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CAPÍTULO 1

NARRA DESDE MI BAUTIZO HASTA LA MUERTE DE
                 MI PADRE


       Recuerdo desde que me bautizaron que fui
a la iglesia de la mano de mi madre y mi hermana
Serafia, dado que cuando me bautizaron tenía
tres años, porque yo nací en medio de la guerra, el
1 de Diciembre de 1937, y hasta que no se acabó
la guerra no empezaron a bautizar.
       Siguiendo en la infancia recuerdo que la
economía era mala, estaba entonces muy mal,
claro como la terminación de una guerra.
       Entonces lo primero que no había dinero
para comprar, así que hubiera habido las cosas
que hay hoy de poco hubieran servido, yo como
era muy pequeño y canijo, pues las patatas que le
echaban a la comida las dejaban para mí y ellos se
comían la calabaza que en aquellos tiempos era
muy abundante, a pesar de todo algo había para
comer, ya que tenían arrendada una finca, y de allí
se recogía para comer, así como trigo, patatas,
tomates y pimientos para conservar, garbanzos,
judías, lentejas, etc. Al mismo tiempo con cosas
del campo como remolachas, habas, alfalfa, se
criaban algunos animales, que ayudaba mucho
como cerdos, gallinas, conejos y pollos, y de ahí es

                                                1
donde se comía carne cuando se comía. En fin, se
iba viviendo y no se pasaba hambre, dinero no
había ya que mi padre no podía trabajar porque
tenía una enfermedad que le impedía hacer
esfuerzos, cosa de la espalda, cuando yo tenía
cuatro o cinco años mi madre se colocó en un
horno que había en la calle donde vivíamos, en la
calle del Plato. La mujer necesitaba a una persona
para que le ayudar a llevar la panadería o el horno,
más bien para barrer el horno y hacer la masa y el
pan. Mi madre se colocó en ella, y ya por lo menos
el pan lo teníamos seguro, le daban un pan y 5
pesetas cada día, eso en aquellos tiempos era muy
bueno.
       Mi vida empezó a funcionar cuando yo podía
con una espuerta a cuestas. A la escuela empecé a
ir con 6 años, a los 8 hice la primera comunión,
además de ir a la escuela antes y después, tenía
que ir por las calles y caminos buscando y
recogiendo lo que cagaban las bestias, mulos y
borricos, para echárselo a la tierra, para sembrar
cuando llegaba el tiempo.
       Mi niñez fue como la de otros niños de
nuestra clase, jugar, ir a la escuela y recoger
estiércol hasta que pude hacer otra cosa, como
cuidar de mi hermano menor e ir a trabajar a la
tierra.

                                                2
Cuando tenía 9 años, mi madre, como había
aprendido el oficio de panadera alquiló un horno
que había debajo de la
calle del Planto que
era del tío Manuel “El
Mama”, y se lo alquiló
porque      lo     tenía
cerrado, y se lo
alquilaron     por   45
pesetas al mes, por cierto que al poco tiempo mi
padre pensó que juntando la cuadra con el portal
podíamos hacer el horno, y así lo hicieron, y así no
teníamos que pagar el alquiler, y en donde dormía
mi abuela, poner la cuadra, y a la vez para guardar
las támaras para cocer el pan.




                                                3
Cuando yo tenía 11 años mis padres me
mandaron de mozo con una familia a la sierra, o
Almicerán, y así había una boca menos en la casa,
pero el trabajo que me mandaban hacer era
superior a mis fuerzas y a los tres días me volví al
Pozo.
       Cuando mi padre no podía trabajar, me
llevaba a la tierra a cavar, regar, todo lo que
podía hacer. Un día mi padre echó de menos del
bolsillo del chaleco 35 céntimos y pensó que yo se
los había cogido, y yo no se los podía dar porque
yo no los tenía, entonces me mandó a que le
trajera la espuerta de estiércol de castigo, era
invierno y estaba todo cubierto de nieve, así que
yo no sabía de donde coger el estiércol, aquel día
no sé cuantas cosas pensé porque yo era inocente,
cuando fui casi de noche, y ya le habían aparecido
los 35 céntimos, los tenía en el forro del chaleco,
tenía el bolsillo roto, así que aquello fue muy duro
para mí.
       Cuando yo tenía 10 u 11 años mi padre me
llevó a las salinas de Hinojares a por sal para
hacer el pan para el horno, después ya iba yo solo,
las salinas estaban a 7 km del Pozo.
       Más adelante, en el verano de 1950 estuve
vendiendo churros por las calles del Pozo con un
churrero que se llamaba Ceferino San Roque.
Tenía de vez en cuando que pregonarlos diciendo:
                                                4
“¡Calientes, calientes, uhmm, uhmm!”, para que la
gente saliera a comprar. Y así se vendían, éramos
dos o tres muchachos los que lo hacíamos, y es
que había tres churrerías y cada una tenía un
muchacho más o menos del mismo tiempo.
       Algunos días cuando entregaba el dinero al
dueño me faltaba algún dinero, y es que había
gente ladrona que me lo quitaban de la cesta, que
era una cesta alargada con un asa en el medio que
me la cargaba en el brazo y por detrás me los
quitaban porque me entretenían por la parte
delantera. Al final los descubrí, eran unos
hombres que les llamaban “Pajeros”, que se
dedicaban a encerrar la paja a la gente con los
borricos y unas jabegas de cuerdas parecidas a
las redes. El dinero que me daban que era poco lo
guardaba en una alcancía para comprarme mi
madre algo para la feria. Esto lo estuve haciendo
dos o tres veranos.




                                             5
CAPITULO 2

         NARRA DESDE QUE DEJÉ EL COLEGIO Y
             EMPECÉ A TRABAJAR


       Hasta los 14 años fui al colegio, porque
cuando tenía esta edad mi padre murió a causa
de su larga enfermedad. Yo tuve que dejar la
escuela y dedicarme a trabajar en todo lo que
podía. El trabajo que hacía en el campo era ir con
los muleros a echar garbanzos detrás de los mulos
en el surco que iba dejando el arado, cosa que se
me daba muy bien, y para hacer ese trabajo me
llamaban mucho.
       También ya cuidaba de todo lo que podía en
la finca que teníamos junto al campo de futbol,
que algunas veces, en vez de ponerme a hacer
cosas en la tierra me iba a jugar al futbol con los
críos. Mi hermano José que iba detrás de mí, yo
le llevaba 5 años, también hacía lo que podía así
que entre los dos arreábamos la tierra. Al final de
la enfermedad de mi padre no nos dejaban que
nos acercáramos mucho a él, pero cuando sintió
que moría nos llamó a todos sus hijos que somos 5
y se fue despidiendo de uno en uno dándonos el
último beso y al poco murió, tenía 48 años y se
llamaba José Ramón.


                                               6
CAPITULO 3

       NARRA DESDE QUE EMPEZÓ LA CARRETERA
       DE LA BOLERA HASTA SU TÉRMINO


       Al principio de 1953, vino una empresa de
Galicia a Pozo Alcón a hacer la carretera que
había proyectada de antes de la guerra, que iba
de Pozo Alcón a Cieza por Caravaca, la carretera
A-326, desde el Km. cero que empezamos en Pozo
Alcón en el antes llamado “Cortijo de Julio” hasta
el Puente de la Bolera, que aún no estaba hecho.
Este puente se hizo después, cuando hicieron el
Pantano de La Bolera. Mi madre tenia amistad con
el peón caminero, se llamaba Rafael, porque
hacían el pan para su casa en nuestro horno, y de
ahí venía esa amistad. Habló con él, que por
mediación suya hablaría con el encargado de la
carretera para que me diera trabajo, así que a
mediados de mayo me llamó para trabajar.
       Como era menor de edad, el trabajo que yo
hacía era de pinche, que mi trabajo era darle agua
a los trabajadores, claro cuando no pedían agua,
pues tenía que hacer otras cosas, lo que me
mandara el capataz de la cuadrilla. Yo tenía que ir
a por el agua a donde cogiera más cerca, porque
tenía que ir con un cántaro con unas hombreras de
ramal a cuestas.
                                               7
La carretera se hizo totalmente a mano,
como se dice, a pulso, a pico y pala era la
maquinaria que había, eran carretillas de mano
hechas de madera con la rueda de hierro.
       Luego cuando la carretera tenia el piso con
el recebo echado, vino una máquina asentadora a
vapor para apisonarla, que era lo último que se le
hacía, el recebo era chiporro.
       En mayo de 1955 se terminó la carretera, a
falta de hacer los muretes para la baranda del
puente de Arroyo Seco, lo cual quedamos dos para
hacerlo, un albañil llamado Emilio “Quitabastas” y
yo, que entre los dos no pesábamos sesenta kilos.
       A mediados de Julio acabamos el trabajo
del puente y me quedé sin trabajo. Bueno, pues
me dije: ahora al campo cuando halla, porque no
había más trabajo que era ese y la Sierra.




                                              8
CAPÍTULO 4

           NARRA SOBRE EL VIAJE A GALICIA


       El día 6 de agosto el encargado que hizo la
carretera, se llamaba Enrique Taboada Durillo,
nos llamó a diez de los que estuvimos trabajando
en la carretera del Pozo, para que el día 9 del
mismo mes, o sea tres días después, saliésemos
para Orense. Ya nos dijo donde teníamos que
bajarnos del tren, que era en Ruapetin, y coger el
autobús que nos llevara a Viana del Bollo, y de allí
a Santa Marina de Frujanes. Cuando me lo dijo
Francisco Fontarrosa que fue a quien mandaron
con el aviso, corriendo se lo dije a mi madre. Le
digo: “Madre, ya tengo trabajo”. Mi madre como
es natural le dio mucha alegría, y me preguntó que
con quien; pensaba que era en el Pozo. Pero
cuando le dije que era en Galicia en la provincia de
Orense a tres días del viaje, pues se quedó como
se dice helada, porque en aquellos tiempos salir
uno de casa a trabajar era muy duro, y además
tan lejos y tan joven, que todavía no tenia
dieciocho años hasta diciembre que no los cumplía.
       Llegó el día de la marcha, el día 9 de agosto
por la mañana salimos en el autobús a Baza, con
una maleta atada con una cuerda. A mediodía
cogimos el tren que nos llevó a Alcantarilla,

                                                9
cogimos otro tren que nos llevó a Chinchilla, de
allí otro que nos llevó a Alcazar de San Juan, otro
para Madrid, que llegamos por la mañana, y hasta
las once de la noche no salimos para Galicia, así
que estuvimos todo el día por Madrid viendo
cosas. A las 11 de la noche salimos para Galicia,
estuvimos toda la noche de viaje, en aquellos
tiempos los asientos eran de madera, tragando
carbonilla, porque los trenes iban a vapor, y
cuando había un poco de cuestas te podías bajar y
andar más que el tren. Como el tren iba a tope nos
tocó hacer todo el viaje en el pasillo sentado
encima de la maleta sin poder pegar un ojo y sin
descansar.




                                               10
CAPÍTULO 5

      NARRA DESDE LA LLEGADA A GALICIA HASTA
              MEDIA TEMPORADA




       El día 10 de agosto a las ocho de la mañana
llegamos a la estación de la Rua de Petín, como
era de costumbre lo primero que se hacía después
de levantarse, era ir en busca de la copa de
aguardiente, buscamos un bar en la estación y allí
había uno. Entramos y pedimos una copa de
aguardiente,     pues    pusieron     diez   copas
encarriladas, uno coge su copa se echa su trago y
se calla, el uno, el otro, todos igual, pero que a
más de uno se le caían dos lágrimas pero todo el
mundo a callar. Es que aquello que nos pusieron
era fuego ardiendo, era cazalla aguardiente
casero del país. Así que refiriéndose a lo de la
copa, todos picamos, porque si el primero dice
algo los demás no bebemos, porque la copa entera
no nos la pudimos beber, porque no estábamos
acostumbrados.
       A media mañana cogíamos el autobús que
iba a Viana del Bollo, que era donde teníamos que
bajarnos para ir a donde íbamos. Aquel pueblo era
el más importante de aquella comarca, me refiero
a Viana del Bollo. Tenía cuatro mil habitantes. Allí
                                                11
era como la capital pequeña. Tenía treinta
pueblecillos bajo su mando.
       Cuando nos bajamos del coche preguntamos
a la gente de allí que donde estaba Santa Marina
de Frujanes y nos dijeron que cogiéramos un
camino que había y que fuéramos preguntando.
Tardaríamos más de una hora en llegar, porque
había que ir andando, que era camino de carros
tirados por bueyes, pero como íbamos con el “ato”
a cuestas tardamos más, de vez en cuando
parábamos a descansar y reponer fuerzas.
       Íbamos caminando y nos encontramos con
un hombre que estaba con unas pocas ovejas y le
preguntamos:”¿Vamos bien para Santa Marina de
Frujanes? Y nos dijo: Sí, camiño ancho”; quería
decirnos que siguiéramos adelante porque de lo
demás no le entendimos nada, porque no sabía
castellano. Él nos hablaba en gallego y nosotros ni
papa, no lo entendíamos.
       La carretera en la que íbamos a trabajar
era para comunicar siete u ocho pueblecillos
pedáneos con Viana del Bollo, que de momento se
comunicaban por caminos o veredas, por los
montes y barrancos, en estos pueblecillos o
aldeas no conocían la luz eléctrica.
       Después de hora y media llegamos al sitio
porque aquello no era un pueblo, era una aldeilla
de once familias y once casas de aquellas de
                                               12
piedra, los tejados de pizarra y las calles llenas
de caca de vaca, barros y lastras de piedra.
       Nos estaban esperando, porque el
encargado de la carretera ya lo tenía todo
preparado, hasta los que íbamos a estar con cada
familia.
       El encargado les dijo que iban a venir diez
andaluces. Ellos creían que los andaluces éramos
de otra forma, y salieron todos corriendo
gritando, “¿Han venido los andaluces, han venido
los andaluces, aí abaixo!”
       Aquella gente vivían muy atrasados,
comparados con nosotros, por lo menos 20 años,
no sabían lo que era una bicicleta, porque uno llevó
una y se quedaron confusos de ver como no se
caía de ella, claro que hasta que no se hiciera la
carretera no podían andar por ningún sitio.
       Cuando la carretera estaba ya muy
avanzada, fue el primer camión a llevar
herramientas, pues cuando llegó el camión que era
uno de aquellos Ebros con el morro delante, pues
el conductor levantó el capó para echarle agua al
radiador, algunos decían que tenía la boca abierta
“ten fame”, que quiere decir que tiene hambre y
le llevaron hierba para que comiera.
       Bueno, el día que llegamos, nos repartieron
a cada cual a la casa que nos esperaba. Yo, con
otro que se llama Juan (porque aún vive), nos tocó
                                                13
con una madre y una hija soltera de 25 años. La
madre era viuda de unos 50 años, se llamaba
Antonia y la hija Josefa. Eran muy buenas
personas, sin malicia, muy buena gente, todos allí
lo eran. El tiempo que estuvimos lo pasamos muy a
gusto, más que si hubiéramos sido familia de ellas,
nos hacían la comida y nos lavaban la ropa.
       Nosotros comprábamos todo lo que hacía
falta para hacer la comida, las cosas las
comprábamos en una cantina que allí había, como
una pequeña tienda de aquellas que había en el
Pozo antiguamente, con las cosas más precisas
como el pan, el vino, el aceite, garbanzos, judías,
arroz, bacalao, patatas, fideos, chocolate,
sardinas en aceite y en escabeche, caballa, tocino,
… Esto es lo que comíamos. Muchas veces nos
ponían ellas de su comida que a mí me encantaba,
era caldo gallego. Allí comían de lo que criaban.
       En aquellas casas la cocina donde se estaba
y se hacía la comida no tenía chimenea, por lo
tanto el humo salía por donde podía. Nosotros no
estábamos acostumbrados, los ojos se nos ponían
como el puño y siempre llorando, claro del humo,
no de pena.
       Una vez que estábamos todos cada cual en
su sitio, entre aquellas buenas familias, tanto
ellas como nosotros convivíamos estupendamente.
En aquellos tiempos había costumbre de ir de
                                               14
visita a lo de los familiares y amigos por la noche,
en Galicia decían “Fiadeiro”, se puede decir que
casi se lo echaban a sorteo para que fuéramos a
sus casas, a pasar la velada. Ellos se divertían y lo
pasaban en grande con nosotros, unos decían
chistes, otros cantaban y el cante andaluz les
gustaba mucho, y si era por Antonio Molina ya era
demasiado, y ya de camino nos obsequiaban con lo
mejor que tenían.
       Al poco tiempo de estar allí me compré una
armónica y aprendí a tocarla, y con eso hacíamos
muchos bailes. Allí había nueve mozas, ellas
solamente querían bailar con los andaluces y más
con los jóvenes. También hacían juegos en los que
yo iba beneficiado. Claro, que entonces allí no
había luz, o te ibas de visita o te tenías que
acostar enseguida. La luz de noche era un quinqué
o una vela, o la que reflejaba del fuego, porque de
noche casi siempre estaba encendido, porque
siempre hacía mucho frío.




                       CAPÍTULO 6

                                                 15
NARRA CUANDO EMPEZAMOS A TRABAJR Y
          MANDÉ EL PRIMER DINERO


       Cuando empezamos a trabajar, yo estaba
deseando de acabar el primer mes de trabajo
para cobrar y mandarle el primer dinero que
ahorrara a mi madre, porque allí no necesitábamos
el dinero para comprar, porque la comida que
necesitábamos nos la daban en la cantina, y
cuando cobrábamos el mes de trabajo, entonces
le pagábamos.
        Cuando cobré y pagué me quedaron 500
pesetas, que en aquellos tiempos era dinero.
       Para mandar el dinero se lo dábamos al
cantinero para que nos lo girara, porque el bajaba
muy a menudo a Viana de Bollo. No sé que pasaría,
porque el primer giro tardó el llegar más de lo
normal, pero llegó. Yo me sentía muy feliz, cuando
le mandaba dinero a mi madre, ganábamos a cinco
pesetas la hora, al día trabajábamos normalmente
10 horas cuando el tiempo lo permitía, entonces
en el Pozo se ganaba alrededor de veinte pesetas
la hora. Eso hizo que cuando la gente se enteró se
infectó de gente del Pozo. Entonces aquello
cambió mucho, porque muchos se emborrachaban
y se peleaban, cosa que mientras estuvimos los
diez primeros solos eso no pasó.

                                              16
Yo lo pasé bastante bien, porque con eso de
tener en la cas una moza como se decía allí, pues
yo dije que si quería venirse a Andalucía, y ella
decía que sí que se venía conmigo, claro que yo no
se lo decía de verdad, además me llevaba cinco
años, pero ella se lo pasaba bien conmigo, porque
los gallegos eran muy fríos y nosotros las
andaluces todo lo contrario. Ella de mí se fiaba,
hasta cierto punto, porque le gustaba que la
besara y tocara, y a mí más y punto.




                      CAPÍTULO 7


                                              17
NARRA DE CUANDO ESTUVE DE ARRIERO


        Empezamos a trabajar el día 13 de agosto,
lo primero que nos dieron, una pala a unos y un
pico a otros, en fin, varias herramientas, pero
todas manuales. El trabajo era duro, pero había
que hacerse uno más duro todavía, ya que era el
más joven y el más endeble se podía decir. Yo de
joven me criaba muy delgado, claro y me cansaba
antes que ellos, pero no lo daba a demostrar.
Echábamos el tiempo de verano ocho horas, que
allí el verano se notaba poco, yo estaba deseando
que llegara el domingo para descansar y recuperar
fuerzas.
        Como se dice tuve un poco de suerte porque
a los dos o
tres meses
me pusieron
de     arriero
con        una
recua       de
borricos, de
cuatro       o
cinco, para
llevar arena
y cemento, para hacer las alcantarillas y los
puentes.


                                              18
19
20
21
CAPÍTULO 8

      NARRA DE CUANDO ME TRASLADARON DE
 TRABAJO Y TUVE QUE VOLVER AL MISMO SITIO


        Era mediados de diciembre cuando se
terminaron las alcantarillas y los puentes, y ya los
borricos se los llevaron a otro sitio, pues aquel
trabajo se acabó, yo lo pasé bien, era el mejor
trabajo.
        En esos días el encargado de la carretera
tenía que trasladar una Coya de seis o siete
hombres, a otro trabajo que había a unos 50 Km.,
era en la provincia de Lugo, el pueblo se llama
Villamoiz.
        Entonces me dice:”Carrión, te vas a ir con
tus paisanos, que van a trabajar a destajo, así que
me fui con ellos.
        Por aquellas fechas, ya había mucha gente
de Pozo Alcón allí, era a finales de Diciembre, ya
estábamos en el nuevo trabajo, llevaríamos ocho o
diez días cuando cogí un resfriado y estando en el
trabajo me tuve que ir para casa porque me dio un
calenturón que no me tenía de pie. Llevaba dos o
tres días malo, y viendo que no me mejoraba
pensé en irme de Santa Marina otra vez, porque
allí si había quien me cuidara, así que le dije al
encargado que si podía irme otra vez a Santa
                                                22
Marina, porque allí nadie hacía caso de mí y cada
día estaba peor. Me dijo que sí, que me fuera allí
al trabajo de antes, o sea a la carretera.
       Lo malo era que entonces e aquellos lugares
no habían combinaciones de coches de línea como
hoy, ya que también era un pueblo pequeño. Pues
la manera que había de salir de allí era en el tren
que estaba la estación a media hora de camino,
pero andando con el “ato” a cuestas el camino se
hace más largo.
       La estación era la de Montefurado. El tren
pasaba a las 9 de la mañana que iba para la Rua de
Petín, donde yo tenía que coger el coche de línea
que me llevara a Viana del Bollo.
       Yo salí de Villamoiz a las 8 de la mañana,
con tiempo suficiente para coger el tren, pero con
la maleta a cuestas y lo mal que iba llegué cinco
minutos después de pasar el tren. El próximo
pasaba a la 1, tenía que esperar cuatro horas, y
luego llegaba cuando el autobús ya se había ido,
así que me dije: “Antonio, ve adelante poco a poco
hasta la Rua de Petín.
       Vuelve a repetirse la misma historia, la
mala suerte estaba conmigo, cuando llegué ídem
de lo mismo, llegué tarde, acaba de irse el coche
de línea y hasta las 5 de la tarde no salía el
próximo. Ya no me quedó más remedio que
esperarme hasta que saliese ese autobús.
                                               23
Llegamos a las 6 de la tarde a Viana del
Bollo.
        Pues como se comenta anteriormente de
Viana del Bollo andando normal de tardaba una
hora, pero con la maleta a cuestas y un bultillo
que eché tardé dos horas y creía que no llegaría
nunca. Cada vez que me daba tos, porque la
garganta la tenía en carne viva, escupía hasta
sangre, luego además era de noche y no veía nada.
Por donde andaba llevaba una linterna, porque por
allí abundaban los lobos, y estos si ven luz no se
arriman; pensaba: “Como se me avería la linterna
los lobos me comen”.
        Cuando por fin vi una luz a lo lejos, una luz
triste porque era de una vela detrás de un cristal
sucio vi como se dice a Dios, porque ya sabía que
estaba llegando a casa como así era, y por fin
llegué.
        Había que subir un tramo de escaleras para
entrar en la casa, allí todas las casas eran lo
mismo, todas estaban en alto, se me antojaba
mentira cuando subía las escaleras.
        Llamé a la puerta cuando y cuando vi a la
Señora Antonia dije “estoy salvado”, porque yo
sabía que aquella mujer era como mi madre, se
portaban estupendamente con nosotros, así que
cuando se les podía hacer alguna cosa como ir por
las noches a encontrar alguna oveja que se les
                                                 24
extraviaba, porque si las dejaban fuera los lobos
se las mataban.
       Bueno, fue entrar en la casa de la Señora
Antonia y puso vino para cocerlo en el fuego y me
dice: “esta es la mejor medicina” para un
resfriado, y fue verdad que aquello me curó el
resfriado, ahora, que estaba malísimo, eran de
esas medicinas caseras porque el médico allí
estaba en Viana del Bollo y no había teléfono, con
lo que tenían que ir con un caballo a por él cuando
les hacía falta, y luego llevarlo.




