1. DEMOCRACIA
EN
CRISIS,
CRISIS
EN
DEMOCRACIA
Jesús
Casquete,
UPV/EHU
y
Centro
de
Investigación
sobre
Antisemitismo,
Berlín
Según
un
diagnóstico
habitual,
un
problema
fundamental
de
la
política
democrática
es
la
impotencia
de
los
Estados
a
la
hora
de
embridar
a
la
economía.
Las
instancias
que
marcan
la
senda
a
seguir,
sostiene,
ya
no
son
las
mismas
de
las
que
la
ciudadanía
se
ha
dotado.
Ahora,
en
la
era
de
la
globalización
y
el
turbocapitalismo,
residen
en
ese
no-‐lugar
subsumido
en
la
fórmula
vaporosa
de
"los
mercados".
Se
trata
de
un
dilema
de
difícil
solución
cuando
de
lo
que
se
trata,
máxime
en
tiempos
de
zozobra
económica,
es
de
devolver
a
la
ciudadanía
la
capacidad
decisoria
sobre
su
rumbo
colectivo.
Difícil,
porque
la
política
democrática
y
la
economía
financiero-‐especulativa
operan
con
lógicas
temporales
diferentes.
La
democracia
necesita
tiempos
dilatados
para
completar
sus
protocolos
de
identificación
de
problemas,
deliberación,
agregación
de
intereses
y
toma
de
decisiones.
Esos
mercados
que
un
día
sí
y
otro
también
nos
montantean
son
capaces
de
indisponer
a
economías
nacionales
en
fracciones
de
segundo.
La
desincronización
entre
el
tempo
de
las
decisiones
políticas
y
las
económicas
es
palmaria.
Más
aún:
es
irreversible,
a
menos
que
se
tomen
atajos
y
se
estrechen
los
tiempos
políticos
de
respuesta
optando,
como
se
hizo
en
Italia
bajo
Mario
Monti,
por
gobiernos
tecnócratas
o,
menos
deseable
todavía,
se
imponga
alguna
variante
autoritaria.
Una
explicación
socorrida
para
explicar
el
eclipse
de
la
política
y
el
arrinconamiento
del
Estado
señala
a
la
ideología
neoliberal
como
su
principal
responsable.
Bajo
su
influjo,
multiplicado
por
el
empuje
de
los
poderes
económicos
que
la
sostienen
y
su
penetración
en
todas
las
esferas
de
la
vida
social,
el
Estado
ha
ido
replegándose
en
parcelas
fundamentales
para
la
garantía
de
la
igualdad
real
para
todos,
como
la
educación
y
la
sanidad.
De
acuerdo
con
su
lógica
de
renunciar
al
control
político
de
la
sociedad,
el
Estado
es
cada
vez
menos
de
Bienestar
y
más
mínimo.
La
confianza
se
deposita
ahora
en
la
mano
invisible
reparadora
del
mercado.
Esta
explicación,
acertada
en
lo
sustancial,
conviene
enriquecerla
con
un
añadido:
el
neoliberalismo
pivota
sobre
un
sistema,
el
económico-‐financiero,
capaz
de
mostrar
con
inmediatez
sus
preferencias,
siempre
guiadas
por
la
voracidad
de
la
mayor
ganancia
al
menor
instante.
Si
la
democracia
es
intensiva
en
tiempo
y
lenta
por
naturaleza,
y
los
mercados
son
el
reino
del
vértigo,
¿cómo
regenerar
la
política?
Pregunta
compleja
para
respuestas
sencillas.
Las
propuestas
de
celebración
de
referendos
en
circunstancias
de
una
profunda
crisis
económica
se
enredan
en
su
propio
ovillo:
exigen
una
divisa
escasa,
el
tiempo,
para
atajar
problemas
perentorios.
Y,
sin
embargo,
la
recuperación
de
la
centralidad
de
la
política
pasa
por
más
2. democracia.
