1. LA PLANTA
UN BUEN DÍA EL BARÓN Amevert dejó de pasearse con su corcel por los comercios de nuestro
mercado, al que venía siempre junto a su inseparable criado. Cierto es que el viejo no
apreciaba mucho este sitio y sus visitas eran siempre apuradas; pero a pesar de que a primera
impresión parecía un hombre huraño, no lo era, y gustaba de charlar y contar las anécdotas
del bello mundo de sus juventudes, de aquel exuberante mundo extinguido, tan diferente del
vacío desolador de estos yermos que nos carcomen la piel y nos secan los ojos. Así es, amigo,
tú eres muy joven para saberlo, pero antes este cruel desierto era una hermosa comarca de
frescos bosques, y si no pregúntales a los viejos. Al criado se lo siguió viendo un tiempo,
pero sus visitas al mercado eran furtivas, iba siempre con la capucha echada sobre la cabeza
y evitaba cualquier charla. Supusimos todos que el Barón sufría alguna dolencia y por eso su
criado venía solo a hacer las compras. Pero finalmente el criado también dejó de venir por
aquí. Luego de un tiempo un rumor corrió por la comarca; algunos pobladores aseguraban
que del castillo del Barón surgían ruidos curiosamente salvajes y que la vieja construcción
presentaba un aspecto de caverna. La gente no creía que el Barón hubiese muerto sino más
bien que había enloquecido junto con su criado, y de ahí los ruidos. Fue entonces cuando con
algunos comerciantes del mercado, los más jóvenes (los que aún mantenemos vivo el fuego
de la curiosidad), fuimos a visitar en comitiva el castillo para develar el misterio. Fuimos
acompañados por un grupo de campesinos cuya curiosidad también llameaba en el pecho.
Nadie respondió a nuestros llamados al llegar a los portones del castillo, de modo que
tuvimos que saltar el muro de piedras que lo rodea. No hubo que violentar la puerta de entrada
al castillo puesto que estaba en ruinas y algunas tablas se habían salido y pasamos entre ellas.
Al entrar nos encontramos con la monstruosa planta. Al abrirnos paso con los machetes entre
las ramas para penetrar en el castillo, descubrimos algo horroroso que casi nos hace huir
asqueados de allí. Los detalles de este repugnante descubrimiento los narraré luego de
transcribir las espantosas notas que hallamos sobre el escritorio del Barón, al que llegamos
luego de mucho esfuerzo y recurriendo a todo el temple de nuestros espíritus. Los papeles
estaban dentro de un sobre lacrado colocado en el ruinoso e invadido escritorio. Son en
realidad un conjunto de notas que componen una especie de diario sin fechas. Algunas son
más largas y otras más breves; están ordenadas y dicen lo siguiente:
“Había ya olvidado lo hermoso que es el verde. La gente de este horrendo lugar en el que
habitamos se ha acostumbrado a ser quemada por el sol y a que la arena que soplan los vientos
le cincele violentos surcos en los rostros, y pareciera que además disfruta de eso. Los viejos
ya casi han olvidado la frescura de los bosques que rodeaban a esta comarca, y los más
jóvenes tal vez ni siquiera han conocido lo que es un árbol. Pero hay esperanzas, mi buen
Pierrot, hay esperanzas porque ha ocurrido algo maravilloso. Ha sido el bastón aquel que
cuelga en mi sala de baño; sí, aquel viejo bastón que me obsequiaron los diminutos Taotbat,
una extraña tribu de una islita de la provincia de Palawa, en Filipinas. Porque aunque resulte
2. increíble ha brotado. ¡Sí, ha brotado! Y esto no lo he soñado, Pierrot, no lo he soñado porque
tú también lo has visto, y no hay modo (que yo sepa) de que tú estés viendo cosas que ocurran
en un sueño mío.
Es decir, ha brotado en la realidad de despiertos, mi buen Pierrot.”