                                               25
CAPÍTULO 9

       NARRA DE CUANDO VOLVÍ OTRA VEZ A
SANTA MARINA HASTA QUE VOLVÍ A POZO ALCÓN


       Cuando volví otra vez a Santa Marina y me
vieron llegar, creían que había ido a por los
paquetes que les habían dado en el Pozo, porque
estuvieron Juan y el otro del Pozo en la Navidad a
ver a sus familiar, pero les dije que no había ido a
por nada, que la vuelta allí era porque estaba
malo, que tenia un resfriado bastante gordo, y allí
nadie se acordaba que estaba malo ni para darme
una gota de nada, y los compañeros tenían que
irse a trabajar y no volvían hasta la noche y poco
podían hacer por mí.
       El tiempo iba pasando y yo ya no estaba de
                        arriero. Ya el trabajo era
                        otro. Me pusieron a picar
                        piedra para el piso de la
                        carretera      que    llevaba
                        treinta o treinta y cinco
                        centímetros de espesor. El
                        trabajo     era    pasajero,
                        mejor que estar con el
                        pico    y    la    pala,    la
                        herramienta era menos

                                                  26
pesada, era un porrillo de un kilo y dos kilos
acoplado a una vara.
                     A final de junio la carretera
se estaba acabando y antes de quedarnos sin
trabajo fuimos tres o cuatro a pedir trabajo en
una carretera que estaban haciendo de Pías a
Porto, de la provincia de Zamora, que estaba a
tres o cuatro horas andando a través de las
montañas. Nos dieron trabajo, estuvimos dos
meses que nos faltaba para la feria de nuestro
pueblo Pozo Alcón, así que a últimos de agosto
pedimos la cuenta y nos marchamos para casa.




                                              27
CAPÍTULO 10

        NARRA DE CUANDO ME PUSE NOVIO Y ME
          FUIU A TERUEL A LAS MINAS


       En Agosto de 1956 llegamos a Pozo Alcón
después de un año en Galicia.
       La feria empieza el día 3 de septiembre y
yo quería arrimarme a la que es mi mujer hoy,
pero me daba corte, porque ella como vivía con
gente, como se decía antes, señorita, pues yo no
me veía la forma de arrimarme a ella.
       Por fin la última noche de la feria, antes de
la cena, la veo con su amiga y su novio en el paseo,
y el novio era amigo mío, Cerferino y su novio
Leocadia, y me dije que esa era la ocasión de
arrimarme. Y así, como el que no quiere la cosa me
acerqué y dije que si estorbaba, “noooo”, me
contestaron, en fin, que me enrollé y la cosa
funcionó, y dije “adelante”, y seguimos juntos
hasta la hora de cenar, y ya quedamos para
después y hasta que se acabó la feria. Quedamos
para seguir viéndonos todos los días siguientes
hasta que ya la cosa quedó en lo que queríamos,
ser novios.
       El veinte o veintiuno del mismo mes, vino de
Teruel un tío mío por parte de mi madre,
hermanos de padre, se llama Juan Pedro, que aún
vive. Yo como estaba sin trabajo, como tanta
                                                 28
gente había, le conté que hacía unos días que
había venido de Galicia, que había estado un año
allí trabajando en la carretera. Entonces me dijo
que si quería irme a trabajar allí con él, que
estaban haciendo una vía del tren. Yo lo que
quería era trabajar, pero en el Pozo, pues no
había como fuera que alguien te avisara a echar
un día o dos de cava, así que le dije que sí que me
iba con él. Le pregunté que cuando se iba para
Teruel y me dijo que el día 27 de septiembre si no
pasaba nada.
        Y que mala pata, yo que acababa de
ponerme novio y me tenía que ir a trabajar; en
esos tiempos había que trabajar y no se podía
estar uno de paseo.
        Bueno, cuando se lo diga a ella que me voy a
Teruel a trabajar cómo se lo tomará, a ver que iba
a decir,
la
criatura,
pues yo
era      el
que tenía
que verlo,
que a ella
le
gustaría
que estuviéramos juntos como es natural, pero lo
                                                29
comprendía, que el trabajo es lo que daba de
comer. Bueno, ya vendría, que eso no era para
siempre, que una temporadilla se pasa pronto,
aunque en realidad en esa situación el tiempo se
hacía más largo, pensado uno en el otro.




                                            30
CAPÍTULO 11

        NARRA DE LA IDA A TERUEL, ACABADO DE
              PONERNOS NOVIOS


       Llegó el día de la ida, y la noche antes de
despedirnos como dos novatos, con un poco de
timidez, claro que aquellos tiempos eran distintos
a los de hoy, eran los años 50.
       Bueno, le dije que me diera las señas para
escribirle, y me dice que ella escribía muy mal,
que había ido muy poco a la escuela, que había
tenido que dejarla para ayudarle a su tía Quica,
en la huerta, en el campo. Yo le dije que eso no
era ningún problema porque nadie las va a leer
nada más que yo, que ya poco a poco lo iría
haciendo mejor.
       Bueno, pues a otro día por lo mañana a las
8, cogimos el correo como se decía en aquellos
tiempos, para Baza, que allí teníamos que coger el
tren para Valencia, y allí cogíamos otro que nos
llevó a Teruel. En Teruel cogimos un autobús de
aquellos tiempos que era una tartana y nos llevó a
un pueblo que se llamaba Fuentes Calientes, si es
que aun existe. Allí vivía una familia que eran los
padres de la novia de mi tío, que por cierto eran
de familia de Martín “Bespunte”, el que trabajaba

                                               31
de fontanero y se dedicaba también a arreglar
máquinas de coser.
       Llegamos al pueblo, y como es natural a la
casa, y lo primero que hice, cuando me informé de
dónde iba a vivir, cogí una carta y me puse a
escribirle a mi novia, con un poco de duda si me
contestaría o no, pero sí me contestó, en seguida
que recibió la carta me contestó, el flechazo hizo
efecto.
       Allí sólo estuvimos un día. Al día siguiente
nos fuimos donde iba a vivir mientras
estuviéramos allí.
       El trabajo que me esperaba no era el que yo
me creía, lo de la vía del tren no era verdad, la vía
estaba cerca de allí, pero estaba parada desde
antes de la guerra, así que el trabajo era en las
minas de carbón.
       Al día siguiente llegamos al sitio donde
estaba el trabajo, era un barrio de viviendas de
planta baja hechas para los mineros, que estaban
a unos trescientos o cuatrocientos metros de la
mina.
       Allí vivía una tía mía hermana de mi tío
Juan Pedro, con su marido. Ella se llamaba
Asunción y el marido Antonio, los dos ya
fallecieron.



                                                 32
El sitio aquel se llamaba Cotominero del
Rillo, porque aquello pertenecía al pueblo llamado
Rillo, y estuve allí 3 meses.




                                              33
CAPÍTULO 12

       NARRA DESDE LA LLEGADA A TERUEL HASTA
          QUE ME VINE A POZO ALCÓN


       Cuando llegamos mi tío habló con el
encargado o jefe de la mina para pedirle trabajo
para mí, y al día siguiente empecé a trabajar.
       El trabajo era muy sucio, porque era de
trabajar con el carbón, y allí la ropa blanca perdía
el blanco para volverse gris, porque aunque la
lavaban lo único que se iba era el polvo. En
aquellos tiempos había jabón de aquel del
“Lagarto”, que por lo visto el lagarto se iba en
cuanto lo metían en el agua.
       El trabajo que hacía era de cribar carbón
con unas cribas mecánicas muy grandes donde ya
salía clasificado de tamaño para cuando llegara el
camión cargarlo con unas horcas de hierro. Era un
trabajo duro pero es lo que había, todo el trabajo
era bueno para el que quería trabajar.
       Llegó el invierno y empezó a nevar con lo
que en la calle no se podía trabajar casi ningún día
por el mal tiempo, entonces me dijo el encargado
que me metiera abajo en la mina, que allí no hacía
frío. Yo le dije que a mí me daba miedo la mina, y
como era final de diciembre le dije que me
arreglaba la cuenta que me iba a mi casa.
                                                34
Así que el día tres me pagaron y a otro día
arreglé mis cosas, y como yo tenía allí mi bicicleta
fui a un pueblo que había cerca que se llamaba
Pancrudo y le compré a mi novia unos pendientes y
un alfiler para echárselo en los Reyes. Yo también
me compré una pelliza con el cuello de pelo, y el
día 5 de Enero de 1957 llegué al Pozo por la
tarde. Llegué a mi casa y al rato de estar con mi
madre pues me fui a lo de mi novia, la saludé y de
camino le dí los Reyes.




                                                35
CAPÍTULO 13

       NARRA DESDE LOS REYES HASTA EL VERANO


       Al día siguiente, día de los Reyes, como es
natural fuimos a misa, y eso era un motivo para
vernos después de la misa y pasearnos en la plaza.
Ya de ahí en adelante nos veíamos todas las
noches. En aquella época habíamos comprado un
borriquillo para que mi hermano le trajera las
tamaras a mi madre para el horno y leña de la
sierra para venderla. Mi hermano ya tenía 15 años
y también hacía lo suyo. Yo casi siempre iba a
darle agua al borrico a la Fuente Taza por ver a la
novia que sabía cuando pasaba y estaba en la
ventana que se veía desde la calle Maya. Bueno,
volviendo a lo de antes sobre pasearse, pues había
que ir acompañado, porque eso de ir solos estaba
muy mal visto. Fue pasando el tiempo, el carnaval,
la Semana Santa, y nosotros tan enamorados
siempre, no podíamos pasar un día sin vernos. Ella
iba a coser a la sastrería de Antonio “El Bollo”. Yo
vivía en la calle del Plato y yo desde el balcón de
mi casa la veía pasar por lo alto de la calle cuando
iba a la sastrería a coser, pues como siempre
pasaba a la misma hora, si yo estaba en mi casa
porque no fuera a trabajar o a algún sitio, pues

                                                36
me asomaba al balcón de la casa para verla pasar.
Con eso me consolaba, en aquel tiempo a la novia
hasta la noche no se podía ver normalmente.
       Ese primer verano no me fui a ningún sitio a
trabajar, porque encontré trabajo en el Pozo, en
una pista que estaban haciendo, desde el Ceo de
la Mesa hasta el río Guadiana Menor por la cuesta
del Negral. A los quince días de acabó la pista,
pero allí había más trabajo, plantar chopos y
hacer caballones grandes, para que el agua se
embalsara para los chopos, así que me quedé
trabajando plantando chopos. Como era verano allí
hacía un calor insoportable, el agua era malísima
la de beber, porque el agua era del mismo río y
casi siempre bajaba turbia.




                                               37
CAPÍTULO 14

       NARRA DESDE EL VERANO DEL 1957 HASTA
      CUANDO ME MIDIERON PARA LA MILI


       Un día, cuando venía del trabajo del río
Guadiana, habían unos albañiles haciendo una casa
por debajo de la sastrería donde cosía mi novia, y
me dijeron que si quería irme a trabajar con ellos
para llevarles el agua para la obra, porque en
aquellos tiempos no había agua nada más agua que
en las fuentes públicas y había que llevarla a la
obra a cubos, uno en cada mano. Otros la llevaban
con borricos o burrascos con cántaros pero así
era más peligroso porque si se espantaba el
animal, cosa que era corriente, los cántaros se
rompían, con lo que lo más seguro eran los cubos
en la mano, claro que ya te los daban bien
grandes.
       No me lo pensé ni un instante y les dije a
los albañiles que sí, y dejé el trabajo del río
Guadiana y me fui con ellos a la obra. Estuve allí
hasta la temporada de la aceituna porque en esa
época la gente paraba de trabajar para coger la
cosecha, por trabajo en la construcción la verdad
había poco.
       Por aquel tiempo yo tenía una bicicleta y
que dedicaba a traerle a mi madre las tamaras
para cocer el pan en el horno. Yo como
                                              38
madrugaba, cuando los guardad de la sierra se
levantaban ya tenía dos viajes de tamaras
preparados, bajaba uno primero y enseguida volvía
a por el otro. Por aquellos tiempos mucha gente se
buscaba la vida con la sierra bajando la leña para
los hornos, que había siete u ocho. Cuando la
gente llegaba con sus borricos a la sierra yo ya
bajaba con el segundo viaje con la bicicleta, que
con los dos viajes bajaba la carga de un borrico.
En el portaequipajes le ponía dos palos que
salieran para atrás y allí amarraba el haz de
tamaras y para casa carretera abajo.
       Llegó la cosecha de la aceituna y me salió
“amo”, como se decía entonces, y además de coger
nuestra aceituna echaba la temporada con los
ajenos. Así estuve casi un mes. Era con la familia
del tío Juan Catena que tenía muchas fincas.
       Se acabó la temporada, pasó la Navidad y el
Carnaval y como ya tenía cumplidos los 20 años me
midieron para la mili. Cuando medían a los quintos
era un día de fiesta para los que se medían. Yo y
tres amigos más, Francisco “El Rubito”, Francisco
Férez y Francisco Mesas, los tres “Franciscos”,
compramos un choto y en el cortijo de Mesas
pasamos el día de juerga. Claro, que a la hora de
matar el choto ninguno lo queríamos matar porque
nos daba lástima, así que al final me tocó a mí
hacer de carnicero, hicimos arroz y el demás
                                              39
frito con ajos. Como nos quedó de aquel día,
fuimos al día siguiente y lo acabamos. Era la
quinta del 1958.




                                          40
CAPÍTULO 15

 NARRA DESDE QUE ME MIDIERON PARA LA MILI


       Se pasó la primavera y entramos en el
verano, a mediados de junio. Un amigo me dijo que
si quería echar dos meses de trabajo y le dije que
sí. No estaba la cosa coma para desperdiciar las
ocasiones, porque aquí lo único que había de
trabajo era la siega que a mí no me gustaba.
Segaba lo mío porque no tenía más remedio, y me
dice: “no es en el Pozo, es con una máquina
trilladora en un pueblo de Barcelona que se llama
Llinsa de Munt, y te dan la comida y el vino”.
       Bueno, pues a la noche se lo dije a mi novia
que iba a echar dos meses de trabajo en
Barcelona, así que a los tres o cuatro días nos
fuimos.
       Llegamos a Llisa de Munt y nos estaba
esperando el dueño, así que fue llegar y empezar
a trillar. Era trigo y cebada. La cebada era más
mala porque el polvillo de la cebada picaba mucho
con el calor que hacía. En la máquina íbamos seis
hombres, cada uno teníamos nuestro puesto.
       Llevábamos unos veinticinco días de trabajo
cuando se ve que se me hincó una espina de la
cebada en el dedo gordo del pie derecho y se me
infectó. Se me puso el dedo como el huevo de una

                                               41
gallina y el pie hinchado como una bota, tanto que
ya no podía mover el pie de lo que me dolía.
Entonces el patrón me llevó a Granollers que
estaba a cinco kilómetros a una clínica, me vio un
médico el pie y me ingresó. Me subieron a una
habitación y me dice la enfermera “esta es tu
cama, te pones el pijama y te acuestas”, al rato
vino otra enfermera y me lió el pie con una venda
y me puso una inyección, y así hasta siete días.
Sobre lo del pijama digo yo “¿Qué pijama?”, yo
solo llevaba lo que tenía puesto, porque cuando me
trajo el patrón no me dijo que me llevara nada, me
montó en el coche y al médico, y así con lo que
llevaba estuve diecinueve días, sin poder
comunicarme con nadie. El patrón no fue ni una
sola vez a ver como estaba o si necesitaba algo,
claro era catalán y los catalanes suelen dar poco,
pues no pude ni escribir ni decirle a nadie a nadie
lo que me pasaba, aunque me hubiera muerto, no
disponía de nada allí y aquellos tiempos eran
otros, los días se hacían siglos, no tenía ni con
quien hablar, allí encerrado en la habitación.
Llevaron allí a otro joven, pero como era catalán
no dijo ni “hola”. Estuvimos ocho o diez días y no
cruzamos ni una palabra. A los doce días se
reventó lo del pie sin tener que rajar, sólo con las
inyecciones, conforme iba tirando la porquería me
iban cambiando las vendas, cuando aquello se
                                                42
deshinchó y quedó limpio, me dijo el médico que
podía andar un poco y que bajara al patio, pero
como llevaba 15 días sin andar me dio una fiebre
muy fuerte, pero me duró poco, así que a los
diecinueve días el médico me dio el alta y me dijo
que ya me podía ir, así que como no tenía medios
para llamar al patrón cogí el mismo camino que
traje y volví andando. Me incorporé al trabajo y a
los veinte días se acabó la trilla, así que nos dio la
cuenta y a mí del tiempo que estuve de baja no me
dio ni un céntimo el hijo de…. Nos volvimos a casa
sobre el veinte de agosto.
       Como faltaban todavía unos días para la
feria, un amigo y yo nos dedicamos a blanquear las
fachadas porque en esos días a la gente le
gustaba tener bien sus casas en esos días de
feria. Así que nos preparamos nuestros artilugios
de pintura y nos dedicamos a pintar fachadas, con
lo que nos ganamos unos buenos dinerillos con los
que pudimos pasar la feria.




                                                  43
CAPÍTULO 16

    NARRA DESDE LA FERIA DE 1959 HASTA LA
                  NAVIDAD


      Llega la feria día 3 de septiembre. Dentro
de lo que se podía lo pasamos bien, siempre con
mucho amor entre los dos, mi novia y yo, como es
natural, la feria se va y vida nueva.
      Yo, cuando me salía trabajo pues iba, y
cuando no tenía trabajo, con la bicicleta le llevaba
las tamaras a mi madre para el horno. Por
entonces a mí me gustaba dibujar, y me sigue
gustando. Entonces me encontré un trozo de
periódico que anunciaba un curso de dibujo por
correspondencia de CCC de San Sebastián.
Escribí y me contestaron, así que me apunté para
hacer el curso. Era de doce meses y cada mes te
mandaban un libro y lo que tenías que dibujar. Yo
les mandaba por correo lo que me decían y ellos
me lo devolvían corregido. Cada envío me costaba
sesenta pesetas, el total del curso fueron de mil
doscientas pesetas.
      Y sí aprendí muchas cosas, que siempre es
bueno saber lo que sea, como dice el refrán “por
mucho saber nunca es malo”, claro que eso lo
hacía en el tiempo libre porque yo no me podía
dedicar a eso ya que tenía que trabajar. Éramos
cinco menores en la casa menos mi madre y la
                                                 44
cosa en el horno iba flojeando. Empezaron a poner
panaderías de las actuales y aquello acabó con las
horneras. A la gente le empezaba a gustar más el
pan tierno o diario que las panaderías le ofrecían
todos los días.
       Como todos los años, entró el Otoño y
empezaba la temporada de la aceituna y, como
siempre, la misma rutina, coger la nuestra y
después la ajena. Entre tanto llega la Navidad y
Reyes de 1959 y, como siempre, año nuevo, vida
nueva.




                                              45
CAPÍTULO 17

 NARRA DESDE QUE ME FUI A LA MILI HASTA LA
             JURA DE BANDERA


       El día 6 de marzo de 1959 recibí un aviso
del ayuntamiento de que el día 13 del mismo mes
tenía que presentarme en la plaza de Andalucía
para incorporarme a filas.
Como era de costumbre, la noche anterior la
gente iba a despedir a los quintos (así es como se
les decía a los soldados hasta que juraban
bandera).
       La casa se llenaba de personas para
despedir al soldado, te ponías en la puerta de la
casa y conforme iban saliendo te daban una
propinilla. Ya cuando se había ido toda la gente fui
a despedirme de la novia porque ella no podía
venir a la casa del novio.
       Al día siguiente por la mañana, nos
montaron en un camión y nos llevaron a Úbeda que
era la zona sonde se reconcentraban los soldados
de la comarca. Nos apearon en una Plaza que es
donde estaban los militares, y donde hacían el
sorteo. Con nosotros iba un empleado del
Ayuntamiento, y mientras entró a que le dieran la
lista de donde íbamos esperamos en la calle.
Cuando salió empezó a decir donde íbamos cada

                                                46
uno, y cuando me nombró a mí y dijo donde me
había tocado me quedé de piedra. Esto fue porque
la noche que me despidieron hablaron muy mal de
aquel sitio, y para colmo me tocó sólo a mí en
aquel sitio. Era en Ecisa en “Recría y doma”. Bueno
nos dicen que hasta el día 18 no salimos para el
Cuartel. Lo malo es que en aquellos tiempos no
había coches de línea, y un taxi no nos lo podíamos
costear, así que tuvimos que estarnos allí, en
pensiones que habían aparentes para los soldados.
       Cuando llegó el día 18 nos montaron en un
tren de vía estrecha que nos llevaba a estación
Linares- Baeza. De allí nos montaron en otro tren
que iba a Sevilla, y en la estación de Écija nos
bajaron y nos llevaron al Cuartel. Pasamos el día y
dormimos allí y al otro día hicieron el reparto. A
mí me tocó en un destacamento que se llamaba
“Las Islas”. Era una finca de trescientas fanegas
de tierra de regadío toda cultivada pero con los
soldados.
       Había 190 caballos       que cuidar. Como
llegamos temprano nos dieron “el ato” y nos
dijeron que nos pusiéramos la ropa de paseo para
asistir a misa. Bueno, estuvimos en la misa allí
mismo porque había una capilla.
       Salimos de misa y nos dijeron que nos
quitáramos aquella ropa y nos pusiéramos el mono
que era la ropa de trabajo. Nos lo pusimos y nos
                                               47
formaron. Lo primero que hicieron fue a cada uno
darnos una azada y llevarnos al campo a excavar
remolachas. Al día siguiente, a las 7 de la mañana
nos levantaron y nos dieron el desayuno. A
continuación nos daban tres horas de instrucción
y después a hacer un trabajo en el campo, o a
cuidar a los caballos. No habían días de fiesta,
solamente    los    domingos     había    que    ir
forzosamente a la misa y después cada uno a su
puesto.

                              A los tres meses, o
                        sea, a últimos de mayo,
                        juramos Bandera y ya se
                        acabó la Instrucción, con
                        lo que había que dar el
                        callo de sol a sol,
                        sembrando y recogiendo
                        las cosechas de cada
                        temporada,         segar,
                        arrancar, etc.




