1. CAPÍTULO 1
NARRA DESDE MI BAUTIZO HASTA LA MUERTE DE
MI PADRE
Recuerdo desde que me bautizaron que fui
a la iglesia de la mano de mi madre y mi hermana
Serafia, dado que cuando me bautizaron tenía
tres años, porque yo nací en medio de la guerra, el
1 de Diciembre de 1937, y hasta que no se acabó
la guerra no empezaron a bautizar.
Siguiendo en la infancia recuerdo que la
economía era mala, estaba entonces muy mal,
claro como la terminación de una guerra.
Entonces lo primero que no había dinero
para comprar, así que hubiera habido las cosas
que hay hoy de poco hubieran servido, yo como
era muy pequeño y canijo, pues las patatas que le
echaban a la comida las dejaban para mí y ellos se
comían la calabaza que en aquellos tiempos era
muy abundante, a pesar de todo algo había para
comer, ya que tenían arrendada una finca, y de allí
se recogía para comer, así como trigo, patatas,
tomates y pimientos para conservar, garbanzos,
judías, lentejas, etc. Al mismo tiempo con cosas
del campo como remolachas, habas, alfalfa, se
criaban algunos animales, que ayudaba mucho
como cerdos, gallinas, conejos y pollos, y de ahí es
1
2. donde se comía carne cuando se comía. En fin, se
iba viviendo y no se pasaba hambre, dinero no
había ya que mi padre no podía trabajar porque
tenía una enfermedad que le impedía hacer
esfuerzos, cosa de la espalda, cuando yo tenía
cuatro o cinco años mi madre se colocó en un
horno que había en la calle donde vivíamos, en la
calle del Plato. La mujer necesitaba a una persona
para que le ayudar a llevar la panadería o el horno,
más bien para barrer el horno y hacer la masa y el
pan. Mi madre se colocó en ella, y ya por lo menos
el pan lo teníamos seguro, le daban un pan y 5
pesetas cada día, eso en aquellos tiempos era muy
bueno.
Mi vida empezó a funcionar cuando yo podía
con una espuerta a cuestas. A la escuela empecé a
ir con 6 años, a los 8 hice la primera comunión,
además de ir a la escuela antes y después, tenía
que ir por las calles y caminos buscando y
recogiendo lo que cagaban las bestias, mulos y
borricos, para echárselo a la tierra, para sembrar
cuando llegaba el tiempo.
Mi niñez fue como la de otros niños de
nuestra clase, jugar, ir a la escuela y recoger
estiércol hasta que pude hacer otra cosa, como
cuidar de mi hermano menor e ir a trabajar a la
tierra.
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3. Cuando tenía 9 años, mi madre, como había
aprendido el oficio de panadera alquiló un horno
que había debajo de la
calle del Planto que
era del tío Manuel “El
Mama”, y se lo alquiló
porque lo tenía
cerrado, y se lo
alquilaron por 45
pesetas al mes, por cierto que al poco tiempo mi
padre pensó que juntando la cuadra con el portal
podíamos hacer el horno, y así lo hicieron, y así no
teníamos que pagar el alquiler, y en donde dormía
mi abuela, poner la cuadra, y a la vez para guardar
las támaras para cocer el pan.
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4. Cuando yo tenía 11 años mis padres me
mandaron de mozo con una familia a la sierra, o
Almicerán, y así había una boca menos en la casa,
pero el trabajo que me mandaban hacer era
superior a mis fuerzas y a los tres días me volví al
Pozo.
Cuando mi padre no podía trabajar, me
llevaba a la tierra a cavar, regar, todo lo que
podía hacer. Un día mi padre echó de menos del
bolsillo del chaleco 35 céntimos y pensó que yo se
los había cogido, y yo no se los podía dar porque
yo no los tenía, entonces me mandó a que le
trajera la espuerta de estiércol de castigo, era
invierno y estaba todo cubierto de nieve, así que
yo no sabía de donde coger el estiércol, aquel día
no sé cuantas cosas pensé porque yo era inocente,
cuando fui casi de noche, y ya le habían aparecido
los 35 céntimos, los tenía en el forro del chaleco,
tenía el bolsillo roto, así que aquello fue muy duro
para mí.
Cuando yo tenía 10 u 11 años mi padre me
llevó a las salinas de Hinojares a por sal para
hacer el pan para el horno, después ya iba yo solo,
las salinas estaban a 7 km del Pozo.
Más adelante, en el verano de 1950 estuve
vendiendo churros por las calles del Pozo con un
churrero que se llamaba Ceferino San Roque.
Tenía de vez en cuando que pregonarlos diciendo:
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5. “¡Calientes, calientes, uhmm, uhmm!”, para que la
gente saliera a comprar. Y así se vendían, éramos
dos o tres muchachos los que lo hacíamos, y es
que había tres churrerías y cada una tenía un
muchacho más o menos del mismo tiempo.
Algunos días cuando entregaba el dinero al
dueño me faltaba algún dinero, y es que había
gente ladrona que me lo quitaban de la cesta, que
era una cesta alargada con un asa en el medio que
me la cargaba en el brazo y por detrás me los
quitaban porque me entretenían por la parte
delantera. Al final los descubrí, eran unos
hombres que les llamaban “Pajeros”, que se
dedicaban a encerrar la paja a la gente con los
borricos y unas jabegas de cuerdas parecidas a
las redes. El dinero que me daban que era poco lo
guardaba en una alcancía para comprarme mi
madre algo para la feria. Esto lo estuve haciendo
dos o tres veranos.
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6. CAPITULO 2
NARRA DESDE QUE DEJÉ EL COLEGIO Y
EMPECÉ A TRABAJAR
Hasta los 14 años fui al colegio, porque
cuando tenía esta edad mi padre murió a causa
de su larga enfermedad. Yo tuve que dejar la
escuela y dedicarme a trabajar en todo lo que
podía. El trabajo que hacía en el campo era ir con
los muleros a echar garbanzos detrás de los mulos
en el surco que iba dejando el arado, cosa que se
me daba muy bien, y para hacer ese trabajo me
llamaban mucho.
También ya cuidaba de todo lo que podía en
la finca que teníamos junto al campo de futbol,
que algunas veces, en vez de ponerme a hacer
cosas en la tierra me iba a jugar al futbol con los
críos. Mi hermano José que iba detrás de mí, yo
le llevaba 5 años, también hacía lo que podía así
que entre los dos arreábamos la tierra. Al final de
la enfermedad de mi padre no nos dejaban que
nos acercáramos mucho a él, pero cuando sintió
que moría nos llamó a todos sus hijos que somos 5
y se fue despidiendo de uno en uno dándonos el
último beso y al poco murió, tenía 48 años y se
llamaba José Ramón.
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7. CAPITULO 3
NARRA DESDE QUE EMPEZÓ LA CARRETERA
DE LA BOLERA HASTA SU TÉRMINO
Al principio de 1953, vino una empresa de
Galicia a Pozo Alcón a hacer la carretera que
había proyectada de antes de la guerra, que iba
de Pozo Alcón a Cieza por Caravaca, la carretera
A-326, desde el Km. cero que empezamos en Pozo
Alcón en el antes llamado “Cortijo de Julio” hasta
el Puente de la Bolera, que aún no estaba hecho.
Este puente se hizo después, cuando hicieron el
Pantano de La Bolera. Mi madre tenia amistad con
el peón caminero, se llamaba Rafael, porque
hacían el pan para su casa en nuestro horno, y de
ahí venía esa amistad. Habló con él, que por
mediación suya hablaría con el encargado de la
carretera para que me diera trabajo, así que a
mediados de mayo me llamó para trabajar.
Como era menor de edad, el trabajo que yo
hacía era de pinche, que mi trabajo era darle agua
a los trabajadores, claro cuando no pedían agua,
pues tenía que hacer otras cosas, lo que me
mandara el capataz de la cuadrilla. Yo tenía que ir
a por el agua a donde cogiera más cerca, porque
tenía que ir con un cántaro con unas hombreras de
ramal a cuestas.
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8. La carretera se hizo totalmente a mano,
como se dice, a pulso, a pico y pala era la
maquinaria que había, eran carretillas de mano
hechas de madera con la rueda de hierro.
Luego cuando la carretera tenia el piso con
el recebo echado, vino una máquina asentadora a
vapor para apisonarla, que era lo último que se le
hacía, el recebo era chiporro.
En mayo de 1955 se terminó la carretera, a
falta de hacer los muretes para la baranda del
puente de Arroyo Seco, lo cual quedamos dos para
hacerlo, un albañil llamado Emilio “Quitabastas” y
yo, que entre los dos no pesábamos sesenta kilos.
A mediados de Julio acabamos el trabajo
del puente y me quedé sin trabajo. Bueno, pues
me dije: ahora al campo cuando halla, porque no
había más trabajo que era ese y la Sierra.
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9. CAPÍTULO 4
NARRA SOBRE EL VIAJE A GALICIA
El día 6 de agosto el encargado que hizo la
carretera, se llamaba Enrique Taboada Durillo,
nos llamó a diez de los que estuvimos trabajando
en la carretera del Pozo, para que el día 9 del
mismo mes, o sea tres días después, saliésemos
para Orense. Ya nos dijo donde teníamos que
bajarnos del tren, que era en Ruapetin, y coger el
autobús que nos llevara a Viana del Bollo, y de allí
a Santa Marina de Frujanes. Cuando me lo dijo
Francisco Fontarrosa que fue a quien mandaron
con el aviso, corriendo se lo dije a mi madre. Le
digo: “Madre, ya tengo trabajo”. Mi madre como
es natural le dio mucha alegría, y me preguntó que
con quien; pensaba que era en el Pozo. Pero
cuando le dije que era en Galicia en la provincia de
Orense a tres días del viaje, pues se quedó como
se dice helada, porque en aquellos tiempos salir
uno de casa a trabajar era muy duro, y además
tan lejos y tan joven, que todavía no tenia
dieciocho años hasta diciembre que no los cumplía.
Llegó el día de la marcha, el día 9 de agosto
por la mañana salimos en el autobús a Baza, con
una maleta atada con una cuerda. A mediodía
cogimos el tren que nos llevó a Alcantarilla,
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10. cogimos otro tren que nos llevó a Chinchilla, de
allí otro que nos llevó a Alcazar de San Juan, otro
para Madrid, que llegamos por la mañana, y hasta
las once de la noche no salimos para Galicia, así
que estuvimos todo el día por Madrid viendo
cosas. A las 11 de la noche salimos para Galicia,
estuvimos toda la noche de viaje, en aquellos
tiempos los asientos eran de madera, tragando
carbonilla, porque los trenes iban a vapor, y
cuando había un poco de cuestas te podías bajar y
andar más que el tren. Como el tren iba a tope nos
tocó hacer todo el viaje en el pasillo sentado
encima de la maleta sin poder pegar un ojo y sin
descansar.
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11. CAPÍTULO 5
NARRA DESDE LA LLEGADA A GALICIA HASTA
MEDIA TEMPORADA
El día 10 de agosto a las ocho de la mañana
llegamos a la estación de la Rua de Petín, como
era de costumbre lo primero que se hacía después
de levantarse, era ir en busca de la copa de
aguardiente, buscamos un bar en la estación y allí
había uno. Entramos y pedimos una copa de
aguardiente, pues pusieron diez copas
encarriladas, uno coge su copa se echa su trago y
se calla, el uno, el otro, todos igual, pero que a
más de uno se le caían dos lágrimas pero todo el
mundo a callar. Es que aquello que nos pusieron
era fuego ardiendo, era cazalla aguardiente
casero del país. Así que refiriéndose a lo de la
copa, todos picamos, porque si el primero dice
algo los demás no bebemos, porque la copa entera
no nos la pudimos beber, porque no estábamos
acostumbrados.
A media mañana cogíamos el autobús que
iba a Viana del Bollo, que era donde teníamos que
bajarnos para ir a donde íbamos. Aquel pueblo era
el más importante de aquella comarca, me refiero
a Viana del Bollo. Tenía cuatro mil habitantes. Allí
11
12. era como la capital pequeña. Tenía treinta
pueblecillos bajo su mando.
