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tangodoc/ Uruguay Adentro
Treinta y Tres
Noviembre-Diciembre 2011




“El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer”. Carlos Hernández .......... 2

“Tocaba suelto, yo vine a estar en orquestas ya después de veterano, había mucho trabajo para
bandoneones sueltos”. Artigas Canario Cardozo................................................................ 3

“Quieren llevarse esas acordeones viejas, pero no hay que dejarlas ir, porque si no nos
quedamos sin nuestro patrimonio”. Víctor Hugo ............................................................... 4

« Decían “no va a haber música”, y después con unas copas de arriba, decían “vamos a hacer
baile, hacemos una colecta entre todos y traemos al músico” » Orosman Quinela ............... 5

“Yo iba al liceo de mañana, a esa hora había una audición de Gardel, entonces me cantaba
todos los tangos”. Claudia Zarazola ................................................................................. 6

“Siempre fui tímida, pero nunca sentí timidez para bailar, yo disfruté al máximo bailar el tango”
Lida Machado ................................................................................................................ 7

“Antes de comprarme un pantalón bueno, me compré una radio”. Artigas Ferreira .............. 8

“Las guitarras del Uruguay se conocen al dedillo, solo de escucharlas” Adán y Pedro Gutiérrez
.................................................................................................................................... 9

“Te veían con una guitarra bajo el brazo y ya eras sospechoso de muchas cosas” Mario Collazo
y Hugo Renaud ............................................................................................................ 10

“Yo le reclamé al médico que me trata, ese remedio que usted me da para la música me hace
bien, pero me olvido de pagar las cuentas”. Rito Ramón Berrueta .................................... 12

“Después que papa falleció yo lo mandé restaurar de ésta manera: que le hicieran todo para el
sonido pero las teclas gastadas de las uñas de papá no las tocaran”. Somny Pimpa García y
Abayubá Kuken García ................................................................................................. 15

2° Encuentro y Certamen Tanguero Regional, “Antonio Nica Rosas” ................................. 16




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“El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer”

Carlos Hernández, es una figura conocida en las pistas tangueras olimareñas. Los primeros pasos los tiró a los 17
años cuando corría el 1958 y los bailes del Progreso y el Democrático terminaban en una sola fiesta en la plaza de la
ciudad. Ahora, ya jubilado, ha podido dar rienda suelta a su pasión dedicándose a dar clases de baile y a organizar
eventos vinculados al tango. El bailarín, también autor de artículos, cuentos y un instructivo de danza tango que
denominó: El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer; se reconoce como parte de un “estilo
que ya va quedando poco” y defiende esta danza todavía tildada de prostibularia.

El bailarín registra los orígenes de su berretín: “el tango es mi vida, es la música que mamé de chico y que me
gustó “; también marca la diferencia entre pasado y presente, “yo estoy en un estilo de tango que ya va quedando
poco, yo trato de compartir lo que tengo pero el estilo que se baila ahora es otro, un estilo muy lindo también, pero
es para gente joven”.

Carlos recuerda muy bien los primeros pasos en el tango y le brillan los ojos al contar que “empecé a los 17 a bailar,
en ese momento era distinto, en esa época acá funcionaban dos clubes el Progreso y el Democrático, eran: ¡los
clubes!”, las fiestas de carnaval terminaban con los asistentes de ambos salones de baile en una fiesta improvisada
en la calle, según relata el bailarín, “era totalmente lícito”.

Carlos, comenta que el taller comenzó como un hobby, “ahora que estoy jubilado, empecé a hacer todo lo que
cuando trabajaba no podía hacer, bailar, tener un taller de tango, todo honorario”, el bailarín hace una pausa y
comenta: “son los gustos que uno se lleva”.

El taller de danza tango de Carlos Hernández, dictado dos veces por semana en el club Raíces, funciona desde el
2007. La intención del grupo, que se formó en aquel momento, no se limitaba únicamente a trasmitir y recibir
conocimientos sobre la danza, el boletín informativo institucional (Agosto-octubre. 2007), menciona el objetivo de
“obtener otros conocimientos, así como su historia para difundirla”, también describe el procedimiento, “para esto
debemos empezar por conocer su música, lograr hacer de ella un sentimiento, el cual luego , con mucha
concentración de por medio, expresarnos con nuestros movimientos”.

En El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer, Carlos sistematizó los movimientos del tango
danza para facilitar su aprendizaje. En el instructivo aparecen figuras típicas como: los ochos, las corridas, los
cortes, las sentadas; pero también figuras populares como: la arrepentida, la hamaca, la balancita, la calesita,
media luna, entre otras.

En los cuatro años que el bailarín lleva dictando el taller quizás su mayor sorpresa fue una instancia que se relaciona
con la religión y el tango, fricción que generó ríos de tintas de estudiosos y aficionados a estos temas, lo curioso es
que haya sucedido solo dos años atrás. “Tuve siete u ocho alumnos mormones acá y querían que yo enseñara en
una capilla, entonces fui a hablar con el líder de esa parte y el señor dijo que „No‟, porque era un baile
prostibulario”.

Carlos, reflexiona, “más que prostibulario, es del pueblo, nunca nada popular nació arriba, siempre nace de abajo
que es la verdadera cuna… de ahí empieza a escalar”




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“Tocaba suelto, yo vine a estar en orquestas ya después de veterano, había
mucho trabajo para bandoneones sueltos”

                                         Artigas Canario Cardozo es bandoneonista y jubilado rural, tiene 70
                                         años y lleva 50 años acompañado del mismo ELA que le compró a un
                                         verdulero que se había aburrido de intentar sacarle sonido al instrumento.
                                         Nacido a 25 km de la ciudad de Treinta y Tres, recorrió la capital del
                                         departamento tocando „suelto‟ con un repertorio „basado en la típica‟. El
                                         próximo 25 de diciembre la milonga, donde toca cada domingo, cumple
                                         dos años y se prepara para dar un espectáculo especial.



Empezó a estudiar el bandoneón, según comenta, “de grande, a los 17 años”. La idea de tocar el bandoneón llegó
por otro instrumento “me hubiese gustaba tocar el saxo, qué pasa, un saxo yo no podía comprar. Yo iba a los bailes
y había un saxofonista muy bueno, y se me metió el sonido en la cabeza, no me lo sacaba con nada y tenía que
aprender aquello que se me había metido en la cabeza”.

Una noche cuando el Canario rozaba la mayoría de edad, estaba en “los bajos” y se animó con el bandoneón: “y
viene un hombre bajito y le pedí prestado el bandoneón un poquito y en el momento que me prestó el bandoneón
yo saqué una polca en un tono de La mayor, y yo no sabía tocar”.

Se juntaron el precio justo con el entusiasmo, el Canario recuerda, “era más fácil poderlo comprarlo, en aquella
época 315 pesos, podía pagarlo, pero un saxo no podía pagarlo porque valía mil y pico de pesos”, reconoce que
entre ambos instrumentos el bandoneón es “más difícil todavía, es peor todavía, yo me metí en la más brava”, pero
confiesa que “me agarre un embalaje y ya empecé a estudiar, de apuro todo, y al año y poquito ya estaba tocando
en esos bailes orilleros del pueblo”.

Viernes, sábado, domingo y vísperas de feriado; encontraron al Canario en los escenarios orilleros de Treinta y Tres,
“Tocaba suelto, yo vine a estar en orquestas ya después de veterano, había mucho trabajo para bandoneones
sueltos, hoy tocabas con uno y mañana con otro, donde fuera”. La música también implicó organización, por lo que
cuenta, “me hice socio en el año 1962 de la Asociación de Músicos Olimareños (ADEMO)”, institución extinta que
fijaba tarifas y condiciones laborales de músicos sueltos u orquestas.

El bandoneón colaboró con el techo, el Canario cuenta que, “cuando compré la casa la pagué prácticamente
tocando, me costó cinco mil pesos; trabajaba de noche ahí y de día en una empresa de arroz”.

El Canario nunca se separó del bandoneón pero el cierre de la arrocera lo devolvió al campo, “cuando me fui para el
campo hice una parada, estuve parado como 15 años, no toque más, no quería más, no podía atender las dos
cosas, estaba lejísimos, estaba en Charqueada, que iba a atender baile, era imposible no podía”.

En el homenaje a Tito Berruela (2005) lo invitaron a tocar, y el Canario dijo, “¡Pa! Estoy medio tirado, y bueno,
vengo sí”. Luego de la actuación en el cine se fueron para el club Progreso y comenta el Canario, “de ahí seguí de
vuelta, con un furor bárbaro”.




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“Quieren llevarse esas acordeones viejas, pero no hay que dejarlas ir, porque
si no nos quedamos sin nuestro patrimonio”

                                      En 1989 llegó el primer acordeón a las manos de Víctor Hugo, empezó a
                                      ejecutarlo de oído y de allí en más se dedicó a rescatar y restaurar
                                      acordeones. En este momento la colección del acordeonista cuenta con 28
                                      piezas que son testigos de un poco más de un siglo, 1750 a 1860, de la
                                      fabricación del instrumento. Víctor Hugo conversó con tangodoc sobre el
                                      origen del nombre “verdulera” del acordeón, de la formación de la colección
                                      y la importancia de ésta como patrimonio de Treinta y Tres… además
                                      demostró por qué cada acordeón tiene un sonido “único”.

Encontramos a Víctor Hugo en una escuela del barrio 25 de Agosto, donde comenzaba el festival que anualmente se
realiza para juntar fondos para la institución pública, la exposición de la colección de acordeones era uno de los
atractivos de la feria. “Siempre me invitan de escuelas, y en cada fiesta que haya llaman al acordeonista, animamos
fiestas de campaña, cumpleaños, casamientos”.

Víctor Hugo identifica el sonido del acordeón desde niño, “cuando yo era chico el que tocaba el acordeón era un
hermano de mi abuela, tenía 4 años cuando conocí el instrumento”. Quizás sea por eso que afirma que “son únicas,
todas suenan diferentes”.

El coleccionista cuenta el origen de la “verdulera”, erase una vez una pareja de italianos… “cuando llegaron los
inmigrantes a Montevideo, se radicaron en Canelones, en la zona de chacras y plantaban, cuando iban a la ciudad y
llevaban la verdura en un carro, el italiano iba en el carro tocando el acordeón y la señora de él iba puerta por
puerta entregando las verduras”, y colorín, colorado, “la genta de la ciudad escuchaba y decía, „ahí viene la
verdulera‟, pero no era la verdulera del acordeón sino la señora del verdulero”… y le acabó quedando el nombre de
„verdulera‟ al acordeón.

Los acordeones fueron llegando o los fue buscando el coleccionista, que explica de algunas su historia, “ésta
acordeona fue la primera que sonó en los festivales del Olimar en 1972, era de un acordeonista de aquí del pago,
de Francisco Soca, es una Paolo Soprani italiana”; como también, “ésta acordeón me la regaló una señora que era
acordeonista, en aquella época que me la regaló, la señora tenía 102 años y tocaba el acordeón, era de José Pedro
Varela y venía ya del tiempo de los abuelos de ella”.

En la restauración de los acordeones Víctor Hugo se ha llevado algunas sorpresas, “yo a veces las desarmo, y en las
tapitas que se levantan para que pase el aire, ¿saben qué se encuentra?, el hollín de los candiles, están negras
adentro”. Y exclama: “¡Si habrán tocado en esos ranchos, por ahí, por los fogones!”

El coleccionista, que acompañó el diálogo con la interpretación de rancheras, valsecitos y candombes; cuenta que
su pasa tiempo de juntar estos instrumentos lo llevó a “conocer gente y hacer amistades” así como a viajar por
parte del país y Brasil. En más de una oportunidad Víctor Hugo fue tentado a vender o cambiar las acordeones pero
afirma que “quieren llevarse esas acordeones viejas, pero no hay que dejarlas ir, porque sino nos quedamos sin
nuestro patrimonio”.

La colección de acordeones de Víctor Hugo, se puede visitar en la Casa de la Cultura de Treinta y Tres, de 09 a 17
hs.
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« Decían “no va a haber música”, y después con unas copas de arriba, decían
“vamos a hacer baile, hacemos una colecta entre todos y traemos al músico” »

                                    Orosman Quinela vivió la época de esplendor del tango en Treinta y Tres.
                                    Estudió bandoneón con Paco Larrosa y se perfeccionó con José Soau,
                                    leyendas del fuella local que los memoriosos registran. Quinela explica que el
                                    tango “siga viviendo no hay ninguna duda pero que sea un auge como en el
                                    1940 no creo”, y pregunta: “¿ustedes que creen?”. No será como cuando se
                                    hacía fila desde el medio día para conseguir una mesa en el salón de baile, ni
                                    como cuando las fiestas del Democrático y el Progreso se extendían a los
                                    bajos de la ciudad, ni como cuando los músicos eran el único recurso acústico
que amenizaba las reuniones, tampoco será el tango de negros o blancos, ni el de las mujeres de vida errante o las
de sociedad… pero seguirá siendo tango.

