SlideShare a Scribd company logo
1 of 75
A Alejandra que tiene un talento escon-
     dido que espero que pronto descubra.
   Y a mi mamá por haberme enseñado a
                 jugar mi imaginación.
No puedo dormir       8
                 No avancé    15
    No se trataba de Elliot   23
El día sustituyó a la noche   31
      Oí el correr del agua   37
Emprendí un nuevo rumbo       45
  Entré a un nuevo mundo      54
         Guardé su secreto    61
        Fátima no entendió    68
o puedo dormir.
                        Ni el susurro de los búhos puede
                     adormecerme en una noche como esta,
                     donde los copos de nieve se amontonan
                     a mis pies, cubriéndolo todo con una
capa blanquecina que quema con el más leve contacto.
      Este invierno ha venido cargado de helados vientos del
oriente que arremeten contra todo lo que etncuentran a su
paso. Y el sol se ha cansado de alumbrar, pues las nubes lo
han destronado.
      Estoy sola en este gran paraje, ya que muchos han su-
cumbido por la crudeza del frío; hasta la luna se ha tenido
que cobijar bajo las espumosas nubes para resguardarse del
invierno.
      Algo se mueve a lo lejos, lo distingo fácilmente porque
es de un color negro que contrasta con la nieve. Se mueve
con un ritmo constante al compás de una música lúgubre
que sale de sus entrañas.
      A medida que se acerca resaltan unas tenues luces, que
parecen ser las guías; y los peregrinos, son personas envuel-
tas de negro.
      ¿Qué razón pudo traerlos al bosque cuando la oscuri-
dad podría tragárselos vivos?
      Las mujeres llevan cubiertos sus rostros y los hombres
van detrás; y unos cuantos más cargan sobre sus hombros
una caja bastante grande y la depositan delante de mí… qué
será, ¿acaso es una especie de tributo?
      Uno de ellos se adelanta y recita unas palabras mien-
tras los demás hacen signos con las manos. Se trata de un
rito muy peculiar donde el silencio sustituye a los cantos.
Empiezan a cavar un agujero removiendo la tierra que hay
debajo de mí, parece que no se dan cuenta de que eso hace
que me dé más frío. Acomodan la caja ahí y devuelven la tie-
rra a su lugar.
Los humanos no tienen respeto por lo ajeno; invaden mi es-
pacio para esconder aquel artefacto y ponen una marca, su-
pongo que sirve para que puedan reconocer el lugar si quie-
-ren volver a sacar la caja.
                              Pero la marca está en clave,
                              ¿qué significará R.I.P.?
                                 Después de que se fueron
                               volví a tener frío, pero esta
                               vez siento cómo se congelan
                             mis raíces, porque cuando re-
                            movieron la tierra enfriaron la
                          que ya estaba caliente.
                           Tal vez si hundo mis raíces más
                     al fondo podré encontrar el calor que
                    necesito para sobrevivir; pero la caja
                   me estorba, es demasiado grande para
                  que mis pequeñas raíces la esquiven. Sin
                 embargo, al encontrarme con ella tam-
bién           encuentro calor, dentro de la caja hay algo
que arde.
      Fue complicado pero logré abrir la caja.
      Efectivamente, mis raíces se bañaron del calor que
emanaba, pero no sólo había calor también había algo inerte
que concentraba toda la energía. Por más que lo movía pa-
recía no responderme. Pero cuando comprendí lo que tenía
debajo de mí ya era demasiado tarde.
      Aprendí que la vida y la muerte son dos fases conti-
-nuas, de modo que no sé si morí o volví a nacer.
       Me convertí en el ser al que más temía. En lugar de raí-
ces tenía piernas y mis ramas fueron sustituidas por manos.
       Cuando desperté no había nada familiar a mi alrede-
dor; estaba recostada sobre algo acolchonado y un animal
estaba echado en mi regazo, parecía inofensivo incluso me
di la oportunidad de acariciar su pelaje. En cuanto me levan-
té, éste me saludó con un sonido muy peculiar que atrajo al
dueño de aquel lugar.
       Vi delante de mí a un hombre de gran estatura; no pa-
recía haber vivido mucho, pues su cabello era aún castaño y
su andar firme. Sus ojos eran especiales porque parecían ver
al vacío, y un azul profundo se diluía alrededor de sus pupi-
las… era como ver a través de la niebla.
       – ¿Ya despertaste? –me dirigió aquella pregunta con
una voz vibrante.
       – Creo que sí –en realidad no sabía qué contestar por-
que no sabía si estaba viva o muerta.
       – En ese caso estás en deuda con Halcón porque él te
encontró tirada en la nieve anoche.
       ¿Halcón? Había visto muchos halcones, pero éste no
parecía uno de ellos; ni siquiera sus orejas alargadas podrían
mantenerlo en el aire. Aún así, le agradecí aquel servicio con
una palmada en la cabeza.
– ¿Quién eres? –mi pregunta quedó en el aire pues no
hubo respuesta de su parte.
        – ¿Para qué quieres saberlo?
        – Porque si ya conozco uno de los nombres de quien
me salvó me gustaría conocer el nombre del que me falta.
        – Sólo soy un hombre errante.
        – ¿Y cómo se llama ese hombre errante? –insistí.
        – Elliot –cedió malhumorado.
        – Muchas gracias, Elliot.
        – ¿Piensas quedarte aquí o qué? ¿No vas a marcharte
a tu casa? –mientras decía esto atizaba el fuego sin siquiera
voltearme a ver.
        – Antes de que me vaya, ¿no quisieras saber mi nom-
bre? –aunque no tenía uno, creí que sería fácil inventarlo.
        – No –respondió desinteresado.
      ̶ En ese caso, contestaré a tus preguntas: No puedo
           marcharme.
                         ¿A dónde podía ir un “humano” acos-
                                  tumbrado a vivir de pie?
– No puedes quedarte aquí –Elliot concluyó con firme-
za.
      – ¿Por qué? –pregunté con un poco de curiosidad.
      – No es de tu incumbencia.
      – Tienes razón. Y más vale que me vaya antes de que se
ponga el sol.
      – Espera –colocó algo al pie de la cama– te conseguí
algo de ropa, ya que no puedes andar de esa forma por ahí.
      Nunca me había cubierto con algo que no fuera mi pro-
pia piel; pero él era el humano y tenía sus razones para ad-
vertírmelo. Tomé el atuendo que era bastante ligero y lo ceñí
a mi cuerpo con un cordón, al final me cubrí con un pesado
abrigo que iba a juego con unas botas.
      Halcón me acompañó hasta la reja que había en aque-
lla diminuta cabaña, pero no traspasó el límite de la barre-
ra; miré hacia el horizonte y decidí cuál sería el camino para
emprender mi aventura.
o avancé.
                          Para un árbol como yo, no se podía
                       esperar otro final.
                          Me desperté nuevamente bajo el te-
cho de la casa de Elliot; lo encontré sentado al lado de mi
cama, con la cabeza baja y los brazos cruzados.
      – ¿Cómo me encontraste? –mi entusiasmo se dejó en-
trever por el tono de mi voz.
      – No estabas muy lejos y al parecer Halcón ya se acos-
tumbró a tu olor, fue fácil para él seguir tu rastro- lo oí más
calmado que en la mañana, incluso su rostro era más amable
bajo la luz de las velas.
- Pero estaba oscuro, ¿no fue peligroso? –me asombró la va-
lentía de Elliot, pues siendo árbol descubrí que muy pocos
son los que se adentran en el bosque cuando anochece.
       ̶ La oscuridad no es un problema… porque la luz no es
una solución para mí.
        ̶ La oscuridad no es un problema… porque la luz no es
una solución para mí.
         ̶ ¿Qué quieres decir?
          ̶ ¿Acaso no te has dado cuenta? –parecía sorprendido.
           ̶ ¿Darme cuenta de qué?
            ̶ De que no me sirven mis ojos… hace mucho tiempo
que decidieron apagarse para siempre.
             Aquel día descubrí lo que era ser ciego. Elliot era uno
de ellos.
             Me quedé con él, a pesar de que se negaba a ello, pero
al final de cuentas le fui siendo de ayuda.
Nunca me preguntó sobre mi nombre, porque él mismo me
bautizó como Isolda, que significa batalla en la nieve; lo re-
cibí con agrado y desde entonces yo misma me identifiqué
con él.
             Al principio fue difícil la convivencia, porque Elliot no
dejaba de reclamarme que me aprovechaba de él y de su hos-
pitalidad, con ironía me recordaba que él mandaba mientras
permaneciera dentro de su casa; lo acepté… Quizás fue esto
lo que acabó por ablandar su corazón, ya que le demostré
que si me lo propongo puedo ser tan resistente como el ace-
ro.
      A pesar de mi fortaleza tenía muchas carencias porque
todavía necesitaba conocerme. De modo que tuvieron que
pasar varios sucesos para que lo lograra.
      Un día Elliot me pidió que fuera por agua a un estan-
que que había cerca de la cabaña, esta vez sí me acompañó
Halcón porque ya me consideraba como su dueño.
      El aire era fresco, y la primavera estaba cosechando
una gran variedad de flores que pintaban las colinas de bri-
llantes tonalidades.
      Tomé la cubeta entre mis manos
y la eché al agua; cuando me incli-
né para levantarla vi una cara en el
estanque. Solté de inmediato la cu-
beta y caí de espaldas; pero mi cu-
riosidad era mayor a mi temor, así
que volví a mirar en el estanque y
encontré de nuevo aquel rostro.
      Su piel era morena, y
sus ojos color avellana esta-
ban contorneados por unas
frondosas pestañas. Su na-
riz era recta y proporciona-
da, debajo de ella relucían unos labios dibujados con mucha
gracia. Y el viento le mecía su cabello azabache alrededor de
su cuerpo.
      Le conté a Elliot mi experiencia y me sorprendió su
respuesta.
      ̶ Esa eres tú, Isolda.
       ̶ ¿Yo? –pregunté incrédula.
        ̶ Bueno, no sé cómo eres porque no te puedo ver, pero
si dices que viste tu reflejo en el agua entonces eras tú.
         ̶ Nunca me imaginé así –dije consternada.
          ̶ ¿No te gusta? –parecía divertirle aquella situación.
           ̶ No lo sé. ¿Tú qué piensas? –esperaba una especie de
consuelo de su parte.
            ̶ Estoy seguro que si pudiera verte superarías la ima-
gen que tengo en mi cabeza –mientras decía esto una sonrisa
se trazó en sus labios y reclinó su barbilla en sus nudillos.
             No sabía el significado de aquellas palabras pero, aun-
que no me dirigía su mirada, sabía que si lo hubiera podido
hacer lo hubiera hecho.
             Pasó el tiempo y descubrí que además de ser humano
era una mujer.
             Elliot me calculaba alrededor de diecisiete años, po-
cos para alguien que está acostumbrada a contar la edad por
siglos.
Unos cuantos vestidos empezaron a formar parte de mi vani-
dad, el cabello me lo recogía con broches y mantenía mi cara
limpia y perfumada.
      Sabía que Elliot no lo notaba, más bien era yo quien se
daba cuenta que lo hacía por él. Sin embargo, ¿por qué ha-
cerlo por él? ¿Acaso me lo había pedido?
      No.
      Le confesé que quería salir a pasear con él por los alre-
dedores.
      ̶ ¿Salir? ¿Para qué? –fue su respuesta ante mi petición.
       ̶ Quisiera conocer lo que hay más allá del lago –mentí
con picardía.
        ̶ Olvidas un pequeño detalle –me mostró sus ojos nu-
blados.
         ̶ Lo sé. Pero aún así puedes hacerlo. ¡Vamos!... hazlo por
mí –supliqué.
          ̶ Muy bien, pero en cuanto lo indique volveremos a casa.
           Me arreglé especialmente, por eso me puse el vestido
que más me gustaba de colores vivos y sedosos. Elliot me
tomó del brazo y atravesamos el umbral de la casa.
           El sol untaba sus rayos en nuestras ropas.
           La emoción me torturaba por dentro, mi corazón se
aceleraba a cada paso que dábamos y mi respiración se en-
trecortaba. Ingenuamente pensé que él no estaría al tanto de
lo que sentía, pero me equivoqué.
      ̶ Isolda si tanto querías que saliéramos podías haberlo
dicho antes.
       ̶ Creí que te negarías –me sonrojé.
        ̶ Me hubiera negado, pero sabes que acabaría hacién-
dolo. Aunque no entiendo por qué lo disfrutas tanto.
         ̶ Porque soy parte de todo esto. Si pudieras verlo sa-
brías a lo que me refiero.
          ̶ No tengo más remedio que resignarme –escupió estas
últimas palabras seguidas de un breve suspiro.
           ̶ Ni hablar, ¿resignarte? –no daba crédito a lo que aca-
baba de oír– ... Elliot…Elliot
            ̶ ¿Si…?
             ̶ He estado pensando que tal vez exista una forma de
devolverte la vista.
              ̶ No recuerdo la última vez que se me ocurrió esa locura
–replicó con desdén.
               ̶ Hablo en serio –me molesté.
                ̶ Yo también.
                 ̶ ¿No quisieras volver a ver?
                  ̶ No es necesario que me tientes, eso es algo que ni si-
quiera me planteo.
                   ̶ Pero…
                    ̶ Isolda, el día que yo vuelva a ver, será el día de mi
muerte.
      Después de eso me
deprimí y algunas lágrimas
me resbalaron por el ros-
tro. El cielo me acompañó
en mi pena: empezó a llo-
ver a cántaros y la tierra
se convirtió en barro que
se nos pegó a los zapa-
tos. Se avecinaba una
tormenta por lo que
nos apuramos para
regresar.
      Halcón nos di-
rigía al frente, pues ni
Elliot ni yo logramos
reconocer el camino.
Llegó un punto en el
que nos separamos,
caminé hacia el fren-
te, pensando que me
lo encontraría, pero en
lugar de eso caí por una
colina empinada y acabé
cubierta de moretones.
      Empecé a llamar desesperadamente a Elliot, pero no
recibí ninguna contestación. Me recosté en el césped mojado
y esperé desconsolada a que llegara por mí.
      Oí a lo lejos unas pisadas, así que volví a llamarlo, y
el sonido empezó a pronunciarse, estaba cerca. Pero no era
quien esperaba.
o se trataba de Elliot.
                        Un hombre montado sobre un caba-
                      llo apareció delante de mí.
                        ̶ ¿Estás herida? –me preguntó con un
acento extraño. Enmudecí a falta de explicación, pero él ac-
tuó de inmediato; me cargó sobre sus brazos y me subió al
caballo.
       Anhelaba encontrarme a Elliot para quedarme a su
lado, pero el caballo iba a toda prisa y la lluvia empezaba
a calarme los huesos, la única protección que encontré fue
acobijarme entre los brazos del jinete.
       Pasamos a través de valles y aldeas, hasta que divisé a
lo lejos una fortaleza de cuyo corazón nacían unas altas to-
rres de marfil. Los ventanales le proporcionaban un aspecto
cálido a pesar de las nubes negras que se mecían en su cres-
ta. Se abrió un portón por el que nos dirigimos al interior
del monumento. Las casas se erigían a derecha e izquierda,
arropadas por una cubierta de cristal que canalizaba el agua
de la lluvia hacia una enorme fuente que definía el perímetro
del castillo, ubicado en el centro del poblado.
       Bajamos del caballo en cuanto llegamos a la puerta
principal del castillo.
       ̶ Llegamos –señaló el extraño como si se tratara de un
lugar familiar para ambos– mandaré que te traigan algo seco,
pero primero te llevaré a una habitación para que puedas
darte un baño.
        Me acercó su brazo con tal solemnidad que no pude
negarme. Finalmente pude ver su rostro y me sorprendió la
jovialidad de sus facciones, podríamos tener la misma edad,
pero la vestimenta lo robustecía de tal manera que engaña-
ba a la primera impresión; me hechizaron sus ojos castaños
pues por sí solos sonreían, además, su tez bronceada los ha-
cía relucir cálidamente, y tanto su nariz como su barbilla es-
taban bien delineadas.
        Subimos una escalinata de mármol que nos condujo a
un largo pasillo que recorría todo el nivel de forma circular.
        Abrió una de las tantas puertas de obsidiana finamen-
te talladas. Me indicó dónde estaba la bañera y se marchó. Al
tiempo regresó y me encontró en el mismo lugar donde me
había dejado.
       ̶ ¿No vas a bañarte? Puedes resfriarte si no lo haces –
me advirtió, aunque yo no sabía qué debía hacer, pues estaba
acostumbrada a bañarme en el río– el agua está caliente…
qué tonto soy, enseguida voy por una criada para que te ayu-
de.
        ̶ No, muchas gracias –me negué pues me incomodaba
su insistencia.
         ̶ Entonces, ¿no eres muda? ¿cómo te llamas?
          ̶ Isolda.
           ̶ ¿Estabas perdida Isolda?
            ̶ No, estaba con Elliot.
             ̶ ¿Quién es Elliot?
              ̶ Elliot es el amo de Halcón.
               ̶ ¿Y quién es Halcón?
                ̶ Su perro.
                 ̶ Pero, ¿qué relación tienes con Elliot?
                  ̶ Nunca me lo había preguntado.
                   ̶ Bueno, en ese caso creo que estás a salvo aquí –como
vio que no iba a llegar a ninguna parte con el interrogatorio
mejor lo abandonó.
                    ̶ ¿Quién eres tú?
̶ ¿Quién eres tú?
        ̶ Olvidaba esa parte –rió y su cara se iluminó– yo soy
Conan, y soy sólo un príncipe más; que, por cierto, tiene el
descaro de no presentarse antes de pedir referencias a su
invitada. Isolda, te presento el castillo del rey Ziquem.
         ̶ Es la primera vez que estoy en un castillo y nunca he
visto a un rey –contesté emocionada.
          ̶ Pues hoy mismo lo conocerás, pero antes debes darte
un baño, traeré a Teresa de inmediato.
           Después de que me bañé me ofrecieron un vestido muy
distinto a los que Elliot solía darme. Estaba bordado con per-
las, además de los muchos encajes.
           Mi cabello lo rizaron y trenzaron con unos listones de
seda. Pero lo más fascinante fue ver mi reflejo en el espejo, lo
que había visto en el agua se repetía en aquel artefacto. Era
mágico.
           Por otro conducto llegué a un recinto de grandes di-
mensiones donde el suelo resplandecía y las columnas com-
petían en grandeza con los ventanales.
           Nuevamente Conan me ofreció su brazo. Caminamos
hacia el trono que se alzaba con majestuosidad frente a no-
sotros. Caminé con temor, me encontraba ante algunas mira-
das curiosas que me incomodaban, el único que me sugería
confianza era el príncipe.
Me susurró que debía arrodillarme cuando estuvié-ra-
mos delante del rey. Así lo hice, mantuve mi cabeza agachada
y oí cómo se acercaba el rey hacia mí, me temblaban las ma-
nos pero tomé coraje y seguí en mi lugar sin moverme.
      El rey tomó mi barbilla con su mano y alzó mi rostro,
nuestras miradas se cruzaron y el horror se dibujó en sus
ojos. Se trataba de un hombre de edad madura con una bar-
ba muy bien cortada; su altura imponía especialmente por
las joyas que lo ataviaban de los pies a la cabeza.
      ̶ ¿Quién es esta niña, Conan? –preguntó perturbado el
rey.
       ̶ Es Isolda, padre. Estaba sola bajo la lluvia –contestó el
príncipe sin entender la razón de la agresividad del rey.
        ̶ ¿Isolda? Nunca había oído ese nombre –el rey parecía
estar buscando algún dato en su memoria.
         ̶ No es de aquí, padre.
          ̶ De eso estoy seguro. Isolda, dime, ¿qué edad tienes?
           ̶ Creo que diecisiete, majestad –me sugirió Conan que
lo llamara así.
            ̶ ¿Crees?... Para el caso da lo mismo. ¿Sabes? Eres muy
parecida a una persona que conocí, sólo que tu piel es más
oscura que la de ella.
             ̶ ¿Quién es esa persona, majestad?
              ̶ Era la futura esposa del príncipe Conan.
̶ ¿La princesa Simone? –se sobresaltó el príncipe Conan
y sus ojos desorbitados miraron a su padre.
       ̶ Sí, la princesa Simone. No lo habías notado, Conan,
porque nunca la conociste, pero son las mismas facciones…
esos ojos.
        ̶ Pero, padre, ella está… ella está muerta.
         ̶ Yo sólo digo lo que veo, pero también sé que no se pue-
de tratar de la misma persona… a menos que… –dejó incon-
clusa su idea y volvió a mirarme fijamente– llévala a conocer
el reino, necesito estar solo para pensar.