Cuando nos bajamos del coche preguntamos
a la gente de allí que donde estaba Santa Marina
de Frujanes y nos dijeron que cogiéramos un
camino que había y que fuéramos preguntando.
Tardaríamos más de una hora en llegar, porque
había que ir andando, que era camino de carros
tirados por bueyes, pero como íbamos con el “ato”
a cuestas tardamos más, de vez en cuando
parábamos a descansar y reponer fuerzas.
Íbamos caminando y nos encontramos con
un hombre que estaba con unas pocas ovejas y le
preguntamos:”¿Vamos bien para Santa Marina de
Frujanes? Y nos dijo: Sí, camiño ancho”; quería
decirnos que siguiéramos adelante porque de lo
demás no le entendimos nada, porque no sabía
castellano. Él nos hablaba en gallego y nosotros ni
papa, no lo entendíamos.
La carretera en la que íbamos a trabajar
era para comunicar siete u ocho pueblecillos
pedáneos con Viana del Bollo, que de momento se
comunicaban por caminos o veredas, por los
montes y barrancos, en estos pueblecillos o
aldeas no conocían la luz eléctrica.
Después de hora y media llegamos al sitio
porque aquello no era un pueblo, era una aldeilla
de once familias y once casas de aquellas de
12
13. piedra, los tejados de pizarra y las calles llenas
de caca de vaca, barros y lastras de piedra.
Nos estaban esperando, porque el
encargado de la carretera ya lo tenía todo
preparado, hasta los que íbamos a estar con cada
familia.
El encargado les dijo que iban a venir diez
andaluces. Ellos creían que los andaluces éramos
de otra forma, y salieron todos corriendo
gritando, “¿Han venido los andaluces, han venido
los andaluces, aí abaixo!”
Aquella gente vivían muy atrasados,
comparados con nosotros, por lo menos 20 años,
no sabían lo que era una bicicleta, porque uno llevó
una y se quedaron confusos de ver como no se
caía de ella, claro que hasta que no se hiciera la
carretera no podían andar por ningún sitio.
Cuando la carretera estaba ya muy
avanzada, fue el primer camión a llevar
herramientas, pues cuando llegó el camión que era
uno de aquellos Ebros con el morro delante, pues
el conductor levantó el capó para echarle agua al
radiador, algunos decían que tenía la boca abierta
“ten fame”, que quiere decir que tiene hambre y
le llevaron hierba para que comiera.
Bueno, el día que llegamos, nos repartieron
a cada cual a la casa que nos esperaba. Yo, con
otro que se llama Juan (porque aún vive), nos tocó
13
14. con una madre y una hija soltera de 25 años. La
madre era viuda de unos 50 años, se llamaba
Antonia y la hija Josefa. Eran muy buenas
personas, sin malicia, muy buena gente, todos allí
lo eran. El tiempo que estuvimos lo pasamos muy a
gusto, más que si hubiéramos sido familia de ellas,
nos hacían la comida y nos lavaban la ropa.
Nosotros comprábamos todo lo que hacía
falta para hacer la comida, las cosas las
comprábamos en una cantina que allí había, como
una pequeña tienda de aquellas que había en el
Pozo antiguamente, con las cosas más precisas
como el pan, el vino, el aceite, garbanzos, judías,
arroz, bacalao, patatas, fideos, chocolate,
sardinas en aceite y en escabeche, caballa, tocino,
… Esto es lo que comíamos. Muchas veces nos
ponían ellas de su comida que a mí me encantaba,
era caldo gallego. Allí comían de lo que criaban.
En aquellas casas la cocina donde se estaba
y se hacía la comida no tenía chimenea, por lo
tanto el humo salía por donde podía. Nosotros no
estábamos acostumbrados, los ojos se nos ponían
como el puño y siempre llorando, claro del humo,
no de pena.
Una vez que estábamos todos cada cual en
su sitio, entre aquellas buenas familias, tanto
ellas como nosotros convivíamos estupendamente.
En aquellos tiempos había costumbre de ir de
14
15. visita a lo de los familiares y amigos por la noche,
en Galicia decían “Fiadeiro”, se puede decir que
casi se lo echaban a sorteo para que fuéramos a
sus casas, a pasar la velada. Ellos se divertían y lo
pasaban en grande con nosotros, unos decían
chistes, otros cantaban y el cante andaluz les
gustaba mucho, y si era por Antonio Molina ya era
demasiado, y ya de camino nos obsequiaban con lo
mejor que tenían.
Al poco tiempo de estar allí me compré una
armónica y aprendí a tocarla, y con eso hacíamos
muchos bailes. Allí había nueve mozas, ellas
solamente querían bailar con los andaluces y más
con los jóvenes. También hacían juegos en los que
yo iba beneficiado. Claro, que entonces allí no
había luz, o te ibas de visita o te tenías que
acostar enseguida. La luz de noche era un quinqué
o una vela, o la que reflejaba del fuego, porque de
noche casi siempre estaba encendido, porque
siempre hacía mucho frío.
CAPÍTULO 6
15
16. NARRA CUANDO EMPEZAMOS A TRABAJR Y
MANDÉ EL PRIMER DINERO
Cuando empezamos a trabajar, yo estaba
deseando de acabar el primer mes de trabajo
para cobrar y mandarle el primer dinero que
ahorrara a mi madre, porque allí no necesitábamos
el dinero para comprar, porque la comida que
necesitábamos nos la daban en la cantina, y
cuando cobrábamos el mes de trabajo, entonces
le pagábamos.
Cuando cobré y pagué me quedaron 500
pesetas, que en aquellos tiempos era dinero.
Para mandar el dinero se lo dábamos al
cantinero para que nos lo girara, porque el bajaba
muy a menudo a Viana de Bollo. No sé que pasaría,
porque el primer giro tardó el llegar más de lo
normal, pero llegó. Yo me sentía muy feliz, cuando
le mandaba dinero a mi madre, ganábamos a cinco
pesetas la hora, al día trabajábamos normalmente
10 horas cuando el tiempo lo permitía, entonces
en el Pozo se ganaba alrededor de veinte pesetas
la hora. Eso hizo que cuando la gente se enteró se
infectó de gente del Pozo. Entonces aquello
cambió mucho, porque muchos se emborrachaban
y se peleaban, cosa que mientras estuvimos los
diez primeros solos eso no pasó.
16
17. Yo lo pasé bastante bien, porque con eso de
tener en la cas una moza como se decía allí, pues
yo dije que si quería venirse a Andalucía, y ella
decía que sí que se venía conmigo, claro que yo no
se lo decía de verdad, además me llevaba cinco
años, pero ella se lo pasaba bien conmigo, porque
los gallegos eran muy fríos y nosotros las
andaluces todo lo contrario. Ella de mí se fiaba,
hasta cierto punto, porque le gustaba que la
besara y tocara, y a mí más y punto.
CAPÍTULO 7
17
18. NARRA DE CUANDO ESTUVE DE ARRIERO
Empezamos a trabajar el día 13 de agosto,
lo primero que nos dieron, una pala a unos y un
pico a otros, en fin, varias herramientas, pero
todas manuales. El trabajo era duro, pero había
que hacerse uno más duro todavía, ya que era el
más joven y el más endeble se podía decir. Yo de
joven me criaba muy delgado, claro y me cansaba
antes que ellos, pero no lo daba a demostrar.
Echábamos el tiempo de verano ocho horas, que
allí el verano se notaba poco, yo estaba deseando
que llegara el domingo para descansar y recuperar
fuerzas.
Como se dice tuve un poco de suerte porque
a los dos o
tres meses
me pusieron
de arriero
con una
recua de
borricos, de
cuatro o
cinco, para
llevar arena
y cemento, para hacer las alcantarillas y los
puentes.
18
22. CAPÍTULO 8
NARRA DE CUANDO ME TRASLADARON DE
TRABAJO Y TUVE QUE VOLVER AL MISMO SITIO
Era mediados de diciembre cuando se
terminaron las alcantarillas y los puentes, y ya los
borricos se los llevaron a otro sitio, pues aquel
trabajo se acabó, yo lo pasé bien, era el mejor
trabajo.
En esos días el encargado de la carretera
tenía que trasladar una Coya de seis o siete
hombres, a otro trabajo que había a unos 50 Km.,
era en la provincia de Lugo, el pueblo se llama
Villamoiz.
Entonces me dice:”Carrión, te vas a ir con
tus paisanos, que van a trabajar a destajo, así que
me fui con ellos.
Por aquellas fechas, ya había mucha gente
de Pozo Alcón allí, era a finales de Diciembre, ya
estábamos en el nuevo trabajo, llevaríamos ocho o
diez días cuando cogí un resfriado y estando en el
trabajo me tuve que ir para casa porque me dio un
calenturón que no me tenía de pie. Llevaba dos o
tres días malo, y viendo que no me mejoraba
pensé en irme de Santa Marina otra vez, porque
allí si había quien me cuidara, así que le dije al
encargado que si podía irme otra vez a Santa
22
23. Marina, porque allí nadie hacía caso de mí y cada
día estaba peor. Me dijo que sí, que me fuera allí
al trabajo de antes, o sea a la carretera.
Lo malo era que entonces e aquellos lugares
no habían combinaciones de coches de línea como
hoy, ya que también era un pueblo pequeño. Pues
la manera que había de salir de allí era en el tren
que estaba la estación a media hora de camino,
pero andando con el “ato” a cuestas el camino se
hace más largo.
La estación era la de Montefurado. El tren
pasaba a las 9 de la mañana que iba para la Rua de
Petín, donde yo tenía que coger el coche de línea
que me llevara a Viana del Bollo.
Yo salí de Villamoiz a las 8 de la mañana,
con tiempo suficiente para coger el tren, pero con
la maleta a cuestas y lo mal que iba llegué cinco
minutos después de pasar el tren. El próximo
pasaba a la 1, tenía que esperar cuatro horas, y
luego llegaba cuando el autobús ya se había ido,
así que me dije: “Antonio, ve adelante poco a poco
hasta la Rua de Petín.
Vuelve a repetirse la misma historia, la
mala suerte estaba conmigo, cuando llegué ídem
de lo mismo, llegué tarde, acaba de irse el coche
de línea y hasta las 5 de la tarde no salía el
próximo. Ya no me quedó más remedio que
esperarme hasta que saliese ese autobús.
23
24. Llegamos a las 6 de la tarde a Viana del
Bollo.
Pues como se comenta anteriormente de
Viana del Bollo andando normal de tardaba una
hora, pero con la maleta a cuestas y un bultillo
que eché tardé dos horas y creía que no llegaría
nunca. Cada vez que me daba tos, porque la
garganta la tenía en carne viva, escupía hasta
sangre, luego además era de noche y no veía nada.
Por donde andaba llevaba una linterna, porque por
allí abundaban los lobos, y estos si ven luz no se
arriman; pensaba: “Como se me avería la linterna
los lobos me comen”.
Cuando por fin vi una luz a lo lejos, una luz
triste porque era de una vela detrás de un cristal
sucio vi como se dice a Dios, porque ya sabía que
estaba llegando a casa como así era, y por fin
llegué.
Había que subir un tramo de escaleras para
entrar en la casa, allí todas las casas eran lo
mismo, todas estaban en alto, se me antojaba
mentira cuando subía las escaleras.
Llamé a la puerta cuando y cuando vi a la
Señora Antonia dije “estoy salvado”, porque yo
sabía que aquella mujer era como mi madre, se
portaban estupendamente con nosotros, así que
cuando se les podía hacer alguna cosa como ir por
las noches a encontrar alguna oveja que se les
24
25. extraviaba, porque si las dejaban fuera los lobos
se las mataban.
Bueno, fue entrar en la casa de la Señora
Antonia y puso vino para cocerlo en el fuego y me
dice: “esta es la mejor medicina” para un
resfriado, y fue verdad que aquello me curó el
resfriado, ahora, que estaba malísimo, eran de
esas medicinas caseras porque el médico allí
estaba en Viana del Bollo y no había teléfono, con
lo que tenían que ir con un caballo a por él cuando
les hacía falta, y luego llevarlo.