Entre los recuerdos que atesora Quinela, hay más de una veintena de bandoneonistas, más de una decena de
violinistas e igual cantidad de contrabajistas con los que compartió escenario; a todos los puede anotar con nombre
y apellido. Es de entender que se disguste, cuando comenta que “no encuentro gente para tocar, acá no hay nadie
que toque el violín”.

El músico estudioso o el que tocaba de oído, hicieron la diferencia, “en ese tiempo todo el mundo tocaba de oído,
pero empezaron a llegar en 1940 los italianos y eran gente muy culta, no componían, pero leían, ejecutaban y
afinaban muy bien, y los empezaron a reclutar con el boom de Punta del Este y se fueron”. El bandoneonísta
reconoce que tener oreja es importante para el músico, “es una virtud tocar de oído, yo nunca toqué de oído, si
bien en campaña llevaba un repertorio de 80 piezas, de repente las ejecutaba sin leer, las llevaba en la cabeza”.

La explicación del éxito del tango según Quinela es sencilla, “era lo único que se escuchaba y se ejecutaba, no
existía un equipo sonoro para tocar discos, la invasión vino después”. Remata la idea el bandoneonísta, y aprecia,
“yo digo que la gente debe estar sorda hoy, porque ¡cómo bailaba la gente!, y eso que yo tenía distancias de 20 m
y la gente bailaba y quiere decir que a mí me escuchaban”.

Quinela que canta 75 abriles, entre otras formaciones que integró, fue parte de los Los Caballeros del Tango, junto
a los bandoneones de Rito Berruela y Paco Larrosa. Según cuenta “yo viví del tango, firmábamos contratos anuales
en los clubes”.

Los clubes Democrático y Progreso eran los más concurridos, junto a los Clubes de la raza, donde solo asistían
afrodescendientes, en los antes mencionados les era negado el ingreso. Quinela recuerda que estuvo en la directiva
del club Progreso a fines de 1980 y aunque parezca mentira recién en ese momento se anuló la cláusula que
impedía a los afrodescendientes entrar al local, y todavía con un miembro de la directiva en contra que dejó constar
en actas su nombre y apellido. Los músicos traspasaban las fronteras de la piel aunque había diferencias, “yo iba a
tocar a los clubes de negro, y no tenías problema, tenía que cumplir con el trabajo, no me dejaban bailar tampoco”,
en tanto los músicos afrodescendientes, “entraban a tocar en los clubes de blancos pero tenían discriminación,
tenían que entrar a tocar por atrás”.




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Las reuniones improvisadas eran también una fija, “y decían ´no va a haber música´, y después con unas copas de
arriba, decían vamos a hacer baile, hacemos una colecta entre todos y traemos al músico, pasaban el sombrero y
todo el mundo ponía plata, y yo me hacía la tela”.

El músico tocó en los cabaret, en su relato comenta que había para todas las clases sociales “bajos, medianos y
altos”. Las mujeres que trabajaban en los Cabaret generalmente eran de otros departamentos, de Argentina o de
Brasil. La disposición municipal de la época reglamentaba que las mujeres trabajaran hasta la media noche, pero la
música seguía, y “bajaba la crema del Progreso y el Democrático”, aunque venían los hombres solos, a divertidse,
no iban las mujeres de sociedad.

La extinción o existencia del tango es algo que ocupa el pensamiento de Quinela. “La música no muere nunca, el
tango tiene música no va a morir, pero no creo que vuelva el auge que antiguamente se bailaba, no va a volver al
prestigio que tenía antes”.




“Yo iba al liceo de mañana, a esa hora había una audición de Gardel, entonces
me cantaba todos los tangos”.

Claudia Zarazola, se define como cantante amateur. En diciembre del año pasado participó como intérprete en la
Agrupación Olimar Tango, con motivo del Festival de Tango de Treinta y Tres. Claudia, admite que si bien le gustó
el tango desde pequeña, de preparar un repertorio, lo ampliaría a otros géneros.

El año pasado cuando comenzaron los preparativos de la realización del Festival de Tango de Treinta y Tres, en
homenaje al violinista Carlos Figari, un grupo de personas sugirió el nombre de Claudia Zarazola como intérprete de
tango, y los organizadores la convocaron a participar, por lo que comenta que “la gente me había escuchado cantar
y le gustaba, yo la verdad que me sorprendí cuando me fueron a buscar pero me gustó mucho la idea”.

La Agrupación Olimar Tango integrada por Mario Collazo (bajo), José P. Das Neve (piano), Hugo Renaud
(bandoneón) y Blas Pereira (cantor), convocó al escenario a Claudia Zarazola y María Martínez como invitadas. En
dicha oportunidad, Claudia, retomó su vocación: “a mí me gustaría cantar, viste cuando te preguntan qué te
gustaría hacer en la vida, yo digo, a mí cantar”.

La definición de cantar fue algo tardía para Claudia que comenta que “yo iba a los bailes, me encantó siempre la
música pero empecé a cantar como a los 40 años porque me invitaron de un grupo melódico”. La interpretación de
tangos llegó después aunque según cuenta la cantante fue la música que acompañó su niñez y adolescencia, “yo
escuchaba mucho la radio, y había una audición que tocaba Paco Larrosa y Pimienta, que me encantaba”, más tarde
conoció a otro ineludible cantor de tangos “yo iba al liceo de mañana, a esa hora había una audición de Gardel,
entonces me cantaba todos los tangos”.

En el caso de reunir un repertorio de canciones, Claudia, reconoce que aprecia otros géneros además del tango. “Si
fuera a hacer algo me gustaría que fuera amplio, me gusta también lo melódico”, aunque tararea la cantante “decí
por dios que me has dado que estoy tan cambiado no sé más quién soy”, entre risas afirma “el malevaje me
encantó, más como arrabalero… será porque yo soy media arrabalera”.



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“Siempre fui tímida, pero nunca sentí timidez para bailar, yo disfruté al
máximo bailar el tango”

Lida Machado, empezó a bailar tango a los 16 años en el salón del club Democrático de Treinta y Tres. Precoz
para el ambiente, donde las jóvenes llegaban al cumplir la mayoría de edad, fue la elegida de bailarines destacados
que le enseñaron a desplazarse en la pista y con quienes compartió una seguidilla de primeros premios en los
concursos de baile. Lida, a sus 72 años y con su timidez todavía intacta, comenta que para bailar tango hacen falta
“un buen oído, tener ganas” y agrega, señalándose el corazón: “y llevarlo acá adentro”.

Lida es la menor de cuadro hermanas, lo que le facilitó concurrir antes a las fiestas del club, “mis hermanas todas
empezaron a los 18 años, pero yo exploté antes”, la iniciación en la danza provino del ámbito familiar, “empecé a
bailar con una prima en casa, de noche, porque la difusora ponía tango, entonces ella me enseñó hasta hacer el
corte sencillo”.

El entusiasmo no se hizo esperar, “estaba deseando empezar a ir, estaba como loca por ir a algún baile”, comenta
Lida. El primer baile llegó con una sorpresa “para los 16 años empecé, y tuve suerte, no sé por qué fue, pero me
empezó a sacar a bailar un muchacho que bailaba muy bien”.

Observando a la bailarina se puede adivinar que su belleza debería estar entre las razones que motivaron a sus
parejas de baile, “todos vieron que yo podía seguirlos, entonces me empezaron a sacar a bailar los mejores
bailarines, yo entusiasmadísima”. Lida, casi en secreto, confiesa: “te voy a decir, nunca tuve que sentarme por no
poder seguir a un bailarín”.

Entre los bailarines que a Lida la marcaron, en ambas acepciones de la palabra, Antonio Nica Rosa, es el primer
nombre que surge en la charla. “Ese muchacho era el mejor bailarín de Treinta y Tres, le gustaba bailar con todas,
pero a mí me sacaba a bailar en el tango para enseñarme, o sea que me eligió para enseñarme”. Las indicaciones
del bailarín eran precisas, “me decía: tu pie derecho a tal lado, seguime, afloja el cuerpo”.

Lida Machado y Antonio Nica Rosa, recientemente fallecido, ganaron en varias oportunidades los concursos de baile
del club Democrático, “yo tenía 18 años, y ganábamos todos los concursos, no nos ganaba nadie”. Lida recuerda
que con Antonio tenían algo en común en el baile, “nunca en la vida miró para abajo y yo tampoco”.

Otros nombres de buenos bailarines de tango que Lida recuerda son Nolber Rocha, Carlos Fernández y Sánchez
Sala, de los que aprecia, “era un espectáculo como bailaban”.

Por esa contradicciones de la vida Lida no se casó con un bailarín, “siempre dije, que nunca me iba a casar con
alguien que no supiera bailar tango y da la casualidad que mi marido, no sabía bailar tango”. Fue un momento
difícil para la bailarina, que explica, “todo el tiempo que estuvimos de amores no bailé, yo sufrí, y en esa época no
se usaba bailar con otros”. Entonces Lida puso manos a la obra, “pero el día que nos casamos le dije „ahora sí vas a
aprender‟, y le enseñé, tenía una facilidad para bailar el tango, éramos de los mejores bailarines”.

Lida recuerda que tres oportunidades en las que interrumpió el baile, en sus dos embarazos y luego de la muerte de
su esposo. “Mi esposo falleció y pase años sin bailar tango, pero ya no aguantaba más y empecé a ir al club”.

Bailando Lida encontró compañía, “el día que vino mi marido actual, por primera vez que lo trajo una prima de él,
ese día empezamos a bailar y a conversar”. Entonces la bailarina volvió a enseñar tango pero sin darse cuenta, “él

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bailaba sencillo y yo le pregunté: ¿no sabes bailar con corte?, me dijo: „no la verdad que no‟. Pero tenía un buen
oído, impresionante como iba al compás y como a los cuatro bailes salió un corte, y le digo: no me dijiste que no
sabías bailar con cortes, y me dice „yo no lo hice, lo hiciste vos y yo te seguí‟.

Lida junto a Carlos Hernández enseñaron tango en el club Raíces, de lo que comenta, “una de las cosas que
siempre soñé fue enseñar”. La bailarina reconoce que la danza la ayudó para superar su timidez, “siempre fui
tímida, pero nunca sentí timidez para bailar en mi juventud, yo disfruté al máximo bailar el tango”.




“Antes de comprarme un pantalón bueno, me compré una radio”



                                       Artigas Ferreira es guitarrista, y aunque no se ha dedicado exclusivamente
                                       a la música, tocó en orquestas u otras formaciones para el numeroso público
                                       olimareño que asistía a los salones de baile. El músico que comenzó a
                                       ejecutar la guitarra en público a los 9 años, actualmente cuenta 78 años, y
                                       entre los recuerdos de la época en la que cargaba la guitarra al hombro,
                                       aparecen una curiosa serenata y la extraordinaria virtud de la primera guitarra
                                       eléctrica que apareció en Treinta y Tres.

Ferreira, nació en Costa de Pelotas en el departamento de Rocha, a los dos años de edad la familia se trasladó al
Cebollati, según comenta el guitarrista el motivo de la mudanza fue la cercanía de la escuela, y explica: “mi padre
era partidario de no tener hijos brutos o analfabetos". El entorno del pueblo era agreste, “donde yo nací, si te
descuidabas un chancho jabalí te comía”, el traslado hacia el río también tuvo sus complicaciones “no había nada, si
llovía andábamos en bote”.

La vocación de Ferreira por la guitarra apareció junto al dial y con el sacrificio de la pinta, “antes de comprarme un
pantalón bueno, me compré una radio buena, se escuchaban nítidamente todos los programas argentinos, y en
todos había „números vivos‟ permanentemente”. En relación con sus estudios de guitarra tomó clases para aprender
acordes pero no música, y reconoce que “hubiera querido aprender música, leer, que me pusieran una partitura y
yo dijera: esta es mi parte y la voy a hacer”.

Si bien la primera vez que tocó la guitarra en público fue a los 9 años, no fue hasta su llegada a la ciudad de Treinta
y Tres, con 16 años, cuando comenzó a participar de agrupaciones de música típica. “Recuerdo el primer baile que
hice, gané 3 pesos, me compré un pantalón, una camisa de manga corta y un par de alpargatas… todo con 3
pesos”.

Ferreira tocó en los clubes Progreso, Democrático y el de Empleados del Comercio; contratado con orquestas
durante seis meses o un año, trabajo no faltaba, “llegaba carnaval, y hacíamos toda la semana y a veces tocábamos
en dos clubes, salíamos de uno para otro por el fondo y seguíamos tocando”.




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El guitarrista participó de la orquesta Santa Cecilia, perteneciente a un grupo de italianos con formación musical, de
lo que recuerda la exigencia que le significó: “lo más difícil, para una persona que no lee música, a mi me resultaba
de una responsabilidad única, tenía que apelar a toda la sabiduría natural”.

