El infierno era hipotético, pero la pareja de la guardia civil podía cruzarse en tu camino y antes de que te diera el alto la mala conciencia ya te sacaba del subconsciente la culpa congénita. Algo habré hecho mal, pensabas. Al entregarle la documentación te sentías una hormiga perpleja frente a la autoridad con todo el sol en el tricornio. Aun viviendo en democracia, a veces me dan ganas de ir a una comisaría para que me detengan por algún delito que todavía no he cometido.
2. El falso detective hizo la prueba. Abrió al azar la guía de
teléfonos en la que constaban todos los usuarios de España,
puso a ciegas el índice sobre el nombre de un ciudadano
cualquiera y a continuación marcó su número. Al otro lado del
aparato sonó una voz anónima. “Diga”. El falso detective
preguntó: “¿es usted fulano de tal?”. “Sí, sí, dígame”. El falso
detective con palabras escuetas le dijo: “lo sabemos todo,
huya”.
3. Y aquel desconocido huyó. Personalmente esta huida me parece
lógica, yo tal vez hubiera hecho lo mismo, puesto que la gente de
mi generación, pese a haber sido bautizada, cree seguir viviendo en
pecado original con la culpa agarrada a la nuca. De hecho si en la
escuela el maestro te castigaba injustamente, llegabas a casa y tu
padre te añadía otra bofetada de regalo. Mi generación atravesó
toda la represión política y moral del franquismo y de la iglesia bajo
la doble amenaza del infierno y de la guardia civil
4. El infierno era hipotético, pero la pareja de la guardia civil podía
cruzarse en tu camino y antes de que te diera el alto la mala
conciencia ya te sacaba del subconsciente la culpa congénita.
Algo habré hecho mal, pensabas. Al entregarle la
documentación te sentías una hormiga perpleja frente a la
autoridad con todo el sol en el tricornio. Aun viviendo en
democracia, a veces me dan ganas de ir a una comisaría para que
me detengan por algún delito que todavía no he cometido.
5. Si el comisario me preguntara qué daño he hecho en la vida, le
diría que buscara en el archivo. Seguro que encontraría algo de lo
que debería arrepentirme. Esa sensación de culpabilidad va más
allá del proceso de Kafka. Atañe a los ciudadanos inocentes y a los
líderes políticos. Es una niebla que se cierne sobre la conciencia
colectiva. Es el inquisidor Torquemada que te invita a huir
mientras ríe en la tumba a carcajada