25
26. CAPÍTULO 9
NARRA DE CUANDO VOLVÍ OTRA VEZ A
SANTA MARINA HASTA QUE VOLVÍ A POZO ALCÓN
Cuando volví otra vez a Santa Marina y me
vieron llegar, creían que había ido a por los
paquetes que les habían dado en el Pozo, porque
estuvieron Juan y el otro del Pozo en la Navidad a
ver a sus familiar, pero les dije que no había ido a
por nada, que la vuelta allí era porque estaba
malo, que tenia un resfriado bastante gordo, y allí
nadie se acordaba que estaba malo ni para darme
una gota de nada, y los compañeros tenían que
irse a trabajar y no volvían hasta la noche y poco
podían hacer por mí.
El tiempo iba pasando y yo ya no estaba de
arriero. Ya el trabajo era
otro. Me pusieron a picar
piedra para el piso de la
carretera que llevaba
treinta o treinta y cinco
centímetros de espesor. El
trabajo era pasajero,
mejor que estar con el
pico y la pala, la
herramienta era menos
26
27. pesada, era un porrillo de un kilo y dos kilos
acoplado a una vara.
A final de junio la carretera
se estaba acabando y antes de quedarnos sin
trabajo fuimos tres o cuatro a pedir trabajo en
una carretera que estaban haciendo de Pías a
Porto, de la provincia de Zamora, que estaba a
tres o cuatro horas andando a través de las
montañas. Nos dieron trabajo, estuvimos dos
meses que nos faltaba para la feria de nuestro
pueblo Pozo Alcón, así que a últimos de agosto
pedimos la cuenta y nos marchamos para casa.
27
28. CAPÍTULO 10
NARRA DE CUANDO ME PUSE NOVIO Y ME
FUIU A TERUEL A LAS MINAS
En Agosto de 1956 llegamos a Pozo Alcón
después de un año en Galicia.
La feria empieza el día 3 de septiembre y
yo quería arrimarme a la que es mi mujer hoy,
pero me daba corte, porque ella como vivía con
gente, como se decía antes, señorita, pues yo no
me veía la forma de arrimarme a ella.
Por fin la última noche de la feria, antes de
la cena, la veo con su amiga y su novio en el paseo,
y el novio era amigo mío, Cerferino y su novio
Leocadia, y me dije que esa era la ocasión de
arrimarme. Y así, como el que no quiere la cosa me
acerqué y dije que si estorbaba, “noooo”, me
contestaron, en fin, que me enrollé y la cosa
funcionó, y dije “adelante”, y seguimos juntos
hasta la hora de cenar, y ya quedamos para
después y hasta que se acabó la feria. Quedamos
para seguir viéndonos todos los días siguientes
hasta que ya la cosa quedó en lo que queríamos,
ser novios.
El veinte o veintiuno del mismo mes, vino de
Teruel un tío mío por parte de mi madre,
hermanos de padre, se llama Juan Pedro, que aún
vive. Yo como estaba sin trabajo, como tanta
28
29. gente había, le conté que hacía unos días que
había venido de Galicia, que había estado un año
allí trabajando en la carretera. Entonces me dijo
que si quería irme a trabajar allí con él, que
estaban haciendo una vía del tren. Yo lo que
quería era trabajar, pero en el Pozo, pues no
había como fuera que alguien te avisara a echar
un día o dos de cava, así que le dije que sí que me
iba con él. Le pregunté que cuando se iba para
Teruel y me dijo que el día 27 de septiembre si no
pasaba nada.
Y que mala pata, yo que acababa de
ponerme novio y me tenía que ir a trabajar; en
esos tiempos había que trabajar y no se podía
estar uno de paseo.
Bueno, cuando se lo diga a ella que me voy a
Teruel a trabajar cómo se lo tomará, a ver que iba
a decir,
la
criatura,
pues yo
era el
que tenía
que verlo,
que a ella
le
gustaría
que estuviéramos juntos como es natural, pero lo
29
30. comprendía, que el trabajo es lo que daba de
comer. Bueno, ya vendría, que eso no era para
siempre, que una temporadilla se pasa pronto,
aunque en realidad en esa situación el tiempo se
hacía más largo, pensado uno en el otro.
30
31. CAPÍTULO 11
NARRA DE LA IDA A TERUEL, ACABADO DE
PONERNOS NOVIOS
Llegó el día de la ida, y la noche antes de
despedirnos como dos novatos, con un poco de
timidez, claro que aquellos tiempos eran distintos
a los de hoy, eran los años 50.
Bueno, le dije que me diera las señas para
escribirle, y me dice que ella escribía muy mal,
que había ido muy poco a la escuela, que había
tenido que dejarla para ayudarle a su tía Quica,
en la huerta, en el campo. Yo le dije que eso no
era ningún problema porque nadie las va a leer
nada más que yo, que ya poco a poco lo iría
haciendo mejor.
Bueno, pues a otro día por lo mañana a las
8, cogimos el correo como se decía en aquellos
tiempos, para Baza, que allí teníamos que coger el
tren para Valencia, y allí cogíamos otro que nos
llevó a Teruel. En Teruel cogimos un autobús de
aquellos tiempos que era una tartana y nos llevó a
un pueblo que se llamaba Fuentes Calientes, si es
que aun existe. Allí vivía una familia que eran los
padres de la novia de mi tío, que por cierto eran
de familia de Martín “Bespunte”, el que trabajaba
31
32. de fontanero y se dedicaba también a arreglar
máquinas de coser.
Llegamos al pueblo, y como es natural a la
casa, y lo primero que hice, cuando me informé de
dónde iba a vivir, cogí una carta y me puse a
escribirle a mi novia, con un poco de duda si me
contestaría o no, pero sí me contestó, en seguida
que recibió la carta me contestó, el flechazo hizo
efecto.
Allí sólo estuvimos un día. Al día siguiente
nos fuimos donde iba a vivir mientras
estuviéramos allí.
El trabajo que me esperaba no era el que yo
me creía, lo de la vía del tren no era verdad, la vía
estaba cerca de allí, pero estaba parada desde
antes de la guerra, así que el trabajo era en las
minas de carbón.
Al día siguiente llegamos al sitio donde
estaba el trabajo, era un barrio de viviendas de
planta baja hechas para los mineros, que estaban
a unos trescientos o cuatrocientos metros de la
mina.
Allí vivía una tía mía hermana de mi tío
Juan Pedro, con su marido. Ella se llamaba
Asunción y el marido Antonio, los dos ya
fallecieron.
32
33. El sitio aquel se llamaba Cotominero del
Rillo, porque aquello pertenecía al pueblo llamado
Rillo, y estuve allí 3 meses.
33
34. CAPÍTULO 12
NARRA DESDE LA LLEGADA A TERUEL HASTA
QUE ME VINE A POZO ALCÓN
Cuando llegamos mi tío habló con el
encargado o jefe de la mina para pedirle trabajo
para mí, y al día siguiente empecé a trabajar.
El trabajo era muy sucio, porque era de
trabajar con el carbón, y allí la ropa blanca perdía
el blanco para volverse gris, porque aunque la
lavaban lo único que se iba era el polvo. En
aquellos tiempos había jabón de aquel del
“Lagarto”, que por lo visto el lagarto se iba en
cuanto lo metían en el agua.
El trabajo que hacía era de cribar carbón
con unas cribas mecánicas muy grandes donde ya
salía clasificado de tamaño para cuando llegara el
camión cargarlo con unas horcas de hierro. Era un
trabajo duro pero es lo que había, todo el trabajo
era bueno para el que quería trabajar.
Llegó el invierno y empezó a nevar con lo
que en la calle no se podía trabajar casi ningún día
por el mal tiempo, entonces me dijo el encargado
que me metiera abajo en la mina, que allí no hacía
frío. Yo le dije que a mí me daba miedo la mina, y
como era final de diciembre le dije que me
arreglaba la cuenta que me iba a mi casa.
34
35. Así que el día tres me pagaron y a otro día
arreglé mis cosas, y como yo tenía allí mi bicicleta
fui a un pueblo que había cerca que se llamaba
Pancrudo y le compré a mi novia unos pendientes y
un alfiler para echárselo en los Reyes. Yo también
me compré una pelliza con el cuello de pelo, y el
día 5 de Enero de 1957 llegué al Pozo por la
tarde. Llegué a mi casa y al rato de estar con mi
madre pues me fui a lo de mi novia, la saludé y de
camino le dí los Reyes.
35
36. CAPÍTULO 13
NARRA DESDE LOS REYES HASTA EL VERANO
Al día siguiente, día de los Reyes, como es
natural fuimos a misa, y eso era un motivo para
vernos después de la misa y pasearnos en la plaza.
Ya de ahí en adelante nos veíamos todas las
noches. En aquella época habíamos comprado un
borriquillo para que mi hermano le trajera las
tamaras a mi madre para el horno y leña de la
sierra para venderla. Mi hermano ya tenía 15 años
y también hacía lo suyo. Yo casi siempre iba a
darle agua al borrico a la Fuente Taza por ver a la
novia que sabía cuando pasaba y estaba en la
ventana que se veía desde la calle Maya. Bueno,
volviendo a lo de antes sobre pasearse, pues había
que ir acompañado, porque eso de ir solos estaba
muy mal visto. Fue pasando el tiempo, el carnaval,
la Semana Santa, y nosotros tan enamorados
siempre, no podíamos pasar un día sin vernos. Ella
iba a coser a la sastrería de Antonio “El Bollo”. Yo
vivía en la calle del Plato y yo desde el balcón de
mi casa la veía pasar por lo alto de la calle cuando
iba a la sastrería a coser, pues como siempre
pasaba a la misma hora, si yo estaba en mi casa
porque no fuera a trabajar o a algún sitio, pues
36
37. me asomaba al balcón de la casa para verla pasar.
Con eso me consolaba, en aquel tiempo a la novia
hasta la noche no se podía ver normalmente.
Ese primer verano no me fui a ningún sitio a
trabajar, porque encontré trabajo en el Pozo, en
una pista que estaban haciendo, desde el Ceo de
la Mesa hasta el río Guadiana Menor por la cuesta
del Negral. A los quince días de acabó la pista,
pero allí había más trabajo, plantar chopos y
hacer caballones grandes, para que el agua se
embalsara para los chopos, así que me quedé
trabajando plantando chopos. Como era verano allí
hacía un calor insoportable, el agua era malísima
la de beber, porque el agua era del mismo río y
casi siempre bajaba turbia.
37
38. CAPÍTULO 14
NARRA DESDE EL VERANO DEL 1957 HASTA
CUANDO ME MIDIERON PARA LA MILI
Un día, cuando venía del trabajo del río
Guadiana, habían unos albañiles haciendo una casa
por debajo de la sastrería donde cosía mi novia, y
me dijeron que si quería irme a trabajar con ellos
para llevarles el agua para la obra, porque en
aquellos tiempos no había agua nada más agua que
en las fuentes públicas y había que llevarla a la
obra a cubos, uno en cada mano. Otros la llevaban
con borricos o burrascos con cántaros pero así
era más peligroso porque si se espantaba el
animal, cosa que era corriente, los cántaros se
rompían, con lo que lo más seguro eran los cubos
en la mano, claro que ya te los daban bien
grandes.
No me lo pensé ni un instante y les dije a
los albañiles que sí, y dejé el trabajo del río
Guadiana y me fui con ellos a la obra. Estuve allí
hasta la temporada de la aceituna porque en esa
época la gente paraba de trabajar para coger la
cosecha, por trabajo en la construcción la verdad
había poco.
Por aquel tiempo yo tenía una bicicleta y
que dedicaba a traerle a mi madre las tamaras
para cocer el pan en el horno. Yo como
38
39. madrugaba, cuando los guardad de la sierra se
levantaban ya tenía dos viajes de tamaras
preparados, bajaba uno primero y enseguida volvía
a por el otro. Por aquellos tiempos mucha gente se
buscaba la vida con la sierra bajando la leña para
los hornos, que había siete u ocho. Cuando la
gente llegaba con sus borricos a la sierra yo ya
bajaba con el segundo viaje con la bicicleta, que
con los dos viajes bajaba la carga de un borrico.
En el portaequipajes le ponía dos palos que
salieran para atrás y allí amarraba el haz de
tamaras y para casa carretera abajo.
