El expresidente Otilio Ulate escribe una carta al primer Contralor de Costa Rica, Amadeo Quirós, quien concluía sus funciones de manera ejemplar. Ulate elogia la integridad y severidad con la que Quirós desempeñó su rol, estableciendo la autoridad de la Contraloría de manera autónoma y no como apéndice del poder ejecutivo. Ulate también relata un episodio donde Quirós se negó a autorizar un pago que no cumplía con los requisitos legales, a pesar de las
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Carta historica de otilio ulate a amadeo quiros
1. Carta de Otilio Ulate a Amadeo Quirós (Extracto)
Misiva del expresidente al primer Contralor de la República, que concluía sus funciones
de un modo ejemplar.
La Vieja, 8 de mayo de 1955.
Señor don Amadeo Quirós Blanco,
Querido Amadeo: Sales hoy de la Contraloría, tan limpiecita la conciencia como
siempre, entre tributos y reconocimientos de un pueblo con el cual no habías tenido
anteriormente mucho contacto, que ahora te hace justicia y ha aprendido a quererte.
()Tus caudales morales se ha manifestado inagotables, y mi parte en tu victoria es la
de haber tenido la fortuna de atraerte a la función pública, a que eras tan negado, no
porque te faltara espíritu de servicio público, sino por la razón temperamental de ser
muy quitado de ruidos.
Acercar a la función pública a los varones ejemplares, pero escondidos en el espeso y
tupido bosque de su modestia y de su desamor por la política, me pareció que era
tarea de buen gobierno.
() Trabajamos juntos, me parece recordar que algo más de un año, y ambos lo hicimos
lo mejor que pudimos.
Cuando dejaste el Ministerio de Trabajo, porque la Asamblea Legislativa te había
electo contralor sin que hubieras sabido antes que ibas a ser electo, fuiste a verme
para entregarme giros extendidos por el Tesoro Público a tu favor por la suma de
¢18.000.00. Me referiste, en mucha confidencia, que esos giros correspondían a las
dietas que habías devengado por asistencia, en la condición de ministro, a las sesiones
de directivas de otros organismos oficiales, y llegabas a entregármelos para que yo
dispusiera de ellos, aplicándolos a obras de bien público, con la condición de que no le
dijera a nadie de dónde procedían. ¡Confiarme un secreto, con lo cuentero que soy! Sin
embargo, me pareció tan respetable tu determinación que me amarré la lengua,
apliqué la plata y no le dije nada a nadie hasta hoy, que te vas de la vida pública, me
temo que para siempre y para mal de nuestra patria.
Me diste la siguiente razón para no retener ese dinero:
-"Si yo, como ministro, recibo un sueldo, debo dedicar todas las horas laborables del
día a trabajar para el cargo, y el trabajar fuera de él, pero dentro de la misma función
que ejerzo, este otro trabajo también lo realizo en condición de ministro y dentro del
tiempo que le debo a mi cargo. Por tanto, la paga que reciba no puede ser mayor que
mi sueldo".
Ya no te cocinas con dos hervores y debes pertenecer a la generación de los ochentas
o de los noventas. Ahora todo cuenta por generaciones y millones. Los hombres de tu
generación están "chapados a la antigua" y en los tiempos que corren se les tiene por
pasados de moda. Los ministros de la generación que ahora se ha dado en llamar del
2. 48, muy jóvenes, muy sabios, muy dinámicos, no hacen lo que hicieron sus
predecesores en las generaciones, sino que, en vez de devolverle sumas al Estado, le
cobran, por concepto de deuda política, del medio millón de colones para arriba.
Resulta que el deudor es el Estado y no el ministro, que debe el honor de haber llegado
a serlo.
Unos meses después de que me entregaste esa plata, tuviste necesidad de emprestar
dinero para ir a curarte a Estados Unidos.
¿No te parece que, a pesar de todo, es mejor que sigamos apegados a la vieja moda?