Las serenatas donde se cantaban tangos y milongas eran parte del recorrido del guitarrista, “era muy bonito porque
dábamos la serenata e inmediatamente nos abrían las puertas y terminaba en un baile familiar”, una anécdota que
no olvida Ferreira fue una serenata particular, “resulta que nos enteramos que un vecino cumplía años y fuimos con
un amigo que cantaba a darle serenata, el muchacho que cantaba se desgañotaba cantando, y resulta que no nos
aplaudían y no pasaba nada”, más tarde cuando encontraron al homenajeado les explicó “estaba papá solo, decía el
muchacho, y vos no sabes que es bien sordo”.

Ferreira también participó en formaciones rítmicas con La Cumana y Arturo Lacuesta, con esa intención se compró
una guitarra eléctrica, tecnología que tomó por sorpresa a los espectadores, “la primera guitarra eléctrica que hubo
en Treinta y Tres, que dicho sea de paso la tengo todavía, era mía, y todo el mundo cría que como era eléctrica
tocaba sola”.

El guitarrista que es jubilado del Correo Nacional, reconoce su experiencia como artista, “yo siempre lo hice como
una extra no viví nunca de la música, le saqué mucho resultado, es como ir a una universidad a aprender, yo quizás
lo poco que he aprendido, lo he conseguido a través de la música porque eso me ha permitido tener contacto con
toda clase de público.”

El pasado según Ferreira no tienen puntos de comparación con el presente, “la vida en esa época tenía sus
dificultades, a mi no me gusta comparar épocas, porque hubieron buenas y malas pero había una forma de
convivencia, éramos mucho más cercanos”.

Al guitarrista todavía se lo puede escuchar en la milonga que organiza su tocayo, Artigas Canario Cardozo, los
domingos en el Club Policial de Treinta y Tres.




“Las guitarras del Uruguay se conocen al dedillo, solo de escucharlas”

                                        Pedro y Adán Gutiérrez son parte de una familia donde la guitarra se
                                        enseñaba con los primeros pasos. Padre, madre y tíos, eran aficionados a
                                        las cuerdas y la abuela tocaba el acordeón en las reuniones familiares. El
                                        repertorio de los Gutiérrez incluye tango, folclore y algún candombe. Adán
                                        tiene composiciones que Pedro arregla, a pesar de que llevan una vida con
                                        sus guitarras no han grabado, cuando les preguntan por qué, Pedro
                                        contesta: “ahora cuando venga el Long Play vamos a grabar”.

                                        Pedro Gutiérrez tuvo una temprana vocación por la música. El padre, albañil
de profesión, lo quería encaminar con la arena y el Pórtland pero Pedro le decía “yo quiero ser músico”, a lo que
Don Gutiérrez contestaba, “te vas a morir de hambre”.

El guitarrista, primero de oído y con los años estudioso del instrumento, dio clases en la Casa de la Cultura de
Treinta y Tres durante 39 años. Aún hoy, jubilado y con 68 años, tiene unos 30 jóvenes alumnos que con su
pasatiempo de tallar en madera, explica, “es lo que me mantiene”. Los primeros estudios que cursó Pedro a sus 15

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años los hizo con Oscar Laucha Prieto, luego estudió con Atilio Rapat, y tomó cursillos con Abel Carlevaro.

Actualmente, la formación estable de músicos en la que participa Pedro -además del dúo que tienen con Adán-, es
con la que acompaña al cantante José Álvarez que tiene apenas 11 años, un año menos de los que tenía el
guitarrista cuando comenzó a tocar en la orquesta de Nicolás Agriela.

Pedro, mayor que Adán por dos años, estaba en 6to de escuela cuando Agriela lo convocó para la orquesta, «uno
de los sobrinos de Nicolás era compañero mío, entonces le decía “tío en la escuela hay un gurí que toca muy bien la
guitarra”, y Nicolás le decía, “déjate de embromar que va a tocar nada”, insistía, “tío mira que toca bien”, y le
preguntó, “y vos cómo sabes”, “es que todos los viernes la maestra lo hace llevar la guitarra y toca” ».

El mayor de los Gutiérrez comenta que lo ayudó a superarse un guitarrista más experimentado que además tenía
buen sentido del humor, « el primer guitarrista con el que toqué yo, era negro, Máximo El Chueco Martínez, y era
muy gracioso, te decía: “tengo que vender la guitarra”, y yo le decía, pero maestro por qué, “para comprarle
cuerdas” ».

Pedro con 12 años y permiso del padre tocó en prostíbulos, emisoras de radio, centros sociales y clubes la raza;
según cuenta el guitarrista, “yo iba directo a tocar y no le prestaba atención a nada”.

El tango que le gusta interpretar a Pedro es: “ese tango que deja de ser cantado para ser escuchado, no el
bailable”. Se declara “hincha” del recientemente desaparecido Mario Núñez, que lo consideraba la primera guitarra
del país.

Adán, comenta que el sonido de la guitarra de Núñez es inconfundible, según explica, “las guitarras del Uruguay se
conocen al dedillo, solo de escucharlas”. También recuerda Adán el encuentro que tuvieron en Cerro Largo con tres
de los hermanos Méndez, los Gutiérrez comentaban, “tocan los Méndez”. Luego tocó el trío de los Gutiérrez, se
sumó Carlos al dúo, y los Méndez comentaron, “tocan los Gutiérrez”, luego de la actuación los Gutiérrez y los
Méndez coincidieron en que no son “mancos” no.




“Te veían con una guitarra bajo el brazo y ya eras sospechoso de muchas
cosas”
                                      Hugo Renaud, bandoneonista y compositor, y Mario Collazo, guitarrista,
                                      actualmente integran un dúo que sortea la sentida perdida del cantor Blas
                                      Pereira, con el que compartían escenario. Ambos han tenido que conjugar la
                                      música, y su estudio, con otras actividades para sostenerse económicamente.
                                      La música como profesión los llevó a interpretar diferentes géneros pero el
                                      tango siempre estuvo.




                                    Hugo empezó de niño con el bandoneón, alentado por su padre al que le
gustaba el tango comenzó a tomar clases con 8 años y a tocar a los 12 años. “Mi viejo hacía bailes, en el poblado

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José Enrique Martínez, en Charqueada, y yo y otro gurí empezamos a tocar”. Los bandoneones de Paco Larrosa y
Nilson García, fueron los maestros de Hugo, pero en el escenario tuvo que arreglárselas solo y recuerda: “el primer
baile yo todavía usaba pantalón corto y… ¡tenía unos nervios!”.

El músico conserva el bandoneón ELA con el que tocó por primera vez, lleva en su poder 60 años de los 68 que
tiene Hugo, quien señala el instrumento y aclara, “este es más viejo que yo”.

Mario tenía 15 años cuando pedaleaba desde campaña tres veces por semana a para estudiar en la ciudad, “venía
de Capilla, de un barrio que se llama Benteveo, hacía unos 10 km en bicicleta y venía a estudiar guitarra clásica”.
Según el músico ese no fue el mayor sacrificio, por lo que relata: “no tuve mucho apoyo, fui bastante criticado,
porque justo estábamos en plena Dictadura, y bueno te veían con una guitarra bajo el brazo y ya eras sospechoso
de muchas cosas”.

Hugo con 15 años integró una orquesta con Carlos Figarí, en el violín, Wilson Lacuesta, en el contrabajo y Cachuso
Olivera, en piano. Fue en 1958 que la orquesta estuvo contrata por más de un año en el club Progreso, según
cuenta el bandoneonista: “en ese momento se vivía de la música”.

Las oportunidades eran escasas en la época en la que Mario subió al escenario, “siempre tuve que trabajar, con la
música no pude vivir, yo soy técnico en electrónica”. El guitarrista abandonó el estudio del instrumento, luego de
cuatro años, para dedicarse a trabajar. En ese momento, Mario le compró el bajo eléctrico a Hugo. El
bandoneonista, que había incursionado también en el bajo eléctrico, supone que fue uno de los primeros
instrumentos de este tipo en aparecer en Treinta y Tres.

Una vez que se hizo del bajo, Mario, encontró más oportunidades de trabajo igual en su camino se cruzaba el
tango: “agarré el bajo eléctrico con un grupo de música moderna - por decirlo de alguna manera- y hacíamos
bailes en campaña, pero siempre haciendo tango porque llevamos gente para hacer la típica en ese momento era
casi obligado hacer tango en campaña, sin tango no fueras porque siempre te pedían”.

El tango no era nuevo para Mario, los primeros contactos con el género le fueron dictados por un personaje
particular “a la casa de un amigo iba Sixto García, que era uno de los tangueros de acá, y me pasó algunas piezas
que toco todavía como Silueta Porteña; ya era ciego cuando eso pero me cantaba las notas y como yo las sabía de
estudiar, las iba haciendo”.

En la actualidad Mario retomó los estudios de guitarra, por su marcada vocación, comenta que, “Yo estudié guitarra
clásica, y ahora terminé, me falta terminar solfeo, después de viejo me dediqué a terminar”, junto a Hugo
planifican un concierto de música clásica en la ciudad de Treinta y Tres.

Por Hugo Renaud

La carrera futbolística de Hugo iba en paralelo con la ejecución del bandoneón, tan es así que el Club Atlético
Huracán sirvió de inspiración para su primer composición, “hice una marcha, a la que Waldemar Sasías le hizo la
letra, eso está grabado en la difusora con el coro de los huracanes”.

Yo, mi fuelle y mis recuerdos, fue la segunda composición de Hugo con la que abrazó al barrio, “la letra la hice yo,
es de donde yo me críe, fue en el barrio Artigas, donde yo empecé a estudiar bandoneón y futbolísticamente ahí me

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inicié”. El barrio Artigas fue donde lo indispensable se hizo inspiración, Hugo recita la letra de su canción: “Yo con
mi fuelle que está rezongando, los recuerdos están aflorando son mis pares y amigos y el duende de amor en el
barrio de mi corazón”, sonríe y explica que “lo del duende era por una botija que andaba ahí”.

La canción para los milongueros no se hizo esperar y en pleno baile del Club Raíces, salieron los primeros acordes
de la milonga, Pa‟ los del baile. Según explica Hugo “le puse Pa‟ los del baile, porque es más canario, más folklórico”
y agrega la cronista, que cualquier parecido con el nombre de un disco es pura coincidencia.

La última, pero seguro no la final, composición de Hugo fue inspirada en la visita de una bailarina de tango a la
ciudad de Treinta y Tres. La bailarina, que comenzó a dar talleres de tango danza, se interesó por conocer sobre
este género musical en la localidad. Golpeando puerta por puerta, caminando tramo a tramo de la ciudad, la
bailarina consiguió reunir a un grupo de músicos, cantantes y bailarines con los que celebraron un homenaje a
Carlos Figari, el veterano violinista olimareño.

La gran Natalia, se llamó la composición de Hugo, por lo que comenta que “vino la muchacha ésta con el asunto de
los tangos, me vino una cosa, me sentí un poco sensibilizado por el asunto del tango. Porque una muchacha joven
venga acá y esto estaba medio olvidado, y bueno hice el tanguito ese”.



“Yo le reclamé al médico que me trata, ese remedio que usted me da para la
música me hace bien, pero me olvido de pagar las cuentas”


Rito Ramón Berrueta, es zapatero y músico. Nació en el departamento de Lavalleja, el 5 de enero de 1914. A
partir de sus 14 años se estableció en el departamento de Treinta y Tres. Berrueta, que entre otras formaciones
integró los Zorros Grises y La Típica de 33, ejecutó guitarra, violín, bandoneón y contrabajo. Detrás de cada uno de
los instrumentos de Berrueta hay una anécdota y una excusa para saciar su curiosidad por la música. La memoria,
el sentido del humor y las historias del músico son claves para comprender por qué aunque “el viejo tiene tanguería
allá arriba” él está comprometido para tocar acá abajo y por eso no se lo ha llevado.

Berrueta es el mayor de tres hermanos varones, nacidos en los alrededores de Villa Serrana, según comenta: “era
uno de esos lugares tan aislados, unos montes tan espesos, que lo más que había eran víboras de la cruz y de
cascabel”. A sus 5 años, tras la muerte de su madre se traslada a la casa de sus abuelos que tenían un campo al
lado del arroyo Penitente. Cuando sus abuelos fueron más viejos vendieron el campo y se fueron a la ciudad,
comenta Berrueta, “esa fue la razón por la que yo pude estudiar”.

Si bien a los 8 años, Berrrueta, tocaba la guitarra su primera profesión fue la de zapatero. Comenzó a trabajar en el
taller de un italiano, “ganaba 6 pesos por mes, en un año ya sabía hacer toda clase de compostura”, cuenta
Berrueta. Cuando tenía 14 años falleció su abuelo y el aprendiz de zapatero le solicitó aumento al italiano “los
italianos cuando están enojados, insultan a San Roque, „no sabe, no nada y ya quiere un aumento‟, me dijo”.
Berrueta cambió de taller “yo me voy para lo de Bartolotti, era la casa de zapatería más grande que había, de botas,
de un italiano y un portugués, en seguida me pagaron 15 pesos, de 6 a 15 ¿te imaginas?”.