Llegó la cosecha de la aceituna y me salió
“amo”, como se decía entonces, y además de coger
nuestra aceituna echaba la temporada con los
ajenos. Así estuve casi un mes. Era con la familia
del tío Juan Catena que tenía muchas fincas.
Se acabó la temporada, pasó la Navidad y el
Carnaval y como ya tenía cumplidos los 20 años me
midieron para la mili. Cuando medían a los quintos
era un día de fiesta para los que se medían. Yo y
tres amigos más, Francisco “El Rubito”, Francisco
Férez y Francisco Mesas, los tres “Franciscos”,
compramos un choto y en el cortijo de Mesas
pasamos el día de juerga. Claro, que a la hora de
matar el choto ninguno lo queríamos matar porque
nos daba lástima, así que al final me tocó a mí
hacer de carnicero, hicimos arroz y el demás
39
40. frito con ajos. Como nos quedó de aquel día,
fuimos al día siguiente y lo acabamos. Era la
quinta del 1958.
40
41. CAPÍTULO 15
NARRA DESDE QUE ME MIDIERON PARA LA MILI
Se pasó la primavera y entramos en el
verano, a mediados de junio. Un amigo me dijo que
si quería echar dos meses de trabajo y le dije que
sí. No estaba la cosa coma para desperdiciar las
ocasiones, porque aquí lo único que había de
trabajo era la siega que a mí no me gustaba.
Segaba lo mío porque no tenía más remedio, y me
dice: “no es en el Pozo, es con una máquina
trilladora en un pueblo de Barcelona que se llama
Llinsa de Munt, y te dan la comida y el vino”.
Bueno, pues a la noche se lo dije a mi novia
que iba a echar dos meses de trabajo en
Barcelona, así que a los tres o cuatro días nos
fuimos.
Llegamos a Llisa de Munt y nos estaba
esperando el dueño, así que fue llegar y empezar
a trillar. Era trigo y cebada. La cebada era más
mala porque el polvillo de la cebada picaba mucho
con el calor que hacía. En la máquina íbamos seis
hombres, cada uno teníamos nuestro puesto.
Llevábamos unos veinticinco días de trabajo
cuando se ve que se me hincó una espina de la
cebada en el dedo gordo del pie derecho y se me
infectó. Se me puso el dedo como el huevo de una
41
42. gallina y el pie hinchado como una bota, tanto que
ya no podía mover el pie de lo que me dolía.
Entonces el patrón me llevó a Granollers que
estaba a cinco kilómetros a una clínica, me vio un
médico el pie y me ingresó. Me subieron a una
habitación y me dice la enfermera “esta es tu
cama, te pones el pijama y te acuestas”, al rato
vino otra enfermera y me lió el pie con una venda
y me puso una inyección, y así hasta siete días.
Sobre lo del pijama digo yo “¿Qué pijama?”, yo
solo llevaba lo que tenía puesto, porque cuando me
trajo el patrón no me dijo que me llevara nada, me
montó en el coche y al médico, y así con lo que
llevaba estuve diecinueve días, sin poder
comunicarme con nadie. El patrón no fue ni una
sola vez a ver como estaba o si necesitaba algo,
claro era catalán y los catalanes suelen dar poco,
pues no pude ni escribir ni decirle a nadie a nadie
lo que me pasaba, aunque me hubiera muerto, no
disponía de nada allí y aquellos tiempos eran
otros, los días se hacían siglos, no tenía ni con
quien hablar, allí encerrado en la habitación.
Llevaron allí a otro joven, pero como era catalán
no dijo ni “hola”. Estuvimos ocho o diez días y no
cruzamos ni una palabra. A los doce días se
reventó lo del pie sin tener que rajar, sólo con las
inyecciones, conforme iba tirando la porquería me
iban cambiando las vendas, cuando aquello se
42
43. deshinchó y quedó limpio, me dijo el médico que
podía andar un poco y que bajara al patio, pero
como llevaba 15 días sin andar me dio una fiebre
muy fuerte, pero me duró poco, así que a los
diecinueve días el médico me dio el alta y me dijo
que ya me podía ir, así que como no tenía medios
para llamar al patrón cogí el mismo camino que
traje y volví andando. Me incorporé al trabajo y a
los veinte días se acabó la trilla, así que nos dio la
cuenta y a mí del tiempo que estuve de baja no me
dio ni un céntimo el hijo de…. Nos volvimos a casa
sobre el veinte de agosto.
Como faltaban todavía unos días para la
feria, un amigo y yo nos dedicamos a blanquear las
fachadas porque en esos días a la gente le
gustaba tener bien sus casas en esos días de
feria. Así que nos preparamos nuestros artilugios
de pintura y nos dedicamos a pintar fachadas, con
lo que nos ganamos unos buenos dinerillos con los
que pudimos pasar la feria.
43
44. CAPÍTULO 16
NARRA DESDE LA FERIA DE 1959 HASTA LA
NAVIDAD
Llega la feria día 3 de septiembre. Dentro
de lo que se podía lo pasamos bien, siempre con
mucho amor entre los dos, mi novia y yo, como es
natural, la feria se va y vida nueva.
Yo, cuando me salía trabajo pues iba, y
cuando no tenía trabajo, con la bicicleta le llevaba
las tamaras a mi madre para el horno. Por
entonces a mí me gustaba dibujar, y me sigue
gustando. Entonces me encontré un trozo de
periódico que anunciaba un curso de dibujo por
correspondencia de CCC de San Sebastián.
Escribí y me contestaron, así que me apunté para
hacer el curso. Era de doce meses y cada mes te
mandaban un libro y lo que tenías que dibujar. Yo
les mandaba por correo lo que me decían y ellos
me lo devolvían corregido. Cada envío me costaba
sesenta pesetas, el total del curso fueron de mil
doscientas pesetas.
Y sí aprendí muchas cosas, que siempre es
bueno saber lo que sea, como dice el refrán “por
mucho saber nunca es malo”, claro que eso lo
hacía en el tiempo libre porque yo no me podía
dedicar a eso ya que tenía que trabajar. Éramos
cinco menores en la casa menos mi madre y la
44
45. cosa en el horno iba flojeando. Empezaron a poner
panaderías de las actuales y aquello acabó con las
horneras. A la gente le empezaba a gustar más el
pan tierno o diario que las panaderías le ofrecían
todos los días.
Como todos los años, entró el Otoño y
empezaba la temporada de la aceituna y, como
siempre, la misma rutina, coger la nuestra y
después la ajena. Entre tanto llega la Navidad y
Reyes de 1959 y, como siempre, año nuevo, vida
nueva.
45
46. CAPÍTULO 17
NARRA DESDE QUE ME FUI A LA MILI HASTA LA
JURA DE BANDERA
El día 6 de marzo de 1959 recibí un aviso
del ayuntamiento de que el día 13 del mismo mes
tenía que presentarme en la plaza de Andalucía
para incorporarme a filas.
Como era de costumbre, la noche anterior la
gente iba a despedir a los quintos (así es como se
les decía a los soldados hasta que juraban
bandera).
La casa se llenaba de personas para
despedir al soldado, te ponías en la puerta de la
casa y conforme iban saliendo te daban una
propinilla. Ya cuando se había ido toda la gente fui
a despedirme de la novia porque ella no podía
venir a la casa del novio.
Al día siguiente por la mañana, nos
montaron en un camión y nos llevaron a Úbeda que
era la zona sonde se reconcentraban los soldados
de la comarca. Nos apearon en una Plaza que es
donde estaban los militares, y donde hacían el
sorteo. Con nosotros iba un empleado del
Ayuntamiento, y mientras entró a que le dieran la
lista de donde íbamos esperamos en la calle.
Cuando salió empezó a decir donde íbamos cada
46
47. uno, y cuando me nombró a mí y dijo donde me
había tocado me quedé de piedra. Esto fue porque
la noche que me despidieron hablaron muy mal de
aquel sitio, y para colmo me tocó sólo a mí en
aquel sitio. Era en Ecisa en “Recría y doma”. Bueno
nos dicen que hasta el día 18 no salimos para el
Cuartel. Lo malo es que en aquellos tiempos no
había coches de línea, y un taxi no nos lo podíamos
costear, así que tuvimos que estarnos allí, en
pensiones que habían aparentes para los soldados.
Cuando llegó el día 18 nos montaron en un
tren de vía estrecha que nos llevaba a estación
Linares- Baeza. De allí nos montaron en otro tren
que iba a Sevilla, y en la estación de Écija nos
bajaron y nos llevaron al Cuartel. Pasamos el día y
dormimos allí y al otro día hicieron el reparto. A
mí me tocó en un destacamento que se llamaba
“Las Islas”. Era una finca de trescientas fanegas
de tierra de regadío toda cultivada pero con los
soldados.
Había 190 caballos que cuidar. Como
llegamos temprano nos dieron “el ato” y nos
dijeron que nos pusiéramos la ropa de paseo para
asistir a misa. Bueno, estuvimos en la misa allí
mismo porque había una capilla.
Salimos de misa y nos dijeron que nos
quitáramos aquella ropa y nos pusiéramos el mono
que era la ropa de trabajo. Nos lo pusimos y nos
47
48. formaron. Lo primero que hicieron fue a cada uno
darnos una azada y llevarnos al campo a excavar
remolachas. Al día siguiente, a las 7 de la mañana
nos levantaron y nos dieron el desayuno. A
continuación nos daban tres horas de instrucción
y después a hacer un trabajo en el campo, o a
cuidar a los caballos. No habían días de fiesta,
solamente los domingos había que ir
forzosamente a la misa y después cada uno a su
puesto.
A los tres meses, o
sea, a últimos de mayo,
juramos Bandera y ya se
acabó la Instrucción, con
lo que había que dar el
callo de sol a sol,
sembrando y recogiendo
las cosechas de cada
temporada, segar,
arrancar, etc.
48
49. CAPÍTULO 18
NARRA DESDE POCO DESPUÉS DE JURAR BANDERA
HASTA QUE ME CAMBIARON A “LAS TURQUILLAS”
Al jurar Bandera ya dejas de ser recluta
para ser soldado, y a partir de ahí te tratan con
más dureza. Allí no existía el calabozo ni esas
cosas de la mili como arrestos, guardias, etc. Si
intentabas de no hacer lo que mandasen
directamente lo arreglaban a palo limpio. Llevaban
una fusta de “pichatoro”, que entrabas por el aro
de momento. Así que allí todo el mundo a callar y a
obedecer, aunque lo que hacíamos no teníamos
porque hacerlo porque no eran cosas de la mili,
pero eso es lo que había.
En los días que juramos bandera yo estaba
de regador, estaba regando alfalfa en unos llanos
grandísimos y tenía que estar allí sin moverme
hasta la hora de comer, porque había que ir
cambiando el agua de sitio. En fin, a lo que me
refiero, que el último día que estuve regando,
como hacía un sol abrasador y un calor
insoportable (por algo le dicen a Écija la sartén
de Andalucía), serían las tres de la tarde cuando
llegó un momento que no aguantaba más, por el
calor o por lo que fuera me dio un calentaron que
no me tenía de pie. Al lado, en un matojo que
había me dejé caer y puse la cabeza en la sombra
49
50. y dije “que sea lo que Dios quiera pero no puedo
tenerme en pie”.
Al poco rato llegó un sargento a caballo y
me preguntó que qué hacía ahí. Yo me levanté y le
hice el saludo y le contesté que me encontraba
muy mal y no me aguantaba de pie porque me
mareaba, que hiciera conmigo lo que quisiera. Se
ve que vio que estaba mal de verdad porque me
dijo que me fuera para el Destacamento.
Al día siguiente por la mañana, como todos
los días al salir del desayuno nos ponían en fila de
frente, y nos mandaba a cada uno a un trabajo.
Esa mañana pidieron voluntarios para los caballos
y yo salí, los que van con los caballos se llamaban
potreros.
Según decían que en
cada Quinta, por cada
soldado que iba al cuartel,
entraba un caballo, pero
eran potros que en el
campo se terminaban de
criar para i r al doma. La
doma la hacían en el
cuartel en Écija. Eso de
ser potrero no era muy
bueno, pero estar regando
al sol sin tener donde ponerse ni un segundo en la
sombra peor.