“El encuentro con los hombres Taotbat ocurrió en mis tiempos de juventud cuando
comerciaba telas del Oriente; las telas tenían entonces colores más vivos que ahora, igual que
mi piel y mis cabellos. Fue un encuentro completamente azaroso; navegábamos a través de
las islas que componen la provincia de Palawa, cuando el capitán de mi flotilla me comunicó
que, habiendo amenaza de tormenta y estando uno de los barcos de la flotilla con algunas
averías, era prudente hacer tierra en alguna de las islas cercanas para soportar la tormenta y
reparar el barco averiado. Como no tenía intenciones de arriesgar ni mi vida ni la carga,
decidimos anclar hasta que pasaran las tormentas y se reparara la nave. Lo hicimos en una
isla solitaria. A las pocas horas de haber armado el campamento en tierra aparecieron aquellos
diminutos personajes cargando una incontable cantidad de vituallas que nos ofrecieron con
servicial amabilidad. Durante dos días enteros el cielo descargó su fecundidad sobre aquella
isla de exuberante vida vegetal, y luego, ya con la atmósfera en calma, el barco pudo ser
reparado. Antes de hacernos nuevamente a la mar, se acercó al campamento un grupo de
aquellos pigmeos. Sus vestimentas eran extrañas y escasas, pero muy pomposas. Uno de
ellos, que a juzgar por su edad y vestidos debía de ser el jefe, se acercó hasta mí y, luego de
pronunciar un largo e incomprensible discurso al que respondí con una elocuente reverencia,
levantó un bastón tallado y me lo entregó solemnemente. Allí está el bastón, colgado desde
entonces en la sala de baño. Y ahora, sí, vaya misterio, ha brotado, ¡y con qué vigor! Qué
curiosidad ¿no, Pierrot? Tal vez la humedad desprendida del agua durante mis prolongados
baños haya reavivado las células dormidas en la leña. Ahora que pienso en la despampanante
manifestación de potencia vegetal que parecía estallar de la tierra en aquella feliz islita, y la
comparo con la pasmosa desolación de estos páramos ardientes… Sí, Pierrot, por eso aquellas
sonrisas en los rostros de esos sujetos diminutos. Pero ahora nosotros disfrutamos de un
átomo de aquella exuberancia, porque tenemos una planta Pierrot, una hermosa planta
brotando del bastón; una verde esperanza.”
“Vi cruzar una pequeña lagartija y esconderse en la ranura del muro y recordé que soñé
que era un lagarto. No sé si fue hoy o hace dos años, pero lo soñé, y mi lengua se separaba
horriblemente en dos, y buscaba viscosos insectos entre los escombros, y les hablaba; venid,
insectos, venid con el tío lagarto. Todos estamos un poco locos, Pierrot, es lo que tú no
entiendes. El brote se ha bifurcado en numerosos vástagos que se extienden hacia el suelo.
El bastón, que ya va perdiendo su forma, está amurado a unos dos metros y medio de altura,
y los vástagos cuelgan ya casi un metro y medio hacia abajo. Al entrar a la sala de baño me
invade la placentera sensación de estar entrando en una cueva en el bosque (aquellos que vi
cuando era joven y cuando el mundo era mundo), y el agua resbalando por mi cuerpo es la
humedad que se escurre entre las rocas de un exquisito manantial; y el aroma ¡ah!… aroma
a vida, Pierrot, yo sé que te das cuenta de eso, lo veo en el brillo de tus ojillos. Dejaré que
tomes también tus baños en mi sala, mi fiel Pierrot, no soportaría que te perdieras de esta
maravilla herbácea.”
“Las ramas han tocado el suelo. Anoche me quedé mirando esa maravilla durante casi
3. media hora sin pestañar. Pierrot me acercó un farol y yo me quedé allí sentado observando y
deleitándome. Él se quedó también su buen rato mirando. Qué gracioso es el buen Pedrolino.
Se lo nota feliz; sé que la planta también conmueve la profundidad de sus tripas y que se
acuesta, como yo, pensando en ella. Me costó dormirme. La noche era agitada. El viento
rugía malhumorado, escupiendo su arena y su esterilidad sobre los muros; los aires quieren
devorar y hacer desaparecer al ser humano para vengarse por tanto desprecio. Y yo pensaba:
el viento vomita su desierto sobre los muros pero en mi sala de baño los vástagos tocan el
suelo. Mis vástagos; mis húmedos, verdes y turgentes vástagos, inyectados de dulce y
musculosa savia. ¡Hay esperanza, mi Pierrot! El verdor se abrirá paso al final y vencerá a la
muerte del desierto y de los hombres. De a poco me fui enredando en el sopor de los sueños…
la arena cubre las inmensidades aplastadas por el sol durante el día, resecos gusanos se
retuercen en el polvo, desesperadamente sedientos, fuego, piel quebrada de llagas, una gota
para el pobre Epulón que se arrastra en el desierto, sólo una gota, mi querido Pierrot, humilde
Lázaro de mi viejo castillo, sólo una gota de savia de mis amados vástagos.”