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El violín

Algo más holgado de sueldo Berrueta consigue pagar por las clases de violín. <<Yo estaba enamorado del violín,
tenía un compañero de clase, hijo de un sastre Marumbo Panchetti, que estudiaba con un profesor, pagaba 10
pesos por mes. Entonces, le dije, “Marumbo ¿no me pasas las clases a mi por 5 pesos?, es lo que yo puedo pagar y
quisiera estudiar violín”>>. El compañero de Berrueta accedió pero le advirtió, “yo no me doy cuenta si vos afinas y
tenés que comprar el violín”. Berrueta compró el violín en un cambalache, “lo vi en la vidriera, fui allá, hablé con el
hombre, era de un milico del cuartel sino lo levantaba el sábado, lo vendía el lunes”. El lunes antes de que abriera
el negocio Berrueta estaba sentado en la puerta, y consiguió el violín, “cuando eso tenía 14 años, cuando tenía 16 o
17 ya tocaba en una orquesta”.



Un largo carnaval

Berrueta para sus 20 años ya había dominado el oficio de zapatero, pero como cuenta: “ahora viene el
inconveniente, viene una inmigración de armenios al Uruguay, una cantidad de ellos eran zapateros, compraron
unos pedazos de suela, salieron a hacer media suela para el interior, y llegaron a Minas, y le hacían la suela por 60
centésimos a la gente”. El músico escribió a un tío empleado de la Arrocera Treinta y Tres para solicitarle empleo,
la respuesta fue inmediata, comenzaría en el puesto de telefonista en unos días. Pero el carnaval dispuso un
paréntesis, “yo tocaba en una orquesta en Minas y venía el carnaval, teníamos nueve bailes, ganábamos un peso
con cincuenta por noche, no era de descuidar”. La fiesta de carnaval se extendió una semana más de lo planificado
y cuando el joven Berrueta llegó a Treinta y Tres ya no tenía el puesto.

Manos de cajetilla

Berrueta tomó el trabajo que había en Treinta y Tres, conversando con un amigo le pidió que le consiguiera de
cortador de arroz y éste le contestó, “pero vos sos cajetilla, con esas manitos que vas a cortar arroz, el arroz tiene
unos serruchos en las espigas que te comen las manos”. Berrueta diseñó con gomas de bicicleta unos dedillos para
protegerse de los cortes del arroz y comenzó con la tarea, “de La Charqueada a la CIPA, quedan 10 km, me
levantaba a las 6 de la mañana, para llegar caminando, cortaba arroz hasta que se paraba una hora al medio día, y
de tarde para atrás caminando”. Su amigo, nada convencido de que el músico perdiera habilidad en las manos,
comentó que entre los cortadores había un violinista y que con su grupo de guitarras podían amenizar la fiesta de la
CIPA, así sucedió y luego Berrueta pasó a hacer una tarea más liviana.

Zapatero a tu zapato

Berrueta juntó dinero en la CIPA para comprar herramientas e instaló un taller de zapatos en Charqueada aunque el
amor lo encontró en Cebollatí, donde conoció a Julia Álvarez con la que llevan más de 60 años de casados. La
conversación con su suegro la recuerda muy bien Berrueta, a quien le explicó, “yo no vine a Treinta y Tres a buscar
novia para casarme, yo vine a ver si me habría camino en la vida, a trabajar, por lo tanto no tengo nada que
ofrecer, yo no le puedo decir que le voy a cumplir dentro de un año o dos, por eso no le he podido pedir para
visitar”. Don Álvarez lo aprobó, “bueno siendo así, que usted tiene tan buena intención, visite no más amigo,
cuando pueda comprometerse me avisa”, el músico se ríe y confiesa “a los 10 años le fui a pedir para casarme”.




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El bandoneón

Instalado en Cebollatí, Berrueta, con la zapatería y la música a cuestas, empezó a llevar los libros de una arrocera.
Las ganancias de su trabajo y el de su señora, jefa de correos de la zona, se transformaron en un ahorro. Un viaje a
la capital del departamento fue la excusa para hacerse del bandoneón, “mi mujer quería una radio a batería, tenía
300 pesos, yo empecé a recorrer y por esa plata no había”. Entonces hubo un ajuste en los planes, “fui a visitar a
un amigo que había querido aprender bandoneón y no pudo, lo guardaba para el hijo por si quería aprender, le
expliqué que cuando el hijo fuera grande ya iba a estar echado a perder, porque se oxida todo”. Berrueta no se
volvería con las manos vacías, le comentó a su amigo, “yo ando buscando un bandoneón para tocar, allá en
Cebollatí los guitarrista se me maman y sufro mucho y si usted se anima yo se lo compro”. Cuando llegó a Cebollatí,
Berrueta tuvo que dar explicaciones, “compré un bandoneón porque es otro instrumento que si no consigo
acompañamiento puedo tocar solo, si se maman los sinvergüenzas”. La señora de Berrueta, desilusionada le dijo,
“de acá a que vos aprendas y ganes plata con el bandoneón ya voy a estar vieja yo, me voy a morir de ganas de
tener radio”. El músico, consecuentemente anotó en una libreta las ganancias que obtuvo con el bandoneón,
“empecé con El garrón, un valsecito y a los tres meses tocaba 30 piezas; cuando quiso acordar la vieja le puse la
radio y la luz en toda la casa.”.

El contrabajo

El contrabajo, según Rito, “tiene una historia negra”. Alentado por un amigo, al que le hacía falta un contrabajo
para formar una orquesta en Nico Pérez, y le dijo a Berrueta “si usted quiere, ¡puede!”, el músico salió en busca del
instrumento que se había vuelto escaso luego de la llegada del bajo eléctrico. “Salí a buscar un contrabajo y todos
me decían que ya no se usaba, que había bajo eléctrico, y eso era muy incómodo”. Berrueta recorrió los talleres de
los afinadores y vendedores de instrumentos en la zona y en la ciudad de Pelotas, para cuando casi abandonó la
búsqueda apareció un contrabajo en un depósito en Treinta y Tres. El 14 de enero consiguió el instrumento por
900 pesos, el 2 de febrero empezaba el carnaval, para ese momento era contrabajista.

Memoriosa risa

Los años Berrueta se los ha tomado con sentido del humor, como explica las salidas al médico son “cuestiones de
reparación del esqueleto” y para poder oír con claridad anticipa: “espera, que me pongo el chifle”.

La memoria es otro de los fuertes del músico, que con el bandoneón en sus rodillas cuenta que calculó…“las notas
que lleva cada pieza multiplicadas por 300, sabe cuánto da, 43.500 notas distintas”, afirma entonces que, “no estoy
tan chocho porque para acordarme donde van”, igual tiene sus reparos, “yo le reclamé al médico que me trata, ese
remedio que usted me da para la música me hace bien, pero me olvido de pagar las cuentas”.

Los homenajes han abordado en los últimos años la vida del músico. El escenario del club Raíces, del que Berrueta
fue fundador, lleva su nombre y en oportunidad de dar el discurso de agradecimiento, apeló a la memoria,
“¿Ustedes creen que este local está basado en hormigón y cemento? No, está hecho a base de tortas fritas y
pasteles hechos en el río, para hacer los primeros pesos”.

El músico de 97 años confiesa que “no deje nunca de trabajar con el tango, ya me ha venido a buscar el viejo varias
veces y le digo que no puedo ir porque estoy comprometido. En cualquier momento me puede llamar porque dicen
que el viejo tiene tanguería allá arriba”.




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                                                                                     Treinta y Tres/noviembre 2011
“Después que papa falleció yo lo mandé restaurar de ésta manera: que le
hicieran todo para el sonido pero las teclas gastadas de las uñas de papá no
las tocaran”.

                                     Un cronista del periódico local Palabras (21/08/1981), antes de la
                                     desaparición física de Sixto García, comenta el encuentro con el
                                     bandoneonista de ésta manera: « ¿Aquí vive don Sixto García? “Si, pase, está
                                     en la última pieza” ¡Cuánto se lamenta no tener las palabras ni las condiciones
                                     para describirles lo que hay en aquella pieza! Esa pieza que no se podría tocar
                                     jamás. Es como una de esas reservaciones donde se refugia la naturaleza
                                     para protegerse del progreso». El texto es uno de los recortes de prensa que
                                     los hijos del bandoneonista, Somny Pimpa García y Abayubá Kuken
García, guardan junto a fotos, postales, invitaciones y la pieza fundamental de la colección… el fuelle de Don Sixto,
el Petizo García.

Sixto García falleció en 1989 a la edad de 84 años, para ese momento ya era una leyenda de la música típica
olimareña, al que Rubén Lena dedicó Bandoneón de Treinta y Tres. Entre otras formaciones Sixto García integró la
Guardia Vieja, orquesta con la que se fotografió con una apertura de bandoneón que hiciera de su imagen una
marca registrada en la prensa especializada local y capitalina.

Sixto García, hombre activo que fundó el Club Democrático, también se desempeñó como enfermero hasta que
perdió la vista cuando tenía 50 años tras un desprendimiento de retina.

El músico olimareño miembro de Asociación de Músicos Olimareños (ADEMO), recibía partituras de otros países,
Pimpa recuerda que “A Sixto le llegaba correspondencia desde Buenos Aires, de tangos inéditos para que los
tocara, papá era socio de AGADU y había que mandar todos los meses la planilla con lo que se ejecutaba y había
pasodoble; que iba a España el dinero y le mandaban partituras”.

El sonido del bandoneón de García era inconfundible, Pimpa comenta que “nosotros lo íbamos a buscar, salíamos en
la moto y parábamos la oreja, porque el bandoneón de papá tenía un sonido especial, es un AA”.

Los hermanos García han recibido ofertas de Montevideo y Porto Alegre para vender el bandoneón de Sixto pero
según Pimpa “no tiene precio”. Lo mismo sucede con otro legado paterno, “nosotros tenemos partituras que nadie
tiene, por ejemplo Desde el alma, es la partitura original, qué yo no sé el valor que tiene, es de hace 60 años”.

En la familia no hay nadie que toque el bandoneón, aunque Kuken de niño fue estimulado por Sixto para que
tocase, de adolescente y adulto se dedicó a la carrera de fútbol primero y arbitro después. El hijo es el encargado
de mantener el instrumento, comenta que “yo lo abro, lo pongo al sol. El que lo tocaba falleció, el Paco [Larrosa]”;
mientras que Pimpa se encargó de su restauración, “después que papá falleció yo lo mandé restaurar, de ésta
manera: que le hicieran todo para el sonido pero las teclas gastadas de las uñas de papá no las tocaran”.

Sixto García también tocó durante 22 años, en le programa Domingos Alegres, de la Difusora 33. Pimpa, risueña
muestra las fotos que le enviaban a su padre, y cuenta que tenía admiradoras incluso ya avanzada su edad, “las
novias del viejo García, y no sabes la cantidad de cartas que recibía, y me decía léeme”, porque Sixto ya estaba
ciego.

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                                                                                      Treinta y Tres/noviembre 2011
Las fiestas también fueron motivos de risa, según Kuken, “está casa tenía mucha historia (…) los amigos del viejo
García”, rememora y extiende la mano para señalar “por allá había unas chiquilinas que cuando tenían garufa
prendían el farol y lo colgaban en la pared, así se sabía que había baile”.

Los hermanos García recuerdan el carnaval, “papá tenía una comparsa Los Negros Vencedores que eran como
cincuenta” cuenta Pimpa y agrega “tocaban todo tipo de instrumento hasta con el peine y el papel de cigarro”.
Kuken y Pimpa se disfrazaban para carnaval y pueden describir sus trajes con lujo de detalles. “Nosotros bailábamos
y después pasábamos el sombrero, y como colaboraba la gente” explicó Pimpa.




2° Encuentro y Certamen Tanguero Regional, “Antonio Nica Rosas”

                                      Tangodoc participó del 2° Encuentro y Certamen Tanguero Regional,
                                      denominado “Antonio Nica Rosas”. El evento realizado el 6 de noviembre, en
                                      las instalaciones del Club Raíces, reunió a más de 300 personas de diferentes
                                      puntos del país. La oportunidad fue un motivo para conocer las actividades
                                      de la institución y apreciar la vigencia del baile.

                                        El Encuentro Tanguero convocó a bailarines de: Sarandí del Yí, Aiguá, Melo,
                                        Río Branco, Vergara y los locatarios de Treinta y Tres. Los bailarines, desde
                                        temprano con el número en la espalda, se sometieron al jurado para el que
no fue fácil la elección de la pareja ganadora.

Carlos Hernández, uno de los organizadores del evento, comenta que “acá todo se deja afuera, es para divertirse
pero con mucho respeto, porque en otros lugares también se divierten pero de otra forma, acá es muy sanita la
cosa”.