                                               48
CAPÍTULO 18

NARRA DESDE POCO DESPUÉS DE JURAR BANDERA
HASTA QUE ME CAMBIARON A “LAS TURQUILLAS”


       Al jurar Bandera ya dejas de ser recluta
para ser soldado, y a partir de ahí te tratan con
más dureza. Allí no existía el calabozo ni esas
cosas de la mili como arrestos, guardias, etc. Si
intentabas de no hacer lo que mandasen
directamente lo arreglaban a palo limpio. Llevaban
una fusta de “pichatoro”, que entrabas por el aro
de momento. Así que allí todo el mundo a callar y a
obedecer, aunque lo que hacíamos no teníamos
porque hacerlo porque no eran cosas de la mili,
pero eso es lo que había.
       En los días que juramos bandera yo estaba
de regador, estaba regando alfalfa en unos llanos
grandísimos y tenía que estar allí sin moverme
hasta la hora de comer, porque había que ir
cambiando el agua de sitio. En fin, a lo que me
refiero, que el último día que estuve regando,
como hacía un sol abrasador y un calor
insoportable (por algo le dicen a Écija la sartén
de Andalucía), serían las tres de la tarde cuando
llegó un momento que no aguantaba más, por el
calor o por lo que fuera me dio un calentaron que
no me tenía de pie. Al lado, en un matojo que
había me dejé caer y puse la cabeza en la sombra
                                                49
y dije “que sea lo que Dios quiera pero no puedo
tenerme en pie”.
        Al poco rato llegó un sargento a caballo y
me preguntó que qué hacía ahí. Yo me levanté y le
hice el saludo y le contesté que me encontraba
muy mal y no me aguantaba de pie porque me
mareaba, que hiciera conmigo lo que quisiera. Se
ve que vio que estaba mal de verdad porque me
dijo que me fuera para el Destacamento.
        Al día siguiente por la mañana, como todos
los días al salir del desayuno nos ponían en fila de
frente, y nos mandaba a cada uno a un trabajo.
Esa mañana pidieron voluntarios para los caballos
y yo salí, los que van con los caballos se llamaban
potreros.
                                Según decían que en
                         cada Quinta, por cada
                         soldado que iba al cuartel,
                         entraba un caballo, pero
                         eran potros que en el
                         campo se terminaban de
                         criar para i r al doma. La
                         doma la hacían en el
                         cuartel en Écija. Eso de
                         ser potrero no era muy
                         bueno, pero estar regando
al sol sin tener donde ponerse ni un segundo en la
sombra peor.
                                                50
Era primero de junio, los caballos los
sacaban de las cuadras a una alameda que estaba
a un kilómetro, porque allí estaban más frescos,
ya que en las cuadras en el verano se asfixiaban.
Por este motivo teníamos que dormir allí en la
alameda. Aunque tenía una alambrada, a veces los
caballos se revolucionaban y rompían las
alambradas, se escapaban y luego teníamos que ir
en busca de ellos y encerrarlos otra vez.
       El día que cambiamos los caballos a la
alameda, eran ciento noventa, los potreros íbamos
montados      en     caballos    salvajes,   claro
procurábamos coger uno de los que siempre eran
más mansos. Cuando ya cogías un caballo ya lo
tenías mientras estuvieras con ellos. Nosotros los
soldados teníamos que montar a caballo a pelo sin
la montura, con una cabezada de cuerda y nada
más y el látigo. Así que cuando se vieron en la
calle después de estar encerrados todo el
invierno, empezaron a retozar y a correr
espantados, y por la mala suerte se podía decir, a
mí me pusieron por delante de guía. Al principio
me obedecían, pero duró poco aquello, cuando de
pronto empezaron a espantarse y a correr, y el
caballo que yo montaba empezó a retozar y a dar
saltos. Yo veía que iba al suelo, cosa que si me
caigo me hacen picadillo, porque venían detrás de
mí ciento noventa caballos.
                                              51
De pronto me acordé de las películas del
Oeste americano, cuando los indios se abrazaban
al cuello de los caballos para no caerse, y eso hice
yo. Me abalancé a su cuello y no me solté hasta
que se paró, cuando me bajé al suelo echaba
sangre por la boca, porque como llevaba el látigo
en la mano, pues se ve que con la vara del látigo
me había dado algún golpe o algo así. Si no me
espabilo en ese momento no lo cuento.




                                                52
CAPÍTULO 19

NARRA DESDE QUE ESTABA CON LOS CABALLOS EN
 LA ISLA HASTA QUE ME DIERON TRES MESES DE
                  PERMISO


       Cuando llevaba una semana con los caballos
en la alameda, cuando me cambiaron a otro
Destacamento que se llamaba Las Turquillas.
       A mediados de junio me llevaron a Las
Turquillas, una vez que llegué, como siempre de
vacaciones no me llevaron. El primer oficio que me
dieron al día siguiente fue a guardar cerdos junto
con otro que había que por cierto era de Belerda.
Llevábamos entre grandes y chicos más de ciento
cincuenta. Lo malo es que estaba la siega hecha
de trigo y cebada y nos advirtieron que no se
acercasen los marranos a las haces de la mies.
Claro, que entre los dos manejábamos, pero como
el otro era analfabeto y a las diez de la mañana se
iba a la escuela pues yo lo pasaba muy mal, porque
los marranos se divertían de mí. Me reventaban
corriendo de un lado para otro y al final tenía que
aburrirme y dejarlos.
       A los ocho días de estar con los marranos
me dieron tres meses de permiso. La misma noche
que nos dieron el permiso a unos cuantos, o sea,
éramos ocho, pues cuatro no nos quisimos esperar
                                               53
al otro día temiendo que fueran a arrepentirse.
Así que los cuatro arreglamos las maletas, nos
pusimos la ropa de los días de fiesta y nos
pusimos la maleta al hombro.
       Eran las 12 de la noche y nos fuimos para
Écija a veintidós kilómetros. A otro día podíamos
habernos ido en el carro de los víveres, poro no
nos fiamos y decidimos irnos andando. Como es
natural, llegamos hechos polvo, pero lo que
queríamos era coger el tren y perder aquello de
vista.




                                             54
CAPÍTULO 20

   NARRA DESDE LA NOCHE QUE ME DIERON EL
   PERMISO HASTA LA VUELTA DE CUANDO ME
                 LLAMARON


       Llegamos a Écija a las siete o las ocho de la
mañana con los pies llenos de ampollas de las
botas. Cruzamos Écija que es grande, porque la
estación estaba al otro extremo, al norte. En la
estación esperamos un tren que iba de Sevilla a
Córdoba, en Córdoba cogimos otro tren que iba
para Madrid, y en la estación de Baeza me bajé.
De ahí cogí el tren que iba para Almería y en
Guadix me bajé. Ya en Guadix cogí otro tren que
iba para Murcia y al pasar por Baza bajé y cogí el
autobús de los Simones y a las 6 de la tarde
estaba en el Pozo. Nadie me esperaba, ni mi
madre, ni mi novia, venía de sorpresa, porque
aquello del permiso fue de pronto y sin decirnos
nada antes.
       Cuando llegué a mi casa, qué alegría, cuánto
la eché de menos en esos tres meses, porque en la
mili nos lo hacían pasar muy mal. Lo único bueno
que tenía aquello era la comida que era muy buena,
y nos daban todos los días cuatro pesetas, claro
está que eso era una recompensa por lo que nos


                                                55
hacían trabajar, a los demás soldados les daban
cincuenta céntimos se sobras.
       Bueno, como decía, mi madre no me
esperaba, se llevó una sorpresa cuando abrió la
puerta de la calle y me vio. Estuve un rato con ella
y me fui a ver a la novia que tampoco me
esperaba, lo que pasa es que cuando fui a su casa
ya lo sabía, porque una muchacha me vio y se lo
dijo corriendo. Ella no se lo creía pero cuando le
dijo que llevaba unas botas altas entonces vio que
era verdad y se lo creyó, porque los de Caballería
vestían así.
       Cuando le dije que iba con tres meses de
permiso le dio una alegría muy grande. Durante
ese tiempo, vuelta al mismo oficio que dejé. Yo
estaba tan contento que mira por donde se jodió
el permiso, eso era mala suerte, porque cuando
llevaba mes y medio recibí un telegrama del
cuartel diciendo que en un plazo de tres días
tenía que presentarme en mi destino, sin más
excusa ni explicaciones de ninguna clase. Eso era
a mediados de agosto de 1959, pues ya estábamos
pensando en las fiestas que eran en septiembre,
así que al día siguiente tuve que coger el coche de
línea para Baza y coger los trenes para Écija.
       Llegué al cuartel a otro día por la mañana y
en el carro de caballos que iba diariamente a Las
Turquillas me fui. Al llegar, el brigada que era el
                                                56
que llevaba el Destacamento me dijo que me
quitara la ropa y me pusiera el mono y que me
fuera con Pastor que era paisano y llevaba dos
soldados para ayudarle. Y es que a uno de ellos le
dieron el permiso y por eso me llamaron a mí para
que ocupara su puesto. Se ve que el otro estaba
bien recomendado.
       El pastor principal era un paisano con la
ayuda de dos soldados. La manada de ovejas era
de unas cuatrocientas. Todos los días tenía que
sacar del pozo más de doscientos cubos de agua y
echarlos a un pilar alargado para que bebieran las
ovejas. Los cubos había que sacarlos a mano, no
tenían carrucha. Aquella agua no se podía beber
porque era salobre, ahora las ovejas y los caballos
se la bebían bien. Cuando las ovejas parían, tenía
que coger los borregos y llevarlos a las corralizas,
también tenía que ir a por la comida nuestra en
unas perolas, porque nosotros comíamos en el
campo.




                                                57
CAPÍTULO 21

 NARRA COMO FUE EL TIEMPO QUE PASÉ CON LAS
  OVEJAS, LOS TRABAJOS EN EL CAMPO Y EL DE
         GUARDA DEL LAS TURQUILLAS


       Durante los dos meses más o menos que
estuve con las ovejas de ayudante del pastor,
pues digamos, no fue muy malo comparándolo con
otras cosas. Lo peor que tenía es que en el tiempo
de verano había que dormir con las ovejas en el
campo y era peor que trabajar en el campo.
       Llegó el tiempo de sembrar el trigo y la
cebada y el tractor lo tenían allí para sembrar se
averió y pensaron hacerlo con los soldados.
Entonces cogieron a unos cuantos, cinco o seis
para labrar la tierra, y después sembrar con el
arado, pero lo malo es que ninguno sabía llevar un
par de mulos. Yo tampoco, pero yo me daba una
idea porque de más joven iba a echar garbanzos al
surco detrás de los mulos. Me acordaba cómo lo
hacían, así que cogimos cada uno un par de mulos
de las cuadras que había muchos y grandes, los
preparamos y nos llevaron a las hazas y cuando
llegamos al tajo llegó lo bueno. Yo sabía hablarles
a los mulos y dar la vuelta a la vertedera, aunque
                                               58
los surcos me salían pocos y torcidos pero iba.
Pero lo otros, como no sabían hablarles a los
mulos, les decían que para la derecha y tiraban
para la izquierda, ni tampoco sabían dar la vuelta.
El sargento les decía que lo hicieran como yo pero
no había nada que hacer. Así que vieron que
aquello no funcionaba porque eran gente criados
en la capital, lo dejaron hasta que arreglaron el
tractor.
                                      A últimos de
                               diciembre el guarda
                               que había en el
                               Destacamento, que
                               tenía    tres    mil
                               fanegas de tierra,
                               como eran todas de
                               secano, menos una
                               huerta     de    una
fanega de tierra que estaba alambrada porque si
no se la comían los conejos que había muchos. El
agua se sacaba de un pozo con motor y se criaban
verduras para el gasto del Destacamento. Quiero
decir que me pusieron en el puesto del guarda del
que había porque el otro se fue con permiso. Fue
el mejor tiempo que pasé en toda la mili. Serían un
par de meses lo que estuve porque me dieron
permiso y perdí el puesto. Lo bueno de eso es que
de guarda no trabajaba en las labores del campo
                                               59
ni nada, más que vigilar la finca. Lo más que había
que vigilar era a los candores que iban de fuera y
a los cabreros que metían las manadas de cabras
en lo sembrado. Digo sembrado porque el Brigada
de vez en cuando cogía su caballo y se daba una
vuelta por toda la finca que tenía tres mil fanegas
y resulta que un día descubrió que en un aza de
cebada cuando estaba a veinte o veinticinco
centímetros de alta, habían metido las cabras y
no veas la que me armó cuando a la mañana
siguiente fui a darle la novedad. Claro le dije:”sin
novedad en la guardería mi Brigada” , y contesta:
“Con que sin novedad, y la cebada que está está en
el cerrillo que está comida de las cabras ¿es que
no la has visto? Yo la vi pero hice que no la había
visto, y es que los cabreros iban de noche, cuando
sabían que el guarda estaba en el Destacamento,
aunque allí le decíamos el cortijo. Así es que me
dice: “mozooo (no cariñosamente), desde esta
noche duerme en el cerro “tal” para que no te
vean y me los traes aquí. Así que ya lo sabes.
Bueno, me escapé porque yo todos los espárragos
que me encontraba y las tagarninas los cogía y
cuando iba a darle la novedad se las daba, y por
eso me escapé.
       Bueno, la segunda noche estoy allí vigilando,
cuando a lo lejos, ya casi oscurecido, por la
carretera que venía del pueblo de la Lentejuela
                                                60
veo un bultillo negro, pero un poco más atrás veo
otro, pero aquel era bastante grande. Así que me
quedé escondido y conforme iban acercándose
iban metiéndose en las siembras que estaban a la
orilla de la carretera. Y es que las pocas que iban
por delante iban explorando el terreno, entonces
yo los dejé a los de delante con dos cabreros con
unas treinta ovejas y cuando la manada grande se
metió bien en la cebada entonces me hice
presente. Cuando me vieron empezaron a
disimular como que se les habían escapado. Yo les
dije que no era así y ellos que sí, y entonces les
replico que si anoche también se escaparon. Me
dijeron que era la primera noche que pasaban por
allí y yo les contesté que entonces qué era la
lumbre que habían encendido. En fin, que les dije
que se fueran con las cabras para el cortijo y no
querían, empezaron a ponerse alrededor mío, iban
cuatro, y yo vi que estaban acorralándome, y
entonces cogí y me descolgué el mosquetón y le
pegué un cerrojazo y lo cargué, que por cierto la
primera bola cayó al suelo. Di un segundo
cerrojazo y volví a cargarlo y los amartillé y los
obligué a ponerse juntos y por delante de las
cabras, y al final los pude llevar al cortijo como
me dijo el Brigada.
       Llegamos al cortijo que estaba a un
kilómetro y me presenté al Brigada. Bueno, lo
                                               61
primero que hicieron fue meter todas las cabras
en unas cuadras y contarlas, eran por lo menos
quinientas. Y mientras el Brigada estaba con ellos
en su oficina los soldados cogieron perolas y
ordeñaron a las cabras. La multa que les pusieron
fue de 5 pesetas por cabra. Con ese dinero nos
dieron una fiesta y los cabreros dejaron de ir más
por allí.
       De vez en cuando hacían cacerías de
perdices para los jefes y campeonatos de galgos,
pero a mí las que me gustaban eran las cacerías
de perdices porque yo las disfrutaba también, ya
que algunas no les daban de lleno y quedaban
fuera del alcance de ellos. Esas las buscábamos y
nos las comíamos dentro de la choza donde
dormía que era grande. Encendíamos un fuego y
encima de una chapa recia las asábamos, y con una
botella de vino las ligábamos. Aquellos eran a
escondidas, sin que se enterara la tierra. Eso era
muy serio porque no se podía matar ni una mosca,
estaba totalmente prohibido a todo el mundo.
Decían que el que mataba una liebre o lo que sea
se queda veinte años “reganchao” en la mili,
aquello era muy estricto y muy serio.




                                              62
CAPÍTULO 22

      NARRA DESDE QUE ME DIERON EL ÚLTIMO
  PERMISO HASTA EL DÍA QUE ME LICENCIARON


       El día 1 de marzo después de cenar, como
siempre leyeron el parte del día y nombraron los
que se iban meses de permisos a su casa el día
tres, y entre ellos yo era uno. Así que el día 3
cogimos el permiso y al día siguiente llegué al
Pozo por la tarde.
       Lo mismo que la otra vez, tampoco me
esperaba nadie porque no me dio tiempo a decirle
nada a la familia. Bueno como en el permiso
anterior tampoco me dejaron disfrutar de los dos
meses de permiso. Llevaba un mes cuando recibí
otro telegrama. Era Martes Santo, pero esta vez
el telegrama decía que me presentara lo antes
posible y no el día fijo. Entonces decidí que hasta
el sábado no me iba, asía que el jueves y el
Viernes Santo lo pasé en el Pozo y el domingo por
la mañana llegué en el carro de caballos como
siempre. Cuando me presenté me dijeron que
porqué no había ido antes y les dije que había
recibido el telegrama el miércoles y que el jueves
y el viernes no había coche de línea por ser
                                               63
fiesta. No me dijeron nada más y esa noche dormí
en el Cuartel de Écija.
       A primeros de mayo me echaron con los
caballos otra vez como antes de potrero. Esta
vez no me cayó de grande porque ya sabía lo que
era. Lo malo que eso tenía, eran los primeros días,
porque de ir montado en el caballo a pelo el culo
se despellejaba, y hasta que se curaba se pasaba
muy mal, tenía que ir de lado. Lo malo era que si
tenías que correr te hacías mucho daño, y allí no
te tenían compasión, tenías que aguantar y lo
mismo que van los pastores con las ovejas íbamos
nosotros con los caballos. Llevamos una manada de
unos cien caballos por el campo de día, y por las
noches los encerrábamos en las cuadras. Si los
caballos cuando los teníamos en el campo no se
espantaban estábamos bien, pero teníamos que
estar muy atentos para no dejarlos que se
agruparan porque se preparaban para dar una
estampida, empezaban a poner las orejas
empinadas y teníamos que liarnos a darles
crujidos con los látigos. Teníamos que darles
voces y separarlos porque si se espantaban y se
iban desperdigados por todas partes se metían en
fincas ajenas y teníamos que recogerlos
enseguida y eso nos llevaba lo suyo.
       Bueno con la etapa de los caballos se
finaliza la mili, porque el día 1 de junio nos
                                               64
licenciaron a los que nos recortaron los permisos,
nos llevaron a Écija a la Plaza Mayor y nos pagaron
lo que nos debían y la cartilla militar. A mí me
dieron trescientas cincuenta pesetas que en aquel
tiempo era dinero. Así que cogí la maleta del asa,
que ya no pesaba porque iba vacía, hacia la
estación a esperar el tren que iba a Córdoba, de
Córdoba a la Estación de Baeza a Guadix y a Baza,
y de Baza a Pozo Alcón y se acabó el madito
SERVICIO MILITAR.




                                               65
CAPÍTULO 23

NARRA DESDE QUE ACABÉ LA MILI HASTA QUE ME
  FUI A TRABAJAR PARA GANAR DINERO PARA
                 CASARME


       Como digo anteriormente, se acabó el
servicio militar y vida nueva. Ya estoy en el Pozo y
me salió trabajo de peón con los albañiles, y con el
ayuntamiento de patrón trabajando en el
cementerio, haciendo nichos en el corralillo donde
metían a los ahorcados, cosa que ya no existe.
Bueno unas veces con los albañiles, otras en el
campo, y cuando no había otra cosa bajándole las
tamaras a mi madre para el horno pues de iba
pasando el tiempo. Después venía la temporada de
la aceituna, la Navidad y año nuevo otra vez, 1960.
       En este año no salí del Pozo. A mediados de
agosto se murió el sastre donde cosía mi novia,
Antonio “El Bollo”, por lo que se quedó sin trabajo,
aunque de vez en cuando cosía algo en su casa
para otro sastre. Ese año fue conmigo a la
aceituna, con la familia Catena. En esa Navidad
pensamos en casarnos al año siguiente pues ya
llevábamos cinco años novios.
       Pasó la Navidad y el Carnaval, y a últimos
de febrero le dije a mi madre que queríamos
                                                 66
casarnos, y que nosotros lo queríamos hacer bien,
con boda. Como yo sabía que mi madre no podía
costearme a mí la boda, pues le dije que me iba a
trabajar a León, con el mismo encargado que
estuve en Orense, y estarme hasta septiembre.
Así con el dinero que ahorraría podría casarme.
Como es natural, ella, con todo el dolor de su
corazón, me dijo que hiciera lo que quisiera, que
ella me iría guardando el dinero conforme se lo
fuera mandando, porque tenerlo allí era malo pues
lo podía perder con tanta gente como estábamos
allí.
       Así que el primero del mes de marzo me fui
a Ponferrada, pero no al mismo Ponferrada, sino a
un pueblecillo que se llamaba Corbón del Sil. Le
decían el Barranco “la Tizne”. Se le daba ese
nombre porque aquello era terreno de minas de
carbón y ya en el aire volaba el polvo del carbón.
Al otro lado del río Sil pasaba la vía del tren, era
de vía estrecha. Pasaba cada media hora.
       Cuando llegué a Carbón de Sil fui en busca
del encargado y en cuanto me vio me saludó. Me
dijo que me fuera al Barracón que había para los
trabajadores y me dijo donde estaba, y al día
siguiente al trabajo.
       El encargado era Enrique Taboada, bien
conocido conmigo. También se fue conmigo mi
cuñado Prudencio y otros tres más del Pozo.
                                                67
Bueno, lo primero que hicimos fue comprar una
sartén para cocinarnos nosotros, porque aunque
había comedor de la empresa, no nos interesaba
porque comíamos a nuestro gusto aunque teníamos
más trabajo así, pero también nos costaba menos,
y claro, nosotros lo que queríamos era ahorrar
cuanto más mejor. Hablando del trabajo, como se
decía, era trabajo de romanos, muy duro.
       El trabajo era la construcción de un canal
para hacer funcionar una central eléctrica. El
canal tenía cuatro metros de alto, tres de base y
cuatro metros de ancho arriba. El canal lo hacían
con un molde encofrado de una pieza que iba por
medio de unos raíles como el tren, que se iban
cambiando hacia adelante conforme se llenaba el
carretón, que así es como se llamaba el molde. Lo
corríamos con palancas grandes de hierro, a la voz
del capataz que era un hueso muy duro, le decían
“El Tigre”. El carretón tenía una pequeña grúa en
una plataforma en lo alto para subir la vagoneta
del hormigón y las piedras. Bueno, mi primer
trabajo fue allí, con el carretón. Había otros que
iban por delante haciendo la excavación. Había
tramos que iban por túneles y allí había más
peligro, pero yo allí no trabajé. Mi trabajo era
rellenar el molde de hormigón y piedras de todos
los tamaños, piedras vivas del río Sil. Las piedras
eran muy resbaladizas, no tenían por donde
                                               68
cogerlas porque eran muy lisas. Se mezclaban con
el hormigón que llevaban de una hormigonera que
estaba emplazada al borde de la excavación, y lo
llevaban con una vagoneta arrastrada por una
mula sobre raíles.
       Yo llevaría dos o tres meses trabajando
cuando se arrimó a mí el encargado y dijo:
“Carrión, mañana vas a la cuadra donde están los
mulos, coges uno y te pones a llevar hormigón con
la vagoneta. La verdad es que a mí me apreciaba,
claro es que me conocía desde hacía siete años y
era la tercera ve que trabajaba con él, así que me
conocía y sabía como era yo. El trabajo era un
poco más incómodo porque trabajabas una semana
de día y otra de noche porque el trabajo no
paraba nada más que el domingo, que era el día
que aprovechábamos para lavarnos la ropa, que la
lavábamos en el río, restregándola con jabón
sobre una piedra. Lo malo que tenía de trabajar
una semana de día y otra de noche es que cuando
te acostumbrabas a dormir de día ya tenías que
cambiar otra vez, así que se dormía poco. Pero
bueno, el tiempo fue pasando hasta que por fin
pasó la temporada.
       Al final del mes de agosto del 1961 le dije
al encargado que me venía al Pozo a casarme y que
me preparara la cuenta, pero hasta el día 3 no se
cobraba porque era el día que pagaba la empresa,
                                              69
por lo que hasta el día cuatro no salí de Corbón
del Sil.
       Como en el viaje se pasaban más de dos
días, cuando llegué la feria estaba acabando, pero
es que no pude venir antes.




