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A~ IN~O
 IMEN~IONE~
    EA
 RO~PERIDAD
JUAN R. CAPURRO

     ~rJ
     BETANIA
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total
   o parcial de esta obra sin
    la debida autorización
        de los editores.

     Impreso en EE.UU.
      Printed in U.S.A.

        la Impresión
Contenido

  Dedicatoria                                     5
  Agradecimiento                                  6
  Prefucio                                        7
1 La prosperidad viene de Dios                   11

Primera parte: La prosperidad espiritual
2 Bajo la bendición o la maldición               23
3 La pobreza y la maldición espiritual           35
4 La prosperidad del Espíritu                    43

Segunda parte: La prosperidad del cuerpo
5 Dios creó al hombre para vivir eternamente     63
6 Probados por el fuego                          73
7 El mejor programa de salud                     91

Tercera parte: La prosperidad del alma
8 Vendar a los quebrantados de corazón          107
9 Las armas de la luz                           121
10 Jesús sana nuestras almas                    139

Cuarta parte: La prosperidad material o económica
11 Dios quiere prosperarnos materialmente        155
12 La siembra y la cosecha                       171
Quinta parte: La prosperidad creativa
13 El misterio de la fe                 193
14 Confesemos la Palabra de Dios        207
Dedicatoria

         A Jesús
que me amó más de lo que
puedo pensar o entende r,
   sin haberle dado yo
     motivo alguno.
Agradecimiento

Agradezco a mi esposa Alicia su continuo aliento, el ha-
berme ayudado revisando el original y realizando correc-
ciones en las cosas que sucedieron en nuestra vida en
común.
   A la señorita Cindy-Lee Campbell por haber hecho la
trascripción del original y haber revisado toda la obra para
mejorar su valor literario.
Prefacio

Quiero felicitarlo porque al recorrer las páginas de este
libro está demostrando el interés que tiene en conocer un
poco más a Dios, especialmente en cuanto a lo que Él ha
provisto para el hombre referente a la prosperidad. Antes
de que comience a recorrer sus páginas, que espero le
resulten una aventura emocionante de fe y de conocimien-
to, quiero que comprenda mi punto de vista acerca de lo
que entiendo como prosperidad, de acuerdo a lo que
enseña la Biblia.
   Quiero que sepa que no escapa a mi observación el
hecho de que a través de todos los tiempos muchos ver-
daderos siervos de Cristo han pasado muchas penalidades
por causa del evangelio. Nos basta el ejemplo del apóstol
Pablo para corroborar esto. En 2 Corintios 11.23-27 afirma:

    Yo [he sufrido] más [de lo normal]; en trabajos más
    abundantemente; en azotes sin número; en cárceles
    más; en peligros de muerte muchas veces. De los
    judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos
    uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez
    apedreado; tres veces he padecido naufragio; una no-
    che y un día he estado como náufrago en alta mar; en
    caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de
    ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los
    gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto,
    peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en
8         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



    trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed,
    en muchos ayunos, en frío y en desnudez.
   Al leer estos versículos, ¿pensaríamos que el apóstol
Pablo fue próspero? O cuando el apóstol Pablo le escribe
a Timoteo y le pide que resista como soldado de Cristo (2
Timoteo 2.3), ¿pensaríamos que en eso hay prosperidad?
Y ¿qué diríamos del apóstol Pedro, de Juan, de los otros y
de tantos creyentes que han vivido vidas de escasez ma-
terial, con penalidades y sufrimiento, pero abundantes en
Cristo? ¿Qué de los misioneros que por Jesús han renun-
ciado al lujo, a la comodidad y aun a lo más elemental
como su sustento, seguridad, bienestar y hasta a su vida.
   Afirmo y creo con todo mi corazón que si bien Dios
valora el que un hombre o una mujer escoja pasar penali-
dades, escasez y aun la muerte por causa del Reino, lo que
Dios no quiere de ninguna manera es que vivamos en
pobreza, en enfermedad y en sufrimiento como conse-
cuencia del pecado, del egoísmo del hombre, o por la
insensibilidad de los gobernantes, lo cual también es pe-
cado.
   Si un hombre o una mujer, guiado del Espíritu Santo,
quiere entregar su vida, sus recursos, su comodidad, su
cultura y todo lo que en esta vida tiene algo de valor para
darlo a la causa de Cristo, será la persona más próspera
del mundo. También creo que algunas personas son lla-
madas a hacer semejantes renuncias por Cristo; pero pien-
so que a la mayoría de los creyentes Dios los bendice y
prospera en este mundo.
   Por otro lado, tampoco soy tan simple como para creer
que la prosperidad no es relativa. Por ejemplo, a un nativo
de la selva del Perú, que vive en medio de la jungla en
chozas de caña y paja, sin servicios, sin carreteras, aunque
sea creyente no creo que Dios le haría ningún bien si lo
bendice con la posibilidad de adquirir un automóvil. Sin
Prefacio                         9


carreteras y sin gasolina, de nada le serviría, y ni siquiera
le serviría para sentarse en él, porque las altas temperatu-
ras de la selva harían de ese automóvil un horno. Pero si
Dios le diera los mejores peces y las más grandes yucas, lo
librara de temores y angustias, y lo mantuviera en salud a
él y a su familia, estaríamos frente a un hombre próspero.
De esa relatividad vamos a tratar en este libro.
    Por otra parte, dentro de esta relatividad mencionada,
creo que si tuviéramos que escoger entre las cinco dimen-
siones de la prosperidad comenzaríamos por la del espí-
ritu, alma, cuerpo, y luego la material. Es decir, qué
importa si tenemos dinero y estamos enfermos y no pode-
mos disfrutar de ese dinero. Y de qué nos vale si estamos
sanos del cuerpo, pero enfermos del alma, y como conse-
cuencia somos infelices. Y cómo podríamos ser felices si
estamos muertos espiritualmente y como consecuencia
pecamos y no tenemos amistad con Dios, ni vida eterna.
La prosperidad creativa, o quinta dimensión, es una di-
mensión especial que nos capacitará para tener acceso a
las demás.
    En el libro, sin embargo, a veces parecerá que no he
guardado el orden lógico. Cuando es así se debe a que he
preferido en algunos casos ponerme del lado del lector, y
no seguir la secuencia lógica que a lo mejor se usaría en un
salón de clases. Prefiero la secuencia de ideas que nos lleve
a una más fácil comprensión de la lectura y que guarde
mejor el equilibrio literario de la obra.
    En cuanto al contenido doctrinal, creo que el libro es
relativamente conservador acerca de la interpretación bíbli-
ca y de acuerdo a las corrientes de fe, pero también presen-
to nuevas tesis, que expongo con mucha humildad. Para
el lector no erudito en temas bíblicos, el lenguaje será
sencillo de entender y los pasajes sustentarán sobrada-
mente los temas.
10                LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



   En la exégesis bíblica he usado el principio teológico de
que la historia del pueblo de Israel es simbólicamente la
historia de cada creyente. Dice Hebreos 10.1 que la Ley era
sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de
las cosas.* Por lo tanto, cuando se habla de las bendiciones
de Abraham, creemos que por la fe son nuestras. Somos
hijos de Abraham por la fe. No somos el Israel natural, no
somos el pueblo de Israel que juró el pacto en el Sinaí, pero
somos un Israel espiritual, un pueblo diferente: la Iglesia.
   Porque sé que en la Biblia cada coma y cada tilde es la
Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, estoy
seguro de que le inspirará y le transformará. Recuerde
siempre: las promesas y principios revelados al pueblo de
Israel no son arbitrarios ni antojadizos. Son promesas y
principios eternos que Dios revela para su pueblo. Bendi-
ciones para los que lo aman y obedecen y maldiciones para
los que lo rechazan.
   Me resta pedirle a Dios que le hable desde estas páginas
y le edifique ricamente en esta aventura que ahora em-
pieza.
   Dios le bendiga.

                                                       Pastor Juan Capurro Trucios




*    Para el pueblo de Israel ula ley .. eran los cinco primeros libros de la Biblia y, por
     extensión, a los profetas. En otras palabras, desde Génesis hasta Malaquías.
La prosperidad viene
           de Dios

El Señor desea que seamos prosperados
Comencemos a recorrer juntos las páginas de un libro
escrito para transformar su vida. Lo primero que deseo
afirmar es que la voluntad de Dios es que seamos prospe-
rados.
    «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las
cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma»,
escribió el apóstol Juan a un creyente de nombre Gayo
(3 Juan 1,2). Aunque este pasaje está dirigido a un perso-
naje en especial, por el hecho de estar contenido en la
Biblia, y siendo toda esta inspirada por Dios para su
pueblo, se hace extensivo a todo creyente. 1
   Podemos leer hermosos testimonios del Antiguo Testa-
mento y ver cómo Dios prosperó a los hombres con los
cuales hizo alianzas o pactos. Abraham, Isaac y Jacob son

1 El apóstol Pablo nos dice que todo texto escrito en la Biblia es inspirado por Dios (2 Timoteo
  3.16-17), aun el saludo de Juan el apóstol y sus deseos. Y Pedro lo ratifica: "Y tened
  entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro
  amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas
  sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas diffciles de
  entender, las cuales los indoctos o inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras,
  para su propia perdición» (2 Pedro 3.15, 16).
12         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERJDAD



claros ejemplos de esto. Dice la Biblia que «Abram era
riquísimo en ganado, en plata y en oro (Génesis 13.2). Isaac
alcanzó la prosperidad de Dios. De él se dice que le bendijo
Jehová. «El varón se enriqueció, y fue prosperado, y se
engrandeció hasta hacerse muy poderoso» (Génesis
26.12,13).
   Aunque la historia de Jacob es un tanto diferente, al
final se emparejó con su padre y con su abuelo. Anhelaba
la primogenitura de Esaú y la obtuvo cambiándosela por
un plato de lentejas. Luego, le arrebató a Esaú la bendición
paterna, vistiéndose con sus ropas y presentándose ante
Isaac que, anciano y ciego, lo confundió con su hijo mayor
y lo bendijo. Pero Jacob no pudo heredar a Isaac, ya que
huyó de la casa paterna al enterarse que Esaú planeaba
matarlo. Sin embargo, llegó a enriquecerse muchísimo por
sí mismo en casa de su suegro (Génesis 30.43).
   ¿Qué tenían en común estos hombres? Habían hecho
un pacto con Dios. Abraham había hecho el pacto de tener
a Jehová como Dios, y el Señor había prometido hacerlo
padre de una gran nación. Génesis 22.15-28 registra el
pacto de Dios con Abraham: «Y llamó el ángel de Jehová
a Abraham por segunda vez desde el cielo y dijo: Por mí
mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho
esto y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto
te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las es-
trellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar,
y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En
tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra,
por cuanto obedeciste a mi voz».
   Lo mismo sucedió con su hijo Isaac. «Se le apareció
Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham
tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré
y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi
siervo» (Génesis 26.24).
La prosperidad viene de Dios                                    13


    Finalmente el caso de Jacob, que por sus propios me-
dios y con la bendición espiritual, al huir de la casa pater-
na, logró la prosperidad material.
   Pero, ¿qué tipo de pacto había hecho Dios con Jacob,
cuyo nombre significa «suplantador»? Un día Jacob se
propuso que si Dios lo prosperaba, le daría el diezmo de
todo y Él sería su único Dios para siempre (Génesis 28.20-
22). Más tarde se produce el temido reencuentro entre
Jacob y Esaú. 2 Pero antes, Jacob, que ahora se llamaba
Israel («El que lucha con Dios»), le dijo al Señor: «Dios de
mi padre Abraharn, y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que
me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré
bien; menor soy que todas las misericordias y que toda la
verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi
cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campa-
mentos. Líbrarne ahora de la mano de mi hermano, de la
mano de Esaú, porque le terno; no venga acaso y me hiera
la madre con los hijos. Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu
descendencia será corno la arena del mar, que no se puede
contar por la multitud» (Génesis 32.9-12). Dios contestó
positivamente esta oración y lo bendijo sobreabundante-
mente.
   Y qué decir del rey David. ¿No hizo acaso Dios también
un pacto con él? ¿No le dio acaso un reino sobre el cual
estaría siempre alguien de su dinastía? ¿No fue Jesús de
Nazaret el que finalmente dio cumplimiento a esta profe-
cía? Hablando de Jesucristo, Lucas 1.32,33 dice: «Dios le
dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». La promesa
de Dios se cumplía.

2 Jacob ignoraba cómo estaría el corazón de Esaú después de tantos años. Sin embargo,
  resulta evidente que para Esaú todo estaba olvidado, ya que al huir Jacob le había dejado
  la totalidad de la herencia. Esaú no consideraba demasiado importantes las historias sobre
  Dios, ni las promesas de ser una gran nación.
14         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



    ¿Ha habido acaso algún hombre más rico y sabio que
Salomón, hijo de David, rey de Israel? Según 1 Reyes
3.12,13, Dios le dijo: «He aquí lo he hecho conforme a tus
palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendi-
do, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni
después de ti se levantará otro como tú. Y aun también te
he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal
manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos
tus días».
    Y a cuántos más podríamos nombrar: José, Moisés,
Gedeón, Barac, Sansón y los profetas. Todos tenían en
común que habían hecho un pacto con Dios, una alianza.
    El concepto del pacto con Dios es importante en la
enseñanza acerca de la prosperidad. Pasajes como el si-
guiente son importantes. Dice Deuteronomio 8.11-18:
«Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir
sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te
ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques
buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se
aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo
que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y
te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto,
de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un de-
sierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y
de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y Él te sacó
agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en
el desierto, comida que tus padres no habían conocido,
afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y
digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me
han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios,
porque Él te da poder para hacer las riquezas, a fin de
confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este
día».
    Muchos desconocen u olvidan que nosotros tenemos
La prosperidad viene de Dios                                    15


también un pacto con Dios. Dice la Biblia que «Moisés
tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció
la otra mitad de la sangre sobre el altar. Y tomó el libro del
pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos
todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos.
Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y
dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con
vosotros sobre todas estas cosas» (Éxodo 24.6-8). Luego,
añade Hebreos 12.24, Jesús se constituyó en Mediador de
un nuevo pacto derramando también sangre sobre el altar,
la suya, para sellar el pacto que cada creyente tiene con
Dios, a partir de la fe en el sacrificio sustituidor que Él
efectuó en la cruz por nosotros. La última parte del pasaje
que acabamos de citar es especialmente importante en
cuanto a esto. Dios no ha cambiado y Él sigue prosperando
a sus hijos en cumplimiento del pacto. Dios nos da la
fuerza, la salud y la inteligencia para hacer las riquezas, y
esto con el fin de confirmar su pacto para con nosotros. 3

   La primera prioridad del que quiere prosperar
   El mundo, con todas sus variantes religiosas, enfatiza
que la abundancia material corrompe el alma; pero todas
estas corrientes espiritualistas parecen desconocer el ca-
rácter de Dios. Algunos líderes religiosos dicen: «Dios ha
tomado su opción por los pobres». Llegan al punto de
creer probablemente que Dios mismo es pobre. Parece
absurdo, pero esta es la manera de pensar consciente o
inconsciente de millones de personas.
   Sin embargo, ¡Dios es extremadamente rico! Suyos son
los cielos, la tierra y todo lo que en ellos hay, como lo dice
1 Crónicas 29.11. El oro, la plata, las piedras preciosas y

3 Cristo habló de este pacto en la última cena: .. y tomando la copa, y habiendo dado gracias,
  les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
  muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mateo 26.27,28).
16        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



todas las cosas son realmente suyas y si Dios pasara por
problemas económicos, le bastaría con vender una sola
estrella de las millones de millones que hay en las millones
de galaxias que conocemos; y aún le quedarían aproxima-
damente veintinueve trillones, novecientos noventa y
nueve mil novecientos noventa y nueve billones, nove-
cientos noventa y nueve millones, novecientos noventa y
nueve mil novecientos noventa y nueve estrellas, y seguro
que aún nos quedaríamos cortos en las cifras.
    Dios es tan rico que es lógico suponer que Él creó la
tierra en abundancia. Fue el pecado lo que acabó con toda
la riqueza que el hombre tenía. La Biblia misma nos revela
el estado en que quedó el hombre después de la caída de
Adán: «Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz
de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo:
No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con
dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y
cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el
sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la
tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al
polvo volverás» (Génesis 3.17-19).
    A causa del pecado, la pobreza, la enfermedad y final-
mente la muerte hicieron su entrada en el mundo. Vemos
que la tierra fue maldita, y como consecuencia de esto, ya
no produciría en forma natural los frutos necesarios para
el sustento del hombre, sino que el hombre tendría que
arrancárselos a la tierra con esfuerzo y dolor. La naturaleza
trataría de destruir el fruto de su trabajo, haciendo crecer
cardos y espinos que ahogaran los brotes de las plantas; es
decir, que su trabajo no le daría fácilmente los frutos
deseados. El sudor de la frente representa el esfuerzo con
que tendría que luchar para sobrevivir. Y finalmente le
llegaría la muerte, el inevitable epílogo. La muerte llegaría
La prosperidad viene de Dios               17


inexorablemente y pondría fin a todas las esperanzas ma-
teriales del hombre irredento.
   La Biblia, sin embargo, nos revela que la muerte no es
punto final. El espíritu es inmortal. La muerte eterna es
separación eterna de Dios solo de los que no han recibido
en sus corazones a la única fuente de vida eterna: Jesucrito.
Dios no nos cerró totalmente las puertas, y el hombre
puede escapar de la ruina que nos trajo el pecado.

La prosperidad integral
Algunas personas lo único que buscan es la acumulación
de bienes materiales, y piensan que lograrlo es alcanzar
prosperidad. La prosperidad del hombre, sin embargo,
debe ser integral. Uno no es próspero si es que solo es rico
en dinero, pero está muy enfermo. Ni tampoco es próspero
si uno está sano y rico, pero es infeliz. Igualmente, aun
cuando seamos ricos, sanos y aparentemente felices, no
seremos prósperos si no somos salvos. Si no tenemos en
nuestro corazón al «bien supremo»: Dios.
   La riqueza material es solo una de las formas en que se
presenta la prosperidad, y en sí no es necesariamente señal
de prosperidad. La verdadera prosperidad es la prosperi-
dad integral, basada en el principio de la siembra y la
cosecha que desarrollaremos más adelante. La prosperi-
dad integral crea verdaderamente riqueza, mientras que
el modo en que el hombre pecador acumula riqueza es
depredador.
   El depredador no siembra: solo recolecta. El pecador
depreda la riqueza de su ambiente y mientras acumula,
empobrece a los que están a su alrededor. Es obvio que a
ningún país le conviene este tipo de personas, sean comer-
ciantes o industriales.
   El creyente, en cambio, basa su prosperidad en la ley de
la siembra y la cosecha espiritual. Jesús dijo: «No os afa-
18        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



néis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos,
o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas
cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesi-
dad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas» (Mateo 6.31-33).
    Cuando fui estudiante universitario se me enseñó que
la primera ley de la economía era «la ley de la oferta y la
demanda». Esto puede ser bueno como un modelo, pero
creo que es más importante enseñarles a los jóvenes que
la primera ley que Dios quiere que a prendamos respecto
a la economía es precisamente lo que Jesús dijo: «Buscad
el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas». Buscar primero el reino de Dios y su justicia es
darle importancia a la providencia divina, que es el control
que ejerce Dios sobre las circunstancias para que todo
redunde para el bien nuestro.
    La providencia divina opera a través de las circunstan-
cias. Si las riquezas fueran a dañamos moralmente, Él
impediría que las tuviéramos. Por eso el proverbista dice:
«Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des
pobreza ni riquezas; nlanténme del pan necesario; no sea
que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? o que
siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios»
(Proverbios 30.8,9). Es mejor tener lo necesario que abun-
dancia si esta nos es causa de tropiezo.
    Pero no es necesariamente el dinero lo que corrompe el
alma de los hombres. La raíz de todos los males es el amor
al dinero. Ello, según 1 Timoteo 6.10, nos hace extraviarnos
de la fe y ser traspasados de muchos dolores. Por eso es
que en 3 Juan 2 el apóstol dice que es su deseo que seamos
prosperados en todas las cosas, pero en relación directa a
cómo prospera nuestra alma. Si lo podemos manejar, si el
dinero no nos es motivo de tropiezo, entonces Dios nos
La prosperidad viene de Dios             19


dará en abundancia para que sobreabundemos para toda
buena obra.
    Los creyentes no creemos en la suerte. Dios es nuestra
suerte. Él la sustenta, como se afirma en el Salmo 16.5. Y
si Él puede hacer que todas las fuerzas espirituales y
naturales se muevan a nuestro favor, entonces ¿qué no
podremos hacer? El que ama a Dios y vive en santidad, en
estrecha comunión con Dios por medio del Espíritu Santo,
está en las mejores condiciones para descubrir tesoros,
petróleo, minerales valiosos, emprender negocios, crear
industrias, comercio etc. y prosperar en cualquier activi-
dad.
    Dios es el único capaz de proveer ese tipo de prosperi-
dad. Las personas que hacen dinero fuera de su voluntad
siempre estarán perturbadas por su conciencia y no habrá
fortuna capaz de pagar por la paz que necesitan. Por otro
lado, solo Dios es capaz de dar prosperidad en todos los
aspectos de la vida, como lo dice el rey David en el Salmo
103: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser
su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides
ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus
iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata
del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericor-
dias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuve-
nezcas como el águila» (Salmo 103.1-5).
    En este salmo se nos recuerda que no debemos olvidar
ninguno de los beneficios que Dios nos da. Meditando en
él llegamos a la conclusión de que los beneficios de Dios
se dan en cinco dimensiones diferentes y que si descuida-
mos alguna de ellas no disfrutaremos plenamente de la
verdadera prosperidad que Él quiere para nosotros.
    Primero nos dice que Dios perdona todos nuestros
pecados, y eso nos habla de un tipo de prosperidad espe-
cial: La prosperidad espiritual.
20         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



   Luego dice que Dios sana todas nuestras dolencias y
esto nos habla de la buena salud: La prosperidad del
cuerpo o física.
   También rescata del hoyo nuestra vida, y todos com-
prendemos lo que es estar atrapado en un hoyo en nuestra
vida. Esto nos habla de nuestras almas atormentadas por
el pecado, la falta de amor, la culpa, la falta de perdón y
otras cosas semejantes: La prosperidad del alma.
   Después también dice que El es quien nos corona de
favores y misericordias; es decir, el que nos rodea de
bendiciones materiales: La prosperidad material o econó-
mica.
   Y por último, es Dios quien sacia de bien nuestra boca,
de modo que nos rejuvenezcamos como el águila. Esto es:
La prosperidad creativa.
   La prosperidad que viene de Dios, pues, toca estas cinco
dimensiones de la vida humana.

