Este documento habla sobre la fugacidad del tiempo y la provisionalidad de la vida. El autor reflexiona sobre cómo las vacaciones de verano están llegando a su fin, lo que le produce nostalgia y le hace consciente de que todo es efímero y está en constante cambio. También menciona una frase de un amigo sobre la muerte de su hija que le recuerda lo breve de la existencia y lo poco que importan los planes cuando lo único que tenemos es el presente. Finalmente, el autor decide disfrutar de los últimos momentos de sus vacaciones en la playa y
1. TIEMPO RECOBRADO
Adiós al verano
PEDRO G. CUARTANGO
EL FINAL de las vacaciones de verano me sumerge en una nostalgia
invencible porque acrecienta la sensación de la fugacidad del tiempo. Al
cumplir años, uno se hace más consciente de que todo es efímero y de
que la vida es un proceso de cambio que no podemos parar.
Las calles de Bayona están mucho más vacías que cuando llegué a
primeros de agosto y mis amigos se van marchando para retornar a sus
ocupaciones habituales. Es el momento de las despedidas y de los buenos deseos. Pero a
mucho de ellos no los veré hasta el verano que viene, si vuelven por aquí.
Los últimos días transcurren siempre con mucha mayor rapidez que los primeros, en los
que parece que agosto no se va a acabar nunca. Ello corrobora la tesis de Henri Bergson
de que el tiempo es pura duración subjetiva. Lo que cuenta no son las horas que marcan
los relojes sino la intensidad de lo que vivimos.
El sábado por la noche cené con unos amigos y uno de ellos habló de la muerte de su hija,
acaecida hace un año. Tenía 15 años y era una chica de extremada inteligencia y
sensibilidad. Dijo una frase que me impresionó: «Me gasto más ahora en flores para el
cementerio que en ninguna otra cosa».
Estas palabras me agudizaron la sensación de provisionalidad de la vida, de la tontería de
hacer planes y pensar en el futuro cuando lo único que tenemos es el presente, ese
momento que se nos va de las manos.
En realidad, tampoco el presente existe, porque el sol que ilumina la bahía de Bayona y la
luz que refleja el mar cuando estoy escribiendo estas líneas son permanentemente
cambiantes. El magnífico roble que admiré ayer es una pura representación en mi mente
porque hoy es un árbol distinto.
Heráclito expresaba esa volatilidad del ser con una aseveración enigmática pero certera:
«El camino de arriba y el de abajo son uno y el mismo». Eso significa que vivir es morir y
que cuando uno cree que está subiendo, lo que está haciendo es deslizarse por la
pendiente del tiempo.
Si realmente asimiláramos la fugacidad de nuestra existencia, daríamos mucha menos
importancia al dinero y a las cosas materiales que al disfrute de los momentos porque eso
es lo único que nos vamos a llevar a la tumba.
2. Se nos ha educado para poseer y acumular, pero todo eso es vano porque nada nos
protege del dolor, la enfermedad y la muerte. Parece que todas esas realidades
elementales son cuidadosamente ocultadas en una sociedad que exalta el éxito, el dinero
y la fama.
El mal de nuestra época es la ansiedad. Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos.
Y ello nos impide mirar hacia nuestro alrededor y disfrutar del presente. Por eso, nos
frustran esas vacaciones que se acaban y que no hemos sabido exprimir hasta la última
gota.
Pronto serán un recuerdo lejano estos días de agosto, pero es inútil torturarse. Todavía me
quedan unas horas en Bayona y ahora, dentro de unos pocos minutos, me voy a ir a la
playa para bañarme en el agua helada y pasear al borde del mar en este espléndido día de
domingo. El cielo brilla sin una nube. Los veleros navegan por la bahía. El futuro no existe.