cultura celestial se ahogue y se consuma por la “cizaña”
de este mundo. A medida que procuramos llevar a cabo el “Principio
del Jardín” del Rey, debemos entender que nos enfrentamos a una
cultura antagónica. Prepárate para confrontarla.
S 9
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Myles Munroe La Gran Idea de Dios (Libro Completo)

  • 1. MYLES MUNROE LA GRAN DE DIOS EN BUSCA DE ALGO DIFERENTE Y SUBLIME
  • 2. DIOS TIENE UNA GRAN IDEA Y... ¡TÚ ERES PARTE DE ELLA! ¡Este es el mejor momento para estar aquí, en la Tierra! El plan eterno de Dios, a nivel mundial, está a punto de revelarse. Establecerá su gobierno a través de personas como tú. Al derramarse en su pueblo, cubrirá la Tierra con toda su gloria. Este libro es otra apasionante contribución de la serie sobre el reino de Dios escrita por el Dr. Myles Munroe. La gran idea de Dios nos enseña cómo el Señor desea hacer de la Tierra un lugar donde reinen la paz y la armonía del reino, ¡comenzando por ti! Aprenderás aspectos importantes del amor y del plan de Dios, ya que: • Tu destino se cumplirá sin lugar a dudas. Podrás disfrutar de una comunión continua con el Señor. Entenderás que has sido creado para transformar el mundo donde te encuentras. Tus decisiones impactarán notoriamente en lo que acontece en laTierra. El Dr. Munroe nos enseña la manera de convertirnos en una parte esencial de La gran ¡dea de Dios, al ayudar a plantar y a multiplicar su reino, en donde todos sus hijos vivan vidas fructíferas y abundantes. Descubre La gran idea de Dios y ¡hallarás tu propio destino! “Podemos comparar a La gran idea de Dios con un mapa de tesoro, el cual nos conduce hacia las promesas de La Biblia". -Mathew Crouch, CEO, Gener8Xion Entertainment El DR. MYLES MUNROE es respetado internacionalmente como autor, conferencista, maestro, instructor y consejero de líderes. Ha publicado numerosos libros que son éxitos de venta, entre los cuales se encuentran: Libera tu potencial, Redescubriendo el reino y Triunfar en época de crisis, publicados por esta editorial. Destiny Peniel Imagewww.destinyimage.com w w w .p en iel.com
  • 3. MYLES MUNROE LA GRAN IDEA DE DIOS EN BUSCA DE ALGO DIFERENTE Y SUBLIME PENIEL B u e n o s A ir e s - M iam i - S a n J o s é - S a n t i a g o www. p e n i e l . c o m
  • 4. © 2010 Editorial Peniel Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida en ninguna forma sin el permiso escrito de Editorial Peniel. Las citas bíblicas fueron tom adas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, a menos que se indique lo contrario. © Sociedad Bíblica Internacional. Diseño de cubierta e interior: A rte Peniel • arte@ peniel.com Publicado originalmente en inglés con el título: God’s Big Idea by Destiny Image, Shippensburg, PA, USA and Diplomat Press, Nassau, Bahamas Copyright © 2008 - Myles Munroe All rights reserved. Munroe, Myles La gran idea de Dios. - 1a ed. - Buenos Aires : Peniel, 2010. 208 p. ; 23x15 cm. Traducido por: Mónica Ruiz iSBN 10: 987-557-277-2 ISBN 13: 978-987-557-277-5 1. Vida Cristiana. I. Ruiz, Monica, trad. II. Título CDD 248.5 E d it o r ia l P e n ie l Boedo 25 Buenos Aires, C1206AAA Argentina Tel. 54-11 4981-6178 / 6034 e-mail: info@peniel.com www.peniel.com Impreso en Colombia / Printed in Colombia
  • 5. Indice Dedicatoria 5 Agradecimientos 7 Respaldo al autor 9 Prefacio 11 Introducción 17 C a p í t u l o 1 El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra 21 C a p í t u l o 2 El poder detrás del “Principio del Jardín” 41 C a p í t u l o 3 El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas 61 C a p í t u l o 4 El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero 79 C a p í t u l o 5 ¿Quién cuida de tu jardín? 95 C a p í t u l o 6 Comprende la influencia del jardín 115 C a p í t u l o 7 Creación de la cultura del reino 131
  • 6. Ca p í t u l o 8 Creación de una comunidad del reino 157 Capítulo 9 Cautivemos la atención del mundo 175 Ca p í t u l o 10 Vivir en dos mundos, dentro de la misma Tierra 193
  • 7. Dedicatoria A los siete mil millones de habitantes de la Tierra, quienes transitan por la vida erráticamente, agobiados en su búsqueda infructuosa de motivo y propósito para sus vidas. A cada familia perdida en medio de la confusión colectiva, ya que desconocen la causa por la cual a nosotros, como criaturas creadas, se nos ha dado un lugar en este planeta, dentro del universo. A los niños y a los jóvenes de cada país, quienes se sienten des­ ilusionados con la religión, decepcionados respecto de la política, y quienes, además, no confían en las promesas vacías de la ciencia. Este libro tiene como objetivo ayudarte a encontrar la gran respuesta, para satisfacer tu corazón anhelante. A los líderes políticos y religiosos con la responsabilidad de brin­ dar guía y soluciones reales a las personas del mundo entero. Que este libro los inspire a buscar la alternativa más noble y admirable, para alcanzar la restauración nacional y mundial. 5
  • 8.
  • 9. Agradecimientos Un libro jamás saldría a la luz, a menos que primero se hayan inscripto en la mente y en el corazón del autor, miles de contri­ buciones y de influencias en su vida, para luego plasmarse mediante el esfuerzo en conjunto de un grupo de trabajo, el cual, a través de un proceso compartido, presenta un producto del cual millones de per­ sonas podrán beneficiarse. Por lo tanto, es imposible que solamente el autor merezca todo el reconocimiento por un libro finalizado. Quienes han contribuido con esta obra son personas que, algunas de ellas, ya han partido de la Tierra; mientras que otras pertenecen a esta generación y me brindan a diario nuevas ideas. En primer lugar, deseo agradecer a mi amigo Don Milam, por exhortarme constantemente a que desarrolle el potencial aún no apro­ vechado en mi interior, y por creer en mi capacidad, al extremo de afirmar que soy “una biblioteca ambulante de libros aún por escribir”. Steve, mi editor fiel y valioso, tu habilidad de capturar y plasmar la profundidad de mis pensamientos es nada menos que un milagro, y sin tu capacidad y talento, este libro no podría haber salido de la cámara de incubación de mi corazón. Asimismo, agradezco a Ruth, mi amada esposa, y a nuestros hijos maravillosos, Charisa y Chairo (Myles Junior), por permitirme el tiem­ po necesario para liberar el potencial de cada libro, y por estimularme para cumplir con el propósito de dar a conocer mi vida a los demás. 7
  • 10.
  • 11. Respaldo al autor Myles Munroe es, no solo un entrañable amigo, sino también el autor cristiano que nos ha ayudado a entender en profundidad el reino de Dios. El Señor nos anima a que abandonemos toda lucha o contienda y que, simplemente, aceptemos la verdad de que el reino de los cielos ya gobierna la Tierra con autoridad. Podemos comparar al nuevo libro del pastor Myles, La gran idea de Dios, con un mapa de tesoro que nos conduce hacia las promesas de La Biblia, el cual nos enseña lo que realmente significa “buscar primeramente el reino de Dios y su justicia”, de manera que todo lo demás comienza a acomodarse perfectamente. Matthew Crouch CEO, Gene8Xion Entertainment 9
  • 12.
  • 13. Prefacio E l mundo está gobernado por hombres y mujeres muertos. Esta afir­ mación puede sorprenderte, pero luego de meditar sobre ella, es muy probable que estés de acuerdo, cuando comiences a considerar el hecho de que todas las ideologías utilizadas como fundamento de los gobiernos, religiones e instituciones, ya sean civiles o sociales, se construyen sobre la base de ideas de personas que ya no se encuen­ tran en este mundo. El imperialismo, la monarquía, el socialismo, el comunismo, la democracia y la dictadura han nacido a partir de ideas cultivadas, gestadas y desarrolladas por hombres quienes, aunque hace tiempo que han muerto, están presentes mediante la aplicación de estas ideas en nuestras sociedades modernas. Este libro analiza el poder irrefrenable de las ideas. Nuestro plane­ ta gira a partir del poder de las ideas, las cuales crean las condiciones existentes en la Tierra. Considera lo siguiente: cada gobierno, en cada nación, se guía, se ajusta y se amolda a partir de ideas diversas. La legis­ lación de cada país es el resultado de ideas concebidas en el seno de esa sociedad, y las pautas sociales y culturales son, además, el producto de ideas que las sociedades han considerado como aceptables, de manera que se manifiestan, más tarde, en una conducta social determinada. Este libro describe una idea que fue introducida en el Tierra por su Creador, aunque poco después del comienzo de la travesía de los seres humanos en la Tierra, esta idea no pudo ponerse en práctica, la cual, sin embargo, ha sido el objeto de búsqueda del hombre. Esta idea se originó en la mente y en el corazón de Dios, y fue la motiva­ ción y el propósito de la creación del universo y de la raza humana. En este libro nos referimos a esta idea como “La gran idea”, e in­ tentamos demostrar que es superior a toda la sabiduría colectiva y a todas las ideas que han nacido del intelecto humano en su conjunto. Asimismo, supera ampliamente todos los conceptos filosóficos de la 11
  • 14. L A G R A N I D E A D E D I O S historia y, además, reemplaza a las instituciones que gobiernan a la humanidad, desde la primera comunidad. Pero esta “gran idea” no es nueva. Ha sido imitada, ocultada, desaprovechada e interpretada erróneamente por la humanidad a lo largo de la historia; y, sin embargo, parece evadir a los más sabios y entendidos. La búsqueda de esta “gran idea”, es la que, a lo largo de la histo­ ria, ha producido la totalidad de las ideologías que hemos aceptado; también ha producido las condiciones para el nacimiento de todas las religiones en la faz de la Tierra, a las cuales los seres humanos aceptan y siguen. Esta gran idea es la única respuesta al anhelo profundo en el corazón de cada persona, la cual satisface el vacío eterno en el espíritu de la humanidad. ¿En qué consiste esta “gran idea”? Esta ideología ha servido como la base para el primer gobierno en la Tierra. Es la aspiración divina, la visión celestial, el propósito eterno del Creador para su creación, en su conjunto, y para la humanidad en este planeta. La gran idea es el programa de gobierno supremo para seres humanos, el cual satisfa­ ce todas las necesidades fundamentales de las personas y genera una cultura tan perfecta que cubre y satisface todas las aspiraciones nobles de cada comunidad, entre las que podemos encontrar la igualdad, la justicia, la paz, el amor, la unidad y el respeto hacia la dignidad hu­ mana; además, incluye la valoración de la vida y la integración, tanto personal como comunitaria. Por otra parte, esta idea es superior a todas las aspiraciones hu­ manas conocidas, dentro de las cuales podemos encontrar el sistema democrático, el régimen socialista, el sistema comunista, las prácticas imperialistas; y las distintas clases de dictadura; así como también, a la totalidad de las religiones del planeta. Anhelo fervientemente que este libro revele la belleza de esta gran idea, la cual puede brindar las soluciones para los conflictos y problemas que padecemos aquí, en la Tierra, entre los que podemos mencionar la guerra, el terrorismo, el delito, el sida, el abuso sexual infantil, la destrucción ambiental, los conflictos culturales, la pobreza, la opresión, la limpieza étnica, la 1 2