       Pasé toda esa tarde con el príncipe.
       Monté por primera vez un caballo. Su pelaje era sedoso
y brillaba con la luz del sol. Recorrimos senderos descono-
cidos para mí, cruzamos por debajo de cascadas y admiré el
paisaje desde una gran montaña donde divisé a lo lejos el
castillo del rey Ziquem.
       Los pastos empezaron a bañarse del atardecer y la
luna se perfiló en lo alto del cielo. Un halcón surcó entre las
nubes… y mi corazón suspiró por el hombre errante.
       ¿Qué estaría haciendo Elliot en estos momentos?
       ̶ Es gracioso –Conan interrumpió mis pensamientos–
cuando murió la princesa Simone no sentí nada, para mí fue
un suceso más, pero ahora pienso que si la hubiera conocido
y hubiera sido como tú, entonces hubiera muerto de la tris-
teza.
      ̶ ¿Hubieras calmado tu pena por la muerte de la prince-
sa con tu propia muerte?
       ̶ Así es.
        ̶ No lo entiendo. Eres la segunda persona que conozco
que ve la solución a sus problemas en la muerte.
         ̶ ¿Y tú cómo solucionas tus sufrimientos?
          ̶ Con los buenos recuerdos.
           ̶ Creo que los demás somos tan cobardes que con cual-
quier obstáculo queremos dejar de luchar, pero tú sabes sa-
car el coraje de tu interior, –mientras decía esto se acercó a
un gran árbol– así son los árboles, hunden sus raíces en lo
más profundo de la tierra y aunque los azote el viento se afe-
rran al suelo para no caer.
            Conan había descubierto mi velo.
            Sus ojos penetraron en los míos, había en ellos algo de
enigmático. Y su sonrisa transmitía tal paz que hubiera de-
seado grabarla eternamente en mi memoria.
            ̶ Es hora de regresar, –montó en su caballo– va a empe-
zar a oscurecer.
             Tomamos el camino de regreso ayudados de las luces
del castillo como punto de referencia.
l día sustituyó a la noche.
                            Pero la noche me dejó muy marcada.
                           Soñé con Elliot. Soñé que sus ojos me
                           veían. Recordé la ilusión que me había
hecho proponerle buscar una solución a su ceguera; todavía
no era demasiado tarde… ¿podría hacer algo por él?
     ̶ Conan, ¿sabes cómo curar a un ciego? –acudí al prínci-
pe que estaba viendo unos libros de la biblioteca.
      ̶ ¿Es una adivinanza? –preguntó sorprendido.
       ̶ No. Es una duda, ¿hay alguna cura?
        ̶ Posiblemente la hay.
         ̶ ¿Y dónde la encuentro?
          ̶ No lo sé, pero puedo llevarte con alguien que puede
ayudarte.
      Subimos las escalinatas del castillo hasta llegar a una
amplia habitación custodiada por dos guardias que se apar-
taron al ver llegar al príncipe.
      Cuando abrieron las puertas vi a una mujer recostada
en una cama. Se le veía un poco demacrada por la enferme-
dad pero aún así sus facciones proclamaban su nobleza. Era
muy guapa aunque la edad parecía haberle cobrado algunas
cuentas.
      ̶ Madre, quisiera presentarle a Isolda –le susurró Conan
al oído. Me miraron los dos y yo saludé con una reverencia,
pues se trataba de la mismísima reina de Ziquem.
       ̶ Isolda, acércate… –me coloqué al lado del príncipe y
la reina tomó mi mano entre las suyas– el príncipe no suele
traer a cualquier persona para que conozca a su madre, pue-
do sentir que tienes un co-razón bondadoso, pequeña.
        ̶ ¿Cómo puede saber eso?
         ̶ Porque puedo ver las intenciones de las personas… tu
corazón es puro, no está envenenado por la ambición.
          ̶ Por eso la traje, madre; porque sé que sus intenciones
son buenas –intervino el príncipe.
           ̶ Y una anciana como yo, ¿en qué puede ayudarte, Isol-
da?
            ̶ Quiero saber la cura para la ceguera –respondí con
con sencillez.
       ̶ ¿Cuál es el propósito por el que quieres saberlo?
        ̶ Para hacer feliz a un amigo.
         ̶ Muy bien. Pero debo advertirte que esta cura implica
un riesgo. Hace mucho tiempo compré un pergamino a una
gitana cuyo contenido me costó descifrar. Cuando finalmente
logré transcribirlo a un lenguaje más sencillo, me di cuenta
que tenía en mis manos la cura para todas las enfermedades;
pero había un pequeño detalle, no puede ser usado en bene-
ficio de uno mismo, y hay dos posibilidades: que sirva como
cura o como veneno; porque, como sabes, muchos antídotos
son el mismo veneno pero sin aquello que lo hace dañino. Lo
que yo te puedo proporcionar es la cura, pero si tus intencio-
nes no son nobles el antídoto se volverá un veneno que ma-
tará poco a poco… y de forma irreversible–hizo una pausa y
se acercó a mi oído– eso fue lo que me pasó.
          Sacó una pequeña botella debajo de su almohada y me
la entregó.
          ̶ Úsala con sabiduría, Isolda.

     No pude dormir aquella noche.
     Todo parecía ir bien. Tenía la cura y Elliot volvería a
ver… pero las cosas se salieron de control.
     El rey Ziquem viajó para visitar otro reino, y a su regre-
so traía algunas novedades.
      ̶ ¡Bruja!– se dirigió a mí –la princesa Simone está muer-
ta y para quedarte con mi reino planeaste casarte con el prín-
cipe tomando su forma para engañarnos.
       Delante de la gente nos dijo que había ido con el rey
Galahl, padre de la princesa Simone, para hablarle acerca
de una extraña que se había presentado como Isolda y que
guardaba un gran parecido con su hija difunta, a excepción
de su piel morena.
       ̶ Padre, Isolda no es ninguna bruja –Conan salió en mi
defensa.
        ̶ Tú no lo ves porque te ha hechizado; pero eso lo arre-
glaremos con su muerte.
         Pasé unos días en un calabozo, estaba frío y húmedo;
pero mientras tuviera la cura de Elliot conmigo nada me
asustaba.
         Unos días después, debido al murmullo de los guar-
dias, me enteré de que el príncipe Conan se había contagiado
de una grave enfermedad, por lo que el reino temía por su
vida.
         Quise estar a su lado para poder acompañarlo, pero las
cadenas me habían arrebatado esa posibilidad.

      Y la causa que me encerró en esas cuatro paredes fue la
misma que me sacó.
      Un mensajero del rey apareció en el calabozo para ha-
blar con la bruja.
      ̶ En nombre del rey Ziquem vengo a hacerle una oferta.
A cambio de la vida de su hijo se le devolverá la libertad.
       ̶ Pero yo no soy una bruja.
        ̶ Esa no es la cuestión, ¿quiere o no salir del calabozo y
salvarse de morir en la hoguera?

       Acepté.
       Cuando vi al príncipe se me destrozó el corazón y llo-
ré amargamente a su lado; pero mi desconsuelo fue mayor
cuando utilicé la cura de Elliot para salvar la vida del prínci-
pe.
       La cura hizo efecto al instan-                te, su piel
volvió a verse saludable y por última                       vez
vi aquella sonrisa en sus labios.
       Por más agradecidos que es-
tuvieran sabía que no podía que-
darme, pues pronto reviviría su
odio hacia mí, ya
que las sospechas
de que era una “bru-
ja” se confirmaron.
Una vez que estuve libre corrí desesperadamente hacia
las colinas que se perfilaban a lo lejos, aunque estaba cons-
ciente de que de esa forma no podía llegar a ninguna parte
no había más por hacer. Ahora era yo quien se había rendido
ante la muerte.
      Me desplomé en el suelo, después del gran recorrido
que había hecho, pensé que ese sería mi último suspiro.
      Hubiera esperado quedarme allí eternamente hasta
marchitarme, como lo vi hacer muchas veces a las hojas ca-
ducas que una vez en tierra morían.
í el correr del agua.
                        Abrí los ojos y contemplé un hermoso
                       paraíso ante mí. Una bella cascada ali-
                       mentaba a un río que se mecía tranqui-
lamente en su regazo.
Reuní fuerzas para acercarme a la orilla y beber de aquella
agua, su frescura me reanimó incluso mi paladar detectó un
toque dulzón en ella.
Un presentimiento me obligó a volver mi cara hacia adelante.
Parado al otro lado del río había un enorme animal, el cual
se había percatado de mi presencia y me miraba fijamente
como si fuera un intruso. Su respiración era forzada y de su
nariz salía aire en espumaradas.
Su tronco era agraciado pero sus músculos marcados
no dejaba duda de que se trataba de un ser salvaje que se
había apropiado de estas tierras.
       Se fue acercando a mí, creí que la corriente interna del
río lo detendría, pero sus pisadas lo clavaban al suelo, por lo
que decidí que era tiempo de actuar.
       Corrí.
       Pero me detuve.
       Había aparecido un segundo animal, igual al que había
dejado atrás, caí de bruces. Quedé debajo de él y cuando el
anterior me encontró estaba resguardada debajo de su ami-
go.
       El segundo acercó su hocico a mí y olfateó mi cabello,
mientras que el primero intentó lanzarse contra mí, pero el
otro no lo dejó, pues con un sonoro rugido lo amenazó, lo
cual fue suficiente para que se quedara quieto en su lugar.
       No entiendo bien lo que pasó, pero cuando me atreví
a voltear el animal me miraba mansamente esperando una
especie de presentación.
       Cuando comprendí que no había nada que temer le
acaricié tímidamente sus orejas y éste me lo agradecí con un
tierno resoplido.
       El primero seguía petrificado en su lugar pero su mi-
rada me indicaba que en cualquier paso en falso me haría su
presa. Esto lo advirtió el segundo, pues le indicó que se hi-
ciera a un lado para que yo pudiera levantarme, y así lo hizo.
Cuando me levanté el segundo me examinó detenidamente,
dio tres vueltas a mi alrededor y se detuvo frente a mí.
      Observé con agrado sus formas estilizadas que me re-
cordaban a los cisnes pero con la constitución de los ciervos.
Y cuando menos me lo esperaba desapareció el animal y en
su lugar apareció un joven, y lo mismo le sucedió al primero.
Dos jóvenes de unos quince años reemplazaron a los extra-
ños animales.
      - No se asuste dama. Somos Tova y Ceseo, los guardia-
nes del Río Fallon –hizo una reverencia– Disculpe la agresi-
vidad de mi hermano, pero tenemos que custodiar las aguas
del río como si se trataran de nuestras propias vidas.
      - No tenía idea. Perdónenme, si hay alguna forma en
que pueda remediarlo…
      - Con un perdón no basta, ¿no se da cuenta de lo que
pudo haber ocasionado? –replicó Ceseo que seguía enfadado
conmigo.
      - ¿Tan grave fue el que haya tomado agua?
      - Pudiste haberlo arruinado todo.
      - ¿Por qué es tan importante este río?
      - No lo entenderías, los humanos son tan estúpidos.
      - Ceseo no insultes a… –Tova me miró– ¿cuál es tu nom-
bre?
      - Isolda.
      - Nuevamente Isolda, disculpa a mi hermano, pero no
es la primera vez que ocurre. Este río es especial, sus aguas
son las mismas desde el principio de la creación del mundo,
así que si cayeran en manos de algún malvado… seguramen-
te haría mal uso de ella.
      - Descuiden, mis intenciones son buenas.
      - Eso dicen todos –se mofó Ceseo.
      - No, pero yo digo la verdad.
      - Lo sé Isolda, por eso te protegí –me confesó Tova– Mi
hermano es un poco bruto, pero yo sé que tienes un buen
corazón.
      - Ya había oído eso por parte de otra persona, tal vez tú
podrías ayudarme.
      - ¿Yo? No sé en qué podría ayudarte –hizo una ligera
reverencia– pero haré todo lo que esté en mis manos por
ayudarte.
      - Te lo agradezco, Tova. He estado buscando la cura
para un amigo que es ciego.
      - ¿Y de qué cura estamos hablando? ¿Qué enfermedad
tiene?
      - Pues…. es ciego.
      - ¿Y… qué más?
- Eso es todo, quiero que deje de ser ciego.
        - ¿Para qué quieres eso niña? –se burló Ceseo– Estás
loca.
       - Déjame ver si entiendo –Tova hizo una pausa– ¿tu
amigo no ve y quieres que vuelva a ver?
       - Sí, ¿puedes ayudarme?
       - ¿Y por qué quieres hacer semejante cosa? –Tova pare-
cía confundido.
       - Porque así va a ser feliz.
       - ¿Volver a ver, lo hará una persona feliz?—preguntó
Ceseo.
       - Seguramente –contesté pensativa.
       - Qué curioso –Tova se rascó la cabeza.
       - ¿Por qué? –pregunté extrañada.
       - Porque en realidad tú lo que buscas es la felicidad
para él, pero te has dedicado a buscar una cura a su ceguera,
cuando eso no quiere decir que por dejar de ser ciego sea
feliz.
       - Pero, ¿cómo va a ser feliz así?
       - Puedo asegurarte que mucha gente más que tiene vis-
ta es infeliz –dijo Tova– Pero si eres capaz de comprobarme
que por devolverle la vista lo hará un hombre feliz te entre-
garemos lo necesario para que él vuelva a ver.
Dejaron su forma humana y volvieron a convertirse en ani-
males.
      Se perdieron a los lejos.
      Repasé lo que me acababan de proponer. Nunca me ha-
bía cuestionado aquello, ¿realmente cuál era mi propósito
para devolverle la vista a Elliot?
      Yo lo veía como una persona desdichada, su única com-
pañía era un perro y nunca lo oí hablar de su familia, pero,
¿por qué relacioné esa carencia con su ceguera? ¿Acaso se
pierden los seres queridos por dejar de ver?
      Los árboles siempre vivimos juntos, nunca nos sepa-
ramos de nuestros allegados. Nuestro sentido de lealtad es
tan fuerte que a falta de uno de los nuestros acabamos por
desaparecer todos, pues nos erosiona la nostalgia del re-
cuerdo del familiar perdido.
      Posiblemente Elliot estaba desapareciendo debido a la
pena de haber perdido a su familia, y lo primero que desapa-
reció en él fue la vista.
      ¿Y si recobrara la vista recobraría a su familia?