La actitud de los asistentes al Club Social Raíces fue contemplada desde los inicios de sus actividades en 1986,
según explica el actual presidente, José Gadea: “el club fue fundado por socios que en un momento fueron
desplazados de otras instituciones por la juventud, se quejaban de que la gente fumaban, tomaba alcohol, no
bailaban juntos y que los molestaban”. Razón que justificó el estricto reglamento, Gadea explica que: “los estatutos
de este club fueron copiados del club Democrático, eran prácticamente los mismos, no se podía venir de calzas,
camisas de tartán ni vaqueros”. Gadea admite que “en este momento, estamos estudiando una reforma de los
estatutos pero no es muy fácil conseguir que todos coincidan”.

El Club Social Raíces cuenta en la actualidad con 600 socios entre los que se distinguen con cuotas diferenciales:
suscriptor, activo y mujer. En este momento el Club ofrece las siguientes actividades: coro, gimnasia, computación,
y los sábados baile de típica y tropical.




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                                                                                     Treinta y Tres/noviembre 2011

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  • 1. tangodoc/ Uruguay Adentro Treinta y Tres Noviembre-Diciembre 2011 “El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer”. Carlos Hernández .......... 2 “Tocaba suelto, yo vine a estar en orquestas ya después de veterano, había mucho trabajo para bandoneones sueltos”. Artigas Canario Cardozo................................................................ 3 “Quieren llevarse esas acordeones viejas, pero no hay que dejarlas ir, porque si no nos quedamos sin nuestro patrimonio”. Víctor Hugo ............................................................... 4 « Decían “no va a haber música”, y después con unas copas de arriba, decían “vamos a hacer baile, hacemos una colecta entre todos y traemos al músico” » Orosman Quinela ............... 5 “Yo iba al liceo de mañana, a esa hora había una audición de Gardel, entonces me cantaba todos los tangos”. Claudia Zarazola ................................................................................. 6 “Siempre fui tímida, pero nunca sentí timidez para bailar, yo disfruté al máximo bailar el tango” Lida Machado ................................................................................................................ 7 “Antes de comprarme un pantalón bueno, me compré una radio”. Artigas Ferreira .............. 8 “Las guitarras del Uruguay se conocen al dedillo, solo de escucharlas” Adán y Pedro Gutiérrez .................................................................................................................................... 9 “Te veían con una guitarra bajo el brazo y ya eras sospechoso de muchas cosas” Mario Collazo y Hugo Renaud ............................................................................................................ 10 “Yo le reclamé al médico que me trata, ese remedio que usted me da para la música me hace bien, pero me olvido de pagar las cuentas”. Rito Ramón Berrueta .................................... 12 “Después que papa falleció yo lo mandé restaurar de ésta manera: que le hicieran todo para el sonido pero las teclas gastadas de las uñas de papá no las tocaran”. Somny Pimpa García y Abayubá Kuken García ................................................................................................. 15 2° Encuentro y Certamen Tanguero Regional, “Antonio Nica Rosas” ................................. 16 1 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 2. “El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer” Carlos Hernández, es una figura conocida en las pistas tangueras olimareñas. Los primeros pasos los tiró a los 17 años cuando corría el 1958 y los bailes del Progreso y el Democrático terminaban en una sola fiesta en la plaza de la ciudad. Ahora, ya jubilado, ha podido dar rienda suelta a su pasión dedicándose a dar clases de baile y a organizar eventos vinculados al tango. El bailarín, también autor de artículos, cuentos y un instructivo de danza tango que denominó: El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer; se reconoce como parte de un “estilo que ya va quedando poco” y defiende esta danza todavía tildada de prostibularia. El bailarín registra los orígenes de su berretín: “el tango es mi vida, es la música que mamé de chico y que me gustó “; también marca la diferencia entre pasado y presente, “yo estoy en un estilo de tango que ya va quedando poco, yo trato de compartir lo que tengo pero el estilo que se baila ahora es otro, un estilo muy lindo también, pero es para gente joven”. Carlos recuerda muy bien los primeros pasos en el tango y le brillan los ojos al contar que “empecé a los 17 a bailar, en ese momento era distinto, en esa época acá funcionaban dos clubes el Progreso y el Democrático, eran: ¡los clubes!”, las fiestas de carnaval terminaban con los asistentes de ambos salones de baile en una fiesta improvisada en la calle, según relata el bailarín, “era totalmente lícito”. Carlos, comenta que el taller comenzó como un hobby, “ahora que estoy jubilado, empecé a hacer todo lo que cuando trabajaba no podía hacer, bailar, tener un taller de tango, todo honorario”, el bailarín hace una pausa y comenta: “son los gustos que uno se lleva”. El taller de danza tango de Carlos Hernández, dictado dos veces por semana en el club Raíces, funciona desde el 2007. La intención del grupo, que se formó en aquel momento, no se limitaba únicamente a trasmitir y recibir conocimientos sobre la danza, el boletín informativo institucional (Agosto-octubre. 2007), menciona el objetivo de “obtener otros conocimientos, así como su historia para difundirla”, también describe el procedimiento, “para esto debemos empezar por conocer su música, lograr hacer de ella un sentimiento, el cual luego , con mucha concentración de por medio, expresarnos con nuestros movimientos”. En El tango es acariciar el piso con los pies abrazando a una mujer, Carlos sistematizó los movimientos del tango danza para facilitar su aprendizaje. En el instructivo aparecen figuras típicas como: los ochos, las corridas, los cortes, las sentadas; pero también figuras populares como: la arrepentida, la hamaca, la balancita, la calesita, media luna, entre otras. En los cuatro años que el bailarín lleva dictando el taller quizás su mayor sorpresa fue una instancia que se relaciona con la religión y el tango, fricción que generó ríos de tintas de estudiosos y aficionados a estos temas, lo curioso es que haya sucedido solo dos años atrás. “Tuve siete u ocho alumnos mormones acá y querían que yo enseñara en una capilla, entonces fui a hablar con el líder de esa parte y el señor dijo que „No‟, porque era un baile prostibulario”. Carlos, reflexiona, “más que prostibulario, es del pueblo, nunca nada popular nació arriba, siempre nace de abajo que es la verdadera cuna… de ahí empieza a escalar” 2 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 3. “Tocaba suelto, yo vine a estar en orquestas ya después de veterano, había mucho trabajo para bandoneones sueltos” Artigas Canario Cardozo es bandoneonista y jubilado rural, tiene 70 años y lleva 50 años acompañado del mismo ELA que le compró a un verdulero que se había aburrido de intentar sacarle sonido al instrumento. Nacido a 25 km de la ciudad de Treinta y Tres, recorrió la capital del departamento tocando „suelto‟ con un repertorio „basado en la típica‟. El próximo 25 de diciembre la milonga, donde toca cada domingo, cumple dos años y se prepara para dar un espectáculo especial. Empezó a estudiar el bandoneón, según comenta, “de grande, a los 17 años”. La idea de tocar el bandoneón llegó por otro instrumento “me hubiese gustaba tocar el saxo, qué pasa, un saxo yo no podía comprar. Yo iba a los bailes y había un saxofonista muy bueno, y se me metió el sonido en la cabeza, no me lo sacaba con nada y tenía que aprender aquello que se me había metido en la cabeza”. Una noche cuando el Canario rozaba la mayoría de edad, estaba en “los bajos” y se animó con el bandoneón: “y viene un hombre bajito y le pedí prestado el bandoneón un poquito y en el momento que me prestó el bandoneón yo saqué una polca en un tono de La mayor, y yo no sabía tocar”. Se juntaron el precio justo con el entusiasmo, el Canario recuerda, “era más fácil poderlo comprarlo, en aquella época 315 pesos, podía pagarlo, pero un saxo no podía pagarlo porque valía mil y pico de pesos”, reconoce que entre ambos instrumentos el bandoneón es “más difícil todavía, es peor todavía, yo me metí en la más brava”, pero confiesa que “me agarre un embalaje y ya empecé a estudiar, de apuro todo, y al año y poquito ya estaba tocando en esos bailes orilleros del pueblo”. Viernes, sábado, domingo y vísperas de feriado; encontraron al Canario en los escenarios orilleros de Treinta y Tres, “Tocaba suelto, yo vine a estar en orquestas ya después de veterano, había mucho trabajo para bandoneones sueltos, hoy tocabas con uno y mañana con otro, donde fuera”. La música también implicó organización, por lo que cuenta, “me hice socio en el año 1962 de la Asociación de Músicos Olimareños (ADEMO)”, institución extinta que fijaba tarifas y condiciones laborales de músicos sueltos u orquestas. El bandoneón colaboró con el techo, el Canario cuenta que, “cuando compré la casa la pagué prácticamente tocando, me costó cinco mil pesos; trabajaba de noche ahí y de día en una empresa de arroz”. El Canario nunca se separó del bandoneón pero el cierre de la arrocera lo devolvió al campo, “cuando me fui para el campo hice una parada, estuve parado como 15 años, no toque más, no quería más, no podía atender las dos cosas, estaba lejísimos, estaba en Charqueada, que iba a atender baile, era imposible no podía”. En el homenaje a Tito Berruela (2005) lo invitaron a tocar, y el Canario dijo, “¡Pa! Estoy medio tirado, y bueno, vengo sí”. Luego de la actuación en el cine se fueron para el club Progreso y comenta el Canario, “de ahí seguí de vuelta, con un furor bárbaro”. 3 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 4. “Quieren llevarse esas acordeones viejas, pero no hay que dejarlas ir, porque si no nos quedamos sin nuestro patrimonio” En 1989 llegó el primer acordeón a las manos de Víctor Hugo, empezó a ejecutarlo de oído y de allí en más se dedicó a rescatar y restaurar acordeones. En este momento la colección del acordeonista cuenta con 28 piezas que son testigos de un poco más de un siglo, 1750 a 1860, de la fabricación del instrumento. Víctor Hugo conversó con tangodoc sobre el origen del nombre “verdulera” del acordeón, de la formación de la colección y la importancia de ésta como patrimonio de Treinta y Tres… además demostró por qué cada acordeón tiene un sonido “único”. Encontramos a Víctor Hugo en una escuela del barrio 25 de Agosto, donde comenzaba el festival que anualmente se realiza para juntar fondos para la institución pública, la exposición de la colección de acordeones era uno de los atractivos de la feria. “Siempre me invitan de escuelas, y en cada fiesta que haya llaman al acordeonista, animamos fiestas de campaña, cumpleaños, casamientos”. Víctor Hugo identifica el sonido del acordeón desde niño, “cuando yo era chico el que tocaba el acordeón era un hermano de mi abuela, tenía 4 años cuando conocí el instrumento”. Quizás sea por eso que afirma que “son únicas, todas suenan diferentes”. El coleccionista cuenta el origen de la “verdulera”, erase una vez una pareja de italianos… “cuando llegaron los inmigrantes a Montevideo, se radicaron en Canelones, en la zona de chacras y plantaban, cuando iban a la ciudad y llevaban la verdura en un carro, el italiano iba en el carro tocando el acordeón y la señora de él iba puerta por puerta entregando las verduras”, y colorín, colorado, “la genta de la ciudad escuchaba y decía, „ahí viene la verdulera‟, pero no era la verdulera del acordeón sino la señora del verdulero”… y le acabó quedando el nombre de „verdulera‟ al acordeón. Los acordeones fueron llegando o los fue buscando el coleccionista, que explica de algunas su historia, “ésta acordeona fue la primera que sonó en los festivales del Olimar en 1972, era de un acordeonista de aquí del pago, de Francisco Soca, es una Paolo Soprani italiana”; como también, “ésta acordeón me la regaló una señora que era acordeonista, en aquella época que me la regaló, la señora tenía 102 años y tocaba el acordeón, era de José Pedro Varela y venía ya del tiempo de los abuelos de ella”. En la restauración de los acordeones Víctor Hugo se ha llevado algunas sorpresas, “yo a veces las desarmo, y en las tapitas que se levantan para que pase el aire, ¿saben qué se encuentra?, el hollín de los candiles, están negras adentro”. Y exclama: “¡Si habrán tocado en esos ranchos, por ahí, por los fogones!” El coleccionista, que acompañó el diálogo con la interpretación de rancheras, valsecitos y candombes; cuenta que su pasa tiempo de juntar estos instrumentos lo llevó a “conocer gente y hacer amistades” así como a viajar por parte del país y Brasil. En más de una oportunidad Víctor Hugo fue tentado a vender o cambiar las acordeones pero afirma que “quieren llevarse esas acordeones viejas, pero no hay que dejarlas ir, porque sino nos quedamos sin nuestro patrimonio”. La colección de acordeones de Víctor Hugo, se puede visitar en la Casa de la Cultura de Treinta y Tres, de 09 a 17 hs. 4 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 5. « Decían “no va a haber música”, y después con unas copas de arriba, decían “vamos a hacer baile, hacemos una colecta entre todos y traemos al músico” » Orosman Quinela vivió la época de esplendor del tango en Treinta y Tres. Estudió bandoneón con Paco Larrosa y se perfeccionó con José Soau, leyendas del fuella local que los memoriosos registran. Quinela explica que el tango “siga viviendo no hay ninguna duda pero que sea un auge como en el 1940 no creo”, y pregunta: “¿ustedes que creen?”