50
51. Era primero de junio, los caballos los
sacaban de las cuadras a una alameda que estaba
a un kilómetro, porque allí estaban más frescos,
ya que en las cuadras en el verano se asfixiaban.
Por este motivo teníamos que dormir allí en la
alameda. Aunque tenía una alambrada, a veces los
caballos se revolucionaban y rompían las
alambradas, se escapaban y luego teníamos que ir
en busca de ellos y encerrarlos otra vez.
El día que cambiamos los caballos a la
alameda, eran ciento noventa, los potreros íbamos
montados en caballos salvajes, claro
procurábamos coger uno de los que siempre eran
más mansos. Cuando ya cogías un caballo ya lo
tenías mientras estuvieras con ellos. Nosotros los
soldados teníamos que montar a caballo a pelo sin
la montura, con una cabezada de cuerda y nada
más y el látigo. Así que cuando se vieron en la
calle después de estar encerrados todo el
invierno, empezaron a retozar y a correr
espantados, y por la mala suerte se podía decir, a
mí me pusieron por delante de guía. Al principio
me obedecían, pero duró poco aquello, cuando de
pronto empezaron a espantarse y a correr, y el
caballo que yo montaba empezó a retozar y a dar
saltos. Yo veía que iba al suelo, cosa que si me
caigo me hacen picadillo, porque venían detrás de
mí ciento noventa caballos.
51
52. De pronto me acordé de las películas del
Oeste americano, cuando los indios se abrazaban
al cuello de los caballos para no caerse, y eso hice
yo. Me abalancé a su cuello y no me solté hasta
que se paró, cuando me bajé al suelo echaba
sangre por la boca, porque como llevaba el látigo
en la mano, pues se ve que con la vara del látigo
me había dado algún golpe o algo así. Si no me
espabilo en ese momento no lo cuento.
52
53. CAPÍTULO 19
NARRA DESDE QUE ESTABA CON LOS CABALLOS EN
LA ISLA HASTA QUE ME DIERON TRES MESES DE
PERMISO
Cuando llevaba una semana con los caballos
en la alameda, cuando me cambiaron a otro
Destacamento que se llamaba Las Turquillas.
A mediados de junio me llevaron a Las
Turquillas, una vez que llegué, como siempre de
vacaciones no me llevaron. El primer oficio que me
dieron al día siguiente fue a guardar cerdos junto
con otro que había que por cierto era de Belerda.
Llevábamos entre grandes y chicos más de ciento
cincuenta. Lo malo es que estaba la siega hecha
de trigo y cebada y nos advirtieron que no se
acercasen los marranos a las haces de la mies.
Claro, que entre los dos manejábamos, pero como
el otro era analfabeto y a las diez de la mañana se
iba a la escuela pues yo lo pasaba muy mal, porque
los marranos se divertían de mí. Me reventaban
corriendo de un lado para otro y al final tenía que
aburrirme y dejarlos.
A los ocho días de estar con los marranos
me dieron tres meses de permiso. La misma noche
que nos dieron el permiso a unos cuantos, o sea,
éramos ocho, pues cuatro no nos quisimos esperar
53
54. al otro día temiendo que fueran a arrepentirse.
Así que los cuatro arreglamos las maletas, nos
pusimos la ropa de los días de fiesta y nos
pusimos la maleta al hombro.
Eran las 12 de la noche y nos fuimos para
Écija a veintidós kilómetros. A otro día podíamos
habernos ido en el carro de los víveres, poro no
nos fiamos y decidimos irnos andando. Como es
natural, llegamos hechos polvo, pero lo que
queríamos era coger el tren y perder aquello de
vista.
54
55. CAPÍTULO 20
NARRA DESDE LA NOCHE QUE ME DIERON EL
PERMISO HASTA LA VUELTA DE CUANDO ME
LLAMARON
Llegamos a Écija a las siete o las ocho de la
mañana con los pies llenos de ampollas de las
botas. Cruzamos Écija que es grande, porque la
estación estaba al otro extremo, al norte. En la
estación esperamos un tren que iba de Sevilla a
Córdoba, en Córdoba cogimos otro tren que iba
para Madrid, y en la estación de Baeza me bajé.
De ahí cogí el tren que iba para Almería y en
Guadix me bajé. Ya en Guadix cogí otro tren que
iba para Murcia y al pasar por Baza bajé y cogí el
autobús de los Simones y a las 6 de la tarde
estaba en el Pozo. Nadie me esperaba, ni mi
madre, ni mi novia, venía de sorpresa, porque
aquello del permiso fue de pronto y sin decirnos
nada antes.
Cuando llegué a mi casa, qué alegría, cuánto
la eché de menos en esos tres meses, porque en la
mili nos lo hacían pasar muy mal. Lo único bueno
que tenía aquello era la comida que era muy buena,
y nos daban todos los días cuatro pesetas, claro
está que eso era una recompensa por lo que nos
55
56. hacían trabajar, a los demás soldados les daban
cincuenta céntimos se sobras.
Bueno, como decía, mi madre no me
esperaba, se llevó una sorpresa cuando abrió la
puerta de la calle y me vio. Estuve un rato con ella
y me fui a ver a la novia que tampoco me
esperaba, lo que pasa es que cuando fui a su casa
ya lo sabía, porque una muchacha me vio y se lo
dijo corriendo. Ella no se lo creía pero cuando le
dijo que llevaba unas botas altas entonces vio que
era verdad y se lo creyó, porque los de Caballería
vestían así.
Cuando le dije que iba con tres meses de
permiso le dio una alegría muy grande. Durante
ese tiempo, vuelta al mismo oficio que dejé. Yo
estaba tan contento que mira por donde se jodió
el permiso, eso era mala suerte, porque cuando
llevaba mes y medio recibí un telegrama del
cuartel diciendo que en un plazo de tres días
tenía que presentarme en mi destino, sin más
excusa ni explicaciones de ninguna clase. Eso era
a mediados de agosto de 1959, pues ya estábamos
pensando en las fiestas que eran en septiembre,
así que al día siguiente tuve que coger el coche de
línea para Baza y coger los trenes para Écija.
Llegué al cuartel a otro día por la mañana y
en el carro de caballos que iba diariamente a Las
Turquillas me fui. Al llegar, el brigada que era el
56
57. que llevaba el Destacamento me dijo que me
quitara la ropa y me pusiera el mono y que me
fuera con Pastor que era paisano y llevaba dos
soldados para ayudarle. Y es que a uno de ellos le
dieron el permiso y por eso me llamaron a mí para
que ocupara su puesto. Se ve que el otro estaba
bien recomendado.
El pastor principal era un paisano con la
ayuda de dos soldados. La manada de ovejas era
de unas cuatrocientas. Todos los días tenía que
sacar del pozo más de doscientos cubos de agua y
echarlos a un pilar alargado para que bebieran las
ovejas. Los cubos había que sacarlos a mano, no
tenían carrucha. Aquella agua no se podía beber
porque era salobre, ahora las ovejas y los caballos
se la bebían bien. Cuando las ovejas parían, tenía
que coger los borregos y llevarlos a las corralizas,
también tenía que ir a por la comida nuestra en
unas perolas, porque nosotros comíamos en el
campo.
57
58. CAPÍTULO 21
NARRA COMO FUE EL TIEMPO QUE PASÉ CON LAS
OVEJAS, LOS TRABAJOS EN EL CAMPO Y EL DE
GUARDA DEL LAS TURQUILLAS
Durante los dos meses más o menos que
estuve con las ovejas de ayudante del pastor,
pues digamos, no fue muy malo comparándolo con
otras cosas. Lo peor que tenía es que en el tiempo
de verano había que dormir con las ovejas en el
campo y era peor que trabajar en el campo.
Llegó el tiempo de sembrar el trigo y la
cebada y el tractor lo tenían allí para sembrar se
averió y pensaron hacerlo con los soldados.
Entonces cogieron a unos cuantos, cinco o seis
para labrar la tierra, y después sembrar con el
arado, pero lo malo es que ninguno sabía llevar un
par de mulos. Yo tampoco, pero yo me daba una
idea porque de más joven iba a echar garbanzos al
surco detrás de los mulos. Me acordaba cómo lo
hacían, así que cogimos cada uno un par de mulos
de las cuadras que había muchos y grandes, los
preparamos y nos llevaron a las hazas y cuando
llegamos al tajo llegó lo bueno. Yo sabía hablarles
a los mulos y dar la vuelta a la vertedera, aunque
58
59. los surcos me salían pocos y torcidos pero iba.
Pero lo otros, como no sabían hablarles a los
mulos, les decían que para la derecha y tiraban
para la izquierda, ni tampoco sabían dar la vuelta.
El sargento les decía que lo hicieran como yo pero
no había nada que hacer. Así que vieron que
aquello no funcionaba porque eran gente criados
en la capital, lo dejaron hasta que arreglaron el
tractor.
A últimos de
diciembre el guarda
que había en el
Destacamento, que
tenía tres mil
fanegas de tierra,
como eran todas de
secano, menos una
huerta de una
fanega de tierra que estaba alambrada porque si
no se la comían los conejos que había muchos. El
agua se sacaba de un pozo con motor y se criaban
verduras para el gasto del Destacamento. Quiero
decir que me pusieron en el puesto del guarda del
que había porque el otro se fue con permiso. Fue
el mejor tiempo que pasé en toda la mili. Serían un
par de meses lo que estuve porque me dieron
permiso y perdí el puesto. Lo bueno de eso es que
de guarda no trabajaba en las labores del campo
59
60. ni nada, más que vigilar la finca. Lo más que había
que vigilar era a los candores que iban de fuera y
a los cabreros que metían las manadas de cabras
en lo sembrado. Digo sembrado porque el Brigada
de vez en cuando cogía su caballo y se daba una
vuelta por toda la finca que tenía tres mil fanegas
y resulta que un día descubrió que en un aza de
cebada cuando estaba a veinte o veinticinco
centímetros de alta, habían metido las cabras y
no veas la que me armó cuando a la mañana
siguiente fui a darle la novedad. Claro le dije:”sin
novedad en la guardería mi Brigada” , y contesta:
“Con que sin novedad, y la cebada que está está en
el cerrillo que está comida de las cabras ¿es que
no la has visto? Yo la vi pero hice que no la había
visto, y es que los cabreros iban de noche, cuando
sabían que el guarda estaba en el Destacamento,
aunque allí le decíamos el cortijo. Así es que me
dice: “mozooo (no cariñosamente), desde esta
noche duerme en el cerro “tal” para que no te
vean y me los traes aquí. Así que ya lo sabes.
Bueno, me escapé porque yo todos los espárragos
que me encontraba y las tagarninas los cogía y
cuando iba a darle la novedad se las daba, y por
eso me escapé.
Bueno, la segunda noche estoy allí vigilando,
cuando a lo lejos, ya casi oscurecido, por la
carretera que venía del pueblo de la Lentejuela
60
61. veo un bultillo negro, pero un poco más atrás veo
otro, pero aquel era bastante grande. Así que me
quedé escondido y conforme iban acercándose
iban metiéndose en las siembras que estaban a la
orilla de la carretera. Y es que las pocas que iban
por delante iban explorando el terreno, entonces
yo los dejé a los de delante con dos cabreros con
unas treinta ovejas y cuando la manada grande se
metió bien en la cebada entonces me hice
presente. Cuando me vieron empezaron a
disimular como que se les habían escapado. Yo les
dije que no era así y ellos que sí, y entonces les
replico que si anoche también se escaparon. Me
dijeron que era la primera noche que pasaban por
allí y yo les contesté que entonces qué era la
lumbre que habían encendido. En fin, que les dije
que se fueran con las cabras para el cortijo y no
querían, empezaron a ponerse alrededor mío, iban
cuatro, y yo vi que estaban acorralándome, y
entonces cogí y me descolgué el mosquetón y le
pegué un cerrojazo y lo cargué, que por cierto la
primera bola cayó al suelo. Di un segundo
cerrojazo y volví a cargarlo y los amartillé y los
obligué a ponerse juntos y por delante de las
cabras, y al final los pude llevar al cortijo como
me dijo el Brigada.
