De acuerdo con el Informe Nacional sobre Desaparición de Personas, las mujeres constituyeron un 33% del total de los desaparecidos/as, de las cuales el 10% estaban embarazadas (un 3% del total).
Proyecto de reforma por los Derechos Políticos y Régimen Electoral
Argentina: La violencia sexual como delito de lesa humanidad
1. Argentina: La violencia sexual como delito de lesa humanidad
Enviado por ewituri el Mar, 04/09/2013
(Por Sofía D’Andrea)
SinPermiso, 7 de abril.- De acuerdo con el Informe Nacional sobre
Desaparición de Personas, las mujeres constituyeron un 33% del total
de los desaparecidos/as, de las cuales el 10% estaban embarazadas
(un 3% del total).
Por otro lado, a pesar de no contar con registros completos; se
estima que un tercio de las personas que pasaron por los centros
clandestino de detención y las cárcel éramos mujeres. Digo éramos
porque voy a hablar en primera persona como parte del colectivo de
detenidas durante el terrorismo de estado.
María Sondereger, investigadora a cargo de la cátedra de DDHH de
las Universidad de Quilmes, unos años atrás, abordó una práctica
sistemática, que aparecía subsumida en la figura de tormentos, para
empezar a hablar de Violencia Sexual. Ella explicaba: “Fue necesaria
una transformación de los marcos sociales de memoria para que se
empezaran a crear las condiciones para “nuevos” recuerdos:
La incorporación de la perspectiva de género en la investigación de
ataques sexuales en situaciones de conflicto armado o en procesos
represivos internos permitió identificar una práctica reiterada y
persistente de violencia sexual” y aquí hay un punto para aclarar; los
ataques sexuales lo sufrieron hombres y mujeres pero los efectos
fueron diferentes.
En el caso de ellos buscaban destruirlo avanzando sobre aspectos que
hacen a la identidad masculina, feminizándolo. Los detenidos poco
hablan del tema, hasta donde se sabe no se cuenta con estudios
específicos, pero hay coincidencia en afirmar que silencio se explica
2. por la vergüenza. La vergüenza en las víctimas fue un sentimiento
común, pero en nosotras, además, operó la Culpa, que no se
evidencia en los hombres.
Para poder comprender la direccionalidad de los "castigos" aplicados
a las mujeres detenidas y cómo operó culpa es necesario remitirse al
discurso de la dictadura. Él reúne la mirada del catolicismo
ultramontano, donde las mujeres somos la puerta de entrada al
infierno (que sólo se redime con la maternidad y la sumisión al
hombre); esta premisa se combina con las doctrinas
contrainsurgentes que destilan odio al espíritu emancipatorio e
igualitario de las revoluciones modernas.
Los golpistas reforzaron la concepción patriarcal en las relaciones de
género, consagraron un estereotipo de mujer ligado exclusivamente a
su función procreadora cuyo papel principal debía ejercerse dentro de
la familia, núcleo fundamental del orden y de conservación del statu
quo. De acuerdo a este discurso, la mujer es mujer en tanto madre.
Por ende las presas éramos doblemente transgresoras, no estábamos
consagradas a lo hogareño ni éramos esposas convencionales,
habíamos abandonado la reclusión en lo privado para lanzarnos a lo
público y además cuestionábamos los valores del sistema político.
Al otro lado es bueno recordar que las instituciones militares son
constitutivamente formadoras de guerreros como forma suprema de
hombría, organizadas jerárquicamente, basadas en la subordinación
por rangos, asentada en la sumisión de uno por otros e impregnadas
por la violencia.
Esta caracterización la resalto porque desde ese lugar se disponía de
nuestros cuerpos. Los castigos, torturas y la violencia sexual tenían
intención disciplinadora sobre el conjunto de las mujeres. En una
investigación realizada por el Cladem e INSGENAR -Instituto de
Genero y Desarrollo- de Rosario, volcada en el libro “Grietas en el
Silencio”, se recabó el testimonio de 18 mujeres y 4 varones víctimas
de violencia sexual.
Fruto de ese trabajo, una de sus autoras, Analía Aucía, tipificó las
prácticas inherentes a la violencia sexual que, simplemente, voy a
enumerar: La desnudez continua; la humillación; el exhibicionismo;
la lascivia; el forzamiento a la pornografía; la violación; el embarazo
o aborto forzado y la esclavitud sexual son las prácticas que emergen
de los testimonios recabados para la investigación.