      Aparecieron a la misma hora.
      - ¿Qué pensaste? –me preguntó Tova.
      - Pasé el día pensando en eso y por más que in-tenté
hallar una razón por la que Elliot sería feliz por ver, no la en-
contré.
- ¿Cómo? ¿Te das por vencida? –Ceseo inquirió.
      - Supongo, pero mientras no encuentre esa razón no
puedo decir lo contrario.
      - ¿Qué vas a hacer Isolda? –intervino Tova.
      - Seguir buscando.
      - ¿Buscar qué?
      - La razón.
      Estaba segura que había una razón y yo la encontra-
ría, no iba a abandonar a Elliot.
      - Tal vez ya la encontraste –sugirió Tova– pero no te
has dado cuenta.
      - Escucha a mi hermano –agregó Ceseo– Sabe lo que
dice.
      - No puedo volver con las manos vacías –me entristecí.
      - No lo harás, toma esto –me entregó un frasco– aun-
que Ceseo está en contra de que te lo dé, estoy seguro que no
abusarás de este obsequio.
      - ¿Agua del Río Fallon? –me quedé en silencio.
      - Niña, ¿no te das cuenta de lo que eso significa? –dijo
Ceseo con cierto enojo.
      - No. No sé qué significa, porque yo tomé de esa agua y
no ocurrió nada.
      - Obviamente no te iba a ocurrir ningún cambio, pues
el efecto del agua del Río Fallon sólo hace efectos en los hu-
manos –indicó Tova.
       - ¿Qué dices hermano? –ahora el confundido era Ce-
seo– ¿quieres decir que Isolda no es humana?
       - Así es –clavó su mirada en mí– ¿me equivoco, Isolda?
       - No soy humana, pero… –titubeé– ¿cómo supiste?
       - Tú y yo somos parte de la naturaleza, es fácil recono-
cer a los míos, lo que todavía es un misterio para mí es hasta
cuándo piensas mantener esa forma, ¿no te es desagradable
tener que ser humana tanto tiempo?
       - No me desagrada en absoluto –reflexioné lo que iba a
decir –el tiempo que vaya a seguir como humana yo también
lo desconozco, pero espero que sea lo suficiente como para
verlo a él por última vez.
       Antes de irme, me explicaron que el agua que llevaba
en el frasco tenía el poder para devolver lo perdido a una
persona; de modo que Elliot recobraría la vista si tomaba de
esa agua.
mprendí un nuevo rumbo.
                      Aunque la dirección la elegí al azar te-
                     nía el presentimiento de que esta vez
                     me llevaría a mi destino.
                      La luminaria del cielo se fue apagan-
do poco a poco.
     A pesar de que ya estaba acostumbrada a la oscuridad
necesitaba reconocer el lugar, pues no había dado con el ca-
mino correcto.
     Mis ojos me eran inútiles, y yo misma sentía inútil. Re-
cordé la facilidad con la que Elliot se movía como si tuviera
un mapa trazado en la mente.
     Tanteé el terreno, tropecé con algunas rocas y ensucié
mi vestido de lodo.
Cuando uno de los sentidos falla entonces los demás
están más activos.
      Agucé el oído.
      Percibí una música a lo lejos, se trataba de una dulce
melodía que susurraba a los árboles y a las flores para ador-
mecerlas. Incluso el mismo viento ululaba en un intento de
acompañar el ritmo de la sonata.
      Me dejé llevar por la música y vi a una mujer sentada
en una piedra con una flauta entre sus manos. Su cabello do-
rado ondeaba en la penumbra y su piel inmaculada resplan-
decía por su blancura.
      Sus dedos se movían ágilmente para hacer vibrar las
notas. Miraba de cuando en cuando a la luna buscando el ali-
vio de alguna pena escondida en su alma.
      Cometí el error de pisar unas ramas, ya que ocasionó
que el cántico se esfumara.
      -¿Quién anda ahí? –preguntó consternada.
      -Soy yo, Isolda. No quería interrumpirte, pero no pude
resistirme a esa melodía, debía averiguar de dónde procedía.
      -Eres muy curiosa Isolda. No son horas para andar me-
rodeando.
      -Siempre me gana la noche.
      - A mí también me gana, llevo todo el día tocando esta
canción y todo parece igual.
- ¿Y qué tendría que cambiar?
      - Más bien, tengo la esperanza de que algún día volveré
a verlo.
      - ¿A quién?
      - A Bastián.
      - ¿Huyó?
      - No –suspiró– se fue a la guerra. Es mi prometido.
      - ¿Qué te ha prometido?
      - Pues casarnos –río entre dientes la doncella– pero eso
sucederá hasta que termine la guerra. Y le toco esta canción
para darle fuerzas, para recordarle que lo estaré esperando
aquí cuando vuelva, pues aquí mismo nos despedimos.
      - ¿Hace cuánto se fue?
      - Cuando la estación empezó. Pero eso es lo de menos,
porque él va a regresar.
      Caminamos juntas por un sendero, me contó que vivía
con su familia en una pequeña chabola instala-da a unos pa-
sos de donde nos encontrábamos.
      Se llamaba Fátima.
      Era la menor y tenía cinco hermanos varones.
      Su prometido la había conocido en un pueblo cercano,
ya que su familia se dedicaba a la crianza de caballos que
luego vendían en los distintos reinos que visitaban.
      Bastián la había visto mientras cepillaba a uno de sus
mejores corceles, uno de crines plateadas. Estuvieron rega-
teando el precio del animal, hasta que ella acabó por vendér-
selo al doble de la cantidad original, pues sólo lo entregaría a
quien estuviera dispuesto a pagar una buena cantidad.
       El joven reconoció en Fátima unas cualidades que no
había encontrado en las damas de la corte, esto se debía a
que ella se había educado en el seno de una familia virtuosa,
gustaba de la buena lectura y tenía un gran celo por la tradi-
ción familiar, al grado de manejar un talento especial para el
arte equino.
       El caballero volvió un par de veces pidiendo consejo
para tratar bien a su nuevo caballo. Fátima ponía todo de su
parte para que Bastián comprendiera la importancia de que
el jinete se identificara con su corcel.
       - Tienes que darle un nombre –dijo Fátima.
       -Lo llamaré Strategos –rió Bastián– que significa gene-
ral.
       - Creo que le gusta.
       - Y, ¿volverás, Fátima?
       - No lo sé, hemos estado mucho tiempo aquí, y papá
quiere volver a casa, pues dejamos sola a mi madre.
       - No puedo quedarme con la incertidumbre, ¿podría vi-
sitarte yo?
       - ¿A mi casa?
- ¡Claro!, montaré a Strategos por ir a verte.
      - Me haría muy feliz verlos a los dos. Pero no puedo
decirte cómo llegar.
      - ¿Por qué? –preguntó alarmado.
      - Papá tiene los mejores corceles de los alrededores y
siempre han querido robárselos, para evitarlo nuestro hogar
está oculto para los mapas e incluso para los viajeros despis-
tados con un poco de magia, sólo nosotros sabemos cómo
llegar.
      - Pero yo no robaría sus caballos –Bastian tomó la mano
de Fátima y la besó– sabes que iré solamen-te por ti.
      Fátima lo miró a los ojos, buscando la verdad en ellos.
Comprobó que su corazón era sincero y por más que lo qui-
siera negar ella también quería verlo.
      - Hay una solución.
      - ¿Cuál es?
      - Cada estación lunar tocaré una flauta mágica, la can-
ción te indicará el camino y la cúpula mágica que cubre nues-
tro hogar la inmunizaré para que puedas llegar, pero lo haré
cuando la luna esté en lo alto del firmamento, para que nin-
gún intruso dé con el lugar.
      Y así fue como Fátima volvió a ver a Bastian.
      Tuvieron que mantenerlo en secreto porque su padre
no soportaría que su hija se viera con un hombre extranjero,
y menos que lo hubiera dejado entrar.
       Las estaciones pasaron y Bastian sólo pensaba en la
próxima vez que volvería a ver a Fátima.
       - Fátima sabes que estoy enamorado de ti –le declaró
Bastián un día– Y ya no soporto separarme una vez más de
ti. Cada vez que veo la luna pienso en tu blanca piel y en tus
labios rosados tocando esa dulce melodía para mí, pero me
gustaría que ahora pudiera oír esa música eternamente… Fá-
tima, no me equivoco al decirte que sería el hombre más feliz
del mundo si fueras mi esposa, ¿te casarías conmigo?
Fátima derramó algunas lágrimas pero su rostro son-reía,
pensaba en sus padres y a la vez en cuánto amaba a Bastian.
       - Bastián, te amo, pero ¿qué les diremos a mis padres?
       - Les confesaremos todo, he estado esperando el mo-
mento en que dejemos de vernos en secreto.
       - ¿Crees que lo acepten?
       - Les hablaremos de nuestro amor, ¿podrán negarse a
que dos personas se amen?
       - Tienes razón.
       Pero el corazón de Fátima estaba oprimido por la an-
gustia de tener que enfrentarlos. Bastian la abrazó y después
se arrodilló.
       - Entonces, querida Fátima, ¿te casarías conmigo?
       - Sí, Bastián, me casaré contigo.
Fueron con sus padres esa misma noche para darles la
noticia. Las cosas no fueron como lo esperaban. Bastián tuvo
que dejar a Fátima para que las aguas se calmaran, pero en
cuanto hubiera un poco de paz regresaría.
       - Ni siquiera puede mantenerte –gritó su padre.
       -Nos apoyaremos mutuamente, podemos sacar ade-
lante una familia entre los dos.
       - No sé cómo se atreve a pedir tu mano cuando no pue-
de ofrecerte un buen hogar; míralo, Fátima, ¿acaso se ha es-
forzado por conseguir unas buenas tierras? Mientras no se
posicione en la sociedad no voy a permitir que se casen; tú
eres libre de hacer lo que quieras, nunca te he coartado tu
libertad, pero piensa si estás dispuesta a perderlo todo por
él.
       Fátima lloró amargamente el rechazo por parte de sus
padres, pero el apoyo de sus hermanos la ayudaba a supe-
rarlo.
       Siguió tocando para Bastian y él no faltaba.
       - Lo haré –Bastián concluyó cuando Fátima le contó la
condición que le había puesto su padre para que se casaran–
me posicionaré entre los nobles del reino y entonces vendré
por ti.
       - Bastian, no es necesario, deja que pase el tiempo y
verás como mi padre lo olvidará y acabará por ceder.
- No. No pienso cruzarme de brazos, les de-mostraré
que soy digno de ti.
      Pero merecer ese reconocimiento supuso un des-pren-
dimiento mayor para Fátima, pues Bastian se fue a la guerra,
era la oportunidad para ser nombrado caballero de la Corte
del Rey, pero para ganarse el título debía arriesgar su vida.
      - He tocado la flauta desde que se fue, pienso que tal
vez oirá la música aunque esté muy lejos. Si no hubiera toca-
do esta noche seguirías vagando por ahí.
      - ¿Volverás a tocar?
      - Sí. Bastian me dijo que volvería de la guerra antes de
que iniciara esta estación, por eso he tocado tres noches con-
tinuas, mañana será la última; espero que sea la definitiva
para que vuelva.
      Llegamos a su casa.
      Las luces eran tenues, pero la familia salió para reci-
birnos.
      Fátima les dijo que me había encontrado perdida en el
bosque y que me había ofrecido un lecho para pasar la no-
che.
      Me saludaron cariñosamente, pues me veían todavía
muy pequeña. Sus padres se llamaban Naím, aunque no esta-
ba porque había viajado para vender caballos, y Sara; retuve
con dificultad los nombres de sus hermanos: Aron, Malco,
Ulises, Robbi y Saúl.
      - ¿Y a dónde vas, Isolda? –me preguntó su ma-dre.
      - A casa.
      - Tendrás que reponer fuerzas, y me tendrás que dar
tiempo para que lave tu vestido.
      - Muchas gracias, pero no se moleste…
      - No es ninguna molestia, es más, Fátima te puede dar
uno de los suyos, tiene tantos, como es la única mujer la he-
mos consentido un poco.
      - No me quejo –reconoció Fátima.
      - ¿Tienes hermanas, Isolda? –preguntó Aron.
      - No.
      - Lástima.
      - ¿Sabes montar a caballo? –me preguntó Malco.
      - No, parece difícil.
      - Es facilísimo, con un día te enseñaría a mon-tar como
el mejor jinete.
      - Has de tener hambre, te traeré del pan que mamá
horneó –se ofreció Ulises.
      - Yo te traeré leche –agregó Robbi.
      - Muchas gracias –sonreí.
      - Nos alegra tenerte aquí, Isolda, recibimos muy poca
visita, ojalá te puedas quedar un tiempo con nosotros –Saúl
era el más emocionado con mi llegada.
ntré a un nuevo mundo.
                         Malco cumplió su promesa de ense-
                        ñarme a montar, dijo que lo hacía muy
                        bien; y antes de que anocheciera había
                        aprendido la técnica.
       Saúl se ofreció a acompañarme para que agarrara con-
fianza a una mayor velocidad. Llegamos a una colina cuya
pendiente era llana, así que a una indicación suya la descen-
dimos, aunque él fue el primero en llegar le pisé los talones
por mucho tiempo.
       Ahora podría recorrer más rápido la tierra en busca de
Elliot.
       - Quiero un caballo –le confesé a Saúl.
       - Es tuyo.
- No, eso nunca. Quiero ganármelo.
        - Muy bien, ¿qué me darías a cambio de él?
        ¿Qué podía darle?... No le iba a dar el agua del Río Fa-
llon.
      - ¿Qué quieres a cambio de él?
      - Cinco días.
      - ¿Cómo?
      - Sí, quiero que me des cinco días para que quieras que-
darte aquí.
      - ¿Por qué me quedaría aquí?
      - Dame cinco días para demostrártelo.
      - Trato hecho.
      Llegó la noche y me escabullí.
      Vi a Fátima tocar la flauta a la luz de la luna. Pasó un
tiempo considerable y empezó a hacer frío.
      - Fátima es tiempo de volver.
      - Pero… pero él dijo que vendría –dijo con tris-teza.
      - Tal vez está en camino, mañana lo vuelves a intentar.
      - Hoy era el día.
      Oímos a lo lejos el trote de un caballo.
      - Es él –se le abrieron los ojos.
      El jinete se detuvo delante de nosotras.
      - ¿Saben dónde puedo encontrar a Fátima?
      - Soy yo –Fátima estaba confundida.
- Esta carta está a su nombre, temo que son malas no-
ticias.
       Los dedos le temblaron, rasgó el sobre y desplegó la
hoja. No tuve tiempo para asimilar lo que estaba pasando,
pues de pronto encontré a Fátima en el suelo sumida en un
profundo llanto.
       - ¿Qué…? ¿De quién es la carta?
       - De… de él, de Bastian –gimió.
       Me la entregó y la leí.