  • 15. Prefacio crisis económica, la desintegración familiar, la corrupción política y religiosa, la violencia social y la cultura del miedo. Este libro es el resultado de mi búsqueda personal de significado, de razón, de esperanza y de comprensión profunda de la vida. He intentado proveer una solución a las inconsistencias, fracasos y decep­ ciones del intento, por parte del ser humano, de gobernarse a sí mismo y de prometer doctrinas o sistemas optimistas, aunque irrealizables. He sentido la misma angustia y desilusión ante las promesas de las religiones, cuyos defectos han quedado plasmados en la historia mun­ dial. Además, las consecuencias nefastas de la religión son innegables, cuando observamos la extorsión de recursos económicos y naturales, el tráfico de armas en tiempos de guerra, las cruzadas devastadoras, la inquisición, la opresión, la prescripción del tráfico de esclavos, la corrupción y, más recientemente, la religión como motivadora del te­ rrorismo y de la destrucción de vidas inocentes. Mi esperanza en la ciencia y en la educación se destruyó por com­ pleto, cuando comprobé que quienes abusan del poder, sin conciencia alguna, utilizan el avance del conocimiento y de la tecnología con fi­ nes inmorales. Como millones de personas, busqué en mi interior las respues­ tas que no se hallan disponibles dentro de las estructuras o de las instituciones creadas por nuestras sociedades. Como resultado, esta búsqueda me condujo hacia un Hombre que ha sido interpretado erró­ neamente, un joven filósofo judío que anunciaba una nueva idea, la cual era muy poco ortodoxa, desconocida, y aún no probada; y quien, además, desafió todas las ideas que la humanidad alguna vez ha con­ cebido. Esta idea única, estaba destinada a suplir todas las necesidades, aspiraciones, preguntas y anhelos de la experiencia humana, mientras que ponía, al mismo tiempo, al descubierto, no solo todos los defectos y debilidades; sino también, la irracionalidad e inferioridad de nues­ tros conceptos. Su idea inigualable era tan perfecta, que abarcaba el conjunto de experiencias de la vida personal y nacional, y posibilitaba la plenitud de la raza humana en su conjunto, así como también la regeneración de la creación. 1 3
  • 16. L A G R A N I D E A D E D I O S Esta idea no es una filosofía metafísica, confusa, impráctica o cós­ mica, cuya efectividad podría demostrarse solamente en otro mundo, reservada para la vida en el “más allá”. En lugar de ello, es una ideo­ logía práctica, sensata y accesible para todos los habitantes de nuestro planeta, aunque se haya gestado en otro reino. Puede funcionar per­ fectamente dentro de los gobiernos nacionales, las empresas, la vida cívica, las comunidades y las familias. Está destinada a los niños, a los adultos, a los ricos y a los pobres, así como también, a todas las escalas sociales y generacionales. Creo profundamente en esta “gran idea”, y puedo confirmar su existencia en mi propia experiencia, ya que he dedicado mi vida entera a transmitirla, enseñarla y darla a conocer a todas las personas a las que tengo la oportunidad de conocer. Por otra parte, esta idea no consiste en un dogma o posición de naturaleza religiosa limitada, la cual nos aísla del resto de la humani­ dad. Por el contrario, esta idea perfecta y única invalida toda posición religiosa institucional y se opone abiertamente a todo límite ideológi­ co del resto de las filosofías e ideologías que los seres humanos hemos creado. Esta gran idea es tan eficaz, que confronta a todos los argu­ mentos conocidos; además, nos conduce hacia la búsqueda de una mejor calidad de vida para la humanidad. ¿Qué es esta gran idea? Es el anhelo de la colonización de la Tie­ rra, por parte del reino celestial, el cual impacta notoriamente en el territorio de este planeta con la cultura del amor de Dios hacia la Tierra, y genera, además, una colonia de ciudadanos que reflejan la naturaleza, los valores, la moral y el estilo de vida del cielo en la Tierra. No es una idea religiosa, sino una invasión, a nivel global, de amor, gozo, paz, bondad, afabilidad, paciencia y justicia, bajo la influencia del gobernador celestial, el Espíritu de Dios. Esta idea sostiene que la humanidad puede restaurarse para recu­ perar la pasión original, el propósito y el plan del Creador, que consiste en extender su reino celestial, el país divino en la Tierra como colonia del cielo y, mediante la humanidad, llenarla con su naturaleza divina puesta de manifiesto en la conducta de los seres humanos. Esta idea 1 4
  • 17. Prefacio no tiene relación alguna con la religión, sino que es la manifestación del gobierno de un reino superior. ¡Qué idea tan maravillosa! Es la gran idea de Dios. Únete a mí, a medida que descubrimos esta idea suprema, la cual no pudo realizar­ se completamente en la Tierra, y entérate de la razón por la cual no podía surgir desde aquí, sino que debía introducirse en este planeta a través del Rey y Soberano más bondadoso, cuya nación pertenece a otro mundo. 1 5
  • 18.
  • 19. Introducción L a muerte nunca puede acabar con una idea. Las ideas son más pode- rosas que la muerte, y como lo ha demostrado la historia, las ideas no pueden ser destruidas. Las ideas viven por más tiempo que los seres humanos y no existe ser humano capaz de destruirlas. Efectivamente, las ideas producen el todo, porque el “todo” comienza por una idea y es el producto final de la concepción de esta idea específica. Este libro es el resultado de una idea, y el papel con el que está impreso fue, en algún momento, una idea. Los zapatos que usas, las prendas que vistes, la taza de la cual bebes y la cuchara que utilizas eran ideas que fueron plasmadas, más tarde, mediante el esfuerzo humano. En efecto, cualquier intento por acabar con una idea, solo contri­ buye a que se afiance y multiplique. Todas aquellas ideas, que han sido reprimidas o que parecen haber desaparecido en el lapso de una gene­ ración, se abrirán paso en la siguiente y dejarán su profundo impacto en futuras generaciones. ¡La batalla más difícil consiste en luchar en contra de una idea! En términos filosóficos, las ideas nunca pueden ser destruidas por armas tangibles, ya sean, espadas, tanques, armas nucleares, biológicas o quí­ micas. ¿Por qué? Porque se gestan en un lugar a donde ninguna arma forjada puede llegar: la mente. Si acabas con la vida de un hombre, no destruyes sus ideas, ya que pueden transmitirse y vivir generación tras generación. Esta es la razón por la cual todas las ideologías perduran, no im­ porta tu opinión acerca de ellas. El imperialismo, el comunismo, el so­ cialismo, la democracia, la dictadura y la monarquía representan ideas que ningún arma puede destruir, aunque las personas que las concibie­ ron hayan muerto hace mucho tiempo. Por este motivo, es tan difícil reaccionar ante el fantasma del terrorismo, ya que es una idea que ha sido transmitida en persona, por terroristas hacia la comunidad de la
  • 20. L A G R A N I D E A D E D I O S cual forman parte; luego esta idea se vende, se trafica y se transmite a las mentes de otras personas para convertirse, finalmente, en la base y doctrina filosófica de la conducta destructiva, la cual se ha convertido en el desafío más importante para el siglo XXI. ¿Cómo combatir al terrorismo? ¿Acaso puede una bala destruir una idea? ¿Se extingue el terrorismo cuando un terrorista muere? ¿Cómo ganar una guerra contra una idea? Creo profundamente que la única manera de derrotar a una idea perversa consiste en concebir una idea mejor, porque las ideas solo se destruyen con otras ideas. Creo firmemente que la batalla en la Tierra es una batalla de ideas, y siempre ha sido de este modo. A lo largo de la historia la humanidad siempre ha estado en conflicto a causa de las ideas. La guerra fría fue el resultado del enfrentamiento de ideas opuestas. La Segunda Guerra Mundial también lo fue. Asimismo, la Guerra de Corea tuvo, como causa principal, el conflicto de ideas antagónicas. El fenómeno del apartheid tiene, como fundamento, la idea de exclusión a los otros, y es, básicamente, un conflicto de ideas acerca de los conceptos de raza, origen étnico y valorización del ser humano. Las tensiones entre China y las culturas occidentales se debieron al choque de ideas opuestas. Estos eventos y cuestiones históricos fueron, en su totalidad, guerras de naturaleza ideológica. Tal vez en este momento, y ya que hemos explicado los efectos de las ideas, sería útil definir el concepto de “idea”. A fin de comprender lo que significa una idea, es necesario comenzar con lo que llamamos “precepto”. El término “precepto” lleva, en sí mismo una construcción morfológica que incorpora el prefijo “pre”, el cual significa “antes”, y la palabra raíz, “cepto”, que implica “pensamiento”. Por lo tanto, este término tiene el significado de “pensamiento anterior”, en otras palabras, un pensamiento “que ocurrió con anterioridad”. En esencia, un precepto es un “pensamiento original” que da origen a una idea. Cuando se concibe un precepto, se lo llama “idea”. Por consiguiente, una idea es un “pensamiento concebido", el cual se convierte en el ori­ gen de un concepto y luego evoluciona, hasta convertirse en una ima­ gen mental, la cual da por resultado final un producto concreto. De 1 8
  • 21. Introducción esta manera, una idea puede ser, y así sucede generalmente, la fuente para el acto creativo. La creación es la manifestación física de esta idea. Un pensamiento-idea puede evolucionar en una teoría y luego convertirse en una filosofía. En esta etapa final, cuando la idea se con­ vierte en una doctrina filosófica determinada, se forma un sistema de creencias, la cual se transforma en el motivador de toda conducta y de toda respuesta hacia la vida y el entorno. Las creencias son, pues, el matiz mediante el cual concebimos e interpretamos la vida. Básica­ mente, las ideas son el origen de la filosofía que se convierte en nues­ tro modo de pensar, en nuestra concepción de la verdad y en nuestro sistema de creencias, ya que reflejan, posteriormente, nuestro estilo de vida y nuestro condicionamiento mental. Nada es tan poderoso como un sistema filosófico, cuya base son los preceptos; a su vez, los preceptos consisten en las ideas que conce­ bimos y aceptamos. Los pensamientos controlan el mundo, y nosotros nos convertimos en aquello que nuestros pensamientos nos imponen. Esta es la premisa sobre la cual el rey Salomón, hace más de tres mil años, afirmó esta verdad: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7, RVR60). No puedes vivir ajeno a tu filoso­ fía y a tu sistema de creencias. Solamente podrás cambiar tu forma de vivir cuando tu filosofía cambie, y esta no cambiará, hasta que no transformes tus ideas. 19
  • 22.