Llegamos al cortijo que estaba a un
kilómetro y me presenté al Brigada. Bueno, lo
61
62. primero que hicieron fue meter todas las cabras
en unas cuadras y contarlas, eran por lo menos
quinientas. Y mientras el Brigada estaba con ellos
en su oficina los soldados cogieron perolas y
ordeñaron a las cabras. La multa que les pusieron
fue de 5 pesetas por cabra. Con ese dinero nos
dieron una fiesta y los cabreros dejaron de ir más
por allí.
De vez en cuando hacían cacerías de
perdices para los jefes y campeonatos de galgos,
pero a mí las que me gustaban eran las cacerías
de perdices porque yo las disfrutaba también, ya
que algunas no les daban de lleno y quedaban
fuera del alcance de ellos. Esas las buscábamos y
nos las comíamos dentro de la choza donde
dormía que era grande. Encendíamos un fuego y
encima de una chapa recia las asábamos, y con una
botella de vino las ligábamos. Aquellos eran a
escondidas, sin que se enterara la tierra. Eso era
muy serio porque no se podía matar ni una mosca,
estaba totalmente prohibido a todo el mundo.
Decían que el que mataba una liebre o lo que sea
se queda veinte años “reganchao” en la mili,
aquello era muy estricto y muy serio.
62
63. CAPÍTULO 22
NARRA DESDE QUE ME DIERON EL ÚLTIMO
PERMISO HASTA EL DÍA QUE ME LICENCIARON
El día 1 de marzo después de cenar, como
siempre leyeron el parte del día y nombraron los
que se iban meses de permisos a su casa el día
tres, y entre ellos yo era uno. Así que el día 3
cogimos el permiso y al día siguiente llegué al
Pozo por la tarde.
Lo mismo que la otra vez, tampoco me
esperaba nadie porque no me dio tiempo a decirle
nada a la familia. Bueno como en el permiso
anterior tampoco me dejaron disfrutar de los dos
meses de permiso. Llevaba un mes cuando recibí
otro telegrama. Era Martes Santo, pero esta vez
el telegrama decía que me presentara lo antes
posible y no el día fijo. Entonces decidí que hasta
el sábado no me iba, asía que el jueves y el
Viernes Santo lo pasé en el Pozo y el domingo por
la mañana llegué en el carro de caballos como
siempre. Cuando me presenté me dijeron que
porqué no había ido antes y les dije que había
recibido el telegrama el miércoles y que el jueves
y el viernes no había coche de línea por ser
63
64. fiesta. No me dijeron nada más y esa noche dormí
en el Cuartel de Écija.
A primeros de mayo me echaron con los
caballos otra vez como antes de potrero. Esta
vez no me cayó de grande porque ya sabía lo que
era. Lo malo que eso tenía, eran los primeros días,
porque de ir montado en el caballo a pelo el culo
se despellejaba, y hasta que se curaba se pasaba
muy mal, tenía que ir de lado. Lo malo era que si
tenías que correr te hacías mucho daño, y allí no
te tenían compasión, tenías que aguantar y lo
mismo que van los pastores con las ovejas íbamos
nosotros con los caballos. Llevamos una manada de
unos cien caballos por el campo de día, y por las
noches los encerrábamos en las cuadras. Si los
caballos cuando los teníamos en el campo no se
espantaban estábamos bien, pero teníamos que
estar muy atentos para no dejarlos que se
agruparan porque se preparaban para dar una
estampida, empezaban a poner las orejas
empinadas y teníamos que liarnos a darles
crujidos con los látigos. Teníamos que darles
voces y separarlos porque si se espantaban y se
iban desperdigados por todas partes se metían en
fincas ajenas y teníamos que recogerlos
enseguida y eso nos llevaba lo suyo.
Bueno con la etapa de los caballos se
finaliza la mili, porque el día 1 de junio nos
64
65. licenciaron a los que nos recortaron los permisos,
nos llevaron a Écija a la Plaza Mayor y nos pagaron
lo que nos debían y la cartilla militar. A mí me
dieron trescientas cincuenta pesetas que en aquel
tiempo era dinero. Así que cogí la maleta del asa,
que ya no pesaba porque iba vacía, hacia la
estación a esperar el tren que iba a Córdoba, de
Córdoba a la Estación de Baeza a Guadix y a Baza,
y de Baza a Pozo Alcón y se acabó el madito
SERVICIO MILITAR.
65
66. CAPÍTULO 23
NARRA DESDE QUE ACABÉ LA MILI HASTA QUE ME
FUI A TRABAJAR PARA GANAR DINERO PARA
CASARME
Como digo anteriormente, se acabó el
servicio militar y vida nueva. Ya estoy en el Pozo y
me salió trabajo de peón con los albañiles, y con el
ayuntamiento de patrón trabajando en el
cementerio, haciendo nichos en el corralillo donde
metían a los ahorcados, cosa que ya no existe.
Bueno unas veces con los albañiles, otras en el
campo, y cuando no había otra cosa bajándole las
tamaras a mi madre para el horno pues de iba
pasando el tiempo. Después venía la temporada de
la aceituna, la Navidad y año nuevo otra vez, 1960.
En este año no salí del Pozo. A mediados de
agosto se murió el sastre donde cosía mi novia,
Antonio “El Bollo”, por lo que se quedó sin trabajo,
aunque de vez en cuando cosía algo en su casa
para otro sastre. Ese año fue conmigo a la
aceituna, con la familia Catena. En esa Navidad
pensamos en casarnos al año siguiente pues ya
llevábamos cinco años novios.
Pasó la Navidad y el Carnaval, y a últimos
de febrero le dije a mi madre que queríamos
66
67. casarnos, y que nosotros lo queríamos hacer bien,
con boda. Como yo sabía que mi madre no podía
costearme a mí la boda, pues le dije que me iba a
trabajar a León, con el mismo encargado que
estuve en Orense, y estarme hasta septiembre.
Así con el dinero que ahorraría podría casarme.
Como es natural, ella, con todo el dolor de su
corazón, me dijo que hiciera lo que quisiera, que
ella me iría guardando el dinero conforme se lo
fuera mandando, porque tenerlo allí era malo pues
lo podía perder con tanta gente como estábamos
allí.
Así que el primero del mes de marzo me fui
a Ponferrada, pero no al mismo Ponferrada, sino a
un pueblecillo que se llamaba Corbón del Sil. Le
decían el Barranco “la Tizne”. Se le daba ese
nombre porque aquello era terreno de minas de
carbón y ya en el aire volaba el polvo del carbón.
Al otro lado del río Sil pasaba la vía del tren, era
de vía estrecha. Pasaba cada media hora.
Cuando llegué a Carbón de Sil fui en busca
del encargado y en cuanto me vio me saludó. Me
dijo que me fuera al Barracón que había para los
trabajadores y me dijo donde estaba, y al día
siguiente al trabajo.
El encargado era Enrique Taboada, bien
conocido conmigo. También se fue conmigo mi
cuñado Prudencio y otros tres más del Pozo.
67
68. Bueno, lo primero que hicimos fue comprar una
sartén para cocinarnos nosotros, porque aunque
había comedor de la empresa, no nos interesaba
porque comíamos a nuestro gusto aunque teníamos
más trabajo así, pero también nos costaba menos,
y claro, nosotros lo que queríamos era ahorrar
cuanto más mejor. Hablando del trabajo, como se
decía, era trabajo de romanos, muy duro.
El trabajo era la construcción de un canal
para hacer funcionar una central eléctrica. El
canal tenía cuatro metros de alto, tres de base y
cuatro metros de ancho arriba. El canal lo hacían
con un molde encofrado de una pieza que iba por
medio de unos raíles como el tren, que se iban
cambiando hacia adelante conforme se llenaba el
carretón, que así es como se llamaba el molde. Lo
corríamos con palancas grandes de hierro, a la voz
del capataz que era un hueso muy duro, le decían
“El Tigre”. El carretón tenía una pequeña grúa en
una plataforma en lo alto para subir la vagoneta
del hormigón y las piedras. Bueno, mi primer
trabajo fue allí, con el carretón. Había otros que
iban por delante haciendo la excavación. Había
tramos que iban por túneles y allí había más
peligro, pero yo allí no trabajé. Mi trabajo era
rellenar el molde de hormigón y piedras de todos
los tamaños, piedras vivas del río Sil. Las piedras
eran muy resbaladizas, no tenían por donde
68
69. cogerlas porque eran muy lisas. Se mezclaban con
el hormigón que llevaban de una hormigonera que
estaba emplazada al borde de la excavación, y lo
llevaban con una vagoneta arrastrada por una
mula sobre raíles.
Yo llevaría dos o tres meses trabajando
cuando se arrimó a mí el encargado y dijo:
“Carrión, mañana vas a la cuadra donde están los
mulos, coges uno y te pones a llevar hormigón con
la vagoneta. La verdad es que a mí me apreciaba,
claro es que me conocía desde hacía siete años y
era la tercera ve que trabajaba con él, así que me
conocía y sabía como era yo. El trabajo era un
poco más incómodo porque trabajabas una semana
de día y otra de noche porque el trabajo no
paraba nada más que el domingo, que era el día
que aprovechábamos para lavarnos la ropa, que la
lavábamos en el río, restregándola con jabón
sobre una piedra. Lo malo que tenía de trabajar
una semana de día y otra de noche es que cuando
te acostumbrabas a dormir de día ya tenías que
cambiar otra vez, así que se dormía poco. Pero
bueno, el tiempo fue pasando hasta que por fin
pasó la temporada.
Al final del mes de agosto del 1961 le dije
al encargado que me venía al Pozo a casarme y que
me preparara la cuenta, pero hasta el día 3 no se
cobraba porque era el día que pagaba la empresa,
69
70. por lo que hasta el día cuatro no salí de Corbón
del Sil.
Como en el viaje se pasaban más de dos
días, cuando llegué la feria estaba acabando, pero
es que no pude venir antes.
70
71. CAPÍTULO 24
NARRA DE LA PREPARACIÓN DE LA BODA Y EL DÍA
DE LA BODA
Se acabó la feria, aunque para mí fue muy
corta, y acordamos el día que íbamos a casarnos,
así que decidimos que fuera el 21 de octubre que
era sábado. El petitorio se hacía a primeros del
mes, el petitorio que antes se hacía, era un
convite que se hacía en casa de la novia, era la
petición de mano, cosa que ya no se hace.
Consistía en que los padres de la novia invitaban a
los familiares más cercanos en su casa en la que
llevaban regalos a la novia para la casa.
Quedaba el tiempo suficiente para que nos
hiciéramos los trajes para la boda.
Refiriéndome a la casa para vivir, en
aquellos tiempos estaban muy escasas las
viviendas, ya que entonces había el doble de
habitantes que ahora el 2010. Por fin encontré
dos habitaciones y cocina, en una casa con una
vieja que se llamaba Esperanza, en la calle las
Parras. Era una casa antigua pero de momento nos
valía para empezar nuestra vida.
71
72. Quince o veinte días antes de la boda mi
suegra que era albañil junto con su hijo Antonio,
les salió trabajo con Santos Torres para hacer
obra en su casa en la plaza, y me llevaron de peón.
A los tres días después de la boda se acabó el
trabajo.
Dos semanas antes de la boda, se hizo el
peditorio. Yo le regalé 6 cuadros que pinté en
Corbón de Sil en los ratos libres, con paisajes de
aquellas tierras.
Llegó el día de la boda, y como era
costumbre, la noche de antes de la boda había que
ir forzosamente a confesar y así lo hicimos.
La boda, o sea el refresco como se decía en
aquellos, fue en casa de unos tíos de mi madre
porque mi casa era muy pequeña. Era el tío Manuel
“El Colorao”, y ella la tía Faustina. Era en la
Avenida de El Fontanar.
El día 21 de octubre, a las tres de la tarde
fue el casamiento, en la
iglesia y a continuación
nos fuimos al refresco a
la casa de mi tía que
estaba todo preparado. La
invitación era ir dándole a
la gente bebidas y
bizcochos de la
confitería. Iban unas
72
73. personas con una botella y un vaso dándoles de
beber mistela de café, de limón y de apio. Y entre
tanto dos mujeres con una bandeja de dulces
repartiendo a un bizcocho por persona en cada
vuelta que se daba. Se dieron cuatro vueltas, se
les llamaban “ruedas de bizcochos”.