          Mi muy querida Fátima, la guerra está
          menguando el número de los nuestros.
          Todo parece indicar que pronto se aca-
          bará esta agonía, pero no sé si me en-
          cuentro en el bando de los vencedores.
                Temo más por ti, que por mí; por
          eso sería injusto pedirte que me espera-
          ras por más tiempo.
          He escrito esta carta para que llegue a
          ti en caso de que muera. Tienes que ser
          fuerte, por ti; porque por mí puedes estar
          tranquila, muero sabiendo que te amé
          hasta el último de mis suspiros.
                                            Bastian
La abracé para consolarla, pero su pena era tan grande
que parecía consumirse a cada segundo que pasaba. Como
pude la llevé de vuelta a casa.
       Pasó la noche en vela, no pudo conciliar el sueño y dejó
de derramar lágrimas cuando sus ojos se secaron de tanto
llorar, su cara se demacró y su blancura se convirtió en una
palidez sepulcral.
       El día llegó, y no me separé de ella.
       Ni siquiera yo podía creer lo que había ocurrido. Pen-sé
que todavía cabía la posibilidad de que fuera un error, pero
ella había perdido la esperanza, me recordó a Elliot.
       Sin embargo, tomé su flauta sin que ella lo supiera, y la
toqué aquella noche… nada pasó.
       Lo hice dos noches más, y a la tercera me descubrió.
       - Deja de hacerlo –me suplicó.
       - Pero…
       - Por favor, es una tortura para mí. Dame la flauta.
       - ¿Qué harás con ella?
       - ¡Dame la flauta! –gritó enojada.
       - ¿La vas a destruir?
       - Lo que haga con ella no es de tu incumbencia.
       Cada vez me recordaba más a Elliot.
       El trote de un caballo nos interrumpió. Fátima miró
asustada en la dirección del sonido. Era un caballo sin jinete.
Un hermoso caballo albino que relinchó al ver a Fátima.
       - ¡Strategos! –lo acarició y bañó su pelaje de abundan-
tes lágrimas.
       - ¿Qué hace aquí? –cuestioné.
       - Viene a avisarme. ¡Bastian está vivo!
       - ¿Y por qué no vino con él?
       - No lo sé, pero está vivo.
       Esperamos, por si venía Bastian detrás, pero no apa-
reció.
       Decidimos regresar.
       Todos se alegraron al ver que Fátima estaba mejor,
pero no coincidían con ella sobre la resurrección de Bastian.
       - ¿Cómo puedes estar tan segura? –preguntó Aron.
       - Puede haber sobrevivido solo a la guerra –sugirió
Malco.
       - ¿No hubiera venido él mismo si estuviera vivo? –com-
pletó Robbi.
       - ¡Qué necios son! Ustedes mejor que nadie saben que
nuestros caballos nunca abandonan a sus amos, prefieren
seguir la misma suerte que su dueño… es una señal.
       - Sea lo que sea, tienes que descansar Fátima –senten-
ció Ulises.
       Esta vez Fátima no durmió pensando en que volvería a
ver a Bastian.
La esperanza le había cambiado el semblante, hasta
sus mejillas estaban rosadas.
      Estaba feliz por ella, además siempre supe que él esta-
ba vivo, como siempre he sabido que Elliot me está esperan-
do.
      Fue imposible detenerla.
      En cuanto salió el sol, Fátima brincó de su cama para
vestirse. Al salir decoró su cabello rubio con una flor del
campo que había recién abierto su capullo.
      - Tocaré hasta que la garganta me sangre, hoy vendrá
Bastian, de eso estoy segura.
      Pero la noche no trajo a Bastian.
      - ¿Qué le habrá pasado?
      - Tal vez no quiere que le esperes, sino que tú vayas a
él.
      - ¿Por qué lo dices?
      - Si mandó a Strategos será por algo. ¿No será que quie-
re que cabalgues a donde te lleve Strategos? Si este caballo
es tan fiel como tú dices, debe saber dónde está Bastian, él
puede llevarte a él.
      - Suena razonable, pero no puedo ir sola.
      - Iré contigo.
      - No, no te pido que hagas eso por mí.
      - No es necesario que me lo pidas, después de todo lo
que has hecho tú y tu familia por mí es lo menos que puedo
hacer para agradecerles.
      Esperamos al día siguiente para no caer en la trampa
de algún bandolero en la noche.
llevaría hasta Bastian.
      - Estoy dispuesta a pasar la noche aquí hasta encontrar
a Bastian –declaró Fátima con firmeza.
      - Espero que no sea necesario porque pueden preocu-
parse si no llegamos –le advertí.
uardé su secreto.
                       Dijimos que íbamos a dar un paseo y
                     dimos comienzo a nuestra aventura.
                       - Strategos, necesito que me lleves a
                     donde quiera que esté Bastian –le su-
surró Fátima al oído del caballo.
      Strategos obedeció al acto y puso todo su empeño en
avanzar lo más rápido que sus patas se lo permitie-ron. Yo la
seguí, y más de una vez pensé que la había perdido de vista.
      Al llegamos a una aldea Strategos se detuvo. Bajamos
de los caballos y caminamos entre las casas y tiendas.
      - ¿Sabe dónde encuentro a Bastian Cessal? –preguntó a
un vendedor de fruta.
      - No conozco a ningún Bastian.
- ¿Ha sabido de algún Bastian? –preguntó a una señora
que jaloneaba a su hijo para que no se soltara de su mano.
      - ¿Bastian?... No
      - ¿Han llegado de la guerra algunos caballeros última-
mente? –preguntó a unas damas que paseaban por la iglesia.
      - Me temo que no. Este es un pueblo bastante pacífico.
      Recorrimos la aldea varias veces, pero no nos dimos
por vencidas, confiábamos en que la orientación de Strate-
gos nos llevaría hasta Bastian.
      - Estoy dispuesta a pasar la noche aquí hasta encontrar
a Bastian –declaró Fátima con firmeza.
      - Espero que no sea necesario porque pueden preocu-
parse si no llegamos –le advertí.
      - Mientras no lo encuentre no volveré.
      - No volveremos –le corregí y ella me miró con sus ojos
risueños para agradecer mi apoyo.
      Buscamos un lugar donde pasar la noche.
      Examinábamos los rostros de las personas que encon-
trábamos en nuestro camino y no olvidábamos de pregun-
tarles por el paradero de Bastian.
      Paramos a tomar una bebida y cuando Fátima estaba
amarrando a Strategos, éste se soltó y se abalanzó hacia un
grupo de gente.
      - ¡Strategos! –gritó Fátima.
La gente corrió despavorida, pero el caballo se tran-
quilizó gracias a una persona que se había enfrentado al ani-
mal para calmarlo.
      - Tranquilo bonito –le decía mientras acariciaba su ho-
cico.
      - Muchas gracias –le dijo Fátima que seguía aturdida
por el estrago causado por el caballo.
      - ¿Eres tú la dueña?
      - En realidad no –se excusó mientras examinaba que
nadie hubiera salido herido.
      - Pues su dueño es una persona con suerte es un corcel
magnífico, ¿cómo se llama?
      - Strategos –respondió todavía asustada por lo sucedi-
do.
      - Strategos –repitió pausadamente.
      Fátima había estado distraída en el accidente y ni si-
quiera había visto al sujeto. Pero en cuanto oyó el nombre
del caballo de sus labios no contuvo su emoción y sorprendi-
da miró al hombre que tenía delante de sí.
      - ¿Bastian? –se leía en su mirada la conmoción por ha-
berlo hallado.
      - ¿Disculpa? –le interrogó.
      - Bastian, ¿eres tú?
      - ¿Me preguntas a mí?
- Sí, tú eres Bastian.
      - No, no. Creo que te equivocas de persona. Mi nombre
es Dorian.
      - No, tú eres Bastian Cessal. Estabas en la guerra, ¿por
qué no me dijiste que estabas aquí? –no podía hablar porque
sus ojos empezaban a llenársele de lágrimas.
      - Te digo que yo no soy ese tal Bastian.
      - Tengo la carta que me mandaste –la sacó de su bolsi-
llo– ¿no es esta tu letra?
      - No lo creo, mujer –la retiró de su vista con la mano–
Ya tengo que irme, me están esperando.
      - Soy yo quien llevo esperándote por mucho tiempo,
¿ya me has olvidado?
      - Estás loca –clamó enojado– yo no te conozco y deja de
armar un escándalo… tú y yo no tenemos nada que ver.
      - Dorian, ¿qué ocurre? –una voz femenina se unió a la
conversación.
      - Nada Michaela, esta mujer que tiene destro-zados los
nervios porque su caballo se desbocó.
      - ¿Quién es ella? –preguntó Fátima indignada– ¿Y por
qué te llama Dorian?
      - Vámonos Fátima –la tomé del brazo, pues estaba a
punto de lanzarse contra ella.
      - ¡Suéltame! –se deshizo de mí y desapareció entre la
gente.
      La busqué por todos lados. No podía dejarla sola, en
ese estado sería capaz de cualquier locura.
      No descansé hasta que la encontré sentada en una roca,
viendo únicamente su flauta.
      En cuanto le toqué el hombro se deshizo en llanto, no
tenía palabras para consolarla, sólo me quedé ahí, junto a
ella.
      - ¿Me estaré volviendo loca de verdad? ¿Me habré equi-
vocado de persona y en realidad él no es Bastian?... pero se
parecían tanto.
      - Quisiera decirte lo contrario Fátima, pero me temo
que él es Bastian.
      - ¿Cómo estás tan segura?
      - Lo que pasó hoy con Strategos no fue mera casuali-
dad. Iba directo a Bastian, volvió junto a su dueño.
      - Pero, ¿por qué no me recuerda? –tragó saliva– ni si-
quiera sabía mi nombre.
      - Podría ser que haya perdido la memoria.
      - ¿Cómo?
      - Bueno, en una guerra es posible todo, pudo haber re-
cibido un golpe en la cabeza que le afectara a su memoria.
      - ¿Y cómo devolvérsela?
      No… de pronto me di cuenta que yo tenía la solución en
mis manos, en un pequeño frasco que guardaba en mi bolsi-
llo, pero yo tenía reservado ese contenido para otra persona.
       Me sentía mezquina y traidora, me había prometido
hacer lo que fuera por ella, pero ahora estaba en juego lo que
tanto había deseado para Elliot.
       - Fátima, mírame a los ojos –le pedí –necesito que me
digas una razón por la que Bastian sería feliz si recordara
todo, si recordara el compromiso que tenía contigo.
       - ¿Por qué? –sollozó.
       - Por favor, dímelo, sólo dímelo.
       Pensó un buen tiempo y la esperé mientras se me des-
bocaba el corazón, no sabía si estaba haciendo lo correcto,
pero mi conciencia me lo pedía.
       - Bastian y yo fuimos muy felices juntos, pero estuve
pensando en Michaela, imagino que la razón que ella tiene
para ser feliz con Bastian es tan válida como la mía. Si me pi-
des una razón por la que Bastian sería feliz recordando nues-
tro compromiso… es que yo estoy dispuesta a dar mi vida
por él, por dedicarle cada segundo de mi existencia, pero mi
razón se vuelve egoísta si le pido que rompa su compromiso
con otra mujer.
       - Dejemos que él lo decida –le propuse– toca la flauta,
estoy segura que acudirá, aún sin saber por qué lo hará.
       Fátima tomó la flauta dudosa de que fuera a tener éxi-
to, pero no tenía nada que perder. Con temor dio inicio a las
primeras notas, pero logró entonar la misma melodía que la
había oído tocar para Bastian.
      Imploré para que Bastian apareciera, pues todo era un
mero presentimiento. Terminó de tocar y Fátima cerró los
ojos dejando que la luna bañara su figura con su luz.
      - Es una música muy bella –murmuró Bastian que ha-
bía aparecido de entre los árboles.
      - ¿Por qué has venido? –Fátima le preguntó con caute-
la.
      - Siento que he oído esa música en algún lugar, es bo-
rroso el recuerdo, ¿podrías volver a tocarla?
      La música silbó para él hasta que Fátima no pudo más.
      Él la miraba embelesado, no cabía duda de que se tra-
taba de Bastian. Y si lo hubiera recordado se hubiera arroja-
do a los pies de su amada.
      Sólo yo podía hacer que fuera realidad.
      - Toma, has de estar sediento –le ofrecí agua de mi fras-
co.
      - Muchas gracias, pero creo que es hora de que me vaya.
      - No importa, llévatela –se la entregué– La tomarás a su
debido tiempo, además es medicinal.
      Se marchó.
      Mi alma se rompió en dos cuando él despareció.
atima no entendió.
                       Tuve que cargar con mi pena yo sola.
                      Ella pensó que todo se había termina-
                      do, pero le bastó verlo por última vez.
                       Yo, en cambio, me corroía la incerti-
dumbre de no saber si la tomaría o se la obsequiaría a al-
guien más. Debí haberlo forzado a tomársela, pero él no hu-
biera elegido; ahora debía confiar en Bastian.
      No perdimos ni un segundo más.
      Amaneció y montamos los caballos rumbo a casa. To-
dos estaban preocupados por nosotras, nos dieron una bue-
na regañiza pero Fátima lo tomó como parte del riesgo que
habíamos tomado al quedarnos.
      Estaba serena, era imposible saber los sentimientos
que guardaba en su corazón. Había madurado, desde que la
conocí, y haber perdido a Bastian había sido una gran prue-
ba que la había hecho crecer.
      - Y tú, Isolda ¿amas a alguien? –me preguntó una no-
che.
      - ¿Amar? –no entendí– nunca me lo había preguntado.
      - Debe haber alguien, si no te das prisa creo que Saúl va
a exigir ese lugar.
      - ¿Saúl? ¿Exigir qué?
      - Eres muy inocente, Isolda; no te busca por simple pa-
satiempo, le agrada tu compañía.
      - Pero yo no puedo quedarme.
      - Lo sé, pero él quiere que lo hagas.
      - Para eso eran los cinco días.
      - ¿De qué hablas?
      - Me pidió a cambio de un caballo cinco días para que
quisiera quedarme; pero yo no puedo hacer eso.
      - Se le destrozará el corazón.
      - Lo siento.
      - No te preocupes, yo lo consolaré.
      - ¿Podrías tocar la flauta por última vez?
      - ¿A qué viene eso? –parecía enfadada.
      - Bueno, tengo planeado irme mañana mismo, y quisie-
ra oírte tocar por última vez.
- Eres una caprichuda –rió.
       - Por favor –le imploré.
       Sacó la flauta y tocó para mí. Sentía que había pasado
tanto tiempo desde que llegué, sabía que los iba a extrañar
pero debía conseguir la cura para la ceguera de Elliot.
       Nuevamente nos sorprendió el trote de un caballo.
       Fátima cortó de inmediato la melodía.
       Un jinete galopó hasta nosotras y se bajó de su montu-
ra para abrazar a Fátima que se había congelado en su lugar.
       - Mi querida Fátima –susurró.
       - Bastian –lloró en sus brazos.
       - He estado esperando desde hace unos días que toca-
ras para mi, tenía miedo que lo hubieras olvidado; en cuanto
oí la flauta monté a mi caballo.
       - Bastian, ¿Cómo…? ¿Has venido…?
       - He venido por ti, una promesa es una promesa. Ade-
más tu padre estará complacido de tener como yerno a un
caballero de la Corte del Rey.
       Fátima no podía dejar de llorar.
       - ¿Qué pasa Fátima? –dijo preocupado.
       - Creí que nunca volverías.
       - Perdona que me haya ausentado más de lo debido,
pero ahora no nos separaremos nunca más.
       No cabía la alegría en mí.
El final que deseaba para ellos dos se había cumplido,
ahora comprendía que no me había equivocado al entregarle
el frasco, además Tova no me habría disculpado que lo guar-
dara con recelo.
       - Bastian, te quiero presentar a Isolda.
       - Mucho gusto, Isolda.
       - El gusto es mío. Finalmente nos conocemos.
       - ¿Han hablado de mí?
       - Es el tema preferido de Fátima –le confesé.
       - Después de los caballos –bromeó.
       - Hablando de caballos, estoy preocupado por Strate-
gos, lo perdí en la guerra.
       - Está aquí –lo calmó Fátima –está durmiendo en el es-
tablo. Por cierto Bastian, creo que deberíamos regalarle Stra-
tegos a Isolda, va a viajar mañana y necesita una montura. Ha
hecho mucho por mí en este tiempo que has estado ausente,
y quisiera que se quedara con él como agradecimiento.
       Agradecí el detalle de Fátima, pero dudé que Bastian
me lo entregara.
       - Desde ahora lo mío es tuyo, si tú lo crees conveniente,
yo no me opondré.
       La noche me pareció larga, sabía que me esperaba una
buena cabalgada, tenía planeado regresar con Tova y Ceseo
para pedirles un segundo frasco y des-pués regresar con
Elliot.
       Me despedí de todos con un nudo en la garganta no
quería dejarlos, pero mi corazón me lo exigía.
       - ¿Volverás para nuestra boda? –me preguntó Fátima.
       - No lo sé, pero me hace feliz verlos juntos des-de aho-
ra.
       - Aprecio mucho todo lo que has hecho por mí.
       - Hice lo que tenía que hacer.
       Saúl se entristeció cuando supo que me iba, aunque le
di más de cinco días para que me convenciera para quedar-
me no había logrado nada.
       - Me quería despedir especialmente de ti –le dije.
       - ¿Por qué? –el tono de su voz era débil.
       - Porque me sentí en familia gracias a ti.
       - Lástima que no conseguí a cambio lo que quería –re-
negó.
       - Saúl, te ganaste mi corazón, pero ya estaba ocupado.
       - ¿Por quién? ¿No soy tan bueno como él?
       - Eres muchísimo mejor que él, pero hay algo en mí que
no puede dejarlo.
       - Isolda, cuando encuentre a una chica como tú, y sin
compromiso, me casaré con ella.
       - La encontrarás.
       Los dejé atrás.
Tenía miedo de volver la cara atrás, podría arrepentir-
me y olvidar a Elliot, así que dirigí mi mirada hacia el frente.
       Se pasó el día y no encontré señal alguna del Río Fa-
llon, pero tenía que encontrarlo, si lo había encontrado una
vez debía de volver a encontrarlo.
       No había planta ni árbol que reconociera.
       Me empecé a desesperar. Me encontraba en la mis-ma
situación de siempre, sola y sin saber a dónde ir.
       Bajé de Stratergos para inspeccionar el camino, deam-
bulé entre los arbustos pero sólo conseguí algunos rasguños.
       Me tumbé exhausta en el césped, tenía miedo de no en-
contrar a Tova y Ceseo, tenía miedo de que todo hubiera sido
en vano y de que Elliot nunca volviera a ver.
       Las estrellas se habían reunido en el firmamento para
acompañarme en mi angustia. Intenté calmar mi respiración
que iba al compás de los rápidos latidos de mi corazón.
       Otra respiración se unió a la mía.
       ̶ ¿Isolda? –creí que no volvería a oír esa voz. Ahí estaba
él junto a mí, con su cabello alborotado y su tez cobriza por
el sol.
        ̶ Elliot –él me abrazó como nunca lo había hecho y no
pude evitar unas lágrimas. Entonces comprendí que mi lu-
gar estaba junto a él.
         ̶ ¿Por qué lloras Isolda? ¿No estás contenta porque nos
volvimos a encontrar? Después de que nos separamos estu-
ve buscándote día tras día… sólo quería estar con mi Isolda.
      ̶ Lloro porque no sé cómo reparar lo que hice –oculté
mi rostro entre mis manos
       Le conté toda mi travesía en el reino del rey Ziquem,
cómo había obtenido la cura a su ceguera y la había usado
para salvar al príncipe Conan; y de cuando me había encon-
trando con Tova y Ceseo quienes me habían entregado un
frasco del agua del Río Fallon que usé para que Bastian re-
cordara su amor por Fátima.
       ̶ Estoy orgulloso de ti.
        ̶ ¿Orgulloso? ¿No acabas de oír lo que dije? Podías ha-
ber vuelto a ver.
         ̶ ¿A costa de qué, Isolda? ¿De la vida de un hombre? ¿O
del amor de una pareja? Parece que no estoy hablando con la
misma Isolda que conozco.
          ̶ ¿Crees que hice bien?
           ̶ Por supuesto. Ahora yo te tengo que confesar algo,
después de que te perdí me arrepentí de no habértelo dicho.
Te amo, Isolda.
            ̶ ¿Qué quieres decir?
             ̶ Eso significa que yo daría la vida por ti y que si tú no
estás a mi lado es como si estuviera muerto; y gracias a ti sé
que la muerte es peor que la ceguera… ¿Tú sientes algo por
mí?
      ̶ Una vez me preguntaron cómo le hacía para enfrentar
mis sufrimientos y respondí que con los buenos recuerdos;
esos recuerdos son los que he pasado a tu lado. No sé si el
amor se parece algo a eso, si no se parece a esto que yo sien-
to por ti, es porque tengo algo más grande que el amor.
       ̶ Isolda –lo miré a los ojos y aunque su vista seguía nu-
blada sabía que me estaba viendo– ¿puedes ver con tus ojos
mi amor por ti?
        ̶ No –respondí.
         ̶ Pero, ¿lo sientes?
          ̶ Sí.
           ̶ Entonces no necesito de la vista, porque lo más valioso
que tengo es invisible.
            Quería hacer de Elliot un hombre feliz curando su ce-
guera, pero él me enseñó que la verdadera felicidad sólo se
encuentra aceptando lo que uno es para poder entregarse a
la persona amada.



                                 ...
...Me quedé a su lado toda mi vida…
      …y la niebla que había endurecido el corazón de Elliot
finalmente se disipó.
      Envejecimos juntos, él murió antes que yo, y el mismo
día de su muerte tarareé la canción que Fátima me había en-
señado.
            Yo morí también ese mismo día, me hice cenizas
que plantadas en tierra germinaron hasta convertirme
en un árbol que permaneció al lado de su tumba.
A través de la Niebla

More Related Content

What's hot

CoHF Malec Parte 9
CoHF Malec Parte 9CoHF Malec Parte 9
CoHF Malec Parte 9MayGraciel
 
La propuesta (Magnus)
La propuesta (Magnus)La propuesta (Magnus)
La propuesta (Magnus)MayGraciel
 
Te encontrare cap 9 slide
Te encontrare cap 9 slideTe encontrare cap 9 slide
Te encontrare cap 9 slideMayGraciel
 
Cohf Malec parte 5
Cohf Malec parte 5Cohf Malec parte 5
Cohf Malec parte 5MayGraciel
 
Camille te dijo?
Camille te dijo?Camille te dijo?
Camille te dijo?MayGraciel
 
CoHF Malec parte 4
CoHF Malec parte 4CoHF Malec parte 4
CoHF Malec parte 4MayGraciel
 
Te encontrare cap 7 slide
Te encontrare cap 7 slideTe encontrare cap 7 slide
Te encontrare cap 7 slideMayGraciel
 
El curso del verdadero amor
El curso del verdadero amorEl curso del verdadero amor
El curso del verdadero amorMayGraciel
 
CoHF Malec Parte 8
CoHF Malec Parte 8CoHF Malec Parte 8
CoHF Malec Parte 8MayGraciel
 
Te Encontrare cap 12
Te Encontrare cap 12Te Encontrare cap 12
Te Encontrare cap 12May Verdias
 
Buenas noches, Gabrielle de Cruella
Buenas noches, Gabrielle de CruellaBuenas noches, Gabrielle de Cruella
Buenas noches, Gabrielle de CruellaCruella Devil
 
Richelle mead -_1_academia_de_vampiros
Richelle mead -_1_academia_de_vampirosRichelle mead -_1_academia_de_vampiros
Richelle mead -_1_academia_de_vampiroswuhugirl
 
Capítulo XI. Tiempo en Sueño
Capítulo XI. Tiempo en SueñoCapítulo XI. Tiempo en Sueño
Capítulo XI. Tiempo en SueñoSiulManipura
 
Cuento me despierto.
Cuento me despierto.Cuento me despierto.
Cuento me despierto.Lily Cipres
 
Texto personal- Planificador y primer borrador
Texto personal- Planificador y primer borradorTexto personal- Planificador y primer borrador
Texto personal- Planificador y primer borradorLupita Monroy
 
La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)
La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)
La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)gisszenon
 
Otro cielo, otra vida... parte dos
Otro cielo, otra vida...   parte dosOtro cielo, otra vida...   parte dos
Otro cielo, otra vida... parte dosJoneix Perez
 
Trabajo de comparación de expresión artística
Trabajo de comparación de expresión artísticaTrabajo de comparación de expresión artística
Trabajo de comparación de expresión artísticaFelipe Caamaño Rojas
 

What's hot (20)

CoHF Malec Parte 9
CoHF Malec Parte 9CoHF Malec Parte 9
CoHF Malec Parte 9
 
La propuesta (Magnus)
La propuesta (Magnus)La propuesta (Magnus)
La propuesta (Magnus)
 
Te encontrare cap 9 slide
Te encontrare cap 9 slideTe encontrare cap 9 slide
Te encontrare cap 9 slide
 
Cohf Malec parte 5
Cohf Malec parte 5Cohf Malec parte 5
Cohf Malec parte 5
 
Camille te dijo?
Camille te dijo?Camille te dijo?
Camille te dijo?
 
CoHF Malec parte 4
CoHF Malec parte 4CoHF Malec parte 4
CoHF Malec parte 4
 
Te encontrare cap 7 slide
Te encontrare cap 7 slideTe encontrare cap 7 slide
Te encontrare cap 7 slide
 
El curso del verdadero amor
El curso del verdadero amorEl curso del verdadero amor
El curso del verdadero amor
 
CoHF Malec Parte 8
CoHF Malec Parte 8CoHF Malec Parte 8
CoHF Malec Parte 8
 
Te Encontrare cap 12
Te Encontrare cap 12Te Encontrare cap 12
Te Encontrare cap 12
 
Buenas noches, Gabrielle de Cruella
Buenas noches, Gabrielle de CruellaBuenas noches, Gabrielle de Cruella
Buenas noches, Gabrielle de Cruella
 
Richelle mead -_1_academia_de_vampiros
Richelle mead -_1_academia_de_vampirosRichelle mead -_1_academia_de_vampiros
Richelle mead -_1_academia_de_vampiros
 
Capítulo XI. Tiempo en Sueño
Capítulo XI. Tiempo en SueñoCapítulo XI. Tiempo en Sueño
Capítulo XI. Tiempo en Sueño
 
Cuento me despierto.
Cuento me despierto.Cuento me despierto.
Cuento me despierto.
 
