(ago.2020) Ya la filosofía lo ha planteado, los sabios de la antigüedad lo intuían e intentaron transmitírnoslo en sus enseñanzas. Ahora la ciencia lo ha demostrado con sofisticada tecnología: En contra de lo que por siglos se creyó imposible, los pensamientos SÍ modifican el cerebro. No es “autosugestión” ni fantasía. Si me esfuerzo en generar pensamientos positivos en mi cerebro y creérmelos de verdad, estaré generando armonía, salud y prosperidad en mi vida. Si cedo a la tentación de dejarme arrastrar por los pensamientos negativos, más me vale atenerme a las consecuencias…
Producción original: Carlos Rangel
3. A pesar de que con frecuencia la ciencia y la
religión están en conflicto, el Dalai Lama tiene
un enfoque diferente.
Más o menos una vez al año, el jefe del
budismo tibetano invita a un grupo de
científicos a su casa de Dharamsala, en el
norte de la India, para conocer sus trabajos y
ver en qué forma el budismo puede
contribuir en éstos.
El tema no es nada nuevo, ya en 2004, el
tema fue la neuroplasticidad, la capacidad del
cerebro para modificar su estructura y
funcionamiento en respuesta a la experiencia.
4. Las siguientes son viñetas adaptadas de
“Ejercite su Mente, Cambie su Cerebro”
describen esta área de la ciencia aún en
estudio pero con resultados ya comprobados.
Durante su visita a una escuela de medicina
de Estados Unidos, poco más de una década
antes, el Dalai Lama, quien presenció una
operación de cerebro, hizo una sorprendente
pregunta a los cirujanos:
¿Puede la mente modificar
la materia cerebral?
5. Los neurólogos le explicaron
que las experiencias mentales
reflejan cambios químicos y
eléctricos en el cerebro.
Por ejemplo, cuando los
impulsos eléctricos se
transmiten a gran velocidad
hacia la corteza visual, vemos;
cuando los impulsos
neuroquímicos viajan por el
sistema límbico, sentimos.
6. Pero había algo en esta explicación que le
inquietaba al Dalai Lama.
-¿Podría funcionar esto a la inversa?
Es decir, además de que el cerebro genere
pensamientos, esperanzas, creencias y
emociones que se suman a eso que llamamos
“mente”, tal vez entonces, la mente también
pueda actuar en sentido inverso, en el cerebro,
para provocar cambios físicos en la materia
que los creó?
- Si es así, entonces el pensamiento
puro cambiaría la actividad cerebral,
sus circuitos o hasta su estructura.
7. El neurocirujano hizo una difícil pausa.
- Los estados físicos dan origen a estados
mentales, confirmó; la causal “descendiente”,
del estado mental al físico, no es posible.
El Dalai Lama ya no discutió. No era la primera
vez que un hombre de ciencia había
desechado la posibilidad de que la mente
pudiera cambiar al cerebro.
En ese entonces el Dalai Lama pensó -y aún
piensa- que no existen bases científicas para
afirmarlo de manera tan categórica, según
explica él mismo.
- Estoy interesado en el grado en el que la
mente y los pensamientos específicos y sutiles,
pueden influir en el cerebro.
8. El Dalai Lama se refería a una naciente
revolución de la investigación cerebral.
En la última década del Siglo XX, los
neurólogos desecharon el dogma de
que no era posible cambiar el cerebro
adulto. Por el contrario, su estructura y
actividad pueden cambiar en
respuesta a la experiencia, gracias a la
habilidad llamada neuroplasticidad.
Este descubrimiento ha generado
nuevos y prometedores tratamientos
para niños con dislexia y pacientes con
apoplejía, entre otros.
9. No obstante, los cambios cerebrales
descubiertos en las primeras etapas de la
revolución de la neuroplasticidad reflejaron
la influencia del mundo exterior.
Por ejemplo, cierto discurso sintetizado
puede alterar la corteza auditiva de los niños
disléxicos, de manera que permite que sus
cerebros escuchen las sílabas previamente
confusas;
Los movimiento que se practican de manera
intensa pueden alterar la corteza motriz de
pacientes con apoplejía, y permiten que
muevan sus brazos y piernas, alguna vez
paralíticos.