“La planta cubre ya casi todo el suelo de la sala. ¡Sí! Los vástagos han comenzado a
extenderse ahora por las paredes. Entrar descalzo a la sala de baño y sentir la frescura mullida
de las hojas me genera un placer inexplicable. Siento como si algo de la savia de las hojas
atravesara la planta de mis pies y se mezclara con mi sangre. Prolongo mis baños casi dos
horas; acaricio las hojas, inhalo el aroma de verdor vivo. Sí, mi Pierrot, sé que tú también lo
disfrutas. Siento tus pisadas cuando subes a hurtadillas por la noche. Me lo imagino allí
arrodillado con las narices pegadas a las hojas en un delirio vegetal, susurrando al follaje sus
verdes amores, besando los microscópicos estomas, mezclando sus respiraciones… ah… mi
planta, mi hermosa planta… también es tuya, mi fiel Pierrot, ¡es nuestra planta!”
“Su crecimiento es cada vez más asombroso. Toda la sala de baño está cubierta de hojas
y tallos. He medido el desarrollo de algunos vástagos y llegan a extenderse hasta cuarenta
centímetros por día. ¡Qué vigor Pierrot!, ¡qué vigor! Me he visto obligado a abrir una especie
de sendero para poder acceder hasta mi bañera. Moverme dentro de la sala me produce un
placer inmenso; sentir las hojas rozando mi piel desnuda, permanecer envuelto en los vapores
del agua tibia, con los rayos del sol que entran por la claraboya proyectando narcóticos
fulgores, ¡ah, Pierrot, deberías probarlo, es una delicia! Pienso que el Edén ha de haber sido
algo muy parecido a esto. ¡Qué espécimen vegetal! ¡Bendito sea el diminuto rey Taotbat que
me obsequió este mágico bastón! A propósito, durante uno de mis baños me asaltó de pronto
la curiosidad al caer en la cuenta de que la planta no había echado raíces a pesar de haber
desarrollado tanto follaje. Entonces me levanté y, aprovechando algunas ramas leñosas que
ya tienen un grosor considerable, hice pie hasta alcanzar el lugar donde estaba originalmente
el brotado bastón. Descubrí entonces que sí han brotado raíces también, pero se hunden
inmediatamente en los muros; vaya uno a saber hasta dónde habrán penetrado. No imaginé
que entre las rocas de los muros podría haber ocultos tantos nutrientes como para permitir
semejante desarrollo. De hecho, de noche se alcanza a escuchar el arrastrar de los vástagos
en su crecimiento. Mientras me dejo llevar por mis sueños, me quedo escuchando atento este
maravilloso sonido, que es casi como un susurro, el susurro de la planta que quiere hablarnos,
Pierrot, que quiere también cantar sus amores. Nos ama, Pierrot, ella también nos ama.”
“Los vástagos han crecido por fuera de la sala de baño y han penetrado hasta mi
4. habitación. ¡Dios!, ¿cómo explicar con palabras el deleite que siento por las noches? Es un
frenesí, un éxtasis de placer. No creo que el pobre de Pierrot tenga la suerte de alcanzar a
disfrutar de esto porque su habitación está en la planta baja, en el punto más alejado de las
escaleras, y no sé si la planta llegará hasta allí algún día. Aunque su crecimiento es cada vez
más asombroso; los vástagos han comenzado a extenderse por todo el piso superior, y, ¿lo
has notado, Pierrot? Mirando detenidamente uno alcanza a ver el desarrollo de la planta, su
movimiento ¡Es como un enorme pulpo, Pierrot! Y, no te lo contaré a ti, porque esto es sólo
mío, ya sabrás si lo vives, será un secreto con mis notas; sé que has notado que los vástagos
llegan hasta mi cama; todos los días cuando subes a arreglar la habitación tú los quitas, y yo
vuelvo a colocarlos sobre la cama antes de acostarme. La planta se enrosca sobre mis piernas
y sobre mis brazos mientras duermo, ¡y es una cosa tan exquisita, mi buen Pierrot! Lo siento
en mis sueños, siento las lentas caricias de los tallos deslizándose sobre mi piel, entre mis
dedos, el húmedo beso de las hojas, y me revuelco dormido en ese éxtasis, y me produce esto
sueños muy extraños, y ¡vaya!, ¡admito que bastante intensos! Pero no soy yo… soy… cómo
decirlo, Pierrot, mi buen Pierrot… Me siento como saboreado, absorbido, deglutido por la
planta, como si nos uniéramos formando una sola cosa, una sola masa vegetal, ¡ah, Pierrot!,
¡qué perfecta forma de vida son las plantas! Al despertar desprendo de mi cuerpo suavemente
los gajos para no dañarlos, liberando mis miembros uno por uno. Algún día tal vez amanezca
tan enroscado que no pueda liberarme; ah, ¡qué feliz sorpresa sería, Pierrot! No me sueltes,
déjame, deja que la planta me devore.”