Renacer
Renacer Renacer
Renacer
 
Ficha
FichaFicha
Ficha
 
Texto personal- Planificador y primer borrador
Texto personal- Planificador y primer borradorTexto personal- Planificador y primer borrador
Texto personal- Planificador y primer borrador
 
La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)
La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)
La profecía de Thiaoouba - Michel Desmarquet (Ebook edición 2010)
 
Otro cielo, otra vida... parte dos
Otro cielo, otra vida...   parte dosOtro cielo, otra vida...   parte dos
Otro cielo, otra vida... parte dos
 
Trabajo de comparación de expresión artística
Trabajo de comparación de expresión artísticaTrabajo de comparación de expresión artística
Trabajo de comparación de expresión artística
 

Similar to A través de la Niebla

Similar to A través de la Niebla (20)

Tiempo de angeles
Tiempo de angelesTiempo de angeles
Tiempo de angeles
 
Tiempo de Ángeles Esther feldman
 Tiempo de Ángeles Esther feldman Tiempo de Ángeles Esther feldman
Tiempo de Ángeles Esther feldman
 
The-Hunter-1.pdf
The-Hunter-1.pdfThe-Hunter-1.pdf
The-Hunter-1.pdf
 
Edgar_Allan_Poe-El_Escarabajo_de_oro.pdf
Edgar_Allan_Poe-El_Escarabajo_de_oro.pdfEdgar_Allan_Poe-El_Escarabajo_de_oro.pdf
Edgar_Allan_Poe-El_Escarabajo_de_oro.pdf
 
Lluvia acida
Lluvia acidaLluvia acida
Lluvia acida
 
Ella por Verónica Edith Oliva
Ella por Verónica Edith OlivaElla por Verónica Edith Oliva
Ella por Verónica Edith Oliva
 
Ella presentacion como libro completo
Ella presentacion como libro completoElla presentacion como libro completo
Ella presentacion como libro completo
 
Cuento invierno
Cuento inviernoCuento invierno
Cuento invierno
 
La sacerdotisa del mar dion fortune
La sacerdotisa del mar   dion fortuneLa sacerdotisa del mar   dion fortune
La sacerdotisa del mar dion fortune
 
La mancha
La manchaLa mancha
La mancha
 
Una historia inalcanzable
Una historia inalcanzableUna historia inalcanzable
Una historia inalcanzable
 
Pequeña tragedia
Pequeña tragediaPequeña tragedia
Pequeña tragedia
 
Buscando a sam
Buscando a samBuscando a sam
Buscando a sam
 
Harris charlaine -_absolutamente_muerto
Harris charlaine -_absolutamente_muertoHarris charlaine -_absolutamente_muerto
Harris charlaine -_absolutamente_muerto
 
ENTRE HORMIGUEOS NOVELA.docx
ENTRE HORMIGUEOS  NOVELA.docxENTRE HORMIGUEOS  NOVELA.docx
ENTRE HORMIGUEOS NOVELA.docx
 
ENTRE HORMIGUEOS NOVELA.docx
ENTRE HORMIGUEOS  NOVELA.docxENTRE HORMIGUEOS  NOVELA.docx
ENTRE HORMIGUEOS NOVELA.docx
 
ENTRE HORMIGUEOS NOVELA.docx
ENTRE HORMIGUEOS  NOVELA.docxENTRE HORMIGUEOS  NOVELA.docx
ENTRE HORMIGUEOS NOVELA.docx
 
Andersen la sombra
Andersen  la sombraAndersen  la sombra
Andersen la sombra
 
Prueba narrativa 1 medio
Prueba narrativa 1 medioPrueba narrativa 1 medio
Prueba narrativa 1 medio
 
El escarabajo de oro
El escarabajo de oroEl escarabajo de oro
El escarabajo de oro
 

More from Yvonee *

Diploma_VentasEfectivas_Yvonee
Diploma_VentasEfectivas_YvoneeDiploma_VentasEfectivas_Yvonee
Diploma_VentasEfectivas_YvoneeYvonee *
 
Sociedad Cristiana Medieval
Sociedad Cristiana MedievalSociedad Cristiana Medieval
Sociedad Cristiana MedievalYvonee *
 
Pontificado y Cristiandad
Pontificado y CristiandadPontificado y Cristiandad
Pontificado y CristiandadYvonee *
 
El amor a lo Meyer
El amor a lo MeyerEl amor a lo Meyer
El amor a lo MeyerYvonee *
 
Ética general
Ética generalÉtica general
Ética generalYvonee *
 
El valor de la entrega
El valor de la entregaEl valor de la entrega
El valor de la entregaYvonee *
 
Antropología filosófica
Antropología filosóficaAntropología filosófica
Antropología filosóficaYvonee *
 
La afectividad
La afectividadLa afectividad
La afectividadYvonee *
 
Felicidad y perpetua
Felicidad y perpetuaFelicidad y perpetua
Felicidad y perpetuaYvonee *
 
Los primeros cristianos
Los primeros cristianosLos primeros cristianos
Los primeros cristianosYvonee *
 
La afectividad
La afectividadLa afectividad
La afectividadYvonee *
 
Antecedentes
AntecedentesAntecedentes
AntecedentesYvonee *
 
Fashion from 20's to 50's
Fashion from 20's to 50'sFashion from 20's to 50's
Fashion from 20's to 50'sYvonee *
 
Henry Ford
Henry FordHenry Ford
Henry FordYvonee *
 

More from Yvonee * (18)

Diploma_VentasEfectivas_Yvonee
Diploma_VentasEfectivas_YvoneeDiploma_VentasEfectivas_Yvonee
Diploma_VentasEfectivas_Yvonee
 
Sociedad Cristiana Medieval
Sociedad Cristiana MedievalSociedad Cristiana Medieval
Sociedad Cristiana Medieval
 
Pontificado y Cristiandad
Pontificado y CristiandadPontificado y Cristiandad
Pontificado y Cristiandad
 
El amor a lo Meyer
El amor a lo MeyerEl amor a lo Meyer
El amor a lo Meyer
 
Ética general
Ética generalÉtica general
Ética general
 
Libertad
LibertadLibertad
Libertad
 
Fortaleza
FortalezaFortaleza
Fortaleza
 
Prudencia
PrudenciaPrudencia
Prudencia
 
Taliesin
TaliesinTaliesin
Taliesin
 
El valor de la entrega
El valor de la entregaEl valor de la entrega
El valor de la entrega
 
Antropología filosófica
Antropología filosóficaAntropología filosófica
Antropología filosófica
 
La afectividad
La afectividadLa afectividad
La afectividad
 
Felicidad y perpetua
Felicidad y perpetuaFelicidad y perpetua
Felicidad y perpetua
 
Los primeros cristianos
Los primeros cristianosLos primeros cristianos
Los primeros cristianos
 
La afectividad
La afectividadLa afectividad
La afectividad
 
Antecedentes
AntecedentesAntecedentes
Antecedentes
 
Fashion from 20's to 50's
Fashion from 20's to 50'sFashion from 20's to 50's
Fashion from 20's to 50's
 
Henry Ford
Henry FordHenry Ford
Henry Ford
 

Recently uploaded

05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf
05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf
05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdfRAMON EUSTAQUIO CARO BAYONA
 
Día de la Madre Tierra-1.pdf día mundial
Día de la Madre Tierra-1.pdf día mundialDía de la Madre Tierra-1.pdf día mundial
Día de la Madre Tierra-1.pdf día mundialpatriciaines1993
 
libro para colorear de Peppa pig, ideal para educación inicial
libro para colorear de Peppa pig, ideal para educación iniciallibro para colorear de Peppa pig, ideal para educación inicial
libro para colorear de Peppa pig, ideal para educación inicialLorenaSanchez350426
 
Técnicas de grabado y estampación : procesos y materiales
Técnicas de grabado y estampación : procesos y materialesTécnicas de grabado y estampación : procesos y materiales
Técnicas de grabado y estampación : procesos y materialesRaquel Martín Contreras
 
EDUCACION FISICA 1° PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docx
EDUCACION FISICA 1°  PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docxEDUCACION FISICA 1°  PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docx
EDUCACION FISICA 1° PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docxLuisAndersonPachasto
 
SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024
SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024
SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024gharce
 
periodico mural y sus partes y caracteristicas
periodico mural y sus partes y caracteristicasperiodico mural y sus partes y caracteristicas
periodico mural y sus partes y caracteristicas123yudy
 
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdfTema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdfDaniel Ángel Corral de la Mata, Ph.D.
 
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdfEstrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdfAlfredoRamirez953210
 
MODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docx
MODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docxMODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docx
MODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docxRAMON EUSTAQUIO CARO BAYONA
 
3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx
3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx
3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsxJuanpm27
 
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALVOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALEDUCCUniversidadCatl
 
Fichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdf
Fichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdfFichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdf
Fichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdfssuser50d1252
 
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdfMapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdfvictorbeltuce
 
Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptx
Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptxMonitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptx
Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptxJUANCARLOSAPARCANARE
 
Fichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdf
Fichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdfFichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdf
Fichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdfssuser50d1252
 

Recently uploaded (20)

La luz brilla en la oscuridad. Necesitamos luz
La luz brilla en la oscuridad. Necesitamos luzLa luz brilla en la oscuridad. Necesitamos luz
La luz brilla en la oscuridad. Necesitamos luz
 
05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf
05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf
05 Fenomenos fisicos y quimicos de la materia.pdf
 
Día de la Madre Tierra-1.pdf día mundial
Día de la Madre Tierra-1.pdf día mundialDía de la Madre Tierra-1.pdf día mundial
Día de la Madre Tierra-1.pdf día mundial
 
libro para colorear de Peppa pig, ideal para educación inicial
libro para colorear de Peppa pig, ideal para educación iniciallibro para colorear de Peppa pig, ideal para educación inicial
libro para colorear de Peppa pig, ideal para educación inicial
 
Técnicas de grabado y estampación : procesos y materiales
Técnicas de grabado y estampación : procesos y materialesTécnicas de grabado y estampación : procesos y materiales
Técnicas de grabado y estampación : procesos y materiales
 
EDUCACION FISICA 1° PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docx
EDUCACION FISICA 1°  PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docxEDUCACION FISICA 1°  PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docx
EDUCACION FISICA 1° PROGRAMACIÓN ANUAL 2023.docx
 
SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024
SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024
SISTEMA INMUNE FISIOLOGIA MEDICA UNSL 2024
 
periodico mural y sus partes y caracteristicas
periodico mural y sus partes y caracteristicasperiodico mural y sus partes y caracteristicas
periodico mural y sus partes y caracteristicas
 
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdfTema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
 
Sesión La luz brilla en la oscuridad.pdf
Sesión  La luz brilla en la oscuridad.pdfSesión  La luz brilla en la oscuridad.pdf
Sesión La luz brilla en la oscuridad.pdf
 
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdfEstrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
 
MODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docx
MODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docxMODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docx
MODELO DE INFORME DE INDAGACION CIENTIFICA .docx
 
Earth Day Everyday 2024 54th anniversary
Earth Day Everyday 2024 54th anniversaryEarth Day Everyday 2024 54th anniversary
Earth Day Everyday 2024 54th anniversary
 
3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx
3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx
3. Pedagogía de la Educación: Como objeto de la didáctica.ppsx
 
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALVOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
 
TL/CNL – 2.ª FASE .
TL/CNL – 2.ª FASE                       .TL/CNL – 2.ª FASE                       .
TL/CNL – 2.ª FASE .
 
Fichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdf
Fichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdfFichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdf
Fichas de Matemática TERCERO DE SECUNDARIA.pdf
 
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdfMapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
 
Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptx
Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptxMonitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptx
Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptx
 
Fichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdf
Fichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdfFichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdf
Fichas de MatemáticA QUINTO DE SECUNDARIA).pdf
 