  • 23. C A P Í T U L O I El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra Adonde quiera que vaya, descubro que un creciente número de personas, alrededor del mundo, están hastiadas de la religión. Hace poco tiempo fui invitado como disertante en una confe­ rencia “espiritual”, realizada en la ciudad de México. Realmente, era un encuentro ecuménico de gran magnitud, al cual estaban invitados conferencistas destacados, entre los que se hallaban un líder pertene­ ciente a la religión Sikh, de la India, uno de los principales imanes1 del Islam, y el Dalai Lama, en persona, quien hablaba antes de mí en el cronograma. Además, el arzobispo católico de México se encontraba presente; así como también el arzobispo anglicano de Canterbury de Inglaterra. Yo era el único “evangélico” dentro de la lista de oradores. Cuando llegamos a la ciudad de México, tanto mi esposa como yo teníamos dudas en cuanto a la manera en que nos recibirían. No debimos habernos preocupado. Aquellas personas, todas de diferentes credos, nos dieron una calurosa bienvenida, con un fuerte abrazo y con palabras alentadoras. En efecto, la coordinadora general me alentó de la siguiente manera: -Hemos oído hablar muy bien de usted. Siéntase libre de decir todo lo que desee. Exprésese sin limitaciones. Yo era el último orador de todo el cronograma, y debía comen­ zar cerca de las 15:00. Todos los demás oradores ya habían disertado, 1. N d. T: El imán es la persona encargada de presidir la oración canónica musulmana, quien se ubica adelante de los fieles para que estos sigan en sus rezos y movimientos. 2 1
  • 24. L A G R A N I D E A D E D I O S ante una audiencia de muy pocas personas. No conozco qué se dijo acerca de mí, pero cuando llegó mi turno de hablar, la conferencia se llenó de oyentes. Delante de mí, en la primera fila con mi esposa, se encontraban los líderes budistas, hindúes y musulmanes, todos ellos engalanados con sus finos atuendos. Mientras observaba la multitud, le pedí en silencio a Dios: “Se­ ñor, ¡ten misericordia!”; luego sentí un gran fervor. Me despojé del miedo, me paré en medio de la plataforma en el poder del Espíritu Santo, y dije: -Pónganse todos de pie, vamos a orar. Tomémonos de las manos y permanezcamos unánimes por el poder del Espíritu Santo. Todos los participantes, en aquel estadio, hicieron exactamente lo que les pedí. La unción descendió sobre mí con autoridad, y comencé a orar. Algo impactó profundamente aquel estadio. De repente, todos los participantes comenzaron a llorar. Excepto por el sonido de los suaves sollozos, en ese lugar reinaba un profundo silencio. Finalmente, pedí a la audiencia que tomaran sus asientos. El silen­ cio era tal, que podía escucharse la caída de un alfiler. -Hoy -comencé- deseo hablarles sobre el propósito original de Dios y la razón por la cual el Señor creó al ser humano. Sabía que era la única oportunidad de transmitir el mensaje que todos necesitaban oír. Cuando concluí con mi predicación, treinta y cinco minutos después, los participantes comenzaron a aplaudir de pie. Podía oír el clamor de -¡Más, más, más! Y lo decía la audiencia. La directora subió a la plataforma, aplau­ diendo y asintiendo con su cabeza. -Dales más -me pidió con vehemencia. -¿Más? -le pregunté. -Sí, desean oír más, por favor, continúa -me rogó. De manera que durante los veinticinco minutos siguientes, de­ claré, ante aquella audiencia, por qué Jesucristo es diferente de Buda, de Mahoma, de Confucio y de todos los demás “fundadores” de las religiones mundiales.
  • 25. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra -En primer lugar -les dije- permítanme dejar en claro que no soy un hombre religioso. En segundo lugar, estoy convencido de que el problema más importante del mundo es la religión. Aquel estadio permanecía en completo silencio. -En tercer lugar, estoy aquí en representación de un Hombre que jamás fue religioso, y cuya teología, psicología e ideología superaron ampliamente el concepto de “religión”. Creo que su plan y su parecer sobre el comportamiento y el futuro de la humanidad es la única solu­ ción que tenemos como raza. Luego de analizar todas las otras diser­ taciones, y todas las otras ideologías que se han presentado, proclamo que la suya es más digna y superior a todas. Aunque parezca difícil de creer, en aquel lugar comenzó a reinar un silencio aún más profundo. -Por ejemplo -continué-, la mayoría de las religiones proclaman: “ojo por ojo y diente por diente”, pero este gran filósofo dice: “amen a sus enemigos. Podía ver cómo el imán musulmán se retorcía en su silla. -He venido a hablar de nuestra profunda necesidad espiritual. Ya no necesitamos de las religiones para el mundo, porque todos sabemos que nosotros mismos somos el problema. Lo que realmente necesita­ mos es alguien que gobierne al mundo con autoridad, y he venido a contarles sobre este gobierno alternativo. El único gobierno posible es el reino de Dios. Cada persona en este lugar ha comprendido errónea­ mente a la persona y a la obra de Jesucristo. Continué con esta línea de pensamiento durante, al menos, me­ dia hora más, y cuando finalicé, la gente volvió a aplaudir de pie. ¿Por qué mi mensaje fue recibido de manera tan calurosa? Porque no hablé de religión. Si me hubiera referido al “cristianismo”, nun­ ca hubiera impactado en la audiencia. En lugar de ello, prediqué acerca de Dios, de su Hijo, y de su “gran idea”, de modo que las personas, en aquel lugar creyeron en el mensaje. ¿Por qué? Porque los seres humanos sienten gran hastío respecto de la religión, ya que han comprobado que no funciona y que no puede dar respuesta a las cuestiones más profundas, como tampoco satisface los anhelos del 2 3
  • 26. L A G R A N I D E A D E D I O S alma. Las personas de todo el mundo se hallan en la búsqueda de algo diferente y sublime. Nuestro mundo actual está destruido a causa del desasosiego y de la violencia. La guerra, el genocidio, la “limpieza étnica”, y el te­ rrorismo son la prueba del enfrentamiento violento, sin precedentes, entre diferentes culturas. Este conflicto cultural tiene su verdadero ori­ gen en las diversas ideologías con fundamento religioso, las cuales se hallan profundamente arraigadas en el mundo. Es extremadamente difícil cambiar una cultura, especialmente cuando una religión se ha convertido en su piedra fundamental, ya que esta cultura se basa en un sistema determinado de creencias. Históricamente, las diferencias religiosas han sido y son hoy, la principal causa de la mayoría de los conflictos violentos en el mundo entero. Claramente, la religión ha causado gran pesar a la humanidad. Una idea excepcionalmente bella La religión es la idea concebida por el ser humano; por lo tanto, no proviene de parte de Dios. La idea original del Señor es más grande y más sublime que todo aquello que podamos imaginar. Pero, ¿en qué consiste esta gran idea de Dios? El Señor decidió extender su reino celestial en el plano te­ rrenal, expandir su esfera sobrenatural en la esfera natural. Por con­ siguiente, podemos afirmar que Dios decidió llenar la Tierra de la cultura del cielo. ¿De qué manera el Señor puso esta idea en práctica? Dios ac­ tuó de manera impredecible, y siempre lo ha hecho de este modo. Habitualmente los reinos humanos y los imperios surgen, así como también caen, mediante la guerra y la conquista. No es el caso del Señor, porque sus pensamientos no son nuestros pensamientos, ni sus métodos son los nuestros (vea Isaías 55:8). Por lo tanto, Dios hizo algo completamente diferente, porque cuando decidió establecer la cultura del cielo en la Tierra, no utilizó la guerra ni el conflicto para lograrlo. Tampoco instituyó un código legislativo. En lugar de ello, 24
  • 27. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra cuando el Señor se dispuso a establecer el cielo en la Tierra, hizo algo mucho más simple, algo excepcionalmente bello y maravilloso. Dios plantó un jardín Aunque invisible, el cielo es un lugar concreto, en el sentido literal de la palabra, pues es un reino con un territorio y con un gobierno, es decir, el gobierno de Dios. Desde el comienzo el Señor tenía un propósito muy simple, el cual consistía en extender su reino celestial e invisible en la Tierra visible. Esta intención original es el eje de Las Escrituras. Históricamente, cuando un reino o imperio ha deseado expandir su influencia o territorio, lo ha conseguido, básicamente, mediante dos métodos: la conquista directa o la co­ lonización. Como el exclusivo e incuestionable Creador y Soberano de todo lo que existe, Dios decidió expandir su dominio e influencia desde el plano espiritual hacia el natural y, desde lo invisible hacia lo visible, al establecer una base o “colonia” del cielo. Su plan era poblar esta colonia con sus hijos, los seres humanos creados a su imagen, los cuales vivirían y administrarían el gobierno del reino celestial en la esfera terrestre. A diferencia del método que cualquier rey de la Tierra habría adoptado, la colonia del cielo en la Tierra no consistía en la insta­ lación de fortalezas de gruesas paredes, almenajes y empalizadas, a fin de intimidar a la población atemorizada. Por el contrario, el Padre celestial inició su reino en la Tierra mediante la creación de un jardín en el Edén, un lugar especialmente preparado para que habiten los primeros representantes de su gobierno en este planeta. Desde ese centro de abundancia y belleza, ellos obedecerían al man­ damiento de ser fructíferos y de multiplicarse (vea Génesis 1:28), por medio del cual, llenarían la Tierra con su especie y plantarían los “jardines” del reino, a donde quiera que se encontraran. De esta manera, como la levadura en el pan, ocuparían el territorio terrestre con la nación del cielo. 2 5
  • 28. L A G R A N I D E A D E D I O S Comprensión cabal del propósito original divino La clave para entender la presencia y el propósito de los seres hu­ manos en la Tierra, radica en comprender profundamente el propósito original divino. Si conocemos lo que el Señor se propuso concretar en el principio, podremos obtener un mejor conocimiento sobre dónde nos encontramos ahora y hacia dónde deberíamos dirigirnos. El término “propósito” puede definirse como “meta original”. Para nosotros, conocer lo que una persona intentó hacer es más importan­ te que lo que él o ella hizo o dijo efectivamente. Si no discernimos con eficacia la intención o propósito original, no podremos interpretar acertadamente el objetivo de Dios. Esta es una razón por la cual existen tantas personas confundidas en el mundo: hemos mal interpretado el propósito original del Todopoderoso; además, no solo hemos entendi­ do erróneamente nuestra naturaleza, sino que, hemos malinterpretado el propósito del Señor para nosotros, aquí en la Tierra. Comprender la intención original del Señor nos brinda la posibi­ lidad de ver “la situación en su conjunto”. Si solo vemos u oímos una pequeña porción del todo, comprenderemos mal y obtendremos las conclusiones equivocadas. El Padre tiene un propósito para todo lo que realiza. Por lo tanto, nosotros, los ciudadanos del reino, somos parte de su plan global, aunque, generalmente, solo podemos ver una parte bastante pequeña de nuestra situación en el reino, en un momento determinado. La Biblia, el manual de instrucciones del Señor para la vida en su reino, nos informará sobre su propósito, el cual, a su debido tiempo, nos ayudará a mantener el cuadro completo ante nuestros ojos. Asimismo, el propósito es, además, el componente más importan­ te de la motivación, ya que es la fuente y la razón por la cual alguien crea o realiza algo. Sin embargo, a menos que se enuncie específica­ mente, la intención se encuentra generalmente oculta. Un buen ejem­ plo de este fenómeno es la obra de un pintor. En muy pocas ocasiones los artistas enuncian explícitamente su propósito; en lugar de ello, de­ jan que la obra hable por sí misma. Para aquellos que se esfuerzan por descubrirlo, el propósito detrás de la obra del artista puede discernirse a partir de la pintura. No se necesita de otra explicación. 26