10. El tipo de cambio por el que preguntó el
Dalai Lama era diferente.
Provendría desde el interior.
Algo tan intangible e insustancial como un
pensamiento, volvería a cablear el cerebro.
Para los mandarines de la neurología, esta
idea parecía como si el ala de una mariposa
pudiera abollar un tanque blindado.
11. Hoy en día es de todos sabido que la
neuróloga Helen Mayberg no se ganó el
favor de la industria farmacéutica al descubrir,
en 2002, que las pastillas inertes -conocidas
como placebos- funcionaban de igual
manera que los antidepresivos en los
cerebros de personas deprimidas.
La actividad en la corteza frontal, lugar
donde se genera el pensamiento superior,
aumentaba; la actividad en las regiones
límbicas, especializadas en las emociones,
disminuía.
Entonces la Dra. Mayberg pensó que la
terapia cognoscitiva-conductista, en la que
los pacientes aprenden a pensar de manera
diferente sobre sus pensamientos, podría
actuar con base en el mismo mecanismo.
12. En la Universidad de Toronto, la Dra. Mayberg, el
Dr. Zindel Segal y sus colegas usaron primero
imágenes cerebrales para medir la actividad
cerebral de adultos deprimidos.
Algunos de estos voluntarios recibieron entonces
paroxetina (nombre genérico del antidepresivo
Paxil), mientras que otros asistieron de 15 a 20
sesiones de terapia cognoscitiva-conductista,
donde aprendieron a eliminar el hábito de pensar
de manera catastrófica.
Es decir, se les enseñó a dejar el habito de
interpretar cada pequeño revés como una
calamidad, como cuando llegaban a la conclusión
que nadie los amaba, porque en una cita les había
ido mal.
13. La depresión de todos los pacientes
desapareció, sin importar si sus cerebros
habían recibido un potente medicamento,
o con una manera de pensar diferente.
No obstante, el único “medicamento” que
recibió el grupo de la terapia cognitivo-
conductual fueron sus propios
pensamientos.
14. Los científicos exploraron el
cerebro de sus pacientes otra
vez, esperando que los
cambios fueran iguales, sin
importar el tratamiento, tal y
como lo había encontrado la
Dra. Mayberg en su estudio
de los placebos.
Pero no fue así.
“Estábamos totalmente
equivocados”, dijo.
15. La terapia cognitivo-conductual
había silenciado la actividad excesiva
de la corteza frontal, lugar del
razonamiento, la lógica, el análisis y
el pensamiento superior. Los
antidepresivos elevaron la actividad
en esa misma región.
La terapia cognitivo-conductual elevó
la actividad en el sistema límbico, el
centro emocional del cerebro. El
medicamento redujo la actividad
precisamente ahí.
16. Con la terapia cognoscitiva, dijo la Dra. Mayberg, el
cerebro se volvió a cablear “para adoptar diferentes
circuitos de pensamiento”.
Estos descubrimientos sobre cómo la mente puede
cambiar al cerebro tienen una cualidad impactante,
que hace querer silbar el tema de Dimensión
Desconocida, pero se basan en sólidos estudios con
animales.
Por ejemplo, la atención parece ser una de esas
cosas efímeras que van y vienen a la mente, pero
que no tienen una presencia física real.
Sin embargo, puede alterar el esquema del cerebro
de manera tan potente como cincel de un escultor
modifica una piedra.
17. Como individuos, somos partícipes de
una sociedad compleja.
Cada uno de nosotros generamos o
influenciamos de una u otra forma las
circunstancias que nos rodean.
Hemos sido favorecidos con el supremo
obsequio del libre albedrío.
No podemos más que asumir la
responsabilidad de lo que como
individuos hacemos, decimos, pensamos
y sentimos.
Sabemos que la calidad de nuestros
pensamientos afecta nuestro entorno.
Hoy la ciencia ha venido a demostrar
que también afecta nuestra propia
naturaleza física.
Nadie nos obliga, sólo nuestra voluntad.
…Es tu decisión lo que elijas pensar.