     1 Prosperidad espiritual
       (salvación y paz con Dios)
     2 Prosperidad del cuerpo o física
       (salud divina)
     3 Prosperidad del alma
       (salud mental y emocional)
     4 Prosperidad material o económica
       (riquezas)
     5 Prosperidad creativa
       (al sembrar la palabra de Dios)
Primera   parle




La prosperidad
  espiritual
Bajo la bendición o la
        maldición

El mundo espiritual es anterior al mundo material. Dios
creó el universo desde el mundo espiritual, desde la di-
mensión del espíritu. De acuerdo a la Biblia, el mundo
material vive y sufre las consecuencias de lo que sucede
en el mundo espiritual. Así que para comprender cómo
empieza la prosperidad, tendremos primero que adentrar-
nos en el mundo espiritual y comprender cómo opera este.
Descubriremos que hay leyes espirituales que regulan el
funcionamiento de todas las cosas, y que estas leyes afec-
tan todo lo que nos ocurre en esta vida. Comencemos por
la doctrina de Dios.

La Trinidad de Dios
Francamente, nos es difícil explicar que nuestro Dios es un
Dios trino. Los judíos utilizan esto como pretexto para
rechazar la fe cristiana, aduciendo que los creyentes ado-
ramos a tres dioses distintos. Para demostrar que estamos
en un error, citan algunos pasajes de las Escrituras como:
«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deute-
ronomio 6.4).
24          LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



    Los creyentes creemos que Dios es uno, pero no pode-
mos negar la evidencia de que ese Dios único se manifiesta
al hombre en tres personas distintas que fluyen en perfecta
y total armonía. No las podemos separar: las tres forman
la divinidad, que es una sola e indivisible. Esto lo corrobo-
ran pasajes como 1 Juan 5.7: «Tres son los que dan testi-
monio en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo; y
estos tres son uno».
    Quizás el ejemplo siguiente nos lo ilustre adecuada-
mente: Digamos que el agua es agua. ¿Habrá alguien tan
porfiado para negar que el agua es agua? Sin embargo, el
agua se nos presenta en tres formas distintas: en sólido, en
líquido y en gas o vapor. Las tres formas en que se presenta
no son en sí tres elementos diferentes, sino las tres formas
distintas en que se presenta el mismo elemento. No impor-
ta cómo se nos presente el agua, sea congelada, sea líquida
o en forma de vapor, hay tres elementos más simples que
la conforman: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno.
El hidrógeno solo no es agua; el oxígeno solo no es agua.
Solo cuando los tres átomos están en una combinación
química nos dan una molécula de agua.
    Este ejemplo, sin embargo, solo nos muestra una faceta
parcial de la Trinidad. En el caso del agua, cada uno de sus
átomos es diferente, pero en el caso de Dios, cada parte de
su ser es Él absolutamente.
    Muchos pasajes del Antiguo Testamento nos demues-
tran la realidad de la Trinidad. Citaremos algunos:

     •   «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y
         el principado sobre su hombro; y se llamará su
         nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre
         eterno, Príncipe de paz» (Isaías 9.6). ¿A quién se
         refiere el profeta Isaías cuando dice: «un niño nos
         es nacido, hijo nos es dado»? A Jesús sin duda. Y
         después dice que su nombre será, entre otros, «Dios
Bajo la bendición o la maldición            25


       fuerte». Debemos poner atención en que no dice:
       «Dios es fuerte», porque ese podría ser el nombre
       de un ser humano, ya que los nombres hebreos
       tenían significado. Cuando dice «Dios fuerte, Padre
       eterno, Príncipe de Paz» indudablemente se está
       refiriendo a Dios. Además, para entender la Trini-
       dad hay que entender el propósito eterno de Dios
       y comprender que su propio ser ha sido adecuado
       en el pasado eterno para cumplir estos propósitos.

   •   «En Él fueron creadas todas las cosas, las que hay
       en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e
       invisibles; sean tronos, sean dominios, sean princi-
       pados, sean potestades; todo fue creado por medio
       de Él y para Él» (Colosenses 1.16).

    Cuando en esta Escritura se refiere a Él, significa Dios,
pero por supuesto en la forma de Jesucristo. Es decir, que
Cristo creó todo el universo para Él mismo. Creó los cielos,
las estrellas, la tierra, la vida, el hombre y todas las cosas
para Él. Un día Dios tomó cuerpo humano para habitar en
la creación con el hombre. ¿Qué cuerpo? El de nuestro
Señor Jesucristo, que ha resucitado y no ha vuelto a morir
ni morirá jamás, porque ese cuerpo es inmortal.
    La Biblia habla también del Espíritu Santo, la persona
de Dios que es irradiada por Jesús y el Padre para cumplir
el propósito de omnipresencia en esta creación, y a la vez
poder estar en el corazón de cada hombre a fin de ayudar-
lo, capacitarlo y darle vida eterna. La presencia del Espí-
ritu Santo es necesaria para la vida eterna, porque los hijos
de Dios tenemos a Cristo en el corazón por medio del
Espíritu Santo. Jesucristo lo dijo: «Üs conviene que yo me
vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16.7).
    El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo.
26         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



Cuando la Escritura dice que hemos recibido el Espíritu
de su Hijo, realmente se refiere al Espíritu Santo, porque
todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu. La igle-
sia recibió al Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y de
allí en adelante el Espíritu se ha manifestado generación
tras generación a todos los creyentes. La presencia del
Espíritu en nosotros es garantía de vida eterna, ya que
Cristo habita por la fe en nuestros corazones por medio
del Espíritu Santo. Como dice 1 Juan 5.11,12, «este es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida
está en su Hijo. Él que tiene al Hijo, tiene la vida, el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida».
   Si entendemos el propósito eterno de Dios, podemos
entender el propósito de la Trinidad: estar en su trono en
los cielos como Padre dirigiendo y gobernando, estar en
Cristo para cohabitar en la creación con el hombre, y estar
en el Espíritu Santo para vivir en los corazones de los
hombres, dándoles vida eterna.


La trinidad del hombre
Si Dios es trino, no es extraño que el hombre también sea
trino. Al igual que su Creador, el ser humano es un ser
trino, aunque no en personalidades o personas diferentes,
sino en manifestaciones necesarias para su vida en la
tierra. 1 Tesalonicenses 5.23 dice: «Y el mismo Dios de paz
os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu,
alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida
de nuestro Señor Jesucristo».
    El cuerpo es la parte de la persona que muchas veces
confundimos con todo el ser. Pero el cuerpo es tan solo el
tabernáculo donde mora el espíritu del hombre.
    El alma es la mente del hombre. Esta se va moldeando
a medida que el cuerpo y el espíritu se interrelacionan
Bajo la bendición o la maldición           27


 entre sí y con su medio ambiente. El cerebro es el órgano
 del cuerpo encargado del funcionamiento automático de
sus partes, del manejo de datos e información desde el
exterior al interior y del almacenamiento de memoria. En
otras palabras, es la computadora puesta al servicio del
espíritu para el manejo de la información.
    Constantemente cuidamos y mimamos el cuerpo, y
tendemos a olvidarnos de lo que realmente es nuestro
verdadero ser, de aquello que nos distingue de los anima-
les: el espíritu. El hombre vive como el joven que recibe
regalado un auto y se olvida de todo lo demás; práctica-
mente vive en el auto, piensa en el auto, lo limpia, hace
locuras por el auto y con el auto. Así se fascina el hombre
con su cuerpo, con la belleza del mismo, con lo que le
ofrecen sus sentidos. Demasiado a menudo se sumerge en
el pecado para experimentar todo lo que se puede experi-
mentar con él, y hace cosas para las cuales el cuerpo no
está diseñado.
    El ser interior es el espíritu humano. En Efesios 3.16,17
el apóstol Pablo pide que los cristianos efesios sean forta-
lecido con poder por medio del Espíritu de Dios, para que
Cristo habite por la fe en el corazón, que es como nombra
la Biblia al órgano central del espíritu humano. Es la única
manera de tener victoria contra el pecado y contra toda
cosa que impida el fluir de Dios en nuestra vida.
   Para atender el cuerpo, el hombre se alimenta regular-
mente, duerme lo necesario, recibe un poco de rayos sola-
res (y cuida su piel con bloqueadores para no sufrir
quemaduras por la radiaciones), modela su figura en el
gimnasio, corre para mantener sus músculos en forma.
Para el alma o la mente, trata de llevar una vida metódica,
estudia, lee, evita tensiones. Si se enferma el cuerpo, recu-
rre a médicos y si se enferma el alma, a sicólogos o siquia-
tras. Pero el espíritu del hombre, que es el verdadero yo,
28              LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



lo tiene descuidado. El que no es creyente lo tiene tan
enfermo que prácticamente está muerto en su interior y no
se ha dado cuenta.
   Si cuando pensamos en prosperidad, solo vemos lo
material o las cosas que alegran el alma y nos olvidamos
del espíritu, cometemos un grave error. El espírjtu nuestro
vive en dos mundos. A través del cuerpo se hace presente
en la creación, pero también vive en los lugares celestiales
o en el mundo espiritual, como afirma Efesios 2.6.


Muerte y maldición o vida y bendición
Todo lo que sucede en esta vida material es un efecto
secundario de lo que ocurre en la vida espiritual. Debemos
prestar mucha atención a lo que acontece en la dimensión
del espíritu y sus leyes. No olvidemos que el hombre,
como ser espiritual, habita también en esta dimensión, y
lo que hace en esta vida material tiene repercusiones en su
vida espiritual, repercusiones que traerán a su vez nuevas
consecuencias a su vida material.
   En el primer capítulo hicimos mención de que la pobre-
za, la enfermedad y la muerte entraron al mundo por el
pecado de nuestros primeros padres. Luego, de acuerdo a
su plan para salvar al hombre, en tiempos de Moisés el
Señor dio la Ley, y con ella hizo una revelación. 1
   Cuando leí este pasaje lamenté mucho el no haber
sabido esto antes. Al vivir en pecado y no conocer real-
mente a Jesucristo como mi Señor y Salvador personal, yo

1 Moisés la escribió dando lugar a los diferentes libros del Pentateuco, que son los cinco
  primeros libros de la Biblia.» Dios le reveló a Moisés que el pecado trae maldición a la vida
  del hombre: ceA los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros. que os he
  puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida para
  que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole
  a Él; porque Él es la vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la
  tierra que juró Jehová a tus padres Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar ..
  (Deuteronomio 30.19,20).
Bajo la bendición o la maldición           29


 había vivido treinta años de mi vida bajo la maldición de
la Ley. Lamentablemente, no me había dado cuenta de la
enorme diferencia entre conocer de Cristo y conocer a
Cristo, y no tenía ni idea de que necesitaba convertirme.
Ignoraba que convertirse no es cambiarse de religión, sino
entregarse en cuerpo, alma y espíritu a Dios para amarlo,
servirlo y recibir salvación por medio de la obra redentora
de Jesús. Había vivido, sin saberlo, bajo la maldición y
verdaderamente cosechaba de las semillas de pecado que
sembraba día a día. Deuteronomio 28.15-19 no me dejaba
lugar a duda: «Pero acontecerá, si no oyeres la voz de
Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus manda-
mientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán
sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Maldito
serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tu
canasta y tu artesa de amasar. Maldito el fruto de tu
vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los
rebaños de tus ovejas. Maldito serás en tu entrar, y maldito
en tu salir».
   El hecho de ignorar una ley espiritual no me exoneraba
de sufrir sus consecuencias, al igual que el hecho de igno-
rar una ley natural no me exoneraba de la misma. Que un
niño desconozca la ley de la gravedad no impide que vaya
a parar al suelo si se lanza a volar como Superman. La ley
natural rige en todo momento y en todo lugar. Igual
sucede con la ley espiritual. Dios no necesita empujar
contra el suelo a cada persona que se arroja al vacío. La ley
de la gravedad existe y se cumplirá inexorablemente. Igual
sucede cuando pecamos. Dios no está pendiente para
castigarnos: la ley espiritual simplemente entrará en ac-
ción.
   A los doce años perdí a mi padre. A partir de ese
momento, los problemas económicos comenzaron en mi
familia. Hasta entonces habíamos vivido una vida de
30        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



abundancia material. Mi padre tenía un yate con camaro-
tes y durante el verano salíamos todos los fines de semana
a navegar. Él anclaba nuestro yate cerca de Lima, en Ancón
o Pucusana. ¡Me divertía tanto de niño con mis padres y
mis hermanos en estos pequeños viajes de fin de semana!
Con mi hermano menor y la niñera que nos cuidaba
dormíamos en un camarote en la proa. ¡Cómo recuerdo el
mirar la luna por la claraboya cuando acostado en la
oscuridad trataba de dormir! Fueron tiempos muy lindos
para mí.
   Mi padre fue siempre muy deportista. Era miembro del
equipo de remo del Club Regatas Lima y también inte-
grante del equipo de baloncesto. Fue además corredor de
autos y, por último, nada menos que corredor de aviones;
en una época en que los prototipos se los hacía o modifi-
caba uno mismo para así competir. Al ser mi padre además
dueño de una caballeriza de caballos de carrera, esto per-
mitió que mis hermanos y yo fuéramos a ver a los caballos
cuando mi padre debía hablar con los preparadores en el
Hipódromo de San Felipe. Eran cosas fascinantes para un
niño.
   Estaba orgulloso de mi padre. Lo recuerdo como un
hombre bueno, sensible, preocupado por los trabajadores
a su cargo, presidente del Club de Leones de Miraflores,
en la ciudad de Lima. Lo único es que el pecado llamaba
continuamente a las puertas de su matrimonio.
   Cuando mi padre murió lo perdimos todo. Los cobra-
dores llegaban a tocar a la puerta con órdenes judiciales,
con embargos, y nuestra vida de abundancia se convirtió
en una vida de escasez permanente.
   Tuve una adolescencia muy difícil. Luego de tres años
de noviazgo, me casé a los diecinueve años con Alicia. No
había tenido tiempo de formarme, ni de acabar la carrera
de ingeniería electrónica que había estudiado por dos
Bajo la bendición o la maldición           31


 años. Con el apoyo de mi esposa trabajé y estudié durante
 largos años pensando que si nos esforzábamos saldríamos
 finalmente adelante. Pero cuando conocí al Señor a los
 treinta años, a pesar de que había estudiado en la universi-
 dad Ciencias Administrativas y Contabilidad (Adminis-
 tración Bancaria en el Instituto Peruano de Administra-
ción de Empresas IP AE, Análisis de Sistemas y Programa-
ción en la IBM del Perú) y estaba siguiendo un curso de
administración en la Escuela de Administración de Nego-
cios para Graduados ESAN, tuve que reconocer que no
lograba aún salir verdaderamente adelante. Teníamos
apenas lo indispensable. Siempre estábamos con lo justo
y todo dinero extra que ingresaba, de alguna manera,
había sido ya gastado antes de llegar a nuestras manos. Se
cumplía en mí lo que dice la Biblia: «El extranjero que
estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú
descenderás muy abajo. Él te prestará a ti, y tú no le
prestarás a él; él será por cabeza, y tú serás por cola»
(Deuteronomio 28.43,44). Realmente me sentía corno si
todo conspirase contra mí para impedirme prosperar.
Algo parecía devorar nuestro dinero.
    En la Biblia descubrí que no estaba errado al pensar
esto. Alguien está interesado en devorar nuestras bendi-
ciones. Evidentemente la muerte y la maldición estaban
apresando mi vida. El Señor tiene una gran promesa en
cuanto a esto en Mala quías 3.11: «Reprenderé también por
vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la
tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová
de los ejércitos». Era evidente que la promesa de Mala-
quías 3.11 todavía no se había cumplido en mi. vida.
    El hombre común no tiene idea de que una gran maldi-
ción obstaculiza el desarrollo de su propia vida. Su salud,
su prosperidad, su paz están bajo el influjo de la maldición.
    Es interesante ver cómo muchas personas se preocupan
32        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



cuando sospechan que algún brujo les ha hecho un daño
o les ha echado una maldición. Inmediatamente van y
buscan otro brujo para que deshaga el hechizo. Pero casi
nadie sabe que peor que la maldición de un brujo es la
maldición espiritual que, de acuerdo a la Palabra de Dios,
opera en la vida de las personas que no viven sujetas a Él
y en estricta armonía con su voluntad.
   Las sentencias contra el espíritu del pecador no están
en el plano de esta existencia física, sino en la dimensión
espiritual. Los castigos que vemos son nuestra percepción
terrenal del castigo que se dicta en el mundo espiritual.
Para el hombre natural es muy difícil pensar que Dios, que
es bueno y misericordioso, pronuncie una maldición sobre
los que no lo obedecen. Sin embargo, las sentencias des-
critas en Deuteronomio 28 no son maldiciones en el senti-
do en que nosotros las entendemos, sino las consecuencias
que se producen en el mundo material al ofender nosotros
a Dios.
   ¿Cuál es el propósito de dichas sentencias en el mundo
espiritual? Pues nada menos que la conservación de la
creación y el orden impuesto por Dios para la conserva-
ción del mundo físico y del mundo espiritual. Todo ser
espiritual, y por lo tanto moral, que viole los mandatos de
Dios será separado eternamente de Él, única fuente de
toda vida y abundancia. Y al que se le separa de la fuente
de vida solo le espera muerte eterna, condenación, deses-
peranza, el infierno mismo, el lago de fuego y azufre
creado para el diablo y sus demonios.

