El documento analiza el nacionalismo catalán y su deriva hacia un régimen con características totalitarias. Señala que el nacionalismo de Mas y Junqueras controla los medios de comunicación para propagar su ideología, criminaliza a los disidentes, y pone los intereses de la nación por encima de los derechos individuales. También argumenta que el nacionalismo siempre divide a la gente entre "buenos" y "malos" según su grado de adhesión a la identidad nacional, como advirtió Isaiah Berlin.
1. Buenos y malos
TIEMPO RECOBRADO
PEDRO G. CUARTANGO
LOS REGÍMENES totalitarios se caracterizan por la hegemonía
de un partido político que patrimonializa como propias las
instituciones del Estado. El totalitarismo se basa siempre en una
ideología única que los ciudadanos tienen que asumir si no
quieren verse discriminados. En este tipo de sistemas priman los intereses del
partido y del Estado sobre los individuos, que son meros instrumentos al servicio
del poder.
La información se convierte en propaganda, los críticos son considerados
desleales, la oposición es silenciada y las señas de identidad colectiva se imponen a
las preferencias individuales.
El gran apologeta del totalitarismo, el pensador alemán Carl Schmitt, sostenía que
la voluntad del caudillo está por encima de las leyes porque encarna la
representación del pueblo y de la mayoría. Otro de sus rasgos esenciales es el
recurso a la dialéctica amigo-enemigo, ya que esos regímenes necesitan fabricar un
adversario exterior para aumentar su cohesión.
¿Puede afirmarse hoy que el nacionalismo de Mas y Junqueras está derivando a
un régimen de carácter totalitario? La respuesta es sí porque, salvando las
distancias históricas y aceptando que los nazis incurrieron en conductas brutales
que no tienen nada que ver con lo que ocurre en Cataluña, se puede sostener que el
independentismo está llevando a cabo un experimento de ingeniería social con
muchos de los ingredientes de las ideologías totalitarias. Si se quiere, estamos ante
un totalitarismo blando, pero lo cierto es que las políticas de la Generalitat
2. coinciden con muchas de las prácticas que se asocian a aquellas organizaciones en
las que los abusos del poder y el desprecio a los derechos individuales eran
justificados por la consecución de un fin político.
En Cataluña, está en peligro la separación de poderes porque el nacionalismo lo
invade todo, se expande como un gas, como afirmaba Borrell. Las instituciones
han sido fagocitadas por la fantasía de la construcción nacional, que ha pasado a
ser prioritaria sobre la gestión de lo público.
El régimen de Mas se sustenta en el control de los medios y en una propaganda que
exalta la idea de la nación y glorifica a sus líderes. Por el contrario, la corrupción
se esconde bajo la alfombra y quienes la denuncian son traidores. Ahí está la
cadena pública TV3, actuando sin ningún rubor como un altavoz de partido.
Aquello que no les gusta a sus prohombres es ignorado o vilipendiado.
El nacionalismo es una ideología que establece las señas de identidad de un clan
depositario de las esencias de la nación. Quien no asuma incondicionalmente esos
estereotipos identitarios, queda fuera de la colectividad en Cataluña.
Los derechos de los no nacionalistas son pisoteados, las sentencias de los
tribunales no se cumplen, la lengua se impone bajo multa, los disidentes son
insultados, las elecciones ordinarias se convierten en un plebiscito. Y Artur Mas,
que dice no va a respetar la Constitución si choca contra la voluntad de los
catalanes, se molesta porque Felipe González compara a Cataluña con los
totalitarismos de los años 30.
Le recomiendo a Artur Mas que lea a Isaiah Berlin, que definía el nacionalismo
como «el poder más peligroso» contra la convivencia, ya que siempre acaba
dividiendo a los hombres en buenos y malos.
3. Catalanes
ENRIC GONZÁLEZ
E
No puedo estar seguro porque nací mucho más
tarde, pero creo que en 1931 yo habría sentido entusiasmo
ante la instauración de la República. Con las mismas
cautelas, creo que en 1936 habría defendido la República.