. No será como cuando se hacía fila desde el medio día para conseguir una mesa en el salón de baile, ni como cuando las fiestas del Democrático y el Progreso se extendían a los bajos de la ciudad, ni como cuando los músicos eran el único recurso acústico que amenizaba las reuniones, tampoco será el tango de negros o blancos, ni el de las mujeres de vida errante o las de sociedad… pero seguirá siendo tango. Entre los recuerdos que atesora Quinela, hay más de una veintena de bandoneonistas, más de una decena de violinistas e igual cantidad de contrabajistas con los que compartió escenario; a todos los puede anotar con nombre y apellido. Es de entender que se disguste, cuando comenta que “no encuentro gente para tocar, acá no hay nadie que toque el violín”. El músico estudioso o el que tocaba de oído, hicieron la diferencia, “en ese tiempo todo el mundo tocaba de oído, pero empezaron a llegar en 1940 los italianos y eran gente muy culta, no componían, pero leían, ejecutaban y afinaban muy bien, y los empezaron a reclutar con el boom de Punta del Este y se fueron”. El bandoneonísta reconoce que tener oreja es importante para el músico, “es una virtud tocar de oído, yo nunca toqué de oído, si bien en campaña llevaba un repertorio de 80 piezas, de repente las ejecutaba sin leer, las llevaba en la cabeza”. La explicación del éxito del tango según Quinela es sencilla, “era lo único que se escuchaba y se ejecutaba, no existía un equipo sonoro para tocar discos, la invasión vino después”. Remata la idea el bandoneonísta, y aprecia, “yo digo que la gente debe estar sorda hoy, porque ¡cómo bailaba la gente!, y eso que yo tenía distancias de 20 m y la gente bailaba y quiere decir que a mí me escuchaban”. Quinela que canta 75 abriles, entre otras formaciones que integró, fue parte de los Los Caballeros del Tango, junto a los bandoneones de Rito Berruela y Paco Larrosa. Según cuenta “yo viví del tango, firmábamos contratos anuales en los clubes”. Los clubes Democrático y Progreso eran los más concurridos, junto a los Clubes de la raza, donde solo asistían afrodescendientes, en los antes mencionados les era negado el ingreso. Quinela recuerda que estuvo en la directiva del club Progreso a fines de 1980 y aunque parezca mentira recién en ese momento se anuló la cláusula que impedía a los afrodescendientes entrar al local, y todavía con un miembro de la directiva en contra que dejó constar en actas su nombre y apellido. Los músicos traspasaban las fronteras de la piel aunque había diferencias, “yo iba a tocar a los clubes de negro, y no tenías problema, tenía que cumplir con el trabajo, no me dejaban bailar tampoco”, en tanto los músicos afrodescendientes, “entraban a tocar en los clubes de blancos pero tenían discriminación, tenían que entrar a tocar por atrás”. 5 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 6. Las reuniones improvisadas eran también una fija, “y decían ´no va a haber música´, y después con unas copas de arriba, decían vamos a hacer baile, hacemos una colecta entre todos y traemos al músico, pasaban el sombrero y todo el mundo ponía plata, y yo me hacía la tela”. El músico tocó en los cabaret, en su relato comenta que había para todas las clases sociales “bajos, medianos y altos”. Las mujeres que trabajaban en los Cabaret generalmente eran de otros departamentos, de Argentina o de Brasil. La disposición municipal de la época reglamentaba que las mujeres trabajaran hasta la media noche, pero la música seguía, y “bajaba la crema del Progreso y el Democrático”, aunque venían los hombres solos, a divertidse, no iban las mujeres de sociedad. La extinción o existencia del tango es algo que ocupa el pensamiento de Quinela. “La música no muere nunca, el tango tiene música no va a morir, pero no creo que vuelva el auge que antiguamente se bailaba, no va a volver al prestigio que tenía antes”. “Yo iba al liceo de mañana, a esa hora había una audición de Gardel, entonces me cantaba todos los tangos”. Claudia Zarazola, se define como cantante amateur. En diciembre del año pasado participó como intérprete en la Agrupación Olimar Tango, con motivo del Festival de Tango de Treinta y Tres. Claudia, admite que si bien le gustó el tango desde pequeña, de preparar un repertorio, lo ampliaría a otros géneros. El año pasado cuando comenzaron los preparativos de la realización del Festival de Tango de Treinta y Tres, en homenaje al violinista Carlos Figari, un grupo de personas sugirió el nombre de Claudia Zarazola como intérprete de tango, y los organizadores la convocaron a participar, por lo que comenta que “la gente me había escuchado cantar y le gustaba, yo la verdad que me sorprendí cuando me fueron a buscar pero me gustó mucho la idea”. La Agrupación Olimar Tango integrada por Mario Collazo (bajo), José P. Das Neve (piano), Hugo Renaud (bandoneón) y Blas Pereira (cantor), convocó al escenario a Claudia Zarazola y María Martínez como invitadas. En dicha oportunidad, Claudia, retomó su vocación: “a mí me gustaría cantar, viste cuando te preguntan qué te gustaría hacer en la vida, yo digo, a mí cantar”. La definición de cantar fue algo tardía para Claudia que comenta que “yo iba a los bailes, me encantó siempre la música pero empecé a cantar como a los 40 años porque me invitaron de un grupo melódico”. La interpretación de tangos llegó después aunque según cuenta la cantante fue la música que acompañó su niñez y adolescencia, “yo escuchaba mucho la radio, y había una audición que tocaba Paco Larrosa y Pimienta, que me encantaba”, más tarde conoció a otro ineludible cantor de tangos “yo iba al liceo de mañana, a esa hora había una audición de Gardel, entonces me cantaba todos los tangos”. En el caso de reunir un repertorio de canciones, Claudia, reconoce que aprecia otros géneros además del tango. “Si fuera a hacer algo me gustaría que fuera amplio, me gusta también lo melódico”, aunque tararea la cantante “decí por dios que me has dado que estoy tan cambiado no sé más quién soy”, entre risas afirma “el malevaje me encantó, más como arrabalero… será porque yo soy media arrabalera”. 6 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 7. “Siempre fui tímida, pero nunca sentí timidez para bailar, yo disfruté al máximo bailar el tango” Lida Machado, empezó a bailar tango a los 16 años en el salón del club Democrático de Treinta y Tres. Precoz para el ambiente, donde las jóvenes llegaban al cumplir la mayoría de edad, fue la elegida de bailarines destacados que le enseñaron a desplazarse en la pista y con quienes compartió una seguidilla de primeros premios en los concursos de baile. Lida, a sus 72 años y con su timidez todavía intacta, comenta que para bailar tango hacen falta “un buen oído, tener ganas” y agrega, señalándose el corazón: “y llevarlo acá adentro”. Lida es la menor de cuadro hermanas, lo que le facilitó concurrir antes a las fiestas del club, “mis hermanas todas empezaron a los 18 años, pero yo exploté antes”, la iniciación en la danza provino del ámbito familiar, “empecé a bailar con una prima en casa, de noche, porque la difusora ponía tango, entonces ella me enseñó hasta hacer el corte sencillo”. El entusiasmo no se hizo esperar, “estaba deseando empezar a ir, estaba como loca por ir a algún baile”, comenta Lida. El primer baile llegó con una sorpresa “para los 16 años empecé, y tuve suerte, no sé por qué fue, pero me empezó a sacar a bailar un muchacho que bailaba muy bien”. Observando a la bailarina se puede adivinar que su belleza debería estar entre las razones que motivaron a sus parejas de baile, “todos vieron que yo podía seguirlos, entonces me empezaron a sacar a bailar los mejores bailarines, yo entusiasmadísima”. Lida, casi en secreto, confiesa: “te voy a decir, nunca tuve que sentarme por no poder seguir a un bailarín”. Entre los bailarines que a Lida la marcaron, en ambas acepciones de la palabra, Antonio Nica Rosa, es el primer nombre que surge en la charla. “Ese muchacho era el mejor bailarín de Treinta y Tres, le gustaba bailar con todas, pero a mí me sacaba a bailar en el tango para enseñarme, o sea que me eligió para enseñarme”. Las indicaciones del bailarín eran precisas, “me decía: tu pie derecho a tal lado, seguime, afloja el cuerpo”. Lida Machado y Antonio Nica Rosa, recientemente fallecido, ganaron en varias oportunidades los concursos de baile del club Democrático, “yo tenía 18 años, y ganábamos todos los concursos, no nos ganaba nadie”. Lida recuerda que con Antonio tenían algo en común en el baile, “nunca en la vida miró para abajo y yo tampoco”. Otros nombres de buenos bailarines de tango que Lida recuerda son Nolber Rocha, Carlos Fernández y Sánchez Sala, de los que aprecia, “era un espectáculo como bailaban”. Por esa contradicciones de la vida Lida no se casó con un bailarín, “siempre dije, que nunca me iba a casar con alguien que no supiera bailar tango y da la casualidad que mi marido, no sabía bailar tango”. Fue un momento difícil para la bailarina, que explica, “todo el tiempo que estuvimos de amores no bailé, yo sufrí, y en esa época no se usaba bailar con otros”. Entonces Lida puso manos a la obra, “pero el día que nos casamos le dije „ahora sí vas a aprender‟, y le enseñé, tenía una facilidad para bailar el tango, éramos de los mejores bailarines”. Lida recuerda que tres oportunidades en las que interrumpió el baile, en sus dos embarazos y luego de la muerte de su esposo. “Mi esposo falleció y pase años sin bailar tango, pero ya no aguantaba más y empecé a ir al club”. Bailando Lida encontró compañía, “el día que vino mi marido actual, por primera vez que lo trajo una prima de él, ese día empezamos a bailar y a conversar”. Entonces la bailarina volvió a enseñar tango pero sin darse cuenta, “él 7 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 8. bailaba sencillo y yo le pregunté: ¿no sabes bailar con corte?, me dijo: „no la verdad que no‟. Pero tenía un buen oído, impresionante como iba al compás y como a los cuatro bailes salió un corte, y le digo: no me dijiste que no sabías bailar con cortes, y me dice „yo no lo hice, lo hiciste vos y yo te seguí‟. Lida junto a Carlos Hernández enseñaron tango en el club Raíces, de lo que comenta, “una de las cosas que siempre soñé fue enseñar”. La bailarina reconoce que la danza la ayudó para superar su timidez, “siempre fui tímida, pero nunca sentí timidez para bailar en mi juventud, yo disfruté al máximo bailar el tango”. “Antes de comprarme un pantalón bueno, me compré una radio” Artigas Ferreira es guitarrista, y aunque no se ha dedicado exclusivamente a la música, tocó en orquestas u otras formaciones para el numeroso público olimareño que asistía a los salones de baile. El músico que comenzó a ejecutar la guitarra en público a los 9 años, actualmente cuenta 78 años, y entre los recuerdos de la época en la que cargaba la guitarra al hombro, aparecen una curiosa serenata y la extraordinaria virtud de la primera guitarra eléctrica que apareció en Treinta y Tres. Ferreira, nació en Costa de Pelotas en el departamento de Rocha, a los dos años de edad la familia se trasladó al Cebollati, según comenta el guitarrista el motivo de la mudanza fue la cercanía de la escuela, y explica: “mi padre era partidario de no tener hijos brutos o analfabetos". El entorno del pueblo era agreste, “donde yo nací, si te descuidabas un chancho jabalí te comía”, el traslado hacia el río también tuvo sus complicaciones “no había nada, si llovía andábamos en bote”. La vocación de Ferreira por la guitarra apareció junto al dial y con el sacrificio de la pinta, “antes de comprarme un pantalón bueno, me compré una radio buena, se escuchaban nítidamente todos los programas argentinos, y en todos había „números vivos‟ permanentemente”. En relación con sus estudios de guitarra tomó clases para aprender acordes pero no música, y reconoce que “hubiera querido aprender música, leer, que me pusieran una partitura y yo dijera: esta es mi parte y la voy a hacer”. Si bien la primera vez que tocó la guitarra en público fue a los 9 años, no fue hasta su llegada a la ciudad de Treinta y Tres, con 16 años, cuando comenzó a participar de agrupaciones de música típica. “Recuerdo el primer baile que hice, gané 3 pesos, me compré un pantalón, una camisa de manga corta y un par de alpargatas… todo con 3 pesos”. Ferreira tocó en los clubes Progreso, Democrático y el de Empleados del Comercio; contratado con orquestas durante seis meses o un año, trabajo no faltaba, “llegaba carnaval, y hacíamos toda la semana y a veces tocábamos en dos clubes, salíamos de uno para otro por el fondo y seguíamos tocando”. 