A través de la Niebla

  • 1. A Alejandra que tiene un talento escon- dido que espero que pronto descubra. Y a mi mamá por haberme enseñado a jugar mi imaginación.
  • 2.
  • 3.
  • 4.
  • 5. No puedo dormir 8 No avancé 15 No se trataba de Elliot 23 El día sustituyó a la noche 31 Oí el correr del agua 37 Emprendí un nuevo rumbo 45 Entré a un nuevo mundo 54 Guardé su secreto 61 Fátima no entendió 68
  • 6. o puedo dormir. Ni el susurro de los búhos puede adormecerme en una noche como esta, donde los copos de nieve se amontonan a mis pies, cubriéndolo todo con una capa blanquecina que quema con el más leve contacto. Este invierno ha venido cargado de helados vientos del oriente que arremeten contra todo lo que etncuentran a su paso. Y el sol se ha cansado de alumbrar, pues las nubes lo han destronado. Estoy sola en este gran paraje, ya que muchos han su- cumbido por la crudeza del frío; hasta la luna se ha tenido que cobijar bajo las espumosas nubes para resguardarse del
  • 7. invierno. Algo se mueve a lo lejos, lo distingo fácilmente porque es de un color negro que contrasta con la nieve. Se mueve con un ritmo constante al compás de una música lúgubre que sale de sus entrañas. A medida que se acerca resaltan unas tenues luces, que parecen ser las guías; y los peregrinos, son personas envuel- tas de negro. ¿Qué razón pudo traerlos al bosque cuando la oscuri- dad podría tragárselos vivos? Las mujeres llevan cubiertos sus rostros y los hombres van detrás; y unos cuantos más cargan sobre sus hombros una caja bastante grande y la depositan delante de mí… qué será, ¿acaso es una especie de tributo? Uno de ellos se adelanta y recita unas palabras mien- tras los demás hacen signos con las manos. Se trata de un rito muy peculiar donde el silencio sustituye a los cantos. Empiezan a cavar un agujero removiendo la tierra que hay debajo de mí, parece que no se dan cuenta de que eso hace que me dé más frío. Acomodan la caja ahí y devuelven la tie- rra a su lugar. Los humanos no tienen respeto por lo ajeno; invaden mi es- pacio para esconder aquel artefacto y ponen una marca, su- pongo que sirve para que puedan reconocer el lugar si quie-
  • 8. -ren volver a sacar la caja. Pero la marca está en clave, ¿qué significará R.I.P.? Después de que se fueron volví a tener frío, pero esta vez siento cómo se congelan mis raíces, porque cuando re- movieron la tierra enfriaron la que ya estaba caliente. Tal vez si hundo mis raíces más al fondo podré encontrar el calor que necesito para sobrevivir; pero la caja me estorba, es demasiado grande para que mis pequeñas raíces la esquiven. Sin embargo, al encontrarme con ella tam- bién encuentro calor, dentro de la caja hay algo que arde. Fue complicado pero logré abrir la caja. Efectivamente, mis raíces se bañaron del calor que emanaba, pero no sólo había calor también había algo inerte que concentraba toda la energía. Por más que lo movía pa- recía no responderme. Pero cuando comprendí lo que tenía debajo de mí ya era demasiado tarde. Aprendí que la vida y la muerte son dos fases conti-
  • 9. -nuas, de modo que no sé si morí o volví a nacer. Me convertí en el ser al que más temía. En lugar de raí- ces tenía piernas y mis ramas fueron sustituidas por manos. Cuando desperté no había nada familiar a mi alrede- dor; estaba recostada sobre algo acolchonado y un animal estaba echado en mi regazo, parecía inofensivo incluso me di la oportunidad de acariciar su pelaje. En cuanto me levan- té, éste me saludó con un sonido muy peculiar que atrajo al dueño de aquel lugar. Vi delante de mí a un hombre de gran estatura; no pa- recía haber vivido mucho, pues su cabello era aún castaño y su andar firme. Sus ojos eran especiales porque parecían ver al vacío, y un azul profundo se diluía alrededor de sus pupi- las… era como ver a través de la niebla. – ¿Ya despertaste? –me dirigió aquella pregunta con una voz vibrante. – Creo que sí –en realidad no sabía qué contestar por- que no sabía si estaba viva o muerta. – En ese caso estás en deuda con Halcón porque él te encontró tirada en la nieve anoche. ¿Halcón? Había visto muchos halcones, pero éste no parecía uno de ellos; ni siquiera sus orejas alargadas podrían mantenerlo en el aire. Aún así, le agradecí aquel servicio con una palmada en la cabeza.
  • 10. – ¿Quién eres? –mi pregunta quedó en el aire pues no hubo respuesta de su parte. – ¿Para qué quieres saberlo? – Porque si ya conozco uno de los nombres de quien me salvó me gustaría conocer el nombre del que me falta. – Sólo soy un hombre errante. – ¿Y cómo se llama ese hombre errante? –insistí. – Elliot –cedió malhumorado. – Muchas gracias, Elliot. – ¿Piensas quedarte aquí o qué? ¿No vas a marcharte a tu casa? –mientras decía esto atizaba el fuego sin siquiera voltearme a ver. – Antes de que me vaya, ¿no quisieras saber mi nom- bre? –aunque no tenía uno, creí que sería fácil inventarlo. – No –respondió desinteresado. ̶ En ese caso, contestaré a tus preguntas: No puedo marcharme. ¿A dónde podía ir un “humano” acos- tumbrado a vivir de pie?
  • 11. – No puedes quedarte aquí –Elliot concluyó con firme- za. – ¿Por qué? –pregunté con un poco de curiosidad. – No es de tu incumbencia. – Tienes razón. Y más vale que me vaya antes de que se ponga el sol. – Espera –colocó algo al pie de la cama– te conseguí algo de ropa, ya que no puedes andar de esa forma por ahí. Nunca me había cubierto con algo que no fuera mi pro- pia piel; pero él era el humano y tenía sus razones para ad- vertírmelo. Tomé el atuendo que era bastante ligero y lo ceñí a mi cuerpo con un cordón, al final me cubrí con un pesado abrigo que iba a juego con unas botas. Halcón me acompañó hasta la reja que había en aque- lla diminuta cabaña, pero no traspasó el límite de la barre- ra; miré hacia el horizonte y decidí cuál sería el camino para emprender mi aventura.
  • 12.
  • 13. o avancé. Para un árbol como yo, no se podía esperar otro final. Me desperté nuevamente bajo el te- cho de la casa de Elliot; lo encontré sentado al lado de mi cama, con la cabeza baja y los brazos cruzados. – ¿Cómo me encontraste? –mi entusiasmo se dejó en- trever por el tono de mi voz. – No estabas muy lejos y al parecer Halcón ya se acos- tumbró a tu olor, fue fácil para él seguir tu rastro- lo oí más calmado que en la mañana, incluso su rostro era más amable bajo la luz de las velas. - Pero estaba oscuro, ¿no fue peligroso? –me asombró la va-
  • 14. lentía de Elliot, pues siendo árbol descubrí que muy pocos son los que se adentran en el bosque cuando anochece. ̶ La oscuridad no es un problema… porque la luz no es una solución para mí. ̶ La oscuridad no es un problema… porque la luz no es una solución para mí. ̶ ¿Qué quieres decir? ̶ ¿Acaso no te has dado cuenta? –parecía sorprendido. ̶ ¿Darme cuenta de qué? ̶ De que no me sirven mis ojos… hace mucho tiempo que decidieron apagarse para siempre. Aquel día descubrí lo que era ser ciego. Elliot era uno de ellos. Me quedé con él, a pesar de que se negaba a ello, pero al final de cuentas le fui siendo de ayuda. Nunca me preguntó sobre mi nombre, porque él mismo me bautizó como Isolda, que significa batalla en la nieve; lo re- cibí con agrado y desde entonces yo misma me identifiqué con él. Al principio fue difícil la convivencia, porque Elliot no dejaba de reclamarme que me aprovechaba de él y de su hos- pitalidad, con ironía me recordaba que él mandaba mientras permaneciera dentro de su casa; lo acepté… Quizás fue esto lo que acabó por ablandar su corazón, ya que le demostré
  • 15. que si me lo propongo puedo ser tan resistente como el ace- ro. A pesar de mi fortaleza tenía muchas carencias porque todavía necesitaba conocerme. De modo que tuvieron que pasar varios sucesos para que lo lograra. Un día Elliot me pidió que fuera por agua a un estan- que que había cerca de la cabaña, esta vez sí me acompañó Halcón porque ya me consideraba como su dueño. El aire era fresco, y la primavera estaba cosechando una gran variedad de flores que pintaban las colinas de bri- llantes tonalidades. Tomé la cubeta entre mis manos y la eché al agua; cuando me incli- né para levantarla vi una cara en el estanque. Solté de inmediato la cu- beta y caí de espaldas; pero mi cu- riosidad era mayor a mi temor, así que volví a mirar en el estanque y encontré de nuevo aquel rostro. Su piel era morena, y sus ojos color avellana esta- ban contorneados por unas frondosas pestañas. Su na- riz era recta y proporciona-
  • 16. da, debajo de ella relucían unos labios dibujados con mucha gracia. Y el viento le mecía su cabello azabache alrededor de su cuerpo. Le conté a Elliot mi experiencia y me sorprendió su respuesta. ̶ Esa eres tú, Isolda. ̶ ¿Yo? –pregunté incrédula. ̶ Bueno, no sé cómo eres porque no te puedo ver, pero si dices que viste tu reflejo en el agua entonces eras tú. ̶ Nunca me imaginé así –dije consternada. ̶ ¿No te gusta? –parecía divertirle aquella situación. ̶ No lo sé. ¿Tú qué piensas? –esperaba una especie de consuelo de su parte. ̶ Estoy seguro que si pudiera verte superarías la ima- gen que tengo en mi cabeza –mientras decía esto una sonrisa se trazó en sus labios y reclinó su barbilla en sus nudillos. No sabía el significado de aquellas palabras pero, aun- que no me dirigía su mirada, sabía que si lo hubiera podido hacer lo hubiera hecho. Pasó el tiempo y descubrí que además de ser humano era una mujer. Elliot me calculaba alrededor de diecisiete años, po- cos para alguien que está acostumbrada a contar la edad por siglos.
  • 17. Unos cuantos vestidos empezaron a formar parte de mi vani- dad, el cabello me lo recogía con broches y mantenía mi cara limpia y perfumada. Sabía que Elliot no lo notaba, más bien era yo quien se daba cuenta que lo hacía por él. Sin embargo, ¿por qué ha- cerlo por él? ¿Acaso me lo había pedido? No. Le confesé que quería salir a pasear con él por los alre- dedores. ̶ ¿Salir? ¿Para qué? –fue su respuesta ante mi petición. ̶ Quisiera conocer lo que hay más allá del lago –mentí con picardía. ̶ Olvidas un pequeño detalle –me mostró sus ojos nu- blados. ̶ Lo sé. Pero aún así puedes hacerlo. ¡Vamos!... hazlo por mí –supliqué. ̶ Muy bien, pero en cuanto lo indique volveremos a casa. Me arreglé especialmente, por eso me puse el vestido que más me gustaba de colores vivos y sedosos. Elliot me tomó del brazo y atravesamos el umbral de la casa. El sol untaba sus rayos en nuestras ropas. La emoción me torturaba por dentro, mi corazón se aceleraba a cada paso que dábamos y mi respiración se en- trecortaba. Ingenuamente pensé que él no estaría al tanto de
  • 18. lo que sentía, pero me equivoqué. ̶ Isolda si tanto querías que saliéramos podías haberlo dicho antes. ̶ Creí que te negarías –me sonrojé. ̶ Me hubiera negado, pero sabes que acabaría hacién- dolo. Aunque no entiendo por qué lo disfrutas tanto. ̶ Porque soy parte de todo esto. Si pudieras verlo sa- brías a lo que me refiero. ̶ No tengo más remedio que resignarme –escupió estas últimas palabras seguidas de un breve suspiro. ̶ Ni hablar, ¿resignarte? –no daba crédito a lo que aca- baba de oír– ... Elliot…Elliot ̶ ¿Si…? ̶ He estado pensando que tal vez exista una forma de devolverte la vista. ̶ No recuerdo la última vez que se me ocurrió esa locura –replicó con desdén. ̶ Hablo en serio –me molesté. ̶ Yo también. ̶ ¿No quisieras volver a ver? ̶ No es necesario que me tientes, eso es algo que ni si- quiera me planteo. ̶ Pero… ̶ Isolda, el día que yo vuelva a ver, será el día de mi
  • 19. muerte. Después de eso me deprimí y algunas lágrimas me resbalaron por el ros- tro. El cielo me acompañó en mi pena: empezó a llo- ver a cántaros y la tierra se convirtió en barro que se nos pegó a los zapa- tos. Se avecinaba una tormenta por lo que nos apuramos para regresar. Halcón nos di- rigía al frente, pues ni Elliot ni yo logramos reconocer el camino. Llegó un punto en el que nos separamos, caminé hacia el fren- te, pensando que me lo encontraría, pero en lugar de eso caí por una colina empinada y acabé
  • 20. cubierta de moretones. Empecé a llamar desesperadamente a Elliot, pero no recibí ninguna contestación. Me recosté en el césped mojado y esperé desconsolada a que llegara por mí. Oí a lo lejos unas pisadas, así que volví a llamarlo, y el sonido empezó a pronunciarse, estaba cerca. Pero no era quien esperaba.
  • 21. o se trataba de Elliot. Un hombre montado sobre un caba- llo apareció delante de mí. ̶ ¿Estás herida? –me preguntó con un acento extraño. Enmudecí a falta de explicación, pero él ac- tuó de inmediato; me cargó sobre sus brazos y me subió al caballo. Anhelaba encontrarme a Elliot para quedarme a su lado, pero el caballo iba a toda prisa y la lluvia empezaba a calarme los huesos, la única protección que encontré fue acobijarme entre los brazos del jinete. Pasamos a través de valles y aldeas, hasta que divisé a lo lejos una fortaleza de cuyo corazón nacían unas altas to-
  • 22. rres de marfil. Los ventanales le proporcionaban un aspecto cálido a pesar de las nubes negras que se mecían en su cres- ta. Se abrió un portón por el que nos dirigimos al interior del monumento. Las casas se erigían a derecha e izquierda, arropadas por una cubierta de cristal que canalizaba el agua de la lluvia hacia una enorme fuente que definía el perímetro del castillo, ubicado en el centro del poblado. Bajamos del caballo en cuanto llegamos a la puerta principal del castillo. ̶ Llegamos –señaló el extraño como si se tratara de un lugar familiar para ambos– mandaré que te traigan algo seco, pero primero te llevaré a una habitación para que puedas darte un baño. Me acercó su brazo con tal solemnidad que no pude negarme. Finalmente pude ver su rostro y me sorprendió la jovialidad de sus facciones, podríamos tener la misma edad, pero la vestimenta lo robustecía de tal manera que engaña- ba a la primera impresión; me hechizaron sus ojos castaños pues por sí solos sonreían, además, su tez bronceada los ha- cía relucir cálidamente, y tanto su nariz como su barbilla es- taban bien delineadas. Subimos una escalinata de mármol que nos condujo a un largo pasillo que recorría todo el nivel de forma circular. Abrió una de las tantas puertas de obsidiana finamen-
  • 23. te talladas. Me indicó dónde estaba la bañera y se marchó. Al tiempo regresó y me encontró en el mismo lugar donde me había dejado. ̶ ¿No vas a bañarte? Puedes resfriarte si no lo haces – me advirtió, aunque yo no sabía qué debía hacer, pues estaba acostumbrada a bañarme en el río– el agua está caliente… qué tonto soy, enseguida voy por una criada para que te ayu- de. ̶ No, muchas gracias –me negué pues me incomodaba su insistencia. ̶ Entonces, ¿no eres muda? ¿cómo te llamas? ̶ Isolda. ̶ ¿Estabas perdida Isolda? ̶ No, estaba con Elliot. ̶ ¿Quién es Elliot? ̶ Elliot es el amo de Halcón. ̶ ¿Y quién es Halcón? ̶ Su perro. ̶ Pero, ¿qué relación tienes con Elliot? ̶ Nunca me lo había preguntado. ̶ Bueno, en ese caso creo que estás a salvo aquí –como vio que no iba a llegar a ninguna parte con el interrogatorio mejor lo abandonó. ̶ ¿Quién eres tú?
  • 24. ̶ ¿Quién eres tú? ̶ Olvidaba esa parte –rió y su cara se iluminó– yo soy Conan, y soy sólo un príncipe más; que, por cierto, tiene el descaro de no presentarse antes de pedir referencias a su invitada. Isolda, te presento el castillo del rey Ziquem. ̶ Es la primera vez que estoy en un castillo y nunca he visto a un rey –contesté emocionada. ̶ Pues hoy mismo lo conocerás, pero antes debes darte un baño, traeré a Teresa de inmediato. Después de que me bañé me ofrecieron un vestido muy distinto a los que Elliot solía darme. Estaba bordado con per- las, además de los muchos encajes. Mi cabello lo rizaron y trenzaron con unos listones de seda. Pero lo más fascinante fue ver mi reflejo en el espejo, lo que había visto en el agua se repetía en aquel artefacto. Era mágico. Por otro conducto llegué a un recinto de grandes di- mensiones donde el suelo resplandecía y las columnas com- petían en grandeza con los ventanales. Nuevamente Conan me ofreció su brazo. Caminamos hacia el trono que se alzaba con majestuosidad frente a no- sotros. Caminé con temor, me encontraba ante algunas mira- das curiosas que me incomodaban, el único que me sugería confianza era el príncipe.
  • 25. Me susurró que debía arrodillarme cuando estuvié-ra- mos delante del rey. Así lo hice, mantuve mi cabeza agachada y oí cómo se acercaba el rey hacia mí, me temblaban las ma- nos pero tomé coraje y seguí en mi lugar sin moverme. El rey tomó mi barbilla con su mano y alzó mi rostro, nuestras miradas se cruzaron y el horror se dibujó en sus ojos. Se trataba de un hombre de edad madura con una bar- ba muy bien cortada; su altura imponía especialmente por las joyas que lo ataviaban de los pies a la cabeza. ̶ ¿Quién es esta niña, Conan? –preguntó perturbado el rey. ̶ Es Isolda, padre. Estaba sola bajo la lluvia –contestó el príncipe sin entender la razón de la agresividad del rey. ̶ ¿Isolda? Nunca había oído ese nombre –el rey parecía estar buscando algún dato en su memoria. ̶ No es de aquí, padre. ̶ De eso estoy seguro. Isolda, dime, ¿qué edad tienes? ̶ Creo que diecisiete, majestad –me sugirió Conan que lo llamara así. ̶ ¿Crees?... Para el caso da lo mismo. ¿Sabes? Eres muy parecida a una persona que conocí, sólo que tu piel es más oscura que la de ella. ̶ ¿Quién es esa persona, majestad? ̶ Era la futura esposa del príncipe Conan.
  • 26.
  • 27. ̶ ¿La princesa Simone? –se sobresaltó el príncipe Conan y sus ojos desorbitados miraron a su padre. ̶ Sí, la princesa Simone. No lo habías notado, Conan, porque nunca la conociste, pero son las mismas facciones… esos ojos. ̶ Pero, padre, ella está… ella está muerta. ̶ Yo sólo digo lo que veo, pero también sé que no se pue- de tratar de la misma persona… a menos que… –dejó incon- clusa su idea y volvió a mirarme fijamente– llévala a conocer el reino, necesito estar solo para pensar. Pasé toda esa tarde con el príncipe. Monté por primera vez un caballo. Su pelaje era sedoso y brillaba con la luz del sol. Recorrimos senderos descono- cidos para mí, cruzamos por debajo de cascadas y admiré el paisaje desde una gran montaña donde divisé a lo lejos el castillo del rey Ziquem. Los pastos empezaron a bañarse del atardecer y la luna se perfiló en lo alto del cielo. Un halcón surcó entre las nubes… y mi corazón suspiró por el hombre errante. ¿Qué estaría haciendo Elliot en estos momentos? ̶ Es gracioso –Conan interrumpió mis pensamientos– cuando murió la princesa Simone no sentí nada, para mí fue un suceso más, pero ahora pienso que si la hubiera conocido
  • 28. y hubiera sido como tú, entonces hubiera muerto de la tris- teza. ̶ ¿Hubieras calmado tu pena por la muerte de la prince- sa con tu propia muerte? ̶ Así es. ̶ No lo entiendo. Eres la segunda persona que conozco que ve la solución a sus problemas en la muerte. ̶ ¿Y tú cómo solucionas tus sufrimientos? ̶ Con los buenos recuerdos. ̶ Creo que los demás somos tan cobardes que con cual- quier obstáculo queremos dejar de luchar, pero tú sabes sa- car el coraje de tu interior, –mientras decía esto se acercó a un gran árbol– así son los árboles, hunden sus raíces en lo más profundo de la tierra y aunque los azote el viento se afe- rran al suelo para no caer. Conan había descubierto mi velo. Sus ojos penetraron en los míos, había en ellos algo de enigmático. Y su sonrisa transmitía tal paz que hubiera de- seado grabarla eternamente en mi memoria. ̶ Es hora de regresar, –montó en su caballo– va a empe- zar a oscurecer. Tomamos el camino de regreso ayudados de las luces del castillo como punto de referencia.
  • 29. l día sustituyó a la noche. Pero la noche me dejó muy marcada. Soñé con Elliot. Soñé que sus ojos me veían. Recordé la ilusión que me había hecho proponerle buscar una solución a su ceguera; todavía no era demasiado tarde… ¿podría hacer algo por él? ̶ Conan, ¿sabes cómo curar a un ciego? –acudí al prínci- pe que estaba viendo unos libros de la biblioteca. ̶ ¿Es una adivinanza? –preguntó sorprendido. ̶ No. Es una duda, ¿hay alguna cura? ̶ Posiblemente la hay. ̶ ¿Y dónde la encuentro? ̶ No lo sé, pero puedo llevarte con alguien que puede
  • 30. ayudarte. Subimos las escalinatas del castillo hasta llegar a una amplia habitación custodiada por dos guardias que se apar- taron al ver llegar al príncipe. Cuando abrieron las puertas vi a una mujer recostada en una cama. Se le veía un poco demacrada por la enferme- dad pero aún así sus facciones proclamaban su nobleza. Era muy guapa aunque la edad parecía haberle cobrado algunas cuentas. ̶ Madre, quisiera presentarle a Isolda –le susurró Conan al oído. Me miraron los dos y yo saludé con una reverencia, pues se trataba de la mismísima reina de Ziquem. ̶ Isolda, acércate… –me coloqué al lado del príncipe y la reina tomó mi mano entre las suyas– el príncipe no suele traer a cualquier persona para que conozca a su madre, pue- do sentir que tienes un co-razón bondadoso, pequeña. ̶ ¿Cómo puede saber eso? ̶ Porque puedo ver las intenciones de las personas… tu corazón es puro, no está envenenado por la ambición. ̶ Por eso la traje, madre; porque sé que sus intenciones son buenas –intervino el príncipe. ̶ Y una anciana como yo, ¿en qué puede ayudarte, Isol- da? ̶ Quiero saber la cura para la ceguera –respondí con