“Salto de entusiasmo, no puedo contener mi emoción; ¡un pimpollo! Sí, sí, en mi propia
habitación, es increíble. La planta se ha extendido finalmente también por el piso de abajo,
algunos gajos han llegado incluso hasta la puerta de la habitación de Pierrot. ¡Eh, Pierrot! ya
verás, déjate envolver, déjate enroscar, te empalagarás de verdor, de caricias herbáceas. El
piso superior está casi completamente tomado por la planta. Por la noche el sonido es un
murmullo permanente, un rozar de hojas, un deslizar de tallos, es como estar en el interior
mismo de la planta, sumergido en una especie de estómago vegetal. Se escuchan también
crujir las rocas de los muros. ¡Se nos vendrá el castillo encima, Pierrot! Es broma, no te
asustes; no te asustes que la propia estructura de la planta lo sostendrá. Es curioso que ningún
gajo haya salido aún hacia el exterior del castillo; ni siquiera parecen buscar la luz, a pesar
de que el verdor de las hojas demuestra su capacidad fotosintética. En fin, el asunto de
importancia ahora es que hay un pimpollo en mi habitación. Al principio tenía mis dudas
acerca de lo que era aquel bulto, pues es enorme, pero ahora ya estoy convencido, y además
ya puede adivinarse el color de los pétalos de la futura flor, que será de un rosado salmón o
rojo, o naranja. Se lo he mostrado a Pierrot. He notado que cuando él sube aquí su rostro
expresa cierto temor; como si el excesivo desarrollo que ha alcanzado la planta en el piso
superior le causara algún rechazo, como si percibiera en todo esto algo monstruoso. Yo no
puedo contener mi emoción y le muestro; mira, Pierrot, mira este tallo, ayer estaba por allí,
ha crecido tres metros durante la noche, ¡tres metros!, y ven aquí, siente, Pierrot, siente la
suavidad de estas hojas que no reciben mucha luz, siente, verás que están cubiertas como de
unos pelillos, ¡ah…!, ¿sientes, Pierrot? Son mucho más suaves que aquellas hojas de allí. Y
cuando le mostré el descomunal pimpollo ¡epa!, ha dado un salto hacia atrás con cara de
espanto; oye, Pedrolino querido, basta con tus morisquetas, que esto no es la Comedia del
5. Arte; es nada más que la hermosa planta de nuestro castillo, nuestra amada planta que nos
regala esta maravilla, un signo de la perfección de la naturaleza; ven, Pierrot, tócala, siente
la ternura de estos pétalos, su dulzura, ah, Pierrot, qué exquisitez.”
“¡Es como una enorme boca! Sí, una enorme y hermosa bocaza. El castillete entero está
ya invadido por la planta. Habitado más bien, porque sólo invade aquello que no es deseado,
pero tú no, mi querido monstruo herbáceo, tú eres más que deseado; eres adorado, amado.
Ah… tus hojas; tus suaves hojas en mi rostro, tus retoños enroscados en mis brazos, húmedos,
turgentes, deliciosos, como si fueran parte de mi propio cuerpo. Y tú, Pierrot, ¡apuesto a que
ya lo has gozado! Claro, si ya vi que los vigorosos vástagos entran a tu habitación, y vi que
llegan hasta tu cama. Por supuesto que no voy a dejarte podar ni el más ínfimo brote; no me
importa que ya no pueda andarse bien uno por las cocinas; nosotros somos secundarios, mi
buen Pierrot, ahora nuestra amada planta es la protagonista y dueña de este castillo, y ella
decide cómo morarlo, y si decide ocupar con su follaje todas las dependencias y ambientes,
pues así sea, habitaremos nosotros como mejor podamos disfrutando de nuestra casa bosque.
¿Acaso prefieres el horroroso desierto que reina afuera, Pierrot? ¿Has visto lo que es aquello?