  • 29. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra Como me he referido anteriormente, si se desconoce el propósito, es inevitable que surja la mala interpretación, y es muy probable que se desperdicie una gran pérdida de tiempo, de talento, de energía, de dones y de recursos. A menos que conozcamos la intención de Dios, todo lo que hagamos será una pérdida de tiempo. Este es el problema con la religión, ya que, en el mejor de los casos, es la conjetura mejor lograda de la humanidad, con respecto a la intención original del Pa­ dre. No obstante, la clave para la vida y para el propósito, es alcanzar el propósito del Señor. Felizmente para nosotros, Dios no ha ocultado su propósito, del modo que lo haría un artista con su pintura. Por el contrario, se ha revelado a sí mismo y su intención mediante la creación, algunas veces referida como “revelación general”, de la cual el Salmo 19:1 se refiere de la siguiente manera: “Los cielos cuentan la obra de Dios; el firmamento proclama la obra de sus manos”. La “revelación general” se refiere a todo cuanto podemos aprender del Señor, mediante la observación de su or­ den creado. Por otro lado, el concepto de “revelación especial” está re­ lacionado con lo que Él revela explícitamente acerca de sí mismo, ya sea a través de su declaración directa o a través de manifestación, para las cuales nosotros carecemos de discernimiento natural. En La Biblia en­ contramos una gran cantidad de afirmaciones de la revelación de Dios. Efectivamente, el Padre declara expresamente su intención, en el primer capítulo del Libro sagrado: Y dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hom­ bre y mujer los creó, y los bendijo con estas palabras: “Sean fruc­ tíferos y multipliqúense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. - G é n e s i s 1 : 2 6 - 2 8
  • 30. L A G R A N I D E A D E D I O S La frase: “Y dijo" indica que la fase siguiente es la expresión del propósito que Dios tenía en mente antes de la creación. De modo que, cada vez que el Señor habla, debemos escuchar cuidadosamente, ya que estamos a punto de recibir su propósito revelado. En este caso conocemos cuál fue su intención y propósito, cuando creó el universo, el planeta Tierra, junto con todas sus criaturas, y en especial, la raza humana. En primer lugar, El Señor nos revela explícitamente lo que Él deseaba realizar, lo cual consistía en crear una especie a su imagen y semejanza. Luego, nos explica que los seres humanos debían dominar y gobernar a toda criatura del planeta. A fin de llevar a cabo este propósito, el Padre preparó un lugar especial para sus representantes humanos, una “base de operaciones”, desde la cual pudieran cumplir con su obra y llenar la Tierra con la cultura del cielo: Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al hombre que había formado. (...) Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara. - G é n e s i s 2 : 8 , 1 5 Su propósito original consistía, pues, en poblar la Tierra con la humanidad, la cual, a su debido tiempo gobernaría y dominaría el planeta para Él y en su nombre. Podemos observar que su propósito era, en realidad, muy sencillo. Morada para la humanidad A este respecto, existe una gran cantidad de referencias, a lo largo de La Biblia, que expresan el propósito original de Dios. Por ejemplo, el profeta judío Isaías, declara que Dios creó la Tierra como morada para la humanidad: Porque así dice el Señor, el que creó los cielos: el Dios que formó la tierra, que la hizo y la estableció; que no la creó para dejarla 2 8
  • 31. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra vacía, sino que la formó para ser habitada: “Yo soy el Señor, y no hay ningún otro”. - I s a í a s 4 5 : 1 8 En el plan divino la Tierra siempre ha tenido un propósito espe­ cífico. El Señor nunca ideó la Tierra para luego dejarla vacía. Desde el comienzo, aun antes de crearla, Dios la imaginó con abundancia de vida animal y vegetal, supervisada y gobernada por seres humanos creados a su imagen, quienes ejecutarían la autoridad delegada por el Señor. Uno de los salmos más antiguos afirma: “Los cielos le pertenecen a Señor, pero a la humanidad le ha dado la tierra” (Salmo 115:16). Su deseo era extender su dominio real desde el cielo a la Tierra, aunque no deseaba realizarlo en persona. En lugar de ello, decidió crear al gé­ nero humano a su imagen, es decir, a seres espirituales que habitaran en cuerpos físicos, perfectamente adaptados para habitar en la esfera natural. La Tierra ha sido dada a los seres humanos. Por lo tanto, cual­ quier religión que enseñe o enfatice el hecho de dejar la Tierra para vivir eternamente en otro lugar, “en la vida por venir”, no comprende el punto central de la idea del Señor. Si anhelamos dejar la Tierra, con el objeto de vivir en otro lugar, no hemos comprendido la intención de Dios. Mientras que La Biblia afirma expresamente que el mundo pasará (vea 1 Corintios 7:31; 1 Juan 2:17), también promete que una Tierra nueva tomará su lugar: Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria. - I s a í a s 65: 1 7 Porque así como perdurarán en mi presencia el cielo nuevo y la tierra nueva que yo haré, así también perdurarán el nombre y los descendientes de ustedes -declara el Señor. - I s a í a s 6 6 : 2 2 2 9
  • 32. L A G R A N I D E A D E D I O S Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia. - 2 P e d r o 3 : 1 3 Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir. - A p o c a l i p s i s 2 1 : 1 Si la intención original del Padre, la cual consistía en habitar la Tierra, habría de cambiar luego del fin del sistema actual, ¿por qué crearía una Tierra nueva? La razón es muy simple: el futuro de la hu­ manidad, en el reino de los cielos, siempre ha estado relacionado con la Tierra, aunque con una Tierra nueva. Su propósito original y permanente consistía en extender su reino celestial e invisible a la Tierra, además de ejercer su predominio desde el cielo, mediante el gobierno de sus hijos terrenales creados según su imagen. Se llama “colonización” a la expansión del gobierno de un reino en particular, desde un lugar hasta otro, mediante el establecimiento de una base en un territorio desconocido; mientras que a la base es­ tablecida se la denomina “colonia”. En pocas palabras, el propósito original de Dios era hacer de la Tierra una colonia del cielo. Sé que la mayoría de las personas, cuando piensan en el proceso de colonización, lo hacen en términos muy negativos, en particular, aquellas que han vivido sujetas a un régimen colonial, como es mi caso personal. Y tienen buenas razones para hacerlo de este modo: a lo largo de la historia, la mayoría de las colonizaciones se han carac­ terizado por la coerción, la brutalidad, la avaricia, la explotación, la persecución y la opresión. Efectivamente, estas características reflejan la naturaleza y las tácticas del diablo, el enemigo inicial de la humani­ dad, quien se apoderó ilegalmente del jardín o “colonia”, y destronó a los gobernadores legítimos: Adán y Eva. La colonización era la idea inicial del Señor, aunque a diferencia del modo de colonizar humano, su colonia en la Tierra consistió en on
  • 33. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra la creación de un jardín. Si trazamos una analogía con la colonia, el jardín tiene todas las características positivas generales, pero carece de toda connotación negativa. En contraste absoluto con la mane­ ra violenta y compulsiva que los imperios humanos se expanden, el método divino era mucho más sutil. Así como el jardín transforma de manera gradual, bella y completa el terreno donde fue plantado, del mismo modo la influencia del reino del Señor en la Tierra, crece gradualmente y, a menudo, de manera invisible, hasta que finalmente cubre la Tierra con su cultura celestial. Jesús comparó este proceso con la levadura dentro del pan: El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa. - M a t e o 1 3 : 3 3 Además, trazó una analogía con la semilla de mostaza: ¿A qué se parece el reino de Dios? -continuó Jesús-. ¿Con qué voy a compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las aves anidaron en sus ramas. - L u c a s 1 3 : 1 8 - 1 9 El propósito final del Creador, al plantar en su jardín la “colonia”, consistía en llenar la Tierra con su gloria, la cual representa uno de los temas más importantes de La Biblia. En efecto, el Señor le dijo a Moisés: “Mas tan ciertamente como vivo yo, y mi gloria llena toda la tierra” (Números 14:21, RVR60). El rey Salomón, hijo de David, oró diciendo: “Bendito sea por siempre su glorioso nombre; ¡que toda la tierra se llene de su gloria!” (Salmo 72:19). Dios reitera este tema al profeta hebreo Habacuc, cuando dice: “Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor” (Habacuc 2:14). 3 1
  • 34. L A G R A N I D E A D E D I O S En hebreo, el término “gloria” es kabod, mientras que el equiva­ lente griego es doxa. Ambos términos transmiten el concepto de algo “pesado” o de “gran peso”. Más específicamente, la palabra “gloria” se refiere a la naturaleza, en plenitud, de alguna cosa o circunstancia. Dios desea llenar la Tierra con su peso completo, con su naturaleza real y total, con la plenitud de lo que Él es y de su esencia divina. Desea habitar en la Tierra, del mismo modo que lo hace en el cielo. El Salmo 19 afirma que los cielos están llenos de la gloria del Señor. Por lo tanto, Él anhela que en la Tierra ocurra el mismo proceso, y lo desea llevar a cabo mediante personas que estén llenas de su natura­ leza y de su Espíritu. El ascenso... la caída... y el ascenso de un reino Entender el propósito divino original nos ayuda a comprender La Biblia, su Palabra escrita. Muchas personas interpretan erróneamente Las Escrituras y su mensaje, ya que no pueden comprender la inten­ ción inicial del Señor. Podemos afirmar, en pocas palabras, que La Biblia describe el as­ censo, la caída y el nuevo ascenso del reino de Dios en la Tierra. Nos cuenta la historia de un reino establecido, un reino perdido y un reino recuperado. Los dos primeros capítulos del libro de Génesis describen el establecimiento del reino terrenal del Creador, bajo el gobierno de Adán y Eva, a quienes el Señor creó a su imagen y a quienes les otorgó el dominio sobre la creación. El capítulo 3, del mismo libro, describe cómo Adán y Eva perdieron el reino terrenal, mientras que el resto de Las Escrituras muestra la obra del plan del Padre, para recobrar ese reino y restaurarlo a su situación original. La Biblia comienza con el relato de la creación de la esfera na­ tural, los cielos y la Tierra, aunque antes de ello, Él había creado y establecido la esfera sobrenatural, a la que conocemos como “cielo”, el centro invisible de su poder. El cielo es el reino inicial del Señor. El cielo, con Dios como rey, es una nación como lo es cualquier na­ ción o patria sobre la faz de la Tierra, aunque invisible. La epístola a 32
  • 35. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra los Hebreos, en el Nuevo Testamento, describe a Abraham y a otras personas de fe de la antigüedad como “extranjeros y peregrinos en la tierra” quienes “andaban en busca de una patria” (Hebreos 11:13-14). Estos versículos no se refieren a sus países terrenales de origen, a los cuales podrían haber regresado si así lo hubieran deseado; sino a otra patria, en otro lugar: Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les pre­ paró una ciudad. - H e b r e o s 1 1 : 1 6 Por lo tanto, el cielo es una nación, un reino gobernado por un rey, Dios en persona. El único título apropiado para describir al Señor en el cielo es “Rey”, ya que nadie lo hizo llegar al poder por medio del voto. El Rey gobierna debido a su derecho por ser el Creador de todas las cosas. Porque Él creó todas las cosas existentes, todo le pertenece. Él es el único soberano legítimo del universo. Al respecto, el Salmo 103:19 afirma que “El Señor ha establecido su trono en el cielo; su reinado domina sobre todos”. Jamás existirá otro soberano, ya que el reino de Dios es eterno, lo cual queda afirmado en el Salmo 45:6a: “Tu trono, oh Dios, permanece para siempre”. Ya que en la naturaleza de los reinos se encuentra el deseo de expandir sus territorios, Dios decidió extender su reino invisible y so­ brenatural hacia la esfera visible y natural. Creó los cielos y la Tierra, y luego plantó un hermoso jardín en el Edén, como núcleo y punto de partida para la expansión. Llenó la Tierra con toda variedad de plantas y animales. Finalmente, creó al hombre y a la mujer, seres a su imagen y semejanza, y los colocó en este jardín, como sus representantes del reino para gobernar la Tierra bajo la autoridad divina. El Señor les concedió dominio sobre la esfera terrenal, aunque Él continúa siendo el Rey, puesto que todo le pertenece. El salmista declaró: 33