                                              70
CAPÍTULO 24

 NARRA DE LA PREPARACIÓN DE LA BODA Y EL DÍA
                 DE LA BODA


       Se acabó la feria, aunque para mí fue muy
corta, y acordamos el día que íbamos a casarnos,
así que decidimos que fuera el 21 de octubre que
era sábado. El petitorio se hacía a primeros del
mes, el petitorio que antes se hacía, era un
convite que se hacía en casa de la novia, era la
petición de mano, cosa que ya no se hace.
Consistía en que los padres de la novia invitaban a
los familiares más cercanos en su casa en la que
llevaban regalos a la novia para la casa.
       Quedaba el tiempo suficiente para que nos
hiciéramos los trajes para la boda.
       Refiriéndome a la casa para vivir, en
aquellos tiempos estaban muy escasas las
viviendas, ya que entonces había el doble de
habitantes que ahora el 2010. Por fin encontré
dos habitaciones y cocina, en una casa con una
vieja que se llamaba Esperanza, en la calle las
Parras. Era una casa antigua pero de momento nos
valía para empezar nuestra vida.


                                               71
Quince o veinte días antes de la boda mi
suegra que era albañil junto con su hijo Antonio,
les salió trabajo con Santos Torres para hacer
obra en su casa en la plaza, y me llevaron de peón.
A los tres días después de la boda se acabó el
trabajo.
       Dos semanas antes de la boda, se hizo el
peditorio. Yo le regalé 6 cuadros que pinté en
Corbón de Sil en los ratos libres, con paisajes de
aquellas tierras.
       Llegó el día de la boda, y como era
costumbre, la noche de antes de la boda había que
ir forzosamente a confesar y así lo hicimos.
       La boda, o sea el refresco como se decía en
aquellos, fue en casa de unos tíos de mi madre
porque mi casa era muy pequeña. Era el tío Manuel
“El Colorao”, y ella la tía Faustina. Era en la
Avenida de El Fontanar.
       El día 21 de octubre, a las tres de la tarde
                         fue el casamiento, en la
                         iglesia y a continuación
                         nos fuimos al refresco a
                         la casa de mi tía que
                         estaba todo preparado. La
                         invitación era ir dándole a
                         la    gente    bebidas    y
                         bizcochos        de      la
                         confitería.   Iban     unas
                                                72
personas con una botella y un vaso dándoles de
beber mistela de café, de limón y de apio. Y entre
tanto dos mujeres con una bandeja de dulces
repartiendo a un bizcocho por persona en cada
vuelta que se daba. Se dieron cuatro vueltas, se
les llamaban “ruedas de bizcochos”.
       Se acabó la boda y todo el mundo se fue, y
contamos el dinero que nos regalaron. Recogimos
cinco mil pesetas que era el dinero que había. Yo y
mi ya mujer nos fuimos a un bar que se llamaba
“El Tío Maquillo” que era un bar de señoritos. Allí,
en un habitación que daba a la calle, a la entrada a
la derecha, nos pusieron a los dos aparte, nos
bebimos dos cervezas con patatas fritas y
anchoas en lata. Eso en aquellos tiempos era un
lujo. Mi mujer estaba muy cortada de verse sola
allí conmigo, y no era por no tener confianza pues
llevábamos cinco años novios, pero es que eran
otros tiempos y no podías tocarle ni un dedo
delante de la gente ni nada por el estilo.
       Refiriéndome a cosas de la boda, el ajuar
de la casa lo hizo mi cuñado Juan “El Zocato” que
en paz descanse. Se componía de una cama, una
mesa camilla, una mesa más pequeña para comer,
seis sillas grandes y dos más pequeñas y una
cómoda. El novio costeaba los gastos de la boda y
el vestido de la novia, pero como mi cuñada Alicia,

                                                73
su hermana, lo cosió así todo nos costó menos, y
todo aquello nos ayudó a salir bien.
       Bueno, como era costumbre, el día de la
boda por la noche se cenaba en casa del novio,
iban las familias más cercanas de ambos lados,
como los hermanos, los padres y sus hijos. Una
vez todos reunidos nos disponíamos a cenar y,
como es natural, todos estaban pendientes de los
novios, y nosotros decíamos que cómo nos íbamos
a apañar para irnos porque nos daba vergüenza.
Claro está, todos sabían de sobra a lo que íbamos,
a dormir. Yo estaba deseando de irme como
cualquiera en nuestra situación y aquello tenía que
llegar. Bueno, a medio cenar le digo a ella: “Yo voy
a hacer como que me estoy orinando y bajo a la
cuadra y ya no subo, así que tu disimuladamente
te bajas y ahí estoy esperando”. Digo de bajar
porque la cena era arriba aunque la cocina estaba
abajo. La cocina es donde estaba la chimenea,
porque las comidas se hacían en la lumbre, que era
donde estaba el horno de cocer el pan. Bueno,
como digo allí estaba mi madre y una hermana
suya de cocineras, y claro está, eso era donde
estaba la puerta de la calle, ahí ya no podíamos
salir a escondidas. Así que, con mucha vergüenza,
dijimos esto tiene que ser así, y cuando mi madre
nos vio que ya nos íbamos nos dijo que Dios nos la
deparara buena y que pasáramos buena noche, que
                                                74
mi madre que en Gloria esté, tenía muy buen
humor.



                      CAPÍTULO 25

       NARRA DESDE LA NOCHE DE BODAS HASTA
                 LA NAVIDAD


       Los familiares se quedaron cenando y
nosotros nos fuimos a acostarnos a nuestra
primera vivienda. Llegamos los dos con tanta
ilusión que no acertábamos a meter la llave, así
que cuando abrimos la puerta subimos arriba, a la
que era nuestra primera casa, aunque sólo eran
dos habitaciones, pero para nosotros era un
palacio. Aquella noche, la dueña de la casa que era
una vieja se fue a dormir a casa de un familiar,
por lo tanto estábamos con más libertad. Así que
entramos en el dormitorio, aunque estábamos solo
cerramos la puerta con llave por si las moscas, o
más bien por las ratas, que en las cámaras se
escuchaban dar carreras. Así que a acostarnos y
claro, se ve que extrañamos la cama y no había
quien se durmiera. El caso es que no pegamos ojo
en toda la noche y dormimos menos que un gato
“atao” a la pata de un jamón. A las nueve de la
mañana se hizo presente la madrina, que fue mi

                                               75
hermana Serafia, con churros con chocolate para
que desayunáramos que eso era costumbre. A las
once, como era domingo nos fuimos a misa, luego
al salir nos dimos una vuelta, nos tomamos una
cerveza y nos fuimos a comer a casa de mi madre.
En nuestra luna de miel viaje de novios no pudimos
hacer porque el dinero que teníamos lo teníamos
que guardar para cosas más necesarias.
       Yo trabajo no tenía hasta que llegó la
temporada de la aceituna, que fuimos con Juan
“Catena”. Estuvimos veinte o veinticinco días y se
acabó la aceituna. Nos pagaron y nos convidaron.
Llegó la Nochebuena, el Año Nuevo y los Reyes,
así que se acabó la Navidad.




                                              76
CAPÍTULO 26

       NARRA DESDE QUE SE ACABÓ LA NAVIDAD
        HASTA QUE EMPECÉ A TRABAJAR


       Se acabó la Navidad y yo no tenía trabajo.
En ese tiempo estaban haciendo el Pantano de La
Bolera y fui a pedir trabajo. Me dijeron que fuera
dentro de dos o tres semanas a ver si había algo,
pero en esos días hubo un accidente mortal y yo
ya no volví, era un trabajo de mucho peligro y
pensé en irme a trabajar a Cataluña.
       Le conté a mi cuñado Juan que me iba a
trabajar por ahí, pero que ese año iba a cambiar
de territorio, que esta vez me iba para Cataluña
ya que mi hermano José estaba por allí. Yo no
esperaba nada de él porque andaba con mala
gente pero por lo menos haber si podía hacer yo
algo por él y sí, conseguí que dejara a aquella
gente con la que se juntaba. Como iba diciendo, yo
quería dejar el pico y la pala, porque decían que
allí estaban haciendo mucha construcción, así que
mi cuñado también quería irse porque tampoco
tenía trabajo y él también tenía familia en
                                               77
Palafrugell. Además de a os, tenía allí a su tía
Irene, que era hermana de la madre de mi cuñado.
Esto fue a mediados de enero, y el 26 del mismo
de 1962, por cierto que era el cumpleaños de mi
mujer, nos fuimos en un taxi de Juanillo “El
Guerra”. Tardamos casi treinta horas en ir,
porque el coche estaba hecho un cascajo, las
carreteras estaban muy malas y además iba
esquivando a la policia, fue un viaje muy pesado.
       El coche nos dejó en la misma puerta de la
pensión de la tía Irene y me instalé allí con mi
cuñado Juan. Yo estuve tres días, dormíamos los
dos en una cama de noventa, teníamos que dormir
de canto, porque la pensión estaba a tope y esa
cama la tenía reservada la tía para su sobrino que
ya sabía que iba.
       Una vez allí me puse a buscar trabajo como
mi cuñado. Él encontró trabajo en una carpintería
en la calle Margall, que es la calle donde hacen el
mercado de la fruta, le pagaban a 8 pesetas la
hora y trabajaba ocho horas diarias.
       A las dos semanas pensó en pedir trabajo
de encofrador, pero eso no lo conocía, yo lo animé
y le dije cómo se hacía más o menos entonces,
total, que pidió trabajo y le dieron. Entonces dejó
la carpintería y tenía miedo porque decía que
como en la obra no se le diese bien se quedaba
sin nada, pero eso no pasó, triunfó y lo hicieron
                                               78
jefe, hasta le montó el jefe una carpintería en la
obra.
       Bueno, hablando de mí, a una tía suya que ya
me conocía y trabajaba en la empresa que se llama
“Cruz” le pidió trabajo para mí y le dijo que sí, que
me pasara por la oficina y me dijeron que
preparara dos mantas y una sartén. Yo me dije
“malo mula”, y le pregunté que de qué iba el
trabajo. Me dijeron que era para trabajar en los
pozos, yo me callé y no dije nada, le dije que
bueno, pero cuando salí de la oficina me dije: “voy
huyendo de Erodes y me meto en Pilatos, vaya
leche”.
       Me enteré que en Palamós, en un bar que se
llamaba “La Serbatana”, apuntaban gente para las
obras, y bajé a Palamós y cuando llegué ya habían
cerrado la lista. Entonces, allí mismo decían que
en el hotel Beatriz, que lo estaban haciendo, hoy
se llama Cap-Roij, había un cartel que ponía que se
necesitaba personal. Así que cogí la carretera y
manta como se dice y en busca de la obra que
estaba a unos cinco o seis kilómetros. Por fin,
cuando llegaba a la obra venían cuatro o cinco de
vuelta y me dijeron que donde iba. Se lo dije y me
dijeron que ya habían quitado el cartel y no
admitían a nadie más, pero yo pensé, a lo mejor si
voy yo solo sí me dan trabajo que no es como ir
cuatro o cinco juntos, así que decidir probar. Así
                                                 79
que seguí con mi intuición y entré en la obra y
pregunté a un obrero que estaba trabajando por
el encargado. Me señaló a uno que había un poco
más allá que era el ayudante o segundo encargado,
pero por lo visto tenía poder para coger a gente.
Me dirigí a él y le saludé. Le dije buenos días y el
me dijo que qué quería, entonces le contesté que
quería trabajar. Me dijo que peones ya había
bastantes. Le dije que de obra entendía y que
había trabajado mucho con los albañiles, entonces
me dijo que fuera al día siguiente a trabajar. Le
dije que tenía la maleta en Palafrugell y él me dijo
que fuera a por ella y que lo buscase cuando
estuviese allí. Así que al día siguiente madrugué y
cogí la primera Sarfa que bajaba a Playa de Aro y
a la hora de empezar ya estaba yo allí.
       El encargado que me dio el trabajo me llevó
a los sótanos de la obra, que allí tenían camas
para los trabajadores de fuera y allí se dormía.
Me dijo que cogiera una cama que estaba
desocupada. Bueno, de momento yo llevaba comida
de la que llevaba del Pozo, así que solté la maleta
y me fui para el trabajo. Me puso a trabajar con
un paleta para que lo atendiera.
       Cuando terminamos de trabajar, que por
cierto habían allí del Pozo trabajando bastante
gente, pues todos los días se bajaba a Playa de
Aro para comprar para comer. Eso eran todos los
                                                80
días, así que me compré una sartén y una cuchara,
aceite, patatas, huevos, pan y vino, en fin, el
apaño para ir adelante.

                       CAPÍTULO 27

NARRA DESDE QUE ME COLOQUÉ EN LAS OBRAS DE
  PLAYA DE ARO HASTA QUE ME VINE AL POZO


       Por fin conseguí trabajar en lo que quería,
en la construcción, adiós a las carreteras, a los
pantanos,… el trabajo de la obra para mí era como
estar de vacaciones comparado con lo que había
hecho antes.
       Yo me aburría con una paleta, tenía que
estar mirándolo mucho tiempo y a mí eso no me
gustaba, estar mirando y otro trabajando, y le
digo, voy a comprar una paleta y puedo ir haciendo
algo que yo pueda, y me dice que no compre
ninguna que tenía una en su casa y que me la
vendía. Le dije que sí, así que al día siguiente me
la trajo y me cobró por ella treinta y cinco
pesetas. Fue cara porque era un poco vieja, pero a
mi no me importó, yo lo que quería era aprender el
oficio y lo aprendí. El me ponía las reglas para
echar las aristas y yo se las iba rellenando. A él le
venía bien porque iba más descansado y rendía el
mismo trabajo. Le hacía entradas en las paredes
para meter vigas y se quedaba pasmado de lo bien
                                                 81
que se las hacía. El caso es que lo que le hacía le
gustaba y un día me dice, claro de broma es
natural, “algún día te veo por ahí de encargado”.
Me acuerdo de él, era extremeño, de Cáceres,
muy buena persona.
            Llevaba ocho o diez días de trabajo y
estaba yo subido a un andamio echando aristas,
cuando llegó por allí el encargado principal. Yo al
verlo me quedé cortao porque pensé que como ese
no era mi trabajo a lo mejor me echaba la bronca.
Bueno, él me vio y miró lo que estaba haciendo
pero no dijo nada y se fue.
       El encargado se llamaba Sr. Carrasco,
bueno que se fue, entonces respiré, la verdad me
dio miedo de que me echaran, claro no era motivo,
bueno, fue todo lo contrario, cuando llevaba dos
semanas de trabajo me dijo el encargado principal
que cogiera una gaveta y que me fuera con él. Yo
con mi paleta en la mano y la gaveta en la otra
dije para mí “¿Dónde me llevará?”, y fui detrás de
él. Me llevó donde estaban los yeseros y me dice
que fuera detrás de los yeseros tapando los
agujeros que van dejando de hacer los andamios.
       Cuando vio que aquello lo hacía bien me
cambió de trabajo y me puso a hacer trozos de
tabiques que derribaban los lampistas haciendo
las regatas. Me dijo que desde ese momento iba a
ganar tres pesetas más, así que ganaba quince
                                               82
pesetas la hora, y como echaba diez horas pues
ganaba ciento cincuenta pesetas al día. De peón
se ganaba doce y al mismo tiempo subí de
categoría a oficial de segunda.
        Llevaría dos meses de trabajo y me cambió
otra vez el encargado a hacer paredes de carga,
claro, me puso entre dos paletas, y es que el
hombre le caí bien y me iba cambiando conforme
iba aprendiendo. Los otros paletas con los que me
puso eran del Pozo, eran “Los Rubitos”, Hilario
José y Francisco, que eran hermanos.
        Por ese tiempo mi cuñado Juan llamó a su
mujer Alicia para que se fuera con él, porque la
temporada iba a ser larga y buena y alquiló dos
habitaciones. Ya tenían a su Juanito, tendría tres
años. Entonces le dije a mi mujer que me mandara
la bicicleta que tenía en el Pozo. Le dije que la
mandara con la Renfe que en el Pozo había
representante de transportes de la Renfe, y a los
pocos días la recibí, entonces todos los domingos
me subía a Palafrugell y los pasaba con ellos y así
se me hacía la temporada más llevadera. La
verdad es que recién casado y tener que dejarme
a mi mujer era duro, solo llevábamos tres meses
casados cuando me fui a trabajar.
        Bueno, una vez me defendía bien poniendo
ladrillos, me compré algunas herramientas, una

                                               83
maceta, una escarpa, una palometa y un nivel, así
me preparé lo más esencial.
        Llevaría un mes más o menos poniendo
ladrillos, haciendo paredes, cuando el encargado
Sr. Carrasco me dice: “Carrión, coge tus
herramientas y sígueme”. Yo me quedé un poco
confuso, porque salimos de la obra y bajamos por
una vereda abajo hasta la playa, porque el hotel
que estaban construyendo estaba arriba al borde
de un acantilado donde habían hecho una
plataforma de hormigón. Me dijo que allí iba un
ascensor que llegaba hasta el hotel de unos 25
metros de altura, y me dijo que íbamos a
replantear el hueco del ascensor. Mientras lo
estábamos marcando mandó que bajaran ladrillos
y pasta con la grúa, enseguida lo mandaron, una ve
replanteado me dijo que íbamos a hacer la
primera hilada de ladrillos: “los vas a poner tú”, y
así fue como empecé el ascensor. Al día siguiente
mandó dos paletas con sus manobras y yo con
ellos, empezamos a hacer las paredes. Conforme
íbamos subiendo íbamos haciendo un andamio que
se iba quedando hecho para luego enfoscar las
paredes de fuera. El andamio lo hacíamos con
tablones de 20 cms y abrazaderas de hierro con
tornillos. Cuando íbamos por la mitad, los dos
paletas que iban conmigo los cambió de trabajo
allí en la misma obra. En sus puestos mandó otros
                                                84
dos oficiales de primera y me dice a mí que de ahí
en adelante yo me hacía cargo del hueco del
ascensor. Claro, yo ya sabía como iba aquello, y el
andamio había que ir haciéndolo con mucho
cuidado.
       A últimos de mayo se acabó el hueco del
ascensor y me puso en el salón donde iban a
instalar la cocina del hotel a poner azulejos en las
paredes. Habíamos tres y yo cuatro poniendo
azulejos. Las paredes se acabaron y nos pusieron
a forrar los pilares. A mí me puso en uno y aquello
sí lo vi yo difícil para mí, pero yo me callé. Fui a
mirar a donde ya estaban hechos y me fijé como
iban, bueno hice lo que me mandaron y se quedó
hecho, mientras que los otros tuvieron que
hacerlos dos veces.
       Estaríamos a mediados de junio cuando
tuve una carta de mi mujer y me mandó una foto
suya, y aquello fue como una inyección que me
pusieron. No sé que me dio, que digo que me voy
ahora mismo. Bueno yo tenía pensado estar hasta
agosto, así que dije el 1 de julio “me voy al Pozo”,
y así lo hice, al final de mes de lo dije al
encargado, por aquello de quedar bien, porque
entonces pagaban por semanas, así que siempre
estaba liquidado. Entonces no habían derechos
ningunos, siempre estabas en paz y podías irte
cuando quisieras y ellos te podían despedir cuando
                                                85
les viniera bien, así que yo terminé mi temporada,
aprendí para poder seguir trabajando con los
albañiles y el 1 de julio salimos de Playa de Aro
con Tomas “Perricas” que en Paz Descanse, que
había llevado un viaje de gente y al día siguiente a
media tarde llegamos al Pozo por sorpresa.




                                                86
CAPÍTULO 28

      NARRA DESDE QUE VINE DE PLAYA DE ARO
HASTA QUE NACIO MI PRIMERA HIJA Y LA COMPRA
           DEL SOLAR DE LA CASA


       Como comento en páginas anteriores,
cuando me casé me fui a vivir a una casa en donde
vivía una mujer mayor.
       Mientras estaba yo trabajando en Playa de
Aro, mi mujer se cambió de vivienda, en la calle
del Plato, donde yo me crié y viví hasta que me
casé. No era gran cosa pero para nosotros nos iba
bien de momento, por lo menos estábamos solos.
La casa estaba poco más arriba que la mía, tenía
cuatro habitaciones, dos arriba y dos abajo,
dormitorio, cocina, portal y cuadra. Esta casa ya
no existe pues hicieron una nueva.
       A lo que voy, a los tres días de llegar al
Pozo me salió trabajo en la albañilería, de oficial
con el maestro José “Molina”, eran buen maestro.
En aquel tiempo, al oficial de primera se le decía
maestro, y su ayudante era el oficial, que lo que
hacía mayormente era amasarle el yeso y dárselo.
En aquel tiempo el maestro tenía que hacerlo
todo, no como ahora.


                                               87
En esto del oficial yo les llevaba ventaja a
los que había en el Pozo porque la mayoría no
sabía nada más que amasar yeso, y yo ya sabía
hacer casi como el maestro. Había días que el
maestro no se presentaba y yo            y el peón
echábamos nuestro día de trabajo igualmente, eso
macho muchas veces.
       A los diez días más o menos, mi mujer
empezó con vómitos y mal cuerpo, dimos en la
diana, ¡bingo! Estaba embarazada. Por lo visto
desde el primer momento en que llegué, se ve que
el cuerpo estaba preparado, digo esto porque los
tres meses que estuvimos juntos antes de irme a
Cataluña no nos guardamos nada y no se quedó,
pensábamos ya que había un fallo en alguno, pero
no, todo estaba bien.
       Bueno, aquello fue más en más. A los tres
meses o por ahí, al pasar la feria, como tenía
trabajo y vistas para seguir, pensamos que con el
dinero que habíamos ahorrado comprar un solar
para hacernos nuestra propia casa, poco a poco y
eso hicimos. Fui a casa del dueño de los solares
que se llamaba Simón “Cerrillo”, e hicimos trato.
Se lo compré y me cobró a 150 pesetas el metro
cuadrado.
       Al año siguiente no salí a trabajar a ningún
sitio fuera del Pozo, ya con mi mujer embarazada

                                               88
quería estar con ella, porque con el embarazo que
se le presentó pues estando yo lo pasaba mejor.
       Estaría mi mujer de cinco meses cuando mi
madre pensó de irse con una hermana suya que
había venido a ver a un familiar de su marido, con
mis dos hermanos que estaban con ella, mi
Francisco que tenía quince años y a mi Mª Carmen
que tenía doce, porque mi José estaba en
Palafrugell, pero él no se acordaba de nadie, ni de
su madre que lo estaba pasando regular ni de sus
hermanos que todavía eran pequeños, nunca les
mandó ni un céntimo.
       Así que se fueron los tres con su hermana
Ascensión que vivía en Alcanar, provincia de
Tarragona. A lo primero lo pasaron mal
aguantando malas artes y malas maneras, pero
muy pronto encontraron un piso que se lo buscó la
misma familia con quien trabajaba, que trabajaba
en una panadería haciendo dulces que aquello era
lo suyo. Mi hermana se colocó en el teléfono de
mandadera para llevar los avisos, cosa que le
sirvió para seguir en la telefónica cuando quitaron
las centrales, y mi Francisco empezó a trabajar
con los paletas.
       Bueno, como mi madre se fue, nosotros nos
cambiamos a mi casa y así nos ahorramos pagar
alquiler ya que la casa se quedaba vacía.

                                               89
Se fueron pasando los meses y llegó la
Navidad, pasó el carnaval y la barriga cada vez
más gorda. Así que por fin llegó el día del parto,
fue el 2 de abril de 1963. Yo me encontraba en la
casa, estaba trabajando en el Ayuntamiento
reparando el pilar de una fuente en la calle de Las
Eras junto a la carretera Avenida de los Dolores.
El nombre verdadero de la calle era Ramón de la
Higuera, pero se le dice la calle de Las Eras.
Estaba agachado, cuando llegó mi sobrina Julia,
que era la única que tenía por entonces, y me dice:
“¡Tito, tito, tito Antonio, la tita Angustias a
tenido una nena!”. Entonces le dije al jefe que mi
mujer había dado a luz y que me iba a verla. Ya
nació nuestro primer hijo, fue una niña que le
pusimos de nombre Francisca, ya que coincidió con
el día y era el nombre de su abuela que no estaba.
Le llamaríamos Paquita.