El dinero lo apliqué, te cuento, a construir una escuelita en Vista de Mar del cantón de
Coronado, porque todavía no había suficiente dinero en el Ministerio de Obras Públicas
para construirla, y la que estaba de servicio se iba cayendo a pedazos; a mandarle
cinco mil pesos a Fray Casiano para la humilde y magnífica escuela de artes y oficios
que sostiene en Puntarenas; y el resto, tres mil pesos "tengo que confesártelo- lo
entregué para contribuir a que se construyese la iglesita de aquí, La Vieja, ahora Villa
Fátima, en donde espero que me casen y me canten el funeral.
Entre catorce y diecisiete galones de gasolina gastaste durante el año y pico que fuiste
ministro. Solo cuando tuviste necesidad de salir fuera de San José en trabajos del
ministerio ocupaste el automóvil oficial que te estaba destinado. Me contaron después
que hasta le prohibiste a tu mujer que fuera a hacer visitas en el carro del gobierno.
Saliste tan bien, estuviste tan justiciero y acertado que no hubo conflictos del
ministerio con los trabajadores, ni con los patronos, y no se oyeron quejas de los unos
ni de los otros.
Como contralores, ya debes estar viendo lo que piensa el país de ti y de Paulino. Y me
alegro como si la fiesta fuera conmigo.
Me diste mis buenos dolores de cabeza, porque eras intransigentemente severo y
meticuloso en el cumplimiento de las leyes cuya ejecución te había sido confiada.
A veces me impacientaba, porque eras inflexible en mantener tu criterio, pero en
último término, a ese criterio me sometí invariablemente.
En una ocasión, por la falta de requisitos legales, te negaste, con Paulino, a autorizar
un pago de planillas a trabajadores de Obras Públicas por trescientos cincuenta mil
colones. Me reuní dos veces con ustedes, les propuse varias fórmulas para arreglar el
asunto, y a todas me dijeron que no y que no.
No podía dejarse de pagar a los trabajadores y no nos estaba permitido tomar el
dinero para hacerlo. Carlos Manuel Rojas -tan puntilloso como tú, que para no usar el
automóvil del gobierno porque tenía el suyo propio se limitó a ponerle las placas
oficiales-, y yo, tuvimos que firmar, uno como deudor y otro como fiador, un pagaré
bancario por aquella suma; y al cabo de dos semanas, cuando, satisfechos los
requisitos legales, ustedes autorizaron el pago y se canceló el pagaré, Carlos Manuel
tuvo que satisfacer con su dinero los intereses, porque no había en el presupuesto
partida de la cual tomar para el pago de ellos.
(…)
En los episodios que dejo relatados está reflejada la mejor de tus obras y quedó
firmemente impreso el sello del más alto y efectivo de los servicios que le prestaste a
la República: establecer, fortalecer y consolidar la autoridad de la Contraloría en
función probadamente autónoma y no como apéndice del Poder Ejecutivo, bajo la
ficción legal de una fementida autonomía.
3. Ha sido una fortuna, una gran fortuna de los costarricenses que tú y Paulino hayan
sido los primeros contralores. La virtud de la existencia de la Contraloría no radica en
el texto constitucional que le dio el inicial soplo de vida, sino en el material humano
con el cual se empezó a modelar la institución.
Me ha venido el antojo de asomarme a los recuerdos que nos conciernen a los dos,
mientras miro frente a mí el bello panorama de la naturaleza sobre el que se asienta el
soberbio cerro del Arenal y mientras oigo el murmullo adormecedor de la quebrada
cuyas aguas corren al pie de la casona de esta finca, que tengo cargada de deudas,
porque ya sabes que si los dos salimos con deudas, en esto sí te aventajo, porque las
mías son mucho más grandes que las tuyas.
Nuestros padres no quisieron que cogiéramos la maña de hacer dinero sin haberlo
trabajado. Los míos ni siquiera sentían que les hiciera gracia cuando afuera me
regalaban unos centavos sin haberlos trabajado. De aquí que no fuimos entrenados en
las enseñanzas de la alquimia financiera, según la cual, como ahora se estila, la plata
se hace tan fácil como rápidamente.
(….)
Tu afectísimo, Otilio Ulate.
La virtud de la existencia de la Contraloría no radica en el texto constitucional que le
dio el inicial soplo de vida, sino en el material humano con el cual se empezó a
modelar la institución