2. Su padre le forzó a
ser médico. Ingresó
en la sanidad militar y
fue destinado a Cuba,
donde contrajo el
paludismo. En el
extranjero hubo
intentos de
desprestigiar sus
descubrimientos
sobre células
nerviosas. Sólo
cuando ganó el Nobel,
España descubrió que
tenía un sabio.
3. Si hubiera tenido un padre menos bruto,
no habría heredado un espíritu tan
soberbio. Era don Justo Ramón, padre de
Santiago, un carácter tan tremendo que
sólo oponiéndole una obstinación aún
mayor era posible un desarrollo individual.
Sin su padre, Cajal habría sido cualquier
otra cosa, sin duda importante, pero no el
investigador, el científico que llegó a ser.
Porque si el talento puede ser natural, la
voluntad se forja y el espíritu se templa
contra los obstáculos. Y don Justo fue
como una peña: obstáculo y elevación
sobre una perspectiva vital durísima,
plana, árida, un yermo donde sólo crecía la
necesidad.
4. Su adolescencia fue un contínuo tira y afloja
entre la voluntad paterna y sus ensoñaciones
líricas o épicas, según le diera por ser general o
pintor. Le gustaba la soledad, meterse en los
montes, cultivar una cierta misantropía.
Ganábale terreno una ambición sin objeto, una
curiosidad desbocada, un afán de saber que iba
más allá de la barbería y la cirugía. Pero su
padre lo arrastraba. Lo introdujo en la anatomía
con apenas 16 años y, cuando consiguió
trasladarse a Zaragoza como médico de la
Beneficencia, lo matriculó en la universidad.
Cursó medicina sin sosiego, entró en la sanidad
militar y quiso el destino que su regimiento
fuera llamado a formar en el ejército
expedicionario que partió hacia Cuba en 1874.
Apenas un año después, Cajal cayó
gravísimamente enfermo de paludismo, pero,
devuelto a España, sobrevivió. La enfermedad
no le abandonó del todo y retornó como
hemoptisis, de la que curó en Panticosa el día
en que decidió no ser un enfermo.
5. En 1883 consiguió por fin la cátedra de Medicina de
Valencia. Aunque había publicado ya un estudio sobre las
terminaciones nerviosas de los músculos, era un
desconocido. Mientras su familia crecía -Santiago, Luis,
Paula, Jorge, Enriqueta-, él pasaba los días y no pocas
noches volcado sobre el microscopio. Sus intentos de
entrar en una cierta vida social no sobrepasaron el
Ateneo. Estaba solo y carecía de medios para investigar.
Fueron años a la vez luminosos y sombríos, de
conocimiento sin reconocimiento, en los que su primitiva
afición a pintar, extendida a la naciente fotografía, le
consolaba de la aridez de la observación pura. Pero ahí,
en la angostura del laboratorio, encontraba por fin
horizonte para su ambición. Trabajó sobre el microbio del
cólera y combatió también como médico la enfermedad.
Firmaba artículos con el seudónimo de Doctor Bacteria y,
siempre por su cuenta, perfeccionó el método de
observación de Golgi, canónico en Europa. Mientras se
creaba la primera cátedra de Histología en España, Cajal,
que había aprendido un rudimentario alemán y un inglés
elemental para completar su pobre francés, veía cómo
sus primeras investigaciones sobre el sistema nervioso se
publicaban en las revistas científicas germanas. Son años
de roturación y siembra; también de supervivencia. En
1889 publica su Manual de Histología; en 1891, doña
Silveria le da otra hija, Pilar; en 1892, consigue la cátedra
de Madrid y brujulea en busca de tertulia: desembarca en
la del Café Levante pero acaba fondeando en la del Suizo.
6. esencial de su trabajo, equivalente a la investigación
undial de 50 años, según algunos científicos, es el
scubrimiento de la neurona y la clarificación de su
tructura y funciones en el sistema nervioso, acabando
n la teoría reticular que hasta entonces reinaba y
mbiando por completo la idea que se tenía sobre ese
bito. Pocas veces un descubrimiento ha ido tan a
ntrapelo de lo que se sabía a tan en contra de lo que se
eía. De hecho, tanto en el extranjero como en España,
jal padeció hasta el final de su vida intentos de acabar
n su teoría y de desprestigiar su tarea. También la
vidia, que no es una costumbre de la comunidad
ntífica actual sino una vetusta tradición, lo distinguió
forma sañuda y señalada. Pero a lo más que llegaba
a a indignarse, nunca a afligirse. Cuando corrió la
ticia del Nobel, que a Cajal no le convencía mucho,
paña descubrió de pronto que tenía un sabio. No un
ntífico, sino el científico por antonomasia, por no decir
único. Cajal es víctima de la curiosidad nacional: le
nen su nombre hasta a las gaseosas y enferma del
tómago por culpa de los banquetes. Tendrán que pasar
rios años para que su vida se sosiegue, recupere su
cación académica y forje una escuela que continúe sus
señanzas. Los barquinazos de la Restauración le
eocupan mucho, ya que una cierta paz ciudadana era
cesaria para su ideal de reforma y modernización
cial, a la que Cajal aportaba la noción del patriotismo
odernizador de la Ciencia como vocación y necesidad
blica.
7. En 1922 publicó sus Charlas de café, que
acrecentaron su popularidad. Multitud de
jóvenes lo tomaron por modelo, y su ejemplo
o el de su gloria hicieron por despertar
vocaciones más que 100 campañas
gubernamentales. Nunca quiso ser ministro de
Educación -Moret se lo propuso antes del
Nobel- y, tras la dictadura, apoyó a la
Agrupación al Servicio de la República, de
efímera vida y nula eficacia. En 1930 quedó
viudo y se dedicó por completo a la fundación
de instituciones de educación como la Escuela
Nacional de Sanidad o el Instituto Cajal para la
Investigación. Vivió sus últimos años
preocupado por la suerte de España, que veía
cada vez más abocada al barranco, y murió el
17 de octubre de 1934, tras publicar El mundo
visto a los 80 años y sin ver la guerra Civil.
Menos mal, Para el descubridor de las
neuronas habría sido letal ver cómo
funcionaban en las cabezas o testas españolas
en 1936, justo tres décadas después de su