Pese a sus errores y horrores. Y, qué remedio, habría
respaldado a Lluís Companys, el peor presidente de la
Generalitat hasta Artur Mas. La incompetencia de Companys no tuvo remedio; su
honor, al menos, quedó redimido con el fusilamiento. Companys amaba a
Cataluña. Me siento incapaz de afirmar lo mismo sobre Artur Mas.
Miren, comparto la desgracia de la mayoría de españoles. La historia de España
contiene numerosos episodios desgraciados, errores gigantescos, crímenes
imperdonables. El franquismo fue una vergüenza y un fracaso, incluso en el ámbito
económico: las democracias vecinas prosperaron más. Qué se le va a hacer. Los
españoles tuvimos que seguir siéndolo. Ni los menos patriotas, los más indiferentes
ante los himnos y las banderas, como es mi caso, dejaron de sentirse españoles.
Conformados, indignados, felices o subversivos, españoles.
Soy catalán. Esta afirmación es tan estúpida como sincera. Soy catalán y estoy
en contra de la independencia. No amo de forma especial a España ni a Europa,
pero una y otra me son cercanas, entrañables y, sobre todo, me convienen
políticamente. La política consiste en un juego de intereses que sólo funciona bajo
el imperio de la razón; la razón me dice que España y Europa me convienen. Ni me
oprime el Gobierno de Madrid ni me oprime el Gobierno de Berlín. No me gustan,
en general, las políticas que aplican. A otros, sí. Son cosas contingentes.
Desprecio a esos corruptos que se han envuelto en la bandera catalana.
Comprendo a los cientos de miles (descuento a la citada minoría delincuente) que
se manifestaron en Barcelona. Opino que se equivocan, que se dejan llevar por los
sentimientos, que han sido engañados. Pero son los míos. Tanto los corruptos
embaucadores como los idealistas, tanto los xenófobos como los solidarios. Pese al
actual disparate, pese a los desastres que puedan venir, seguirán siendo los míos.
Es amargo comprobar los límites de la racionalidad.
4. RAUXA
FERNANDO SAVATER
Contaba Juan Benet que en la mili tuvo un
sargento vociferante que les daba lecciones de
patriotismo. Haciéndose el lerdo, Benet le dijo que
no entendía bien qué era eso. “¡Muy fácil! —rugió
el sargento—. Imagina que te encuentras con un
francés. ¿No te da rabia? Pues eso es patriotismo”.
Tengo la sospecha de que éste es el tipo de
patriotismo que manejan los nacionalistas en Cataluña, el de la rauxa ante
ese tentetieso llamado “españolista” o “Madrit”, arrebato para el que luego
buscan justificación en expolios inverosímiles y humillaciones
prefabricadas. Dijo Montherlant que no deseamos a alguien por su
belleza, sino que exigimos belleza para justificar nuestro deseo. Del mismo
modo, los nacionalistas catalanes no detestan a España por los agravios
sufridos, sino que la exigen agraviadora para justificar que la detesten.
Contra ese rechinar de dientes inducido, del que algunos esperan
obtener dividendos políticos, poco pueden las dulzonas exhortaciones a que
demostremos más cariño a los catalanes para compensar sus penas, como si
fuesen esas desteñidas madonas que van a Sálvame para contar que
buscaron amor y hallaron traición… cobrando por la confidencia. Desde
Podemos, más libidinosos porque son modernos oficiales, predican que
sólo la “seducción” será capaz de unir dentro del Estado a quienes quieren
hacer rancho aparte. Rajoy debe apoyarse en el quicio de la mancebía y
probar la caída de ojos, confiando en el atractivo hipster de su barba…
En semejante derroche sentimental de enfurruñamientos azuzados
por domadores mediáticos y mimos por encargo de oportunistas azorados
viene a quedar reducida la ciudadanía de un Estado de derecho en el siglo
XXI. ¡Qué funesto camino! Como diría el sargento de Benet, cuando ves
tanta majadería desfilar en carroza, ¿no te da rabia?