Por su parte, en la misma obra, la psicóloga Cristina Zurutuza, se
pregunta contra qué perfil de mujeres y quienes realizaban estas
atrocidades. La inferencia es que la Violencia Sexual se ejerció contra
3. el conjunto de las mujeres: adolescentes, casadas, adultas incluso
mayores, con y sin militancia, incluso embarazadas.
La practicaban: guardias, carceleros, miembros de los Grupos de
Tareas, oficiales, tripulación, comandantes y hasta jueces militares.
La función apuntaba a “dejar de ser”. No sólo sacar información sino
operar sobre la subjetividad para moldear un nuevo sujeto.
Nosotras quedamos a disposición de las FFAA en Centros Clandestino
de Detención y en cárceles; de los primeros, algunas quedaron con
vida aunque los testimonios conocidos surgen de quienes fuimos
legalizadas y trasladadas a penitenciarías. Las mujeres
estuvimos concentradas en la Unidad de Devoto en Buenos Aires.
Casualmente, no hace mucho se conocieron disposiciones internas de
ese centro, una de 1977 denominada “Recuperación de Pensionistas”
y otra de 1979 que evidencian la finalidad sujetar los cuerpos
apresados hasta en los más mínimos detalles. También la cárcel de
Devoto, fue utilizada para mostrarnos como objeto de exposición, con
motivo de llegada de Organismos externos de DDHH y la Cruz Roja
para monitorear las denuncias internacionales.
De acuerdo a la lógica patriarcal, la guerra es para los hombres,
como en toda guerra, las mujeres nos transformamos en un botín
preciado para los dominadores. La combinación entre ser mujeres
ostentadas y ser mujeres rehenes fortaleció la idea de la dictadura
militar de asentarnos como trofeos propios.
En cuanto al sentimiento de culpa, enraizado en nosotras;
los argumento esgrimidos por los agentes de aquel estado tenían
ligeras variantes. A las madres apresadas se les atribuía haber
cometido, prácticamente, un acto de “filicidio” por no haberse
abocado a sus hijos e hijas y haber incursionado en política. Al resto
de las mujeres se las culpaba de haber cometido actos de abandono y
deserción respecto de otros vínculos como el de hija, esposa o
hermana.
En un espacio de reflexión las ex presas políticas concluimos en
que “lo que buscaban los militares era hacernos creer que nosotras
buscábamos la muerte, éramos las que nos hacíamos torturar, las
que abandonábamos a nuestros bebés y a nuestros deberes y
responsabilidades como mujeres, como madres, como miembros de
una familia de origen y la constituida por decisión propia”.
Paralelamente rondaba la percepción de que nos violaban porque
nosotras, en cuerpo de mujer, éramos una tentación
irrefrenable. Muchas cargaban con esa culpa. Para completar el
panorama diré, que el discurso adoptado por la represión hacía y
4. hace una exaltación de la maternidad, pero a la vez se ejerció una
operación de exterminio sobre las militantes madres, apropiándose
inescrupulosamente del linaje de niños y niñas nacidos en CCD.
Si bien en la cárcel legal esta subversión de sentidos no tomó esa
forma extrema, también el centro de la mortificación coincidió con la
pauta de género, ya que si una mujer podía emular a los hombres en
la lucha y en las cuestiones de estado, debía ser confinada,
obstruidas sus facultades intelectuales, y retirados sus pequeños
hijos o hijas, aún lactantes, de las celdas o despojadas de su
descendencia.
Entre las ex detenidas persiste el ocultamiento y el silencio sobre la
violencia sexual sufrida en aquella etapa; quienes estamos dispuestas
a hablar de esto, encontramos en la palabra la posibilidad de
liberarnos de lo sucedido; pero, a la vez, sostenemos que quienes
pertenecieron al aparato represivo deben ser juzgados por violación,
no solo por tortura, porque muchos violaron y otros fueron cómplices
de esos ataques, todos lo sabían.
Finalmente, aunque perdurarán por siempre las cicatrices, creemos
que la reparación llegará con la Justicia.
*Sofía D’Andrea es periodista argentina. Este fue el texto de su
ponencia en el panel “Lesa Humanidad: delitos contra la integridad
sexual” organizado por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la
Universidad de Congreso, Mendoza 26 de marzo de 2013
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