  • 36. L A G R A N I D E A D E D I O S Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuan­ tos lo habitan; porque él la afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos. - S a l m o 2 4 : 1 - 2 ¡Cuán imponente es el Señor Altísimo, el gran rey de toda la tierra!. - S a l m o 4 7 : 2 Cuando Dios creó la humanidad delegó su autoridad a los seres humanos sobre la Tierra, aunque jamás nos cedió la pertenencia de este lugar. Él es el Rey de la Tierra, y Adán y Eva era sus administrado­ res, con autoridad casi ilimitada para gobernar en su nombre. Como la base inicial del reino celestial invisible de Dios, inmersa en la esfera visible, el Edén era un destello del reino sobre el pla­ neta. Todo lo que allí se encontraba reflejaba la cultura, gobierno y métodos del reino. Verdaderamente, era un paraíso. Por desgracia, este estado idílico no duró mucho tiempo. En el capítulo 3 del libro de Génesis encontramos la trágica historia de cómo un usurpador demoníaco y pretendiente al trono, mediante una combinación de sutileza y engaño, ganó el control de la base del reino de Dios en la Tierra. Los administradores terrenales, Adán y Eva, fueron indu­ cidos a desobedecer la orden del Rey y, de este modo, renunciaron a su dominio y autoridad sobre el planeta. Satanás, un querubín desempleado con ilusiones de grandeza, quien además es el enemigo principal del Señor, se apoderó del control de un dominio que no le pertenecía legítimamente, y lo contaminó rápidamente con el vene­ no de su propia naturaleza maligna. El paraíso se había perdido, y desde aquel momento, nosotros, los seres humanos, hemos anhelado la restauración de este reino perdido. Los próximos ocho capítulos del libro de Génesis describen la co­ rrupción intensificada de la cultura, la moral, los pensamientos, la imaginación y la conducta humana, debido a la naturaleza pecadora heredada de Adán y Eva; así como también, la influencia continua y devastadora del diablo y de su gobierno ilegal. 34
  • 37. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra El capítulo 12 de Génesis, comienza con la historia del plan de Dios para recobrar y restaurar el reinado terrenal que la humanidad perdió. Dios llamó a Abraham quien, a través de su descendencia, levantaría una nación constituida por seres humanos que Él llamaría, más tarde, “su pueblo”, y mediante quienes el Señor enviaría a su pro­ pio Hijo a la Tierra, para restablecer su reino, a fin de arrebatarlo de las manos del gran usurpador. Luego de cientos de años de preparación, y cuando era el tiempo perfecto en los planes de Dios, Jesucristo, su Hijo, nació de una virgen y creció en una familia de origen humilde. Porque su misión consistía en restablecer el reino del cielo en la Tierra. No es de sorprender que su mensaje estuviera basado en el reino, el cual era un mensaje de co­ lonización divina. Por lo tanto, las primeras palabras públicas de Jesús fueron: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17b). Su vida, su ministerio, su muerte y su resurrección rompieron el poder del impostor y usurpador, restauró el reino terrenal de su Pa­ dre y abrió la puerta para que la humanidad recupere su lugar legítimo dentro de ese reino. “En la tierra como en el cielo” Jesús enseñó a sus seguidores a orar de la siguiente manera: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:9-10). Con estas palabras, Jesucristo acudía a su Padre para restaurar su gobierno y cultura en la Tierra, como lo había sido en el cielo, y como había sucedido en el Edén, al principio de la creación. ¿Cómo era el reino de Dios en la Tierra? ¿Cómo era la vida en la colonia del reino, en este planeta y su jardín? Básicamente, el Edén era un reflejo directo de la esfera sobrena­ tural en la esfera natural. Por un lado, consistía en tierra, en un terri­ torio. Cada reino debe poseer territorio, ya que sin tierra no queda nada sobre lo cual un rey pueda gobernar. Aunque invisible, la esfera sobrenatural del cielo es vasta e infinita, mucho más extensa que el 3 5
  • 38. L A G R A N I D E A D E D I O S plano natural y visible. El Edén era el ámbito físico con un territorio tangible. Esta es la razón por la cual Dios no creó en primer lugar al ser humano. Fundó la Tierra de manera que el hombre tuviera territorio para gobernar. Adán y Eva gobernaron el Edén y el orden creado por el Señor, del mismo modo que el Rey lo hacía en el cielo. En segundo lugar, el Edén compartía un lenguaje común con el cielo. Cualquier nación necesita una lengua en común, de otro modo co­ menzaría a perder cohesión social y nacional. Adán y Eva hablaban con su Creador. Conversaban abierta y fácilmente con Él, gracias a una relación completamente transparente; además, siempre sabían lo que el Señor esperaba de ellos. Todo aquello cambió cuando el usurpador tomó el control. Aunque todos los seres humanos tuvieron, durante varios siglos, la misma lengua, el Señor confundió su lenguaje en el momento en que se construía la Torre de Babel (vea Génesis 11:1-9). En ese momento, perdieron su capacidad para entender y hablar el lenguaje del Señor, el cual es el lenguaje del cielo. Esta es la causa por la cual, cuando nos encontramos fuera del reino, no comprendemos lo que Él dice, como tampoco conocemos lo que Él espera de nosotros. Una de las características de la vida dentro del Reino es que tenemos la posibilidad de hablar y de entender el lenguaje divino, de un modo que no pueden hacerlo aquellas personas ajenas al Señor. Además, el Edén tenía las mismas leyes y la constitución del cielo. Es­ tas leyes no se encontraban escritas, porque Dios las había grabado en los corazones y en las mentes de la pareja creada. Conocían lo que su Creador esperaba y exigía. Entendían la manera en que Él deseaba que vivieran y qué quería que hicieran. Las instrucciones del Señor eran simples: que fueran fructíferos, que se multiplicaran, que llena­ ran la Tierra y que la dominaran. Impuso una sola restricción en sus actividades, la cual tenía como propósito la protección de los seres humanos: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Excepto por esta prohibición explícita, eran completamente libres. 36
  • 39. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra En el comienzo el Edén funcionaba regido por el código moral del cielo. Cada nación ha de tener un código moral por el cual regirse, de otro modo, cada habitante establecería sus propias reglas, y haría como mejor le parece, produciendo, de esta manera, caos, desorden y anarquía. Al principio Adán y Eva no poseían sentido de moral, pues­ to que vivían en perfecta armonía con Dios. No existía la mentira, el robo, el asesinato, la inmoralidad sexual o cualquier otra conducta corrupta que caracteriza al mundo derrotado por el pecado. Cuando el artificio y engaño del usurpador los llevó a desobedecer la única res­ tricción impuesta por el Señor, descubrieron, inmediatamente, el peso del código moral del reino, a medida que recaía sobre ellos, en quienes se produjo un sentido profundo de culpa y de vergüenza. El Edén y el cielo tenían los mismos valores. Una de las obligaciones, como ciudadano de cualquier nación, consiste en aceptar los valores enunciados explícitos de ese país. En el reino de los cielos el valor más importante es la obediencia a la voluntad del Rey. A causa de su des­ obediencia, Adán y Eva demostraron que ya no tenían los valores del Rey, razón por la cual debieron abandonar el jardín. La desobediencia de Adán y Eva violó no solamente el código mo­ ral del reino, sino también las costumbres y las normas sociales. Todas las naciones y reinos tienen “usanzas”, las cuales consisten en códigos de conductas no escritas, tan profundamente arraigados en la concien­ cia de los habitantes, que ha tomado fuerza de ley. Por otro lado, posee normas sociales, dentro de las cuales se hallan las buenas costumbres, urbanismos y estándares de comportamiento que la sociedad las con­ sidera normativas. Cualquier persona que viole estas normas será con­ siderada como “antisocial” y, en casos extremos “delincuente”. En el reino de los cielos la palabra del Rey tiene fuerza de ley, e incluye tanto las usanzas como las normas sociales, y es absolutamente inviolable. No se admite la rebeldía contra el Rey. Lucifer -o Satanás-, así como también un tercio de los ángeles del cielo descubrieron este hecho aquel día nefasto, cuando se rebelaron ante el Rey y fueron ex­ pulsados del cielo. Adán y Eva también experimentaron esta realidad cuando se encontraron fuera del paraíso terrenal. 3 7
  • 40. L A G R A N I D E A D E D I O S En conclusión, como colonia del cielo en la Tierra, el jardín del Edén reflejaba la cultura del cielo. De esta noción se desprende el con­ cepto de “cultura”, la cual es la culminación de todos los elementos antes mencionados, entre los cuales se halla el territorio, las leyes, la constitución, los códigos morales, los valores compartidos, las usan­ zas y las normas sociales. La cultura define al pueblo y es inherente a él; además, se desarrolla de forma natural, lo cual es exactamente el anhelo de Dios para los ciudadanos de su reino. El Señor no desea que nos afanemos por obedecer leyes talladas en tablas de piedra o escritas en libros; por el contrario, desea imprimirlas en nuestras mentes y en nuestros corazones, de modo que se conviertan en nuestra segunda naturaleza. De este modo, no debemos pensar en vivir la cultura del reino; simplemente, la vivimos y la experimentamos naturalmente, Al crear una base del cielo en la Tierra, el Padre celestial desea­ ba establecer un modelo de la nación celestial en otro territorio. El jardín constituía el reflejo de un método muy adecuado para llevar a cabo su plan. En primer lugar, la belleza natural, la vida y la fe­ cundidad del jardín son destellos visibles de la naturaleza del reino invisible del Señor. El cielo es una nación invisible de belleza indes­ criptible, de vivacidad y de abundancia, ya que constituye el centro del poder del Rey del universo, de Aquel que es todo eso y mucho más... infinitamente más. En segundo lugar, cualquier jardín transforma el territorio en don­ de se encuentre, al convertir el suelo árido en un lugar de belleza, pro­ visión y propósito. Del mismo modo, el reino de los cielos transforma el plano natural, donde sea que se encuentre, a fin de que la esfera natural se convierta en un verdadero reflejo del cielo. La gran idea de Dios era reproducir el reino del cielo en el plano visible, al establecer su base en la Tierra y al poblarla con ciudadanos del reino, quienes gobernarían de acuerdo con el gobierno del reino y con cultura del reino, con el propósito de extender su influencia, has­ ta que toda la Tierra fuera llena de su gloria y transformada comple­ tamente. Como ya lo hemos mencionado, y desde el punto de vista político, el término correcto que describe este proceso de expansión 38
  • 41. El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra es “colonización”. Como una base del reino en la Tierra, el Edén era una “colonia” celestial, establecida por un Rey bondadoso y justo quien es, además, clemente, compasivo, lento para la ira y grande en amor (vea Salmo 103:8). Además, el Edén también era un jardín. Y, así como los reinos se extienden al establecer sus gobiernos y cultura en otros lugares me­ diante la colonización, los jardines se expanden mediante el trasplantes de pequeños árboles, tallos e injertos, en el nuevo suelo. El propósito divino consistía en que los ciudadanos del reino, sus administradores y jardineros, expandieran este jardín, además del gobierno y su cultura, al “trasplantarlos” a donde quiera que se dirigieran. Esta era la gran idea de Dios, y se mantiene hasta el día de hoy. El Señor todavía se dedica a la jardinería. Todos los ciudadanos del reino reciben un mismo llamamiento y una misma comisión, dada por el Rey, para comportarse como jardineros fieles, a fin de sembrar las semillas y de plantar “jardines” de la cultura y del gobierno del reino a lo largo y a lo ancho del mundo hasta que, “como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor” (Habacuc 2:14). 39
  • 42.