Solo Jesús puede darnos vida
Jesucristo es la provisión de Dios para devolver al hombre
su estado original, mediante la justificación por la fe en la
obra redentora de la cruz. Así lo expresa Colosenses
1.19,20: «Agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud,
Bajo la bendición o la maldición          33


y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así
las que están en la tierra como las que están en los cielos,
haciendo la paz mediante la sangre de su cruz».
    ¿Por qué es necesaria esta reconciliación? Porque, como
ya lo hemos dicho, el hombre es un ser primeramente
espiritual, que a pesar de ello le da prioridad a su cuerpo.
Pero como es ante todo un ser espiritual, está bajo leyes
espirituales que al afectar su vida se traducen en este
mundo físico conforme a la revelación de Deuteronomio
28. Por este motivo, si sus pecados pueden ser perdonados
y la justicia de Dios satisfecha -porque el perdón de los
pecados no significa que las condenas sean pasadas por
alto-, estas maldiciones dejarán de operar en contra de la
vida del hombre. Por eso dijo el salmista: «Bienaventurado
aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su
pecado» (Salmo 32.1).
    Nótese que el rey David en este salmo dice que uno no
solo es bienaventurado porque su pecado ha sido perdo-
nado, sino porque además ha sido cubierto. Es decir que
la ley fue satisfecha. Algo así como que el pecado fue
pagado, que la sentencia se cumplió. Jesús no vino a este
mundo a cambiar la Ley, ni a hacerla más fácil, sino a
cumplir la parte más difícil de la misma: Vino a recibir el
castigo que ella impone a los pecadores.
   Todos sabemos que Dios es bueno; sin embargo, pocos
recuerdan o saben que Dios es un juez justo. Un juez justo
jamás dejará al transgresor sin su condena, sino que apli-
cará todo el rigor de la ley, aun cuando la persona esté
arrepentida. Un criminal que hubiera cometido un grave
delito, aun cuando muestre arrepentimiento, no podrá
escapar de la condena que la ley manda para casos como
el suyo. Y un juez, por muy bondadoso que sea, no podrá,
aun percibiendo la sinceridad del arrepentimiento del
delincuente, perdonarlo a su capricho dejando de lado lo
34        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



que la ley manda en este caso. No podrá decir el juez:
«Pobrecito, está arrepentido. Miembros del jurado, creo
que debemos perdonarlo». Más bien dirá: «Lo siento, jo-
ven, debió haberlo pensado antes. Me doy cuenta de que
está arrepentido, pero yo tengo que aplicarle el peso de la
ley». El juez dictará su sentencia de acuerdo a lo que señala
la ley para tales casos. Así es Dios.
    Dios mismo está sujeto a sus propias leyes y no puede
violarlas, porque no están basadas en sus caprichos, sino
en la verdad y la justicia. Así que Dios jamás violará su
Ley, sino que la defenderá y la sustentará con su poder,
porque el día que Dios dejase de cumplir su Ley, dejaría
de ser Dios.
    Algunos pueden pensar que Dios viola sus leyes con
los milagros, pero este no es el caso. Cuando Dios hace
algún milagro, no viola leyes morales sino que, al contra-
rio, aplica misericordia y bondad en ellas. Algunas de las
leyes naturales, tal como las conocemos actualmente, son
violaciones a las leyes originales de Dios para el mundo
físico. Por ejemplo: la muerte, la enfermedad, la pobreza.
La pobreza y la
    maldición espiritual

El peso de la maldición
El hombre que vive en pecado está en una gran desventaja
para alcanzar sus objetivos en la vida. Si su deseo es
prosperar honradamente tendrá que luchar contra fuerzas
que desconoce. En el caso de que por la misericordia de
Dios no pase hambre, ni grandes necesidades en la vida,
y su salud no sea delicada, aun así no alcanzará la felici-
dad. Aunque alcance una posición holgada, como mi pa-
dre, al final los acontecimientos menoscabarán toda esa
abundancia. Un día, como dice Números 32.23, nuestros
pecados y sus consecuencias finalmente nos alcanzan.
   El hombre natural vive sin Dios y sin esperanza en esta
vida. Pesadas cargas que no se ven, pero se sienten, están
en su corazón. Son cargas que llevamos como condena por
los pecados cometidos. Con los años, nuestros hombros se
van doblando bajo ese peso insoportable. Algunos se re-
fugian en los brazos de una religión, tratando de hacer más
soportable su dolor y de absolver sus grandes interrogan-
tes. A más edad, más dolor, más miserias acumuladas.
   Quizás por eso vemos que generalmente a los jóvenes
les preocupa menos su ser espiritual y que las personas
36        LÁS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



mayores van tomando cada día más conciencia de la ne-
cesidad de salvación. Pero la religión no sirve para romper
las cadenas que sujetan al hombre a su pecado. Los ritos
solo acallan nuestra conciencia, no nos santifican; nos
sedan, pero no nos da la paz. La «religión» que no lleva
como resultado una relación íntima y personal con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo no es sino el chu-
pete con que el diablo quiere entretenernos para adorme-
cer el hambre espiritual que sentimos.
   Satanás quiere destruir todo lo que somos, amamos y
tenemos; pero Jesús ya vino para evitar lo que el diablo
quiere hacer con nosotros. A los hombres cargados y
fatigados por sus pecados, por sus miserias, por sus an-
gustias, por su soledad interior, por su desesperanza Jesús
les dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque
mi yugo es fácil y ligera mi carga» (Mateo 11.28-30). Jesús
es el paladín que ha venido, como dice 1 Juan 3.8, a
deshacer las obras del diablo y a devolver el orden anterior
a las cosas. Vino a restaurar la relación entre Dios y el
hombre tal como fue a principio de la creación. «El ladrón
no viene sino para hurtar y matar y destruir», dijo. «Yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia (Juan 10.10).
   Sin embargo, el hecho de que Jesús haya venido a este
mundo y haya vencido al diablo en la cruz no hace que
automáticamente recibamos bendiciones, ni tampoco que
el diablo deje de hacer lo que hace. El diablo se apoya en
los pecados del hombre para ser el ejecutor de muchas de
las condenas que pesan sobre él. Este es otro motivo
importante para restaurar nuestra comunión con Dios no
bien tengamos conciencia de haber pecado.
La pobreza y la maldición espiritual         37


¿Qué nos impide prosperar?
El peso de la maldición nos impide prosperar honrada-
mente y disfrutar de esa prosperidad. Para poder prospe-
rar, el hombre deberá levantar la condena que recae sobre
él. Si toda la creación, los seres angelicales, los hombres y
aun la naturaleza lucha contra Dios, ¿cómo podrá prospe-
rar? Debemos, pues, en primer lugar, luchar contra las
causas espirituales de la pobreza.
    Deuteronomio 28.47,48 es un pasaje de la Biblia que
pertenece a las maldiciones del libro de Deuteronomio.
Textualmente dice: «Por cuanto no serviste a Jehová tu
Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia
de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que
enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con
desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo
de hierro sobre tu cuello hasta destruirte». En otras pala-
bras, que el pecado nos pone un yugo de esclavitud, de
pobreza, de hambre, de sed, de desnudez y que nos falta-
rán todas las cosas.
    No basta, entonces, trabajar con empeño. Si un pueblo
trabaja denodadamente, pero la naturaleza le es hostil y la
nieve o las inundaciones o la falta de lluvias destruyen sus
cosechas y causan la muerte de su ganado, este se verá
empobrecido. No todas las variables que funcionan en el
mecanismo de la economía son manejadas por el hombre.
El hombre puede prever, pero una catástrofe de grandes
magnitudes no podrá ser superada fácil o rápidamente. Es
imprescindible resolver las cuestiones fundamentales del
problema.

La maldición sobre el trabajo
Muchas personas creen que en Génesis Dios maldice a
Adán y lo condena a trabajar. Piensan que el trabajo es una
38        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



maldición ocasionada por el pecado. Están equivocados:
Adán ya trabajaba antes de la caída. El trabajo de Adán
consistía en ser algo así como biólogo y jardinero oficial de
Dios. ¿No es eso lo que dice Génesis 2.15: «Tomó, pues,
Jehová Dios al hombre, y lo puso en el Huerto de Edén,
para que lo labrara y lo guardase».
    Lo que el hombre perdió, como consecuencia del peca-
do de comer del fruto prohibido fue la bendición de un
trabajo grandemente productivo. El trabajo ya no le pro-
duciría los frutos que antes le había deparado. Según
Génesis 3.17-19, Dios le dijo refiriéndose a la tierra: «Con
dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y
cardos te producirá». La maldición no fue tener que traba-
jar; el fruto del trabajo fue lo que quedó maldito. Como
resultado de esto la inmensa mayoría de los hombres
honrados trabajan por un salario pequeño, por honorarios
que no compensan el esfuerzo; y aun así, no les alcanza,
no es suficiente.

Otra maldición contra la fuente de trabajo
Cuando la tierra estaba ya bajo maldición y el pecado
anidaba en el corazón del hombre, Caín, hijo de Adán,
tuvo celos de su hermano Abel, porque el humo de su
ofrenda subía hasta el trono de Dios. Abel, conforme a lo
que su padre Adán le había enseñado, ofrecía ovejas del
rebaño que cuidaba en sacrificio por sus pecados. Caín
ofrecía el producto de sus cosechas, y el humo de sus
sacrificios no subía como olor grato a Dios.
   ¿Por qué? Primero, porque ese sacrificio era desobe-
diencia. Caín sabía lo que demandaba Dios como sacrifi-
cio, y en vez de complacerlo, insistía en que Dios recibiera
lo que él quisiera darle. Pero como Dios mismo había
maldecido el fruto de la tierra, no podía recibir las ofren-
das de Caín. Por otra parte, Dios había querido revelar
La pobreza y la maldición espiritual        39


 desde un principio una verdad catastrófica para el género
 humano: la paga del pecado es muerte. Pablo se referiría
 después a esto cuando dijo: «La paga del pecado es muer-
 te, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús
Señor nuestro» (Romanos 6.23).
     La ofrenda de Abel cubría su pecado por la sangre
derramada como sacrificio sustitutivo. La ofrenda de
Caín, no. Recordemos que si bien todo en la creación
quedó bajo maldición por las leyes espirituales que Dios
más tarde revelaría a Moisés como «la ley», Dios no había
maldecido la vida. Además, la Biblia dice que en la sangre
está la vida. Toda ofrenda por el pecado tenía que ser con
sangre, porque las leyes espirituales demandaban la vida
del infractor. Como demorando el pago, temporalmente
se ofrecía la sangre de una inocente víctima expiatoria: las
ovejas y el ganado vacuno.
    Imaginemos que una persona está haciendo un juicio
de desahucio contra alguien para que desaloje un local; y
que mientras espera la solución de la demanda, acepta
postergar el desahucio a cambio de que se pague algo de
la deuda. Lo que el dueño de la propiedad realmente
quiere es el local; pero a cambio de retardar el lanzamiento,
exige un pago de alquiler. Es lo mismo en cuanto a Dios y
el pecador. Como el hombre ha pecado, debe morir como
lo exige la ley. Pero Dios en su misericordia dilata la
ejecución de esta sentencia y acepta que el hombre le
pague algo de la deuda: un sacrificio sustitutivo. La sangre
de los animales, carneros y machos cabríos no era el pago
de la deuda, pero se parecía a la moneda que se requería
para su cancelación. No era la vida del infractor, pero era
vida, vida que se entregaba como pago por el retraso
temporal de la sentencia. Ya que la muerte es la paga del
pecado, debía entregarse una vida a cambio de la propia.
Más tarde la Ley mandaría sacrificar animales por los
40        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



pecados, «y sin derramamiento de sangre no se hace remi-
sión» (Hebreos 9.22).
   Al ver que Dios aceptaba la ofrenda de Abel, Caín se
enfureció, llevó a su hermano a un lugar solitario y lo
asesinó.
   Luego, cuenta la Biblia, «Jehová dijo a Caín: ¿Dónde
está Abel tu hermano? Y él respondió: N o sé. ¿Soy yo acaso
guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La
voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.
Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca
para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando
labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y
extranjero serás en la tierra» (Génesis 4.9-12). Además de
la maldición de la tierra por el pecado de Adán, otra
maldición caería sobre la tierra a causa del pecado de Caín.
   Me pregunto, ¿en qué parte del planeta no se ha derra-
mado sangre inocente? Todo país ha sufrido guerras de
independencia, guerras de conquista, guerras civiles, gue-
rras internacionales, terrorismo, crímenes. Especialmente
en los conflictos en que la sociedad es culpable, ¿no es
acaso esto la sangre de los hermanos que clama a Dios
desde la tierra? Y como si esto fuera poco,Jesús afirmó que
no vino a cambiar la Ley, sino a cumplirla y a darle su
verdadero significado. ¡Y qué significado!
   Según el Señor, todo es más difícil de lo que pensába-
mos: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os
digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será
culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su
hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que
le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego»
(Mateo 5.21,22).
   Así que hay más de una manera de cosechar esta mal-
La pobreza y la maldición espiritual         41


dición sobre uno. Bastará con hacer que despidan del
trabajo a quien no nos hizo ningún mal.


El dinero no lo es todo
Los malos harán dinero fácil. La prostitución, las drogas,
el alcohol, el contrabando, la evasión tributaria y la explo-
tación de los trabajadores nos pueden dar dinero «fácil».
Pero el dinero es solo una parte, y no muy importante, de
la prosperidad. ¿Qué es ser próspero? ¿Cuánto dinero
tiene realmente el que es próspero? ¿Quién sabe? El dinero
atrae el amor de personas indignas de ser amadas, pero no
el de las que podríamos realmente amar. El dinero no
compra la salud y menos la paz. El que hizo su dinero
deshonestamente, ¡cuánto pagaría por un poco de paz! El
que acumula riquezas solo por el afán de acumular jamás
disfruta del dinero. El malo amasa una fortuna porque es
astuto para los negocios a la manera del mundo. Pero por
muy astutos, sagaces y pillos que sean, no disfrutarán de
esas riquezas. Las verdaderas riquezas son para los que
han sido justificados por Jesús. Por eso la Biblia dice que
«el bueno dejará herederos a los hijos de sus hijos; pero la
riqueza del pecador está guardada para el justo» (Prover-
bios 13.22).
    Y la Biblia añade: «Sembráis mucho, y recogéis poco;
coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os
vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su
jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
Meditad sobre vuestros caminos» (Hageo 1.6,7). Aunque
coman los manjares que su dinero compre, aunque se
vistan con los mejores trajes, aunque vivan en los mejores
palacios, nada los saciará.
42        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



El hombre desafortunado
Imaginemos a un hombre que trabaja la tierra y que ha
sido condenado a llevar sobre sus hombros un peso de
veinte kilogramos. Llevar veinte kilos no debe parecer
muy difícil al comienzo, pero imaginemos que él se levan-
ta en la mañana y lo primero que hace es cargar con el
bulto; y de allí no lo deja hasta volverse a acostar por la
noche. ¿Cómo sentirá que fue la jornada de trabajo en ese
día? ¿No será para él algo agotador? Así está el hombre
bajo la maldición.
    Hay personas que están agobiadas con la carga de
pecado y condenas que pesa sobre sus hombros, con toda
la naturaleza y fuerzas espirituales que están en su contra.
Un hombre así que quiera prosperar honradamente es
muy difícil que pueda hacerlo. Y si trata de prosperar de
manera deshonesta, al final su estado será peor que la
pobreza. La angustia, la desesperación y otras cosas peores
no lo dejarán.
   Ya debe haber comprendido que no es posible recibir
la prosperidad de Dios si primero no arregla su situación
espiritual. A partir de eso estará listo para que pasemos al
primer paso de la verdadera prosperidad: la prosperidad
espiritual.
Capfiu/o cualro




           La prosperidad
            del Espíritu

¿De dónde viene la prosperidad?
La prosperidad debe comenzar en los lugares celestiales o
lugares espirituales, o sea, en la «dimensión del espíritu».
El mundo material, la creación entera, se sostiene sobre
bases espirituales. Todo lo que nos sucede en esta vida
tiene su origen y es reflejo de lo que ocurre en esos lugares
celestiales. En ellos vivimos también de alguna manera,
aunque no seamos totalmente conscientes de ello al habi-
tar en este mundo material en un tabernáculo de carne y
hueso que es nuestro cuerpo.
    Necesitamos, pues, alcanzar primero las bendiciones
~n los lugares celestiales, para luego poder recibir el fruto
de esas bendiciones aquí en la tierra. La Biblia sobre esto
nos dice: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1.3). ¿Qué hay
que hacer para recibir esas bendiciones, y quién podrá
dárnoslas?
    En el campo sobrenatural existen dos fuentes de poder:
 El poder de Dios y el poder de las tinieblas. El poder viene
de Dios o viene del diablo y sus demonios. No hay otra
44         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



posibilidad. En el mundo espiritual, dice Colosenses 1.13,
solo hay dos reinos y por lo tanto dos fuentes de poder: El
reino de las tinieblas y el reino de la luz y no podemos estar
en ambos a la vez.
    El único que puede bendecirnos con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo es Dios. Él el
único que tiene toda la autoridad para hacerlo, y es el
único que da bendiciones sin pedir nada a cambio. Si algo
nos pide es que dejemos todo lo que nos hace daño y que
hagamos solo lo que nos hace bien.
   Muchas veces las personas, por inexperiencia o igno-
rancia, recurren a fuentes de las tinieblas sin imaginar lo
que hay detrás de todo eso. Piensan que a través de
espíritus o demonios o con hechizos y brujerías (y por
supuesto realizando toda clase de acciones deshonestas,
como ya hemos mencionado anteriormente) podrán atraer
el dinero. Lo cierto es que cuando conseguimos cualquier
tipo de favor sobrenatural, ese favor siempre tendrá un
precio. ¿Cuál será el pago que uno deberá realizar a los
demonios por los favores recibidos? El pago será la vida
misma. No olvidemos que «la paga del pecado es muerte».
   Otras veces parece que las personas desearan conven-
cerse de que no todo lo sobrenatural proviene de Dios o
del diablo y creen que existen otras fuentes desconocidas
no tan malignas, o aun, benignas a las cuales uno puede
recurrir.
   Dichosos los que recurren a Dios. Él con su gran amor
bendice sin esperar nada a cambio. Y no solo todo lo que
uno obtiene de Él es debido a su gracia y su amor, sino que
sobrepasa todo entendimiento. Eso dice Efesios 3.17-19.
   Meditemos en que Dios nos dio a Jesús, no ahora que
andamos conforme al Espíritu, sino cuando éramos ene-
migos suyos y vivíamos conforme a la carne. ¿Por qué lo
hizo? Lo hizo «para que la justicia de la Ley se cumpliese
La prosperidad del Espíritu              45


en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne pien-
san en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu,
en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es
muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por
cuanto los designios de la carne son enemistad contra
Dios; porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar
a Dios» (Romanos 8.4-7).
   Esto nos conduce a una promesa muy grande: «El que
no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas
las cosas?» (Romanos 8.32). Si estamos pidiendo conforme
a su voluntad, no hay por qué dudar de que nos concederá
lo que pedimos, pues ya nos dio lo más valioso que tenía:
a Jesús.
   La Biblia también nos enseña en Santiago 1.17, que todo
lo bueno viene siempre de Dios. No podemos recibir nada
bueno de otra fuente. Él es quien nos bendice y nos da vida
eterna.

¿Cómo pedir prosperidad?
¿Cómo pediremos a Dios que nos prospere? ¿Acaso somos
dignos de hacer tal pedido? Verdaderamente no hay nadie
digno de pedirle a Dios ni prosperidad, ni salvación, ni
salud, ni ninguna otra cosa que no sea perdón por nuestros
pecados, y mucho menos si vivimos siguiendo la corriente
del mundo.
   El primer paso que debemos dar es arreglar nuestras
cuentas con Dios de una vez y para siempre. Algunas
personas creen que si de niños fueron llevados a alguna
iglesia, fueron bautizados, y luego participaron repetidas
veces de los ritos de esa iglesia, son salvos y tienen acceso
al cielo. Están equivocados. Uno tiene que reconocerse
46        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



pecador y pedir perdón. Pablo afirma que «todos pecaron
y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3.23). En
otras de sus cartas abunda en el tema y dice: «Manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envi-
dias, homicidios, borracheras, orgías, y otras cosas seme-
jantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya
os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5.19-21).
   Lo peor que una persona puede hacer es creer que es
inocente ante Dios y tratar de justificarse. No podemos
alegar inocencia delante de Dios, porque Él sabe la verdad,
aun si nosotros la queremos negar.
   Tampoco podemos pretender que nuestro pecado ten-
ga atenuantes. Muchas veces las personas culpan a su
pasado. Piensan que si alguien no los hubiera iniciado en
prácticas sexuales pecaminosas, jamás habrían cometido
pecados sexuales; o que si no los hubieran iniciado en el
alcohol o las drogas, jamás habrían caído en sus garras.
Otros piensan que el sembrar coca para la producción de
cocaína no está mal porque tienen familias que alimentar
y no encuentran otro modo de hacerlo. Otros, que si no
extorsionan o reciben soborno, no les alcanzará para vivir.
Realmente el diablo tiene un almacén inagotable de excu-
sas para convencernos de que pecar es la única alternativa
que nos queda. Es cierto que los tiempos son difíciles, pero
jamás saldremos de nuestros problemas si nos justifica-
mos.
   La verdad es que si nadie nos hubiera iniciado en tal o
cual pecado, habríamos caído solos en ellos o habríamos
caído en otros. Nunca hemos sido víctimas inocentes del
pecado de otros, del egoísmo de otros, de la maldad de
otros. Siempre hemos sido pecadores a la espera de que la
La prosperidad del Espíritu           47


iniquidad brotara de nuestros corazones de una u otra
manera. Y aun cuando las cosas que hicimos fueran pro-
ducto de nuestra formación o deformación familiar y so-
cial, debernos reconocer que son producto t~rnbién de
nuestro propio pecado y del pecado de la raza adárnica,
del cual todos somos responsables solidariamente.
   El rey David supo reconocer su propia culpa, aunque
según el Salmo 51 sabía que en pecado fue concebido y en
pecado fue formado. No pretendamos justificarnos delan-
te de Dios, ya que no tenernos excusa para haber vivido
alejados de Él. No nos sintamos justos, ni buenos delante
de Dios, porque eso impedirá que Él nos perdone. Al
contrario, confesemos a Dios nuestros pecados para ser
perdonados y quedar libres del castigo. La prosperidad
espiritual empezará siempre en los lugares celestiales
cuando una persona reconoce su pecado y se vuelve a
Dios.


Solo Jesús libera al hombre
Para recibir el perdón de Dios y alcanzar salvación, hemos
dicho, no basta con practicar una religión, ni con asistir a
una iglesia. Ninguna institución humana, ni aun la iglesia,
puede dar de por sí salvación al hombre. Solo Jesús puede
hacerlo. Dice la Biblia que «en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hom-
bres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4.12).
   Sin embargo, algunas cosas son contraproducentes en
cuanto a obtener el perdón de los pecados.