                                               90
CAPITULO 29

       NARRA DESDE QUE NACIÓ MI PAQUI EN
ABRIL HASTA QUE VINE DE ECHAR LA TEMPORADA
                  EN 1963


       El tiempo fue pasando, mi Paquita
creciendo, y yo seguía teniendo trabajo. Como
todos los años viene y se va la Navidad, y al pasar
ésta me dice Molina, el maestro, que va a hacer su
casa, pero que dinero para pagarme no tiene, que
tiene sólo lo justo para tejarla. Yo le dije que
bueno, que ya me pagaría cuando pudiera. Estuve
con él dos meses trabajando y más tiempo no
podía seguir sin cobrar, no podía dar lugar a
comerme lo que tenía hasta el final, así que le dije
que se tenía que apañar como pudiera porque yo
no podía seguir, y le dije que me iba a Playa de
Aro. Yo también me quería hacer mi casa y en el
Pozo no se ahorraba lo suficiente para eso.
       Así que el 1 de marzo, junto con su cuñado
Antonio nos fuimos con “Paquillo” a Playa de Aro.
Cuando llegamos había una casa para dormir, era

                                                91
la casa de la “Máxima”. Le preguntamos que si
tenía sitio para nosotros y nos dijo que sí. La
verdad es que tuvimos suerte porque la habitación
tenía una sola cama pero era de matrimonio y
estábamos solos son tener que compartir con
nadie más, ya que era muy común el tener que
compartir habitación con otros cinco o seis sin
conocerse de nada, así que nos quedamos
contentos.
       Bueno, al día siguiente fuimos a una obra
que había allí cerca de la casa y pedimos trabajo,
era el Hotel Cosmopolita, que lo estaban
ampliando. Era una empresa de Llagostera que
llevaba dos o tres obras a la vez. Buscamos al
encargado y le pedimos trabajo, para paleta y
para peón. Sí nos dio trabajo, así que al día
siguiente a trabajar.
       Y ya como siempre la rutina diaria, de día a
trabajar y por la noche a comprar lo que
necesitábamos para la comida. Lo primero que
compramos fue una sartén y la primera comida
que hicimos en ella fue sopa con fideos. Era la
primera vez que yo hacía sopa, puse el agua y
cuando empezó a hervir le eché el paquete entero
de fideos con una poquita de sal. No veas como
empezó aquello a crecer y a quedarse seco, yo
venga echarle agua a la sartén y aquello lleno
hasta el “morrillo”. La sartén se puso maciza, pero
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  • 1. CAPÍTULO 1 NARRA DESDE MI BAUTIZO HASTA LA MUERTE DE MI PADRE Recuerdo desde que me bautizaron que fui a la iglesia de la mano de mi madre y mi hermana Serafia, dado que cuando me bautizaron tenía tres años, porque yo nací en medio de la guerra, el 1 de Diciembre de 1937, y hasta que no se acabó la guerra no empezaron a bautizar. Siguiendo en la infancia recuerdo que la economía era mala, estaba entonces muy mal, claro como la terminación de una guerra. Entonces lo primero que no había dinero para comprar, así que hubiera habido las cosas que hay hoy de poco hubieran servido, yo como era muy pequeño y canijo, pues las patatas que le echaban a la comida las dejaban para mí y ellos se comían la calabaza que en aquellos tiempos era muy abundante, a pesar de todo algo había para comer, ya que tenían arrendada una finca, y de allí se recogía para comer, así como trigo, patatas, tomates y pimientos para conservar, garbanzos, judías, lentejas, etc. Al mismo tiempo con cosas del campo como remolachas, habas, alfalfa, se criaban algunos animales, que ayudaba mucho como cerdos, gallinas, conejos y pollos, y de ahí es 1
  • 2. donde se comía carne cuando se comía. En fin, se iba viviendo y no se pasaba hambre, dinero no había ya que mi padre no podía trabajar porque tenía una enfermedad que le impedía hacer esfuerzos, cosa de la espalda, cuando yo tenía cuatro o cinco años mi madre se colocó en un horno que había en la calle donde vivíamos, en la calle del Plato. La mujer necesitaba a una persona para que le ayudar a llevar la panadería o el horno, más bien para barrer el horno y hacer la masa y el pan. Mi madre se colocó en ella, y ya por lo menos el pan lo teníamos seguro, le daban un pan y 5 pesetas cada día, eso en aquellos tiempos era muy bueno. Mi vida empezó a funcionar cuando yo podía con una espuerta a cuestas. A la escuela empecé a ir con 6 años, a los 8 hice la primera comunión, además de ir a la escuela antes y después, tenía que ir por las calles y caminos buscando y recogiendo lo que cagaban las bestias, mulos y borricos, para echárselo a la tierra, para sembrar cuando llegaba el tiempo. Mi niñez fue como la de otros niños de nuestra clase, jugar, ir a la escuela y recoger estiércol hasta que pude hacer otra cosa, como cuidar de mi hermano menor e ir a trabajar a la tierra. 2
  • 3. Cuando tenía 9 años, mi madre, como había aprendido el oficio de panadera alquiló un horno que había debajo de la calle del Planto que era del tío Manuel “El Mama”, y se lo alquiló porque lo tenía cerrado, y se lo alquilaron por 45 pesetas al mes, por cierto que al poco tiempo mi padre pensó que juntando la cuadra con el portal podíamos hacer el horno, y así lo hicieron, y así no teníamos que pagar el alquiler, y en donde dormía mi abuela, poner la cuadra, y a la vez para guardar las támaras para cocer el pan. 3
  • 4. Cuando yo tenía 11 años mis padres me mandaron de mozo con una familia a la sierra, o Almicerán, y así había una boca menos en la casa, pero el trabajo que me mandaban hacer era superior a mis fuerzas y a los tres días me volví al Pozo. Cuando mi padre no podía trabajar, me llevaba a la tierra a cavar, regar, todo lo que podía hacer. Un día mi padre echó de menos del bolsillo del chaleco 35 céntimos y pensó que yo se los había cogido, y yo no se los podía dar porque yo no los tenía, entonces me mandó a que le trajera la espuerta de estiércol de castigo, era invierno y estaba todo cubierto de nieve, así que yo no sabía de donde coger el estiércol, aquel día no sé cuantas cosas pensé porque yo era inocente, cuando fui casi de noche, y ya le habían aparecido los 35 céntimos, los tenía en el forro del chaleco, tenía el bolsillo roto, así que aquello fue muy duro para mí. Cuando yo tenía 10 u 11 años mi padre me llevó a las salinas de Hinojares a por sal para hacer el pan para el horno, después ya iba yo solo, las salinas estaban a 7 km del Pozo. Más adelante, en el verano de 1950 estuve vendiendo churros por las calles del Pozo con un churrero que se llamaba Ceferino San Roque. Tenía de vez en cuando que pregonarlos diciendo: 4
  • 5. “¡Calientes, calientes, uhmm, uhmm!”, para que la gente saliera a comprar. Y así se vendían, éramos dos o tres muchachos los que lo hacíamos, y es que había tres churrerías y cada una tenía un muchacho más o menos del mismo tiempo. Algunos días cuando entregaba el dinero al dueño me faltaba algún dinero, y es que había gente ladrona que me lo quitaban de la cesta, que era una cesta alargada con un asa en el medio que me la cargaba en el brazo y por detrás me los quitaban porque me entretenían por la parte delantera. Al final los descubrí, eran unos hombres que les llamaban “Pajeros”, que se dedicaban a encerrar la paja a la gente con los borricos y unas jabegas de cuerdas parecidas a las redes. El dinero que me daban que era poco lo guardaba en una alcancía para comprarme mi madre algo para la feria. Esto lo estuve haciendo dos o tres veranos. 5
  • 6. CAPITULO 2 NARRA DESDE QUE DEJÉ EL COLEGIO Y EMPECÉ A TRABAJAR Hasta los 14 años fui al colegio, porque cuando tenía esta edad mi padre murió a causa de su larga enfermedad. Yo tuve que dejar la escuela y dedicarme a trabajar en todo lo que podía. El trabajo que hacía en el campo era ir con los muleros a echar garbanzos detrás de los mulos en el surco que iba dejando el arado, cosa que se me daba muy bien, y para hacer ese trabajo me llamaban mucho. También ya cuidaba de todo lo que podía en la finca que teníamos junto al campo de futbol, que algunas veces, en vez de ponerme a hacer cosas en la tierra me iba a jugar al futbol con los críos. Mi hermano José que iba detrás de mí, yo le llevaba 5 años, también hacía lo que podía así que entre los dos arreábamos la tierra. Al final de la enfermedad de mi padre no nos dejaban que nos acercáramos mucho a él, pero cuando sintió que moría nos llamó a todos sus hijos que somos 5 y se fue despidiendo de uno en uno dándonos el último beso y al poco murió, tenía 48 años y se llamaba José Ramón. 6
  • 7. CAPITULO 3 NARRA DESDE QUE EMPEZÓ LA CARRETERA DE LA BOLERA HASTA SU TÉRMINO Al principio de 1953, vino una empresa de Galicia a Pozo Alcón a hacer la carretera que había proyectada de antes de la guerra, que iba de Pozo Alcón a Cieza por Caravaca, la carretera A-326, desde el Km. cero que empezamos en Pozo Alcón en el antes llamado “Cortijo de Julio” hasta el Puente de la Bolera, que aún no estaba hecho. Este puente se hizo después, cuando hicieron el Pantano de La Bolera. Mi madre tenia amistad con el peón caminero, se llamaba Rafael, porque hacían el pan para su casa en nuestro horno, y de ahí venía esa amistad. Habló con él, que por mediación suya hablaría con el encargado de la carretera para que me diera trabajo, así que a mediados de mayo me llamó para trabajar. Como era menor de edad, el trabajo que yo hacía era de pinche, que mi trabajo era darle agua a los trabajadores, claro cuando no pedían agua, pues tenía que hacer otras cosas, lo que me mandara el capataz de la cuadrilla. Yo tenía que ir a por el agua a donde cogiera más cerca, porque tenía que ir con un cántaro con unas hombreras de ramal a cuestas. 7
  • 8. La carretera se hizo totalmente a mano, como se dice, a pulso, a pico y pala era la maquinaria que había, eran carretillas de mano hechas de madera con la rueda de hierro. Luego cuando la carretera tenia el piso con el recebo echado, vino una máquina asentadora a vapor para apisonarla, que era lo último que se le hacía, el recebo era chiporro. En mayo de 1955 se terminó la carretera, a falta de hacer los muretes para la baranda del puente de Arroyo Seco, lo cual quedamos dos para hacerlo, un albañil llamado Emilio “Quitabastas” y yo, que entre los dos no pesábamos sesenta kilos. A mediados de Julio acabamos el trabajo del puente y me quedé sin trabajo. Bueno, pues me dije: ahora al campo cuando halla, porque no había más trabajo que era ese y la Sierra. 8
  • 9. CAPÍTULO 4 NARRA SOBRE EL VIAJE A GALICIA El día 6 de agosto el encargado que hizo la carretera, se llamaba Enrique Taboada Durillo, nos llamó a diez de los que estuvimos trabajando en la carretera del Pozo, para que el día 9 del mismo mes, o sea tres días después, saliésemos para Orense. Ya nos dijo donde teníamos que bajarnos del tren, que era en Ruapetin, y coger el autobús que nos llevara a Viana del Bollo, y de allí a Santa Marina de Frujanes. Cuando me lo dijo Francisco Fontarrosa que fue a quien mandaron con el aviso, corriendo se lo dije a mi madre. Le digo: “Madre, ya tengo trabajo”. Mi madre como es natural le dio mucha alegría, y me preguntó que con quien; pensaba que era en el Pozo. Pero cuando le dije que era en Galicia en la provincia de Orense a tres días del viaje, pues se quedó como se dice helada, porque en aquellos tiempos salir uno de casa a trabajar era muy duro, y además tan lejos y tan joven, que todavía no tenia dieciocho años hasta diciembre que no los cumplía. Llegó el día de la marcha, el día 9 de agosto por la mañana salimos en el autobús a Baza, con una maleta atada con una cuerda. A mediodía cogimos el tren que nos llevó a Alcantarilla, 9
  • 10. cogimos otro tren que nos llevó a Chinchilla, de allí otro que nos llevó a Alcazar de San Juan, otro para Madrid, que llegamos por la mañana, y hasta las once de la noche no salimos para Galicia, así que estuvimos todo el día por Madrid viendo cosas. A las 11 de la noche salimos para Galicia, estuvimos toda la noche de viaje, en aquellos tiempos los asientos eran de madera, tragando carbonilla, porque los trenes iban a vapor, y cuando había un poco de cuestas te podías bajar y andar más que el tren. Como el tren iba a tope nos tocó hacer todo el viaje en el pasillo sentado encima de la maleta sin poder pegar un ojo y sin descansar. 10
  • 11. CAPÍTULO 5 NARRA DESDE LA LLEGADA A GALICIA HASTA MEDIA TEMPORADA El día 10 de agosto a las ocho de la mañana llegamos a la estación de la Rua de Petín, como era de costumbre lo primero que se hacía después de levantarse, era ir en busca de la copa de aguardiente, buscamos un bar en la estación y allí había uno. Entramos y pedimos una copa de aguardiente, pues pusieron diez copas encarriladas, uno coge su copa se echa su trago y se calla, el uno, el otro, todos igual, pero que a más de uno se le caían dos lágrimas pero todo el mundo a callar. Es que aquello que nos pusieron era fuego ardiendo, era cazalla aguardiente casero del país. Así que refiriéndose a lo de la copa, todos picamos, porque si el primero dice algo los demás no bebemos, porque la copa entera no nos la pudimos beber, porque no estábamos acostumbrados. A media mañana cogíamos el autobús que iba a Viana del Bollo, que era donde teníamos que bajarnos para ir a donde íbamos. Aquel pueblo era el más importante de aquella comarca, me refiero a Viana del Bollo. Tenía cuatro mil habitantes. Allí 11
  • 12. era como la capital pequeña. Tenía treinta pueblecillos bajo su mando. Cuando nos bajamos del coche preguntamos a la gente de allí que donde estaba Santa Marina de Frujanes y nos dijeron que cogiéramos un camino que había y que fuéramos preguntando. Tardaríamos más de una hora en llegar, porque había que ir andando, que era camino de carros tirados por bueyes, pero como íbamos con el “ato” a cuestas tardamos más, de vez en cuando parábamos a descansar y reponer fuerzas. Íbamos caminando y nos encontramos con un hombre que estaba con unas pocas ovejas y le preguntamos:”¿Vamos bien para Santa Marina de Frujanes? Y nos dijo: Sí, camiño ancho”; quería decirnos que siguiéramos adelante porque de lo demás no le entendimos nada, porque no sabía castellano. Él nos hablaba en gallego y nosotros ni papa, no lo entendíamos. La carretera en la que íbamos a trabajar era para comunicar siete u ocho pueblecillos pedáneos con Viana del Bollo, que de momento se comunicaban por caminos o veredas, por los montes y barrancos, en estos pueblecillos o aldeas no conocían la luz eléctrica. Después de hora y media llegamos al sitio porque aquello no era un pueblo, era una aldeilla de once familias y once casas de aquellas de 12
  • 13. piedra, los tejados de pizarra y las calles llenas de caca de vaca, barros y lastras de piedra. Nos estaban esperando, porque el encargado de la carretera ya lo tenía todo preparado, hasta los que íbamos a estar con cada familia. El encargado les dijo que iban a venir diez andaluces. Ellos creían que los andaluces éramos de otra forma, y salieron todos corriendo gritando, “¿Han venido los andaluces, han venido los andaluces, aí abaixo!” Aquella gente vivían muy atrasados, comparados con nosotros, por lo menos 20 años, no sabían lo que era una bicicleta, porque uno llevó una y se quedaron confusos de ver como no se caía de ella, claro que hasta que no se hiciera la carretera no podían andar por ningún sitio. Cuando la carretera estaba ya muy avanzada, fue el primer camión a llevar herramientas, pues cuando llegó el camión que era uno de aquellos Ebros con el morro delante, pues el conductor levantó el capó para echarle agua al radiador, algunos decían que tenía la boca abierta “ten fame”, que quiere decir que tiene hambre y le llevaron hierba para que comiera. Bueno, el día que llegamos, nos repartieron a cada cual a la casa que nos esperaba. Yo, con otro que se llama Juan (porque aún vive), nos tocó 13
  • 14. con una madre y una hija soltera de 25 años. La madre era viuda de unos 50 años, se llamaba Antonia y la hija Josefa. Eran muy buenas personas, sin malicia, muy buena gente, todos allí lo eran. El tiempo que estuvimos lo pasamos muy a gusto, más que si hubiéramos sido familia de ellas, nos hacían la comida y nos lavaban la ropa. Nosotros comprábamos todo lo que hacía falta para hacer la comida, las cosas las comprábamos en una cantina que allí había, como una pequeña tienda de aquellas que había en el Pozo antiguamente, con las cosas más precisas como el pan, el vino, el aceite, garbanzos, judías, arroz, bacalao, patatas, fideos, chocolate, sardinas en aceite y en escabeche, caballa, tocino, … Esto es lo que comíamos. Muchas veces nos ponían ellas de su comida que a mí me encantaba, era caldo gallego. Allí comían de lo que criaban. En aquellas casas la cocina donde se estaba y se hacía la comida no tenía chimenea, por lo tanto el humo salía por donde podía. Nosotros no estábamos acostumbrados, los ojos se nos ponían como el puño y siempre llorando, claro del humo, no de pena. Una vez que estábamos todos cada cual en su sitio, entre aquellas buenas familias, tanto ellas como nosotros convivíamos estupendamente. En aquellos tiempos había costumbre de ir de 14
  • 15. visita a lo de los familiares y amigos por la noche, en Galicia decían “Fiadeiro”, se puede decir que casi se lo echaban a sorteo para que fuéramos a sus casas, a pasar la velada. Ellos se divertían y lo pasaban en grande con nosotros, unos decían chistes, otros cantaban y el cante andaluz les gustaba mucho, y si era por Antonio Molina ya era demasiado, y ya de camino nos obsequiaban con lo mejor que tenían. Al poco tiempo de estar allí me compré una armónica y aprendí a tocarla, y con eso hacíamos muchos bailes. Allí había nueve mozas, ellas solamente querían bailar con los andaluces y más con los jóvenes. También hacían juegos en los que yo iba beneficiado. Claro, que entonces allí no había luz, o te ibas de visita o te tenías que acostar enseguida. La luz de noche era un quinqué o una vela, o la que reflejaba del fuego, porque de noche casi siempre estaba encendido, porque siempre hacía mucho frío. CAPÍTULO 6 15
  • 16. NARRA CUANDO EMPEZAMOS A TRABAJR Y MANDÉ EL PRIMER DINERO Cuando empezamos a trabajar, yo estaba deseando de acabar el primer mes de trabajo para cobrar y mandarle el primer dinero que ahorrara a mi madre, porque allí no necesitábamos el dinero para comprar, porque la comida que necesitábamos nos la daban en la cantina, y cuando cobrábamos el mes de trabajo, entonces le pagábamos. Cuando cobré y pagué me quedaron 500 pesetas, que en aquellos tiempos era dinero. Para mandar el dinero se lo dábamos al cantinero para que nos lo girara, porque el bajaba muy a menudo a Viana de Bollo. No sé que pasaría, porque el primer giro tardó el llegar más de lo normal, pero llegó. Yo me sentía muy feliz, cuando le mandaba dinero a mi madre, ganábamos a cinco pesetas la hora, al día trabajábamos normalmente 10 horas cuando el tiempo lo permitía, entonces en el Pozo se ganaba alrededor de veinte pesetas la hora. Eso hizo que cuando la gente se enteró se infectó de gente del Pozo. Entonces aquello cambió mucho, porque muchos se emborrachaban y se peleaban, cosa que mientras estuvimos los diez primeros solos eso no pasó. 16
  • 17. Yo lo pasé bastante bien, porque con eso de tener en la cas una moza como se decía allí, pues yo dije que si quería venirse a Andalucía, y ella decía que sí que se venía conmigo, claro que yo no se lo decía de verdad, además me llevaba cinco años, pero ella se lo pasaba bien conmigo, porque los gallegos eran muy fríos y nosotros las andaluces todo lo contrario. Ella de mí se fiaba, hasta cierto punto, porque le gustaba que la besara y tocara, y a mí más y punto. CAPÍTULO 7 17
  • 18. NARRA DE CUANDO ESTUVE DE ARRIERO Empezamos a trabajar el día 13 de agosto, lo primero que nos dieron, una pala a unos y un pico a otros, en fin, varias herramientas, pero todas manuales. El trabajo era duro, pero había que hacerse uno más duro todavía, ya que era el más joven y el más endeble se podía decir. Yo de joven me criaba muy delgado, claro y me cansaba antes que ellos, pero no lo daba a demostrar. Echábamos el tiempo de verano ocho horas, que allí el verano se notaba poco, yo estaba deseando que llegara el domingo para descansar y recuperar fuerzas. Como se dice tuve un poco de suerte porque a los dos o tres meses me pusieron de arriero con una recua de borricos, de cuatro o cinco, para llevar arena y cemento, para hacer las alcantarillas y los puentes. 18
  • 19. 19
  • 20. 20
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  • 22. CAPÍTULO 8 NARRA DE CUANDO ME TRASLADARON DE TRABAJO Y TUVE QUE VOLVER AL MISMO SITIO Era mediados de diciembre cuando se terminaron las alcantarillas y los puentes, y ya los borricos se los llevaron a otro sitio, pues aquel trabajo se acabó, yo lo pasé bien, era el mejor trabajo. En esos días el encargado de la carretera tenía que trasladar una Coya de seis o siete hombres, a otro trabajo que había a unos 50 Km., era en la provincia de Lugo, el pueblo se llama Villamoiz. Entonces me dice:”Carrión, te vas a ir con tus paisanos, que van a trabajar a destajo, así que me fui con ellos. Por aquellas fechas, ya había mucha gente de Pozo Alcón allí, era a finales de Diciembre, ya estábamos en el nuevo trabajo, llevaríamos ocho o diez días cuando cogí un resfriado y estando en el trabajo me tuve que ir para casa porque me dio un calenturón que no me tenía de pie. Llevaba dos o tres días malo, y viendo que no me mejoraba pensé en irme de Santa Marina otra vez, porque allí si había quien me cuidara, así que le dije al encargado que si podía irme otra vez a Santa 22
  • 23. Marina, porque allí nadie hacía caso de mí y cada día estaba peor. Me dijo que sí, que me fuera allí al trabajo de antes, o sea a la carretera. Lo malo era que entonces e aquellos lugares no habían combinaciones de coches de línea como hoy, ya que también era un pueblo pequeño. Pues la manera que había de salir de allí era en el tren que estaba la estación a media hora de camino, pero andando con el “ato” a cuestas el camino se hace más largo. La estación era la de Montefurado. El tren pasaba a las 9 de la mañana que iba para la Rua de Petín, donde yo tenía que coger el coche de línea que me llevara a Viana del Bollo. Yo salí de Villamoiz a las 8 de la mañana, con tiempo suficiente para coger el tren, pero con la maleta a cuestas y lo mal que iba llegué cinco minutos después de pasar el tren. El próximo pasaba a la 1, tenía que esperar cuatro horas, y luego llegaba cuando el autobús ya se había ido, así que me dije: “Antonio, ve adelante poco a poco hasta la Rua de Petín. Vuelve a repetirse la misma historia, la mala suerte estaba conmigo, cuando llegué ídem de lo mismo, llegué tarde, acaba de irse el coche de línea y hasta las 5 de la tarde no salía el próximo. Ya no me quedó más remedio que esperarme hasta que saliese ese autobús. 23
