1. Deustopía
Los ladrones de
pensamientos
E
l concepto de privacidad ha
mutado una barbaridad con el
paso de los años. La tecnolo-
gía la ha ido arrinconado a cír-
culos cada vez más pequeños, pasando
de una época en la que lo que sucedía
en la calle difícilmente se conocía si no
aparecía en medios convencionales o
estábamos allí presentes, a otra en la
que la privacidad ya solo se protegía al
calor de nuestros hogares. Ahí también
sufrió un duro revés con la irrupción de
los asistentes virtuales tipo Alexa, Goo-
gle Home o incluso nuestros smartpho-
nes. De manera consciente (bueno…
no sé si en este caso es el mejor adjeti-
vo) muchas personas han decidido me-
ter en sus casas un pequeño espía tec-
nológico que no se pierde ni un minuto
de sus conversaciones. Así quedó pa-
tente el año pasado, cuando un usuario
solicitó poder escuchar grabaciones de
sus propias actividades registradas por
Alexa pero, en su lugar, pudo acceder
a 1.700 archivos de sonido de un des-
conocido. Pero eso no era lo más gra-
ve de la noticia: entre esos audios había
muchos que correspondían a momen-
tos en los que no se había lanzado una
consulta al asistente, confirmando que
graban y almacenan mucho más de lo
que nos dicen. Nos quedaba, por tanto,
solo nuestra mente y sus pensamientos
como espacio a preservar. Y digo nos
quedaba porque lo que os vengo a con-
tar, promete poner en jaque también
esto último.
Recientemente se ha empezado a ha-
blar con fuerza de la neurotecnología
y, más en concreto, de las interfaces ce-
rebro-ordenador (BCI). Se trata de co-
nexiones directas entre la materia gris
y un dispositivo que mide la actividad
cerebral y la traduce en señales que
pueden ser luego interpre-
tadas por las máquinas.
Detrás de las principales
iniciativas, los «sospechosos»
habituales insaciables de infor-
mación. Son como el monstruo de
las galletas, pero en este caso con los
datos. Me refiero, cómo no, a Face-
book. Nos hicieron ya un adelanto en
2017, antes de que los escándalos so-
bre privacidad les persiguieran, presen-
tando un proyecto rodeado de miste-
rio y denominado Building 8. Hablaban
ya entonces de un dispositivo no invasi-
vo (es decir, que no nos tendríamos que
implantar nada) en forma de diade-
ma que permitiría a las personas escri-
bir unas 100 palabras por minuto sim-
plemente pensando en ellas. Pues bien,
en 2019 han vuelto a la carga desvelan-
do que los experimentos que han lleva-
do a cabo de la mano de la Universidad
de California (San Francisco), les han
permitido recoger esta actividad cere-
bral y mostrarla en un monitor de ma-
nera simultánea. Obviamente, desde la
empresa dicen que será un gran avan-
ce para personas con parálisis. Y seguro
que así será, pero permitidme que des-
confíe un «poquito» de su altruismo.
Porque su intención es también ofre-
cer este dispositivo al público genera-
lista como un wearable para controlar
la música o interactuar con entornos de
realidad virtual, por ejemplo. Es decir,
estupendo gancho para que caigamos
una vez más en la tela de araña sin so-
pesar las derivadas éticas ni el uso extra
que puedan hacer de esa información.
Otro de los proyectos que ha resona-
do con fuerza últimamente es Neuralink,
más conocido por ser el último juguete
de Elon Musk. En este caso se da un paso
más porque hablan de cosernos hilos en
el cerebro. Y lo de co-
ser es bastante literal
porque han desarrollado
una máquina que está ya
cosiendo esos microscópicos
filamentos en animales. Para que nos ha-
gamos una idea de su tamaño, su diáme-
tro ronda entre los 4 µm y 6 µm (cuan-
do el de un pelo varía entre los 15 µm y
100 µm). Su apuesta es que se conecten
y transmitan toda la información a un dis-
positivo que presumiblemente llevemos
sobre la oreja. Pero aún necesitan el per-
miso gubernamental para empezar a pro-
barlo en seres humanos.
Pero ojo, que hay más iniciativas con fi-
nalidades muy diversas: que personas
que van en silla de ruedas la puedan
controlar con su mente, revelar emocio-
nes, volar helicópteros, autenticación de
contraseñas mediante ondas cerebrales,
detectar ataques de epilepsia, neuro-te-
lepatía…
No sé cuánto tardará en llegar todo esto a
nuestro día a día. Lo que sí sé es que una
vez abramos la puerta a empresas tecno-
lógicas a lo último que está bajo can-
dado e impenetrable, ¿qué nos queda-
rá? ¿Veremos noticias sobre el robo o
«crackeo» de pensamientos? Quizás en
ese momento, se ponga de moda llevar
gorros de papel de aluminio.
Lorena Fernández Álvarez
www.loretahur.net
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