  • 31. con sencillez. ̶ ¿Cuál es el propósito por el que quieres saberlo? ̶ Para hacer feliz a un amigo. ̶ Muy bien. Pero debo advertirte que esta cura implica un riesgo. Hace mucho tiempo compré un pergamino a una gitana cuyo contenido me costó descifrar. Cuando finalmente logré transcribirlo a un lenguaje más sencillo, me di cuenta que tenía en mis manos la cura para todas las enfermedades; pero había un pequeño detalle, no puede ser usado en bene- ficio de uno mismo, y hay dos posibilidades: que sirva como cura o como veneno; porque, como sabes, muchos antídotos son el mismo veneno pero sin aquello que lo hace dañino. Lo que yo te puedo proporcionar es la cura, pero si tus intencio- nes no son nobles el antídoto se volverá un veneno que ma- tará poco a poco… y de forma irreversible–hizo una pausa y se acercó a mi oído– eso fue lo que me pasó. Sacó una pequeña botella debajo de su almohada y me la entregó. ̶ Úsala con sabiduría, Isolda. No pude dormir aquella noche. Todo parecía ir bien. Tenía la cura y Elliot volvería a ver… pero las cosas se salieron de control. El rey Ziquem viajó para visitar otro reino, y a su regre-
  • 32. so traía algunas novedades. ̶ ¡Bruja!– se dirigió a mí –la princesa Simone está muer- ta y para quedarte con mi reino planeaste casarte con el prín- cipe tomando su forma para engañarnos. Delante de la gente nos dijo que había ido con el rey Galahl, padre de la princesa Simone, para hablarle acerca de una extraña que se había presentado como Isolda y que guardaba un gran parecido con su hija difunta, a excepción de su piel morena. ̶ Padre, Isolda no es ninguna bruja –Conan salió en mi defensa. ̶ Tú no lo ves porque te ha hechizado; pero eso lo arre- glaremos con su muerte. Pasé unos días en un calabozo, estaba frío y húmedo; pero mientras tuviera la cura de Elliot conmigo nada me asustaba. Unos días después, debido al murmullo de los guar- dias, me enteré de que el príncipe Conan se había contagiado de una grave enfermedad, por lo que el reino temía por su vida. Quise estar a su lado para poder acompañarlo, pero las cadenas me habían arrebatado esa posibilidad. Y la causa que me encerró en esas cuatro paredes fue la
  • 33. misma que me sacó. Un mensajero del rey apareció en el calabozo para ha- blar con la bruja. ̶ En nombre del rey Ziquem vengo a hacerle una oferta. A cambio de la vida de su hijo se le devolverá la libertad. ̶ Pero yo no soy una bruja. ̶ Esa no es la cuestión, ¿quiere o no salir del calabozo y salvarse de morir en la hoguera? Acepté. Cuando vi al príncipe se me destrozó el corazón y llo- ré amargamente a su lado; pero mi desconsuelo fue mayor cuando utilicé la cura de Elliot para salvar la vida del prínci- pe. La cura hizo efecto al instan- te, su piel volvió a verse saludable y por última vez vi aquella sonrisa en sus labios. Por más agradecidos que es- tuvieran sabía que no podía que- darme, pues pronto reviviría su odio hacia mí, ya que las sospechas de que era una “bru- ja” se confirmaron.
  • 34. Una vez que estuve libre corrí desesperadamente hacia las colinas que se perfilaban a lo lejos, aunque estaba cons- ciente de que de esa forma no podía llegar a ninguna parte no había más por hacer. Ahora era yo quien se había rendido ante la muerte. Me desplomé en el suelo, después del gran recorrido que había hecho, pensé que ese sería mi último suspiro. Hubiera esperado quedarme allí eternamente hasta marchitarme, como lo vi hacer muchas veces a las hojas ca- ducas que una vez en tierra morían.
  • 35. í el correr del agua. Abrí los ojos y contemplé un hermoso paraíso ante mí. Una bella cascada ali- mentaba a un río que se mecía tranqui- lamente en su regazo. Reuní fuerzas para acercarme a la orilla y beber de aquella agua, su frescura me reanimó incluso mi paladar detectó un toque dulzón en ella. Un presentimiento me obligó a volver mi cara hacia adelante. Parado al otro lado del río había un enorme animal, el cual se había percatado de mi presencia y me miraba fijamente como si fuera un intruso. Su respiración era forzada y de su nariz salía aire en espumaradas.
  • 36. Su tronco era agraciado pero sus músculos marcados no dejaba duda de que se trataba de un ser salvaje que se había apropiado de estas tierras. Se fue acercando a mí, creí que la corriente interna del río lo detendría, pero sus pisadas lo clavaban al suelo, por lo que decidí que era tiempo de actuar. Corrí. Pero me detuve. Había aparecido un segundo animal, igual al que había dejado atrás, caí de bruces. Quedé debajo de él y cuando el anterior me encontró estaba resguardada debajo de su ami- go. El segundo acercó su hocico a mí y olfateó mi cabello, mientras que el primero intentó lanzarse contra mí, pero el otro no lo dejó, pues con un sonoro rugido lo amenazó, lo cual fue suficiente para que se quedara quieto en su lugar. No entiendo bien lo que pasó, pero cuando me atreví a voltear el animal me miraba mansamente esperando una especie de presentación. Cuando comprendí que no había nada que temer le acaricié tímidamente sus orejas y éste me lo agradecí con un tierno resoplido. El primero seguía petrificado en su lugar pero su mi- rada me indicaba que en cualquier paso en falso me haría su
  • 37. presa. Esto lo advirtió el segundo, pues le indicó que se hi- ciera a un lado para que yo pudiera levantarme, y así lo hizo. Cuando me levanté el segundo me examinó detenidamente, dio tres vueltas a mi alrededor y se detuvo frente a mí. Observé con agrado sus formas estilizadas que me re- cordaban a los cisnes pero con la constitución de los ciervos. Y cuando menos me lo esperaba desapareció el animal y en su lugar apareció un joven, y lo mismo le sucedió al primero. Dos jóvenes de unos quince años reemplazaron a los extra- ños animales. - No se asuste dama. Somos Tova y Ceseo, los guardia- nes del Río Fallon –hizo una reverencia– Disculpe la agresi- vidad de mi hermano, pero tenemos que custodiar las aguas del río como si se trataran de nuestras propias vidas. - No tenía idea. Perdónenme, si hay alguna forma en que pueda remediarlo… - Con un perdón no basta, ¿no se da cuenta de lo que pudo haber ocasionado? –replicó Ceseo que seguía enfadado conmigo. - ¿Tan grave fue el que haya tomado agua? - Pudiste haberlo arruinado todo. - ¿Por qué es tan importante este río? - No lo entenderías, los humanos son tan estúpidos. - Ceseo no insultes a… –Tova me miró– ¿cuál es tu nom-
  • 38. bre? - Isolda. - Nuevamente Isolda, disculpa a mi hermano, pero no es la primera vez que ocurre. Este río es especial, sus aguas son las mismas desde el principio de la creación del mundo, así que si cayeran en manos de algún malvado… seguramen- te haría mal uso de ella. - Descuiden, mis intenciones son buenas. - Eso dicen todos –se mofó Ceseo. - No, pero yo digo la verdad. - Lo sé Isolda, por eso te protegí –me confesó Tova– Mi hermano es un poco bruto, pero yo sé que tienes un buen corazón. - Ya había oído eso por parte de otra persona, tal vez tú podrías ayudarme. - ¿Yo? No sé en qué podría ayudarte –hizo una ligera reverencia– pero haré todo lo que esté en mis manos por ayudarte. - Te lo agradezco, Tova. He estado buscando la cura para un amigo que es ciego. - ¿Y de qué cura estamos hablando? ¿Qué enfermedad tiene? - Pues…. es ciego. - ¿Y… qué más?
  • 39. - Eso es todo, quiero que deje de ser ciego. - ¿Para qué quieres eso niña? –se burló Ceseo– Estás loca. - Déjame ver si entiendo –Tova hizo una pausa– ¿tu amigo no ve y quieres que vuelva a ver? - Sí, ¿puedes ayudarme? - ¿Y por qué quieres hacer semejante cosa? –Tova pare- cía confundido. - Porque así va a ser feliz. - ¿Volver a ver, lo hará una persona feliz?—preguntó Ceseo. - Seguramente –contesté pensativa. - Qué curioso –Tova se rascó la cabeza. - ¿Por qué? –pregunté extrañada. - Porque en realidad tú lo que buscas es la felicidad para él, pero te has dedicado a buscar una cura a su ceguera, cuando eso no quiere decir que por dejar de ser ciego sea feliz. - Pero, ¿cómo va a ser feliz así? - Puedo asegurarte que mucha gente más que tiene vis- ta es infeliz –dijo Tova– Pero si eres capaz de comprobarme que por devolverle la vista lo hará un hombre feliz te entre- garemos lo necesario para que él vuelva a ver. Dejaron su forma humana y volvieron a convertirse en ani-
  • 40. males. Se perdieron a los lejos. Repasé lo que me acababan de proponer. Nunca me ha- bía cuestionado aquello, ¿realmente cuál era mi propósito para devolverle la vista a Elliot? Yo lo veía como una persona desdichada, su única com- pañía era un perro y nunca lo oí hablar de su familia, pero, ¿por qué relacioné esa carencia con su ceguera? ¿Acaso se pierden los seres queridos por dejar de ver? Los árboles siempre vivimos juntos, nunca nos sepa- ramos de nuestros allegados. Nuestro sentido de lealtad es tan fuerte que a falta de uno de los nuestros acabamos por desaparecer todos, pues nos erosiona la nostalgia del re- cuerdo del familiar perdido. Posiblemente Elliot estaba desapareciendo debido a la pena de haber perdido a su familia, y lo primero que desapa- reció en él fue la vista. ¿Y si recobrara la vista recobraría a su familia? Aparecieron a la misma hora. - ¿Qué pensaste? –me preguntó Tova. - Pasé el día pensando en eso y por más que in-tenté hallar una razón por la que Elliot sería feliz por ver, no la en- contré.
  • 41. - ¿Cómo? ¿Te das por vencida? –Ceseo inquirió. - Supongo, pero mientras no encuentre esa razón no puedo decir lo contrario. - ¿Qué vas a hacer Isolda? –intervino Tova. - Seguir buscando. - ¿Buscar qué? - La razón. Estaba segura que había una razón y yo la encontra- ría, no iba a abandonar a Elliot. - Tal vez ya la encontraste –sugirió Tova– pero no te has dado cuenta. - Escucha a mi hermano –agregó Ceseo– Sabe lo que dice. - No puedo volver con las manos vacías –me entristecí. - No lo harás, toma esto –me entregó un frasco– aun- que Ceseo está en contra de que te lo dé, estoy seguro que no abusarás de este obsequio. - ¿Agua del Río Fallon? –me quedé en silencio. - Niña, ¿no te das cuenta de lo que eso significa? –dijo Ceseo con cierto enojo. - No. No sé qué significa, porque yo tomé de esa agua y no ocurrió nada. - Obviamente no te iba a ocurrir ningún cambio, pues el efecto del agua del Río Fallon sólo hace efectos en los hu-
  • 42. manos –indicó Tova. - ¿Qué dices hermano? –ahora el confundido era Ce- seo– ¿quieres decir que Isolda no es humana? - Así es –clavó su mirada en mí– ¿me equivoco, Isolda? - No soy humana, pero… –titubeé– ¿cómo supiste? - Tú y yo somos parte de la naturaleza, es fácil recono- cer a los míos, lo que todavía es un misterio para mí es hasta cuándo piensas mantener esa forma, ¿no te es desagradable tener que ser humana tanto tiempo? - No me desagrada en absoluto –reflexioné lo que iba a decir –el tiempo que vaya a seguir como humana yo también lo desconozco, pero espero que sea lo suficiente como para verlo a él por última vez. Antes de irme, me explicaron que el agua que llevaba en el frasco tenía el poder para devolver lo perdido a una persona; de modo que Elliot recobraría la vista si tomaba de esa agua.
  • 43. mprendí un nuevo rumbo. Aunque la dirección la elegí al azar te- nía el presentimiento de que esta vez me llevaría a mi destino. La luminaria del cielo se fue apagan- do poco a poco. A pesar de que ya estaba acostumbrada a la oscuridad necesitaba reconocer el lugar, pues no había dado con el ca- mino correcto. Mis ojos me eran inútiles, y yo misma sentía inútil. Re- cordé la facilidad con la que Elliot se movía como si tuviera un mapa trazado en la mente. Tanteé el terreno, tropecé con algunas rocas y ensucié mi vestido de lodo.
  • 44. Cuando uno de los sentidos falla entonces los demás están más activos. Agucé el oído. Percibí una música a lo lejos, se trataba de una dulce melodía que susurraba a los árboles y a las flores para ador- mecerlas. Incluso el mismo viento ululaba en un intento de acompañar el ritmo de la sonata. Me dejé llevar por la música y vi a una mujer sentada en una piedra con una flauta entre sus manos. Su cabello do- rado ondeaba en la penumbra y su piel inmaculada resplan- decía por su blancura. Sus dedos se movían ágilmente para hacer vibrar las notas. Miraba de cuando en cuando a la luna buscando el ali- vio de alguna pena escondida en su alma. Cometí el error de pisar unas ramas, ya que ocasionó que el cántico se esfumara. -¿Quién anda ahí? –preguntó consternada. -Soy yo, Isolda. No quería interrumpirte, pero no pude resistirme a esa melodía, debía averiguar de dónde procedía. -Eres muy curiosa Isolda. No son horas para andar me- rodeando. -Siempre me gana la noche. - A mí también me gana, llevo todo el día tocando esta canción y todo parece igual.
  • 45. - ¿Y qué tendría que cambiar? - Más bien, tengo la esperanza de que algún día volveré a verlo. - ¿A quién? - A Bastián. - ¿Huyó? - No –suspiró– se fue a la guerra. Es mi prometido. - ¿Qué te ha prometido? - Pues casarnos –río entre dientes la doncella– pero eso sucederá hasta que termine la guerra. Y le toco esta canción para darle fuerzas, para recordarle que lo estaré esperando aquí cuando vuelva, pues aquí mismo nos despedimos. - ¿Hace cuánto se fue? - Cuando la estación empezó. Pero eso es lo de menos, porque él va a regresar. Caminamos juntas por un sendero, me contó que vivía con su familia en una pequeña chabola instala-da a unos pa- sos de donde nos encontrábamos. Se llamaba Fátima. Era la menor y tenía cinco hermanos varones. Su prometido la había conocido en un pueblo cercano, ya que su familia se dedicaba a la crianza de caballos que luego vendían en los distintos reinos que visitaban. Bastián la había visto mientras cepillaba a uno de sus
  • 46. mejores corceles, uno de crines plateadas. Estuvieron rega- teando el precio del animal, hasta que ella acabó por vendér- selo al doble de la cantidad original, pues sólo lo entregaría a quien estuviera dispuesto a pagar una buena cantidad. El joven reconoció en Fátima unas cualidades que no había encontrado en las damas de la corte, esto se debía a que ella se había educado en el seno de una familia virtuosa, gustaba de la buena lectura y tenía un gran celo por la tradi- ción familiar, al grado de manejar un talento especial para el arte equino. El caballero volvió un par de veces pidiendo consejo para tratar bien a su nuevo caballo. Fátima ponía todo de su parte para que Bastián comprendiera la importancia de que el jinete se identificara con su corcel. - Tienes que darle un nombre –dijo Fátima. -Lo llamaré Strategos –rió Bastián– que significa gene- ral. - Creo que le gusta. - Y, ¿volverás, Fátima? - No lo sé, hemos estado mucho tiempo aquí, y papá quiere volver a casa, pues dejamos sola a mi madre. - No puedo quedarme con la incertidumbre, ¿podría vi- sitarte yo? - ¿A mi casa?
  • 47. - ¡Claro!, montaré a Strategos por ir a verte. - Me haría muy feliz verlos a los dos. Pero no puedo decirte cómo llegar. - ¿Por qué? –preguntó alarmado. - Papá tiene los mejores corceles de los alrededores y siempre han querido robárselos, para evitarlo nuestro hogar está oculto para los mapas e incluso para los viajeros despis- tados con un poco de magia, sólo nosotros sabemos cómo llegar. - Pero yo no robaría sus caballos –Bastian tomó la mano de Fátima y la besó– sabes que iré solamen-te por ti. Fátima lo miró a los ojos, buscando la verdad en ellos. Comprobó que su corazón era sincero y por más que lo qui- siera negar ella también quería verlo. - Hay una solución. - ¿Cuál es? - Cada estación lunar tocaré una flauta mágica, la can- ción te indicará el camino y la cúpula mágica que cubre nues- tro hogar la inmunizaré para que puedas llegar, pero lo haré cuando la luna esté en lo alto del firmamento, para que nin- gún intruso dé con el lugar. Y así fue como Fátima volvió a ver a Bastian. Tuvieron que mantenerlo en secreto porque su padre no soportaría que su hija se viera con un hombre extranjero,
  • 48. y menos que lo hubiera dejado entrar. Las estaciones pasaron y Bastian sólo pensaba en la próxima vez que volvería a ver a Fátima. - Fátima sabes que estoy enamorado de ti –le declaró Bastián un día– Y ya no soporto separarme una vez más de ti. Cada vez que veo la luna pienso en tu blanca piel y en tus labios rosados tocando esa dulce melodía para mí, pero me gustaría que ahora pudiera oír esa música eternamente… Fá- tima, no me equivoco al decirte que sería el hombre más feliz del mundo si fueras mi esposa, ¿te casarías conmigo? Fátima derramó algunas lágrimas pero su rostro son-reía, pensaba en sus padres y a la vez en cuánto amaba a Bastian. - Bastián, te amo, pero ¿qué les diremos a mis padres? - Les confesaremos todo, he estado esperando el mo- mento en que dejemos de vernos en secreto. - ¿Crees que lo acepten? - Les hablaremos de nuestro amor, ¿podrán negarse a que dos personas se amen? - Tienes razón. Pero el corazón de Fátima estaba oprimido por la an- gustia de tener que enfrentarlos. Bastian la abrazó y después se arrodilló. - Entonces, querida Fátima, ¿te casarías conmigo? - Sí, Bastián, me casaré contigo.
  • 49. Fueron con sus padres esa misma noche para darles la noticia. Las cosas no fueron como lo esperaban. Bastián tuvo que dejar a Fátima para que las aguas se calmaran, pero en cuanto hubiera un poco de paz regresaría. - Ni siquiera puede mantenerte –gritó su padre. -Nos apoyaremos mutuamente, podemos sacar ade- lante una familia entre los dos. - No sé cómo se atreve a pedir tu mano cuando no pue- de ofrecerte un buen hogar; míralo, Fátima, ¿acaso se ha es- forzado por conseguir unas buenas tierras? Mientras no se posicione en la sociedad no voy a permitir que se casen; tú eres libre de hacer lo que quieras, nunca te he coartado tu libertad, pero piensa si estás dispuesta a perderlo todo por él. Fátima lloró amargamente el rechazo por parte de sus padres, pero el apoyo de sus hermanos la ayudaba a supe- rarlo. Siguió tocando para Bastian y él no faltaba. - Lo haré –Bastián concluyó cuando Fátima le contó la condición que le había puesto su padre para que se casaran– me posicionaré entre los nobles del reino y entonces vendré por ti. - Bastian, no es necesario, deja que pase el tiempo y verás como mi padre lo olvidará y acabará por ceder.
  • 50. - No. No pienso cruzarme de brazos, les de-mostraré que soy digno de ti. Pero merecer ese reconocimiento supuso un des-pren- dimiento mayor para Fátima, pues Bastian se fue a la guerra, era la oportunidad para ser nombrado caballero de la Corte del Rey, pero para ganarse el título debía arriesgar su vida. - He tocado la flauta desde que se fue, pienso que tal vez oirá la música aunque esté muy lejos. Si no hubiera toca- do esta noche seguirías vagando por ahí. - ¿Volverás a tocar? - Sí. Bastian me dijo que volvería de la guerra antes de que iniciara esta estación, por eso he tocado tres noches con- tinuas, mañana será la última; espero que sea la definitiva para que vuelva. Llegamos a su casa. Las luces eran tenues, pero la familia salió para reci- birnos. Fátima les dijo que me había encontrado perdida en el bosque y que me había ofrecido un lecho para pasar la no- che. Me saludaron cariñosamente, pues me veían todavía muy pequeña. Sus padres se llamaban Naím, aunque no esta- ba porque había viajado para vender caballos, y Sara; retuve con dificultad los nombres de sus hermanos: Aron, Malco,
  • 51. Ulises, Robbi y Saúl. - ¿Y a dónde vas, Isolda? –me preguntó su ma-dre. - A casa. - Tendrás que reponer fuerzas, y me tendrás que dar tiempo para que lave tu vestido. - Muchas gracias, pero no se moleste… - No es ninguna molestia, es más, Fátima te puede dar uno de los suyos, tiene tantos, como es la única mujer la he- mos consentido un poco. - No me quejo –reconoció Fátima. - ¿Tienes hermanas, Isolda? –preguntó Aron. - No. - Lástima. - ¿Sabes montar a caballo? –me preguntó Malco. - No, parece difícil. - Es facilísimo, con un día te enseñaría a mon-tar como el mejor jinete. - Has de tener hambre, te traeré del pan que mamá horneó –se ofreció Ulises. - Yo te traeré leche –agregó Robbi. - Muchas gracias –sonreí. - Nos alegra tenerte aquí, Isolda, recibimos muy poca visita, ojalá te puedas quedar un tiempo con nosotros –Saúl era el más emocionado con mi llegada.