Se acabó la boda y todo el mundo se fue, y
contamos el dinero que nos regalaron. Recogimos
cinco mil pesetas que era el dinero que había. Yo y
mi ya mujer nos fuimos a un bar que se llamaba
“El Tío Maquillo” que era un bar de señoritos. Allí,
en un habitación que daba a la calle, a la entrada a
la derecha, nos pusieron a los dos aparte, nos
bebimos dos cervezas con patatas fritas y
anchoas en lata. Eso en aquellos tiempos era un
lujo. Mi mujer estaba muy cortada de verse sola
allí conmigo, y no era por no tener confianza pues
llevábamos cinco años novios, pero es que eran
otros tiempos y no podías tocarle ni un dedo
delante de la gente ni nada por el estilo.
Refiriéndome a cosas de la boda, el ajuar
de la casa lo hizo mi cuñado Juan “El Zocato” que
en paz descanse. Se componía de una cama, una
mesa camilla, una mesa más pequeña para comer,
seis sillas grandes y dos más pequeñas y una
cómoda. El novio costeaba los gastos de la boda y
el vestido de la novia, pero como mi cuñada Alicia,
73
74. su hermana, lo cosió así todo nos costó menos, y
todo aquello nos ayudó a salir bien.
Bueno, como era costumbre, el día de la
boda por la noche se cenaba en casa del novio,
iban las familias más cercanas de ambos lados,
como los hermanos, los padres y sus hijos. Una
vez todos reunidos nos disponíamos a cenar y,
como es natural, todos estaban pendientes de los
novios, y nosotros decíamos que cómo nos íbamos
a apañar para irnos porque nos daba vergüenza.
Claro está, todos sabían de sobra a lo que íbamos,
a dormir. Yo estaba deseando de irme como
cualquiera en nuestra situación y aquello tenía que
llegar. Bueno, a medio cenar le digo a ella: “Yo voy
a hacer como que me estoy orinando y bajo a la
cuadra y ya no subo, así que tu disimuladamente
te bajas y ahí estoy esperando”. Digo de bajar
porque la cena era arriba aunque la cocina estaba
abajo. La cocina es donde estaba la chimenea,
porque las comidas se hacían en la lumbre, que era
donde estaba el horno de cocer el pan. Bueno,
como digo allí estaba mi madre y una hermana
suya de cocineras, y claro está, eso era donde
estaba la puerta de la calle, ahí ya no podíamos
salir a escondidas. Así que, con mucha vergüenza,
dijimos esto tiene que ser así, y cuando mi madre
nos vio que ya nos íbamos nos dijo que Dios nos la
deparara buena y que pasáramos buena noche, que
74
75. mi madre que en Gloria esté, tenía muy buen
humor.
CAPÍTULO 25
NARRA DESDE LA NOCHE DE BODAS HASTA
LA NAVIDAD
Los familiares se quedaron cenando y
nosotros nos fuimos a acostarnos a nuestra
primera vivienda. Llegamos los dos con tanta
ilusión que no acertábamos a meter la llave, así
que cuando abrimos la puerta subimos arriba, a la
que era nuestra primera casa, aunque sólo eran
dos habitaciones, pero para nosotros era un
palacio. Aquella noche, la dueña de la casa que era
una vieja se fue a dormir a casa de un familiar,
por lo tanto estábamos con más libertad. Así que
entramos en el dormitorio, aunque estábamos solo
cerramos la puerta con llave por si las moscas, o
más bien por las ratas, que en las cámaras se
escuchaban dar carreras. Así que a acostarnos y
claro, se ve que extrañamos la cama y no había
quien se durmiera. El caso es que no pegamos ojo
en toda la noche y dormimos menos que un gato
“atao” a la pata de un jamón. A las nueve de la
mañana se hizo presente la madrina, que fue mi
75
76. hermana Serafia, con churros con chocolate para
que desayunáramos que eso era costumbre. A las
once, como era domingo nos fuimos a misa, luego
al salir nos dimos una vuelta, nos tomamos una
cerveza y nos fuimos a comer a casa de mi madre.
En nuestra luna de miel viaje de novios no pudimos
hacer porque el dinero que teníamos lo teníamos
que guardar para cosas más necesarias.
Yo trabajo no tenía hasta que llegó la
temporada de la aceituna, que fuimos con Juan
“Catena”. Estuvimos veinte o veinticinco días y se
acabó la aceituna. Nos pagaron y nos convidaron.
Llegó la Nochebuena, el Año Nuevo y los Reyes,
así que se acabó la Navidad.
76
77. CAPÍTULO 26
NARRA DESDE QUE SE ACABÓ LA NAVIDAD
HASTA QUE EMPECÉ A TRABAJAR
Se acabó la Navidad y yo no tenía trabajo.
En ese tiempo estaban haciendo el Pantano de La
Bolera y fui a pedir trabajo. Me dijeron que fuera
dentro de dos o tres semanas a ver si había algo,
pero en esos días hubo un accidente mortal y yo
ya no volví, era un trabajo de mucho peligro y
pensé en irme a trabajar a Cataluña.
Le conté a mi cuñado Juan que me iba a
trabajar por ahí, pero que ese año iba a cambiar
de territorio, que esta vez me iba para Cataluña
ya que mi hermano José estaba por allí. Yo no
esperaba nada de él porque andaba con mala
gente pero por lo menos haber si podía hacer yo
algo por él y sí, conseguí que dejara a aquella
gente con la que se juntaba. Como iba diciendo, yo
quería dejar el pico y la pala, porque decían que
allí estaban haciendo mucha construcción, así que
mi cuñado también quería irse porque tampoco
tenía trabajo y él también tenía familia en
77
78. Palafrugell. Además de a os, tenía allí a su tía
Irene, que era hermana de la madre de mi cuñado.
Esto fue a mediados de enero, y el 26 del mismo
de 1962, por cierto que era el cumpleaños de mi
mujer, nos fuimos en un taxi de Juanillo “El
Guerra”. Tardamos casi treinta horas en ir,
porque el coche estaba hecho un cascajo, las
carreteras estaban muy malas y además iba
esquivando a la policia, fue un viaje muy pesado.
El coche nos dejó en la misma puerta de la
pensión de la tía Irene y me instalé allí con mi
cuñado Juan. Yo estuve tres días, dormíamos los
dos en una cama de noventa, teníamos que dormir
de canto, porque la pensión estaba a tope y esa
cama la tenía reservada la tía para su sobrino que
ya sabía que iba.
Una vez allí me puse a buscar trabajo como
mi cuñado. Él encontró trabajo en una carpintería
en la calle Margall, que es la calle donde hacen el
mercado de la fruta, le pagaban a 8 pesetas la
hora y trabajaba ocho horas diarias.
A las dos semanas pensó en pedir trabajo
de encofrador, pero eso no lo conocía, yo lo animé
y le dije cómo se hacía más o menos entonces,
total, que pidió trabajo y le dieron. Entonces dejó
la carpintería y tenía miedo porque decía que
como en la obra no se le diese bien se quedaba
sin nada, pero eso no pasó, triunfó y lo hicieron
78
79. jefe, hasta le montó el jefe una carpintería en la
obra.
Bueno, hablando de mí, a una tía suya que ya
me conocía y trabajaba en la empresa que se llama
“Cruz” le pidió trabajo para mí y le dijo que sí, que
me pasara por la oficina y me dijeron que
preparara dos mantas y una sartén. Yo me dije
“malo mula”, y le pregunté que de qué iba el
trabajo. Me dijeron que era para trabajar en los
pozos, yo me callé y no dije nada, le dije que
bueno, pero cuando salí de la oficina me dije: “voy
huyendo de Erodes y me meto en Pilatos, vaya
leche”.
Me enteré que en Palamós, en un bar que se
llamaba “La Serbatana”, apuntaban gente para las
obras, y bajé a Palamós y cuando llegué ya habían
cerrado la lista. Entonces, allí mismo decían que
en el hotel Beatriz, que lo estaban haciendo, hoy
se llama Cap-Roij, había un cartel que ponía que se
necesitaba personal. Así que cogí la carretera y
manta como se dice y en busca de la obra que
estaba a unos cinco o seis kilómetros. Por fin,
cuando llegaba a la obra venían cuatro o cinco de
vuelta y me dijeron que donde iba. Se lo dije y me
dijeron que ya habían quitado el cartel y no
admitían a nadie más, pero yo pensé, a lo mejor si
voy yo solo sí me dan trabajo que no es como ir
cuatro o cinco juntos, así que decidir probar. Así
79
80. que seguí con mi intuición y entré en la obra y
pregunté a un obrero que estaba trabajando por
el encargado. Me señaló a uno que había un poco
más allá que era el ayudante o segundo encargado,
pero por lo visto tenía poder para coger a gente.
Me dirigí a él y le saludé. Le dije buenos días y el
me dijo que qué quería, entonces le contesté que
quería trabajar. Me dijo que peones ya había
bastantes. Le dije que de obra entendía y que
había trabajado mucho con los albañiles, entonces
me dijo que fuera al día siguiente a trabajar. Le
dije que tenía la maleta en Palafrugell y él me dijo
que fuera a por ella y que lo buscase cuando
estuviese allí. Así que al día siguiente madrugué y
cogí la primera Sarfa que bajaba a Playa de Aro y
a la hora de empezar ya estaba yo allí.
El encargado que me dio el trabajo me llevó
a los sótanos de la obra, que allí tenían camas
para los trabajadores de fuera y allí se dormía.
Me dijo que cogiera una cama que estaba
desocupada. Bueno, de momento yo llevaba comida
de la que llevaba del Pozo, así que solté la maleta
y me fui para el trabajo. Me puso a trabajar con
un paleta para que lo atendiera.
Cuando terminamos de trabajar, que por
cierto habían allí del Pozo trabajando bastante
gente, pues todos los días se bajaba a Playa de
Aro para comprar para comer. Eso eran todos los
80
81. días, así que me compré una sartén y una cuchara,
aceite, patatas, huevos, pan y vino, en fin, el
apaño para ir adelante.
CAPÍTULO 27
NARRA DESDE QUE ME COLOQUÉ EN LAS OBRAS DE
PLAYA DE ARO HASTA QUE ME VINE AL POZO
Por fin conseguí trabajar en lo que quería,
en la construcción, adiós a las carreteras, a los
pantanos,… el trabajo de la obra para mí era como
estar de vacaciones comparado con lo que había
hecho antes.
Yo me aburría con una paleta, tenía que
estar mirándolo mucho tiempo y a mí eso no me
gustaba, estar mirando y otro trabajando, y le
digo, voy a comprar una paleta y puedo ir haciendo
algo que yo pueda, y me dice que no compre
ninguna que tenía una en su casa y que me la
vendía. Le dije que sí, así que al día siguiente me
la trajo y me cobró por ella treinta y cinco
pesetas. Fue cara porque era un poco vieja, pero a
mi no me importó, yo lo que quería era aprender el
oficio y lo aprendí. El me ponía las reglas para
echar las aristas y yo se las iba rellenando. A él le
venía bien porque iba más descansado y rendía el
mismo trabajo. Le hacía entradas en las paredes
para meter vigas y se quedaba pasmado de lo bien
81
82. que se las hacía. El caso es que lo que le hacía le
gustaba y un día me dice, claro de broma es
natural, “algún día te veo por ahí de encargado”.
Me acuerdo de él, era extremeño, de Cáceres,
muy buena persona.
Llevaba ocho o diez días de trabajo y
estaba yo subido a un andamio echando aristas,
cuando llegó por allí el encargado principal. Yo al
verlo me quedé cortao porque pensé que como ese
no era mi trabajo a lo mejor me echaba la bronca.
Bueno, él me vio y miró lo que estaba haciendo
pero no dijo nada y se fue.
