1. La Escuela de Atenas, Estancias de la Signatura. Vaticano.1509-1510
Es uno de los frescos pintados por Rafael para la Estancia de la Signatura, el tema
aquí representado desarrolla el esfuerzo de la filosofía por hallar la verdad a la luz
exclusiva de la razón. Platón y Aristóteles, los dos grandes filósofos griegos,
dialogan mientras se acercan a un concurrido grupo de sabios de la Antigüedad.
Es el prototipo de pintura del pleno Renacimiento, porque en ella se hayan
conjugados todos los hallazgos pictóricos que los italianos habían acumulado en
siglos anteriores. La perspectiva, la composición, el gran número de personas, la
fuerza expresiva de los gestos, la captación de rasgos psicológicos, el colorido
fuerte y armónico, la convierten en una obra maestra de armonía y perfección.
El tema representa a la Antigüedad y se organiza en dos planos, utilizando una
escalinata que sirve a la vez de separación y nexo entre ambos.
El entorno monumental en que se mueven los personajes es una construcción
arquitectónica de clara inspiración bramantesca que algunos identifican con el
proyecto de éste para el nuevo San Pedro, que enmarca toda la escena, una escena
que sigue un ritmo escalonado en profundidad.
Sobresaliendo en sus respectivas hornacinas, dos estatuas de Apolo y Palas
Atenea (o Minerva), protectores respectivamente del Pensamiento y de las Artes,
presiden por arriba el conjunto de sabios de todas las edades que, a sus pies, se
esfuerzan por hallar la verdad. En el centro, enmarcados por un vano con arco de
medio punto con un gran foco luminoso que sirve como inevitable imán para la
mirada se muestran Platón que lleva en su mano el Timeo (su tratado sobre el
origen del cosmos) y señala con su dedo al cielo indicando el Mundo de las Ideas
y Aristóteles más apegado al conocimiento sensible, lleva consigo la Ética y
dirige su mano hacia tierra, la realidad humana, indicando que es la fuente del
saber. Así Platón representa el idealismo y Aristóteles el realismo, Rafael fue
capaz de resumir en los gestos de los filósofos toda su doctrina, demostrando que
es capaz de exponer las ideas más complejas por medio de imágenes de gran
simplicidad. Los rasgos de Platón están tomados de Leonardo.
Flanqueando a esta pareja de pensadores, vemos todo un conjunto de figuras
históricas memorables, algunas de las cuales podemos identificar, a su vez, con
personajes contemporáneos, como ocurre, entre otros, con el caso de Bramante
que representa la figura de Euclides agachado con un compás en la mano, Miguel
Angel sentado en un escalón en primer término encarna el huraño y enigmático
personaje de Heráclito, que se muestra pensativo y extrañamente quieto, si
tenemos en cuenta su afirmación de que todo está sometido a continuo cambio. Da
la espalda a Parménides, a cuya filosofía se oponía radicalmente, asimismo el
propio Rafael se autorretrata mirando hacia el espectador como uno más entre los
astrólogos, tiene al lado a Sodoma, uno de sus discípulos. Diógenes el Cínico, que
renegaba de las posesiones terrenales y de las convenciones sociales, está
tumbado de cualquier manera en la escalera, indiferente a lo que sucede a su
alrededor. Sócrates, situado a la derecha de Platón, expresa sus ideas a Alejandro
Magno, discípulo de Aristóteles, a quién se distingue porque va armado.
Pitágoras, personificación de la aritmética y la música, lee rodeado por un grupo
que le mira concentrado en sus explicaciones. Ptolomeo de espaldas al espectador,
aguanta un globo terráqueo, símbolo de su teoría de que la Tierra es el centro del
universo.
La lectura que conlleva esta identificación entre sabios de la Antigüedad y artistas
renacentistas, es doble. No sólo exalta una vez más la importancia de la
2. Antigüedad Clásica en el arte del Renacimiento, sino sobre todo, dignifica la
personalidad de los artistas de la época, que lejos de ser simples artesanos, se les
considera intelectuales libres, equiparables en categoría a los grandes sabios de la
Antigüedad.
Rafael lleva a la práctica en esta obra un concepto muy renacentista: la obra
artística, además de ser bella y buena obra de arte, debe ser todo un discurso
mental.
Desde el punto de vista plástico, la pintura de Rafael cambia considerablemente
en esta obra.
Ya no es una composición cerrada, armónica y estática. La obra se dinamiza
tremendamente, con una disposición agitada y móvil de los diferentes grupos de
personas y por la perspectiva de los tramos de bóveda y la gran abertura lumínica
del centro del cuadro conducen la mirada hacia el fondo en un rápido y violento
movimiento que se encuentra perfectamente equilibrado por las barreras visuales
que suponen las sucesivas aberturas hacia los lados que se producen a lo largo del
espacio arquitectónico, los cuatro escalones y el muro compacto de personajes que
van ralentizando la que, sin ellos, sería una carrera vertiginosa e imparable.
Las diversas escenas que se forman con cada grupo están dotadas de variedad de
gestos, expresiones o movimientos de las figuras.
Las posturas de los personajes, empiezan a retorcerse, a adquirir actitudes
forzadas, vueltas, incluso desequilibradas como la de Diógenes, el personaje
recostado en la escalinata.
En cuanto a la luz sigue siendo diáfana, pero el color se hace cada vez más intenso
y brillante, más mórbido, más fogoso, menos armonioso y en fin, más
"veneciano".
Las pinceladas de Rafael, la suavidad del dibujo y la armonía de los colores
reflejan la paz interior que el maestro quería comunicar con sus obras. La aparente
sencillez de esta obra es fruto de un dibujo preciso y de un estudio detallado de las
proporciones, actitudes y distribución de las figuras.
En realidad, en este fresco se representa el saber humano.