  • 24. Llegamos a las 6 de la tarde a Viana del Bollo. Pues como se comenta anteriormente de Viana del Bollo andando normal de tardaba una hora, pero con la maleta a cuestas y un bultillo que eché tardé dos horas y creía que no llegaría nunca. Cada vez que me daba tos, porque la garganta la tenía en carne viva, escupía hasta sangre, luego además era de noche y no veía nada. Por donde andaba llevaba una linterna, porque por allí abundaban los lobos, y estos si ven luz no se arriman; pensaba: “Como se me avería la linterna los lobos me comen”. Cuando por fin vi una luz a lo lejos, una luz triste porque era de una vela detrás de un cristal sucio vi como se dice a Dios, porque ya sabía que estaba llegando a casa como así era, y por fin llegué. Había que subir un tramo de escaleras para entrar en la casa, allí todas las casas eran lo mismo, todas estaban en alto, se me antojaba mentira cuando subía las escaleras. Llamé a la puerta cuando y cuando vi a la Señora Antonia dije “estoy salvado”, porque yo sabía que aquella mujer era como mi madre, se portaban estupendamente con nosotros, así que cuando se les podía hacer alguna cosa como ir por las noches a encontrar alguna oveja que se les 24
  • 25. extraviaba, porque si las dejaban fuera los lobos se las mataban. Bueno, fue entrar en la casa de la Señora Antonia y puso vino para cocerlo en el fuego y me dice: “esta es la mejor medicina” para un resfriado, y fue verdad que aquello me curó el resfriado, ahora, que estaba malísimo, eran de esas medicinas caseras porque el médico allí estaba en Viana del Bollo y no había teléfono, con lo que tenían que ir con un caballo a por él cuando les hacía falta, y luego llevarlo. 25
  • 26. CAPÍTULO 9 NARRA DE CUANDO VOLVÍ OTRA VEZ A SANTA MARINA HASTA QUE VOLVÍ A POZO ALCÓN Cuando volví otra vez a Santa Marina y me vieron llegar, creían que había ido a por los paquetes que les habían dado en el Pozo, porque estuvieron Juan y el otro del Pozo en la Navidad a ver a sus familiar, pero les dije que no había ido a por nada, que la vuelta allí era porque estaba malo, que tenia un resfriado bastante gordo, y allí nadie se acordaba que estaba malo ni para darme una gota de nada, y los compañeros tenían que irse a trabajar y no volvían hasta la noche y poco podían hacer por mí. El tiempo iba pasando y yo ya no estaba de arriero. Ya el trabajo era otro. Me pusieron a picar piedra para el piso de la carretera que llevaba treinta o treinta y cinco centímetros de espesor. El trabajo era pasajero, mejor que estar con el pico y la pala, la herramienta era menos 26
  • 27. pesada, era un porrillo de un kilo y dos kilos acoplado a una vara. A final de junio la carretera se estaba acabando y antes de quedarnos sin trabajo fuimos tres o cuatro a pedir trabajo en una carretera que estaban haciendo de Pías a Porto, de la provincia de Zamora, que estaba a tres o cuatro horas andando a través de las montañas. Nos dieron trabajo, estuvimos dos meses que nos faltaba para la feria de nuestro pueblo Pozo Alcón, así que a últimos de agosto pedimos la cuenta y nos marchamos para casa. 27
  • 28. CAPÍTULO 10 NARRA DE CUANDO ME PUSE NOVIO Y ME FUIU A TERUEL A LAS MINAS En Agosto de 1956 llegamos a Pozo Alcón después de un año en Galicia. La feria empieza el día 3 de septiembre y yo quería arrimarme a la que es mi mujer hoy, pero me daba corte, porque ella como vivía con gente, como se decía antes, señorita, pues yo no me veía la forma de arrimarme a ella. Por fin la última noche de la feria, antes de la cena, la veo con su amiga y su novio en el paseo, y el novio era amigo mío, Cerferino y su novio Leocadia, y me dije que esa era la ocasión de arrimarme. Y así, como el que no quiere la cosa me acerqué y dije que si estorbaba, “noooo”, me contestaron, en fin, que me enrollé y la cosa funcionó, y dije “adelante”, y seguimos juntos hasta la hora de cenar, y ya quedamos para después y hasta que se acabó la feria. Quedamos para seguir viéndonos todos los días siguientes hasta que ya la cosa quedó en lo que queríamos, ser novios. El veinte o veintiuno del mismo mes, vino de Teruel un tío mío por parte de mi madre, hermanos de padre, se llama Juan Pedro, que aún vive. Yo como estaba sin trabajo, como tanta 28
  • 29. gente había, le conté que hacía unos días que había venido de Galicia, que había estado un año allí trabajando en la carretera. Entonces me dijo que si quería irme a trabajar allí con él, que estaban haciendo una vía del tren. Yo lo que quería era trabajar, pero en el Pozo, pues no había como fuera que alguien te avisara a echar un día o dos de cava, así que le dije que sí que me iba con él. Le pregunté que cuando se iba para Teruel y me dijo que el día 27 de septiembre si no pasaba nada. Y que mala pata, yo que acababa de ponerme novio y me tenía que ir a trabajar; en esos tiempos había que trabajar y no se podía estar uno de paseo. Bueno, cuando se lo diga a ella que me voy a Teruel a trabajar cómo se lo tomará, a ver que iba a decir, la criatura, pues yo era el que tenía que verlo, que a ella le gustaría que estuviéramos juntos como es natural, pero lo 29
  • 30. comprendía, que el trabajo es lo que daba de comer. Bueno, ya vendría, que eso no era para siempre, que una temporadilla se pasa pronto, aunque en realidad en esa situación el tiempo se hacía más largo, pensado uno en el otro. 30
  • 31. CAPÍTULO 11 NARRA DE LA IDA A TERUEL, ACABADO DE PONERNOS NOVIOS Llegó el día de la ida, y la noche antes de despedirnos como dos novatos, con un poco de timidez, claro que aquellos tiempos eran distintos a los de hoy, eran los años 50. Bueno, le dije que me diera las señas para escribirle, y me dice que ella escribía muy mal, que había ido muy poco a la escuela, que había tenido que dejarla para ayudarle a su tía Quica, en la huerta, en el campo. Yo le dije que eso no era ningún problema porque nadie las va a leer nada más que yo, que ya poco a poco lo iría haciendo mejor. Bueno, pues a otro día por lo mañana a las 8, cogimos el correo como se decía en aquellos tiempos, para Baza, que allí teníamos que coger el tren para Valencia, y allí cogíamos otro que nos llevó a Teruel. En Teruel cogimos un autobús de aquellos tiempos que era una tartana y nos llevó a un pueblo que se llamaba Fuentes Calientes, si es que aun existe. Allí vivía una familia que eran los padres de la novia de mi tío, que por cierto eran de familia de Martín “Bespunte”, el que trabajaba 31
  • 32. de fontanero y se dedicaba también a arreglar máquinas de coser. Llegamos al pueblo, y como es natural a la casa, y lo primero que hice, cuando me informé de dónde iba a vivir, cogí una carta y me puse a escribirle a mi novia, con un poco de duda si me contestaría o no, pero sí me contestó, en seguida que recibió la carta me contestó, el flechazo hizo efecto. Allí sólo estuvimos un día. Al día siguiente nos fuimos donde iba a vivir mientras estuviéramos allí. El trabajo que me esperaba no era el que yo me creía, lo de la vía del tren no era verdad, la vía estaba cerca de allí, pero estaba parada desde antes de la guerra, así que el trabajo era en las minas de carbón. Al día siguiente llegamos al sitio donde estaba el trabajo, era un barrio de viviendas de planta baja hechas para los mineros, que estaban a unos trescientos o cuatrocientos metros de la mina. Allí vivía una tía mía hermana de mi tío Juan Pedro, con su marido. Ella se llamaba Asunción y el marido Antonio, los dos ya fallecieron. 32
  • 33. El sitio aquel se llamaba Cotominero del Rillo, porque aquello pertenecía al pueblo llamado Rillo, y estuve allí 3 meses. 33
  • 34. CAPÍTULO 12 NARRA DESDE LA LLEGADA A TERUEL HASTA QUE ME VINE A POZO ALCÓN Cuando llegamos mi tío habló con el encargado o jefe de la mina para pedirle trabajo para mí, y al día siguiente empecé a trabajar. El trabajo era muy sucio, porque era de trabajar con el carbón, y allí la ropa blanca perdía el blanco para volverse gris, porque aunque la lavaban lo único que se iba era el polvo. En aquellos tiempos había jabón de aquel del “Lagarto”, que por lo visto el lagarto se iba en cuanto lo metían en el agua. El trabajo que hacía era de cribar carbón con unas cribas mecánicas muy grandes donde ya salía clasificado de tamaño para cuando llegara el camión cargarlo con unas horcas de hierro. Era un trabajo duro pero es lo que había, todo el trabajo era bueno para el que quería trabajar. Llegó el invierno y empezó a nevar con lo que en la calle no se podía trabajar casi ningún día por el mal tiempo, entonces me dijo el encargado que me metiera abajo en la mina, que allí no hacía frío. Yo le dije que a mí me daba miedo la mina, y como era final de diciembre le dije que me arreglaba la cuenta que me iba a mi casa. 34
  • 35. Así que el día tres me pagaron y a otro día arreglé mis cosas, y como yo tenía allí mi bicicleta fui a un pueblo que había cerca que se llamaba Pancrudo y le compré a mi novia unos pendientes y un alfiler para echárselo en los Reyes. Yo también me compré una pelliza con el cuello de pelo, y el día 5 de Enero de 1957 llegué al Pozo por la tarde. Llegué a mi casa y al rato de estar con mi madre pues me fui a lo de mi novia, la saludé y de camino le dí los Reyes. 35
  • 36. CAPÍTULO 13 NARRA DESDE LOS REYES HASTA EL VERANO Al día siguiente, día de los Reyes, como es natural fuimos a misa, y eso era un motivo para vernos después de la misa y pasearnos en la plaza. Ya de ahí en adelante nos veíamos todas las noches. En aquella época habíamos comprado un borriquillo para que mi hermano le trajera las tamaras a mi madre para el horno y leña de la sierra para venderla. Mi hermano ya tenía 15 años y también hacía lo suyo. Yo casi siempre iba a darle agua al borrico a la Fuente Taza por ver a la novia que sabía cuando pasaba y estaba en la ventana que se veía desde la calle Maya. Bueno, volviendo a lo de antes sobre pasearse, pues había que ir acompañado, porque eso de ir solos estaba muy mal visto. Fue pasando el tiempo, el carnaval, la Semana Santa, y nosotros tan enamorados siempre, no podíamos pasar un día sin vernos. Ella iba a coser a la sastrería de Antonio “El Bollo”. Yo vivía en la calle del Plato y yo desde el balcón de mi casa la veía pasar por lo alto de la calle cuando iba a la sastrería a coser, pues como siempre pasaba a la misma hora, si yo estaba en mi casa porque no fuera a trabajar o a algún sitio, pues 36
  • 37. me asomaba al balcón de la casa para verla pasar. Con eso me consolaba, en aquel tiempo a la novia hasta la noche no se podía ver normalmente. Ese primer verano no me fui a ningún sitio a trabajar, porque encontré trabajo en el Pozo, en una pista que estaban haciendo, desde el Ceo de la Mesa hasta el río Guadiana Menor por la cuesta del Negral. A los quince días de acabó la pista, pero allí había más trabajo, plantar chopos y hacer caballones grandes, para que el agua se embalsara para los chopos, así que me quedé trabajando plantando chopos. Como era verano allí hacía un calor insoportable, el agua era malísima la de beber, porque el agua era del mismo río y casi siempre bajaba turbia. 37
  • 38. CAPÍTULO 14 NARRA DESDE EL VERANO DEL 1957 HASTA CUANDO ME MIDIERON PARA LA MILI Un día, cuando venía del trabajo del río Guadiana, habían unos albañiles haciendo una casa por debajo de la sastrería donde cosía mi novia, y me dijeron que si quería irme a trabajar con ellos para llevarles el agua para la obra, porque en aquellos tiempos no había agua nada más agua que en las fuentes públicas y había que llevarla a la obra a cubos, uno en cada mano. Otros la llevaban con borricos o burrascos con cántaros pero así era más peligroso porque si se espantaba el animal, cosa que era corriente, los cántaros se rompían, con lo que lo más seguro eran los cubos en la mano, claro que ya te los daban bien grandes. No me lo pensé ni un instante y les dije a los albañiles que sí, y dejé el trabajo del río Guadiana y me fui con ellos a la obra. Estuve allí hasta la temporada de la aceituna porque en esa época la gente paraba de trabajar para coger la cosecha, por trabajo en la construcción la verdad había poco. Por aquel tiempo yo tenía una bicicleta y que dedicaba a traerle a mi madre las tamaras para cocer el pan en el horno. Yo como 38
  • 39. madrugaba, cuando los guardad de la sierra se levantaban ya tenía dos viajes de tamaras preparados, bajaba uno primero y enseguida volvía a por el otro. Por aquellos tiempos mucha gente se buscaba la vida con la sierra bajando la leña para los hornos, que había siete u ocho. Cuando la gente llegaba con sus borricos a la sierra yo ya bajaba con el segundo viaje con la bicicleta, que con los dos viajes bajaba la carga de un borrico. En el portaequipajes le ponía dos palos que salieran para atrás y allí amarraba el haz de tamaras y para casa carretera abajo. Llegó la cosecha de la aceituna y me salió “amo”, como se decía entonces, y además de coger nuestra aceituna echaba la temporada con los ajenos. Así estuve casi un mes. Era con la familia del tío Juan Catena que tenía muchas fincas. Se acabó la temporada, pasó la Navidad y el Carnaval y como ya tenía cumplidos los 20 años me midieron para la mili. Cuando medían a los quintos era un día de fiesta para los que se medían. Yo y tres amigos más, Francisco “El Rubito”, Francisco Férez y Francisco Mesas, los tres “Franciscos”, compramos un choto y en el cortijo de Mesas pasamos el día de juerga. Claro, que a la hora de matar el choto ninguno lo queríamos matar porque nos daba lástima, así que al final me tocó a mí hacer de carnicero, hicimos arroz y el demás 39
  • 40. frito con ajos. Como nos quedó de aquel día, fuimos al día siguiente y lo acabamos. Era la quinta del 1958. 40
  • 41. CAPÍTULO 15 NARRA DESDE QUE ME MIDIERON PARA LA MILI Se pasó la primavera y entramos en el verano, a mediados de junio. Un amigo me dijo que si quería echar dos meses de trabajo y le dije que sí. No estaba la cosa coma para desperdiciar las ocasiones, porque aquí lo único que había de trabajo era la siega que a mí no me gustaba. Segaba lo mío porque no tenía más remedio, y me dice: “no es en el Pozo, es con una máquina trilladora en un pueblo de Barcelona que se llama Llinsa de Munt, y te dan la comida y el vino”. Bueno, pues a la noche se lo dije a mi novia que iba a echar dos meses de trabajo en Barcelona, así que a los tres o cuatro días nos fuimos. Llegamos a Llisa de Munt y nos estaba esperando el dueño, así que fue llegar y empezar a trillar. Era trigo y cebada. La cebada era más mala porque el polvillo de la cebada picaba mucho con el calor que hacía. En la máquina íbamos seis hombres, cada uno teníamos nuestro puesto. Llevábamos unos veinticinco días de trabajo cuando se ve que se me hincó una espina de la cebada en el dedo gordo del pie derecho y se me infectó. Se me puso el dedo como el huevo de una 41
  • 42. gallina y el pie hinchado como una bota, tanto que ya no podía mover el pie de lo que me dolía. Entonces el patrón me llevó a Granollers que estaba a cinco kilómetros a una clínica, me vio un médico el pie y me ingresó. Me subieron a una habitación y me dice la enfermera “esta es tu cama, te pones el pijama y te acuestas”, al rato vino otra enfermera y me lió el pie con una venda y me puso una inyección, y así hasta siete días. Sobre lo del pijama digo yo “¿Qué pijama?”, yo solo llevaba lo que tenía puesto, porque cuando me trajo el patrón no me dijo que me llevara nada, me montó en el coche y al médico, y así con lo que llevaba estuve diecinueve días, sin poder comunicarme con nadie. El patrón no fue ni una sola vez a ver como estaba o si necesitaba algo, claro era catalán y los catalanes suelen dar poco, pues no pude ni escribir ni decirle a nadie a nadie lo que me pasaba, aunque me hubiera muerto, no disponía de nada allí y aquellos tiempos eran otros, los días se hacían siglos, no tenía ni con quien hablar, allí encerrado en la habitación. Llevaron allí a otro joven, pero como era catalán no dijo ni “hola”. Estuvimos ocho o diez días y no cruzamos ni una palabra. A los doce días se reventó lo del pie sin tener que rajar, sólo con las inyecciones, conforme iba tirando la porquería me iban cambiando las vendas, cuando aquello se 42
  • 43. deshinchó y quedó limpio, me dijo el médico que podía andar un poco y que bajara al patio, pero como llevaba 15 días sin andar me dio una fiebre muy fuerte, pero me duró poco, así que a los diecinueve días el médico me dio el alta y me dijo que ya me podía ir, así que como no tenía medios para llamar al patrón cogí el mismo camino que traje y volví andando. Me incorporé al trabajo y a los veinte días se acabó la trilla, así que nos dio la cuenta y a mí del tiempo que estuve de baja no me dio ni un céntimo el hijo de…. Nos volvimos a casa sobre el veinte de agosto. Como faltaban todavía unos días para la feria, un amigo y yo nos dedicamos a blanquear las fachadas porque en esos días a la gente le gustaba tener bien sus casas en esos días de feria. Así que nos preparamos nuestros artilugios de pintura y nos dedicamos a pintar fachadas, con lo que nos ganamos unos buenos dinerillos con los que pudimos pasar la feria. 43
  • 44. CAPÍTULO 16 NARRA DESDE LA FERIA DE 1959 HASTA LA NAVIDAD Llega la feria día 3 de septiembre. Dentro de lo que se podía lo pasamos bien, siempre con mucho amor entre los dos, mi novia y yo, como es natural, la feria se va y vida nueva. Yo, cuando me salía trabajo pues iba, y cuando no tenía trabajo, con la bicicleta le llevaba las tamaras a mi madre para el horno. Por entonces a mí me gustaba dibujar, y me sigue gustando. Entonces me encontré un trozo de periódico que anunciaba un curso de dibujo por correspondencia de CCC de San Sebastián. Escribí y me contestaron, así que me apunté para hacer el curso. Era de doce meses y cada mes te mandaban un libro y lo que tenías que dibujar. Yo les mandaba por correo lo que me decían y ellos me lo devolvían corregido. Cada envío me costaba sesenta pesetas, el total del curso fueron de mil doscientas pesetas. Y sí aprendí muchas cosas, que siempre es bueno saber lo que sea, como dice el refrán “por mucho saber nunca es malo”, claro que eso lo hacía en el tiempo libre porque yo no me podía dedicar a eso ya que tenía que trabajar. Éramos cinco menores en la casa menos mi madre y la 44
  • 45. cosa en el horno iba flojeando. Empezaron a poner panaderías de las actuales y aquello acabó con las horneras. A la gente le empezaba a gustar más el pan tierno o diario que las panaderías le ofrecían todos los días. Como todos los años, entró el Otoño y empezaba la temporada de la aceituna y, como siempre, la misma rutina, coger la nuestra y después la ajena. Entre tanto llega la Navidad y Reyes de 1959 y, como siempre, año nuevo, vida nueva. 45
  • 46. CAPÍTULO 17 NARRA DESDE QUE ME FUI A LA MILI HASTA LA JURA DE BANDERA El día 6 de marzo de 1959 recibí un aviso del ayuntamiento de que el día 13 del mismo mes tenía que presentarme en la plaza de Andalucía para incorporarme a filas. Como era de costumbre, la noche anterior la gente iba a despedir a los quintos (así es como se les decía a los soldados hasta que juraban bandera). La casa se llenaba de personas para despedir al soldado, te ponías en la puerta de la casa y conforme iban saliendo te daban una propinilla. Ya cuando se había ido toda la gente fui a despedirme de la novia porque ella no podía venir a la casa del novio. Al día siguiente por la mañana, nos montaron en un camión y nos llevaron a Úbeda que era la zona sonde se reconcentraban los soldados de la comarca. Nos apearon en una Plaza que es donde estaban los militares, y donde hacían el sorteo. Con nosotros iba un empleado del Ayuntamiento, y mientras entró a que le dieran la lista de donde íbamos esperamos en la calle. Cuando salió empezó a decir donde íbamos cada 46
  • 47. uno, y cuando me nombró a mí y dijo donde me había tocado me quedé de piedra. Esto fue porque la noche que me despidieron hablaron muy mal de aquel sitio, y para colmo me tocó sólo a mí en aquel sitio. Era en Ecisa en “Recría y doma”. Bueno nos dicen que hasta el día 18 no salimos para el Cuartel. Lo malo es que en aquellos tiempos no había coches de línea, y un taxi no nos lo podíamos costear, así que tuvimos que estarnos allí, en pensiones que habían aparentes para los soldados. Cuando llegó el día 18 nos montaron en un tren de vía estrecha que nos llevaba a estación Linares- Baeza. De allí nos montaron en otro tren que iba a Sevilla, y en la estación de Écija nos bajaron y nos llevaron al Cuartel. Pasamos el día y dormimos allí y al otro día hicieron el reparto. A mí me tocó en un destacamento que se llamaba “Las Islas”. Era una finca de trescientas fanegas de tierra de regadío toda cultivada pero con los soldados. Había 190 caballos que cuidar. Como llegamos temprano nos dieron “el ato” y nos dijeron que nos pusiéramos la ropa de paseo para asistir a misa. Bueno, estuvimos en la misa allí mismo porque había una capilla. Salimos de misa y nos dijeron que nos quitáramos aquella ropa y nos pusiéramos el mono que era la ropa de trabajo. Nos lo pusimos y nos 47
  • 48. formaron. Lo primero que hicieron fue a cada uno darnos una azada y llevarnos al campo a excavar remolachas. Al día siguiente, a las 7 de la mañana nos levantaron y nos dieron el desayuno. A continuación nos daban tres horas de instrucción y después a hacer un trabajo en el campo, o a cuidar a los caballos. No habían días de fiesta, solamente los domingos había que ir forzosamente a la misa y después cada uno a su puesto. A los tres meses, o sea, a últimos de mayo, juramos Bandera y ya se acabó la Instrucción, con lo que había que dar el callo de sol a sol, sembrando y recogiendo las cosechas de cada temporada, segar, arrancar, etc. 48
  • 49. CAPÍTULO 18 NARRA DESDE POCO DESPUÉS DE JURAR BANDERA HASTA QUE ME CAMBIARON A “LAS TURQUILLAS” Al jurar Bandera ya dejas de ser recluta para ser soldado, y a partir de ahí te tratan con más dureza. Allí no existía el calabozo ni esas cosas de la mili como arrestos, guardias, etc. Si intentabas de no hacer lo que mandasen directamente lo arreglaban a palo limpio. Llevaban una fusta de “pichatoro”, que entrabas por el aro de momento. Así que allí todo el mundo a callar y a obedecer, aunque lo que hacíamos no teníamos porque hacerlo porque no eran cosas de la mili, pero eso es lo que había. En los días que juramos bandera yo estaba de regador, estaba regando alfalfa en unos llanos grandísimos y tenía que estar allí sin moverme hasta la hora de comer, porque había que ir cambiando el agua de sitio. En fin, a lo que me refiero, que el último día que estuve regando, como hacía un sol abrasador y un calor insoportable (por algo le dicen a Écija la sartén de Andalucía), serían las tres de la tarde cuando llegó un momento que no aguantaba más, por el calor o por lo que fuera me dio un calentaron que no me tenía de pie. Al lado, en un matojo que había me dejé caer y puse la cabeza en la sombra 49