8 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 9. El guitarrista participó de la orquesta Santa Cecilia, perteneciente a un grupo de italianos con formación musical, de lo que recuerda la exigencia que le significó: “lo más difícil, para una persona que no lee música, a mi me resultaba de una responsabilidad única, tenía que apelar a toda la sabiduría natural”. Las serenatas donde se cantaban tangos y milongas eran parte del recorrido del guitarrista, “era muy bonito porque dábamos la serenata e inmediatamente nos abrían las puertas y terminaba en un baile familiar”, una anécdota que no olvida Ferreira fue una serenata particular, “resulta que nos enteramos que un vecino cumplía años y fuimos con un amigo que cantaba a darle serenata, el muchacho que cantaba se desgañotaba cantando, y resulta que no nos aplaudían y no pasaba nada”, más tarde cuando encontraron al homenajeado les explicó “estaba papá solo, decía el muchacho, y vos no sabes que es bien sordo”. Ferreira también participó en formaciones rítmicas con La Cumana y Arturo Lacuesta, con esa intención se compró una guitarra eléctrica, tecnología que tomó por sorpresa a los espectadores, “la primera guitarra eléctrica que hubo en Treinta y Tres, que dicho sea de paso la tengo todavía, era mía, y todo el mundo cría que como era eléctrica tocaba sola”. El guitarrista que es jubilado del Correo Nacional, reconoce su experiencia como artista, “yo siempre lo hice como una extra no viví nunca de la música, le saqué mucho resultado, es como ir a una universidad a aprender, yo quizás lo poco que he aprendido, lo he conseguido a través de la música porque eso me ha permitido tener contacto con toda clase de público.” El pasado según Ferreira no tienen puntos de comparación con el presente, “la vida en esa época tenía sus dificultades, a mi no me gusta comparar épocas, porque hubieron buenas y malas pero había una forma de convivencia, éramos mucho más cercanos”. Al guitarrista todavía se lo puede escuchar en la milonga que organiza su tocayo, Artigas Canario Cardozo, los domingos en el Club Policial de Treinta y Tres. “Las guitarras del Uruguay se conocen al dedillo, solo de escucharlas” Pedro y Adán Gutiérrez son parte de una familia donde la guitarra se enseñaba con los primeros pasos. Padre, madre y tíos, eran aficionados a las cuerdas y la abuela tocaba el acordeón en las reuniones familiares. El repertorio de los Gutiérrez incluye tango, folclore y algún candombe. Adán tiene composiciones que Pedro arregla, a pesar de que llevan una vida con sus guitarras no han grabado, cuando les preguntan por qué, Pedro contesta: “ahora cuando venga el Long Play vamos a grabar”. Pedro Gutiérrez tuvo una temprana vocación por la música. El padre, albañil de profesión, lo quería encaminar con la arena y el Pórtland pero Pedro le decía “yo quiero ser músico”, a lo que Don Gutiérrez contestaba, “te vas a morir de hambre”. El guitarrista, primero de oído y con los años estudioso del instrumento, dio clases en la Casa de la Cultura de Treinta y Tres durante 39 años. Aún hoy, jubilado y con 68 años, tiene unos 30 jóvenes alumnos que con su pasatiempo de tallar en madera, explica, “es lo que me mantiene”. Los primeros estudios que cursó Pedro a sus 15 9 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 10. años los hizo con Oscar Laucha Prieto, luego estudió con Atilio Rapat, y tomó cursillos con Abel Carlevaro. Actualmente, la formación estable de músicos en la que participa Pedro -además del dúo que tienen con Adán-, es con la que acompaña al cantante José Álvarez que tiene apenas 11 años, un año menos de los que tenía el guitarrista cuando comenzó a tocar en la orquesta de Nicolás Agriela. Pedro, mayor que Adán por dos años, estaba en 6to de escuela cuando Agriela lo convocó para la orquesta, «uno de los sobrinos de Nicolás era compañero mío, entonces le decía “tío en la escuela hay un gurí que toca muy bien la guitarra”, y Nicolás le decía, “déjate de embromar que va a tocar nada”, insistía, “tío mira que toca bien”, y le preguntó, “y vos cómo sabes”, “es que todos los viernes la maestra lo hace llevar la guitarra y toca” ». El mayor de los Gutiérrez comenta que lo ayudó a superarse un guitarrista más experimentado que además tenía buen sentido del humor, « el primer guitarrista con el que toqué yo, era negro, Máximo El Chueco Martínez, y era muy gracioso, te decía: “tengo que vender la guitarra”, y yo le decía, pero maestro por qué, “para comprarle cuerdas” ». Pedro con 12 años y permiso del padre tocó en prostíbulos, emisoras de radio, centros sociales y clubes la raza; según cuenta el guitarrista, “yo iba directo a tocar y no le prestaba atención a nada”. El tango que le gusta interpretar a Pedro es: “ese tango que deja de ser cantado para ser escuchado, no el bailable”. Se declara “hincha” del recientemente desaparecido Mario Núñez, que lo consideraba la primera guitarra del país. Adán, comenta que el sonido de la guitarra de Núñez es inconfundible, según explica, “las guitarras del Uruguay se conocen al dedillo, solo de escucharlas”. También recuerda Adán el encuentro que tuvieron en Cerro Largo con tres de los hermanos Méndez, los Gutiérrez comentaban, “tocan los Méndez”. Luego tocó el trío de los Gutiérrez, se sumó Carlos al dúo, y los Méndez comentaron, “tocan los Gutiérrez”, luego de la actuación los Gutiérrez y los Méndez coincidieron en que no son “mancos” no. “Te veían con una guitarra bajo el brazo y ya eras sospechoso de muchas cosas” Hugo Renaud, bandoneonista y compositor, y Mario Collazo, guitarrista, actualmente integran un dúo que sortea la sentida perdida del cantor Blas Pereira, con el que compartían escenario. Ambos han tenido que conjugar la música, y su estudio, con otras actividades para sostenerse económicamente. La música como profesión los llevó a interpretar diferentes géneros pero el tango siempre estuvo. Hugo empezó de niño con el bandoneón, alentado por su padre al que le gustaba el tango comenzó a tomar clases con 8 años y a tocar a los 12 años. “Mi viejo hacía bailes, en el poblado 10 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 11. José Enrique Martínez, en Charqueada, y yo y otro gurí empezamos a tocar”. Los bandoneones de Paco Larrosa y Nilson García, fueron los maestros de Hugo, pero en el escenario tuvo que arreglárselas solo y recuerda: “el primer baile yo todavía usaba pantalón corto y… ¡tenía unos nervios!”. El músico conserva el bandoneón ELA con el que tocó por primera vez, lleva en su poder 60 años de los 68 que tiene Hugo, quien señala el instrumento y aclara, “este es más viejo que yo”. Mario tenía 15 años cuando pedaleaba desde campaña tres veces por semana a para estudiar en la ciudad, “venía de Capilla, de un barrio que se llama Benteveo, hacía unos 10 km en bicicleta y venía a estudiar guitarra clásica”. Según el músico ese no fue el mayor sacrificio, por lo que relata: “no tuve mucho apoyo, fui bastante criticado, porque justo estábamos en plena Dictadura, y bueno te veían con una guitarra bajo el brazo y ya eras sospechoso de muchas cosas”. Hugo con 15 años integró una orquesta con Carlos Figarí, en el violín, Wilson Lacuesta, en el contrabajo y Cachuso Olivera, en piano. Fue en 1958 que la orquesta estuvo contrata por más de un año en el club Progreso, según cuenta el bandoneonista: “en ese momento se vivía de la música”. Las oportunidades eran escasas en la época en la que Mario subió al escenario, “siempre tuve que trabajar, con la música no pude vivir, yo soy técnico en electrónica”. El guitarrista abandonó el estudio del instrumento, luego de cuatro años, para dedicarse a trabajar. En ese momento, Mario le compró el bajo eléctrico a Hugo. El bandoneonista, que había incursionado también en el bajo eléctrico, supone que fue uno de los primeros instrumentos de este tipo en aparecer en Treinta y Tres. Una vez que se hizo del bajo, Mario, encontró más oportunidades de trabajo igual en su camino se cruzaba el tango: “agarré el bajo eléctrico con un grupo de música moderna - por decirlo de alguna manera- y hacíamos bailes en campaña, pero siempre haciendo tango porque llevamos gente para hacer la típica en ese momento era casi obligado hacer tango en campaña, sin tango no fueras porque siempre te pedían”. El tango no era nuevo para Mario, los primeros contactos con el género le fueron dictados por un personaje particular “a la casa de un amigo iba Sixto García, que era uno de los tangueros de acá, y me pasó algunas piezas que toco todavía como Silueta Porteña; ya era ciego cuando eso pero me cantaba las notas y como yo las sabía de estudiar, las iba haciendo”. En la actualidad Mario retomó los estudios de guitarra, por su marcada vocación, comenta que, “Yo estudié guitarra clásica, y ahora terminé, me falta terminar solfeo, después de viejo me dediqué a terminar”, junto a Hugo planifican un concierto de música clásica en la ciudad de Treinta y Tres. Por Hugo Renaud La carrera futbolística de Hugo iba en paralelo con la ejecución del bandoneón, tan es así que el Club Atlético Huracán sirvió de inspiración para su primer composición, “hice una marcha, a la que Waldemar Sasías le hizo la letra, eso está grabado en la difusora con el coro de los huracanes”. Yo, mi fuelle y mis recuerdos, fue la segunda composición de Hugo con la que abrazó al barrio, “la letra la hice yo, es de donde yo me críe, fue en el barrio Artigas, donde yo empecé a estudiar bandoneón y futbolísticamente ahí me 11 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 12. inicié”. El barrio Artigas fue donde lo indispensable se hizo inspiración, Hugo recita la letra de su canción: “Yo con mi fuelle que está rezongando, los recuerdos están aflorando son mis pares y amigos y el duende de amor en el barrio de mi corazón”, sonríe y explica que “lo del duende era por una botija que andaba ahí”. La canción para los milongueros no se hizo esperar y en pleno baile del Club Raíces, salieron los primeros acordes de la milonga, Pa‟ los del baile. Según explica Hugo “le puse Pa‟ los del baile, porque es más canario, más folklórico” y agrega la cronista, que cualquier parecido con el nombre de un disco es pura coincidencia. La última, pero seguro no la final, composición de Hugo fue inspirada en la visita de una bailarina de tango a la ciudad de Treinta y Tres. La bailarina, que comenzó a dar talleres de tango danza, se interesó por conocer sobre este género musical en la localidad. Golpeando puerta por puerta, caminando tramo a tramo de la ciudad, la bailarina consiguió reunir a un grupo de músicos, cantantes y bailarines con los que celebraron un homenaje a Carlos Figari, el veterano violinista olimareño. La gran Natalia, se llamó la composición de Hugo, por lo que comenta que “vino la muchacha ésta con el asunto de los tangos, me vino una cosa, me sentí un poco sensibilizado por el asunto del tango. Porque una muchacha joven venga acá y esto estaba medio olvidado, y bueno hice el tanguito ese”. “Yo le reclamé al médico que me trata, ese remedio que usted me da para la música me hace bien, pero me olvido de pagar las cuentas” Rito Ramón Berrueta, es zapatero y músico. Nació en el departamento de Lavalleja, el 5 de enero de 1914. A partir de sus 14 años se estableció en el departamento de Treinta y Tres. Berrueta, que entre otras formaciones integró los Zorros Grises y La Típica de 33, ejecutó guitarra, violín, bandoneón y contrabajo. Detrás de cada uno de los instrumentos de Berrueta hay una anécdota y una excusa para saciar su curiosidad por la música. La memoria, el sentido del humor y las historias del músico son claves para comprender por qué aunque “el viejo tiene tanguería allá arriba” él está comprometido para tocar acá abajo y por eso no se lo ha llevado. Berrueta es el mayor de tres hermanos varones, nacidos en los alrededores de Villa Serrana, según comenta: “era uno de esos lugares tan aislados, unos montes tan espesos, que lo más que había eran víboras de la cruz y de cascabel”. A sus 5 años, tras la muerte de su madre se traslada a la casa de sus abuelos que tenían un campo al lado del arroyo Penitente. Cuando sus abuelos fueron más viejos vendieron el campo y se fueron a la ciudad, comenta Berrueta, “esa fue la razón por la que yo pude estudiar”. Si bien a los 8 años, Berrrueta, tocaba la guitarra su primera profesión fue la de zapatero. Comenzó a trabajar en el taller de un italiano, “ganaba 6 pesos por mes, en un año ya sabía hacer toda clase de compostura”, cuenta Berrueta. Cuando tenía 14 años falleció su abuelo y el aprendiz de zapatero le solicitó aumento al italiano “los italianos cuando están enojados, insultan a San Roque, „no sabe, no nada y ya quiere un aumento‟, me dijo”. Berrueta cambió de taller “yo me voy para lo de Bartolotti, era la casa de zapatería más grande que había, de botas, de un italiano y un portugués, en seguida me pagaron 15 pesos, de 6 a 15 ¿te imaginas?”. 