O,
más
específicamente,
por
el
fomento
de
una
cultura
democrática
que
capacite
a
la
ciudadanía
para
formarse
un
juicio
fundado
a
partir
de
los
debates
que
tienen
lugar
en
la
esfera
pública,
acaso
interviniendo
también
en
ellos.
Los
ritmos
de
la
política
democrática
permiten
pocos
resquicios
para
acelerar
la
toma
de
decisiones,
pero
sí
cierto
margen
para,
ya
que
no
antes,
al
menos
sí
hacerlo
con
mayor
calidad
gracias
al
fomento
y
la
institucionalización
de
la
deliberación
pública.
Más
debate
y
participación
dilata
los
tiempos,
cierto,
pero
las
decisiones
adoptadas
se
enriquecen
con
el
intercambio
argumentativo
entre
opiniones
expertas
diferentes
y,
de
paso,
ganan
en
legitimidad.
Una
participación
efectiva
exige
cuando
menos
dos
requisitos.
Es
imprescindible
contar
con
una
ciudadanía
competente
y
dispuesta
a
exigir
cuentas
a
sus
representantes
por
sus
decisiones
e
indecisiones,
siendo
irrelevante
desde
este
punto
de
vista
el
método
electoral
con
el
que
hayan
sido
elegidos,
proporcional
o
mayoritario.
También
hace
falta
una
esfera
pública
dinámica
y
plural
capaz
de
ofrecer
a
esa
misma
ciudadanía
argumentos
racionales
y
razonables
a
partir
de
los
que
adoptar
un
criterio
propio
y
donde
poner
a
prueba
su
competencia
ciudadana.
La
capacidad
crítica
de
la
ciudadanía
guarda
estrecha
relación
con
su
grado
de
formación.
Los
drásticos
recortes
sufridos
en
España
en
los
sistemas
educativo
y
de
investigación,
es
decir,
allí
donde
se
genera
y
reproduce
el
conocimiento,
ensombrecen
más
si
cabe
el
panorama.
Quienes
están
al
mando
de
la
nave
económica
y
política
en
Europa
tienen
claras
cuáles
son
las
preferencias.
En
el
debate
televisivo
celebrado
el
pasado
1
de
septiembre
de
2013,
la
canciller
Angela
Merkel
fijó
en
dos
ocasiones
las
prioridades
de
su
futuro
gobierno.
En
la
primera
ocasión
se
refirió
a
la
investigación,
las
infraestructuras
y
la
educación;
en
la
segunda
a
investigación
y
educación.
Siempre
en
ese
orden.
De
otro
lado,
en
toda
sociedad
democrática
los
medios
de
comunicación
son
el
lugar
por
excelencia
para
la
deliberación
sobre
temas
públicos
y
el
control
de
los
servidores
de
la
sociedad.
Por
su
grado
de
penetración,
y
porque
expone
la
confrontación
entre
posturas
diferentes
como
ningún
otro
medio,
la
televisión
es
un
buen
termómetro
de
la
calidad
de
cultura
de
debate
de
un
país.
¿Qué
temperatura
marca
en
España?
Fría,
tirando
a
gélida.
Entre
nosotros
los
políticos
(da
igual
el
color)
prefieren
intervenir
en
congresos,
inauguraciones
y
fiestas
de
partido,
siempre
rodeados
de
bustos
cabeceantes
estratégicamente
dispuestos,
en
lugar
de
someterse
a
debates
en
entornos
menos
indulgentes,
como
podrían
ser
los
debates
en
los
medios.
Si
la
democracia
no
puede
ganar
en
rapidez
de
reacción
a
las
mutaciones
vertiginosas
de
su
entorno,
sí
puede
mejorar
la
"calidad"
de
su
respuesta.
Formar
una
ciudadanía
crítica
y
engrasar
los
canales
de
comunicación
entre
ella
y
el
sistema
político
es
parte
indispensable
de
3. la
tarea.
Más
y
mejor
cultura
democrática
es
el
mejor
antídoto
para
la
crisis
de
la
democracia
actual.