Sólo arena, sólo arcilla resquebrajada y sal, sólo gris; una llanura yerma y estéril. Si no fuera
por aquellos hombres que traen el alimento a la comarca estaríamos todos muertos, mi Pierrot
(y el vino, claro). Y esos pobrecitos comiendo sólo insectos, mira lo que le ha quedado al
hombre, Pierrot, insectos y gusanos en sus constreñidos estómagos. ¡Pero nosotros estamos
salvados!, tenemos nuestra enorme planta, nuestra brutal enamorada de los muros del
diminuto Taotbat, nuestro bosque filipino, nuestra salvaje fronda. Y mejor aún, Pierrot,
coronando tanta majestuosidad tenemos ahora la descomunal y maravillosa flor. No puedo
entender cómo tan extraordinario prodigio puede causar la repugnancia que expresa tu rostro
al verla. ¡No seas tan cobarde, Pedrolino! Ya sé que más que el aspecto de una flor tiene el
aspecto de una enorme boca. ¿Tú lo has notado, Pierrot? Claro que lo has notado, se siente
su aliento. Dudo que te hayas acercado lo suficiente, pero si lo haces notarás como si la planta
respirara por allí, y se siente su vaho a musgo, a selva. Es una hermosa boca, Pierrot; colorida,
hipnótica, voluptuosa, ah, Pierrot, ¡qué hermosos deben de ser sus besos! Y ese temor que
tienes es insensato, mi buen amigo, porque si te devora, ¡qué mejor manera de unirse por fin
a ella!”
“No pude ya contenerme; necesitaba sentirla en mi interior. Pero no me basta… necesito
más, y tengo una idea para experimentar más, mucho más… ¡todo! Estaba tomando un baño
y sentía las hojas acariciando mi rostro mientras el vapor del agua refluía en mis narices, me
fui abandonando en un dulce sopor, embriagado por la humedad exuberante de mi botánico
edén, y borracho de verdor, casi sin darme cuenta, me encontré de pronto comiendo las hojas
de la planta. Cuánto placer; el aroma a savia fresca atravesando mi garganta, expandiéndose
por mis órganos; tomé más hojas y las devoré con la loca avidez de un famélico. ¡Qué
exquisitez! El buen Pierrot ha notado los verdes pigmentos en mis dientes y nuevamente ha
puesto cara de susto. ¡No te exaltes, mi Pierrot! le he dicho; debes probarlo, no conoces aún
lo que es la felicidad. Ha agachado la cabeza mirando al suelo y se ha marchado sin
pronunciar palabra. Pobre hombre, no se anima aún a entregarse por completo al vegetal
disfrute. Pero yo voy a ayudarte, mi fiel Pierrot, dije que tengo una idea y la llevaré a la
práctica, lo haré contigo y lo haré conmigo mismo. La gigantesca flor ha comenzado a
6. secretar como una baba. Es un líquido viscoso y tibio que al contacto con la piel genera una
singular sensación de picazón y erizo, pero una picazón dulce, como una caricia de mujer en
la espalda desnuda (dichosa juventud). Y bajo su influjo uno va siendo poseído por un
adormecimiento aterciopelado y cálido que parece el preámbulo de un precioso sueño. Hay
que dejarse llevar por el hechizo, mi Pierrot, ¡eso haremos!, ¡nos dejaremos llevar por el
hechizo!”