  • 50. y dije “que sea lo que Dios quiera pero no puedo tenerme en pie”. Al poco rato llegó un sargento a caballo y me preguntó que qué hacía ahí. Yo me levanté y le hice el saludo y le contesté que me encontraba muy mal y no me aguantaba de pie porque me mareaba, que hiciera conmigo lo que quisiera. Se ve que vio que estaba mal de verdad porque me dijo que me fuera para el Destacamento. Al día siguiente por la mañana, como todos los días al salir del desayuno nos ponían en fila de frente, y nos mandaba a cada uno a un trabajo. Esa mañana pidieron voluntarios para los caballos y yo salí, los que van con los caballos se llamaban potreros. Según decían que en cada Quinta, por cada soldado que iba al cuartel, entraba un caballo, pero eran potros que en el campo se terminaban de criar para i r al doma. La doma la hacían en el cuartel en Écija. Eso de ser potrero no era muy bueno, pero estar regando al sol sin tener donde ponerse ni un segundo en la sombra peor. 50
  • 51. Era primero de junio, los caballos los sacaban de las cuadras a una alameda que estaba a un kilómetro, porque allí estaban más frescos, ya que en las cuadras en el verano se asfixiaban. Por este motivo teníamos que dormir allí en la alameda. Aunque tenía una alambrada, a veces los caballos se revolucionaban y rompían las alambradas, se escapaban y luego teníamos que ir en busca de ellos y encerrarlos otra vez. El día que cambiamos los caballos a la alameda, eran ciento noventa, los potreros íbamos montados en caballos salvajes, claro procurábamos coger uno de los que siempre eran más mansos. Cuando ya cogías un caballo ya lo tenías mientras estuvieras con ellos. Nosotros los soldados teníamos que montar a caballo a pelo sin la montura, con una cabezada de cuerda y nada más y el látigo. Así que cuando se vieron en la calle después de estar encerrados todo el invierno, empezaron a retozar y a correr espantados, y por la mala suerte se podía decir, a mí me pusieron por delante de guía. Al principio me obedecían, pero duró poco aquello, cuando de pronto empezaron a espantarse y a correr, y el caballo que yo montaba empezó a retozar y a dar saltos. Yo veía que iba al suelo, cosa que si me caigo me hacen picadillo, porque venían detrás de mí ciento noventa caballos. 51
  • 52. De pronto me acordé de las películas del Oeste americano, cuando los indios se abrazaban al cuello de los caballos para no caerse, y eso hice yo. Me abalancé a su cuello y no me solté hasta que se paró, cuando me bajé al suelo echaba sangre por la boca, porque como llevaba el látigo en la mano, pues se ve que con la vara del látigo me había dado algún golpe o algo así. Si no me espabilo en ese momento no lo cuento. 52
  • 53. CAPÍTULO 19 NARRA DESDE QUE ESTABA CON LOS CABALLOS EN LA ISLA HASTA QUE ME DIERON TRES MESES DE PERMISO Cuando llevaba una semana con los caballos en la alameda, cuando me cambiaron a otro Destacamento que se llamaba Las Turquillas. A mediados de junio me llevaron a Las Turquillas, una vez que llegué, como siempre de vacaciones no me llevaron. El primer oficio que me dieron al día siguiente fue a guardar cerdos junto con otro que había que por cierto era de Belerda. Llevábamos entre grandes y chicos más de ciento cincuenta. Lo malo es que estaba la siega hecha de trigo y cebada y nos advirtieron que no se acercasen los marranos a las haces de la mies. Claro, que entre los dos manejábamos, pero como el otro era analfabeto y a las diez de la mañana se iba a la escuela pues yo lo pasaba muy mal, porque los marranos se divertían de mí. Me reventaban corriendo de un lado para otro y al final tenía que aburrirme y dejarlos. A los ocho días de estar con los marranos me dieron tres meses de permiso. La misma noche que nos dieron el permiso a unos cuantos, o sea, éramos ocho, pues cuatro no nos quisimos esperar 53
  • 54. al otro día temiendo que fueran a arrepentirse. Así que los cuatro arreglamos las maletas, nos pusimos la ropa de los días de fiesta y nos pusimos la maleta al hombro. Eran las 12 de la noche y nos fuimos para Écija a veintidós kilómetros. A otro día podíamos habernos ido en el carro de los víveres, poro no nos fiamos y decidimos irnos andando. Como es natural, llegamos hechos polvo, pero lo que queríamos era coger el tren y perder aquello de vista. 54
  • 55. CAPÍTULO 20 NARRA DESDE LA NOCHE QUE ME DIERON EL PERMISO HASTA LA VUELTA DE CUANDO ME LLAMARON Llegamos a Écija a las siete o las ocho de la mañana con los pies llenos de ampollas de las botas. Cruzamos Écija que es grande, porque la estación estaba al otro extremo, al norte. En la estación esperamos un tren que iba de Sevilla a Córdoba, en Córdoba cogimos otro tren que iba para Madrid, y en la estación de Baeza me bajé. De ahí cogí el tren que iba para Almería y en Guadix me bajé. Ya en Guadix cogí otro tren que iba para Murcia y al pasar por Baza bajé y cogí el autobús de los Simones y a las 6 de la tarde estaba en el Pozo. Nadie me esperaba, ni mi madre, ni mi novia, venía de sorpresa, porque aquello del permiso fue de pronto y sin decirnos nada antes. Cuando llegué a mi casa, qué alegría, cuánto la eché de menos en esos tres meses, porque en la mili nos lo hacían pasar muy mal. Lo único bueno que tenía aquello era la comida que era muy buena, y nos daban todos los días cuatro pesetas, claro está que eso era una recompensa por lo que nos 55
  • 56. hacían trabajar, a los demás soldados les daban cincuenta céntimos se sobras. Bueno, como decía, mi madre no me esperaba, se llevó una sorpresa cuando abrió la puerta de la calle y me vio. Estuve un rato con ella y me fui a ver a la novia que tampoco me esperaba, lo que pasa es que cuando fui a su casa ya lo sabía, porque una muchacha me vio y se lo dijo corriendo. Ella no se lo creía pero cuando le dijo que llevaba unas botas altas entonces vio que era verdad y se lo creyó, porque los de Caballería vestían así. Cuando le dije que iba con tres meses de permiso le dio una alegría muy grande. Durante ese tiempo, vuelta al mismo oficio que dejé. Yo estaba tan contento que mira por donde se jodió el permiso, eso era mala suerte, porque cuando llevaba mes y medio recibí un telegrama del cuartel diciendo que en un plazo de tres días tenía que presentarme en mi destino, sin más excusa ni explicaciones de ninguna clase. Eso era a mediados de agosto de 1959, pues ya estábamos pensando en las fiestas que eran en septiembre, así que al día siguiente tuve que coger el coche de línea para Baza y coger los trenes para Écija. Llegué al cuartel a otro día por la mañana y en el carro de caballos que iba diariamente a Las Turquillas me fui. Al llegar, el brigada que era el 56
  • 57. que llevaba el Destacamento me dijo que me quitara la ropa y me pusiera el mono y que me fuera con Pastor que era paisano y llevaba dos soldados para ayudarle. Y es que a uno de ellos le dieron el permiso y por eso me llamaron a mí para que ocupara su puesto. Se ve que el otro estaba bien recomendado. El pastor principal era un paisano con la ayuda de dos soldados. La manada de ovejas era de unas cuatrocientas. Todos los días tenía que sacar del pozo más de doscientos cubos de agua y echarlos a un pilar alargado para que bebieran las ovejas. Los cubos había que sacarlos a mano, no tenían carrucha. Aquella agua no se podía beber porque era salobre, ahora las ovejas y los caballos se la bebían bien. Cuando las ovejas parían, tenía que coger los borregos y llevarlos a las corralizas, también tenía que ir a por la comida nuestra en unas perolas, porque nosotros comíamos en el campo. 57
  • 58. CAPÍTULO 21 NARRA COMO FUE EL TIEMPO QUE PASÉ CON LAS OVEJAS, LOS TRABAJOS EN EL CAMPO Y EL DE GUARDA DEL LAS TURQUILLAS Durante los dos meses más o menos que estuve con las ovejas de ayudante del pastor, pues digamos, no fue muy malo comparándolo con otras cosas. Lo peor que tenía es que en el tiempo de verano había que dormir con las ovejas en el campo y era peor que trabajar en el campo. Llegó el tiempo de sembrar el trigo y la cebada y el tractor lo tenían allí para sembrar se averió y pensaron hacerlo con los soldados. Entonces cogieron a unos cuantos, cinco o seis para labrar la tierra, y después sembrar con el arado, pero lo malo es que ninguno sabía llevar un par de mulos. Yo tampoco, pero yo me daba una idea porque de más joven iba a echar garbanzos al surco detrás de los mulos. Me acordaba cómo lo hacían, así que cogimos cada uno un par de mulos de las cuadras que había muchos y grandes, los preparamos y nos llevaron a las hazas y cuando llegamos al tajo llegó lo bueno. Yo sabía hablarles a los mulos y dar la vuelta a la vertedera, aunque 58
  • 59. los surcos me salían pocos y torcidos pero iba. Pero lo otros, como no sabían hablarles a los mulos, les decían que para la derecha y tiraban para la izquierda, ni tampoco sabían dar la vuelta. El sargento les decía que lo hicieran como yo pero no había nada que hacer. Así que vieron que aquello no funcionaba porque eran gente criados en la capital, lo dejaron hasta que arreglaron el tractor. A últimos de diciembre el guarda que había en el Destacamento, que tenía tres mil fanegas de tierra, como eran todas de secano, menos una huerta de una fanega de tierra que estaba alambrada porque si no se la comían los conejos que había muchos. El agua se sacaba de un pozo con motor y se criaban verduras para el gasto del Destacamento. Quiero decir que me pusieron en el puesto del guarda del que había porque el otro se fue con permiso. Fue el mejor tiempo que pasé en toda la mili. Serían un par de meses lo que estuve porque me dieron permiso y perdí el puesto. Lo bueno de eso es que de guarda no trabajaba en las labores del campo 59
  • 60. ni nada, más que vigilar la finca. Lo más que había que vigilar era a los candores que iban de fuera y a los cabreros que metían las manadas de cabras en lo sembrado. Digo sembrado porque el Brigada de vez en cuando cogía su caballo y se daba una vuelta por toda la finca que tenía tres mil fanegas y resulta que un día descubrió que en un aza de cebada cuando estaba a veinte o veinticinco centímetros de alta, habían metido las cabras y no veas la que me armó cuando a la mañana siguiente fui a darle la novedad. Claro le dije:”sin novedad en la guardería mi Brigada” , y contesta: “Con que sin novedad, y la cebada que está está en el cerrillo que está comida de las cabras ¿es que no la has visto? Yo la vi pero hice que no la había visto, y es que los cabreros iban de noche, cuando sabían que el guarda estaba en el Destacamento, aunque allí le decíamos el cortijo. Así es que me dice: “mozooo (no cariñosamente), desde esta noche duerme en el cerro “tal” para que no te vean y me los traes aquí. Así que ya lo sabes. Bueno, me escapé porque yo todos los espárragos que me encontraba y las tagarninas los cogía y cuando iba a darle la novedad se las daba, y por eso me escapé. Bueno, la segunda noche estoy allí vigilando, cuando a lo lejos, ya casi oscurecido, por la carretera que venía del pueblo de la Lentejuela 60
  • 61. veo un bultillo negro, pero un poco más atrás veo otro, pero aquel era bastante grande. Así que me quedé escondido y conforme iban acercándose iban metiéndose en las siembras que estaban a la orilla de la carretera. Y es que las pocas que iban por delante iban explorando el terreno, entonces yo los dejé a los de delante con dos cabreros con unas treinta ovejas y cuando la manada grande se metió bien en la cebada entonces me hice presente. Cuando me vieron empezaron a disimular como que se les habían escapado. Yo les dije que no era así y ellos que sí, y entonces les replico que si anoche también se escaparon. Me dijeron que era la primera noche que pasaban por allí y yo les contesté que entonces qué era la lumbre que habían encendido. En fin, que les dije que se fueran con las cabras para el cortijo y no querían, empezaron a ponerse alrededor mío, iban cuatro, y yo vi que estaban acorralándome, y entonces cogí y me descolgué el mosquetón y le pegué un cerrojazo y lo cargué, que por cierto la primera bola cayó al suelo. Di un segundo cerrojazo y volví a cargarlo y los amartillé y los obligué a ponerse juntos y por delante de las cabras, y al final los pude llevar al cortijo como me dijo el Brigada. Llegamos al cortijo que estaba a un kilómetro y me presenté al Brigada. Bueno, lo 61
  • 62. primero que hicieron fue meter todas las cabras en unas cuadras y contarlas, eran por lo menos quinientas. Y mientras el Brigada estaba con ellos en su oficina los soldados cogieron perolas y ordeñaron a las cabras. La multa que les pusieron fue de 5 pesetas por cabra. Con ese dinero nos dieron una fiesta y los cabreros dejaron de ir más por allí. De vez en cuando hacían cacerías de perdices para los jefes y campeonatos de galgos, pero a mí las que me gustaban eran las cacerías de perdices porque yo las disfrutaba también, ya que algunas no les daban de lleno y quedaban fuera del alcance de ellos. Esas las buscábamos y nos las comíamos dentro de la choza donde dormía que era grande. Encendíamos un fuego y encima de una chapa recia las asábamos, y con una botella de vino las ligábamos. Aquellos eran a escondidas, sin que se enterara la tierra. Eso era muy serio porque no se podía matar ni una mosca, estaba totalmente prohibido a todo el mundo. Decían que el que mataba una liebre o lo que sea se queda veinte años “reganchao” en la mili, aquello era muy estricto y muy serio. 62
  • 63. CAPÍTULO 22 NARRA DESDE QUE ME DIERON EL ÚLTIMO PERMISO HASTA EL DÍA QUE ME LICENCIARON El día 1 de marzo después de cenar, como siempre leyeron el parte del día y nombraron los que se iban meses de permisos a su casa el día tres, y entre ellos yo era uno. Así que el día 3 cogimos el permiso y al día siguiente llegué al Pozo por la tarde. Lo mismo que la otra vez, tampoco me esperaba nadie porque no me dio tiempo a decirle nada a la familia. Bueno como en el permiso anterior tampoco me dejaron disfrutar de los dos meses de permiso. Llevaba un mes cuando recibí otro telegrama. Era Martes Santo, pero esta vez el telegrama decía que me presentara lo antes posible y no el día fijo. Entonces decidí que hasta el sábado no me iba, asía que el jueves y el Viernes Santo lo pasé en el Pozo y el domingo por la mañana llegué en el carro de caballos como siempre. Cuando me presenté me dijeron que porqué no había ido antes y les dije que había recibido el telegrama el miércoles y que el jueves y el viernes no había coche de línea por ser 63
  • 64. fiesta. No me dijeron nada más y esa noche dormí en el Cuartel de Écija. A primeros de mayo me echaron con los caballos otra vez como antes de potrero. Esta vez no me cayó de grande porque ya sabía lo que era. Lo malo que eso tenía, eran los primeros días, porque de ir montado en el caballo a pelo el culo se despellejaba, y hasta que se curaba se pasaba muy mal, tenía que ir de lado. Lo malo era que si tenías que correr te hacías mucho daño, y allí no te tenían compasión, tenías que aguantar y lo mismo que van los pastores con las ovejas íbamos nosotros con los caballos. Llevamos una manada de unos cien caballos por el campo de día, y por las noches los encerrábamos en las cuadras. Si los caballos cuando los teníamos en el campo no se espantaban estábamos bien, pero teníamos que estar muy atentos para no dejarlos que se agruparan porque se preparaban para dar una estampida, empezaban a poner las orejas empinadas y teníamos que liarnos a darles crujidos con los látigos. Teníamos que darles voces y separarlos porque si se espantaban y se iban desperdigados por todas partes se metían en fincas ajenas y teníamos que recogerlos enseguida y eso nos llevaba lo suyo. Bueno con la etapa de los caballos se finaliza la mili, porque el día 1 de junio nos 64
  • 65. licenciaron a los que nos recortaron los permisos, nos llevaron a Écija a la Plaza Mayor y nos pagaron lo que nos debían y la cartilla militar. A mí me dieron trescientas cincuenta pesetas que en aquel tiempo era dinero. Así que cogí la maleta del asa, que ya no pesaba porque iba vacía, hacia la estación a esperar el tren que iba a Córdoba, de Córdoba a la Estación de Baeza a Guadix y a Baza, y de Baza a Pozo Alcón y se acabó el madito SERVICIO MILITAR. 65
  • 66. CAPÍTULO 23 NARRA DESDE QUE ACABÉ LA MILI HASTA QUE ME FUI A TRABAJAR PARA GANAR DINERO PARA CASARME Como digo anteriormente, se acabó el servicio militar y vida nueva. Ya estoy en el Pozo y me salió trabajo de peón con los albañiles, y con el ayuntamiento de patrón trabajando en el cementerio, haciendo nichos en el corralillo donde metían a los ahorcados, cosa que ya no existe. Bueno unas veces con los albañiles, otras en el campo, y cuando no había otra cosa bajándole las tamaras a mi madre para el horno pues de iba pasando el tiempo. Después venía la temporada de la aceituna, la Navidad y año nuevo otra vez, 1960. En este año no salí del Pozo. A mediados de agosto se murió el sastre donde cosía mi novia, Antonio “El Bollo”, por lo que se quedó sin trabajo, aunque de vez en cuando cosía algo en su casa para otro sastre. Ese año fue conmigo a la aceituna, con la familia Catena. En esa Navidad pensamos en casarnos al año siguiente pues ya llevábamos cinco años novios. Pasó la Navidad y el Carnaval, y a últimos de febrero le dije a mi madre que queríamos 66
  • 67. casarnos, y que nosotros lo queríamos hacer bien, con boda. Como yo sabía que mi madre no podía costearme a mí la boda, pues le dije que me iba a trabajar a León, con el mismo encargado que estuve en Orense, y estarme hasta septiembre. Así con el dinero que ahorraría podría casarme. Como es natural, ella, con todo el dolor de su corazón, me dijo que hiciera lo que quisiera, que ella me iría guardando el dinero conforme se lo fuera mandando, porque tenerlo allí era malo pues lo podía perder con tanta gente como estábamos allí. Así que el primero del mes de marzo me fui a Ponferrada, pero no al mismo Ponferrada, sino a un pueblecillo que se llamaba Corbón del Sil. Le decían el Barranco “la Tizne”. Se le daba ese nombre porque aquello era terreno de minas de carbón y ya en el aire volaba el polvo del carbón. Al otro lado del río Sil pasaba la vía del tren, era de vía estrecha. Pasaba cada media hora. Cuando llegué a Carbón de Sil fui en busca del encargado y en cuanto me vio me saludó. Me dijo que me fuera al Barracón que había para los trabajadores y me dijo donde estaba, y al día siguiente al trabajo. El encargado era Enrique Taboada, bien conocido conmigo. También se fue conmigo mi cuñado Prudencio y otros tres más del Pozo. 67
  • 68. Bueno, lo primero que hicimos fue comprar una sartén para cocinarnos nosotros, porque aunque había comedor de la empresa, no nos interesaba porque comíamos a nuestro gusto aunque teníamos más trabajo así, pero también nos costaba menos, y claro, nosotros lo que queríamos era ahorrar cuanto más mejor. Hablando del trabajo, como se decía, era trabajo de romanos, muy duro. El trabajo era la construcción de un canal para hacer funcionar una central eléctrica. El canal tenía cuatro metros de alto, tres de base y cuatro metros de ancho arriba. El canal lo hacían con un molde encofrado de una pieza que iba por medio de unos raíles como el tren, que se iban cambiando hacia adelante conforme se llenaba el carretón, que así es como se llamaba el molde. Lo corríamos con palancas grandes de hierro, a la voz del capataz que era un hueso muy duro, le decían “El Tigre”. El carretón tenía una pequeña grúa en una plataforma en lo alto para subir la vagoneta del hormigón y las piedras. Bueno, mi primer trabajo fue allí, con el carretón. Había otros que iban por delante haciendo la excavación. Había tramos que iban por túneles y allí había más peligro, pero yo allí no trabajé. Mi trabajo era rellenar el molde de hormigón y piedras de todos los tamaños, piedras vivas del río Sil. Las piedras eran muy resbaladizas, no tenían por donde 68
  • 69. cogerlas porque eran muy lisas. Se mezclaban con el hormigón que llevaban de una hormigonera que estaba emplazada al borde de la excavación, y lo llevaban con una vagoneta arrastrada por una mula sobre raíles. Yo llevaría dos o tres meses trabajando cuando se arrimó a mí el encargado y dijo: “Carrión, mañana vas a la cuadra donde están los mulos, coges uno y te pones a llevar hormigón con la vagoneta. La verdad es que a mí me apreciaba, claro es que me conocía desde hacía siete años y era la tercera ve que trabajaba con él, así que me conocía y sabía como era yo. El trabajo era un poco más incómodo porque trabajabas una semana de día y otra de noche porque el trabajo no paraba nada más que el domingo, que era el día que aprovechábamos para lavarnos la ropa, que la lavábamos en el río, restregándola con jabón sobre una piedra. Lo malo que tenía de trabajar una semana de día y otra de noche es que cuando te acostumbrabas a dormir de día ya tenías que cambiar otra vez, así que se dormía poco. Pero bueno, el tiempo fue pasando hasta que por fin pasó la temporada. Al final del mes de agosto del 1961 le dije al encargado que me venía al Pozo a casarme y que me preparara la cuenta, pero hasta el día 3 no se cobraba porque era el día que pagaba la empresa, 69
  • 70. por lo que hasta el día cuatro no salí de Corbón del Sil. Como en el viaje se pasaban más de dos días, cuando llegué la feria estaba acabando, pero es que no pude venir antes. 70
  • 71. CAPÍTULO 24 NARRA DE LA PREPARACIÓN DE LA BODA Y EL DÍA DE LA BODA Se acabó la feria, aunque para mí fue muy corta, y acordamos el día que íbamos a casarnos, así que decidimos que fuera el 21 de octubre que era sábado. El petitorio se hacía a primeros del mes, el petitorio que antes se hacía, era un convite que se hacía en casa de la novia, era la petición de mano, cosa que ya no se hace. Consistía en que los padres de la novia invitaban a los familiares más cercanos en su casa en la que llevaban regalos a la novia para la casa. Quedaba el tiempo suficiente para que nos hiciéramos los trajes para la boda. Refiriéndome a la casa para vivir, en aquellos tiempos estaban muy escasas las viviendas, ya que entonces había el doble de habitantes que ahora el 2010. Por fin encontré dos habitaciones y cocina, en una casa con una vieja que se llamaba Esperanza, en la calle las Parras. Era una casa antigua pero de momento nos valía para empezar nuestra vida. 71