Alegar inocencia
Nada más absurdo. Dios mismo dice, corno hemos leído
anteriormente, que todos los hombres han pecado. Ade-
48         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



más, ya sabemos que la paga del pecado es muerte y que
no hay perdón de pecados sin derramamiento de sangre.
   Si alegamos inocencia, perdemos nuestra mejor opción.
Jesucristo dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico,
sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a
pecadores» (Marcos 2.17). Si usted no reconoce que es
pecador, se excluye de entre los que Cristo vino a buscar.
   Además, si alegamos inocencia, perdemos la oportuni-
dad de que nos defienda ante el altar de Dios el mejor
abogado del universo: Jesucristo. «Hijitos míos», dijo Juan,
«estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo» (1 Juan 2.1). Sin ese abogado estamos
perdidos.

Alegar que todos lo hacen
Demasiadas veces escuchamos el siguiente alegato: «No
soy malo, me preocupo por mi familia, doy limosna a los
pobres, practico mi religión (claro, a veces, porque no soy
fanático). Soy como todo el mundo, ni mejor ni peor». ¿Por
qué tantas personas expresan esto?
   Muchos lo expresan porque consideran normal el prac-
ticar ciertos pecados y llegan a pensar que es imposible
evitarlos. Otros aplican su propia justicia y consideran
normales y justificadas su reacción a los pecados que otros
cometen contra ellos. Lamentablemente nos cuesta recor-
dar que nuestra justicia es un trapo sucio para Dios, como
dice Isaías 64.6.
   Muchas personas no consiguen ver sus propios peca-
dos por tener la vista enfocada en los pecados con que
otros las lastimaron. Por ejemplo, si a una persona la
estafan impunemente y la despojan de todas sus pertenen-
cias, vivirá pensando en el mal que le hicieron y se sentirá
una víctima; y al ser la víctima, se sentirá inocente. Pensará
La prosperidad del Espíritu             49


que no hizo nada para merecer eso y a lo mejor es cierto.
Pero lo que a esa persona no se le ocurre es que ese pecado
ajeno que la dañó tanto dio origen a otros muchos pecados
que sí llevan su firma. Entre estos pueden hallarse pecados
como la amargura, la ira, el resentimiento, el odio, el deseo
de venganza. Es como si el pecado de la estafa, en este caso,
fuera la madre que hubiera dado origen a los demás
pecados. El mayor daño que puede causarnos la persona
que peca contra nosotros en realidad es el hacernos a su
vez pecar, romper nuestra comunión con Dios e impedir-
nos recibir su perdón. Si no perdonamos nosotros, no
alcanzaremos el perdón de Dios. Y ese es un lujo que no
podemos darnos. La Biblia es clara en cuanto a esto: «Si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará tam-
bién a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdo-
náis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os
perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6.14, 15).


Tratar de llegar a un arreglo con la corte
Algunos aceptan haber hecho cosas malas y entienden que
estas cosas malas traen maldición a sus vidas. Otros no lo
entendían así, pero ya lo están entendiendo al leer este
libro. Sin embargo, muchos aun a pesar de reconocerlo,
buscan llegar a un arreglo con Dios: «Señor, mira, es cierto
que he hecho cosas malas, no lo niego; pero también es
cierto que he hecho cosas buenas». Es decir, quieren ofre-
cer las cosas buenas que han hecho para anular las malas.
   Hace años, cuando me enseñaban religión en el colegio,
el maestro nos refirió la siguiente historia:
   Una vez un padre, viendo que su hijo se portaba muy
mal, tuvo una idea para corregirlo y le dijo:
   -Hijo mío, mira, te voy a dar esta tablita. Quiero que
cada vez que hagas una mala acción o cometas un pecado,
50        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



claves un clavo en la madera. Por cada buena acción que
emprendas, retira un clavo de ella.
   El niño comenzó a hacer como su padre le dijo y muy
pronto la madera se le llenó de clavos. Avergonzado,
decidió comenzar a hacer cosas buenas a fin de ir retirando
los clavos. En efecto, uno a uno los fue sacando. Después
de un tiempo todos los clavos habían salido.
   El padre lo llamó y le dijo:
   -Hijo mío, muéstrame la madera que te di.
   El niño se la dio y el padre la miró con tristeza y dijo:
   -Me alegro, hijo mío, de que la madera no tenga
clavos, pero siento una enorme tristeza al ver todos los
agujeros que hay en ella.
   La madera maltrecha de la anécdota representa lo que
a menudo hacemos con nuestra vida. Muchos eren que
Dios compensa lo malo con lo bueno. No es así. No pode-
mos cambiar buenas obras por pecados, porque sería
como cuidar niños huérfanos para compensar el haber
asesinado a un padre de familia, o querer ser lazarillo de
un ciego para que nos perdonen un robo a mano armada.
   Las Cortes de Justicia tienen leyes muy estrictas y para
cada crimen hay un castigo, que por lo general es un
período de cárcel. Para crímenes mayores, el pago podría
ser incluso la pena de muerte. N un ca se ha oído de un juez
que, en vez de darle veinte años de cárcel a una persona
que ha cometido un delito grave, lo mande a decir cinco
padrenuestros porque haya hecho una obra de caridad
extraordinaria. Resultaría absurdo.
    Lo mismo sucede con nuestros pecados. En ningún
lugar de la Biblia se menciona que la paga del pecado es
religión, buenas obras o penitencias. La paga del pecado,
dice Romanos 6.23, es la muerte del infractor y eso es todo.
 Debemos aceptarlo y rendirnos al plan de Dios.
La prosperidad del Espíritu              51


El sacrificio de Jesús libra al hombre
de toda maldición
Hablando de Jesucristo y el plan de salvación, la Biblia dice
que «llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre
el madero, para que nosotros, estando muertos a los peca-
dos, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sana-
dos» (1 Pedro 2.24).
   Aun cuando la mayoría de los que dicen ser creyentes
no lo saben, el sacrificio de Jesús cubre todos los aspectos
de la maldición por el pecado original y libra al hombre
de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte eterna. Dice
Colosenses 2.14 que Jesús anuló «el acta de los decretos
que había contra nosotros, que nos era contraria, quitán-
dola de en medio y clavándola en la cruz». Las sentencias
que había sobre cada uno de nosotros, Jesús ya las anuló
   La pregunta que surge es: ¿cómo lo hizo? Si la paga del
pecado es muerte, ¿cómo pudo soslayar la Ley, para que
su peso no nos cayese encima? Si Dios es un juez justo,
¿cómo fue posible que se anulara el acta de los decretos
que nos eran contrarios? Pues bien, Jesús no cambió la Ley.
Simplemente la cumplió por nosotros.
   Un día dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido
para abrogar la Ley o los profetas; no he venido para
abrogar sino para cumplir» (Mateo 5.17). La parte más
difícil de la Ley la cumplió al morir en la cruz por nosotros.
Allí el amor de Dios quedó fuera de toda duda. Dios nos
amaba más de lo que podemos pensar o entender. Como
dice la Escritura, su amor excede a todo conocimiento.

El sacrificio perfecto
El sacrificio de Jesús es integral, porque incluye todos los
aspectos de la vida del hombre.
   Jesús nació de María, una doncella aún virgen. Heredó
52        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



de ella la naturaleza humana. Es el único ser que ha nacido
sin pecado, debido a que su Padre no fue un hombre. No
heredó el pecado de Adán, del cual toda la raza humana
es mancomunadamente culpable al heredar de sus padres
no solo la culpa sino la mancha de la raza. El pecado
original se hereda de padre a hijo, no de madre a hijo, ya
que el padre es la autoridad espiritual de la familia.
   Aunque era completamente hombre y completamente
Dios, quiso despojarse de sus atributos divinos para llevar
a cabo el plan de redención. La Biblia lo expresa así:
«Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz (Filipenses 2.6-8).
   El cuerpo que adoptó fue el mismo que el hombre tenía
después de la caída. No podía llevar a cabo el plan de
salvación con un cuerpo diferente. La Biblia lo llama cuer-
po de pecado, porque puede ser tentado a pecar tanto
desde fuera como de su propia concupiscencia o de los
apetitos carnales o de sus propias pasiones desordenadas.
Así que Jesús vino en semejanza de carne de pecado para
condenar al pecado en la carne. Por este motivo era la
víctima perfecta para entregarse propiciatoriamente,
«porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era
débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza
de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al
pecado en la carne» (Romanos 8.3).
   Los antiguos, al sacrificar animales, tan solo conseguían
retrasar la sentencia que pesaba sobre ellos. Esas ofrendas
de novillos, chivos, cabras, ovejas y tórtolas donde se
derramaba sangre eran solamente una sombra de lo que
había de venir. Jesús, siendo la ofrenda que Dios esperaba,
La prosperidad del Espíritu            53


dio su vida por nosotros y nos hizo perfectos de una vez
para siempre a todos los santificados. Hebreos 9.11,12
dice: «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de
los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto
tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta
creación, y no por sangre de machos cabríos, ni de bece-
rros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre
en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna reden-
ción». Y Hebreos 10.1 añade: «Porque la ley, teniendo la
sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de
las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se
ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que
se acercan». La sangre de esas víctimas solo era un modelo
que seguían los que un día serían justificados. La sangre
de Cristo y su sacrificio son la realidad misma.
   Jesús es el único nacido de mujer que no pecó jamás.
Ezequiel 18.4 dice que solo moriría el alma que pecara.
Pero Jesús nunca pecó: «No hizo pecado, ni se halló enga-
ño en su boca» (1 Pedro 2.22). Si no pecó jamás, ni heredó
el pecado original, la ley no podía matarlo, aun cuando
estaba en un cuerpo de pecado. Y si la ley no podía
matarlo, ¿por qué murió? Él mismo lo explicó: «Por eso me
ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la
pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre
(Juan 10.17,18). Jesús puso su vida voluntariamente por
todo aquel que le recibiría como Señor y Salvador perso-
nal.
   Su muerte estaba profetizada. Isaías había proclamado
que «Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El, y
por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53.5). Jesús,
que nunca cometió pecado, es la víctima perfecta para
54         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



cambiar la indignidad del hombre por su dignidad, nues-
tros pecados por su justicia. Si las consecuencias del peca-
do fueron la pobreza, la enfermedad y la muerte eterna,
Jesús al morir en la cruz sufrió cada una de esas consecuen-
cias y nos libró de la muerte, de la enfermedad, del dolor,
de la pobreza y de la falta de paz; dándonos además el don
de la vida eterna.

Venció la maldición
Hemos visto que Jesús anuló el acta de los decretos que
había contra nosotros, los que encontramos el camino de
salvación. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldi-
to todo el que es colgado de un madero» (Gálatas 3.13). Es
decir, Él anuló las consecuencias de los pecados, y obtuvo
para nosotros redención eterna.
   Cuando Jesús comenzó su ministerio nos anticipó cuál
sería su resultado: «El Espíritu de Jehová el Señor está
sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a
predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los
quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cauti-
vos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año
de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del
Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar
que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de
ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en
lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de
justicia, plantío de Jehová, para gloria suya» (Isaías 61.1-3).
Con su sacrificio, que terminó con su muerte en la cruz del
Calvario, destruyó las raíces de la muerte espiritual, de la
pobreza, de la enfermedad, de la angustia, de la depresión,
del temor, y algo sin raíces o con la raíz muerta no puede
mantenerse. Jesús vino a librarnos de la cautividad del
pecado, de las prisiones, de la miseria, vino a sanar los
La prosperidad del Espíritu             55


corazones heridos, a darnos gozo en vez de tristeza y para
hacernos fuertes como robles, en vez de débiles como
cañas azotadas por el viento. A través de su martirio,
venció las maldiciones que nos traen pobreza en sí, la
maldición al fruto del trabajo y la maldición a la fuente de
trabajo.

La pobreza de Jesús
La pobreza de Jesús no fue casual. Tampoco fue una
manera de rechazar a los ricos y la riqueza ni de optar por
los pobres. El que Jesús abrazara la pobreza tuvo una
razón mucho más profunda. Durante su ministerio en la
tierra Jesús se relacionó con los pobres, con los enfermos,
pero también con los ricos. No olvidemos cuando Jesús,
como lo relata el Evangelio de Lucas 19.2-5, fue a cenar con
Zaqueo. Muchos murmuraron, pero Jesús había venido a
salvar lo que se había perdido, y Zaqueo, rico y publicano,
necesitaba también un Salvador.
   Sin embargo, Dios había elegido para Jesús una vida
pobre, no porque Él fuera pobre -ya hemos visto que
Dios es extremadamente rico en todo- sino porque esa
pobreza era necesaria para el plan de salvación. Cuando
Jesús comenzó su ministerio renunció a todas las cosas,
incluso a aquellas que el oficio de carpintero heredado por
su padre adoptivo pudieron darle. Jesús no tenía ni siquie-
ra donde dormir con regularidad. Muchas veces le sor-
prendía la noche en el campo, y allí se echaba a dormir.
Un día unos hombres fueron a decirle que querían seguirlo
y probablemente le preguntaron dónde solía reunirse para
así poder dejar sus cosas. Jesús les respondió: «Las zorras
tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del
Hombre no tiene donde recostar la cabeza».
   Las circunstancias de su nacimiento son aún más inte-
resantes. Muchos se imaginan que José era tan pobre que
56        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



cuando tuvo que ir a Belén para el censo se hospedó en un
pesebre, en un corral de animales, porque no tenía dinero
para pagar el mesón. La verdad es que, como dice Lucas
2.7, no había lugar para ellos en el mesón. Seguramente
estaba lleno de forasteros a causa del censo. Esto no lo
afirma la Biblia para disimular su pobreza, sino para de-
mostrarnos que el dinero no era la causa, sino que fue la
voluntad de Dios que naciera Jesús en ese lugar; no para
aparentar una pobreza que no existía, pues si José buscó
primero lugar en el mesón era porque podía pagar el
hospedaje. De no haber tenido dinero, probablemente
habrían buscado un hogar caritativo que se apiadase de
ellos debido al estado de su joven esposa que estaba a
punto de dar a luz en un día tan frío. Pero no fue así. José
fue a la hostería y no encontró lugar y, dada la emergencia,
tuvo que contentarse por con el establo detrás del mesón.
   ¿Por qué, entonces, si Dios es rico y José no era tan
pobre, Jesús nació en un establo en Belén? ¿Por qué toda
la pobreza que Jesús experimentó en su vida terrenal? Él
sabía que la Ley nos maldecía y que por causa de la
maldición éramos pobres. Un día tomó la maldición sobre
sí mismo, y voluntariamente se hizo pobre para tomar
nuestra pobreza. Son bellas las palabras con que Pablo lo
afirma: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo
rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriqueci-
dos» (2 Corintios 8.9). Jesús voluntariamente se hizo pobre
para quitar de nosotros el dolor y las consecuencias de la
pobreza y darnos a cambio sus riquezas.

Jesús llevó la corona de espinas
La Biblia nos cuenta que «pusieron sobre su cabeza una
corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha;
e hincando la rodilla delante de Él, le escarnecían, dicien-
La prosperidad del Espíritu             57



do: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la
caña y le golpeaban en la cabeza» (Mateo 27.29,30). Este
hecho resulta no solo conmovedor, sino además suma-
mente interesante. ¿Por qué Dios, siendo todopoderoso,
permitió que su Hijo sufriera suplicios adicionales que
normalmente ni los peores delincuentes sufrían?
    Todo en la vida de Jesús tenía un propósito. Como
vimos en el tercer capítulo, Génesis 3.17,18 habla de que
la tierra sería maldita por causa del pecado de Adán y Eva,
y que de allí en adelante le daría al hombre cardos y
espinos. Nuestro trabajo sería también maldito porque con
dolor comeríamos de la tierra. Esa caña que pusieron de
cetro en su mano y esas espinas estaban haciendo que
Jesús cumpliera en sí mismo una maldición que no debería
haberlo tocado. Jesús llevó las espinas sobre sí para decir:
«Padre, mírame, acepto las espinas sobre mí. ¡Quítaselas
a ellos!» Gracias a la corona de espinas de Jesús, el fruto
de nuestro trabajo ya no será cardos y espinas.

Jesús derramó su sangre
Jesús derramó su sangre al morir por el hombre, ya lo
sabemos, pero lo que se nos escapa muchas veces es que
Jesús roció con su sangre la tierra alrededor de la cruz. La
sangre de Abel y de todos los inocentes que han muerto
clama venganza desde la tierra (Génesis 4.10). El pecado
de Caín, el odio de los hombres, el chisme, la murmura-
ción, la difamación, el robo y el asesinato pesan sobre la
humanidad. La sangre derramada clama venganza a Dios
desde la tierra.
   Como consecuencia de esta maldición, la tierra perdió
su fuerza. Aquí la tierra representa nuestra fuente de
trabajo. Los países que sufren violencia interna, guerra
civil, terrorismo, son países que se desangran. Los campos
son abandonados, las fábricas cierran, los negocios colap-
58         LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



san y la gente pierde sus fuentes de trabajo. La recesión y
la quiebra del sistema económico son parte de esta maldi-
ción. La sangre de nuestros hermanos pide venganza y la
tierra pierde su fuerza, su productividad. Este drama lo
vive la humanidad constantemente.
   En su gran amor resolvió también esto al morir. Cuen-
tan los Evangelios que uno de los soldados le abrió el
costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua
(Juan 19.34). Todo está resuelto. Si la sangre de todos
aquellos justos inocentes derramada sobre la tierra pide
venganza, la sangre de Jesucristo clama misericordia.

Reconozcamos nuestra pobreza espiritual
El Señor dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5.3). El que
reconoce su necesidad espiritual, su pobreza espiritual,
esa pobreza de la que hemos hablado y que Jesús venció
en el Gólgota, es un bienaventurado. Claro, siempre y
cuando haga algo al respecto.
   Si no se había dado cuenta de que necesitaba un Salva-
dor, ya lo sabe. Ninguna religión salva, solo Jesús salva, y
ahora lo va entendiendo mejor. Las revelaciones que la
Biblia nos ofrece sobre las maldiciones y cómo Jesús nos
rescata de ellas son suficientes para probarlo. También
debe recordar que las maldiciones son una herencia de la
raza de Adán, y corno somos descendiente de Adán, las
maldiciones están operando en nuestra vida. Tenernos que
morir y volver a nacer para no ser descendiente de Adán.
Jesús nos ofrece hacernos descendientes suyos a través de
un nuevo nacimiento espiritual.
   Cuentan la Biblia que «había un hombre de los fariseos
que se llamaba Nicoderno, un principal entre los judíos.
Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabernos que has
venido de Dios corno maestro; porque nadie puede hacer
La prosperidad del Espíritu                  59


estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió
Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo
le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Pue-
de acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre,
y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que
el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es;
y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3.1-6).
    Si nunca lo ha hecho, le animo hoy a que haga una
oración reconociendo sus pecados, pidiendo perdón a
Dios por ellos y permitiendo que Jesús entre en su corazón.
De esta manera volverá a nacer, esta vez del Espíritu.
    Puede seguir esta oración que propongo:

    Señor Jesús, soy pecador, y en este día te quiero pedir
    perdón por cada uno de mis pecados. Tú me conoces
    y sabes bien todo lo que he hecho. Te pido que me
    perdones. Sé que me amas, pues ahora conozco lo
    mucho que has hecho por mí. Pagaste con tu sangre el
    precio de mi pecado y resucitaste para interceder por
    mí en la gloria. Entra en mi corazón. Allí te recibo hoy
    como mi Señor y como mi Salvador. Te entrego mi
    vida y te pido que me hagas nacer de nuevo y me
    cambies. Te doy gracias por haber muerto por mí y por
    darme el regalo de la vida nueva y eterna.