  • 43. C A P Í T U L O 2 El poder detrás del “Principio del Jardín” E l lapso que transcurrió entre la pérdida de la base terrestre del reino ce­ lestial, de la cual Adán y Eva eran los administradores, y la posterior usurpación por parte de Satanás, hasta el momento en que Jesucris­ to apareció en escena anunciando la restauración, duró, aproxima­ damente, dos mil años. ¿Por qué Dios esperó tanto tiempo antes de restablecer su reino en la Tierra? ¿Cuál fue la causa por la cual Dios permitió que transcurriera un lapso tan prolongado? ¿Cuál es el moti­ vo por el que Cristo naciera en un momento particular de la historia? ¿Por qué su nacimiento no sucedió antes o después? En primer lugar, para responder estas preguntas es necesario que entendamos que la concepción de Dios respecto al tiempo y a la historia, es diferente a la de los seres humanos. Ni el tiempo ni la his­ toria lo limitan; y, desde la perspectiva de la eternidad, Dios dispone de todo el “tiempo” que necesita para realizar sus propósitos. Simón Pedro, uno de los apóstoles de Cristo, lo explica de esta manera: “Pero no olviden, queridos hermanos, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su prome­ sa, según entienden algunos la tardanza” (2 Pedro 3:8-9a). En segundo lugar, Dios esperó hasta crear las condiciones histó­ ricas y el lugar adecuado para el advenimiento de su Hijo y para el anuncio del regreso del reino a la Tierra, a lo cual La Biblia llama la “plenitud de los tiempos”: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que 2 . N d, T: En La Biblia Nueva Versión Internacional (NVI)encontramos que
  • 44. L A G R A N I D E A D E D I O S estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gálatas 4:4-5). Dicho de otro modo, Jesucristo vino a la Tierra en el momento perfecto. ¿Por qué afirmamos este hecho? Porque cuando Jesús apare­ ció y anunció que el reino de los cielos estaba cerca, esto es, la segunda etapa, mediante la que Dios expandía su gobierno celestial en el plano terrenal, aquellos que oyeron sus palabras, solo debían mirar a su al­ rededor para ver el ejemplo tangible de la clase de reino y el tipo de expansión que Dios tenía en mente. Cuando en Roma... A donde quiera que fueran, los habitantes de Palestina, en los días de Jesús, podían comprobar la mano poderosa y dominante de Roma, la cual controlaba la vida cotidiana y todos los aspectos de su existen­ cia. El imperio romano fue el reino más poderoso de la historia, ya que superaba en extensión, fuerza y esplendor a todos los reinos que lo habían precedido. Además, el reino de Roma era el primer reino humano que podía parecerse, aunque de manera imperfecta, al plan de Dios para la extensión del reino. Los imperios anteriores, como el asirio, el babilónico y el medo-per- sa, se extendieron mediante la invasión, la conquista, la esclavitud y la destrucción. Sus ejércitos invasores entraban rápidamente a una región, destruían al ejército existente, asolaban las ciudades, derribaban por completo su infraestructura y masacraban a la población. La mayoría de las personas que no eran asesinadas, eran esclavizadas y conducidas desde su país al territorio del poder conquistador. Esto es exactamente lo que sucedió con el reino del norte de Israel, cuando cayó en manos de los asirios en el año 772 a. C., y al reino del sur de Judá en el año 587 a.C., en el momento en que el imperio babilónico invadió aquel lugar. Sin embargo, Roma aplicó una estrategia diferente para la ex­ pansión de su imperio. En lugar de infringir destrucción y muerte para la frase “cuando se cumplió el plazo”, existe otra traducción literal posible: “cuando vino la plenitud del tiempo”. 42
  • 45. El poder detrás del Principio del Jardín” en el territorio conquistado, los romanos reconocían la sabiduría y el valor de preservar a las poblaciones y de dejar intacta la infraes­ tructura de los pueblos conquistados. Mientras que la ocupación del ejército romano mantenía el orden, los ciudadanos romanos y los funcionarios gubernamentales eran enviados al territorio ocupado, a fin de establecer el gobierno romano en el nuevo lugar. Su tarea consistía en reproducir la cultura y la sociedad de Roma, enseñar a los habitantes del territorio ocupado a pensar, a comportarse y a vivir como romanos. De esta manera, el imperio romano fue el primer im­ perio humano en poner en práctica el proceso de “colonización”, en una escala bastante significativa. Asimismo, al hacerlo, se convirtió en el primer reino humano en ilustrar, con su ejemplo, el proceso por el cual Dios deseaba reproducir el reino y la cultura del cielo en el plano terrenal. Ciertamente, el mismo Jesucristo reconoció la legitimidad de la autoridad romana con respecto al gobierno humano. En una ocasión, cuando los enemigos de Jesús intentaron tenderle una trampa median­ te una pregunta motivada religiosa y políticamente, la cual consistía en preguntarle si era correcto pagar los impuestos al césar, su respuesta los sorprendió en gran manera: -Muéstrenme la moneda para el impuesto. Y se la enseñaron. -¿De quién son esta imagen y esta inscripción? -les preguntó. -Del césar -respondieron. -Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. Al oír esto, se quedaron asombrados. Así que lo dejaron y se fueron. - M a t e o 2 2 : 1 9 - 2 2 Más tarde, luego de su arresto, Jesús compareció ante Poncio Pi- lato, el gobernador romano en Judea, quien le preguntó al Señor si El era rey. Durante todo su ministerio público, Jesús nunca se refirió a sí mismo como Rey, ya que sabía que las personas podían inter­ pretar erróneamente sus palabras, aunque en cada ocasión, cuando 43
  • 46. L A G R A N I D E A D E D I O S se le preguntaba sobre su autoridad legítima, Jesús nunca negaba su condición de soberano. Cuando Pilato formuló esta misma pregunta, el Señor sí respondió, porque sabía que estaba hablando de autoridad a autoridad: Pilato volvió a entrar en el palacio y llamó a Jesús. -¿Eres tú el rey de los judíos? -le preguntó. -¿Eso lo dices tú -le respondió Jesús-, o es que otros te han habla­ do de mí? -¿Acaso soy judío? -replicó Pilato-. Han sido tu propio pueblo y los jefes de los sacerdotes los que te entregaron a mí. ¿Qué has hecho? -Mi reino no es de este mundo -contestó Jesús-. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arresta­ ran. Pero mi reino no es de este mundo. -¡Así que eres rey! -le dijo Pilato. -Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz. -¿Yqué es la verdad? -preguntó Pilato. -Juan 18:3 3 -3 8 a Dios envió a su Hijo a la Tierra, solamente cuando apareció un reino terrenal que se asemejaba al suyo, aunque de una manera muy imperfecta, de modo que, cuando Jesús predicaba sobre el reino, todos entendían a qué se refería. Cristo vino en el momento apropiado, en el lugar apropiado, en la cultura apropiada, en el reino apropiado y en el entorno apropiado, ya que predicaba el mismo principio que se manifestaba en el mundo bajo el imperio romano. Compórtate como lo hacen los romanos Asimismo, Jesús reconoció la legitimidad de la forma romana de gobierno al haber utilizado el modelo romano para establecer su go­ bierno en la Tierra: me refiero a la Iglesia.