  • 72. Quince o veinte días antes de la boda mi suegra que era albañil junto con su hijo Antonio, les salió trabajo con Santos Torres para hacer obra en su casa en la plaza, y me llevaron de peón. A los tres días después de la boda se acabó el trabajo. Dos semanas antes de la boda, se hizo el peditorio. Yo le regalé 6 cuadros que pinté en Corbón de Sil en los ratos libres, con paisajes de aquellas tierras. Llegó el día de la boda, y como era costumbre, la noche de antes de la boda había que ir forzosamente a confesar y así lo hicimos. La boda, o sea el refresco como se decía en aquellos, fue en casa de unos tíos de mi madre porque mi casa era muy pequeña. Era el tío Manuel “El Colorao”, y ella la tía Faustina. Era en la Avenida de El Fontanar. El día 21 de octubre, a las tres de la tarde fue el casamiento, en la iglesia y a continuación nos fuimos al refresco a la casa de mi tía que estaba todo preparado. La invitación era ir dándole a la gente bebidas y bizcochos de la confitería. Iban unas 72
  • 73. personas con una botella y un vaso dándoles de beber mistela de café, de limón y de apio. Y entre tanto dos mujeres con una bandeja de dulces repartiendo a un bizcocho por persona en cada vuelta que se daba. Se dieron cuatro vueltas, se les llamaban “ruedas de bizcochos”. Se acabó la boda y todo el mundo se fue, y contamos el dinero que nos regalaron. Recogimos cinco mil pesetas que era el dinero que había. Yo y mi ya mujer nos fuimos a un bar que se llamaba “El Tío Maquillo” que era un bar de señoritos. Allí, en un habitación que daba a la calle, a la entrada a la derecha, nos pusieron a los dos aparte, nos bebimos dos cervezas con patatas fritas y anchoas en lata. Eso en aquellos tiempos era un lujo. Mi mujer estaba muy cortada de verse sola allí conmigo, y no era por no tener confianza pues llevábamos cinco años novios, pero es que eran otros tiempos y no podías tocarle ni un dedo delante de la gente ni nada por el estilo. Refiriéndome a cosas de la boda, el ajuar de la casa lo hizo mi cuñado Juan “El Zocato” que en paz descanse. Se componía de una cama, una mesa camilla, una mesa más pequeña para comer, seis sillas grandes y dos más pequeñas y una cómoda. El novio costeaba los gastos de la boda y el vestido de la novia, pero como mi cuñada Alicia, 73
  • 74. su hermana, lo cosió así todo nos costó menos, y todo aquello nos ayudó a salir bien. Bueno, como era costumbre, el día de la boda por la noche se cenaba en casa del novio, iban las familias más cercanas de ambos lados, como los hermanos, los padres y sus hijos. Una vez todos reunidos nos disponíamos a cenar y, como es natural, todos estaban pendientes de los novios, y nosotros decíamos que cómo nos íbamos a apañar para irnos porque nos daba vergüenza. Claro está, todos sabían de sobra a lo que íbamos, a dormir. Yo estaba deseando de irme como cualquiera en nuestra situación y aquello tenía que llegar. Bueno, a medio cenar le digo a ella: “Yo voy a hacer como que me estoy orinando y bajo a la cuadra y ya no subo, así que tu disimuladamente te bajas y ahí estoy esperando”. Digo de bajar porque la cena era arriba aunque la cocina estaba abajo. La cocina es donde estaba la chimenea, porque las comidas se hacían en la lumbre, que era donde estaba el horno de cocer el pan. Bueno, como digo allí estaba mi madre y una hermana suya de cocineras, y claro está, eso era donde estaba la puerta de la calle, ahí ya no podíamos salir a escondidas. Así que, con mucha vergüenza, dijimos esto tiene que ser así, y cuando mi madre nos vio que ya nos íbamos nos dijo que Dios nos la deparara buena y que pasáramos buena noche, que 74
  • 75. mi madre que en Gloria esté, tenía muy buen humor. CAPÍTULO 25 NARRA DESDE LA NOCHE DE BODAS HASTA LA NAVIDAD Los familiares se quedaron cenando y nosotros nos fuimos a acostarnos a nuestra primera vivienda. Llegamos los dos con tanta ilusión que no acertábamos a meter la llave, así que cuando abrimos la puerta subimos arriba, a la que era nuestra primera casa, aunque sólo eran dos habitaciones, pero para nosotros era un palacio. Aquella noche, la dueña de la casa que era una vieja se fue a dormir a casa de un familiar, por lo tanto estábamos con más libertad. Así que entramos en el dormitorio, aunque estábamos solo cerramos la puerta con llave por si las moscas, o más bien por las ratas, que en las cámaras se escuchaban dar carreras. Así que a acostarnos y claro, se ve que extrañamos la cama y no había quien se durmiera. El caso es que no pegamos ojo en toda la noche y dormimos menos que un gato “atao” a la pata de un jamón. A las nueve de la mañana se hizo presente la madrina, que fue mi 75
  • 76. hermana Serafia, con churros con chocolate para que desayunáramos que eso era costumbre. A las once, como era domingo nos fuimos a misa, luego al salir nos dimos una vuelta, nos tomamos una cerveza y nos fuimos a comer a casa de mi madre. En nuestra luna de miel viaje de novios no pudimos hacer porque el dinero que teníamos lo teníamos que guardar para cosas más necesarias. Yo trabajo no tenía hasta que llegó la temporada de la aceituna, que fuimos con Juan “Catena”. Estuvimos veinte o veinticinco días y se acabó la aceituna. Nos pagaron y nos convidaron. Llegó la Nochebuena, el Año Nuevo y los Reyes, así que se acabó la Navidad. 76
  • 77. CAPÍTULO 26 NARRA DESDE QUE SE ACABÓ LA NAVIDAD HASTA QUE EMPECÉ A TRABAJAR Se acabó la Navidad y yo no tenía trabajo. En ese tiempo estaban haciendo el Pantano de La Bolera y fui a pedir trabajo. Me dijeron que fuera dentro de dos o tres semanas a ver si había algo, pero en esos días hubo un accidente mortal y yo ya no volví, era un trabajo de mucho peligro y pensé en irme a trabajar a Cataluña. Le conté a mi cuñado Juan que me iba a trabajar por ahí, pero que ese año iba a cambiar de territorio, que esta vez me iba para Cataluña ya que mi hermano José estaba por allí. Yo no esperaba nada de él porque andaba con mala gente pero por lo menos haber si podía hacer yo algo por él y sí, conseguí que dejara a aquella gente con la que se juntaba. Como iba diciendo, yo quería dejar el pico y la pala, porque decían que allí estaban haciendo mucha construcción, así que mi cuñado también quería irse porque tampoco tenía trabajo y él también tenía familia en 77
  • 78. Palafrugell. Además de a os, tenía allí a su tía Irene, que era hermana de la madre de mi cuñado. Esto fue a mediados de enero, y el 26 del mismo de 1962, por cierto que era el cumpleaños de mi mujer, nos fuimos en un taxi de Juanillo “El Guerra”. Tardamos casi treinta horas en ir, porque el coche estaba hecho un cascajo, las carreteras estaban muy malas y además iba esquivando a la policia, fue un viaje muy pesado. El coche nos dejó en la misma puerta de la pensión de la tía Irene y me instalé allí con mi cuñado Juan. Yo estuve tres días, dormíamos los dos en una cama de noventa, teníamos que dormir de canto, porque la pensión estaba a tope y esa cama la tenía reservada la tía para su sobrino que ya sabía que iba. Una vez allí me puse a buscar trabajo como mi cuñado. Él encontró trabajo en una carpintería en la calle Margall, que es la calle donde hacen el mercado de la fruta, le pagaban a 8 pesetas la hora y trabajaba ocho horas diarias. A las dos semanas pensó en pedir trabajo de encofrador, pero eso no lo conocía, yo lo animé y le dije cómo se hacía más o menos entonces, total, que pidió trabajo y le dieron. Entonces dejó la carpintería y tenía miedo porque decía que como en la obra no se le diese bien se quedaba sin nada, pero eso no pasó, triunfó y lo hicieron 78
  • 79. jefe, hasta le montó el jefe una carpintería en la obra. Bueno, hablando de mí, a una tía suya que ya me conocía y trabajaba en la empresa que se llama “Cruz” le pidió trabajo para mí y le dijo que sí, que me pasara por la oficina y me dijeron que preparara dos mantas y una sartén. Yo me dije “malo mula”, y le pregunté que de qué iba el trabajo. Me dijeron que era para trabajar en los pozos, yo me callé y no dije nada, le dije que bueno, pero cuando salí de la oficina me dije: “voy huyendo de Erodes y me meto en Pilatos, vaya leche”. Me enteré que en Palamós, en un bar que se llamaba “La Serbatana”, apuntaban gente para las obras, y bajé a Palamós y cuando llegué ya habían cerrado la lista. Entonces, allí mismo decían que en el hotel Beatriz, que lo estaban haciendo, hoy se llama Cap-Roij, había un cartel que ponía que se necesitaba personal. Así que cogí la carretera y manta como se dice y en busca de la obra que estaba a unos cinco o seis kilómetros. Por fin, cuando llegaba a la obra venían cuatro o cinco de vuelta y me dijeron que donde iba. Se lo dije y me dijeron que ya habían quitado el cartel y no admitían a nadie más, pero yo pensé, a lo mejor si voy yo solo sí me dan trabajo que no es como ir cuatro o cinco juntos, así que decidir probar. Así 79
  • 80. que seguí con mi intuición y entré en la obra y pregunté a un obrero que estaba trabajando por el encargado. Me señaló a uno que había un poco más allá que era el ayudante o segundo encargado, pero por lo visto tenía poder para coger a gente. Me dirigí a él y le saludé. Le dije buenos días y el me dijo que qué quería, entonces le contesté que quería trabajar. Me dijo que peones ya había bastantes. Le dije que de obra entendía y que había trabajado mucho con los albañiles, entonces me dijo que fuera al día siguiente a trabajar. Le dije que tenía la maleta en Palafrugell y él me dijo que fuera a por ella y que lo buscase cuando estuviese allí. Así que al día siguiente madrugué y cogí la primera Sarfa que bajaba a Playa de Aro y a la hora de empezar ya estaba yo allí. El encargado que me dio el trabajo me llevó a los sótanos de la obra, que allí tenían camas para los trabajadores de fuera y allí se dormía. Me dijo que cogiera una cama que estaba desocupada. Bueno, de momento yo llevaba comida de la que llevaba del Pozo, así que solté la maleta y me fui para el trabajo. Me puso a trabajar con un paleta para que lo atendiera. Cuando terminamos de trabajar, que por cierto habían allí del Pozo trabajando bastante gente, pues todos los días se bajaba a Playa de Aro para comprar para comer. Eso eran todos los 80
  • 81. días, así que me compré una sartén y una cuchara, aceite, patatas, huevos, pan y vino, en fin, el apaño para ir adelante. CAPÍTULO 27 NARRA DESDE QUE ME COLOQUÉ EN LAS OBRAS DE PLAYA DE ARO HASTA QUE ME VINE AL POZO Por fin conseguí trabajar en lo que quería, en la construcción, adiós a las carreteras, a los pantanos,… el trabajo de la obra para mí era como estar de vacaciones comparado con lo que había hecho antes. Yo me aburría con una paleta, tenía que estar mirándolo mucho tiempo y a mí eso no me gustaba, estar mirando y otro trabajando, y le digo, voy a comprar una paleta y puedo ir haciendo algo que yo pueda, y me dice que no compre ninguna que tenía una en su casa y que me la vendía. Le dije que sí, así que al día siguiente me la trajo y me cobró por ella treinta y cinco pesetas. Fue cara porque era un poco vieja, pero a mi no me importó, yo lo que quería era aprender el oficio y lo aprendí. El me ponía las reglas para echar las aristas y yo se las iba rellenando. A él le venía bien porque iba más descansado y rendía el mismo trabajo. Le hacía entradas en las paredes para meter vigas y se quedaba pasmado de lo bien 81
  • 82. que se las hacía. El caso es que lo que le hacía le gustaba y un día me dice, claro de broma es natural, “algún día te veo por ahí de encargado”. Me acuerdo de él, era extremeño, de Cáceres, muy buena persona. Llevaba ocho o diez días de trabajo y estaba yo subido a un andamio echando aristas, cuando llegó por allí el encargado principal. Yo al verlo me quedé cortao porque pensé que como ese no era mi trabajo a lo mejor me echaba la bronca. Bueno, él me vio y miró lo que estaba haciendo pero no dijo nada y se fue. El encargado se llamaba Sr. Carrasco, bueno que se fue, entonces respiré, la verdad me dio miedo de que me echaran, claro no era motivo, bueno, fue todo lo contrario, cuando llevaba dos semanas de trabajo me dijo el encargado principal que cogiera una gaveta y que me fuera con él. Yo con mi paleta en la mano y la gaveta en la otra dije para mí “¿Dónde me llevará?”, y fui detrás de él. Me llevó donde estaban los yeseros y me dice que fuera detrás de los yeseros tapando los agujeros que van dejando de hacer los andamios. Cuando vio que aquello lo hacía bien me cambió de trabajo y me puso a hacer trozos de tabiques que derribaban los lampistas haciendo las regatas. Me dijo que desde ese momento iba a ganar tres pesetas más, así que ganaba quince 82
  • 83. pesetas la hora, y como echaba diez horas pues ganaba ciento cincuenta pesetas al día. De peón se ganaba doce y al mismo tiempo subí de categoría a oficial de segunda. Llevaría dos meses de trabajo y me cambió otra vez el encargado a hacer paredes de carga, claro, me puso entre dos paletas, y es que el hombre le caí bien y me iba cambiando conforme iba aprendiendo. Los otros paletas con los que me puso eran del Pozo, eran “Los Rubitos”, Hilario José y Francisco, que eran hermanos. Por ese tiempo mi cuñado Juan llamó a su mujer Alicia para que se fuera con él, porque la temporada iba a ser larga y buena y alquiló dos habitaciones. Ya tenían a su Juanito, tendría tres años. Entonces le dije a mi mujer que me mandara la bicicleta que tenía en el Pozo. Le dije que la mandara con la Renfe que en el Pozo había representante de transportes de la Renfe, y a los pocos días la recibí, entonces todos los domingos me subía a Palafrugell y los pasaba con ellos y así se me hacía la temporada más llevadera. La verdad es que recién casado y tener que dejarme a mi mujer era duro, solo llevábamos tres meses casados cuando me fui a trabajar. Bueno, una vez me defendía bien poniendo ladrillos, me compré algunas herramientas, una 83
  • 84. maceta, una escarpa, una palometa y un nivel, así me preparé lo más esencial. Llevaría un mes más o menos poniendo ladrillos, haciendo paredes, cuando el encargado Sr. Carrasco me dice: “Carrión, coge tus herramientas y sígueme”. Yo me quedé un poco confuso, porque salimos de la obra y bajamos por una vereda abajo hasta la playa, porque el hotel que estaban construyendo estaba arriba al borde de un acantilado donde habían hecho una plataforma de hormigón. Me dijo que allí iba un ascensor que llegaba hasta el hotel de unos 25 metros de altura, y me dijo que íbamos a replantear el hueco del ascensor. Mientras lo estábamos marcando mandó que bajaran ladrillos y pasta con la grúa, enseguida lo mandaron, una ve replanteado me dijo que íbamos a hacer la primera hilada de ladrillos: “los vas a poner tú”, y así fue como empecé el ascensor. Al día siguiente mandó dos paletas con sus manobras y yo con ellos, empezamos a hacer las paredes. Conforme íbamos subiendo íbamos haciendo un andamio que se iba quedando hecho para luego enfoscar las paredes de fuera. El andamio lo hacíamos con tablones de 20 cms y abrazaderas de hierro con tornillos. Cuando íbamos por la mitad, los dos paletas que iban conmigo los cambió de trabajo allí en la misma obra. En sus puestos mandó otros 84
  • 85. dos oficiales de primera y me dice a mí que de ahí en adelante yo me hacía cargo del hueco del ascensor. Claro, yo ya sabía como iba aquello, y el andamio había que ir haciéndolo con mucho cuidado. A últimos de mayo se acabó el hueco del ascensor y me puso en el salón donde iban a instalar la cocina del hotel a poner azulejos en las paredes. Habíamos tres y yo cuatro poniendo azulejos. Las paredes se acabaron y nos pusieron a forrar los pilares. A mí me puso en uno y aquello sí lo vi yo difícil para mí, pero yo me callé. Fui a mirar a donde ya estaban hechos y me fijé como iban, bueno hice lo que me mandaron y se quedó hecho, mientras que los otros tuvieron que hacerlos dos veces. Estaríamos a mediados de junio cuando tuve una carta de mi mujer y me mandó una foto suya, y aquello fue como una inyección que me pusieron. No sé que me dio, que digo que me voy ahora mismo. Bueno yo tenía pensado estar hasta agosto, así que dije el 1 de julio “me voy al Pozo”, y así lo hice, al final de mes de lo dije al encargado, por aquello de quedar bien, porque entonces pagaban por semanas, así que siempre estaba liquidado. Entonces no habían derechos ningunos, siempre estabas en paz y podías irte cuando quisieras y ellos te podían despedir cuando 85
  • 86. les viniera bien, así que yo terminé mi temporada, aprendí para poder seguir trabajando con los albañiles y el 1 de julio salimos de Playa de Aro con Tomas “Perricas” que en Paz Descanse, que había llevado un viaje de gente y al día siguiente a media tarde llegamos al Pozo por sorpresa. 86
  • 87. CAPÍTULO 28 NARRA DESDE QUE VINE DE PLAYA DE ARO HASTA QUE NACIO MI PRIMERA HIJA Y LA COMPRA DEL SOLAR DE LA CASA Como comento en páginas anteriores, cuando me casé me fui a vivir a una casa en donde vivía una mujer mayor. Mientras estaba yo trabajando en Playa de Aro, mi mujer se cambió de vivienda, en la calle del Plato, donde yo me crié y viví hasta que me casé. No era gran cosa pero para nosotros nos iba bien de momento, por lo menos estábamos solos. La casa estaba poco más arriba que la mía, tenía cuatro habitaciones, dos arriba y dos abajo, dormitorio, cocina, portal y cuadra. Esta casa ya no existe pues hicieron una nueva. A lo que voy, a los tres días de llegar al Pozo me salió trabajo en la albañilería, de oficial con el maestro José “Molina”, eran buen maestro. En aquel tiempo, al oficial de primera se le decía maestro, y su ayudante era el oficial, que lo que hacía mayormente era amasarle el yeso y dárselo. En aquel tiempo el maestro tenía que hacerlo todo, no como ahora. 87
  • 88. En esto del oficial yo les llevaba ventaja a los que había en el Pozo porque la mayoría no sabía nada más que amasar yeso, y yo ya sabía hacer casi como el maestro. Había días que el maestro no se presentaba y yo y el peón echábamos nuestro día de trabajo igualmente, eso macho muchas veces. A los diez días más o menos, mi mujer empezó con vómitos y mal cuerpo, dimos en la diana, ¡bingo! Estaba embarazada. Por lo visto desde el primer momento en que llegué, se ve que el cuerpo estaba preparado, digo esto porque los tres meses que estuvimos juntos antes de irme a Cataluña no nos guardamos nada y no se quedó, pensábamos ya que había un fallo en alguno, pero no, todo estaba bien. Bueno, aquello fue más en más. A los tres meses o por ahí, al pasar la feria, como tenía trabajo y vistas para seguir, pensamos que con el dinero que habíamos ahorrado comprar un solar para hacernos nuestra propia casa, poco a poco y eso hicimos. Fui a casa del dueño de los solares que se llamaba Simón “Cerrillo”, e hicimos trato. Se lo compré y me cobró a 150 pesetas el metro cuadrado. Al año siguiente no salí a trabajar a ningún sitio fuera del Pozo, ya con mi mujer embarazada 88
  • 89. quería estar con ella, porque con el embarazo que se le presentó pues estando yo lo pasaba mejor. Estaría mi mujer de cinco meses cuando mi madre pensó de irse con una hermana suya que había venido a ver a un familiar de su marido, con mis dos hermanos que estaban con ella, mi Francisco que tenía quince años y a mi Mª Carmen que tenía doce, porque mi José estaba en Palafrugell, pero él no se acordaba de nadie, ni de su madre que lo estaba pasando regular ni de sus hermanos que todavía eran pequeños, nunca les mandó ni un céntimo. Así que se fueron los tres con su hermana Ascensión que vivía en Alcanar, provincia de Tarragona. A lo primero lo pasaron mal aguantando malas artes y malas maneras, pero muy pronto encontraron un piso que se lo buscó la misma familia con quien trabajaba, que trabajaba en una panadería haciendo dulces que aquello era lo suyo. Mi hermana se colocó en el teléfono de mandadera para llevar los avisos, cosa que le sirvió para seguir en la telefónica cuando quitaron las centrales, y mi Francisco empezó a trabajar con los paletas. Bueno, como mi madre se fue, nosotros nos cambiamos a mi casa y así nos ahorramos pagar alquiler ya que la casa se quedaba vacía. 89
  • 90. Se fueron pasando los meses y llegó la Navidad, pasó el carnaval y la barriga cada vez más gorda. Así que por fin llegó el día del parto, fue el 2 de abril de 1963. Yo me encontraba en la casa, estaba trabajando en el Ayuntamiento reparando el pilar de una fuente en la calle de Las Eras junto a la carretera Avenida de los Dolores. El nombre verdadero de la calle era Ramón de la Higuera, pero se le dice la calle de Las Eras. Estaba agachado, cuando llegó mi sobrina Julia, que era la única que tenía por entonces, y me dice: “¡Tito, tito, tito Antonio, la tita Angustias a tenido una nena!”. Entonces le dije al jefe que mi mujer había dado a luz y que me iba a verla. Ya nació nuestro primer hijo, fue una niña que le pusimos de nombre Francisca, ya que coincidió con el día y era el nombre de su abuela que no estaba. Le llamaríamos Paquita. 90
  • 91. CAPITULO 29 NARRA DESDE QUE NACIÓ MI PAQUI EN ABRIL HASTA QUE VINE DE ECHAR LA TEMPORADA EN 1963 El tiempo fue pasando, mi Paquita creciendo, y yo seguía teniendo trabajo. Como todos los años viene y se va la Navidad, y al pasar ésta me dice Molina, el maestro, que va a hacer su casa, pero que dinero para pagarme no tiene, que tiene sólo lo justo para tejarla. Yo le dije que bueno, que ya me pagaría cuando pudiera. Estuve con él dos meses trabajando y más tiempo no podía seguir sin cobrar, no podía dar lugar a comerme lo que tenía hasta el final, así que le dije que se tenía que apañar como pudiera porque yo no podía seguir, y le dije que me iba a Playa de Aro. Yo también me quería hacer mi casa y en el Pozo no se ahorraba lo suficiente para eso. Así que el 1 de marzo, junto con su cuñado Antonio nos fuimos con “Paquillo” a Playa de Aro. Cuando llegamos había una casa para dormir, era 91
  • 92. la casa de la “Máxima”. Le preguntamos que si tenía sitio para nosotros y nos dijo que sí. La verdad es que tuvimos suerte porque la habitación tenía una sola cama pero era de matrimonio y estábamos solos son tener que compartir con nadie más, ya que era muy común el tener que compartir habitación con otros cinco o seis sin conocerse de nada, así que nos quedamos contentos. Bueno, al día siguiente fuimos a una obra que había allí cerca de la casa y pedimos trabajo, era el Hotel Cosmopolita, que lo estaban ampliando. Era una empresa de Llagostera que llevaba dos o tres obras a la vez. Buscamos al encargado y le pedimos trabajo, para paleta y para peón. Sí nos dio trabajo, así que al día siguiente a trabajar. Y ya como siempre la rutina diaria, de día a trabajar y por la noche a comprar lo que necesitábamos para la comida. Lo primero que compramos fue una sartén y la primera comida que hicimos en ella fue sopa con fideos. Era la primera vez que yo hacía sopa, puse el agua y cuando empezó a hervir le eché el paquete entero de fideos con una poquita de sal. No veas como empezó aquello a crecer y a quedarse seco, yo venga echarle agua a la sartén y aquello lleno hasta el “morrillo”. La sartén se puso maciza, pero 92