    Bien. Si hoy ha hecho esta oración por primera vez, le
aconsejo que busque una iglesia donde se predique a Jesús
y el evangelio completo, pues usted ha vuelto a nacer y
necesita alimentar su espíritu. ¡Bienvenido a la familia de
Dios! Hoy su nombre está siendo escrito en el libro de la
vida que se menciona en Filipenses 4.3. Corno dice Pablo
en Efesios 2.19, «ya no sois extranjeros ni advenedizos,
sino conciudadanos de los santos, y miembros de la fami-
lia de Dios».
60        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



Conclusión
Ya hemos expresado lo que es. En pocas palabras, prospe-
ridad espiritual es tener en el corazón el bien supremo,
Jesús, y mediante Él reconciliarse con Dios. Si ya es prós-
pero espiritualmente, conserve esa prosperidad perseve-
rando en la comunión con Dios. Su amor nos despierta con
sus grandes obras, nos mantendrá ocupados en cosas
espirituales (orando, ayunando, leyendo la Biblia) y así
podremos vivir una vida de santidad. Una vida consagra-
da a hacer la voluntad del ser más maravilloso y bueno del
universo.
La prosperidad
  del cuerpo
Capítulo cinco




  Dios creó al hombre
 para vivir eternamente

A su imagen y semejanza
«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó», cuenta Génesis 1.26,27. Dios creó
al hombre tomando de modelo su propio ser y lo hizo por
amor. Fue la gran obra maestra del artista, pero a la vez, la
expresión amorosa de un Padre.
    Pero, ¿dónde radicó la semejanza del hombre con Dios?
En ese momento no radicó en el aspecto físico, sino en su
capacidad de escoger su propio camino, en su capacidad
de decidir el rumbo de su vida ejerciendo el libre albedrío
(por supuesto que dentro de los límites que Dios le esta-
bleció dentro del ambiente físico donde se desenvuelve y
el ambiente espiritual). Ahora la semejanza es mayor aún,
ya que Dios hoy en día tiene un cuerpo humano. Jesús
tomó un cuerpo humano en la encamación y, como resu-
citó y jamás lo desechó, aun en el cielo lo conserva. Ahora
no es un cuerpo normal, tal como lo conocemos, sino el
cuerpo glorificado de Jesús después de la resurrección.
    El cuerpo de Jesús, después de la resurrección, se com-
portaba de un modo muy extraño. Juan 20.19,20 nos dice
que casi no podían identificarlo: «Cuando llegó la noche
de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las
64        LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD



puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban
reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en
medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se
regocijaron viendo al Señor». La narración de este hecho
es sencilla pero muy importante, porque demuestra con
una ingenuidad absoluta lo que pasaba en el corazón de
los apóstoles en ese momento. Los discípulo se regocijaron
de ver al Señor, pero tuvieron miedo pensando que se
trataba de un fantasma.
    El relato de Lucas 24.36-43 dice que los discípulos se
asustaron con la aparición extraordinaria de Jesús al atra-
vesar las paredes y ubicarse en medio de ellos. Así lo relata
Lucas: «Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús
se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros.
Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que
veían espíritu. Pero Él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y
vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis
manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque
un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo
tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y
como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban mara-
villados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le
dieron parte de un pez asado y un panal de miel. Y Él lo
tomó y comió delante de ellos». El Señor los calma y los
convence de su presencia usando los sentidos de los dis-
cípulos. Quiere que se aseguren de que están viendo a un
ser de carne y hueso y para ello les muestra sus manos y
sus pies para que lo reconozcan por las heridas que deja-
ron los clavos en Él.
    Resulta impresionante que coma delante de ellos para
quitar sus dudas y hacerles ver que no era un fantasma.
Me imagino a los apóstoles mirando hacia abajo, para ver
si los alimentos se le caían al suelo y si no se trataba tan
solo de un truco. También llama la atención el que no
Dios creó al hombre para vivir eternamente     65


tocara la puerta. Pudo haberlo hecho, pero no lo hizo.
Prefirió una extraordinaria aparición para que en pocas
palabras sus discípulos entendieran lo sobrenatural de su
nueva vida. Es más, aparentemente no lo reconocieron por
su cara o su aspecto, pues tuvo que mostrarles las heridas
para que se dieran cuenta que era Él. Ya antes había
aparecido a los peregrinos de Emaús y ellos tampoco lo
reconocieron.
    En la anécdota del camino a Emaús, la Biblia dice que,
aparentemente, tenían puesto una especie de velo espiri-
tual que hacía que no pudieran reconocerlo: «Dos de ellos
iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba
a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí
de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió
que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo
se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos
estaban velados, para que no le conociesen» (Lucas 24.13-
16). Este encuentro fue extraordinario también por el he-
cho de que, según Lucas 24.30,31, Jesús desapareció
delante de sus ojos en el momento en que lo reconocieron.
   Jesús se encontraba en un cuerpo glorificado. Por eso
no lo reconocían, atravesaba paredes, se esfumaba delante
de los ojos de las personas y demostraba no ser una
aparición fantasmal comiendo delante de sus apóstoles y
discípulos. Su extraordinario cuerpo poseía capacidades
que son sobrenaturales para nosotros, pero naturales para
El, aunque no comprendamos su funcionamiento.
    En el momento de la resurrección, habría sido emocio-
nante estar presentes en el sepulcro de la roca, en la tumba
que Nicodemo había cedido para enterrar a Jesús. Proba-
blemente una potente luz iluminó el cuerpo y luego de
devolverle la vida, este atravesó los lienzos con que había
sido embalsamado. Dice la Biblia que al enterarse Pedro y
Juan de la resurrección, por el testimonio de María, corrie-
ron a la tumba y lo que vieron los hizo creer. ¿Qué los hizo
Juan r. capurro   las cinco dimensiones de la prosperidad
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Juan r. capurro las cinco dimensiones de la prosperidad