  • 47. El poder detrás del “Principio del Jardín” En cada lugar que los romanos instituyeran su gobierno en un territorio nuevo, enviaban un “procurador” o gobernador, a fin de gobernar la provincia en nombre y con la autoridad delegada por el emperador. Poncio Pilato era el procurador de Judea en el momento del ministerio público de Jesús. Además, los romanos tomaron mu­ chas nociones de gobierno de los griegos, a las que modificaron y adoptaron a su propia forma de gobernar. Una de las más importan­ tes era el concepto de “convocatoria”, que consistía en la asamblea de ciudadanos que se reunían democráticamente para discutir sobre temas de interés común. Esta era, básicamente, la estructura del se­ nado romano. El término griego para esta asamblea de ciudadanos era ekklesia, la cual, en su significado literal, significa “los convocados”. Tanto la palabra como el concepto eran conocidos entre las personas en los tiempos de Cristo, ya que, por un lado, el concepto era puesto en práctica mediante el gobierno; y la palabra, por otro lado, se utilizaba en su frecuente aparición en la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, común en la época de Jesús, la cual se refería específicamente a los hijos de Dios. La ekklesia era un brazo ejecutivo del gobierno que ayudaba al gobernador a aplicar las políticas de Roma. La tarea de este organismo consistía en asegurar que las políticas y decretos que Roma transmitía, a través del gobernador, fueran establecidos y ejecutados. En inglés3, y en especial en las versiones de La Biblia traducidas a este idioma, ekklesia se traduce como “iglesia”. Este es un organis­ mo gubernamental y no una organización religiosa, y fue el que Jesús eligió como modelo para su ekklesia de seguidores “convocados”, es decir, su gobierno en la Tierra: Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? 3 . N d. T: Recordemos que inglés es el idioma original de este libro. 4 5
  • 48. L A G R A N I D E A D E D I O S Le respondieron: -Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elias, y otros que Jeremías o uno de los profetas. -Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? -Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente -afirmó Simón Pedro. -Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás -le dijo Jesús-, porque esto no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. - M a t e o 1 6 : 1 3 - 1 9 Por consiguiente, el cuerpo de Cristo en la Tierra, su Iglesia, no es un organismo religioso, sino que es de naturaleza gubernamental. La comisión que Jesús había recibido, por parte de su Padre, consistía en anunciar y en restablecer el reino del cielo en la Tierra; como así también, abrir una puerta, mediante su muerte y resurrección. Como consecuencia, Él ha delegado a su ekklesia la tarea de extender la in­ fluencia, la cultura y el gobierno del reino alrededor del mundo o, basados en el simbolismo del capítulo 1, la Iglesia ha de plantar “jar­ dines” a lo largo y a lo ancho de la Tierra para transformar el mundo a semejanza del cielo. Jesús no vino a la Tierra para fundar una religión, y la ekklesia que Él estableció nunca tuvo por objeto ser un organismo religioso. Sin embargo, Satanás, el impostor, ante la realidad concreta de perder su gobierno ilegítimo sobre el plano terrenal, ha trabajado incesan­ temente, durante siglos, para reducir a Jesús, en las mentes de las personas, hasta convertirlo en un mero líder religioso, y a su Iglesia, en una institución religiosa fraccionada y, en gran medida, ineficaz. Ambos conceptos están verdaderamente distorsionados. Jesús jamás fue un líder religioso; Él era el funcionario gubernamental con una tarea diplomática asignada. La Iglesia que El estableció no es una 46
  • 49. El poder detrás del “Principio del Jardín” institución religiosa, sino una agencia gubernamental, encargada de publicar e implementar los principios y las políticas del reino en el territorio terrestre. Jesús dejó muy en claro su tarea cuando declaró a sus seguidores lo siguiente: ...se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tan­ to, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándo­ les a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. - M a t e o 2 8 : 1 8 - 2 0 Contrario a la creencia popular, este mandamiento de Jesús, cono­ cido históricamente como “la Gran Comisión”, no es una declaración religiosa, sino la declaración de una política específica de gobierno. Y todos nosotros, que formamos parte de su ekklesia, su congregación en la Tierra, estamos encargados de ponerla en práctica. La nuestra no es una cruzada religiosa. Somos los elegidos, los embajadores del Rey en una misión diplomática. Como jardineros expertos, nuestra tarea es repoblar la Tierra con la vida del reino; además, debemos recuperar, fertilizar y cultivar nuevamente el terreno que ha sido devastado y convertido en desierto por el gobierno brutal, perverso y mortal del usurpador; como así también, llenarla con el perfume nuevo y abun­ dante de la plenitud del reino de los cielos. Una presencia diferente Donde sea que el reino de los cielos se establece, trae consigo su hermosura, vitalidad, plenitud y vida abundante que solo el Señor puede brindar. De esta manera, podemos observar el contraste absolu­ to con el reino falso del usurpador, el cual deja a su paso solo muerte y desolación. Como embajadores del Rey, hemos sido “plantados” para cambiar el mundo, para marcar la diferencia con nuestra presencia. La 4 7
  • 50. L A G R A N I D E A D E D I O S mayoría de las religiones del mundo, entre las cuales se encuentra el cristianismo religioso, centran su atención en preparar a las personas para abandonar esta vida. Sin embargo, este énfasis es completamente inapropiado. Nuestra misión no consiste en preparar a las personas para su partida, sino en plantar jardines del reino, los cuales deben arraigarse y permanecer allí durante algún tiempo. ¿Por qué nuestro Rey nos coloca aquí con una tarea a realizar, si se supone que todo lo que debemos hacer es prepararnos para dejar este mundo? Porque su plan es cambiar el mundo mediante nuestra influencia o, dicho de otro modo, su influencia a través de nosotros y, de esta manera, cambiar la Tierra, cuyo estado actual refleja la devasta­ ción provocada por el dominio del diablo; a fin de que se convierta en un “jardín” abundante y exuberante de vida y de belleza, el cual refleja plenamente la cultura y el entorno del cielo. Debemos estar presentes, para que nuestra influencia dé frutos agradables al Rey. Muchos de nosotros dedicamos mucho tiempo de nuestras vidas rogando por el día de nuestra partida, y nos olvidamos, mientras tan­ to, que la oración de Jesús no consistió en ello. Jesús nunca oró por nuestra partida. En lugar de ello, pidió a su Padre, en oración, que nos preparara y que nos protegiera, para la tarea que habíamos de realizar en la Tierra: Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. -Ju a n 1 7 : 1 4 - 1 8 El plan de Dios consiste en llenar la Tierra con su gloria, y para que este hecho ocurra, debe llenarse, en primer lugar, con sus hijos, los herederos y ciudadanos del reino de los cielos que han sembrado su influencia en la Tierra y que han dado a conocer la cultura celestial. 48
  • 51. El poder detrás del “Principio del Jardín” La Tierra le pertenece al Señor y, en su poder, sus hijos la recuperarán. Jesús no pide por el rescate de sus hijos, sino que ruega a su Padre para que los proteja de la influencia y de los ataques del “malvado”; es decir, de Satanás, el usurpador, quien no claudicará pasivamente ante la incursión del cielo en “su” esfera de poder. Como ciudadanos del reino, estamos en el mundo, aunque no pertenecemos a él. Nuestra tierra de origen se encuentra en otro lugar. Vivimos den­ tro de una cultura específica, pero nos identificamos con otra cultura que debería hacer, de nuestras vidas, una presencia distintiva en el mundo. Una razón por la cual la ekklesia de Cristo no ha impactado profundamente en el mundo, se debe a que demasiados ciudadanos del reino se han acomodado y se han adaptado a la cultura de este mundo, en lugar de vivir y de mantener viva la cultura de nuestra patria celestial. Hemos abandonado nuestros “jardines” y hemos per­ mitido que crezca la mala hierba en ellos. Existen dos clases de personas en el mundo: aquellos que son los hijos del reino de los cielos, y aquellos que no lo son. Jesucristo ilustró esta distinción en su parábola del labrador que plantó buena semilla en su campo. Por la noche, un enemigo entró y plantó mala hierba en medio del trigo. Nadie pudo distinguir la diferencia hasta que brotó el trigo y la cizaña. El dueño del campo pidió a los obreros que no arrancaran la cizaña, ya que corrían el riesgo de arrancar juntamente el trigo. En lugar de ello, permitió que crecieran juntas hasta el tiempo de la cosecha, cuando la mala hierba sería recogida y quemada, mien­ tras que el trigo sería almacenado en el granero (vea Mateo 13:24-30). Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que explicara el signifi­ cado de esta historia, Él lo hizo de la siguiente manera: El que sembró la buena semilla es el Hijo del hombre -les respon­ dió jesús-. El campo es el mundo, y la buena semilla representa a los hijos del reino. La mala hierba son los hijos del maligno, y el enemigo que la siembra es el diablo. La cosecha es el fin del mun­ do, y los segadores son los ángeles. 49
  • 52. L A G R A N I D E A D E D I O S Así como se recoge la mala hierba y se quema en el fuego, ocurrirá también al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ánge­ les, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar. Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán en el reino de su Padre como el sol. - M a t e o 1 3 : 3 7 - 4 3 a Como muchas otras de sus historias, Jesús eligió la analogía del jardín para explicar e ilustrar el reino de los cielos. Y, mientras que el significado general de esta historia está centrado en el fin de la presen­ te era, lo que se destaca claramente es la coexistencia de dos culturas en el mundo: la cultura del reino y la del “malvado”. Así como es fácil reconocer al trigo de la cizaña, del mismo modo sucede con la cultura del reino y con la mundana. Nuestras vidas deberían manifestar, de manera inconfundible, a qué cultura pertenecemos. Como ciudadanos del reino, la cultura del mundo no nos pertenece. Si permitimos que diferentes “malas hier­ bas” del mundo invadan nuestro “jardín”, no pasará mucho tiempo antes de que ya nadie note la diferencia. Los jardines del reino producen frutos duraderos El objetivo de todo jardinero es cultivar plantas que produzcan abundante fruto. La buena semilla, el terreno fértil, los nutrientes adecuados, la suficiente cantidad de agua y abundancia de sol, son los elementos necesarios para un jardín fecundo. Los jardines del reino, los cuales deberían ser un ejemplo de la cultura del cielo, se distinguen debido a la presencia misma del Rey en las vidas de sus ciudadanos. Moisés, el gran líder hebreo, quien sacó a los israelitas antiguos de la esclavitud de Egipto, para luego convertirlos en el pueblo elegido de Dios, entendió la importancia de la presencia mis­ ma del Rey Todopoderoso: 50
  • 53. El poder detrás del “Principio del Jardín” ... ten presente que los israelitas son tu pueblo. -Yo mismo iré contigo y te daré descanso -respondió el Señor. -O vas con todos nosotros -replicó Moisés-, o mejor no nos hagas salir de aquí. Si no vienes con nosotros, ¿cómo vamos a saber, tu pueblo y yo, que contamos con tu favor? ¿En qué seríamos diferen­ tes de los demás pueblos de la tierra? - É x o d o 3 3 : 1 2 B - 1 6 El poder, detrás del “Principio del Jardín” surge de la presencia misma del Jardinero. En el “jardín” de la vida de sus hijos, la presencia del Jardinero se revela en, al menos, dos maneras: por un lado, en una vida vigorosa y abundante, y por otro, en frutos abundantes, de los cuales, el más importante es el amor. Jesús lo explicó a sus discípulos de la siguiente manera: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. (...) Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden us­ tedes hacer nada. (...)Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos. Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he ama­ do a ustedes. Permanezcan en mi amor. (...)No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros. - J u a n 1 5 : 1 - 2 , 4 - 5 . 8 - 9 , 1 6 - 1 7 5 1
  • 54. L A G R A N I D E A D E D I O S Los ciudadanos verdaderos del reino se diferencian del resto del mundo, porque sus vidas llevan la marca inconfundible del Rey autén­ tico, quien ha venido a exigir la devolución de su gobierno terrestre, hasta ahora en manos del usurpador. El diablo se ha apoderado del control hace miles de años. La vida, dentro de su gobierno de maldad se ha caracterizado por la avaricia, el egoísmo, el odio, la violencia, la guerra, el homicidio, la envidia, la discordia, la lascivia, la inmoralidad, la crueldad, la brutalidad, la religión vacía y la opresión. El poder de­ trás del Principio del Jardín, plasmado en las vidas de los ciudadanos del reino, establece un entorno absolutamente diferente. A medida que nos abramos paso en el mundo y plantemos “jardines” en nuestro diario andar, nuestras vidas sembrarán la Tierra con semillas de justi­ cia y santidad, las cuales crecerán hasta producir fruto verdadero, que cambia la vida de las personas y del mundo, cuya manifestación es el “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gálatas 5:22b-23a). Cada persona, en este mundo, busca el reino de los cielos, aunque la mayoría de ellas no toma conciencia de su búsqueda. Los seres hu­ manos no buscan una religión. El budismo no satisface. El hinduismo no satisface. El islamismo no satisface. El judaismo no satisface. El cristianismo “religioso” no satisface. El dinero y las riquezas no satis­ facen. Por el contrario, hemos sido creados para gobernar un jardín, y nunca nos sentiremos satisfechos fuera de un ambiente con estas características. El programa para la expansión del jardín del Rey con­ templa la inclusión de muchas personas, de todo el mundo, dentro de su reino, así como su preparación para la vida y el liderazgo del reino en “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1) que El se en­ cuentra, en este momento, en etapa de preparación. En palabra y en poder Como ya lo he mencionado, cuando Jesucristo inició su minis­ terio público predicó un mensaje simple y sin ambigüedad alguna: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17b). 5 2