El encargado se llamaba Sr. Carrasco,
bueno que se fue, entonces respiré, la verdad me
dio miedo de que me echaran, claro no era motivo,
bueno, fue todo lo contrario, cuando llevaba dos
semanas de trabajo me dijo el encargado principal
que cogiera una gaveta y que me fuera con él. Yo
con mi paleta en la mano y la gaveta en la otra
dije para mí “¿Dónde me llevará?”, y fui detrás de
él. Me llevó donde estaban los yeseros y me dice
que fuera detrás de los yeseros tapando los
agujeros que van dejando de hacer los andamios.
Cuando vio que aquello lo hacía bien me
cambió de trabajo y me puso a hacer trozos de
tabiques que derribaban los lampistas haciendo
las regatas. Me dijo que desde ese momento iba a
ganar tres pesetas más, así que ganaba quince
82
83. pesetas la hora, y como echaba diez horas pues
ganaba ciento cincuenta pesetas al día. De peón
se ganaba doce y al mismo tiempo subí de
categoría a oficial de segunda.
Llevaría dos meses de trabajo y me cambió
otra vez el encargado a hacer paredes de carga,
claro, me puso entre dos paletas, y es que el
hombre le caí bien y me iba cambiando conforme
iba aprendiendo. Los otros paletas con los que me
puso eran del Pozo, eran “Los Rubitos”, Hilario
José y Francisco, que eran hermanos.
Por ese tiempo mi cuñado Juan llamó a su
mujer Alicia para que se fuera con él, porque la
temporada iba a ser larga y buena y alquiló dos
habitaciones. Ya tenían a su Juanito, tendría tres
años. Entonces le dije a mi mujer que me mandara
la bicicleta que tenía en el Pozo. Le dije que la
mandara con la Renfe que en el Pozo había
representante de transportes de la Renfe, y a los
pocos días la recibí, entonces todos los domingos
me subía a Palafrugell y los pasaba con ellos y así
se me hacía la temporada más llevadera. La
verdad es que recién casado y tener que dejarme
a mi mujer era duro, solo llevábamos tres meses
casados cuando me fui a trabajar.
Bueno, una vez me defendía bien poniendo
ladrillos, me compré algunas herramientas, una
83
84. maceta, una escarpa, una palometa y un nivel, así
me preparé lo más esencial.
Llevaría un mes más o menos poniendo
ladrillos, haciendo paredes, cuando el encargado
Sr. Carrasco me dice: “Carrión, coge tus
herramientas y sígueme”. Yo me quedé un poco
confuso, porque salimos de la obra y bajamos por
una vereda abajo hasta la playa, porque el hotel
que estaban construyendo estaba arriba al borde
de un acantilado donde habían hecho una
plataforma de hormigón. Me dijo que allí iba un
ascensor que llegaba hasta el hotel de unos 25
metros de altura, y me dijo que íbamos a
replantear el hueco del ascensor. Mientras lo
estábamos marcando mandó que bajaran ladrillos
y pasta con la grúa, enseguida lo mandaron, una ve
replanteado me dijo que íbamos a hacer la
primera hilada de ladrillos: “los vas a poner tú”, y
así fue como empecé el ascensor. Al día siguiente
mandó dos paletas con sus manobras y yo con
ellos, empezamos a hacer las paredes. Conforme
íbamos subiendo íbamos haciendo un andamio que
se iba quedando hecho para luego enfoscar las
paredes de fuera. El andamio lo hacíamos con
tablones de 20 cms y abrazaderas de hierro con
tornillos. Cuando íbamos por la mitad, los dos
paletas que iban conmigo los cambió de trabajo
allí en la misma obra. En sus puestos mandó otros
84
85. dos oficiales de primera y me dice a mí que de ahí
en adelante yo me hacía cargo del hueco del
ascensor. Claro, yo ya sabía como iba aquello, y el
andamio había que ir haciéndolo con mucho
cuidado.
A últimos de mayo se acabó el hueco del
ascensor y me puso en el salón donde iban a
instalar la cocina del hotel a poner azulejos en las
paredes. Habíamos tres y yo cuatro poniendo
azulejos. Las paredes se acabaron y nos pusieron
a forrar los pilares. A mí me puso en uno y aquello
sí lo vi yo difícil para mí, pero yo me callé. Fui a
mirar a donde ya estaban hechos y me fijé como
iban, bueno hice lo que me mandaron y se quedó
hecho, mientras que los otros tuvieron que
hacerlos dos veces.
Estaríamos a mediados de junio cuando
tuve una carta de mi mujer y me mandó una foto
suya, y aquello fue como una inyección que me
pusieron. No sé que me dio, que digo que me voy
ahora mismo. Bueno yo tenía pensado estar hasta
agosto, así que dije el 1 de julio “me voy al Pozo”,
y así lo hice, al final de mes de lo dije al
encargado, por aquello de quedar bien, porque
entonces pagaban por semanas, así que siempre
estaba liquidado. Entonces no habían derechos
ningunos, siempre estabas en paz y podías irte
cuando quisieras y ellos te podían despedir cuando
85
86. les viniera bien, así que yo terminé mi temporada,
aprendí para poder seguir trabajando con los
albañiles y el 1 de julio salimos de Playa de Aro
con Tomas “Perricas” que en Paz Descanse, que
había llevado un viaje de gente y al día siguiente a
media tarde llegamos al Pozo por sorpresa.
86
87. CAPÍTULO 28
NARRA DESDE QUE VINE DE PLAYA DE ARO
HASTA QUE NACIO MI PRIMERA HIJA Y LA COMPRA
DEL SOLAR DE LA CASA
Como comento en páginas anteriores,
cuando me casé me fui a vivir a una casa en donde
vivía una mujer mayor.
Mientras estaba yo trabajando en Playa de
Aro, mi mujer se cambió de vivienda, en la calle
del Plato, donde yo me crié y viví hasta que me
casé. No era gran cosa pero para nosotros nos iba
bien de momento, por lo menos estábamos solos.
La casa estaba poco más arriba que la mía, tenía
cuatro habitaciones, dos arriba y dos abajo,
dormitorio, cocina, portal y cuadra. Esta casa ya
no existe pues hicieron una nueva.
A lo que voy, a los tres días de llegar al
Pozo me salió trabajo en la albañilería, de oficial
con el maestro José “Molina”, eran buen maestro.
En aquel tiempo, al oficial de primera se le decía
maestro, y su ayudante era el oficial, que lo que
hacía mayormente era amasarle el yeso y dárselo.
En aquel tiempo el maestro tenía que hacerlo
todo, no como ahora.
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88. En esto del oficial yo les llevaba ventaja a
los que había en el Pozo porque la mayoría no
sabía nada más que amasar yeso, y yo ya sabía
hacer casi como el maestro. Había días que el
maestro no se presentaba y yo y el peón
echábamos nuestro día de trabajo igualmente, eso
macho muchas veces.
A los diez días más o menos, mi mujer
empezó con vómitos y mal cuerpo, dimos en la
diana, ¡bingo! Estaba embarazada. Por lo visto
desde el primer momento en que llegué, se ve que
el cuerpo estaba preparado, digo esto porque los
tres meses que estuvimos juntos antes de irme a
Cataluña no nos guardamos nada y no se quedó,
pensábamos ya que había un fallo en alguno, pero
no, todo estaba bien.
Bueno, aquello fue más en más. A los tres
meses o por ahí, al pasar la feria, como tenía
trabajo y vistas para seguir, pensamos que con el
dinero que habíamos ahorrado comprar un solar
para hacernos nuestra propia casa, poco a poco y
eso hicimos. Fui a casa del dueño de los solares
que se llamaba Simón “Cerrillo”, e hicimos trato.
Se lo compré y me cobró a 150 pesetas el metro
cuadrado.
Al año siguiente no salí a trabajar a ningún
sitio fuera del Pozo, ya con mi mujer embarazada
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89. quería estar con ella, porque con el embarazo que
se le presentó pues estando yo lo pasaba mejor.
Estaría mi mujer de cinco meses cuando mi
madre pensó de irse con una hermana suya que
había venido a ver a un familiar de su marido, con
mis dos hermanos que estaban con ella, mi
Francisco que tenía quince años y a mi Mª Carmen
que tenía doce, porque mi José estaba en
Palafrugell, pero él no se acordaba de nadie, ni de
su madre que lo estaba pasando regular ni de sus
hermanos que todavía eran pequeños, nunca les
mandó ni un céntimo.
Así que se fueron los tres con su hermana
Ascensión que vivía en Alcanar, provincia de
Tarragona. A lo primero lo pasaron mal
aguantando malas artes y malas maneras, pero
muy pronto encontraron un piso que se lo buscó la
misma familia con quien trabajaba, que trabajaba
en una panadería haciendo dulces que aquello era
lo suyo. Mi hermana se colocó en el teléfono de
mandadera para llevar los avisos, cosa que le
sirvió para seguir en la telefónica cuando quitaron
las centrales, y mi Francisco empezó a trabajar
con los paletas.
Bueno, como mi madre se fue, nosotros nos
cambiamos a mi casa y así nos ahorramos pagar
alquiler ya que la casa se quedaba vacía.
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90. Se fueron pasando los meses y llegó la
Navidad, pasó el carnaval y la barriga cada vez
más gorda. Así que por fin llegó el día del parto,
fue el 2 de abril de 1963. Yo me encontraba en la
casa, estaba trabajando en el Ayuntamiento
reparando el pilar de una fuente en la calle de Las
Eras junto a la carretera Avenida de los Dolores.
El nombre verdadero de la calle era Ramón de la
Higuera, pero se le dice la calle de Las Eras.
Estaba agachado, cuando llegó mi sobrina Julia,
que era la única que tenía por entonces, y me dice:
“¡Tito, tito, tito Antonio, la tita Angustias a
tenido una nena!”. Entonces le dije al jefe que mi
mujer había dado a luz y que me iba a verla. Ya
nació nuestro primer hijo, fue una niña que le
pusimos de nombre Francisca, ya que coincidió con
el día y era el nombre de su abuela que no estaba.
Le llamaríamos Paquita.
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91. CAPITULO 29
NARRA DESDE QUE NACIÓ MI PAQUI EN
ABRIL HASTA QUE VINE DE ECHAR LA TEMPORADA
EN 1963
El tiempo fue pasando, mi Paquita
creciendo, y yo seguía teniendo trabajo. Como
todos los años viene y se va la Navidad, y al pasar
ésta me dice Molina, el maestro, que va a hacer su
casa, pero que dinero para pagarme no tiene, que
tiene sólo lo justo para tejarla. Yo le dije que
bueno, que ya me pagaría cuando pudiera. Estuve
con él dos meses trabajando y más tiempo no
podía seguir sin cobrar, no podía dar lugar a
comerme lo que tenía hasta el final, así que le dije
que se tenía que apañar como pudiera porque yo
no podía seguir, y le dije que me iba a Playa de
Aro. Yo también me quería hacer mi casa y en el
Pozo no se ahorraba lo suficiente para eso.
Así que el 1 de marzo, junto con su cuñado
Antonio nos fuimos con “Paquillo” a Playa de Aro.
Cuando llegamos había una casa para dormir, era
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tenía sitio para nosotros y nos dijo que sí. La
verdad es que tuvimos suerte porque la habitación
tenía una sola cama pero era de matrimonio y
estábamos solos son tener que compartir con
nadie más, ya que era muy común el tener que
compartir habitación con otros cinco o seis sin
conocerse de nada, así que nos quedamos
contentos.
Bueno, al día siguiente fuimos a una obra
que había allí cerca de la casa y pedimos trabajo,
era el Hotel Cosmopolita, que lo estaban
ampliando. Era una empresa de Llagostera que
llevaba dos o tres obras a la vez. Buscamos al
encargado y le pedimos trabajo, para paleta y
para peón. Sí nos dio trabajo, así que al día
siguiente a trabajar.
Y ya como siempre la rutina diaria, de día a
trabajar y por la noche a comprar lo que
necesitábamos para la comida. Lo primero que
compramos fue una sartén y la primera comida
que hicimos en ella fue sopa con fideos. Era la
primera vez que yo hacía sopa, puse el agua y
cuando empezó a hervir le eché el paquete entero
de fideos con una poquita de sal. No veas como
empezó aquello a crecer y a quedarse seco, yo
venga echarle agua a la sartén y aquello lleno
hasta el “morrillo”. La sartén se puso maciza, pero
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