  • 1.
  • 2.
  • 3. A~ IN~O IMEN~IONE~ EA RO~PERIDAD JUAN R. CAPURRO ~rJ BETANIA
  • 4. Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la debida autorización de los editores. Impreso en EE.UU. Printed in U.S.A. la Impresión
  • 5. Contenido Dedicatoria 5 Agradecimiento 6 Prefucio 7 1 La prosperidad viene de Dios 11 Primera parte: La prosperidad espiritual 2 Bajo la bendición o la maldición 23 3 La pobreza y la maldición espiritual 35 4 La prosperidad del Espíritu 43 Segunda parte: La prosperidad del cuerpo 5 Dios creó al hombre para vivir eternamente 63 6 Probados por el fuego 73 7 El mejor programa de salud 91 Tercera parte: La prosperidad del alma 8 Vendar a los quebrantados de corazón 107 9 Las armas de la luz 121 10 Jesús sana nuestras almas 139 Cuarta parte: La prosperidad material o económica 11 Dios quiere prosperarnos materialmente 155 12 La siembra y la cosecha 171
  • 6. Quinta parte: La prosperidad creativa 13 El misterio de la fe 193 14 Confesemos la Palabra de Dios 207
  • 7. Dedicatoria A Jesús que me amó más de lo que puedo pensar o entende r, sin haberle dado yo motivo alguno.
  • 8. Agradecimiento Agradezco a mi esposa Alicia su continuo aliento, el ha- berme ayudado revisando el original y realizando correc- ciones en las cosas que sucedieron en nuestra vida en común. A la señorita Cindy-Lee Campbell por haber hecho la trascripción del original y haber revisado toda la obra para mejorar su valor literario.
  • 9. Prefacio Quiero felicitarlo porque al recorrer las páginas de este libro está demostrando el interés que tiene en conocer un poco más a Dios, especialmente en cuanto a lo que Él ha provisto para el hombre referente a la prosperidad. Antes de que comience a recorrer sus páginas, que espero le resulten una aventura emocionante de fe y de conocimien- to, quiero que comprenda mi punto de vista acerca de lo que entiendo como prosperidad, de acuerdo a lo que enseña la Biblia. Quiero que sepa que no escapa a mi observación el hecho de que a través de todos los tiempos muchos ver- daderos siervos de Cristo han pasado muchas penalidades por causa del evangelio. Nos basta el ejemplo del apóstol Pablo para corroborar esto. En 2 Corintios 11.23-27 afirma: Yo [he sufrido] más [de lo normal]; en trabajos más abundantemente; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una no- che y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en
  • 10. 8 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez. Al leer estos versículos, ¿pensaríamos que el apóstol Pablo fue próspero? O cuando el apóstol Pablo le escribe a Timoteo y le pide que resista como soldado de Cristo (2 Timoteo 2.3), ¿pensaríamos que en eso hay prosperidad? Y ¿qué diríamos del apóstol Pedro, de Juan, de los otros y de tantos creyentes que han vivido vidas de escasez ma- terial, con penalidades y sufrimiento, pero abundantes en Cristo? ¿Qué de los misioneros que por Jesús han renun- ciado al lujo, a la comodidad y aun a lo más elemental como su sustento, seguridad, bienestar y hasta a su vida. Afirmo y creo con todo mi corazón que si bien Dios valora el que un hombre o una mujer escoja pasar penali- dades, escasez y aun la muerte por causa del Reino, lo que Dios no quiere de ninguna manera es que vivamos en pobreza, en enfermedad y en sufrimiento como conse- cuencia del pecado, del egoísmo del hombre, o por la insensibilidad de los gobernantes, lo cual también es pe- cado. Si un hombre o una mujer, guiado del Espíritu Santo, quiere entregar su vida, sus recursos, su comodidad, su cultura y todo lo que en esta vida tiene algo de valor para darlo a la causa de Cristo, será la persona más próspera del mundo. También creo que algunas personas son lla- madas a hacer semejantes renuncias por Cristo; pero pien- so que a la mayoría de los creyentes Dios los bendice y prospera en este mundo. Por otro lado, tampoco soy tan simple como para creer que la prosperidad no es relativa. Por ejemplo, a un nativo de la selva del Perú, que vive en medio de la jungla en chozas de caña y paja, sin servicios, sin carreteras, aunque sea creyente no creo que Dios le haría ningún bien si lo bendice con la posibilidad de adquirir un automóvil. Sin
  • 11. Prefacio 9 carreteras y sin gasolina, de nada le serviría, y ni siquiera le serviría para sentarse en él, porque las altas temperatu- ras de la selva harían de ese automóvil un horno. Pero si Dios le diera los mejores peces y las más grandes yucas, lo librara de temores y angustias, y lo mantuviera en salud a él y a su familia, estaríamos frente a un hombre próspero. De esa relatividad vamos a tratar en este libro. Por otra parte, dentro de esta relatividad mencionada, creo que si tuviéramos que escoger entre las cinco dimen- siones de la prosperidad comenzaríamos por la del espí- ritu, alma, cuerpo, y luego la material. Es decir, qué importa si tenemos dinero y estamos enfermos y no pode- mos disfrutar de ese dinero. Y de qué nos vale si estamos sanos del cuerpo, pero enfermos del alma, y como conse- cuencia somos infelices. Y cómo podríamos ser felices si estamos muertos espiritualmente y como consecuencia pecamos y no tenemos amistad con Dios, ni vida eterna. La prosperidad creativa, o quinta dimensión, es una di- mensión especial que nos capacitará para tener acceso a las demás. En el libro, sin embargo, a veces parecerá que no he guardado el orden lógico. Cuando es así se debe a que he preferido en algunos casos ponerme del lado del lector, y no seguir la secuencia lógica que a lo mejor se usaría en un salón de clases. Prefiero la secuencia de ideas que nos lleve a una más fácil comprensión de la lectura y que guarde mejor el equilibrio literario de la obra. En cuanto al contenido doctrinal, creo que el libro es relativamente conservador acerca de la interpretación bíbli- ca y de acuerdo a las corrientes de fe, pero también presen- to nuevas tesis, que expongo con mucha humildad. Para el lector no erudito en temas bíblicos, el lenguaje será sencillo de entender y los pasajes sustentarán sobrada- mente los temas.
  • 12. 10 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD En la exégesis bíblica he usado el principio teológico de que la historia del pueblo de Israel es simbólicamente la historia de cada creyente. Dice Hebreos 10.1 que la Ley era sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas.* Por lo tanto, cuando se habla de las bendiciones de Abraham, creemos que por la fe son nuestras. Somos hijos de Abraham por la fe. No somos el Israel natural, no somos el pueblo de Israel que juró el pacto en el Sinaí, pero somos un Israel espiritual, un pueblo diferente: la Iglesia. Porque sé que en la Biblia cada coma y cada tilde es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, estoy seguro de que le inspirará y le transformará. Recuerde siempre: las promesas y principios revelados al pueblo de Israel no son arbitrarios ni antojadizos. Son promesas y principios eternos que Dios revela para su pueblo. Bendi- ciones para los que lo aman y obedecen y maldiciones para los que lo rechazan. Me resta pedirle a Dios que le hable desde estas páginas y le edifique ricamente en esta aventura que ahora em- pieza. Dios le bendiga. Pastor Juan Capurro Trucios * Para el pueblo de Israel ula ley .. eran los cinco primeros libros de la Biblia y, por extensión, a los profetas. En otras palabras, desde Génesis hasta Malaquías.
  • 13. La prosperidad viene de Dios El Señor desea que seamos prosperados Comencemos a recorrer juntos las páginas de un libro escrito para transformar su vida. Lo primero que deseo afirmar es que la voluntad de Dios es que seamos prospe- rados. «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma», escribió el apóstol Juan a un creyente de nombre Gayo (3 Juan 1,2). Aunque este pasaje está dirigido a un perso- naje en especial, por el hecho de estar contenido en la Biblia, y siendo toda esta inspirada por Dios para su pueblo, se hace extensivo a todo creyente. 1 Podemos leer hermosos testimonios del Antiguo Testa- mento y ver cómo Dios prosperó a los hombres con los cuales hizo alianzas o pactos. Abraham, Isaac y Jacob son 1 El apóstol Pablo nos dice que todo texto escrito en la Biblia es inspirado por Dios (2 Timoteo 3.16-17), aun el saludo de Juan el apóstol y sus deseos. Y Pedro lo ratifica: "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas diffciles de entender, las cuales los indoctos o inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición» (2 Pedro 3.15, 16).
  • 14. 12 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERJDAD claros ejemplos de esto. Dice la Biblia que «Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro (Génesis 13.2). Isaac alcanzó la prosperidad de Dios. De él se dice que le bendijo Jehová. «El varón se enriqueció, y fue prosperado, y se engrandeció hasta hacerse muy poderoso» (Génesis 26.12,13). Aunque la historia de Jacob es un tanto diferente, al final se emparejó con su padre y con su abuelo. Anhelaba la primogenitura de Esaú y la obtuvo cambiándosela por un plato de lentejas. Luego, le arrebató a Esaú la bendición paterna, vistiéndose con sus ropas y presentándose ante Isaac que, anciano y ciego, lo confundió con su hijo mayor y lo bendijo. Pero Jacob no pudo heredar a Isaac, ya que huyó de la casa paterna al enterarse que Esaú planeaba matarlo. Sin embargo, llegó a enriquecerse muchísimo por sí mismo en casa de su suegro (Génesis 30.43). ¿Qué tenían en común estos hombres? Habían hecho un pacto con Dios. Abraham había hecho el pacto de tener a Jehová como Dios, y el Señor había prometido hacerlo padre de una gran nación. Génesis 22.15-28 registra el pacto de Dios con Abraham: «Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las es- trellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz». Lo mismo sucedió con su hijo Isaac. «Se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo» (Génesis 26.24).
  • 15. La prosperidad viene de Dios 13 Finalmente el caso de Jacob, que por sus propios me- dios y con la bendición espiritual, al huir de la casa pater- na, logró la prosperidad material. Pero, ¿qué tipo de pacto había hecho Dios con Jacob, cuyo nombre significa «suplantador»? Un día Jacob se propuso que si Dios lo prosperaba, le daría el diezmo de todo y Él sería su único Dios para siempre (Génesis 28.20- 22). Más tarde se produce el temido reencuentro entre Jacob y Esaú. 2 Pero antes, Jacob, que ahora se llamaba Israel («El que lucha con Dios»), le dijo al Señor: «Dios de mi padre Abraharn, y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien; menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campa- mentos. Líbrarne ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le terno; no venga acaso y me hiera la madre con los hijos. Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu descendencia será corno la arena del mar, que no se puede contar por la multitud» (Génesis 32.9-12). Dios contestó positivamente esta oración y lo bendijo sobreabundante- mente. Y qué decir del rey David. ¿No hizo acaso Dios también un pacto con él? ¿No le dio acaso un reino sobre el cual estaría siempre alguien de su dinastía? ¿No fue Jesús de Nazaret el que finalmente dio cumplimiento a esta profe- cía? Hablando de Jesucristo, Lucas 1.32,33 dice: «Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». La promesa de Dios se cumplía. 2 Jacob ignoraba cómo estaría el corazón de Esaú después de tantos años. Sin embargo, resulta evidente que para Esaú todo estaba olvidado, ya que al huir Jacob le había dejado la totalidad de la herencia. Esaú no consideraba demasiado importantes las historias sobre Dios, ni las promesas de ser una gran nación.
  • 16. 14 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD ¿Ha habido acaso algún hombre más rico y sabio que Salomón, hijo de David, rey de Israel? Según 1 Reyes 3.12,13, Dios le dijo: «He aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendi- do, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú. Y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días». Y a cuántos más podríamos nombrar: José, Moisés, Gedeón, Barac, Sansón y los profetas. Todos tenían en común que habían hecho un pacto con Dios, una alianza. El concepto del pacto con Dios es importante en la enseñanza acerca de la prosperidad. Pasajes como el si- guiente son importantes. Dice Deuteronomio 8.11-18: «Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un de- sierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y Él te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque Él te da poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día». Muchos desconocen u olvidan que nosotros tenemos
  • 17. La prosperidad viene de Dios 15 también un pacto con Dios. Dice la Biblia que «Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas» (Éxodo 24.6-8). Luego, añade Hebreos 12.24, Jesús se constituyó en Mediador de un nuevo pacto derramando también sangre sobre el altar, la suya, para sellar el pacto que cada creyente tiene con Dios, a partir de la fe en el sacrificio sustituidor que Él efectuó en la cruz por nosotros. La última parte del pasaje que acabamos de citar es especialmente importante en cuanto a esto. Dios no ha cambiado y Él sigue prosperando a sus hijos en cumplimiento del pacto. Dios nos da la fuerza, la salud y la inteligencia para hacer las riquezas, y esto con el fin de confirmar su pacto para con nosotros. 3 La primera prioridad del que quiere prosperar El mundo, con todas sus variantes religiosas, enfatiza que la abundancia material corrompe el alma; pero todas estas corrientes espiritualistas parecen desconocer el ca- rácter de Dios. Algunos líderes religiosos dicen: «Dios ha tomado su opción por los pobres». Llegan al punto de creer probablemente que Dios mismo es pobre. Parece absurdo, pero esta es la manera de pensar consciente o inconsciente de millones de personas. Sin embargo, ¡Dios es extremadamente rico! Suyos son los cielos, la tierra y todo lo que en ellos hay, como lo dice 1 Crónicas 29.11. El oro, la plata, las piedras preciosas y 3 Cristo habló de este pacto en la última cena: .. y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mateo 26.27,28).
  • 18. 16 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD todas las cosas son realmente suyas y si Dios pasara por problemas económicos, le bastaría con vender una sola estrella de las millones de millones que hay en las millones de galaxias que conocemos; y aún le quedarían aproxima- damente veintinueve trillones, novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve billones, nove- cientos noventa y nueve millones, novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve estrellas, y seguro que aún nos quedaríamos cortos en las cifras. Dios es tan rico que es lógico suponer que Él creó la tierra en abundancia. Fue el pecado lo que acabó con toda la riqueza que el hombre tenía. La Biblia misma nos revela el estado en que quedó el hombre después de la caída de Adán: «Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3.17-19). A causa del pecado, la pobreza, la enfermedad y final- mente la muerte hicieron su entrada en el mundo. Vemos que la tierra fue maldita, y como consecuencia de esto, ya no produciría en forma natural los frutos necesarios para el sustento del hombre, sino que el hombre tendría que arrancárselos a la tierra con esfuerzo y dolor. La naturaleza trataría de destruir el fruto de su trabajo, haciendo crecer cardos y espinos que ahogaran los brotes de las plantas; es decir, que su trabajo no le daría fácilmente los frutos deseados. El sudor de la frente representa el esfuerzo con que tendría que luchar para sobrevivir. Y finalmente le llegaría la muerte, el inevitable epílogo. La muerte llegaría
  • 19. La prosperidad viene de Dios 17 inexorablemente y pondría fin a todas las esperanzas ma- teriales del hombre irredento. La Biblia, sin embargo, nos revela que la muerte no es punto final. El espíritu es inmortal. La muerte eterna es separación eterna de Dios solo de los que no han recibido en sus corazones a la única fuente de vida eterna: Jesucrito. Dios no nos cerró totalmente las puertas, y el hombre puede escapar de la ruina que nos trajo el pecado. La prosperidad integral Algunas personas lo único que buscan es la acumulación de bienes materiales, y piensan que lograrlo es alcanzar prosperidad. La prosperidad del hombre, sin embargo, debe ser integral. Uno no es próspero si es que solo es rico en dinero, pero está muy enfermo. Ni tampoco es próspero si uno está sano y rico, pero es infeliz. Igualmente, aun cuando seamos ricos, sanos y aparentemente felices, no seremos prósperos si no somos salvos. Si no tenemos en nuestro corazón al «bien supremo»: Dios. La riqueza material es solo una de las formas en que se presenta la prosperidad, y en sí no es necesariamente señal de prosperidad. La verdadera prosperidad es la prosperi- dad integral, basada en el principio de la siembra y la cosecha que desarrollaremos más adelante. La prosperi- dad integral crea verdaderamente riqueza, mientras que el modo en que el hombre pecador acumula riqueza es depredador. El depredador no siembra: solo recolecta. El pecador depreda la riqueza de su ambiente y mientras acumula, empobrece a los que están a su alrededor. Es obvio que a ningún país le conviene este tipo de personas, sean comer- ciantes o industriales. El creyente, en cambio, basa su prosperidad en la ley de la siembra y la cosecha espiritual. Jesús dijo: «No os afa-
  • 20. 18 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD néis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesi- dad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6.31-33). Cuando fui estudiante universitario se me enseñó que la primera ley de la economía era «la ley de la oferta y la demanda». Esto puede ser bueno como un modelo, pero creo que es más importante enseñarles a los jóvenes que la primera ley que Dios quiere que a prendamos respecto a la economía es precisamente lo que Jesús dijo: «Buscad el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas». Buscar primero el reino de Dios y su justicia es darle importancia a la providencia divina, que es el control que ejerce Dios sobre las circunstancias para que todo redunde para el bien nuestro. La providencia divina opera a través de las circunstan- cias. Si las riquezas fueran a dañamos moralmente, Él impediría que las tuviéramos. Por eso el proverbista dice: «Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; nlanténme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? o que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios» (Proverbios 30.8,9). Es mejor tener lo necesario que abun- dancia si esta nos es causa de tropiezo. Pero no es necesariamente el dinero lo que corrompe el alma de los hombres. La raíz de todos los males es el amor al dinero. Ello, según 1 Timoteo 6.10, nos hace extraviarnos de la fe y ser traspasados de muchos dolores. Por eso es que en 3 Juan 2 el apóstol dice que es su deseo que seamos prosperados en todas las cosas, pero en relación directa a cómo prospera nuestra alma. Si lo podemos manejar, si el dinero no nos es motivo de tropiezo, entonces Dios nos
  • 21. La prosperidad viene de Dios 19 dará en abundancia para que sobreabundemos para toda buena obra. Los creyentes no creemos en la suerte. Dios es nuestra suerte. Él la sustenta, como se afirma en el Salmo 16.5. Y si Él puede hacer que todas las fuerzas espirituales y naturales se muevan a nuestro favor, entonces ¿qué no podremos hacer? El que ama a Dios y vive en santidad, en estrecha comunión con Dios por medio del Espíritu Santo, está en las mejores condiciones para descubrir tesoros, petróleo, minerales valiosos, emprender negocios, crear industrias, comercio etc. y prosperar en cualquier activi- dad. Dios es el único capaz de proveer ese tipo de prosperi- dad. Las personas que hacen dinero fuera de su voluntad siempre estarán perturbadas por su conciencia y no habrá fortuna capaz de pagar por la paz que necesitan. Por otro lado, solo Dios es capaz de dar prosperidad en todos los aspectos de la vida, como lo dice el rey David en el Salmo 103: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericor- dias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuve- nezcas como el águila» (Salmo 103.1-5). En este salmo se nos recuerda que no debemos olvidar ninguno de los beneficios que Dios nos da. Meditando en él llegamos a la conclusión de que los beneficios de Dios se dan en cinco dimensiones diferentes y que si descuida- mos alguna de ellas no disfrutaremos plenamente de la verdadera prosperidad que Él quiere para nosotros. Primero nos dice que Dios perdona todos nuestros pecados, y eso nos habla de un tipo de prosperidad espe- cial: La prosperidad espiritual.
  • 22. 20 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD Luego dice que Dios sana todas nuestras dolencias y esto nos habla de la buena salud: La prosperidad del cuerpo o física. También rescata del hoyo nuestra vida, y todos com- prendemos lo que es estar atrapado en un hoyo en nuestra vida. Esto nos habla de nuestras almas atormentadas por el pecado, la falta de amor, la culpa, la falta de perdón y otras cosas semejantes: La prosperidad del alma. Después también dice que El es quien nos corona de favores y misericordias; es decir, el que nos rodea de bendiciones materiales: La prosperidad material o econó- mica. Y por último, es Dios quien sacia de bien nuestra boca, de modo que nos rejuvenezcamos como el águila. Esto es: La prosperidad creativa. La prosperidad que viene de Dios, pues, toca estas cinco dimensiones de la vida humana. 1 Prosperidad espiritual (salvación y paz con Dios) 2 Prosperidad del cuerpo o física (salud divina) 3 Prosperidad del alma (salud mental y emocional) 4 Prosperidad material o económica (riquezas) 5 Prosperidad creativa (al sembrar la palabra de Dios)
  • 23. Primera parle La prosperidad espiritual
  • 24.
  • 25. Bajo la bendición o la maldición El mundo espiritual es anterior al mundo material. Dios creó el universo desde el mundo espiritual, desde la di- mensión del espíritu. De acuerdo a la Biblia, el mundo material vive y sufre las consecuencias de lo que sucede en el mundo espiritual. Así que para comprender cómo empieza la prosperidad, tendremos primero que adentrar- nos en el mundo espiritual y comprender cómo opera este. Descubriremos que hay leyes espirituales que regulan el funcionamiento de todas las cosas, y que estas leyes afec- tan todo lo que nos ocurre en esta vida. Comencemos por la doctrina de Dios. La Trinidad de Dios Francamente, nos es difícil explicar que nuestro Dios es un Dios trino. Los judíos utilizan esto como pretexto para rechazar la fe cristiana, aduciendo que los creyentes ado- ramos a tres dioses distintos. Para demostrar que estamos en un error, citan algunos pasajes de las Escrituras como: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deute- ronomio 6.4).
  • 26. 24 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD Los creyentes creemos que Dios es uno, pero no pode- mos negar la evidencia de que ese Dios único se manifiesta al hombre en tres personas distintas que fluyen en perfecta y total armonía. No las podemos separar: las tres forman la divinidad, que es una sola e indivisible. Esto lo corrobo- ran pasajes como 1 Juan 5.7: «Tres son los que dan testi- monio en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo; y estos tres son uno». Quizás el ejemplo siguiente nos lo ilustre adecuada- mente: Digamos que el agua es agua. ¿Habrá alguien tan porfiado para negar que el agua es agua? Sin embargo, el agua se nos presenta en tres formas distintas: en sólido, en líquido y en gas o vapor. Las tres formas en que se presenta no son en sí tres elementos diferentes, sino las tres formas distintas en que se presenta el mismo elemento. No impor- ta cómo se nos presente el agua, sea congelada, sea líquida o en forma de vapor, hay tres elementos más simples que la conforman: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. El hidrógeno solo no es agua; el oxígeno solo no es agua. Solo cuando los tres átomos están en una combinación química nos dan una molécula de agua. Este ejemplo, sin embargo, solo nos muestra una faceta parcial de la Trinidad. En el caso del agua, cada uno de sus átomos es diferente, pero en el caso de Dios, cada parte de su ser es Él absolutamente. Muchos pasajes del Antiguo Testamento nos demues- tran la realidad de la Trinidad. Citaremos algunos: • «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Isaías 9.6). ¿A quién se refiere el profeta Isaías cuando dice: «un niño nos es nacido, hijo nos es dado»? A Jesús sin duda. Y después dice que su nombre será, entre otros, «Dios
  • 27. Bajo la bendición o la maldición 25 fuerte». Debemos poner atención en que no dice: «Dios es fuerte», porque ese podría ser el nombre de un ser humano, ya que los nombres hebreos tenían significado. Cuando dice «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz» indudablemente se está refiriendo a Dios. Además, para entender la Trini- dad hay que entender el propósito eterno de Dios y comprender que su propio ser ha sido adecuado en el pasado eterno para cumplir estos propósitos. • «En Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean princi- pados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él» (Colosenses 1.16). Cuando en esta Escritura se refiere a Él, significa Dios, pero por supuesto en la forma de Jesucristo. Es decir, que Cristo creó todo el universo para Él mismo. Creó los cielos, las estrellas, la tierra, la vida, el hombre y todas las cosas para Él. Un día Dios tomó cuerpo humano para habitar en la creación con el hombre. ¿Qué cuerpo? El de nuestro Señor Jesucristo, que ha resucitado y no ha vuelto a morir ni morirá jamás, porque ese cuerpo es inmortal. La Biblia habla también del Espíritu Santo, la persona de Dios que es irradiada por Jesús y el Padre para cumplir el propósito de omnipresencia en esta creación, y a la vez poder estar en el corazón de cada hombre a fin de ayudar- lo, capacitarlo y darle vida eterna. La presencia del Espí- ritu Santo es necesaria para la vida eterna, porque los hijos de Dios tenemos a Cristo en el corazón por medio del Espíritu Santo. Jesucristo lo dijo: «Üs conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16.7). El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo.
  • 28. 26 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD Cuando la Escritura dice que hemos recibido el Espíritu de su Hijo, realmente se refiere al Espíritu Santo, porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu. La igle- sia recibió al Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y de allí en adelante el Espíritu se ha manifestado generación tras generación a todos los creyentes. La presencia del Espíritu en nosotros es garantía de vida eterna, ya que Cristo habita por la fe en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo. Como dice 1 Juan 5.11,12, «este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. Él que tiene al Hijo, tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida». Si entendemos el propósito eterno de Dios, podemos entender el propósito de la Trinidad: estar en su trono en los cielos como Padre dirigiendo y gobernando, estar en Cristo para cohabitar en la creación con el hombre, y estar en el Espíritu Santo para vivir en los corazones de los hombres, dándoles vida eterna. La trinidad del hombre Si Dios es trino, no es extraño que el hombre también sea trino. Al igual que su Creador, el ser humano es un ser trino, aunque no en personalidades o personas diferentes, sino en manifestaciones necesarias para su vida en la tierra. 1 Tesalonicenses 5.23 dice: «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo». El cuerpo es la parte de la persona que muchas veces confundimos con todo el ser. Pero el cuerpo es tan solo el tabernáculo donde mora el espíritu del hombre. El alma es la mente del hombre. Esta se va moldeando a medida que el cuerpo y el espíritu se interrelacionan