  • 55. El poder detrás del “Principio del Jardín” Esta era la afirmación de su misión y el único mensaje que el Señor predicó. En una ocasión, cuando los habitantes de una aldea intenta­ ron retenerlo allí, el Señor les declaró: “Es preciso que anuncie también a los demás pueblos las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:43). Anunciar el advenimiento del reino es una cosa; pero proveer de la legitimidad necesaria es algo muy distinto. Sin poder ni autoridad para respaldar ambos conceptos, las palabras, aunque provengan de la boca de un rey, son irrelevantes. Un rey sin poder es solo un hombre con un título decorativo. Sin embargo, el reino de los cielos es mucho más que simples palabras; el eterno poder del Dios Todopoderoso les concede autoridad incuestionable, ya que el reino no es cuestión de palabras, sino de poder. Pablo, el gran embajador del Rey del primer siglo, escri­ bió al respecto: “Porque el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder" (1 Corintios 4:20). En consecuencia, Jesús no solo vino a este mundo con la palabra del reino, sino también con su poder. Sanó a los enfermos. Resucitó a los muertos. Dio vista a los ciegos. Expulsó y ahu­ yentó demonios, los agentes del gobierno ilegal del usurpador. Además, afirmó que “...si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mateo 12:28). A dondequiera que se dirigiera, en palabra y en poder, Jesús demostraba la autoridad, la legitimidad y la invencibilidad del reino de su Padre. En una ocasión Jesús subió a una montaña con Pedro, Jacobo y Juan, sus tres amigos y discípulos más íntimos. Durante la noche, es­ tos hombres oyeron la voz de Dios y contemplaron a Jesús en toda la gloria de su verdadera naturaleza, como Hijo del Todopoderoso. Este hecho preparó el camino para una manifestación impresionante del poder del reino de su Padre, como luego quedó demostrado: Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, le salió al en­ cuentro mucha gente. Y un hombre de entre la multitud exclamó: -Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que ten­ go. Resulta que un espíritu se posesiona de él, y de repente el mu­ chacho se pone a gritar; también lo sacude con violencia y hace que 5 3
  • 56. L A G R A N I D E A D E D I O S eche espumarajos. Cuando lo atormenta, a duras penas lo suelta. Ya les rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron. -¡Ah, generación incrédula y perversa! -respondió Jesús-. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo. Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre. Y todos se quedaron asombra­ dos de la grandeza de Dios. -Lu c a s 9:37-43a Al sanar al muchacho poseído por un demonio, jesús demostró el poder indiscutible del reino, un poder tan irresistible que aun el agente de Satanás, profundamente arraigado y quien, además, se había opuesto con éxito a los esfuerzos de los discípulos, debió huir de aquel joven. Otro reino, un reino ilegal, se había apoderado de la vida de este muchacho, pero el reino justo y legítimo llegó y lo rescató. En la presencia del verdadero Rey, los representantes del falso rey no tienen otra opción, sino la de renunciar y huir. Este es el poder del reino de los cielos. Este es el poder detrás del “Principio del Jardín”. El poder del reino para la extensión del jardín Otro elemento significativo de la historia del muchacho poseído por un demonio es la incapacidad de los discípulos de expulsar al es­ píritu maligno. ¿Por qué fracasaron? Los discípulos querían conocer la causa de su falla. El relato de Marcos, sobre el mismo episodio, incluye este diálogo: Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron en privado: -¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? -Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de ora­ ción -respondió Jesús. -Ma r c o s 9:28-29 54
  • 57. El poder detrás del “Principio del Jardín” El evangelio de Mateo agrega a este diálogo, la falta de fe como parte de la razón por la cual los discípulos fallaron ya que, aunque conocían al Rey, carecían del poder del reino. Todavía eran incapaces de operar mediante la autoridad del reino de la manera que lo hacía Jesús... y el usurpador y sus agentes solo respondían a la autoridad del Rey legítimo. A fin de que el plan del reino de Dios triunfe, mediante la difusión de “jardines” del reino, era necesario que sus ciudadanos poseyeran la autoridad para actuar en su nombre. Además, era crucial que ellos no recibieran tal autoridad, hasta que estuvieran maduros para hacerlo. En el caso del muchacho poseído, es claro que no estaban aún prepa­ rados, aunque esta situación cambió rápidamente. No transcurrió un lapso muy prolongado, cuando Jesús decidió enviar a sus discípulos en su tarea “independiente” hacia el mundo: Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos para en­ viarlos de dos en dos delante de él a todo pueblo y lugar adonde él pensaba ir. ”Es abundante la cosecha -les dijo-, pero son pocos los obreros. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo. ¡Vayan ustedes!Miren que los envío como cor­ deros en medio de lobos. No lleven monedero ni bolsa ni sandalias; ni se detengan a saludar a nadie por el camino. (...) Cuando entren en un pueblo y los reciban, coman lo que les sirvan. Sanen a los enfermos que encuentren allí y díganles: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Pero cuando entren en un pueblo donde no los reciban, salgan a las plazas y digan: “Aun el polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudi­ mos en protesta contra ustedes. Pero tengan por seguro que ya está cerca el reino de Dios”. (...) El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió. Cuando los setenta y dos regresaron, dijeron contentos:
  • 58. L A G R A N I D E A D E D I O S -Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. -Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo -respondió él-. Sí, les he dado autoridad a ustedes para pisotear serpientes y escorpio­ nes y vencer todo el poder del enemigo; nada les podrá hacer daño. Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo. - L u c a s 1 0 : 1 - 4 , 8 - 1 1 , 1 6 - 2 0 Cuando fue el tiempo perfecto, Jesús impartió su poder y autori­ dad en sus discípulos; luego los envió al mundo a realizar las mismas obras que Él hacía. El Señor predicaba sobre el acercamiento del reino de Dios. Sanó a los enfermos; y así lo hicieron sus discípulos. Jesús expulsaba demonios; también sus discípulos. Muy poco tiempo antes los seguidores de Jesús habían experimentado un fracaso público y bochornoso, al intentar expulsar a un espíritu maligno; ahora descu­ brieron que ios espíritus del mal se sometían a ellos, del mismo modo que ocurría con Jesús. Verdaderamente, Cristo les había delegado su autoridad para “derrotar todo el poder del enemigo”. Es necesario, para el correcto funcionamiento del “Principio del Jardín”, la presencia del Jardinero, aunque también se necesita de su autoridad. Ambas funcionan en conjunto; son inseparables. Donde sea que el Jardinero esté presente, su poder también lo está, lo cual significa que su influencia impacta notoriamente en aquel lugar. Sin la presencia y el poder de Cristo, sus discípulos no eran capaces de rea­ lizar milagro alguno por sus propios medios. Sin embargo, si estaban acompañados por su presencia y por su poder, podían realizar todas las maravillas que el mismo Señor hacía. Esta es la manera en que funciona el “Principio del Jardín”. Dios desea multiplicar sus bases o jardines en todas partes del mundo, me­ diante la multiplicación de su poder y de su presencia en las vidas de los colonos, los ciudadanos del reino que el Señor ha elegido para ex­ tender su influencia y su cultura donde quiera que se dirijan. A través de la autoridad delegada, la ekklesia tiene la facultad para realizar la obra para el Rey. 56
  • 59. El poder detrás del “Principio del Jardín” El jardín en el desierto Como sucedería con un jardín en medio de un desierto, la cultura y el estilo de vida de los ciudadanos del reino, deberían destacarse del resto de los habitantes del mundo. Para los caminantes del desierto de todas las edades, nada parecía más hermoso, o más bienvenido, que un oasis. A pesar de su apariencia externa, existe vida en el desierto, la cual se revela mediante una vegetación prolífera y vital, especialmente cuando un manantial subterráneo brota hacia la superficie. En contraste con la hermosura, riqueza y abundancia exuberante del reino de los cielos, el reino de este mundo, regido de acuerdo con los parámetros de Satanás, el usurpador por antonomasia, es un vasto desierto, árido, estéril, adusto y brutal. Las religiones y las diferentes culturas, surgidas a lo largo de la historia, ofrecen muy poco para ali­ mentar el espíritu del ser humano. El diablo, el engañador más astuto, atrae a las personas con falsas promesas de felicidad y de esperanza que jamás podrá brindar. Los seres humanos, en su búsqueda por en­ contrar claridad, prosperidad y libertad, solo hallan confusión, pobre­ za y esclavitud. Todo aquello que buscan no pueden encontrarlo en el reino que pertenece a este mundo, sino solamente en el reino legítimo, el “jardín” originario de Dios en la Tierra, así como sucede en el cielo. Jesucristo vino a la Tierra para recuperar el desierto y transformar­ lo, una vez más, en un gran jardín, lleno de vida abundante y vigorosa que refleje el carácter, la naturaleza y el entorno del reino celestial de su Padre. Él era, en sí mismo, un oasis, un jardín en el desierto, de modo que el Señor plantó semillas de vida, la justicia y la santidad que surgieron en otros oasis. Estos son su ekklesia, la Iglesia, llamada a plantar otros jardines en lugares diferentes, del mismo modo que el Señor lo había realizado en su primer jardín. Estos, a su vez, plantarán otros, de modo que este proceso continuará hasta que el desierto des­ aparezca y solo permanezcan los jardines. Este es el plan de Dios, y es tan real como si ya se hubiera mate­ rializado. El reino de los cielos ha regresado a la Tierra. El programa de extensión del jardín del Rey está en vías de ejecución, el cual se prepara para el cumplimiento de las palabras dichas por el profeta hebreo, Isaías: 57
  • 60. L A G R A N I D E A D E D I O S Se alegrarán el desierto y el sequedal; se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán. Florecerá y se regocijará: ¡gritará de alegría! Se le dará la gloría del Líbano, y el esplendor del Car­ melo y de Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan las manos débiles, afirmen las rodillas temblorosas; digan a los de corazón temeroso: “Sean fuertes, no tengan miedo. Su Dios vendrá, vendrá con venganza; con retri­ bución divina vendrá a salvarlos”. Se abrirán entonces los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; saltará el cojo como un ciervo, y gritará de alegría la lengua del mudo. Porque aguas brotarán en el desierto, y torrentes en el sequedal. La arena ardiente se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manan­ tiales burbujeantes. Las guaridas donde se tendían los chacales, serán morada de juncos y papiros. Habrá allí una calzada que será llamada Camino de santidad. No viajarán por ella los impuros, ni transitarán por ella los necios; será sólo para los que siguen el camino. No habrá allí ningún león, ni bestia feroz que por él pase; ¡Allí no se les encontrará! ¡Por allí pasarán solamente los redimi­ dos! Y volverán los rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanza­ rán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido. - I s a í a s 3 5 : 1 - 1 0 El poder detrás del “Principio del jardín” es un poder irresistible, ya que es el poder del Rey, del jardinero Principal. Este mismo poder y la facultad residen en los corazones y en las vidas de cada ciudadano del reino, con la tarea de plantar jardines del reino y de extender la cultura de nuestro Rey y la influencia de su gobierno a donde quiera que nos dirijamos. Como en la historia del trigo y de la cizaña, vivi­ mos en un mundo dividido por dos culturas rivales e incompatibles. Una de ellas pertenece al diablo, la cual es una cultura corrompida por un usurpador astuto, pero arrogante, quien ha ocupado de ma­ nera ilegal el trono en el plano terrestre. Por consiguiente, la cultura opuesta es la cultura justa, dinámica y rica del Amo y Propietario, el
  • 61. El poder detrás del “Principio del Jardín” Rey del universo, quien ha invadido el terreno del enemigo, a fin de recuperarlo para sí mismo. Muchos ciudadanos del reino corren el riesgo de permitir que el “trigo” de su cultura celestial se ahogue y se consuma por la “cizaña” de este mundo. A medida que procuramos llevar a cabo el “Principio del Jardín” del Rey, debemos entender que nos enfrentamos a una cultura antagónica. Prepárate para confrontarla. S 9