12 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 13. El violín Algo más holgado de sueldo Berrueta consigue pagar por las clases de violín. <<Yo estaba enamorado del violín, tenía un compañero de clase, hijo de un sastre Marumbo Panchetti, que estudiaba con un profesor, pagaba 10 pesos por mes. Entonces, le dije, “Marumbo ¿no me pasas las clases a mi por 5 pesos?, es lo que yo puedo pagar y quisiera estudiar violín”>>. El compañero de Berrueta accedió pero le advirtió, “yo no me doy cuenta si vos afinas y tenés que comprar el violín”. Berrueta compró el violín en un cambalache, “lo vi en la vidriera, fui allá, hablé con el hombre, era de un milico del cuartel sino lo levantaba el sábado, lo vendía el lunes”. El lunes antes de que abriera el negocio Berrueta estaba sentado en la puerta, y consiguió el violín, “cuando eso tenía 14 años, cuando tenía 16 o 17 ya tocaba en una orquesta”. Un largo carnaval Berrueta para sus 20 años ya había dominado el oficio de zapatero, pero como cuenta: “ahora viene el inconveniente, viene una inmigración de armenios al Uruguay, una cantidad de ellos eran zapateros, compraron unos pedazos de suela, salieron a hacer media suela para el interior, y llegaron a Minas, y le hacían la suela por 60 centésimos a la gente”. El músico escribió a un tío empleado de la Arrocera Treinta y Tres para solicitarle empleo, la respuesta fue inmediata, comenzaría en el puesto de telefonista en unos días. Pero el carnaval dispuso un paréntesis, “yo tocaba en una orquesta en Minas y venía el carnaval, teníamos nueve bailes, ganábamos un peso con cincuenta por noche, no era de descuidar”. La fiesta de carnaval se extendió una semana más de lo planificado y cuando el joven Berrueta llegó a Treinta y Tres ya no tenía el puesto. Manos de cajetilla Berrueta tomó el trabajo que había en Treinta y Tres, conversando con un amigo le pidió que le consiguiera de cortador de arroz y éste le contestó, “pero vos sos cajetilla, con esas manitos que vas a cortar arroz, el arroz tiene unos serruchos en las espigas que te comen las manos”. Berrueta diseñó con gomas de bicicleta unos dedillos para protegerse de los cortes del arroz y comenzó con la tarea, “de La Charqueada a la CIPA, quedan 10 km, me levantaba a las 6 de la mañana, para llegar caminando, cortaba arroz hasta que se paraba una hora al medio día, y de tarde para atrás caminando”. Su amigo, nada convencido de que el músico perdiera habilidad en las manos, comentó que entre los cortadores había un violinista y que con su grupo de guitarras podían amenizar la fiesta de la CIPA, así sucedió y luego Berrueta pasó a hacer una tarea más liviana. Zapatero a tu zapato Berrueta juntó dinero en la CIPA para comprar herramientas e instaló un taller de zapatos en Charqueada aunque el amor lo encontró en Cebollatí, donde conoció a Julia Álvarez con la que llevan más de 60 años de casados. La conversación con su suegro la recuerda muy bien Berrueta, a quien le explicó, “yo no vine a Treinta y Tres a buscar novia para casarme, yo vine a ver si me habría camino en la vida, a trabajar, por lo tanto no tengo nada que ofrecer, yo no le puedo decir que le voy a cumplir dentro de un año o dos, por eso no le he podido pedir para visitar”. Don Álvarez lo aprobó, “bueno siendo así, que usted tiene tan buena intención, visite no más amigo, cuando pueda comprometerse me avisa”, el músico se ríe y confiesa “a los 10 años le fui a pedir para casarme”. 13 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 14. El bandoneón Instalado en Cebollatí, Berrueta, con la zapatería y la música a cuestas, empezó a llevar los libros de una arrocera. Las ganancias de su trabajo y el de su señora, jefa de correos de la zona, se transformaron en un ahorro. Un viaje a la capital del departamento fue la excusa para hacerse del bandoneón, “mi mujer quería una radio a batería, tenía 300 pesos, yo empecé a recorrer y por esa plata no había”. Entonces hubo un ajuste en los planes, “fui a visitar a un amigo que había querido aprender bandoneón y no pudo, lo guardaba para el hijo por si quería aprender, le expliqué que cuando el hijo fuera grande ya iba a estar echado a perder, porque se oxida todo”. Berrueta no se volvería con las manos vacías, le comentó a su amigo, “yo ando buscando un bandoneón para tocar, allá en Cebollatí los guitarrista se me maman y sufro mucho y si usted se anima yo se lo compro”. Cuando llegó a Cebollatí, Berrueta tuvo que dar explicaciones, “compré un bandoneón porque es otro instrumento que si no consigo acompañamiento puedo tocar solo, si se maman los sinvergüenzas”. La señora de Berrueta, desilusionada le dijo, “de acá a que vos aprendas y ganes plata con el bandoneón ya voy a estar vieja yo, me voy a morir de ganas de tener radio”. El músico, consecuentemente anotó en una libreta las ganancias que obtuvo con el bandoneón, “empecé con El garrón, un valsecito y a los tres meses tocaba 30 piezas; cuando quiso acordar la vieja le puse la radio y la luz en toda la casa.”. El contrabajo El contrabajo, según Rito, “tiene una historia negra”. Alentado por un amigo, al que le hacía falta un contrabajo para formar una orquesta en Nico Pérez, y le dijo a Berrueta “si usted quiere, ¡puede!”, el músico salió en busca del instrumento que se había vuelto escaso luego de la llegada del bajo eléctrico. “Salí a buscar un contrabajo y todos me decían que ya no se usaba, que había bajo eléctrico, y eso era muy incómodo”. Berrueta recorrió los talleres de los afinadores y vendedores de instrumentos en la zona y en la ciudad de Pelotas, para cuando casi abandonó la búsqueda apareció un contrabajo en un depósito en Treinta y Tres. El 14 de enero consiguió el instrumento por 900 pesos, el 2 de febrero empezaba el carnaval, para ese momento era contrabajista. Memoriosa risa Los años Berrueta se los ha tomado con sentido del humor, como explica las salidas al médico son “cuestiones de reparación del esqueleto” y para poder oír con claridad anticipa: “espera, que me pongo el chifle”. La memoria es otro de los fuertes del músico, que con el bandoneón en sus rodillas cuenta que calculó…“las notas que lleva cada pieza multiplicadas por 300, sabe cuánto da, 43.500 notas distintas”, afirma entonces que, “no estoy tan chocho porque para acordarme donde van”, igual tiene sus reparos, “yo le reclamé al médico que me trata, ese remedio que usted me da para la música me hace bien, pero me olvido de pagar las cuentas”. Los homenajes han abordado en los últimos años la vida del músico. El escenario del club Raíces, del que Berrueta fue fundador, lleva su nombre y en oportunidad de dar el discurso de agradecimiento, apeló a la memoria, “¿Ustedes creen que este local está basado en hormigón y cemento? No, está hecho a base de tortas fritas y pasteles hechos en el río, para hacer los primeros pesos”. El músico de 97 años confiesa que “no deje nunca de trabajar con el tango, ya me ha venido a buscar el viejo varias veces y le digo que no puedo ir porque estoy comprometido. En cualquier momento me puede llamar porque dicen que el viejo tiene tanguería allá arriba”. 14 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 15. “Después que papa falleció yo lo mandé restaurar de ésta manera: que le hicieran todo para el sonido pero las teclas gastadas de las uñas de papá no las tocaran”. Un cronista del periódico local Palabras (21/08/1981), antes de la desaparición física de Sixto García, comenta el encuentro con el bandoneonista de ésta manera: « ¿Aquí vive don Sixto García? “Si, pase, está en la última pieza” ¡Cuánto se lamenta no tener las palabras ni las condiciones para describirles lo que hay en aquella pieza! Esa pieza que no se podría tocar jamás. Es como una de esas reservaciones donde se refugia la naturaleza para protegerse del progreso». El texto es uno de los recortes de prensa que los hijos del bandoneonista, Somny Pimpa García y Abayubá Kuken García, guardan junto a fotos, postales, invitaciones y la pieza fundamental de la colección… el fuelle de Don Sixto, el Petizo García. Sixto García falleció en 1989 a la edad de 84 años, para ese momento ya era una leyenda de la música típica olimareña, al que Rubén Lena dedicó Bandoneón de Treinta y Tres. Entre otras formaciones Sixto García integró la Guardia Vieja, orquesta con la que se fotografió con una apertura de bandoneón que hiciera de su imagen una marca registrada en la prensa especializada local y capitalina. Sixto García, hombre activo que fundó el Club Democrático, también se desempeñó como enfermero hasta que perdió la vista cuando tenía 50 años tras un desprendimiento de retina. El músico olimareño miembro de Asociación de Músicos Olimareños (ADEMO), recibía partituras de otros países, Pimpa recuerda que “A Sixto le llegaba correspondencia desde Buenos Aires, de tangos inéditos para que los tocara, papá era socio de AGADU y había que mandar todos los meses la planilla con lo que se ejecutaba y había pasodoble; que iba a España el dinero y le mandaban partituras”. El sonido del bandoneón de García era inconfundible, Pimpa comenta que “nosotros lo íbamos a buscar, salíamos en la moto y parábamos la oreja, porque el bandoneón de papá tenía un sonido especial, es un AA”. Los hermanos García han recibido ofertas de Montevideo y Porto Alegre para vender el bandoneón de Sixto pero según Pimpa “no tiene precio”. Lo mismo sucede con otro legado paterno, “nosotros tenemos partituras que nadie tiene, por ejemplo Desde el alma, es la partitura original, qué yo no sé el valor que tiene, es de hace 60 años”. En la familia no hay nadie que toque el bandoneón, aunque Kuken de niño fue estimulado por Sixto para que tocase, de adolescente y adulto se dedicó a la carrera de fútbol primero y arbitro después. El hijo es el encargado de mantener el instrumento, comenta que “yo lo abro, lo pongo al sol. El que lo tocaba falleció, el Paco [Larrosa]”; mientras que Pimpa se encargó de su restauración, “después que papá falleció yo lo mandé restaurar, de ésta manera: que le hicieran todo para el sonido pero las teclas gastadas de las uñas de papá no las tocaran”. Sixto García también tocó durante 22 años, en le programa Domingos Alegres, de la Difusora 33. Pimpa, risueña muestra las fotos que le enviaban a su padre, y cuenta que tenía admiradoras incluso ya avanzada su edad, “las novias del viejo García, y no sabes la cantidad de cartas que recibía, y me decía léeme”, porque Sixto ya estaba ciego. 15 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011
  • 16. Las fiestas también fueron motivos de risa, según Kuken, “está casa tenía mucha historia (…) los amigos del viejo García”, rememora y extiende la mano para señalar “por allá había unas chiquilinas que cuando tenían garufa prendían el farol y lo colgaban en la pared, así se sabía que había baile”. Los hermanos García recuerdan el carnaval, “papá tenía una comparsa Los Negros Vencedores que eran como cincuenta” cuenta Pimpa y agrega “tocaban todo tipo de instrumento hasta con el peine y el papel de cigarro”. Kuken y Pimpa se disfrazaban para carnaval y pueden describir sus trajes con lujo de detalles. “Nosotros bailábamos y después pasábamos el sombrero, y como colaboraba la gente” explicó Pimpa. 2° Encuentro y Certamen Tanguero Regional, “Antonio Nica Rosas” Tangodoc participó del 2° Encuentro y Certamen Tanguero Regional, denominado “Antonio Nica Rosas”. El evento realizado el 6 de noviembre, en las instalaciones del Club Raíces, reunió a más de 300 personas de diferentes puntos del país. La oportunidad fue un motivo para conocer las actividades de la institución y apreciar la vigencia del baile. El Encuentro Tanguero convocó a bailarines de: Sarandí del Yí, Aiguá, Melo, Río Branco, Vergara y los locatarios de Treinta y Tres. Los bailarines, desde temprano con el número en la espalda, se sometieron al jurado para el que no fue fácil la elección de la pareja ganadora. Carlos Hernández, uno de los organizadores del evento, comenta que “acá todo se deja afuera, es para divertirse pero con mucho respeto, porque en otros lugares también se divierten pero de otra forma, acá es muy sanita la cosa”. La actitud de los asistentes al Club Social Raíces fue contemplada desde los inicios de sus actividades en 1986, según explica el actual presidente, José Gadea: “el club fue fundado por socios que en un momento fueron desplazados de otras instituciones por la juventud, se quejaban de que la gente fumaban, tomaba alcohol, no bailaban juntos y que los molestaban”. Razón que justificó el estricto reglamento, Gadea explica que: “los estatutos de este club fueron copiados del club Democrático, eran prácticamente los mismos, no se podía venir de calzas, camisas de tartán ni vaqueros”. Gadea admite que “en este momento, estamos estudiando una reforma de los estatutos pero no es muy fácil conseguir que todos coincidan”. El Club Social Raíces cuenta en la actualidad con 600 socios entre los que se distinguen con cuotas diferenciales: suscriptor, activo y mujer. En este momento el Club ofrece las siguientes actividades: coro, gimnasia, computación, y los sábados baile de típica y tropical. 16 www.tangodoc.com.uy Treinta y Tres/noviembre 2011