  • 29. Bajo la bendición o la maldición 27 entre sí y con su medio ambiente. El cerebro es el órgano del cuerpo encargado del funcionamiento automático de sus partes, del manejo de datos e información desde el exterior al interior y del almacenamiento de memoria. En otras palabras, es la computadora puesta al servicio del espíritu para el manejo de la información. Constantemente cuidamos y mimamos el cuerpo, y tendemos a olvidarnos de lo que realmente es nuestro verdadero ser, de aquello que nos distingue de los anima- les: el espíritu. El hombre vive como el joven que recibe regalado un auto y se olvida de todo lo demás; práctica- mente vive en el auto, piensa en el auto, lo limpia, hace locuras por el auto y con el auto. Así se fascina el hombre con su cuerpo, con la belleza del mismo, con lo que le ofrecen sus sentidos. Demasiado a menudo se sumerge en el pecado para experimentar todo lo que se puede experi- mentar con él, y hace cosas para las cuales el cuerpo no está diseñado. El ser interior es el espíritu humano. En Efesios 3.16,17 el apóstol Pablo pide que los cristianos efesios sean forta- lecido con poder por medio del Espíritu de Dios, para que Cristo habite por la fe en el corazón, que es como nombra la Biblia al órgano central del espíritu humano. Es la única manera de tener victoria contra el pecado y contra toda cosa que impida el fluir de Dios en nuestra vida. Para atender el cuerpo, el hombre se alimenta regular- mente, duerme lo necesario, recibe un poco de rayos sola- res (y cuida su piel con bloqueadores para no sufrir quemaduras por la radiaciones), modela su figura en el gimnasio, corre para mantener sus músculos en forma. Para el alma o la mente, trata de llevar una vida metódica, estudia, lee, evita tensiones. Si se enferma el cuerpo, recu- rre a médicos y si se enferma el alma, a sicólogos o siquia- tras. Pero el espíritu del hombre, que es el verdadero yo,
  • 30. 28 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD lo tiene descuidado. El que no es creyente lo tiene tan enfermo que prácticamente está muerto en su interior y no se ha dado cuenta. Si cuando pensamos en prosperidad, solo vemos lo material o las cosas que alegran el alma y nos olvidamos del espíritu, cometemos un grave error. El espírjtu nuestro vive en dos mundos. A través del cuerpo se hace presente en la creación, pero también vive en los lugares celestiales o en el mundo espiritual, como afirma Efesios 2.6. Muerte y maldición o vida y bendición Todo lo que sucede en esta vida material es un efecto secundario de lo que ocurre en la vida espiritual. Debemos prestar mucha atención a lo que acontece en la dimensión del espíritu y sus leyes. No olvidemos que el hombre, como ser espiritual, habita también en esta dimensión, y lo que hace en esta vida material tiene repercusiones en su vida espiritual, repercusiones que traerán a su vez nuevas consecuencias a su vida material. En el primer capítulo hicimos mención de que la pobre- za, la enfermedad y la muerte entraron al mundo por el pecado de nuestros primeros padres. Luego, de acuerdo a su plan para salvar al hombre, en tiempos de Moisés el Señor dio la Ley, y con ella hizo una revelación. 1 Cuando leí este pasaje lamenté mucho el no haber sabido esto antes. Al vivir en pecado y no conocer real- mente a Jesucristo como mi Señor y Salvador personal, yo 1 Moisés la escribió dando lugar a los diferentes libros del Pentateuco, que son los cinco primeros libros de la Biblia.» Dios le reveló a Moisés que el pecado trae maldición a la vida del hombre: ceA los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros. que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a Él; porque Él es la vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar .. (Deuteronomio 30.19,20).
  • 31. Bajo la bendición o la maldición 29 había vivido treinta años de mi vida bajo la maldición de la Ley. Lamentablemente, no me había dado cuenta de la enorme diferencia entre conocer de Cristo y conocer a Cristo, y no tenía ni idea de que necesitaba convertirme. Ignoraba que convertirse no es cambiarse de religión, sino entregarse en cuerpo, alma y espíritu a Dios para amarlo, servirlo y recibir salvación por medio de la obra redentora de Jesús. Había vivido, sin saberlo, bajo la maldición y verdaderamente cosechaba de las semillas de pecado que sembraba día a día. Deuteronomio 28.15-19 no me dejaba lugar a duda: «Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus manda- mientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tu canasta y tu artesa de amasar. Maldito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Maldito serás en tu entrar, y maldito en tu salir». El hecho de ignorar una ley espiritual no me exoneraba de sufrir sus consecuencias, al igual que el hecho de igno- rar una ley natural no me exoneraba de la misma. Que un niño desconozca la ley de la gravedad no impide que vaya a parar al suelo si se lanza a volar como Superman. La ley natural rige en todo momento y en todo lugar. Igual sucede con la ley espiritual. Dios no necesita empujar contra el suelo a cada persona que se arroja al vacío. La ley de la gravedad existe y se cumplirá inexorablemente. Igual sucede cuando pecamos. Dios no está pendiente para castigarnos: la ley espiritual simplemente entrará en ac- ción. A los doce años perdí a mi padre. A partir de ese momento, los problemas económicos comenzaron en mi familia. Hasta entonces habíamos vivido una vida de
  • 32. 30 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD abundancia material. Mi padre tenía un yate con camaro- tes y durante el verano salíamos todos los fines de semana a navegar. Él anclaba nuestro yate cerca de Lima, en Ancón o Pucusana. ¡Me divertía tanto de niño con mis padres y mis hermanos en estos pequeños viajes de fin de semana! Con mi hermano menor y la niñera que nos cuidaba dormíamos en un camarote en la proa. ¡Cómo recuerdo el mirar la luna por la claraboya cuando acostado en la oscuridad trataba de dormir! Fueron tiempos muy lindos para mí. Mi padre fue siempre muy deportista. Era miembro del equipo de remo del Club Regatas Lima y también inte- grante del equipo de baloncesto. Fue además corredor de autos y, por último, nada menos que corredor de aviones; en una época en que los prototipos se los hacía o modifi- caba uno mismo para así competir. Al ser mi padre además dueño de una caballeriza de caballos de carrera, esto per- mitió que mis hermanos y yo fuéramos a ver a los caballos cuando mi padre debía hablar con los preparadores en el Hipódromo de San Felipe. Eran cosas fascinantes para un niño. Estaba orgulloso de mi padre. Lo recuerdo como un hombre bueno, sensible, preocupado por los trabajadores a su cargo, presidente del Club de Leones de Miraflores, en la ciudad de Lima. Lo único es que el pecado llamaba continuamente a las puertas de su matrimonio. Cuando mi padre murió lo perdimos todo. Los cobra- dores llegaban a tocar a la puerta con órdenes judiciales, con embargos, y nuestra vida de abundancia se convirtió en una vida de escasez permanente. Tuve una adolescencia muy difícil. Luego de tres años de noviazgo, me casé a los diecinueve años con Alicia. No había tenido tiempo de formarme, ni de acabar la carrera de ingeniería electrónica que había estudiado por dos
  • 33. Bajo la bendición o la maldición 31 años. Con el apoyo de mi esposa trabajé y estudié durante largos años pensando que si nos esforzábamos saldríamos finalmente adelante. Pero cuando conocí al Señor a los treinta años, a pesar de que había estudiado en la universi- dad Ciencias Administrativas y Contabilidad (Adminis- tración Bancaria en el Instituto Peruano de Administra- ción de Empresas IP AE, Análisis de Sistemas y Programa- ción en la IBM del Perú) y estaba siguiendo un curso de administración en la Escuela de Administración de Nego- cios para Graduados ESAN, tuve que reconocer que no lograba aún salir verdaderamente adelante. Teníamos apenas lo indispensable. Siempre estábamos con lo justo y todo dinero extra que ingresaba, de alguna manera, había sido ya gastado antes de llegar a nuestras manos. Se cumplía en mí lo que dice la Biblia: «El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy abajo. Él te prestará a ti, y tú no le prestarás a él; él será por cabeza, y tú serás por cola» (Deuteronomio 28.43,44). Realmente me sentía corno si todo conspirase contra mí para impedirme prosperar. Algo parecía devorar nuestro dinero. En la Biblia descubrí que no estaba errado al pensar esto. Alguien está interesado en devorar nuestras bendi- ciones. Evidentemente la muerte y la maldición estaban apresando mi vida. El Señor tiene una gran promesa en cuanto a esto en Mala quías 3.11: «Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos». Era evidente que la promesa de Mala- quías 3.11 todavía no se había cumplido en mi. vida. El hombre común no tiene idea de que una gran maldi- ción obstaculiza el desarrollo de su propia vida. Su salud, su prosperidad, su paz están bajo el influjo de la maldición. Es interesante ver cómo muchas personas se preocupan
  • 34. 32 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD cuando sospechan que algún brujo les ha hecho un daño o les ha echado una maldición. Inmediatamente van y buscan otro brujo para que deshaga el hechizo. Pero casi nadie sabe que peor que la maldición de un brujo es la maldición espiritual que, de acuerdo a la Palabra de Dios, opera en la vida de las personas que no viven sujetas a Él y en estricta armonía con su voluntad. Las sentencias contra el espíritu del pecador no están en el plano de esta existencia física, sino en la dimensión espiritual. Los castigos que vemos son nuestra percepción terrenal del castigo que se dicta en el mundo espiritual. Para el hombre natural es muy difícil pensar que Dios, que es bueno y misericordioso, pronuncie una maldición sobre los que no lo obedecen. Sin embargo, las sentencias des- critas en Deuteronomio 28 no son maldiciones en el senti- do en que nosotros las entendemos, sino las consecuencias que se producen en el mundo material al ofender nosotros a Dios. ¿Cuál es el propósito de dichas sentencias en el mundo espiritual? Pues nada menos que la conservación de la creación y el orden impuesto por Dios para la conserva- ción del mundo físico y del mundo espiritual. Todo ser espiritual, y por lo tanto moral, que viole los mandatos de Dios será separado eternamente de Él, única fuente de toda vida y abundancia. Y al que se le separa de la fuente de vida solo le espera muerte eterna, condenación, deses- peranza, el infierno mismo, el lago de fuego y azufre creado para el diablo y sus demonios. Solo Jesús puede darnos vida Jesucristo es la provisión de Dios para devolver al hombre su estado original, mediante la justificación por la fe en la obra redentora de la cruz. Así lo expresa Colosenses 1.19,20: «Agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud,
  • 35. Bajo la bendición o la maldición 33 y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz». ¿Por qué es necesaria esta reconciliación? Porque, como ya lo hemos dicho, el hombre es un ser primeramente espiritual, que a pesar de ello le da prioridad a su cuerpo. Pero como es ante todo un ser espiritual, está bajo leyes espirituales que al afectar su vida se traducen en este mundo físico conforme a la revelación de Deuteronomio 28. Por este motivo, si sus pecados pueden ser perdonados y la justicia de Dios satisfecha -porque el perdón de los pecados no significa que las condenas sean pasadas por alto-, estas maldiciones dejarán de operar en contra de la vida del hombre. Por eso dijo el salmista: «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado» (Salmo 32.1). Nótese que el rey David en este salmo dice que uno no solo es bienaventurado porque su pecado ha sido perdo- nado, sino porque además ha sido cubierto. Es decir que la ley fue satisfecha. Algo así como que el pecado fue pagado, que la sentencia se cumplió. Jesús no vino a este mundo a cambiar la Ley, ni a hacerla más fácil, sino a cumplir la parte más difícil de la misma: Vino a recibir el castigo que ella impone a los pecadores. Todos sabemos que Dios es bueno; sin embargo, pocos recuerdan o saben que Dios es un juez justo. Un juez justo jamás dejará al transgresor sin su condena, sino que apli- cará todo el rigor de la ley, aun cuando la persona esté arrepentida. Un criminal que hubiera cometido un grave delito, aun cuando muestre arrepentimiento, no podrá escapar de la condena que la ley manda para casos como el suyo. Y un juez, por muy bondadoso que sea, no podrá, aun percibiendo la sinceridad del arrepentimiento del delincuente, perdonarlo a su capricho dejando de lado lo
  • 36. 34 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD que la ley manda en este caso. No podrá decir el juez: «Pobrecito, está arrepentido. Miembros del jurado, creo que debemos perdonarlo». Más bien dirá: «Lo siento, jo- ven, debió haberlo pensado antes. Me doy cuenta de que está arrepentido, pero yo tengo que aplicarle el peso de la ley». El juez dictará su sentencia de acuerdo a lo que señala la ley para tales casos. Así es Dios. Dios mismo está sujeto a sus propias leyes y no puede violarlas, porque no están basadas en sus caprichos, sino en la verdad y la justicia. Así que Dios jamás violará su Ley, sino que la defenderá y la sustentará con su poder, porque el día que Dios dejase de cumplir su Ley, dejaría de ser Dios. Algunos pueden pensar que Dios viola sus leyes con los milagros, pero este no es el caso. Cuando Dios hace algún milagro, no viola leyes morales sino que, al contra- rio, aplica misericordia y bondad en ellas. Algunas de las leyes naturales, tal como las conocemos actualmente, son violaciones a las leyes originales de Dios para el mundo físico. Por ejemplo: la muerte, la enfermedad, la pobreza.
  • 37. La pobreza y la maldición espiritual El peso de la maldición El hombre que vive en pecado está en una gran desventaja para alcanzar sus objetivos en la vida. Si su deseo es prosperar honradamente tendrá que luchar contra fuerzas que desconoce. En el caso de que por la misericordia de Dios no pase hambre, ni grandes necesidades en la vida, y su salud no sea delicada, aun así no alcanzará la felici- dad. Aunque alcance una posición holgada, como mi pa- dre, al final los acontecimientos menoscabarán toda esa abundancia. Un día, como dice Números 32.23, nuestros pecados y sus consecuencias finalmente nos alcanzan. El hombre natural vive sin Dios y sin esperanza en esta vida. Pesadas cargas que no se ven, pero se sienten, están en su corazón. Son cargas que llevamos como condena por los pecados cometidos. Con los años, nuestros hombros se van doblando bajo ese peso insoportable. Algunos se re- fugian en los brazos de una religión, tratando de hacer más soportable su dolor y de absolver sus grandes interrogan- tes. A más edad, más dolor, más miserias acumuladas. Quizás por eso vemos que generalmente a los jóvenes les preocupa menos su ser espiritual y que las personas
  • 38. 36 LÁS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD mayores van tomando cada día más conciencia de la ne- cesidad de salvación. Pero la religión no sirve para romper las cadenas que sujetan al hombre a su pecado. Los ritos solo acallan nuestra conciencia, no nos santifican; nos sedan, pero no nos da la paz. La «religión» que no lleva como resultado una relación íntima y personal con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo no es sino el chu- pete con que el diablo quiere entretenernos para adorme- cer el hambre espiritual que sentimos. Satanás quiere destruir todo lo que somos, amamos y tenemos; pero Jesús ya vino para evitar lo que el diablo quiere hacer con nosotros. A los hombres cargados y fatigados por sus pecados, por sus miserias, por sus an- gustias, por su soledad interior, por su desesperanza Jesús les dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga» (Mateo 11.28-30). Jesús es el paladín que ha venido, como dice 1 Juan 3.8, a deshacer las obras del diablo y a devolver el orden anterior a las cosas. Vino a restaurar la relación entre Dios y el hombre tal como fue a principio de la creación. «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir», dijo. «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Juan 10.10). Sin embargo, el hecho de que Jesús haya venido a este mundo y haya vencido al diablo en la cruz no hace que automáticamente recibamos bendiciones, ni tampoco que el diablo deje de hacer lo que hace. El diablo se apoya en los pecados del hombre para ser el ejecutor de muchas de las condenas que pesan sobre él. Este es otro motivo importante para restaurar nuestra comunión con Dios no bien tengamos conciencia de haber pecado.
  • 39. La pobreza y la maldición espiritual 37 ¿Qué nos impide prosperar? El peso de la maldición nos impide prosperar honrada- mente y disfrutar de esa prosperidad. Para poder prospe- rar, el hombre deberá levantar la condena que recae sobre él. Si toda la creación, los seres angelicales, los hombres y aun la naturaleza lucha contra Dios, ¿cómo podrá prospe- rar? Debemos, pues, en primer lugar, luchar contra las causas espirituales de la pobreza. Deuteronomio 28.47,48 es un pasaje de la Biblia que pertenece a las maldiciones del libro de Deuteronomio. Textualmente dice: «Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello hasta destruirte». En otras pala- bras, que el pecado nos pone un yugo de esclavitud, de pobreza, de hambre, de sed, de desnudez y que nos falta- rán todas las cosas. No basta, entonces, trabajar con empeño. Si un pueblo trabaja denodadamente, pero la naturaleza le es hostil y la nieve o las inundaciones o la falta de lluvias destruyen sus cosechas y causan la muerte de su ganado, este se verá empobrecido. No todas las variables que funcionan en el mecanismo de la economía son manejadas por el hombre. El hombre puede prever, pero una catástrofe de grandes magnitudes no podrá ser superada fácil o rápidamente. Es imprescindible resolver las cuestiones fundamentales del problema. La maldición sobre el trabajo Muchas personas creen que en Génesis Dios maldice a Adán y lo condena a trabajar. Piensan que el trabajo es una
  • 40. 38 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD maldición ocasionada por el pecado. Están equivocados: Adán ya trabajaba antes de la caída. El trabajo de Adán consistía en ser algo así como biólogo y jardinero oficial de Dios. ¿No es eso lo que dice Génesis 2.15: «Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el Huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase». Lo que el hombre perdió, como consecuencia del peca- do de comer del fruto prohibido fue la bendición de un trabajo grandemente productivo. El trabajo ya no le pro- duciría los frutos que antes le había deparado. Según Génesis 3.17-19, Dios le dijo refiriéndose a la tierra: «Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá». La maldición no fue tener que traba- jar; el fruto del trabajo fue lo que quedó maldito. Como resultado de esto la inmensa mayoría de los hombres honrados trabajan por un salario pequeño, por honorarios que no compensan el esfuerzo; y aun así, no les alcanza, no es suficiente. Otra maldición contra la fuente de trabajo Cuando la tierra estaba ya bajo maldición y el pecado anidaba en el corazón del hombre, Caín, hijo de Adán, tuvo celos de su hermano Abel, porque el humo de su ofrenda subía hasta el trono de Dios. Abel, conforme a lo que su padre Adán le había enseñado, ofrecía ovejas del rebaño que cuidaba en sacrificio por sus pecados. Caín ofrecía el producto de sus cosechas, y el humo de sus sacrificios no subía como olor grato a Dios. ¿Por qué? Primero, porque ese sacrificio era desobe- diencia. Caín sabía lo que demandaba Dios como sacrifi- cio, y en vez de complacerlo, insistía en que Dios recibiera lo que él quisiera darle. Pero como Dios mismo había maldecido el fruto de la tierra, no podía recibir las ofren- das de Caín. Por otra parte, Dios había querido revelar
  • 41. La pobreza y la maldición espiritual 39 desde un principio una verdad catastrófica para el género humano: la paga del pecado es muerte. Pablo se referiría después a esto cuando dijo: «La paga del pecado es muer- te, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6.23). La ofrenda de Abel cubría su pecado por la sangre derramada como sacrificio sustitutivo. La ofrenda de Caín, no. Recordemos que si bien todo en la creación quedó bajo maldición por las leyes espirituales que Dios más tarde revelaría a Moisés como «la ley», Dios no había maldecido la vida. Además, la Biblia dice que en la sangre está la vida. Toda ofrenda por el pecado tenía que ser con sangre, porque las leyes espirituales demandaban la vida del infractor. Como demorando el pago, temporalmente se ofrecía la sangre de una inocente víctima expiatoria: las ovejas y el ganado vacuno. Imaginemos que una persona está haciendo un juicio de desahucio contra alguien para que desaloje un local; y que mientras espera la solución de la demanda, acepta postergar el desahucio a cambio de que se pague algo de la deuda. Lo que el dueño de la propiedad realmente quiere es el local; pero a cambio de retardar el lanzamiento, exige un pago de alquiler. Es lo mismo en cuanto a Dios y el pecador. Como el hombre ha pecado, debe morir como lo exige la ley. Pero Dios en su misericordia dilata la ejecución de esta sentencia y acepta que el hombre le pague algo de la deuda: un sacrificio sustitutivo. La sangre de los animales, carneros y machos cabríos no era el pago de la deuda, pero se parecía a la moneda que se requería para su cancelación. No era la vida del infractor, pero era vida, vida que se entregaba como pago por el retraso temporal de la sentencia. Ya que la muerte es la paga del pecado, debía entregarse una vida a cambio de la propia. Más tarde la Ley mandaría sacrificar animales por los
  • 42. 40 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD pecados, «y sin derramamiento de sangre no se hace remi- sión» (Hebreos 9.22). Al ver que Dios aceptaba la ofrenda de Abel, Caín se enfureció, llevó a su hermano a un lugar solitario y lo asesinó. Luego, cuenta la Biblia, «Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: N o sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra» (Génesis 4.9-12). Además de la maldición de la tierra por el pecado de Adán, otra maldición caería sobre la tierra a causa del pecado de Caín. Me pregunto, ¿en qué parte del planeta no se ha derra- mado sangre inocente? Todo país ha sufrido guerras de independencia, guerras de conquista, guerras civiles, gue- rras internacionales, terrorismo, crímenes. Especialmente en los conflictos en que la sociedad es culpable, ¿no es acaso esto la sangre de los hermanos que clama a Dios desde la tierra? Y como si esto fuera poco,Jesús afirmó que no vino a cambiar la Ley, sino a cumplirla y a darle su verdadero significado. ¡Y qué significado! Según el Señor, todo es más difícil de lo que pensába- mos: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego» (Mateo 5.21,22). Así que hay más de una manera de cosechar esta mal-
  • 43. La pobreza y la maldición espiritual 41 dición sobre uno. Bastará con hacer que despidan del trabajo a quien no nos hizo ningún mal. El dinero no lo es todo Los malos harán dinero fácil. La prostitución, las drogas, el alcohol, el contrabando, la evasión tributaria y la explo- tación de los trabajadores nos pueden dar dinero «fácil». Pero el dinero es solo una parte, y no muy importante, de la prosperidad. ¿Qué es ser próspero? ¿Cuánto dinero tiene realmente el que es próspero? ¿Quién sabe? El dinero atrae el amor de personas indignas de ser amadas, pero no el de las que podríamos realmente amar. El dinero no compra la salud y menos la paz. El que hizo su dinero deshonestamente, ¡cuánto pagaría por un poco de paz! El que acumula riquezas solo por el afán de acumular jamás disfruta del dinero. El malo amasa una fortuna porque es astuto para los negocios a la manera del mundo. Pero por muy astutos, sagaces y pillos que sean, no disfrutarán de esas riquezas. Las verdaderas riquezas son para los que han sido justificados por Jesús. Por eso la Biblia dice que «el bueno dejará herederos a los hijos de sus hijos; pero la riqueza del pecador está guardada para el justo» (Prover- bios 13.22). Y la Biblia añade: «Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos» (Hageo 1.6,7). Aunque coman los manjares que su dinero compre, aunque se vistan con los mejores trajes, aunque vivan en los mejores palacios, nada los saciará.
  • 44. 42 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD El hombre desafortunado Imaginemos a un hombre que trabaja la tierra y que ha sido condenado a llevar sobre sus hombros un peso de veinte kilogramos. Llevar veinte kilos no debe parecer muy difícil al comienzo, pero imaginemos que él se levan- ta en la mañana y lo primero que hace es cargar con el bulto; y de allí no lo deja hasta volverse a acostar por la noche. ¿Cómo sentirá que fue la jornada de trabajo en ese día? ¿No será para él algo agotador? Así está el hombre bajo la maldición. Hay personas que están agobiadas con la carga de pecado y condenas que pesa sobre sus hombros, con toda la naturaleza y fuerzas espirituales que están en su contra. Un hombre así que quiera prosperar honradamente es muy difícil que pueda hacerlo. Y si trata de prosperar de manera deshonesta, al final su estado será peor que la pobreza. La angustia, la desesperación y otras cosas peores no lo dejarán. Ya debe haber comprendido que no es posible recibir la prosperidad de Dios si primero no arregla su situación espiritual. A partir de eso estará listo para que pasemos al primer paso de la verdadera prosperidad: la prosperidad espiritual.
  • 45. Capfiu/o cualro La prosperidad del Espíritu ¿De dónde viene la prosperidad? La prosperidad debe comenzar en los lugares celestiales o lugares espirituales, o sea, en la «dimensión del espíritu». El mundo material, la creación entera, se sostiene sobre bases espirituales. Todo lo que nos sucede en esta vida tiene su origen y es reflejo de lo que ocurre en esos lugares celestiales. En ellos vivimos también de alguna manera, aunque no seamos totalmente conscientes de ello al habi- tar en este mundo material en un tabernáculo de carne y hueso que es nuestro cuerpo. Necesitamos, pues, alcanzar primero las bendiciones ~n los lugares celestiales, para luego poder recibir el fruto de esas bendiciones aquí en la tierra. La Biblia sobre esto nos dice: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1.3). ¿Qué hay que hacer para recibir esas bendiciones, y quién podrá dárnoslas? En el campo sobrenatural existen dos fuentes de poder: El poder de Dios y el poder de las tinieblas. El poder viene de Dios o viene del diablo y sus demonios. No hay otra
  • 46. 44 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD posibilidad. En el mundo espiritual, dice Colosenses 1.13, solo hay dos reinos y por lo tanto dos fuentes de poder: El reino de las tinieblas y el reino de la luz y no podemos estar en ambos a la vez. El único que puede bendecirnos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo es Dios. Él el único que tiene toda la autoridad para hacerlo, y es el único que da bendiciones sin pedir nada a cambio. Si algo nos pide es que dejemos todo lo que nos hace daño y que hagamos solo lo que nos hace bien. Muchas veces las personas, por inexperiencia o igno- rancia, recurren a fuentes de las tinieblas sin imaginar lo que hay detrás de todo eso. Piensan que a través de espíritus o demonios o con hechizos y brujerías (y por supuesto realizando toda clase de acciones deshonestas, como ya hemos mencionado anteriormente) podrán atraer el dinero. Lo cierto es que cuando conseguimos cualquier tipo de favor sobrenatural, ese favor siempre tendrá un precio. ¿Cuál será el pago que uno deberá realizar a los demonios por los favores recibidos? El pago será la vida misma. No olvidemos que «la paga del pecado es muerte». Otras veces parece que las personas desearan conven- cerse de que no todo lo sobrenatural proviene de Dios o del diablo y creen que existen otras fuentes desconocidas no tan malignas, o aun, benignas a las cuales uno puede recurrir. Dichosos los que recurren a Dios. Él con su gran amor bendice sin esperar nada a cambio. Y no solo todo lo que uno obtiene de Él es debido a su gracia y su amor, sino que sobrepasa todo entendimiento. Eso dice Efesios 3.17-19. Meditemos en que Dios nos dio a Jesús, no ahora que andamos conforme al Espíritu, sino cuando éramos ene- migos suyos y vivíamos conforme a la carne. ¿Por qué lo hizo? Lo hizo «para que la justicia de la Ley se cumpliese