  • 52. ntré a un nuevo mundo. Malco cumplió su promesa de ense- ñarme a montar, dijo que lo hacía muy bien; y antes de que anocheciera había aprendido la técnica. Saúl se ofreció a acompañarme para que agarrara con- fianza a una mayor velocidad. Llegamos a una colina cuya pendiente era llana, así que a una indicación suya la descen- dimos, aunque él fue el primero en llegar le pisé los talones por mucho tiempo. Ahora podría recorrer más rápido la tierra en busca de Elliot. - Quiero un caballo –le confesé a Saúl. - Es tuyo.
  • 53. - No, eso nunca. Quiero ganármelo. - Muy bien, ¿qué me darías a cambio de él? ¿Qué podía darle?... No le iba a dar el agua del Río Fa- llon. - ¿Qué quieres a cambio de él? - Cinco días. - ¿Cómo? - Sí, quiero que me des cinco días para que quieras que- darte aquí. - ¿Por qué me quedaría aquí? - Dame cinco días para demostrártelo. - Trato hecho. Llegó la noche y me escabullí. Vi a Fátima tocar la flauta a la luz de la luna. Pasó un tiempo considerable y empezó a hacer frío. - Fátima es tiempo de volver. - Pero… pero él dijo que vendría –dijo con tris-teza. - Tal vez está en camino, mañana lo vuelves a intentar. - Hoy era el día. Oímos a lo lejos el trote de un caballo. - Es él –se le abrieron los ojos. El jinete se detuvo delante de nosotras. - ¿Saben dónde puedo encontrar a Fátima? - Soy yo –Fátima estaba confundida.
  • 54. - Esta carta está a su nombre, temo que son malas no- ticias. Los dedos le temblaron, rasgó el sobre y desplegó la hoja. No tuve tiempo para asimilar lo que estaba pasando, pues de pronto encontré a Fátima en el suelo sumida en un profundo llanto. - ¿Qué…? ¿De quién es la carta? - De… de él, de Bastian –gimió. Me la entregó y la leí. Mi muy querida Fátima, la guerra está menguando el número de los nuestros. Todo parece indicar que pronto se aca- bará esta agonía, pero no sé si me en- cuentro en el bando de los vencedores. Temo más por ti, que por mí; por eso sería injusto pedirte que me espera- ras por más tiempo. He escrito esta carta para que llegue a ti en caso de que muera. Tienes que ser fuerte, por ti; porque por mí puedes estar tranquila, muero sabiendo que te amé hasta el último de mis suspiros. Bastian
  • 55. La abracé para consolarla, pero su pena era tan grande que parecía consumirse a cada segundo que pasaba. Como pude la llevé de vuelta a casa. Pasó la noche en vela, no pudo conciliar el sueño y dejó de derramar lágrimas cuando sus ojos se secaron de tanto llorar, su cara se demacró y su blancura se convirtió en una palidez sepulcral. El día llegó, y no me separé de ella. Ni siquiera yo podía creer lo que había ocurrido. Pen-sé que todavía cabía la posibilidad de que fuera un error, pero ella había perdido la esperanza, me recordó a Elliot. Sin embargo, tomé su flauta sin que ella lo supiera, y la toqué aquella noche… nada pasó. Lo hice dos noches más, y a la tercera me descubrió. - Deja de hacerlo –me suplicó. - Pero… - Por favor, es una tortura para mí. Dame la flauta. - ¿Qué harás con ella? - ¡Dame la flauta! –gritó enojada. - ¿La vas a destruir? - Lo que haga con ella no es de tu incumbencia. Cada vez me recordaba más a Elliot. El trote de un caballo nos interrumpió. Fátima miró asustada en la dirección del sonido. Era un caballo sin jinete.
  • 56. Un hermoso caballo albino que relinchó al ver a Fátima. - ¡Strategos! –lo acarició y bañó su pelaje de abundan- tes lágrimas. - ¿Qué hace aquí? –cuestioné. - Viene a avisarme. ¡Bastian está vivo! - ¿Y por qué no vino con él? - No lo sé, pero está vivo. Esperamos, por si venía Bastian detrás, pero no apa- reció. Decidimos regresar. Todos se alegraron al ver que Fátima estaba mejor, pero no coincidían con ella sobre la resurrección de Bastian. - ¿Cómo puedes estar tan segura? –preguntó Aron. - Puede haber sobrevivido solo a la guerra –sugirió Malco. - ¿No hubiera venido él mismo si estuviera vivo? –com- pletó Robbi. - ¡Qué necios son! Ustedes mejor que nadie saben que nuestros caballos nunca abandonan a sus amos, prefieren seguir la misma suerte que su dueño… es una señal. - Sea lo que sea, tienes que descansar Fátima –senten- ció Ulises. Esta vez Fátima no durmió pensando en que volvería a ver a Bastian.
  • 57. La esperanza le había cambiado el semblante, hasta sus mejillas estaban rosadas. Estaba feliz por ella, además siempre supe que él esta- ba vivo, como siempre he sabido que Elliot me está esperan- do. Fue imposible detenerla. En cuanto salió el sol, Fátima brincó de su cama para vestirse. Al salir decoró su cabello rubio con una flor del campo que había recién abierto su capullo. - Tocaré hasta que la garganta me sangre, hoy vendrá Bastian, de eso estoy segura. Pero la noche no trajo a Bastian. - ¿Qué le habrá pasado? - Tal vez no quiere que le esperes, sino que tú vayas a él. - ¿Por qué lo dices? - Si mandó a Strategos será por algo. ¿No será que quie- re que cabalgues a donde te lleve Strategos? Si este caballo es tan fiel como tú dices, debe saber dónde está Bastian, él puede llevarte a él. - Suena razonable, pero no puedo ir sola. - Iré contigo. - No, no te pido que hagas eso por mí. - No es necesario que me lo pidas, después de todo lo
  • 58. que has hecho tú y tu familia por mí es lo menos que puedo hacer para agradecerles. Esperamos al día siguiente para no caer en la trampa de algún bandolero en la noche. llevaría hasta Bastian. - Estoy dispuesta a pasar la noche aquí hasta encontrar a Bastian –declaró Fátima con firmeza. - Espero que no sea necesario porque pueden preocu- parse si no llegamos –le advertí.
  • 59. uardé su secreto. Dijimos que íbamos a dar un paseo y dimos comienzo a nuestra aventura. - Strategos, necesito que me lleves a donde quiera que esté Bastian –le su- surró Fátima al oído del caballo. Strategos obedeció al acto y puso todo su empeño en avanzar lo más rápido que sus patas se lo permitie-ron. Yo la seguí, y más de una vez pensé que la había perdido de vista. Al llegamos a una aldea Strategos se detuvo. Bajamos de los caballos y caminamos entre las casas y tiendas. - ¿Sabe dónde encuentro a Bastian Cessal? –preguntó a un vendedor de fruta. - No conozco a ningún Bastian.
  • 60. - ¿Ha sabido de algún Bastian? –preguntó a una señora que jaloneaba a su hijo para que no se soltara de su mano. - ¿Bastian?... No - ¿Han llegado de la guerra algunos caballeros última- mente? –preguntó a unas damas que paseaban por la iglesia. - Me temo que no. Este es un pueblo bastante pacífico. Recorrimos la aldea varias veces, pero no nos dimos por vencidas, confiábamos en que la orientación de Strate- gos nos llevaría hasta Bastian. - Estoy dispuesta a pasar la noche aquí hasta encontrar a Bastian –declaró Fátima con firmeza. - Espero que no sea necesario porque pueden preocu- parse si no llegamos –le advertí. - Mientras no lo encuentre no volveré. - No volveremos –le corregí y ella me miró con sus ojos risueños para agradecer mi apoyo. Buscamos un lugar donde pasar la noche. Examinábamos los rostros de las personas que encon- trábamos en nuestro camino y no olvidábamos de pregun- tarles por el paradero de Bastian. Paramos a tomar una bebida y cuando Fátima estaba amarrando a Strategos, éste se soltó y se abalanzó hacia un grupo de gente. - ¡Strategos! –gritó Fátima.
  • 61. La gente corrió despavorida, pero el caballo se tran- quilizó gracias a una persona que se había enfrentado al ani- mal para calmarlo. - Tranquilo bonito –le decía mientras acariciaba su ho- cico. - Muchas gracias –le dijo Fátima que seguía aturdida por el estrago causado por el caballo. - ¿Eres tú la dueña? - En realidad no –se excusó mientras examinaba que nadie hubiera salido herido. - Pues su dueño es una persona con suerte es un corcel magnífico, ¿cómo se llama? - Strategos –respondió todavía asustada por lo sucedi- do. - Strategos –repitió pausadamente. Fátima había estado distraída en el accidente y ni si- quiera había visto al sujeto. Pero en cuanto oyó el nombre del caballo de sus labios no contuvo su emoción y sorprendi- da miró al hombre que tenía delante de sí. - ¿Bastian? –se leía en su mirada la conmoción por ha- berlo hallado. - ¿Disculpa? –le interrogó. - Bastian, ¿eres tú? - ¿Me preguntas a mí?
  • 62. - Sí, tú eres Bastian. - No, no. Creo que te equivocas de persona. Mi nombre es Dorian. - No, tú eres Bastian Cessal. Estabas en la guerra, ¿por qué no me dijiste que estabas aquí? –no podía hablar porque sus ojos empezaban a llenársele de lágrimas. - Te digo que yo no soy ese tal Bastian. - Tengo la carta que me mandaste –la sacó de su bolsi- llo– ¿no es esta tu letra? - No lo creo, mujer –la retiró de su vista con la mano– Ya tengo que irme, me están esperando. - Soy yo quien llevo esperándote por mucho tiempo, ¿ya me has olvidado? - Estás loca –clamó enojado– yo no te conozco y deja de armar un escándalo… tú y yo no tenemos nada que ver. - Dorian, ¿qué ocurre? –una voz femenina se unió a la conversación. - Nada Michaela, esta mujer que tiene destro-zados los nervios porque su caballo se desbocó. - ¿Quién es ella? –preguntó Fátima indignada– ¿Y por qué te llama Dorian? - Vámonos Fátima –la tomé del brazo, pues estaba a punto de lanzarse contra ella. - ¡Suéltame! –se deshizo de mí y desapareció entre la
  • 63. gente. La busqué por todos lados. No podía dejarla sola, en ese estado sería capaz de cualquier locura. No descansé hasta que la encontré sentada en una roca, viendo únicamente su flauta. En cuanto le toqué el hombro se deshizo en llanto, no tenía palabras para consolarla, sólo me quedé ahí, junto a ella. - ¿Me estaré volviendo loca de verdad? ¿Me habré equi- vocado de persona y en realidad él no es Bastian?... pero se parecían tanto. - Quisiera decirte lo contrario Fátima, pero me temo que él es Bastian. - ¿Cómo estás tan segura? - Lo que pasó hoy con Strategos no fue mera casuali- dad. Iba directo a Bastian, volvió junto a su dueño. - Pero, ¿por qué no me recuerda? –tragó saliva– ni si- quiera sabía mi nombre. - Podría ser que haya perdido la memoria. - ¿Cómo? - Bueno, en una guerra es posible todo, pudo haber re- cibido un golpe en la cabeza que le afectara a su memoria. - ¿Y cómo devolvérsela? No… de pronto me di cuenta que yo tenía la solución en
  • 64. mis manos, en un pequeño frasco que guardaba en mi bolsi- llo, pero yo tenía reservado ese contenido para otra persona. Me sentía mezquina y traidora, me había prometido hacer lo que fuera por ella, pero ahora estaba en juego lo que tanto había deseado para Elliot. - Fátima, mírame a los ojos –le pedí –necesito que me digas una razón por la que Bastian sería feliz si recordara todo, si recordara el compromiso que tenía contigo. - ¿Por qué? –sollozó. - Por favor, dímelo, sólo dímelo. Pensó un buen tiempo y la esperé mientras se me des- bocaba el corazón, no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero mi conciencia me lo pedía. - Bastian y yo fuimos muy felices juntos, pero estuve pensando en Michaela, imagino que la razón que ella tiene para ser feliz con Bastian es tan válida como la mía. Si me pi- des una razón por la que Bastian sería feliz recordando nues- tro compromiso… es que yo estoy dispuesta a dar mi vida por él, por dedicarle cada segundo de mi existencia, pero mi razón se vuelve egoísta si le pido que rompa su compromiso con otra mujer. - Dejemos que él lo decida –le propuse– toca la flauta, estoy segura que acudirá, aún sin saber por qué lo hará. Fátima tomó la flauta dudosa de que fuera a tener éxi-
  • 65. to, pero no tenía nada que perder. Con temor dio inicio a las primeras notas, pero logró entonar la misma melodía que la había oído tocar para Bastian. Imploré para que Bastian apareciera, pues todo era un mero presentimiento. Terminó de tocar y Fátima cerró los ojos dejando que la luna bañara su figura con su luz. - Es una música muy bella –murmuró Bastian que ha- bía aparecido de entre los árboles. - ¿Por qué has venido? –Fátima le preguntó con caute- la. - Siento que he oído esa música en algún lugar, es bo- rroso el recuerdo, ¿podrías volver a tocarla? La música silbó para él hasta que Fátima no pudo más. Él la miraba embelesado, no cabía duda de que se tra- taba de Bastian. Y si lo hubiera recordado se hubiera arroja- do a los pies de su amada. Sólo yo podía hacer que fuera realidad. - Toma, has de estar sediento –le ofrecí agua de mi fras- co. - Muchas gracias, pero creo que es hora de que me vaya. - No importa, llévatela –se la entregué– La tomarás a su debido tiempo, además es medicinal. Se marchó. Mi alma se rompió en dos cuando él despareció.
  • 66. atima no entendió. Tuve que cargar con mi pena yo sola. Ella pensó que todo se había termina- do, pero le bastó verlo por última vez. Yo, en cambio, me corroía la incerti- dumbre de no saber si la tomaría o se la obsequiaría a al- guien más. Debí haberlo forzado a tomársela, pero él no hu- biera elegido; ahora debía confiar en Bastian. No perdimos ni un segundo más. Amaneció y montamos los caballos rumbo a casa. To- dos estaban preocupados por nosotras, nos dieron una bue- na regañiza pero Fátima lo tomó como parte del riesgo que habíamos tomado al quedarnos. Estaba serena, era imposible saber los sentimientos
  • 67. que guardaba en su corazón. Había madurado, desde que la conocí, y haber perdido a Bastian había sido una gran prue- ba que la había hecho crecer. - Y tú, Isolda ¿amas a alguien? –me preguntó una no- che. - ¿Amar? –no entendí– nunca me lo había preguntado. - Debe haber alguien, si no te das prisa creo que Saúl va a exigir ese lugar. - ¿Saúl? ¿Exigir qué? - Eres muy inocente, Isolda; no te busca por simple pa- satiempo, le agrada tu compañía. - Pero yo no puedo quedarme. - Lo sé, pero él quiere que lo hagas. - Para eso eran los cinco días. - ¿De qué hablas? - Me pidió a cambio de un caballo cinco días para que quisiera quedarme; pero yo no puedo hacer eso. - Se le destrozará el corazón. - Lo siento. - No te preocupes, yo lo consolaré. - ¿Podrías tocar la flauta por última vez? - ¿A qué viene eso? –parecía enfadada. - Bueno, tengo planeado irme mañana mismo, y quisie- ra oírte tocar por última vez.
  • 68. - Eres una caprichuda –rió. - Por favor –le imploré. Sacó la flauta y tocó para mí. Sentía que había pasado tanto tiempo desde que llegué, sabía que los iba a extrañar pero debía conseguir la cura para la ceguera de Elliot. Nuevamente nos sorprendió el trote de un caballo. Fátima cortó de inmediato la melodía. Un jinete galopó hasta nosotras y se bajó de su montu- ra para abrazar a Fátima que se había congelado en su lugar. - Mi querida Fátima –susurró. - Bastian –lloró en sus brazos. - He estado esperando desde hace unos días que toca- ras para mi, tenía miedo que lo hubieras olvidado; en cuanto oí la flauta monté a mi caballo. - Bastian, ¿Cómo…? ¿Has venido…? - He venido por ti, una promesa es una promesa. Ade- más tu padre estará complacido de tener como yerno a un caballero de la Corte del Rey. Fátima no podía dejar de llorar. - ¿Qué pasa Fátima? –dijo preocupado. - Creí que nunca volverías. - Perdona que me haya ausentado más de lo debido, pero ahora no nos separaremos nunca más. No cabía la alegría en mí.
  • 69. El final que deseaba para ellos dos se había cumplido, ahora comprendía que no me había equivocado al entregarle el frasco, además Tova no me habría disculpado que lo guar- dara con recelo. - Bastian, te quiero presentar a Isolda. - Mucho gusto, Isolda. - El gusto es mío. Finalmente nos conocemos. - ¿Han hablado de mí? - Es el tema preferido de Fátima –le confesé. - Después de los caballos –bromeó. - Hablando de caballos, estoy preocupado por Strate- gos, lo perdí en la guerra. - Está aquí –lo calmó Fátima –está durmiendo en el es- tablo. Por cierto Bastian, creo que deberíamos regalarle Stra- tegos a Isolda, va a viajar mañana y necesita una montura. Ha hecho mucho por mí en este tiempo que has estado ausente, y quisiera que se quedara con él como agradecimiento. Agradecí el detalle de Fátima, pero dudé que Bastian me lo entregara. - Desde ahora lo mío es tuyo, si tú lo crees conveniente, yo no me opondré. La noche me pareció larga, sabía que me esperaba una buena cabalgada, tenía planeado regresar con Tova y Ceseo para pedirles un segundo frasco y des-pués regresar con
  • 70. Elliot. Me despedí de todos con un nudo en la garganta no quería dejarlos, pero mi corazón me lo exigía. - ¿Volverás para nuestra boda? –me preguntó Fátima. - No lo sé, pero me hace feliz verlos juntos des-de aho- ra. - Aprecio mucho todo lo que has hecho por mí. - Hice lo que tenía que hacer. Saúl se entristeció cuando supo que me iba, aunque le di más de cinco días para que me convenciera para quedar- me no había logrado nada. - Me quería despedir especialmente de ti –le dije. - ¿Por qué? –el tono de su voz era débil. - Porque me sentí en familia gracias a ti. - Lástima que no conseguí a cambio lo que quería –re- negó. - Saúl, te ganaste mi corazón, pero ya estaba ocupado. - ¿Por quién? ¿No soy tan bueno como él? - Eres muchísimo mejor que él, pero hay algo en mí que no puede dejarlo. - Isolda, cuando encuentre a una chica como tú, y sin compromiso, me casaré con ella. - La encontrarás. Los dejé atrás.
  • 71. Tenía miedo de volver la cara atrás, podría arrepentir- me y olvidar a Elliot, así que dirigí mi mirada hacia el frente. Se pasó el día y no encontré señal alguna del Río Fa- llon, pero tenía que encontrarlo, si lo había encontrado una vez debía de volver a encontrarlo. No había planta ni árbol que reconociera. Me empecé a desesperar. Me encontraba en la mis-ma situación de siempre, sola y sin saber a dónde ir. Bajé de Stratergos para inspeccionar el camino, deam- bulé entre los arbustos pero sólo conseguí algunos rasguños. Me tumbé exhausta en el césped, tenía miedo de no en- contrar a Tova y Ceseo, tenía miedo de que todo hubiera sido en vano y de que Elliot nunca volviera a ver. Las estrellas se habían reunido en el firmamento para acompañarme en mi angustia. Intenté calmar mi respiración que iba al compás de los rápidos latidos de mi corazón. Otra respiración se unió a la mía. ̶ ¿Isolda? –creí que no volvería a oír esa voz. Ahí estaba él junto a mí, con su cabello alborotado y su tez cobriza por el sol. ̶ Elliot –él me abrazó como nunca lo había hecho y no pude evitar unas lágrimas. Entonces comprendí que mi lu- gar estaba junto a él. ̶ ¿Por qué lloras Isolda? ¿No estás contenta porque nos
  • 72. volvimos a encontrar? Después de que nos separamos estu- ve buscándote día tras día… sólo quería estar con mi Isolda. ̶ Lloro porque no sé cómo reparar lo que hice –oculté mi rostro entre mis manos Le conté toda mi travesía en el reino del rey Ziquem, cómo había obtenido la cura a su ceguera y la había usado para salvar al príncipe Conan; y de cuando me había encon- trando con Tova y Ceseo quienes me habían entregado un frasco del agua del Río Fallon que usé para que Bastian re- cordara su amor por Fátima. ̶ Estoy orgulloso de ti. ̶ ¿Orgulloso? ¿No acabas de oír lo que dije? Podías ha- ber vuelto a ver. ̶ ¿A costa de qué, Isolda? ¿De la vida de un hombre? ¿O del amor de una pareja? Parece que no estoy hablando con la misma Isolda que conozco. ̶ ¿Crees que hice bien? ̶ Por supuesto. Ahora yo te tengo que confesar algo, después de que te perdí me arrepentí de no habértelo dicho. Te amo, Isolda. ̶ ¿Qué quieres decir? ̶ Eso significa que yo daría la vida por ti y que si tú no estás a mi lado es como si estuviera muerto; y gracias a ti sé que la muerte es peor que la ceguera… ¿Tú sientes algo por
  • 73. mí? ̶ Una vez me preguntaron cómo le hacía para enfrentar mis sufrimientos y respondí que con los buenos recuerdos; esos recuerdos son los que he pasado a tu lado. No sé si el amor se parece algo a eso, si no se parece a esto que yo sien- to por ti, es porque tengo algo más grande que el amor. ̶ Isolda –lo miré a los ojos y aunque su vista seguía nu- blada sabía que me estaba viendo– ¿puedes ver con tus ojos mi amor por ti? ̶ No –respondí. ̶ Pero, ¿lo sientes? ̶ Sí. ̶ Entonces no necesito de la vista, porque lo más valioso que tengo es invisible. Quería hacer de Elliot un hombre feliz curando su ce- guera, pero él me enseñó que la verdadera felicidad sólo se encuentra aceptando lo que uno es para poder entregarse a la persona amada. ...
  • 74. ...Me quedé a su lado toda mi vida… …y la niebla que había endurecido el corazón de Elliot finalmente se disipó. Envejecimos juntos, él murió antes que yo, y el mismo día de su muerte tarareé la canción que Fátima me había en- señado. Yo morí también ese mismo día, me hice cenizas que plantadas en tierra germinaron hasta convertirme en un árbol que permaneció al lado de su tumba.