“¡Lo he hecho! ¡Ha sido formidable, soberbio! ¿No, Pierrot?, ¡imagino que habrá sido
realmente maravilloso! Ahora es mi turno; el turno de alcanzar lo sublime, lo máximo, de
saborear la cumbre de las delicias, de llegar al cenit del placer… eso será; mientras el desierto
afuera vomita su fuego, yo aquí en mi edén alcanzaré la gloria, licuándome en tibia y dulce
savia, uniéndome plenamente al verdor, a la maravilla herbácea de mi planta. En los últimos
días había notado un incremento en la secreción de la flor, y lo más grandioso es que poseyó
movimiento; sí ¡se mueve!, como una enorme babosa. Al colocar el brazo sobre ella, la boca
comienza a cerrarse y uno va sintiendo la deliciosa succión de sus besos. Y no sólo eso; si
uno se acerca, el tallo de la flor se tuerce y se estira hacia uno. Hace rato ya que Pierrot se
negaba a entrar en mi habitación; pero esta vez lo logré. Al principio gemía un poco por
temor, pero luego yo sé que lo disfrutó profundamente, ¿no Pierrot? Le hice preparar una
cena magnífica diciéndole que había que festejar una gran noticia, ¡y ciertamente había que
festejarla! Lo senté a la mesa conmigo y lo invité a alzar muchas veces la copa de vino, y el
pobre Pierrot se ha emborrachado hasta casi no poder caminar. ¿Y qué debemos festejar,
señor? me preguntó entre hipos y ziceos ya al final de la cena. Ven mi buen Pierrot, ven que
te mostraré. Para poder subir las escaleras debió apoyarse en mis hombros; trastabillaba a
cada paso. Cuando se percató de que nos dirigíamos a mi habitación comenzó a ofrecer cierta
resistencia, pero lo sostuve con mis brazos y lo forcé a continuar mientras lo alentaba con
palabras tranquilizadoras. Al entrar a la habitación sentí que su cuerpo sufría una ligera
convulsión y, al ver la magnífica flor, su cara roja de alcohol palideció. ¡Otra vez con tus
muecas de comedia, Pedrolino! No exageres, ya verás que experimentarás el mayor placer
de entre los placeres, mejor que aquellas delicias de Las mil y una noches. Quiso tratar de
zafarse pero lo tomé sólidamente de los hombros, refunfuñó un poco y balbuceó algunos
quejidos que se transformaron en lamentables gemidos a medida que lo arrastraba
acercándonos hacia la flor. Al aproximarnos suficientemente la flor se abalanzó sobre él con
un movimiento casi de predador, envolviéndolo por completo. ¡Vaya, parece que está muy
enamorada de ti, mi suertudo Pierrot! Comenzó a succionarlo con movimientos como de
gigante molusco mientras los gemidos de Pierrot se apagaban ahogados por los húmedos
besos vegetales. El efecto soporífero de los fluidos de la flor se sumó al del alcohol
adormeciendo a Pierrot, que finalmente dejó de resistirse; aunque yo creo más bien que las
herbáceas delicias de nuestra planta terminaron venciendo de placeres su voluntad. Cuando
estuve seguro de que la unión entre la planta y mi fiel Pierrot era ya irreversible, quité mis
brazos (con bastante esfuerzo ya que habían sido también succionados por la gigantesca flor),
y me senté en la cama a observar el glorioso espectáculo. La enorme y bella monstruosidad
estuvo unas tres horas deglutiendo al feliz Pierrot, con movimientos que me recordaron a
aquellas gigantescas serpientes del Asia que devoran pacientemente a su cervatillo. No me
perdí un solo segundo de aquel espectáculo, pensando permanentemente en los deleitosos
7. sueños en los que estaría sumergido el buen Pierrot mientras la planta lo hacía suyo.
”Ahora es mi turno. Ésta será mi última nota sobre el formidable espécimen que ha
brotado del bastoncillo del diminuto Taotbat de la lejana isla de Palawa. Sí, yo también me
uniré a mi amada planta, porque no me basta sentir sus caricias por las noches, porque no me
basta besar ni comer sus hojas, ni aspirar sus aromas vegetales, ni dejar besar mi brazo por
su magnífica y narcótica flor; necesito más, necesito una unión total, una alianza completa y
pura, necesito sentir que somos uno. Dejaré esta nota en mi escritorio junto con las otras, y
si la planta no se devora todo el castillo o a quien se atreva a entrar en él, tal vez las lea
alguien y pueda contar al mundo esta maravilla. Pero nada de eso importa, porque nuestra
planta, mi fiel Pierrot y yo, seremos uno. ¡Adiós!”
Éstas fueron las infames notas que hallamos sobre el escritorio del Barón. Llegar a lo que
había sido su habitación fue realmente difícil, porque las ramas de la planta se enredaban
intrincadamente y habíamos preferido no utilizar los machetes por la repugnancia que nos
dio el primer machetazo que dimos al entrar al castillo. Al llegar al escritorio vimos las notas,
y al leer las horrorosas revelaciones que allí se hacían, resolvimos que había que cercenar de
cuajo aquel monstruo, por grande que fuera el rechazo que nos produjera hacerlo. Buscamos
lo que sería la sala de baño donde, según la carta, se hallaba el famoso bastón, y vimos que
de allí surgía lo que parecía ser el tronco principal de la gigantesca enredadera. Cortarlo fue
un trabajo arduo y sumamente desagradable, pero finalmente lo logramos; aunque no
pudimos evitar quedar todos horrorosamente cubiertos e impregnados de aquella asquerosa
savia cuyo vaho morboso sigue aún pegoteado en nuestra memoria; aquella espantosa savia
que ya no era verde, como mencionaba el pobre y desquiciado Barón, sino roja y tibia, como
la sangre.
FIN