  • 47. La prosperidad del Espíritu 45 en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne pien- san en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios» (Romanos 8.4-7). Esto nos conduce a una promesa muy grande: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» (Romanos 8.32). Si estamos pidiendo conforme a su voluntad, no hay por qué dudar de que nos concederá lo que pedimos, pues ya nos dio lo más valioso que tenía: a Jesús. La Biblia también nos enseña en Santiago 1.17, que todo lo bueno viene siempre de Dios. No podemos recibir nada bueno de otra fuente. Él es quien nos bendice y nos da vida eterna. ¿Cómo pedir prosperidad? ¿Cómo pediremos a Dios que nos prospere? ¿Acaso somos dignos de hacer tal pedido? Verdaderamente no hay nadie digno de pedirle a Dios ni prosperidad, ni salvación, ni salud, ni ninguna otra cosa que no sea perdón por nuestros pecados, y mucho menos si vivimos siguiendo la corriente del mundo. El primer paso que debemos dar es arreglar nuestras cuentas con Dios de una vez y para siempre. Algunas personas creen que si de niños fueron llevados a alguna iglesia, fueron bautizados, y luego participaron repetidas veces de los ritos de esa iglesia, son salvos y tienen acceso al cielo. Están equivocados. Uno tiene que reconocerse
  • 48. 46 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD pecador y pedir perdón. Pablo afirma que «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3.23). En otras de sus cartas abunda en el tema y dice: «Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envi- dias, homicidios, borracheras, orgías, y otras cosas seme- jantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5.19-21). Lo peor que una persona puede hacer es creer que es inocente ante Dios y tratar de justificarse. No podemos alegar inocencia delante de Dios, porque Él sabe la verdad, aun si nosotros la queremos negar. Tampoco podemos pretender que nuestro pecado ten- ga atenuantes. Muchas veces las personas culpan a su pasado. Piensan que si alguien no los hubiera iniciado en prácticas sexuales pecaminosas, jamás habrían cometido pecados sexuales; o que si no los hubieran iniciado en el alcohol o las drogas, jamás habrían caído en sus garras. Otros piensan que el sembrar coca para la producción de cocaína no está mal porque tienen familias que alimentar y no encuentran otro modo de hacerlo. Otros, que si no extorsionan o reciben soborno, no les alcanzará para vivir. Realmente el diablo tiene un almacén inagotable de excu- sas para convencernos de que pecar es la única alternativa que nos queda. Es cierto que los tiempos son difíciles, pero jamás saldremos de nuestros problemas si nos justifica- mos. La verdad es que si nadie nos hubiera iniciado en tal o cual pecado, habríamos caído solos en ellos o habríamos caído en otros. Nunca hemos sido víctimas inocentes del pecado de otros, del egoísmo de otros, de la maldad de otros. Siempre hemos sido pecadores a la espera de que la
  • 49. La prosperidad del Espíritu 47 iniquidad brotara de nuestros corazones de una u otra manera. Y aun cuando las cosas que hicimos fueran pro- ducto de nuestra formación o deformación familiar y so- cial, debernos reconocer que son producto t~rnbién de nuestro propio pecado y del pecado de la raza adárnica, del cual todos somos responsables solidariamente. El rey David supo reconocer su propia culpa, aunque según el Salmo 51 sabía que en pecado fue concebido y en pecado fue formado. No pretendamos justificarnos delan- te de Dios, ya que no tenernos excusa para haber vivido alejados de Él. No nos sintamos justos, ni buenos delante de Dios, porque eso impedirá que Él nos perdone. Al contrario, confesemos a Dios nuestros pecados para ser perdonados y quedar libres del castigo. La prosperidad espiritual empezará siempre en los lugares celestiales cuando una persona reconoce su pecado y se vuelve a Dios. Solo Jesús libera al hombre Para recibir el perdón de Dios y alcanzar salvación, hemos dicho, no basta con practicar una religión, ni con asistir a una iglesia. Ninguna institución humana, ni aun la iglesia, puede dar de por sí salvación al hombre. Solo Jesús puede hacerlo. Dice la Biblia que «en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hom- bres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4.12). Sin embargo, algunas cosas son contraproducentes en cuanto a obtener el perdón de los pecados. Alegar inocencia Nada más absurdo. Dios mismo dice, corno hemos leído anteriormente, que todos los hombres han pecado. Ade-
  • 50. 48 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD más, ya sabemos que la paga del pecado es muerte y que no hay perdón de pecados sin derramamiento de sangre. Si alegamos inocencia, perdemos nuestra mejor opción. Jesucristo dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Marcos 2.17). Si usted no reconoce que es pecador, se excluye de entre los que Cristo vino a buscar. Además, si alegamos inocencia, perdemos la oportuni- dad de que nos defienda ante el altar de Dios el mejor abogado del universo: Jesucristo. «Hijitos míos», dijo Juan, «estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2.1). Sin ese abogado estamos perdidos. Alegar que todos lo hacen Demasiadas veces escuchamos el siguiente alegato: «No soy malo, me preocupo por mi familia, doy limosna a los pobres, practico mi religión (claro, a veces, porque no soy fanático). Soy como todo el mundo, ni mejor ni peor». ¿Por qué tantas personas expresan esto? Muchos lo expresan porque consideran normal el prac- ticar ciertos pecados y llegan a pensar que es imposible evitarlos. Otros aplican su propia justicia y consideran normales y justificadas su reacción a los pecados que otros cometen contra ellos. Lamentablemente nos cuesta recor- dar que nuestra justicia es un trapo sucio para Dios, como dice Isaías 64.6. Muchas personas no consiguen ver sus propios peca- dos por tener la vista enfocada en los pecados con que otros las lastimaron. Por ejemplo, si a una persona la estafan impunemente y la despojan de todas sus pertenen- cias, vivirá pensando en el mal que le hicieron y se sentirá una víctima; y al ser la víctima, se sentirá inocente. Pensará
  • 51. La prosperidad del Espíritu 49 que no hizo nada para merecer eso y a lo mejor es cierto. Pero lo que a esa persona no se le ocurre es que ese pecado ajeno que la dañó tanto dio origen a otros muchos pecados que sí llevan su firma. Entre estos pueden hallarse pecados como la amargura, la ira, el resentimiento, el odio, el deseo de venganza. Es como si el pecado de la estafa, en este caso, fuera la madre que hubiera dado origen a los demás pecados. El mayor daño que puede causarnos la persona que peca contra nosotros en realidad es el hacernos a su vez pecar, romper nuestra comunión con Dios e impedir- nos recibir su perdón. Si no perdonamos nosotros, no alcanzaremos el perdón de Dios. Y ese es un lujo que no podemos darnos. La Biblia es clara en cuanto a esto: «Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará tam- bién a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdo- náis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6.14, 15). Tratar de llegar a un arreglo con la corte Algunos aceptan haber hecho cosas malas y entienden que estas cosas malas traen maldición a sus vidas. Otros no lo entendían así, pero ya lo están entendiendo al leer este libro. Sin embargo, muchos aun a pesar de reconocerlo, buscan llegar a un arreglo con Dios: «Señor, mira, es cierto que he hecho cosas malas, no lo niego; pero también es cierto que he hecho cosas buenas». Es decir, quieren ofre- cer las cosas buenas que han hecho para anular las malas. Hace años, cuando me enseñaban religión en el colegio, el maestro nos refirió la siguiente historia: Una vez un padre, viendo que su hijo se portaba muy mal, tuvo una idea para corregirlo y le dijo: -Hijo mío, mira, te voy a dar esta tablita. Quiero que cada vez que hagas una mala acción o cometas un pecado,
  • 52. 50 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD claves un clavo en la madera. Por cada buena acción que emprendas, retira un clavo de ella. El niño comenzó a hacer como su padre le dijo y muy pronto la madera se le llenó de clavos. Avergonzado, decidió comenzar a hacer cosas buenas a fin de ir retirando los clavos. En efecto, uno a uno los fue sacando. Después de un tiempo todos los clavos habían salido. El padre lo llamó y le dijo: -Hijo mío, muéstrame la madera que te di. El niño se la dio y el padre la miró con tristeza y dijo: -Me alegro, hijo mío, de que la madera no tenga clavos, pero siento una enorme tristeza al ver todos los agujeros que hay en ella. La madera maltrecha de la anécdota representa lo que a menudo hacemos con nuestra vida. Muchos eren que Dios compensa lo malo con lo bueno. No es así. No pode- mos cambiar buenas obras por pecados, porque sería como cuidar niños huérfanos para compensar el haber asesinado a un padre de familia, o querer ser lazarillo de un ciego para que nos perdonen un robo a mano armada. Las Cortes de Justicia tienen leyes muy estrictas y para cada crimen hay un castigo, que por lo general es un período de cárcel. Para crímenes mayores, el pago podría ser incluso la pena de muerte. N un ca se ha oído de un juez que, en vez de darle veinte años de cárcel a una persona que ha cometido un delito grave, lo mande a decir cinco padrenuestros porque haya hecho una obra de caridad extraordinaria. Resultaría absurdo. Lo mismo sucede con nuestros pecados. En ningún lugar de la Biblia se menciona que la paga del pecado es religión, buenas obras o penitencias. La paga del pecado, dice Romanos 6.23, es la muerte del infractor y eso es todo. Debemos aceptarlo y rendirnos al plan de Dios.
  • 53. La prosperidad del Espíritu 51 El sacrificio de Jesús libra al hombre de toda maldición Hablando de Jesucristo y el plan de salvación, la Biblia dice que «llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los peca- dos, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sana- dos» (1 Pedro 2.24). Aun cuando la mayoría de los que dicen ser creyentes no lo saben, el sacrificio de Jesús cubre todos los aspectos de la maldición por el pecado original y libra al hombre de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte eterna. Dice Colosenses 2.14 que Jesús anuló «el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitán- dola de en medio y clavándola en la cruz». Las sentencias que había sobre cada uno de nosotros, Jesús ya las anuló La pregunta que surge es: ¿cómo lo hizo? Si la paga del pecado es muerte, ¿cómo pudo soslayar la Ley, para que su peso no nos cayese encima? Si Dios es un juez justo, ¿cómo fue posible que se anulara el acta de los decretos que nos eran contrarios? Pues bien, Jesús no cambió la Ley. Simplemente la cumplió por nosotros. Un día dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido para abrogar la Ley o los profetas; no he venido para abrogar sino para cumplir» (Mateo 5.17). La parte más difícil de la Ley la cumplió al morir en la cruz por nosotros. Allí el amor de Dios quedó fuera de toda duda. Dios nos amaba más de lo que podemos pensar o entender. Como dice la Escritura, su amor excede a todo conocimiento. El sacrificio perfecto El sacrificio de Jesús es integral, porque incluye todos los aspectos de la vida del hombre. Jesús nació de María, una doncella aún virgen. Heredó
  • 54. 52 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD de ella la naturaleza humana. Es el único ser que ha nacido sin pecado, debido a que su Padre no fue un hombre. No heredó el pecado de Adán, del cual toda la raza humana es mancomunadamente culpable al heredar de sus padres no solo la culpa sino la mancha de la raza. El pecado original se hereda de padre a hijo, no de madre a hijo, ya que el padre es la autoridad espiritual de la familia. Aunque era completamente hombre y completamente Dios, quiso despojarse de sus atributos divinos para llevar a cabo el plan de redención. La Biblia lo expresa así: «Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2.6-8). El cuerpo que adoptó fue el mismo que el hombre tenía después de la caída. No podía llevar a cabo el plan de salvación con un cuerpo diferente. La Biblia lo llama cuer- po de pecado, porque puede ser tentado a pecar tanto desde fuera como de su propia concupiscencia o de los apetitos carnales o de sus propias pasiones desordenadas. Así que Jesús vino en semejanza de carne de pecado para condenar al pecado en la carne. Por este motivo era la víctima perfecta para entregarse propiciatoriamente, «porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne» (Romanos 8.3). Los antiguos, al sacrificar animales, tan solo conseguían retrasar la sentencia que pesaba sobre ellos. Esas ofrendas de novillos, chivos, cabras, ovejas y tórtolas donde se derramaba sangre eran solamente una sombra de lo que había de venir. Jesús, siendo la ofrenda que Dios esperaba,
  • 55. La prosperidad del Espíritu 53 dio su vida por nosotros y nos hizo perfectos de una vez para siempre a todos los santificados. Hebreos 9.11,12 dice: «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos, ni de bece- rros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna reden- ción». Y Hebreos 10.1 añade: «Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan». La sangre de esas víctimas solo era un modelo que seguían los que un día serían justificados. La sangre de Cristo y su sacrificio son la realidad misma. Jesús es el único nacido de mujer que no pecó jamás. Ezequiel 18.4 dice que solo moriría el alma que pecara. Pero Jesús nunca pecó: «No hizo pecado, ni se halló enga- ño en su boca» (1 Pedro 2.22). Si no pecó jamás, ni heredó el pecado original, la ley no podía matarlo, aun cuando estaba en un cuerpo de pecado. Y si la ley no podía matarlo, ¿por qué murió? Él mismo lo explicó: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre (Juan 10.17,18). Jesús puso su vida voluntariamente por todo aquel que le recibiría como Señor y Salvador perso- nal. Su muerte estaba profetizada. Isaías había proclamado que «Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53.5). Jesús, que nunca cometió pecado, es la víctima perfecta para
  • 56. 54 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD cambiar la indignidad del hombre por su dignidad, nues- tros pecados por su justicia. Si las consecuencias del peca- do fueron la pobreza, la enfermedad y la muerte eterna, Jesús al morir en la cruz sufrió cada una de esas consecuen- cias y nos libró de la muerte, de la enfermedad, del dolor, de la pobreza y de la falta de paz; dándonos además el don de la vida eterna. Venció la maldición Hemos visto que Jesús anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, los que encontramos el camino de salvación. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldi- to todo el que es colgado de un madero» (Gálatas 3.13). Es decir, Él anuló las consecuencias de los pecados, y obtuvo para nosotros redención eterna. Cuando Jesús comenzó su ministerio nos anticipó cuál sería su resultado: «El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cauti- vos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya» (Isaías 61.1-3). Con su sacrificio, que terminó con su muerte en la cruz del Calvario, destruyó las raíces de la muerte espiritual, de la pobreza, de la enfermedad, de la angustia, de la depresión, del temor, y algo sin raíces o con la raíz muerta no puede mantenerse. Jesús vino a librarnos de la cautividad del pecado, de las prisiones, de la miseria, vino a sanar los
  • 57. La prosperidad del Espíritu 55 corazones heridos, a darnos gozo en vez de tristeza y para hacernos fuertes como robles, en vez de débiles como cañas azotadas por el viento. A través de su martirio, venció las maldiciones que nos traen pobreza en sí, la maldición al fruto del trabajo y la maldición a la fuente de trabajo. La pobreza de Jesús La pobreza de Jesús no fue casual. Tampoco fue una manera de rechazar a los ricos y la riqueza ni de optar por los pobres. El que Jesús abrazara la pobreza tuvo una razón mucho más profunda. Durante su ministerio en la tierra Jesús se relacionó con los pobres, con los enfermos, pero también con los ricos. No olvidemos cuando Jesús, como lo relata el Evangelio de Lucas 19.2-5, fue a cenar con Zaqueo. Muchos murmuraron, pero Jesús había venido a salvar lo que se había perdido, y Zaqueo, rico y publicano, necesitaba también un Salvador. Sin embargo, Dios había elegido para Jesús una vida pobre, no porque Él fuera pobre -ya hemos visto que Dios es extremadamente rico en todo- sino porque esa pobreza era necesaria para el plan de salvación. Cuando Jesús comenzó su ministerio renunció a todas las cosas, incluso a aquellas que el oficio de carpintero heredado por su padre adoptivo pudieron darle. Jesús no tenía ni siquie- ra donde dormir con regularidad. Muchas veces le sor- prendía la noche en el campo, y allí se echaba a dormir. Un día unos hombres fueron a decirle que querían seguirlo y probablemente le preguntaron dónde solía reunirse para así poder dejar sus cosas. Jesús les respondió: «Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza». Las circunstancias de su nacimiento son aún más inte- resantes. Muchos se imaginan que José era tan pobre que
  • 58. 56 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD cuando tuvo que ir a Belén para el censo se hospedó en un pesebre, en un corral de animales, porque no tenía dinero para pagar el mesón. La verdad es que, como dice Lucas 2.7, no había lugar para ellos en el mesón. Seguramente estaba lleno de forasteros a causa del censo. Esto no lo afirma la Biblia para disimular su pobreza, sino para de- mostrarnos que el dinero no era la causa, sino que fue la voluntad de Dios que naciera Jesús en ese lugar; no para aparentar una pobreza que no existía, pues si José buscó primero lugar en el mesón era porque podía pagar el hospedaje. De no haber tenido dinero, probablemente habrían buscado un hogar caritativo que se apiadase de ellos debido al estado de su joven esposa que estaba a punto de dar a luz en un día tan frío. Pero no fue así. José fue a la hostería y no encontró lugar y, dada la emergencia, tuvo que contentarse por con el establo detrás del mesón. ¿Por qué, entonces, si Dios es rico y José no era tan pobre, Jesús nació en un establo en Belén? ¿Por qué toda la pobreza que Jesús experimentó en su vida terrenal? Él sabía que la Ley nos maldecía y que por causa de la maldición éramos pobres. Un día tomó la maldición sobre sí mismo, y voluntariamente se hizo pobre para tomar nuestra pobreza. Son bellas las palabras con que Pablo lo afirma: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriqueci- dos» (2 Corintios 8.9). Jesús voluntariamente se hizo pobre para quitar de nosotros el dolor y las consecuencias de la pobreza y darnos a cambio sus riquezas. Jesús llevó la corona de espinas La Biblia nos cuenta que «pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de Él, le escarnecían, dicien-
  • 59. La prosperidad del Espíritu 57 do: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza» (Mateo 27.29,30). Este hecho resulta no solo conmovedor, sino además suma- mente interesante. ¿Por qué Dios, siendo todopoderoso, permitió que su Hijo sufriera suplicios adicionales que normalmente ni los peores delincuentes sufrían? Todo en la vida de Jesús tenía un propósito. Como vimos en el tercer capítulo, Génesis 3.17,18 habla de que la tierra sería maldita por causa del pecado de Adán y Eva, y que de allí en adelante le daría al hombre cardos y espinos. Nuestro trabajo sería también maldito porque con dolor comeríamos de la tierra. Esa caña que pusieron de cetro en su mano y esas espinas estaban haciendo que Jesús cumpliera en sí mismo una maldición que no debería haberlo tocado. Jesús llevó las espinas sobre sí para decir: «Padre, mírame, acepto las espinas sobre mí. ¡Quítaselas a ellos!» Gracias a la corona de espinas de Jesús, el fruto de nuestro trabajo ya no será cardos y espinas. Jesús derramó su sangre Jesús derramó su sangre al morir por el hombre, ya lo sabemos, pero lo que se nos escapa muchas veces es que Jesús roció con su sangre la tierra alrededor de la cruz. La sangre de Abel y de todos los inocentes que han muerto clama venganza desde la tierra (Génesis 4.10). El pecado de Caín, el odio de los hombres, el chisme, la murmura- ción, la difamación, el robo y el asesinato pesan sobre la humanidad. La sangre derramada clama venganza a Dios desde la tierra. Como consecuencia de esta maldición, la tierra perdió su fuerza. Aquí la tierra representa nuestra fuente de trabajo. Los países que sufren violencia interna, guerra civil, terrorismo, son países que se desangran. Los campos son abandonados, las fábricas cierran, los negocios colap-
  • 60. 58 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD san y la gente pierde sus fuentes de trabajo. La recesión y la quiebra del sistema económico son parte de esta maldi- ción. La sangre de nuestros hermanos pide venganza y la tierra pierde su fuerza, su productividad. Este drama lo vive la humanidad constantemente. En su gran amor resolvió también esto al morir. Cuen- tan los Evangelios que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua (Juan 19.34). Todo está resuelto. Si la sangre de todos aquellos justos inocentes derramada sobre la tierra pide venganza, la sangre de Jesucristo clama misericordia. Reconozcamos nuestra pobreza espiritual El Señor dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5.3). El que reconoce su necesidad espiritual, su pobreza espiritual, esa pobreza de la que hemos hablado y que Jesús venció en el Gólgota, es un bienaventurado. Claro, siempre y cuando haga algo al respecto. Si no se había dado cuenta de que necesitaba un Salva- dor, ya lo sabe. Ninguna religión salva, solo Jesús salva, y ahora lo va entendiendo mejor. Las revelaciones que la Biblia nos ofrece sobre las maldiciones y cómo Jesús nos rescata de ellas son suficientes para probarlo. También debe recordar que las maldiciones son una herencia de la raza de Adán, y corno somos descendiente de Adán, las maldiciones están operando en nuestra vida. Tenernos que morir y volver a nacer para no ser descendiente de Adán. Jesús nos ofrece hacernos descendientes suyos a través de un nuevo nacimiento espiritual. Cuentan la Biblia que «había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicoderno, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabernos que has venido de Dios corno maestro; porque nadie puede hacer
  • 61. La prosperidad del Espíritu 59 estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Pue- de acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3.1-6). Si nunca lo ha hecho, le animo hoy a que haga una oración reconociendo sus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos y permitiendo que Jesús entre en su corazón. De esta manera volverá a nacer, esta vez del Espíritu. Puede seguir esta oración que propongo: Señor Jesús, soy pecador, y en este día te quiero pedir perdón por cada uno de mis pecados. Tú me conoces y sabes bien todo lo que he hecho. Te pido que me perdones. Sé que me amas, pues ahora conozco lo mucho que has hecho por mí. Pagaste con tu sangre el precio de mi pecado y resucitaste para interceder por mí en la gloria. Entra en mi corazón. Allí te recibo hoy como mi Señor y como mi Salvador. Te entrego mi vida y te pido que me hagas nacer de nuevo y me cambies. Te doy gracias por haber muerto por mí y por darme el regalo de la vida nueva y eterna. Bien. Si hoy ha hecho esta oración por primera vez, le aconsejo que busque una iglesia donde se predique a Jesús y el evangelio completo, pues usted ha vuelto a nacer y necesita alimentar su espíritu. ¡Bienvenido a la familia de Dios! Hoy su nombre está siendo escrito en el libro de la vida que se menciona en Filipenses 4.3. Corno dice Pablo en Efesios 2.19, «ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la fami- lia de Dios».
  • 62. 60 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD Conclusión Ya hemos expresado lo que es. En pocas palabras, prospe- ridad espiritual es tener en el corazón el bien supremo, Jesús, y mediante Él reconciliarse con Dios. Si ya es prós- pero espiritualmente, conserve esa prosperidad perseve- rando en la comunión con Dios. Su amor nos despierta con sus grandes obras, nos mantendrá ocupados en cosas espirituales (orando, ayunando, leyendo la Biblia) y así podremos vivir una vida de santidad. Una vida consagra- da a hacer la voluntad del ser más maravilloso y bueno del universo.
  • 63. La prosperidad del cuerpo
  • 64.
  • 65. Capítulo cinco Dios creó al hombre para vivir eternamente A su imagen y semejanza «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó», cuenta Génesis 1.26,27. Dios creó al hombre tomando de modelo su propio ser y lo hizo por amor. Fue la gran obra maestra del artista, pero a la vez, la expresión amorosa de un Padre. Pero, ¿dónde radicó la semejanza del hombre con Dios? En ese momento no radicó en el aspecto físico, sino en su capacidad de escoger su propio camino, en su capacidad de decidir el rumbo de su vida ejerciendo el libre albedrío (por supuesto que dentro de los límites que Dios le esta- bleció dentro del ambiente físico donde se desenvuelve y el ambiente espiritual). Ahora la semejanza es mayor aún, ya que Dios hoy en día tiene un cuerpo humano. Jesús tomó un cuerpo humano en la encamación y, como resu- citó y jamás lo desechó, aun en el cielo lo conserva. Ahora no es un cuerpo normal, tal como lo conocemos, sino el cuerpo glorificado de Jesús después de la resurrección. El cuerpo de Jesús, después de la resurrección, se com- portaba de un modo muy extraño. Juan 20.19,20 nos dice que casi no podían identificarlo: «Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las
  • 66. 64 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor». La narración de este hecho es sencilla pero muy importante, porque demuestra con una ingenuidad absoluta lo que pasaba en el corazón de los apóstoles en ese momento. Los discípulo se regocijaron de ver al Señor, pero tuvieron miedo pensando que se trataba de un fantasma. El relato de Lucas 24.36-43 dice que los discípulos se asustaron con la aparición extraordinaria de Jesús al atra- vesar las paredes y ubicarse en medio de ellos. Así lo relata Lucas: «Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero Él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban mara- villados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado y un panal de miel. Y Él lo tomó y comió delante de ellos». El Señor los calma y los convence de su presencia usando los sentidos de los dis- cípulos. Quiere que se aseguren de que están viendo a un ser de carne y hueso y para ello les muestra sus manos y sus pies para que lo reconozcan por las heridas que deja- ron los clavos en Él. Resulta impresionante que coma delante de ellos para quitar sus dudas y hacerles ver que no era un fantasma. Me imagino a los apóstoles mirando hacia abajo, para ver si los alimentos se le caían al suelo y si no se trataba tan solo de un truco. También llama la atención el que no
  • 67. Dios creó al hombre para vivir eternamente 65 tocara la puerta. Pudo haberlo hecho, pero no lo hizo. Prefirió una extraordinaria aparición para que en pocas palabras sus discípulos entendieran lo sobrenatural de su nueva vida. Es más, aparentemente no lo reconocieron por su cara o su aspecto, pues tuvo que mostrarles las heridas para que se dieran cuenta que era Él. Ya antes había aparecido a los peregrinos de Emaús y ellos tampoco lo reconocieron. En la anécdota del camino a Emaús, la Biblia dice que, aparentemente, tenían puesto una especie de velo espiri- tual que hacía que no pudieran reconocerlo: «Dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen» (Lucas 24.13- 16). Este encuentro fue extraordinario también por el he- cho de que, según Lucas 24.30,31, Jesús desapareció delante de sus ojos en el momento en que lo reconocieron. Jesús se encontraba en un cuerpo glorificado. Por eso no lo reconocían, atravesaba paredes, se esfumaba delante de los ojos de las personas y demostraba no ser una aparición fantasmal comiendo delante de sus apóstoles y discípulos. Su extraordinario cuerpo poseía capacidades que son sobrenaturales para nosotros, pero naturales para El, aunque no comprendamos su funcionamiento. En el momento de la resurrección, habría sido emocio- nante estar presentes en el sepulcro de la roca, en la tumba que Nicodemo había cedido para enterrar a Jesús. Proba- blemente una potente luz iluminó el cuerpo y luego de devolverle la vida, este atravesó los lienzos con que había sido embalsamado. Dice la Biblia que al enterarse Pedro y Juan de la resurrección, por el testimonio de María, corrie- ron a la tumba y lo que vieron los hizo creer. ¿Qué los hizo